martes, 26 de marzo de 2019

365 QUEJÍOS (296) – Dalí, su Tarot y Amanda Lear


El pasado 24 de enero, El Pais, en su edición digital, dedicó un homenaje a Salvador Dalí, repasando su vida a lo largo de 22 fotografías. Era el 30 aniversario de la muerte del pintor y, después de unos años de olvido, motivado por circunstancias políticas, finalmente, a las tres décadas de su desaparición proliferan exposiciones itinerantes, monografías y artículos. Una de las 22 fotografías seleccionadas por El País está tomada en Barcelona en 1969. El pintor, ya maduro, aparece junto a Amanda Lear, un personaje polémico. Están en las gradas de la Monumental de Barcelona, asistiendo a una corrida de toros. Por aquellas coincidencias cósmicas, el mismo día en que veo estas fotos me encuentro, olvidado en un cajón, el “Tarot Dalí” que compré hará un cuarto de siglo y cuyo origen me preocupé por establecer.

El Tarot atribuido a Dalí es uno de los que han experimentado más difusión en los últimos veinticinco años; sin embargo muy pocos conocen su origen y llama la atención que, tratándose de uno de los tarots más conocidos a nivel popular –se han hecho multitud de reediciones y distintas revistas y diarios lo han puesto en el mercado «por entregas»– muy pocos especialistas en cartomancia lo utilizan; es habitual entre estos calificarlo con unas palabras tan reiterativas como definitorias: el «Tarot Dalí no tiene buenas vibraciones», «hay algo en él que es negativo, extraño», no ha faltado quien nos lo definiera como «satánico». La ambigüedad del Tarot Dalí no es sino un reflejo de la ambigüedad espiritual del pintor.

Es suficientemente conocido que muchos surrealistas eran grandes aficionados al Tarot; Gala –ya lo hemos dicho– creía firmemente en la capacidad adivinatoria de las cartas y en la suya propia. Para ella no se trataba de un juego, ni mucho menos de algo frívolo o banal: era el patrón a través del cual analizaba su vida y la de Dalí, día a día, actuando según el dictado de los naipes. Gala –y esto resulta incuestionable– creó en Dalí el interés por las cartas del Tarot, hasta el punto de que el mismo pintor, se dejaba dirigir por las predicciones que su esposa le realizaba diariamente al despertar.

El surrealismo ya había manifestado un interés por el Tarot. Bretón mismo lo había loado. La afición de Gala –y su dependencia– por el Tarot procedía del ambiente parisino en donde en los años 20 y 30 era posible encontrar un adivino en cada esquina; no hay rastro de que conociera esta técnica antes de unirse a Eluard, ni su hermana –que ha explicado todos los recuerdos que guardaba de su hermana a varios periodistas– menciona nada por el estilo; seguramente conoció a alguien en el ambiente que rodeaba los centros de reunión surrealistas, habitualmente cabarets, bares y braserias, que le enseñó a dar los primeros pasos en este terreno, posiblemente se tratase de algún amigo de René Crevel o quizás la propia María de Naglowska; no hay datos fiables a este respecto. La versión que afirma que Gala aprendió a tirar el Tarot en Rusia, y que, al conocer a Eluard en Clevedel ya sería una consumada tarotista, tiene poco fundamento y sólo se apoya en el hecho de que Gala procedía de Kazán, donde existían fuertes asentamientos gitanos; ya hemos visto que ella misma, en alguna ocasión, enfatizó su supuesto origen gitano y, en otras, se hacía pasar por judía (1).

Sea como fuere, en todas las biografías y testimonios directos que hemos podido recoger, no hay ninguna duda que, al unirse a Dalí, Gala ya dominaba la cartomancia. El pintor era el primero en reconocer sus méritos e infalibilidad; cuarenta años después de encontrarse y de que Gala cotidianamente le realizara sus predicciones, Dalí comentó a Amanda Lear: «Gala lee muy bien las cartas; un día te tirará el Tarot; es extraordinario». Y efectivamente llegó el día en que se las tiró; si hemos de creer el testimonio de Amanda, acertó plenamente: «conocerás a un hombre joven que te seducirá por su gentileza»... y así fue, en efecto.

A mediados de la década de los sesenta, Amanda empezaba a frecuentar la «corte» de Dalí en París. En aquella época lo más duro del rock se polarizaba en torno a los «Rolling Stones», con algunos de cuyos miembros Amanda Lear tenía una estrecha amistad. Fue sin duda su aspecto ambiguo y otros extremos de su físico los que despertaron una irresistible atracción en Dalí; por lo demás, Amanda Lear aprendió pronto los resortes psicológicos del pintor y los supo explotar mientras tuvo necesidad.

En el otoño de 1965, Amanda Lear estudiaba Bellas Artes en Londres y se ganaba la vida como modelo de una agencia parisina. La directora de esta agencia era amiga de Anita Pallemberg, compañera sentimental del «Rolling Stone» Brian Jones; Amanda, por su parte, estaba ligada a «Tara», un amigo de éste. En el curso de una cena en «Chez Castel», Brian Jones, «Tara» y Amanda, coincidieron con la «corte» de Dalí, a uno de cuyos invitados conocían. Es Amanda quien nos describe la escena: «Estaban sentados en una larga mesa presidida por Dalí, sentado en una especie de trono y rodeado de cortesanos, jóvenes preciosos y favoritas».


Dalí inmediatamente se sintió atraído por el físico de Amanda, alta, extremadamente delgada, de rostro agresivo: «¿Amanda? Es bonito, no teníamos ninguna Amanda en la corte» y al día siguiente les cita para comer; ya desde ese primer encuentro se evidencian los motivos por los que la modelo atrae la atención de Dalí: «Tiene usted una buena calavera», opina y dice a los otros: «mirad la buena calidad del esqueleto de Amanda». Luego les explicará que, en su concepción, el esqueleto es lo más importante, ¿motivo?, «es lo que queda tras la muerte». Sin más preámbulos le pregunta si es lesbiana: «Todas las mujeres son un poco lesbianas y todos los muchachos pederastas, como seguramente su amigo, como todos los ingleses de buena calidad».

Unos pocos días después de su primer encuentro, Dalí tiene ocasión de ver el pie desnudo de Amanda Lear, no puede contenerse y muestra su sexualidad fetichista tal cual es: se abalanza sobre el hermoso pie, arrodillado, lo elogia y destaca su clasicismo –el dedo índice más largo que el pulgar– para luego besarlo durante un interminable lapso, jadeando de manera entrecortada y visiblemente alterado: «... estas cosas me causan una terrible impresión», se justificó el pintor, para declarar finalmente «Os amo, es una verdadera pasión, os amo cada vez más». Amanda extrañada recuerda: «[todo aquello] me pareció más una manifestación de fetichismo que un acto de amor». Pero el episodio es importante: Dalí, por segunda vez en su vida, declara su amor a alguien que, sin ser completamente mujer, al menos es, una forma femenina; tras Gala, Amanda Lear es el único ser del que se sentirá verdaderamente enamorado. Si bien la atracción por el pie es una de las formas clásicas y relativamente divulgadas de fetichismo, no parece que la totalidad de la atracción que Dalí sentía hacia Amanda Lear derivara de ello.

A la vista de los motivos que le llevaron a sentirse atraído por Gala, puede intuirse en qué radicaba para él el encanto de Amanda: su supuesto o real transexualismo (2). Dalí la pintó en varias ocasiones desnuda y conocía perfectamente el secreto de su sexualidad. Aunque Amanda Lear, tras haber alcanzado un cierto nivel de popularidad, negó siempre su transexualismo, lo cierto es que basó su promoción artística precisamente en la ambigüedad sexual. El semanario sensacionalista de extrema­–­derecha, Minute, reveló que Amanda Lear sería un transexual vietnamita; Dalí, aprovechó para elogiar esta condición: «Deberías de estar orgullosa, querida, ahora todo el mundo estará doblemente intrigado y te hará la corte. Por lo demás ¡es cierto!: no eres ni chica, ni muchacho. Ya te lo he dicho: eres angélica, un arquetipo». Para Dalí la palabra angélica tenía el significado equivalente de hermafrodita y andrógino.

La asociación paranoica angélico­andrógino derivaba ya de sus tiempos infantiles. Dalí solía contar ­e incluso llevó al lienzo­ un episodio de su infancia que, sin duda no habrá sido el único en vivir, sólo que al atribuir una importancia desmesurada y una infalibilidad absoluta a las tesis freudianas, consideraba como una de las piedras angulares de su sexualidad. Cuenta el pintor que sus tíos le obsequian con un disfraz de rey, capa de armiño, corona de oro y cetro incluidos; en la soledad de su habitación se los prueba, la suavidad del armiño y la peluca le inducen a desnudarse ante el espejo; ve algo que sobra, que no entiende para qué puede servir y oculta sus genitales entre los muslos, luego se mira satisfecho. Asocia su autodivinización a este impulso hacia la androginia del que la anécdota de su infancia da constancia y que luego reflejará en varios cuadros.

Este impulso vuelve a salir a la superficie en el momento en que siente el flechazo por Gala en 1929, pocos años después lo experimenta hacia la figura de Hitler del cual le excita particularmente sus «fascinantes caderas blancas y rollizas»; la svástica empieza a causarle alucinaciones paranoicas: «estaba hasta tal punto obsesionado por la svástica que concentré mi delirio sobre la personalidad de Hitler que se me aparecía siempre en mi fantasía como mujer». Estas alucinaciones le satisfacen y se recrea en ellas, acaso porque como dice, es el momento en que «por fin rozo la locura».

NOTAS

(1) Estas dos filiaciones merecen ser comentadas con algún detalle. En Figueras, entre las gentes de la generación del padre de Dalí, circulaba el rumor de que la familia tenía sangre gitana. Sea como fuere, resulta difícil establecer los orígenes del apellido Dalí y las investigaciones de Josep Pla relacionándolo con un inglés, O’Daly, parecen excesivamente aventuradas. El mismo Pla había escrito que “el padre de Dalí tenía algo tirando a faraónico y agitanado” y Santos Torroella, por su parte, escribió: “Dalí y su hermana tienen todos los rasgos de la raza calé”.

Luis Romero da unos cuantos datos biográficos de Dalí relativos a los gitanos. El primero es el proyecto frustrado de película inspirada en El Angelus de Millet, titulado La carretilla. La película debería ser financiada por Alberto Puig Palau del que Romero dice era “mecenas bien relacionado con el folklore gitano”. Como se sabe, Dalí era un enamorado del baile gitano e invitó a La Chunga para que bailara para él sobre un lienzo y tubos de pintura de distintos colores. En 1943 pintó un cuadro titulado La guerra civil española en la que el tema era una guitarra que se transfomaba en gitana cruficiada, con castañuelas. La música gitana ejerció un gran atractivo sobre el pintor. La base del cuadro era un decorado que había diseñado para Lorca, El café de chinitas.

Romero menciona, igualmente, una anécdota significativa. Al parecer en la primavera de 1965 llegó con los Dalí a Cadaqués, un joven desconocido; en el pueblo se rumoreaba que era gitano. Gala se había enamorado de él por considerarlo sosias de Dalí joven. El pintor lo llamaba “Aldi”, por transposición de las letras de su propio apellido. Había conocido a los Dalí en EE.UU. y, al cabo de unas semanas en Port Lligat, Dalí se deshizo de él, al parecer, por unos celos inesperados. Gala lo envió a Italia con unos amigos suyos y de ahí, embarcó para EE.UU. donde, concluye Romero, murió al cabo de algunos meses, víctima de las drogas.

Distintos biógrafos han coincidido en establecer que la rama de la que procedió Salvador Dalí, tenía su origen en Pere Dalí Raqué, herrero que ejercía su profesión en Llers -el pueblo que hasta mediados del siglo XX contó con una colonia de brujas bien conocidas- a principios del siglo XIX. Santos Torroella, comentando este dato, recuerda que «caldereros, herreros y gitanos eran bien conocidos por sus habilidades manuales». El mismo Antonio Gaudí  -cuya vida tiene tantos paralelismos con Dalí- era hijo de una familia de caldereros.

En cuanto a Gala, las dudas sobre su origen no son menores. La madre de Gala convivió con un abogado converso a la ortodoxia rusa, de origen judío. Quizás por ello Gala afirmó muy frecuentemente su origen judío, sin ser del todo cierto. Pero también aquí el misterio permanece. 

Durante los primeros años de su vida en común en Cadaqués, tal como narra el pintor en su Vida Secreta, tras adquirir la cabaña de Lidia, vivieron rodeados de pescadores y gitanos. Lo gitano fue una discreta constante que planeó siempre sobre la vida de Dalí y que ejerció sobre la pareja una influencia no desdeñable.

(2) Luis Romero que compartió con Dalí una estrecha relación durante muchos años, se inclina a pensar que Amanda Lear era, efectivamente, un travestí. Lo supo de labios del propio Dalí, el cual, tras enseñarle unas cuantas fotos del exuberante cuerpo de “ginesta” (rubia, en lenguaje daliniano), le preguntó si le gustaba. Romero asintió: “Pues es un tío”, respondió Dalí riendo. Romero tiende a minimizar el impacto de Amanda Lear en la vida de Dalí; para él fue un pasatiempo más en la extraña vida erótica del pintor, y cuestiona muchos de los contenidos del libro escrito por Amanda Lear, Le Dalí d’Amanda, entre otros cuestiona la última entrevista con el pintor, en la oscuridad. Finaliza diciendo que, efectivamente, le inspiró un cuadro que concluyó cuando la amistad ya se había roto, Angélica salvada por el dragón. Romero, añade con razón, «no es de los mejores».