Info|krisis.- Cada vez da más la sensación de haber asistido a una pequeña y mediocre
escenificación teatral, pactada desde hace meses, en el cual las dos partes se
han atenido a un guion en el que ambas salvaban la cara ante su electorado.
Acabado el primer acto del sainete, ahora empieza el segundo. Los dos actores
principales, Artur Mas y Mariano Rajoy, apenas han hecho otra cosa que mantener
la adhesión de los admiradores incondicionales, si bien cierto número de
espectadores que buscaban más credibilidad se han visto decepcionados. El
problema es que el segundo acto va a ser el decisivo. Los dos actores lo único
que han hecho es prolongar la vigencia del problema.
Gangs mafiosos y “marcas
caídas”
La política es ejercicio del
Poder. Cuando se renuncia a esa prerrogativa lo que se hace no es política sino
teatro. Rajoy, ante la “cuestión catalana” no ha hecho en absoluto política, ni
ejercicio de poder, tan solo “teatro”. En cuanto a Mas parecía como si hubiera
olvidado que el trueque, la negociación, el cambalacheo, a ratos chantajeando y
a ratos jugando la carta del pedigüeño, la de la virgen ofendida y la del
vendedor de textil trabajador y honesto a carta cabal, han constituido las
imágenes a las que ha recurrido el nacionalismo catalán desde sus orígenes
decimonónicos. Durante unos meses la actitud política de Mas era absolutamente
incomprensible para un “catalán de seny”, siempre partidario del “parlem-hi” (hablemos), que parecía
haberse anclado en el maximalismo, el todo o nada, el hágase mi voluntad y
demás lindezas con las que nos ha obsequiado diariamente en estos últimos seis
meses.
Rajoy y Mas han representado una farsa. El reproche principal que
podemos hacerles hoy es que ambos han negociado (seguramente a través de
terceros y discretamente), estableciendo los límites a los que podía llegar
cada uno y blindando sus respectivas posiciones. Un pacto mafioso, a fin de
cuentas, entre dos gangs asaeteados
por la corrupción, desprestigiados progresivamente ante la opinión pública, dos
partidos cada vez más parecidos a bandas mafiosas que se han repartido España
desde hace décadas, como los gánsters de Chicago se distribuían los barrios de
aquella ciudad durante la ley seca: el South Side para Al Capone, de Jefferson
Park hacia arriba para la mafia irlandesa…
¿A qué otra cosa sino a un gang se podría comparar el PP del Caso
Gürtel, de Jaume Matas entrando y saliendo de prisión con la velocidad que
Superman se pone y se quita el traje de super-héroe, del Caso Granados y de
todo lo que irá saliendo? ¿A qué se podría comparar una CiU asaeteada por el
Caso Palau, la docena y media de sumarios en los que se traducirán los
escándalos que rodean a la familia Pujol, los que alcanzarán al alcalde de
Barcelona y al mismo Artur Mas, sino a una “organización para delinquir”?
Desde el punto de vista del
marketing ambas marcas han sido arrastradas por los lodos, han perdido el
lustre que tuvieron en otros momentos, la credibilidad que pudieron tener
tiempo atrás. Hoy son lo que en términos de marketing se llama “marcas caídas”:
las que un día tuvieron mucha audiencia pero irremediablemente la están
perdiendo. Las próximas elecciones municipales de mayo de 2015 y las generales
de 2016 lo demostrarán. En cuanto al PSOE, casi mejor no hablar, porque más que
de marcas caídas habría que hablar a marca pulverizada.
Nos habíamos olvidado de Ockham y de su navaja
Había algo en el planteamiento de Artur Mas que parecía incomprensible:
¿Cómo era capaz de ir hacia adelante en la convocatoria del referéndum cuando
la independencia de Cataluña, desde todos los puntos de vista es imposible,
inviable, insostenible, irrealizable? Mas tiene todos los elementos a su
alcance para comprobarlo. Es más, lo ha sabido siempre. Esto era lo
inexplicable del conjunto. La navaja de Ockham cuenta que “en igualdad de condiciones, la
explicación más sencilla suele ser la correcta”. En otras palabras:
la teoría más simple, es siempre la correcta. Y la explicación más sencilla era
la que estaba ante nuestros ojos.
Era imposible que alguien que
dispone de mínimas fuentes de información siguiera avanzando hacia el abismo de
la independencia. Era imposible que el “seny” nacionalista se hubiera evaporado
de un día para otro. Inviable el que buscara una independencia imposible.
Durante meses nos hemos estado preguntando en dónde residía la seguridad casi
teológica, propia de un iluminado con la que Artur Mas llevaba “a su pueblo”,
báculo en mano, hacia la independencia… ¿Quién le apoyaba? ¿Algún sector del
capital financiero internacional? ¿La mafia de los casinos? ¿Los ingleses
siempre dispuestos a crear un “roto” en España? ¿Quién…? Y todas las pesquisas
no llevaban a ninguna desembocadura creíble.
En realidad lo que ocurría era
mucho más simple. Estaba allí delante, ante nuestros ojos y no lo veíamos: Artur Mas no quería la independencia,
porque sabía mejor que nadie que con un bono de la Generalitat a la altura del
“bono-basura”, la independencia era completamente imposible. Es más,
resultaba imposible que Mas no dispusiera de sondeos sobre quién estaba a favor
y quién en contra de la independencia. Esos sondeos, antes de pasar por la
“cocina” de la Generalitat, debían de constatar algo que se percibe
inmediatamente en Cataluña: que habiendo
nacionalismo, existiendo soberanismo y gozando el independentismo de cierto
incremento en los últimos tres años, dista mucho de tener fuerza social
suficiente para impulsar el nacimiento de una nación.
Las cifras de la consulta del 9-N
lo han demostrado: ahí estaba todo el soberanismo. Seguramente ni un
independentista se ha quedado en casa. Es más, han votado tantas veces como han
querido, han votado inmigrantes que aspiran a una subvención, niños llevados
por papá y mamá independentistas. Ese es el techo del independentismo, nada
más. De haber habido campaña en contra, de haberse autorizado el referéndum y
de haberse abierto en los medios de comunicación catalanes debates sobre el
independentismo, y spots publicitarios sobre lo que implicaba la independencia,
el número de No-No (No a un Estado catalán y no a la independencia) y el de
Si-No (si a un Estado catalán, no a un Estado catalán independiente), hubiera
restado todavía más votos a esos magros y opacos resultados que por sí mismos
cierran el camino a la independencia, como mínimo en una generación.
La explicación más simple era esta: “vamos
a pedir la independencia aunque sabemos que es inviable técnicamente y que
electoralmente incluso será rechazada por las urnas, pero vamos a pedirla, en
primer lugar porque nos consta que el referéndum no será autorizado y, sobre
todo, para jugar nuestro papel de nacionalistas, para garantizar la hegemonía
del nacionalismo en Cataluña durante décadas, para que CiU siga siendo
hegemónica en el sector soberanista”… Ockham eternamente.
Las estridencias que se han
producido en algunos momentos del proceso, los maximalismos, las declaraciones
que han hecho creer a algunos espíritus simples que la independencia era para
el 10-N, era todo, absolutamente todo, iniciativas de cara a la “parroquia”, a
los convencidos. La negociación Rajoy-Mas estaba blindada ante estos vaivenes.
La ficción independentista, cortina de humo ante la triste realidad
También aquí se trata de aplicar
la lógica más simple y elemental: CiU es el partido que sociológicamente está
más próximo al PP. CiU es en Cataluña lo que el PP es en el Estado: un partido
de centro-derecha. ¿Cómo hemos podido
pensar en algún momento que CiU iba a romper estridentemente con el gobierno de
España cuando tan bien se ha entendido con él durante 38 años? ¿Es que no
sabéis que la constitución española es un producto de la sinergia creada en
1978 por UCD (hoy PP), CiU y PSOE? ¿Es que hemos olvidado que el régimen que
configuraron, ese “bipartidismo imperfecto”, suponía que estas tres fuerzas
políticas se repartirían el poder durante décadas?
Cada vez que CiU ha prestado su
apoyo a gobiernos del PP y del PSOE para sacar adelante las leyes de
presupuestos anuales o cualquier otra iniciativa legislativa, le ha bastado
simplemente negociar con quien mandara en Madrid en esos momentos, pedir unos
milloncejos de más, garantizar que todo lo que se hacía y deshacía sobre
territorio catalán sería para mayor gloria del nacionalismo y que las
sentencias contrarias del Supremo que menoscabaran esa hegemonía no se
aplicarían en Cataluña. Eso ha sido todo.
La crisis económica iniciada en
2007, brutal especialmente en Cataluña (que ha perdido en 15 años más del 30%
de su capacidad industrial y tiene el lastre insoportable de 1.250.000
inmigrantes y de otros 500.000 que ya han adquirido la nacionalidad española,
con un paro juvenil similar al andaluz y que cada vez vive más del turismo y
menos de la actividad industrial) ha hecho lo demás: había que crear falsas expectativas, objetivos “nacionales”, que
reavivaran el nacionalismo. Ya no bastaba con aquel “nou estatut” impulsado
por el pobre Maragall aquejado por una triste enfermedad degenerativa. Ya no
bastaba con cobrar comisiones del 3-5%. Era preciso recuperar el impulso
nacionalista… que, a fin de cuentas beneficiaría a CiU. Había que evitar que
ERC pudiera obtener ventajas con la crisis económica y, por tanto, había que
ser más nacionalista que ERC, más independentista que el “ceballut mes ceballut del Països Catalans”. Eso para evitar que la
población viera cuál era la situación real de Cataluña: agotada, sin
perspectivas, viviendo del turismo, desindustrializada, étnicamente convertida
en un mosaico, sin nacimientos autóctonos, con una deuda de 60.000 millones de
euros, saqueada por una corrupción galopante que sería imposible mantener
oculta mucho tiempo.
El nacionalismo, históricamente desde el Caso Banca Catalana ha
aprendido que cualquier excusa emotiva y sentimental relativa a Cataluña y al
patriotismo catalán basta para ocultar las vergüenzas ante un electorado tan
poco exigente como el del resto del Estado. La envergadura de la crisis
económica iniciada en 2007 era de tal magnitud, que la cortina de humo creada
para ocultar la ineficacia de la Generalitat ha tenido que ser
desproporcionada. Ha consistido, simplemente, el crear la ficción del “día 10-N
seremos independientes”.
¿Y el gobierno del Estado?
Hoy podemos intuir que el pacto Rajoy-Mas consistía simplemente en que
el segundo convocaba un referéndum a través de una “ley de consultas” aprobada ad hoc. Rajoy impugnaría el referéndum
con lo cual queda bien ante su electorado. Mas seguiría adelante con el
referéndum pasando a llamarlo “consulta”, manifestando una firmeza que
encandilaría a su electorado. Ambos contentos, porque en definitiva, ni el
referéndum hubiera dado mayoría al independentismo en caso de ser legal (hoy lo
sabemos a raíz de los resultados del 9-N), ni la “consulta” como tal tiene el
más mínimo valor jurídico ante nadie y en cuando a sus resultados cada cual
la puede interpretar como le dé la gana.
Diferente hubiera sido si Rajoy
hubiera lanzado a los GEOS y a los blindados, hubiera instado a los mozos a
cerrar los colegios electorales e identificar a quienes estaban tras las mesas
plegables y las urnas de cartón. Entonces sí que el 10-N, Artur Mas hubiera
debido llamar a la insumisión generalizada y él mismo habría terminado en la
cárcel… pero Rajoy se hubiera quedado
sin interlocutor en Cataluña. Porque, hoy en Cataluña, el interlocutor de Rajoy
solamente puede ser Artur Mas u Oriol Junqueras. Al menos el primero pertenece
al gang con el que ya hubo acuerdo
para distribuirse las zonas de influencia y tapar vergüenzas mutuas.
En el momento actual, todavía los
portavoces del gobierno hablan de que actuará la Fiscalía contra los que
realizaron la consulta, nos cuentan que están estudiando la denuncia a
presentar. Mentiras. Son las mentiras
que preceden al inicio del segundo acto del sainete catalán: la negociación. Lo
más probable es que se prolongue hasta después de las elecciones municipales ya
próximas: terminará antes de que comience el verano de 2015 posiblemente con
una “hacienda catalana” o quizás con un compromiso de mayores dotaciones
presupuestarias para Cataluña, un impulso al corredor mediterráneo o,
simplemente, que el Estado se hará cargo de parte del déficit de la Generalitat
y la Fiscalía General del Estado se olvide de los procesos por corrupción contra
nacionalistas. Eso es todo.
A Mas le bastará con disminuir el
flujo de euros a las solícitas dirigentes del Ómnium Cultural, de la ANC, de
Dret a Décidir, con lo que el entramado soberanista se diluirá como un
azucarillo. Los libros de historia que utilizarán los escolares en Cataluña
dirán que fue una “gran victoria” del nacionalismo y a otra cosa… El “éxito” de la negociación debería
generar un renovado entusiasmo hacia Artur Mas y hacia CiU que favorecerían su
resurrección política y atenuarían el crecimiento de ERC. Todos contentos.
Quizás a Junqueras volverían a caérsele lágrimas y mocos. Pero Rajoy y Mas
respirarían tranquilos.
La “unidad de España” no ha estado verdaderamente en peligro. Lo que se
ha hundido es la dignidad y la credibilidad de la clase política, de Artur Mas
y de Mariano Rajoy. Ni uno ni otro saldrán indemnes de esta aventura. Y lo
peor es que el país está gobernado por esa clase política indigna y miserable
capaz de cambalachear y jugar hasta con conceptos y entidades como “Nación”,
“Estado”, “Soberanía”.
Lo que se les escapa a las dos partes
Cuando escribimos esto, los
primeros en haberse dado cuenta del juego Rajoy-Mas han sido los miembros de
ERC que en la tarde del martes daban por roto el pacto de unidad y pedían
elecciones autonómicas anticipadas. A día de hoy, las ganarían. El lunes 10-N
ya se ponía de manifiesto el intento de Mas de reforzar a CiU con una
candidatura que integrara a caras conocidas de la ANC y del Ómnium, tendiendo
puentes hacia CUP en el intento de atrapar a ERC en una doble tenaza. De
“borrokas” a palanganeros de Mas, tal es el destino de las CUP. En cualquier
caso, las elecciones anticipadas planean sobre Cataluña: Mas las retrasará
tanto como pueda y sólo las adelantará cuando esté convencido de que puede
ganarlas. ERC presionará al máximo. El PSC no sabe/no contesta. El PP es demasiado
débil para representar algo en aquella autonomía. La inestabilidad política se
instala en Cataluña a partir de ahora.
El error de Mas y de Rajoy consiste en tomar la crisis catalana como
algo aislado de la crisis política e institucional que está viviendo el Estado
Español a raíz de la prolongación de la crisis económica. Ambos no
reconocen que cada vez existen más sectores sociales disconformes con el rumbo
del Estado, la ineficacia de las instituciones para resolver los problemas y
los niveles de corrupción generalizada. La crisis del ébola, las imágenes de la
valla de Melilla, los viajes de Monago, las disculpas de Rajoy y de la Aguirre
con los casos de corrupción, las propuestas absurdas de Pedro Sánchez, el
crecimiento de Podemos, los silencios de la monarquía, la economía que sigue
sin funcionar pese a las increíbles “cifras macroeconómicas”, al “derecho a
decidir” canario, la consideración de la clase política como conjunto de
aprovechados sin escrúpulos, las imágenes de un parlamento que bosteza y no
legisla, de un gobierno que no gobierna, de un poder judicial al que se le
acumulan casos, pero parece incapaz de concluir sumarios y encarcelar a
culpables, unido al sainete catalán.. Todo esto son distintos frentes de la
crisis del Estado surgido de la Constitución de 1978.
Las siglas que hicieron esta constitución viven hoy de inercias
adquiridas en tiempos pasados, pero las próximas elecciones municipales, autonómicas
y generales en los dos próximos años van a redimensionarlas. Hoy son “marcas
caídas”. Desde el puntos de vista del marketing (¿y que es la política al
uso sino el arte de vender un producto en forma de sigla?) levantar una marca
caída es siempre imposible. Resulta mucho más barato crear una marca nueva. Por
eso Podemos arrasará. Por eso las siglas del “viejo orden”, los PP, PSOE, CiU,
PNV menguarán.
¿Habrá sitio en el “nuevo orden” del futuro para formaciones
identitarias que propongan una estructura foral para España? ¿Será posible de
una vez por todas que los mayores niveles de autonomía no estén vinculados a
las mayores presiones chantajistas o a la acción amenazadora de movimientos
terroristas, sino a los mayores niveles de lealtad?
¿Será posible, en definitiva, que
la “política” se convierta en Gran Política capaz de suscitar energías,
concebir proyectos históricos, en lugar de ser la gestión mediocre del día a
día, la posibilidad de acumular algún que otro milloncejo a la sombra del poder
o, simplemente, el cambalacheo entre dos bandas de gánster por el control de
las zonas de influencia?
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – Prohibida la
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