MARINA LE PEN EN MOSCU
El pasado 23 de marzo, Marina Le Pen aterrizó en Moscú,
respondiendo a la invitación personal del diputado de la Duma Leonid Slutski,
coordinador del grupo para las relaciones con el Parlamento de Francia y para
participar en una reunión el comité parlamentario de Asuntos Internacionales. Estaba
previsto que el presiente del parlamento ruso, la Duma, Viacheslav Volodin, se
entrevistara con Marina Le Pen. Pero los contactos de la presidenta del Front National
fueron mucho más lejos generando irritación entre la clase política francesa
que ha interpretado tales relaciones como una “intolerable injerencia en las elecciones
francesas”.
En realidad, esta visita es la equivalente a las que
realizan los candidatos a cualquier país: todos los candidatos de relieve que
se presentan a estas elecciones –todos, menos Marine Le Pen- se han
entrevistado con la canciller alemana, Angela Merkel y todos han visitado el
Parlamento Europeo. Pero si la visita a Moscú ha puesto, literalmente, al borde
del ataque de nervios a la clase política francesa es por tres motivos.
En primer lugar porque, la candidata, en tanto que diputada
del parlamento europeo fue recibida con todos los honores. En segundo lugar,
porque, a pesar de que el Kremlim ha mantenido un respetuoso silencio en
relación a las elecciones francesas, Marine Le Pen ha sido recibida por el
mismísimo Vladimir Putin y los medios de comunicación rusos, en especial Rusia
Today, han comentado favorablemente dicha visita, lo que implica que la
candidatura frentista no es considerada ni como extremista, ni como un peligro
para la paz mundial, ni siquiera como hostil a las buenas relaciones entre Europa
y Rusia. Por último lugar, a nadie se le escapan las consecuencias políticas de
dicha entrevista.
A diferencia del resto de candidatos presentes en las
elecciones francesas, la candidatura de Marine Le Pen supone una desactivación
de las tensiones Este-Oeste. Rusia no está interesada más que en mantener
buenas relaciones con Europa: no enzarzarse en una competencia militar o
económica. Y la única candidatura que la garantiza es la del Front National.
Los tiempos en los que el padre de Marina Le Pen clamaba contra el bolchevismo
y a estar atentos ante los tanques soviéticos estacionados al otro lado de la línea Oder-Neise, han pasado. Si bien,
aún es pronto para intuir como va a evolucionar la política exterior
norteamericana en los próximos meses, parece claro que la candidatura de Marine
Le Pen, al igual que la victoria de Donald Trump, van en contra del
mantenimiento de ese tiranosaurios rex que es la OTAN, verdadera inyección de
oxígeno para un enfrentamiento Este-Oeste ¡sobre territorio europeo! Una
eventual victoria de la candidata del Front National entrañaría la redimensión
inmediata de la OTAN y su final, al menos en los términos que hemos conocido.
Lo mismo ocurriría con la UE. Si bien, Marine Le Pen, es
decididamente anti-UE, no es “anti-europea”, no se niega a la colaboración
entre las distintas naciones europeas, sino a la pérdida absurda de soberanía nacional
en beneficio de una estructura supranacional no democrática y que es,
simplemente, el mecanismo de la globalización en el viejo continente. En lugar
de una apertura cada vez mayor de la UE hacia el Magreb, en detrimento de economías
como la española, la UE reformada debería de tener hacia mayores niveles de
cooperación con Rusia y, por supuesto, a un eje político que supusiera un muro
de contención frente al islamismo.
Pero hay algo más que se ha encargado de recordar Éric
Zemmour en Rusia Today: “El combate ideológico de nuestro siglo es entre la
democracia liberal y la democracia iliberal tan querida por el húngaro Viktor
Orban. En la primera, el individuo es el rey. En las segundas, el pueblo es el
rey”.