lunes, 4 de marzo de 2019

365 QUEJÍOS (284) – RAMIRO LEDESMA ¿IZQUIERDA NACIONAL?


Es frecuente oír que Ramiro Ledesma representa la «izquierda fascista» española en relación a la «derecha fascista» que estaría representada por Onésimo Redondo y Ruiz de Alda (y seguramente con más amplitud por José Calvo Sotelo) y al «centro fascista» de José Antonio Primo de Rivera, como hubo en el NSDAP una derecha (Göring), un centro (Hitler) y una izquierda (Rhöm, Strasser) e idéntico esquema encontramos en Italia personalizada en Rocco, Mussolini y Farinacci. Todo esto, puede valer a la hora de las simplificaciones, pero no puede convertirse en abusivo en la medida en que una cosa es «la izquierda» tal como se la considera en términos de parlamentarismo liberal y otra muy distinta el situarse «a la izquierda» dentro de un partido fascista en cualquiera de sus variedades nacionales.

En los años en los que vivió Ramiro Ledesma nadie se hubiera atrevido a calificarlo como «hombre de izquierdas» (él mismo, no solamente no lo era, sino que rechazaba esta catalogación). Otro tanto ocurrió en los años 40, 50 e incluso en la primera mitad de los 60: la izquierda española era inexistente, no solamente por la obstaculización puesta por el franquismo a la difusión de esas ideas, sino porque las distintas formaciones clandestinas de esa corriente habían sido casi completamente desarticuladas sin que la opinión pública pareciera lamentarlo excesivamente. El problema vino cuando en la segunda mitad de los años 60, existe un verdadero progreso económico, una innegable industrialización que amplía el proletariado urbano y las clases medias y, en sintonía con otros países occidentales, aparece en la universidad el movimiento estudiantil y la nueva izquierda.


A partir de entonces, el franquismo y sus organizaciones de masas (sindicatos, asociaciones juveniles, estudiantiles) empezaron a dar muestras de agotamiento. Hacia 1969 (incluso antes) algunos sectores falangistas ya no se sentían en condiciones de combatir a la izquierda, especialmente en la universidad. Algunos sectores falangistas, por simple asimilación con el clima que se vivía en los centros de estudio, introdujeron el "obrerismo" en su discurso político, recuperando la figura de "Ramiro Ledesma fundador de las CONS". La publicación de ¿Fascismo en España?, y del Discurso a las Juventudes de España por una editorial de amplia difusión y ubicada políticamente a la izquierda, alimentó esta tendencia. La obra de Ledesma –y más que la obra, algunos fragmentos, convenientemente aislados del contexto– se convirtieron en referencias de la izquierda falangista.

Así mismo, en el desierto político que atravesó la extrema–derecha española después de la transición, aparecieron formaciones de carácter «nacional–revolucionario» (eufemismo de sustitución del pleonasmo «neo–fascista») que recuperaron la figura de Ledesma. ¿Por qué? Para disponer de un fundamento nacional y español en el que apoyar históricamente sus doctrinas y pretensiones. También aquí, a la vista de que la totalidad del personaje era irrecuperable, se prefirió evitar realizar un análisis sistematizado de sus textos, publicando solamente comentarios encomiásticos que ignorasen tanto el contexto como la perspectiva general y que, en buena medida, estamos desmintiendo en estas mismas páginas: apareció así el Ledesma antisemita, el Ledesma nacional–bolchevique, el Ledesma ultra–revolucionario de izquierdas, el mismo Ledesma boicoteado durante el franquismo, y así sucesivamente. 

Como alguien escribió: «encontramos la calculadamente ambigua teoría de la «transversalidad como caracterización de los ideales de Ramiro para justificar en la actualidad lo que constituye un ejercicio de saltimbalquismo que desprecia la esencia del ramirismo y lo traduce en términos neo–nazis». La cita sería perfecta de no ser porque el en párrafo siguiente y barriendo para casa, la estropea el autor añadiendo: «El sujeto de acción política para Ledesma no era «transversal; estaba claramente definido en la clase obrera. Ramiro utiliza en todo momento un discurso de clase, se dirige constantemente al proletariado a quien llama a ocupar su destino como protagonista en la dirección de la res–pública»… lo que implicaría que Ledesma se situaba a la izquierda del panorama político, en una «izquierda nacional» a la vista de su innegable impulso patriótico. Error notable.

Es cierto que Ledesma aludía con cierta frecuencia a la «nacionalización de la clase obrera» y que defendía lo que en la actualidad tiende a llamar un «patriotismo social» y lo que Drieu La Rochelle y Maurice Bardéche llamaron en muchas ocasiones «socialismo fascista». Discrepamos en considerar que la «nacionalización de las masas obreras de la CNT» (pues Ledesma se refería especialmente a la CNT, de la que solía lamentar la tutela de que era objeto por parte de la FAI, y prácticamente nunca reconoció a la UGT papel relevante alguno ni siquiera entre la clase obrera) fuera una «estrategia». Era, como máximo, una táctica tendente a penetrar en la clase obrera a la vista de que las experiencias operadas en Italia y Alemania, indicaban que un «movimiento fascista» debía tener un ala obrerista fuerte, viva y activa.

Es importante esta división entre «estrategia» (plan general de operaciones para llegar a la conquista del objetivo político) y «táctica» (cada una de las fases en las que se articula y lleva a cabo el plan estratégico»). Hemos demostrado en el Capítulo III de Ramiro Ledesma a contraluz que, en su período de madurez política (a partir del momento en el que concluye el balbuceo y los primeros pasos de La Conquista del Estado y se embarca en la construcción de las JONS) sólo contempló una estrategia posible: la construcción de un gran partido fascista español… una de cuyas tácticas es la consolidación de un fuerte rama obrera en su interior y para ello impulsa las CONS justo cuando ya está en el interior de Falange Española y logra «movilizar a los parados», según explica en ¿Fascismo en España? Ahora bien… el que esta acción fue «táctica» queda claro especialmente porque tanto Ramiro Ledesma como Primo de Rivera, en sus contactos con los monárquicos vascos de Renovación Española, aceptaban fondos de esta procedencia a cambio de tratar de organizar una fuerza sindical de carácter patriótico. Desde el principio, seguramente porque de entre todos los «fundadores», Ledesma era el que más había insistido en la necesidad de disponer de una base obrera amplia sin la cual no existiría ese «gran partido fascista español», siempre –incluso en el primer y único número de Nuestra Revolución– insistiría en esa dirección. Y es significativo que, en ese último intento, cuando ya se había reconciliado con Primo de Rivera y cuando ya se había reintegrado en la estrategia que él mismo diseñara de «construcción del gran partido fascista español», siguiera encargándose de galvanizar a la clase obrera con mensajes dirigidos a integrarla en el «patriotismo social». Así pues, el error de quienes han querido ver en Ledesma a un «obrerista» interesado en crear una «izquierda nacional» o algo que pudiera ser considerado como tal, estriba en confundir una mera táctica con una estrategia general.


Es más, si Ledesma utiliza el término nacional–sindicalismo en lugar de nacional–socialismo, se debe a que apuntaba a las masas obreras de la CNT a las que consideraba como más predispuestas para acoger el mensaje de la variedad española de fascismo que estaba elaborando. ¿Y qué mejor forma de interesar a los miembros de la CNT que incluir en el nombre de la doctrina la palabra «sindicalismo»? A fin de cuentas, el propio Mussolini había trabajado para integrar en el fascismo a la corriente sindicalista revolucionaria italiana y en esos mismos momentos, Hubert Lagardelle y sus sindicalistas sorelianos franceses estaban mirando con interés al fascismo e incluso la muy derechista Action Française reclutaba entre la clase obrera y no precisamente núcleos reducidos como ocurría en España en esos momentos.

Todo lo cual no impide presumir que el obrerismo de Ramiro fuera sincero y honesto y, efectivamente, el objetivo político final era desmontar el capitalismo, pero para ello era necesario construir antes «el gran partido fascista» (fascismos “a la española”, esto es: “nacional-sindicalismo”). Eso implicaba obtener recursos, medios y extender a otros grupos sociales los ideales nacional–sindicalistas. En ningún momento Ledesma afirma que la clase obrera sea, como pretendían los marxistas, una «clase objetivamente revolucionaria», ni la única clase a movilizar, ni siquiera aludía a la «clase obrera» como sujeto político, ni hay trazas de que realizara una «política de clase», o que reconociera una «conciencia de clase»,  conceptos patentados por la izquierda marxista.

Para Ledesma la clase es inferior a la nación, de la misma forma que el Imperio es la culminación de la misma. En lugar alguno de sus escritos hay materia suficiente como para pensar que tuviera a gala considerar a la clase obrera española como objetivamente revolucionaria ni que realizara «política de clase». Está claro que aislando tal o cual frase del contexto en el que fue pronunciada y a despecho de otras frases que pudieran resultar contradictorias pronunciadas o escritas en el mismo período, se logra retorcer el pensamiento auténtico de tal o cual personaje hasta extremos increíbles y ya hemos visto como alguien trataba de hacer de Ledesma un «nacional–bolchevique». Pero la verdad –y la seriedad– están en otro lugar. Ledesma se merece que seamos honestos con su pensamiento y evitar convertirlo en un monigote que se puede tirar hacia uno u otro lado, haciéndolo coincidir con nuestras propias ubicaciones y proyectos políticos, o para encontrar un «fundamento histórico» sobre el que justificar las propias posiciones.

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