miércoles, 27 de marzo de 2019

365 QUEJÍOS (297) – UN TEXTO DE GUILLAUME FAYE SOBRE LA COLONIZACIÓN ÉTNICA


La reciente muerte de Guillaume Faye es la excusa para difundir algunos de los textos más preclaros que escribió. Se conoce la tesis central que acompañó a Faye en los últimos años de su vida: Europa estaba siendo víctima de una colonización étnica, especialmente por parte del mundo islámico. Darse cuenta de esta tendencia supone situar al europeo ante la alternativa de reaccionar o morir. El texto que presentamos hoy es un capítulo de su obra Pourquoi Nous Combattons. Manifeste de la Resistance Europeenne. El texto fue escrito en 2001 y conserva toda su inquietante actualidad. Las previsiones de Faye se vienen cumpliendo de manera sistemática. Creemos que no es necesario realizar más aclaraciones y que, a pesar de que el autor, toma como referencia Francia, los mismos procesos es están desencadenando en otros lugares de Europa.
 

LA COLONIZACIÓN ÉTNICA DE EUROPA

Más que de «inmigración», hay que hablar de colonización masiva por poblamiento protagonizada por los pueblos africanos, magrebíes y asiáticos y reconocer que el Islam ha emprendido la conquista de Francia y de Europa; que la «delincuencia juvenil» es sólo el comienzo de una guerra civil étnica; que estamos siendo invadidos tanto en los servicios de maternidad como a través de fronteras permeables; que por razones demográficas, un poder islámico amenaza con instalarse en Europa, primero a nivel municipal y después, tal vez, a nivel nacional.

La escuela pública languidece, presa de la violencia principalmente causada por los Beurs1 y los Blacks2, nuevos conquistadores. Las zonas sin ley han sobrepasado el millar. Tras varios años, el número de entradas de inmigrantes, legales y con visado o clandestinos, ha estallado. Los que llegan ya no son trabajadores rentables, sino candidatos a la asistencia pública. Avanzamos hacia el abismo; si nada cambia, en dos generaciones, Francia dejará de ser por primera vez en su historia mayoritariamente europea. Alemania, Italia, España, Bélgica y Holanda siguen el mismo funesto camino con algunos años de retraso. Desde la caída del Imperio Romano, Europa jamás había conocido un cataclismo histórico de dimensiones semejantes. Todo esto se produce con la complicidad de una clase política ciega y etnomasoquista o con la colaboración criminal de los lobbyes inmigracionistas.

El caos étnico que se agudiza en Europa amenaza con acabar con nuestra civilización; es un acontecimiento que reviste mayor gravedad que todas las grandes epidemias de peste que Europa ha conocido. Y no olvidemos que esta colonización, así como esta islamización, sirven los intereses de los Estados Unidos y que tanto la integración-asimilación, como el comunitarismo multi-étnico son algo imposible. Hay por tanto que prepararse para otra solución: la reconquista.

Nunca la identidad étnica y cultural de Europa, fundamento de su civilización, estuvo tan gravemente amenazada. Contando con la complicidad colaboracionista y suicida de los dirigentes políticos y mediáticos. Laurent Joffrin ha llegado a escribir en Le Nouvel Observateur esta anonadante frase: «La extrema derecha quiere paliar los desórdenes del futuro liberal con este remedio tan falso como homicida, la identidad étnica agresivamente opuesta a la inevitable mezcla de culturas».

Ahora bien, este fatalismo del mestizaje no está corroborado por los hechos. No asistimos en Francia una «mezcla de culturas» sino pura y simplemente a la destrucción, a la erradicación, al etnocidio de la cultura europea en provecho al mismo tiempo de una americanización y de una afro-magrebización e islamización.

Bajo la cobertura de la ideología del mestizaje, que no se desarrolla en ninguna parte del mundo, nuestros enemigos, fieles a sus orígenes trotskistas, tratan de abolir nuestra cultura ancestral considerándola culpable por el mero hecho de existir y acusándola de ser intrínsicamente perversa.

La «identidad étnica» y su defensa se señalan como el Mal, como el símbolo de la agresividad, según palabras del citado Laurent Joffrin. Dicho de otra manera, defenderse y afirmarse a sí mismo es racismo.


Lejos del mestizaje general en una «civilización planetaria», concebida como aldea global, el planeta se organiza hoy día en grandes bloques étnicos identitarios en competencia mutua. La mezcla de culturas y la abolición de las identidades no están en el programa del siglo XXI. India, China, África del Norte, el mundo arabo-musulmán o turco-musulmán, etc., afirman sus identidades, no toleran en sus territorios ni inmigración colonizadora, ni mestizajes. Sólo, las pseudo-elites europeas defienden el dogma de un «planeta mestizo». Es una quimera.

Europa olvida la herencia de sus ancestros, mientras la defensa oficial del «patrimonio» disimula una tarea de museización, pero no de creación. Pues una identidad cultural, como una identidad biológica, es fundamentalmente arqueofuturista: es decir, que procede mediante un permanente renacimiento de formas y de generaciones, surgidas todas ellas de un germen original. Permanente renovación biológica y cultural y preservación de la voluntad de poder: ésta es la ley de los pueblos de larga vida. La identidad no puede concebirse sin la noción complementaria de continuidad.

El combate contra la identidad es el lema de la ideología igualitaria dominante. Se trata de abolir a la vez nuestra memoria y nuestra sangre. Los programas escolares dan fe de ello cuando enseñan los cuentos populares africanos en vez de nuestras antiguas leyendas. Las predicciones de Céline sobre la invasión del tam-tam se están demostrando acertadas.

Esta colonización por poblamiento hunde sus raíces en lo más profundo de nuestra propia mentalidad. Los franceses habrán sido los artífices de la destrucción de Francia causada por la invasión alógena. Si este último es el país más afectado, es porque aquí se rechaza la propia noción de identidad étnica y cultural.

Pero el mal viene de lejos. Desde la Revolución, la nueva  Francia jacobina se define como «la república del género humano», la «patria de todos los hombres», a semejanza de los Estados Unidos de América que acaban de alcanzar su independencia. Sólo que en los Estados Unidos, país cuyo fundamento es la inmigración y el etnocidio de los indios autóctonos, la fórmula es verdadera, mientras que en Francia, tierra de pueblos y etnias enraizadas, esta fórmula universalista es peligrosamente falsa. Desde su origen, la República francesa se basa en el dogma de la prevalencia del apátrida.

Tras la derrota de 1870, los ideólogos de la República, con Renan a la cabeza, opusieron Alemania, nación «constituida por un pueblo original y que habla una lengua original» a Francia, supuestamente más civilizada al estar basada no sobre una raza propia, sobre unas raíces, sobre una identidad heredada, sino sobre un contrato social un «querer vivir político en común». De entonces data esta funesta ideología francesa que niega la realidad étnica de los pueblos franceses e impone el mestizo republicano como modelo de ciudadano ideal.

En 1914, y después en 1940, Alemania, sentida como el enemigo ancestral, se veía como el pueblo con un origen, el pueblo primitivo e identitario a abatir, frente al que ese alzaba el ideal del ciudadano francés republicano y apátrida (apoyado por sus colonias de ultramar), indiferente a todo lazo de sangre y unido a sus socios por un mero contrato social.

Por un fantástico efecto de boomerang histórico, la ideología republicana anti-étnica y anti-identitaria, después de haber intentado destruir la personalidad de las regiones de Francia, nunca ha logrado integrar, asimilar y mezclar la de los millones de inmigrantes, en verdad nuevos colonos ¡Estos colonos conservan su identidad, mientras que el conjunto de franceses de origen la pierden! La ideología francesa está destruyendo Francia.

Esta ideología, basada en un cosmopolitismo cerril, está anclada e integrada profundamente en la mentalidad de la burguesía gobernante, cuyo voto casi unánime a las leyes «antirracistas» Pleven (1974) y Gayssot (1998), han instaurado una policía del pensamiento; cuyas innumerables medidas inmigracionistas han supuesto la renuncia a todo control de los flujos migratorios por parte de los gobernantes de derecha o de izquierda. Globalmente, las elites burguesas francesas, políticas o mediáticas, no tienen ninguna conciencia étnica, ninguna conciencia identitaria.

Son cómplices de la colonización y de la invasión, a la vez por una culpabilización antirracista y por una creencia ideológica casi religiosa de que la «identidad es el mal», al igual que todas las doctrinas políticas tachadas de etnicistas. Y a mi juicio, los colaboradores más peligrosos son aquellos que se proclaman de «derecha», pues desarman y desmovilizan la voluntad de resistencia de la juventud sana.

Esta pulsión anti-identitaria y esta culpabilización que hay que denominar como xenofilia, –es decir, fascinación por el otro, por el extranjero– más que «antirracismo», alcanza incluso el corazón mismo de movimientos políticos y culturales que, no obstante, reivindican la identidad francesa y europea, pero que demonizan el etnocentrismo. Es decir, el mal es profundo, el virus ha anidado en nuestro organismo.

Cuando la casa está ardiendo sobran las palabras. Aquí, en lo que concierne a los intelectuales que se proclaman «identitarios» y que defienden el «comunitarismo», que minimizan o niegan el impacto de la inmigración-colonización y aúllan como los lobos contra el «racismo», la causa profunda de su toma de posición no es el estupor intelectual, ni la ignorancia, ni la ideología cosmopolita, sino, alto y claro, la cobardía, el deseo de respetabilidad social y de «ser pensador», la sumisión a la policía del pensamiento, la voluntad de «contestar correctamente» sin franquear jamás la línea roja. Estas traiciones son tan burdas, que la misma izquierda cosmopolita las desprecia. Sí, pues el enemigo desprecia a sus colaboradores.

El enemigo sólo respeta al resistente que se rebela contra él.

NOTAS

1  Hijos de inmigrantes magrebíes, nacidos o que han vivido en Francia casi toda su vida (Nota del Traductor).
2  Hijos de inmigrantes subsaharianos de características análogas a los beurs (Nota del traductor).