Info|krisis.- En 2012 aparecieron bruscamente
3.000 tiendas de cigarrillos electrónicos. Hoy, en todo el país no quedan más
de 200, la mayoría de las cuales a título residual y sin muchas posibilidades
de sobrevivir. Este es un país de modas. Mientras se está en la cresta de la
ola, se existe; bruscamente la ola llega a la playa y entra el reflujo. Adiós.
Nunca retornará. Lo que salió de ningún sitio, volverá a la nada. Hay olas que
duran cuatro décadas y otras, como la de los cigarrillos, apenas veinte meses.
Esto es España y nosotros los españoles. Es un fatum de nuestra historia. Falange Española estaba compuesta por
unos pocos miles de jóvenes en marzo de 1936. Un año después había bofetadas,
literalmente, para afiliarse al nacional–sindicalismo. Durante los siguientes
cuarenta años no hubo centrismo, pero un día, en 1977, se anunció como remedio
universal y, de la noche a la mañana, aquellos que habían estado ausentes por
tanto tiempo, se hicieron los amos del gallinero. Y luego, un PSOE que tras
cuarenta años de vacaciones recuperó el pulso gracias a los dineros de la
socialdemocracia alemana, se impuso sin dificultades. A partir de entonces todo
quedó estabilizado… temporalmente. Ahora se anuncian tiempo nuevos. La nueva
marca es Podemos.
2011: cuando el régimen pudo haberse reformado
Cuando se iniciaron las
manifestaciones del 15–M era evidente que era el resultado de los primeros
despuntes de una crisis política generada por la larga crisis económica que se
venía experimentando desde el verano de 2007. Cuando se empezaron a notar los
primeros efectos era frecuente decir: “tres
millones de parados son un problema laboral, cuatro un problema social, cinco
una revolución”. Vemos por los seis y, efectivamente, la “revolución” ha
aparecido. No era como nos sugería la palabra “revolución”: no se produciría ni
insurrección armada de masas, ni guerra civil prolongada, ni barricadas en las
calles, ni olor a pólvora; como máximo unas cuantas tiendas de campaña destartaladas
en plazas públicas.
De aquellas aguas salieron los
lodos de Podemos. Era una
“revolución” de otro tipo. Una vez más se volvió a repetir el esquema que
precede a todo proceso revolucionario: quienes detentaban el poder en 2011
(Zapatero en La Moncloa y Rajoy en la oposición) estaban solamente preocupados
en mejorar su imagen de cara a las elecciones que se adivinaban próximas. No se
les pasó ni por un momento acometer ni consensuar las reformas que en ese
momento eran necesarias. En aquel momento la erosión de la monarquía, la
centrifugación nacionalista, la corrupción generalizada, la inmigración masiva,
el descontento social, ya constituían el trasfondo inquietante sobre el que el
sistema político español navegaba.
El 15–M fue el aviso, el toque de
atención para los “propietarios” del régimen nacido en 1978 (la “banda de los
cuatro”) de que era preciso reformar urgentemente el sistema. No se hizo. Se
perdió el tiempo de la “reforma necesaria” que hubiera podido hacerse con
apenas un consenso entre PP y PSOE. Pero unos creían que podrían mantenerse en
el poder y otros que lo podían conquistar en breve plazo, así que para ellos se
trataba de hacer lo que habían hecho siempre: jugar a la contra. No importaba
que, en lo esencial, las posiciones del PP y del PSOE fueran, prácticamente
idénticas en todos los temas relevantes y solamente diferían en cuestiones
“ideológicas” muy secundarias. Lo que importaba es que la camarilla de “centro–derecha”
y la de “centro–izquierda” lo querían todo para ellos y no estaban dispuestos a
compartir ese todo, ni a renunciar a alguna parte. Estaban firmemente
convencidos de que la salud del sistema era buena y la alternancia que empezó
en 1978 se repetiría hasta el infinito.
De hecho, hoy todavía, da la
sensación de que Rajoy y Pedro Sánchez piensan que no todo está perdido y que,
a poco que se deshinche el fenómeno Podemos,
sus siglas recuperarán el lustre de otros tiempos. Pero no será así: desde que
en 1968 en una botella del Agua de Solares,
la más vendida en España entre las aguas minerales, apareció una ameba, se sabe
que una marca caída nunca más se recupera y que todo el dinero invertido en
levantar una marca nunca sirve para mucho, siendo lo aconsejable utilizar esa
inversión para crear una marca nueva que parta de cero, sin lastres ni
erosiones. Los que hemos pasado por cualquier escuela de marketing conocemos este ejemplo y lo que implica. ¿Es Podemos esa
marca nueva?
Podemos: ni tanto ni tan calvo
El pasado sábado, una encuesta
publicada por Metroscopia y encargada
por El País situaba a Podemos, por primera vez, por delante
del PP y del PSOE. Podemos, como las tiendas de cigarrillos electrónicos, se
han convertido en una moda generalizada; habrá que ver si el partido de Pablo
Iglesias no tiene el mismo final.
Por de pronto, llama la atención
lo logrado por Podemos con solamente
unas cuantas intervenciones de sus dirigentes más conocidos en tertulias. No ha
hecho falta hacer más: ni repartos masivos de publicidad, ni movilizaciones
constantes, ni millones de carteles en las calles, ni mítines ni
concentraciones continuas, Podemos no ha hecho nada de todo esto. Simplemente
unas cuantas asambleas, emails y sobre todo apariciones mediáticas. Nada más.
El resto de elementos que han propiciado el ascenso irresistible de Podemos lo
ha puesto la “banda de los cuatro”.
PP, PSOE, CiU y PNV, parecen
todavía no haberse dado cuenta de que son “responsables solidarios” de los
equilibrios de fuerzas que se han dado desde 1978. Si cae uno, caen todos. Si
el régimen que construyeron se quiebra, ellos se quiebran con él. Los viejos
partidos monárquicos y republicanos que aparecieron con la Restauración,
desaparecieron durante la República. Los partidos que fueron hegemónicos
durante la República desaparecieron en el ciclo franquista. Y los que
emergieron en aquel momento, no tuvieron acomodo durante la transición. Ahora
les toca a la “banda de los cuatro”, hacer mutis por el foro. No es que Podemos avance por méritos propios, es
que la “banda de los cuatro”, cada día, a cada hora, con sus errores y sus
tropelías, sus ineficacias y sus corruptelas, con sus intereses espurios y su
mediocridad retribuida, empujan a Podemos
a ser hoy la opción que recoge más intención de voto.
El discurso de Podemos es simple, limitado, en
ocasiones contradictoria, utópico muy
menudo, a veces ingenuo, otras no pasa de ser un estereotipo de la
izquierda progresista de toda la vida, posee errores de análisis, soluciones
que no son tales, maximalismos desesperantes, grupos internos poco
representativos pero muy ruidosos que lo desequilibran, sectas trotskistas
operando en su interior, oportunistas de todos los pelajes que se apuntan a
quien parece momentáneamente caballo ganador y que desertarán al primer síntoma
de cansancio. Mezclan lo mejor con lo peor. Con ellos viaja desde el viejo
bolchevique resentido, hasta el humanista–universalista decepcionado con el
zapaterismo y con el billete recién comprado para embarcarse en una operación
humanitaria de ayuda al país más remoto que sale en los mapas de pura chiripa.
Desde el estudiante airado por la perspectiva de años de becario y la
posibilidad de emprender el camino del exilio económico o de la precariedad,
hasta el ama de casa harta, votante habitual del PP, de que a partir del día 15
de cada mes el efectivo a disposición disminuya y el día 25 tenga ya que
resignarse a las lentejas con patatas, pasando por el jubilado que conoce
después de cuarenta años de trabajo lo que es la precariedad, el profesional
saqueado por Hacienda, y todos aquellos resentidos con un sistema en el que en
un momento creyeron y que ahora se adivina imposible. Nunca en la historia de
España una opción política ha tenido una clientela socialmente más plural.
El drama de Podemos: podemos
llegar a un drama
Podemos, a pesar de sus carencias, de sus limitaciones, de sus
contradicciones y de las dudas que proyecta sobre el futuro, es un elemento
rupturista. Es difícil decir si la encuesta de Metroscopia ha pasado por la
“cocina” (a efectos de generar “alarma” y provocar reacciones y reactivaciones
en los partidos tradicionales) o es la traslación de las proporciones reales de
un estado de ánimo. Es más difícil aún adivinar si Podemos será algo más que un elemento rupturista que sirva para
resetear el sistema de partidos surgidos en 1978. Lo único que en estos
momentos está claro es:
1) Que el régimen político nacido
en 1978 está viviendo su etapa crepuscular y que las siglas de la “banda de los
cuatro” han entrado en una irreprimible decadencia.
2) Que el tiempo se le agota al
PP y al PSOE para poder reformar de manera consensuada el sistema nacido en
1978. Ahora tienen los dos tercios de los votos en el Congreso; tras las
próximas elecciones no volverán a tenerlos jamás.
3) Que Podemos ya no oculta que quiere el poder, todo el poder y el poder,
no en los ayuntamientos ni en las autonomías, sino en el Estado. Ahora bien, en
las actuales circunstancias, una cosa es que Podemos pueda ser el partido más votado y otra que obtenga mayoría
absoluta.
En el momento en el que Podemos se vea obligado a explicitar con
quien pacta o incluso si pacta con alguien, se enfrentará a su destino: cuando
no se tiene fuerza social para provocar, por sí mismo, un cambio de régimen –y Podemos dista mucho de tener tal fuerza–
está obligado a pactar. Y ese es el problema: que si pacta con alguna fuera
superviviente de la “banda de los cuatro”, en ese mismo momento, caerá
electoralmente. Si lo hace con los partidos que han nacido en la periferia del
régimen y que ahora se están instalando como sustitutos (ERC, Bildu–Amaiur) la
existencia misma del Estado se hace inviable y será inevitable que aparezcan
resistencias.
Europa: tiempos de transición
En toda Europa estamos en momentos
de cambio. Las viejas opciones en Francia, Reino Unido, Italia, Grecia, están
agotadas, las siglas que han acompañado la actualidad política de esos países
están en vías de renovación, son otras: Front National, UKIP, Cinque Stelle,
Siryza. Los partidos tradicionales están agotados y hundidos, pero estas nuevas
formaciones todavía carecen de fuerza social y de madurez suficiente como para
asumir el poder y, sobre todo, para llegar a acuerdos continentales dentro del
“gran espacio económico europeo”, sin los cuales no puede haber una respuesta a
la globalización, necesaria para superar la actual etapa de crisis. Podemos figura entre este tipo de
opciones y también a ella puede aplicarse el mismo esquema: todas estas
opciones juegan mejor en la oposición que en un poder que hasta ahora no han
gestionado, se han nutrido de los errores de los partidos mayoritarios, mucho
más que del atractivo de sus propuestas que, como máximo, pueden reducirse a
unas pocas consignas: populismo, euroescepticismo…
En última instancia estas nuevas
opciones políticas tienen que actuar en un clima social en el que la población
ha dejado de tener ideales para tener sólo necesidades. Atiende a sus
instintos. A poco más. Y lo peor es que se mueve por modas: hoy asumen esta
sigla, mañana aquella otra, el voto ha dejado de ser algo estable y cerril
(quien votó socialista en febrero de 1936, seguía votando socialista en 2010…).
La falta de convicciones profundas, la pérdida de capacidad crítica, la moda,
siempre pasajera, caprichosa y oscilante, dictada por medios convencionales o
por tendencias digitales, hace que ningún partido pueda considerarse dueño
permanente de bolsas de “votos cautivos”. La inestabilidad del electorado
genera directamente la inestabilidad de las naciones.
Lo que se va a instalar en España,
lo hemos dicho en muchas ocasiones, es una inestabilidad permanente que durará
durante todo el tiempo en el que se prolongue una transición que se presenta
como larga, difícil y peligrosa: lo que nace, todavía ni tiene fuerza suficiente,
ni caracteres bien definidos, y lo que muere, en tanto que receptáculo de
intereses que se han mantenido durante décadas en primera fila, se resiste a
morir… a pesar de que no pueda evitar ese destino, el propio de todo organismo
humano.
El panorama dista mucho de estar
claro: parece evidente que Podemos
apuntillará –está apuntillando– a la “banda de los cuatro”. Pero no sabemos lo
que ocurrirá después, especialmente porque intuimos que las carencias de Podemos pueden hacer de él un fenómeno
parecido a las tiendas de cigarrillos electrónicos: hace un año 3.000, hoy
apenas 200. Claro que peor es la situación del PP y del PSOE que tienen hoy
tanto futuro como los videoclubs de alquiler de VHS…
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