jueves, 13 de noviembre de 2014

El 9-N visto el 12-N… Rajoy salva a Mas


Info|krisis.- Cada vez da más la sensación de haber asistido a una pequeña y mediocre escenificación teatral, pactada desde hace meses, en el cual las dos partes se han atenido a un guion en el que ambas salvaban la cara ante su electorado. Acabado el primer acto del sainete, ahora empieza el segundo. Los dos actores principales, Artur Mas y Mariano Rajoy, apenas han hecho otra cosa que mantener la adhesión de los admiradores incondicionales, si bien cierto número de espectadores que buscaban más credibilidad se han visto decepcionados. El problema es que el segundo acto va a ser el decisivo. Los dos actores lo único que han hecho es prolongar la vigencia del problema.

Gangs mafiosos y “marcas caídas”

La política es ejercicio del Poder. Cuando se renuncia a esa prerrogativa lo que se hace no es política sino teatro. Rajoy, ante la “cuestión catalana” no ha hecho en absoluto política, ni ejercicio de poder, tan solo “teatro”. En cuanto a Mas parecía como si hubiera olvidado que el trueque, la negociación, el cambalacheo, a ratos chantajeando y a ratos jugando la carta del pedigüeño, la de la virgen ofendida y la del vendedor de textil trabajador y honesto a carta cabal, han constituido las imágenes a las que ha recurrido el nacionalismo catalán desde sus orígenes decimonónicos. Durante unos meses la actitud política de Mas era absolutamente incomprensible para un “catalán de seny”, siempre partidario del “parlem-hi” (hablemos), que parecía haberse anclado en el maximalismo, el todo o nada, el hágase mi voluntad y demás lindezas con las que nos ha obsequiado diariamente en estos últimos seis meses.
Rajoy y Mas han representado una farsa. El reproche principal que podemos hacerles hoy es que ambos han negociado (seguramente a través de terceros y discretamente), estableciendo los límites a los que podía llegar cada uno y blindando sus respectivas posiciones. Un pacto mafioso, a fin de cuentas, entre dos gangs asaeteados por la corrupción, desprestigiados progresivamente ante la opinión pública, dos partidos cada vez más parecidos a bandas mafiosas que se han repartido España desde hace décadas, como los gánsters de Chicago se distribuían los barrios de aquella ciudad durante la ley seca: el South Side para Al Capone, de Jefferson Park hacia arriba para la mafia irlandesa…

¿A qué otra cosa sino a un gang se podría comparar el PP del Caso Gürtel, de Jaume Matas entrando y saliendo de prisión con la velocidad que Superman se pone y se quita el traje de super-héroe, del Caso Granados y de todo lo que irá saliendo? ¿A qué se podría comparar una CiU asaeteada por el Caso Palau, la docena y media de sumarios en los que se traducirán los escándalos que rodean a la familia Pujol, los que alcanzarán al alcalde de Barcelona y al mismo Artur Mas, sino a una “organización para delinquir”?

Desde el punto de vista del marketing ambas marcas han sido arrastradas por los lodos, han perdido el lustre que tuvieron en otros momentos, la credibilidad que pudieron tener tiempo atrás. Hoy son lo que en términos de marketing se llama “marcas caídas”: las que un día tuvieron mucha audiencia pero irremediablemente la están perdiendo. Las próximas elecciones municipales de mayo de 2015 y las generales de 2016 lo demostrarán. En cuanto al PSOE, casi mejor no hablar, porque más que de marcas caídas habría que hablar a marca pulverizada.

Nos habíamos olvidado de Ockham y de su navaja

Había algo en el planteamiento de Artur Mas que parecía incomprensible: ¿Cómo era capaz de ir hacia adelante en la convocatoria del referéndum cuando la independencia de Cataluña, desde todos los puntos de vista es imposible, inviable, insostenible, irrealizable? Mas tiene todos los elementos a su alcance para comprobarlo. Es más, lo ha sabido siempre. Esto era lo inexplicable del conjunto. La navaja de Ockham cuenta que en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta. En otras palabras: la teoría más simple, es siempre la correcta. Y la explicación más sencilla era la que estaba ante nuestros ojos.

Era imposible que alguien que dispone de mínimas fuentes de información siguiera avanzando hacia el abismo de la independencia. Era imposible que el “seny” nacionalista se hubiera evaporado de un día para otro. Inviable el que buscara una independencia imposible. Durante meses nos hemos estado preguntando en dónde residía la seguridad casi teológica, propia de un iluminado con la que Artur Mas llevaba “a su pueblo”, báculo en mano, hacia la independencia… ¿Quién le apoyaba? ¿Algún sector del capital financiero internacional? ¿La mafia de los casinos? ¿Los ingleses siempre dispuestos a crear un “roto” en España? ¿Quién…? Y todas las pesquisas no llevaban a ninguna desembocadura creíble.

En realidad lo que ocurría era mucho más simple. Estaba allí delante, ante nuestros ojos y no lo veíamos: Artur Mas no quería la independencia, porque sabía mejor que nadie que con un bono de la Generalitat a la altura del “bono-basura”, la independencia era completamente imposible. Es más, resultaba imposible que Mas no dispusiera de sondeos sobre quién estaba a favor y quién en contra de la independencia. Esos sondeos, antes de pasar por la “cocina” de la Generalitat, debían de constatar algo que se percibe inmediatamente en Cataluña: que habiendo nacionalismo, existiendo soberanismo y gozando el independentismo de cierto incremento en los últimos tres años, dista mucho de tener fuerza social suficiente para impulsar el nacimiento de una nación.

Las cifras de la consulta del 9-N lo han demostrado: ahí estaba todo el soberanismo. Seguramente ni un independentista se ha quedado en casa. Es más, han votado tantas veces como han querido, han votado inmigrantes que aspiran a una subvención, niños llevados por papá y mamá independentistas. Ese es el techo del independentismo, nada más. De haber habido campaña en contra, de haberse autorizado el referéndum y de haberse abierto en los medios de comunicación catalanes debates sobre el independentismo, y spots publicitarios sobre lo que implicaba la independencia, el número de No-No (No a un Estado catalán y no a la independencia) y el de Si-No (si a un Estado catalán, no a un Estado catalán independiente), hubiera restado todavía más votos a esos magros y opacos resultados que por sí mismos cierran el camino a la independencia, como mínimo en una generación.

La explicación más simple era esta: “vamos a pedir la independencia aunque sabemos que es inviable técnicamente y que electoralmente incluso será rechazada por las urnas, pero vamos a pedirla, en primer lugar porque nos consta que el referéndum no será autorizado y, sobre todo, para jugar nuestro papel de nacionalistas, para garantizar la hegemonía del nacionalismo en Cataluña durante décadas, para que CiU siga siendo hegemónica en el sector soberanista”… Ockham eternamente.

Las estridencias que se han producido en algunos momentos del proceso, los maximalismos, las declaraciones que han hecho creer a algunos espíritus simples que la independencia era para el 10-N, era todo, absolutamente todo, iniciativas de cara a la “parroquia”, a los convencidos. La negociación Rajoy-Mas estaba blindada ante estos vaivenes.

La ficción independentista, cortina de humo ante la triste realidad

También aquí se trata de aplicar la lógica más simple y elemental: CiU es el partido que sociológicamente está más próximo al PP. CiU es en Cataluña lo que el PP es en el Estado: un partido de centro-derecha. ¿Cómo hemos podido pensar en algún momento que CiU iba a romper estridentemente con el gobierno de España cuando tan bien se ha entendido con él durante 38 años? ¿Es que no sabéis que la constitución española es un producto de la sinergia creada en 1978 por UCD (hoy PP), CiU y PSOE? ¿Es que hemos olvidado que el régimen que configuraron, ese “bipartidismo imperfecto”, suponía que estas tres fuerzas políticas se repartirían el poder durante décadas?

Cada vez que CiU ha prestado su apoyo a gobiernos del PP y del PSOE para sacar adelante las leyes de presupuestos anuales o cualquier otra iniciativa legislativa, le ha bastado simplemente negociar con quien mandara en Madrid en esos momentos, pedir unos milloncejos de más, garantizar que todo lo que se hacía y deshacía sobre territorio catalán sería para mayor gloria del nacionalismo y que las sentencias contrarias del Supremo que menoscabaran esa hegemonía no se aplicarían en Cataluña. Eso ha sido todo.

La crisis económica iniciada en 2007, brutal especialmente en Cataluña (que ha perdido en 15 años más del 30% de su capacidad industrial y tiene el lastre insoportable de 1.250.000 inmigrantes y de otros 500.000 que ya han adquirido la nacionalidad española, con un paro juvenil similar al andaluz y que cada vez vive más del turismo y menos de la actividad industrial) ha hecho lo demás: había que crear falsas expectativas, objetivos “nacionales”, que reavivaran el nacionalismo. Ya no bastaba con aquel “nou estatut” impulsado por el pobre Maragall aquejado por una triste enfermedad degenerativa. Ya no bastaba con cobrar comisiones del 3-5%. Era preciso recuperar el impulso nacionalista… que, a fin de cuentas beneficiaría a CiU. Había que evitar que ERC pudiera obtener ventajas con la crisis económica y, por tanto, había que ser más nacionalista que ERC, más independentista que el “ceballut mes ceballut del Països Catalans”. Eso para evitar que la población viera cuál era la situación real de Cataluña: agotada, sin perspectivas, viviendo del turismo, desindustrializada, étnicamente convertida en un mosaico, sin nacimientos autóctonos, con una deuda de 60.000 millones de euros, saqueada por una corrupción galopante que sería imposible mantener oculta mucho tiempo.

El nacionalismo, históricamente desde el Caso Banca Catalana ha aprendido que cualquier excusa emotiva y sentimental relativa a Cataluña y al patriotismo catalán basta para ocultar las vergüenzas ante un electorado tan poco exigente como el del resto del Estado. La envergadura de la crisis económica iniciada en 2007 era de tal magnitud, que la cortina de humo creada para ocultar la ineficacia de la Generalitat ha tenido que ser desproporcionada. Ha consistido, simplemente, el crear la ficción del “día 10-N seremos independientes”.

¿Y el gobierno del Estado?

Hoy podemos intuir que el pacto Rajoy-Mas consistía simplemente en que el segundo convocaba un referéndum a través de una “ley de consultas” aprobada ad hoc. Rajoy impugnaría el referéndum con lo cual queda bien ante su electorado. Mas seguiría adelante con el referéndum pasando a llamarlo “consulta”, manifestando una firmeza que encandilaría a su electorado. Ambos contentos, porque en definitiva, ni el referéndum hubiera dado mayoría al independentismo en caso de ser legal (hoy lo sabemos a raíz de los resultados del 9-N), ni la “consulta” como tal tiene el más mínimo valor jurídico ante nadie y en cuando a sus resultados cada cual la puede interpretar como le dé la gana.

Diferente hubiera sido si Rajoy hubiera lanzado a los GEOS y a los blindados, hubiera instado a los mozos a cerrar los colegios electorales e identificar a quienes estaban tras las mesas plegables y las urnas de cartón. Entonces sí que el 10-N, Artur Mas hubiera debido llamar a la insumisión generalizada y él mismo habría terminado en la cárcel… pero Rajoy se hubiera quedado sin interlocutor en Cataluña. Porque, hoy en Cataluña, el interlocutor de Rajoy solamente puede ser Artur Mas u Oriol Junqueras. Al menos el primero pertenece al gang con el que ya hubo acuerdo para distribuirse las zonas de influencia y tapar vergüenzas mutuas.

En el momento actual, todavía los portavoces del gobierno hablan de que actuará la Fiscalía contra los que realizaron la consulta, nos cuentan que están estudiando la denuncia a presentar. Mentiras. Son las mentiras que preceden al inicio del segundo acto del sainete catalán: la negociación. Lo más probable es que se prolongue hasta después de las elecciones municipales ya próximas: terminará antes de que comience el verano de 2015 posiblemente con una “hacienda catalana” o quizás con un compromiso de mayores dotaciones presupuestarias para Cataluña, un impulso al corredor mediterráneo o, simplemente, que el Estado se hará cargo de parte del déficit de la Generalitat y la Fiscalía General del Estado se olvide de los procesos por corrupción contra nacionalistas. Eso es todo.

A Mas le bastará con disminuir el flujo de euros a las solícitas dirigentes del Ómnium Cultural, de la ANC, de Dret a Décidir, con lo que el entramado soberanista se diluirá como un azucarillo. Los libros de historia que utilizarán los escolares en Cataluña dirán que fue una “gran victoria” del nacionalismo y a otra cosa… El “éxito” de la negociación debería generar un renovado entusiasmo hacia Artur Mas y hacia CiU que favorecerían su resurrección política y atenuarían el crecimiento de ERC. Todos contentos. Quizás a Junqueras volverían a caérsele lágrimas y mocos. Pero Rajoy y Mas respirarían tranquilos.

La “unidad de España” no ha estado verdaderamente en peligro. Lo que se ha hundido es la dignidad y la credibilidad de la clase política, de Artur Mas y de Mariano Rajoy. Ni uno ni otro saldrán indemnes de esta aventura. Y lo peor es que el país está gobernado por esa clase política indigna y miserable capaz de cambalachear y jugar hasta con conceptos y entidades como “Nación”, “Estado”, “Soberanía”.

Lo que se les escapa a las dos partes

Cuando escribimos esto, los primeros en haberse dado cuenta del juego Rajoy-Mas han sido los miembros de ERC que en la tarde del martes daban por roto el pacto de unidad y pedían elecciones autonómicas anticipadas. A día de hoy, las ganarían. El lunes 10-N ya se ponía de manifiesto el intento de Mas de reforzar a CiU con una candidatura que integrara a caras conocidas de la ANC y del Ómnium, tendiendo puentes hacia CUP en el intento de atrapar a ERC en una doble tenaza. De “borrokas” a palanganeros de Mas, tal es el destino de las CUP. En cualquier caso, las elecciones anticipadas planean sobre Cataluña: Mas las retrasará tanto como pueda y sólo las adelantará cuando esté convencido de que puede ganarlas. ERC presionará al máximo. El PSC no sabe/no contesta. El PP es demasiado débil para representar algo en aquella autonomía. La inestabilidad política se instala en Cataluña a partir de ahora.

El error de Mas y de Rajoy consiste en tomar la crisis catalana como algo aislado de la crisis política e institucional que está viviendo el Estado Español a raíz de la prolongación de la crisis económica. Ambos no reconocen que cada vez existen más sectores sociales disconformes con el rumbo del Estado, la ineficacia de las instituciones para resolver los problemas y los niveles de corrupción generalizada. La crisis del ébola, las imágenes de la valla de Melilla, los viajes de Monago, las disculpas de Rajoy y de la Aguirre con los casos de corrupción, las propuestas absurdas de Pedro Sánchez, el crecimiento de Podemos, los silencios de la monarquía, la economía que sigue sin funcionar pese a las increíbles “cifras macroeconómicas”, al “derecho a decidir” canario, la consideración de la clase política como conjunto de aprovechados sin escrúpulos, las imágenes de un parlamento que bosteza y no legisla, de un gobierno que no gobierna, de un poder judicial al que se le acumulan casos, pero parece incapaz de concluir sumarios y encarcelar a culpables, unido al sainete catalán.. Todo esto son distintos frentes de la crisis del Estado surgido de la Constitución de 1978.

Las siglas que hicieron esta constitución viven hoy de inercias adquiridas en tiempos pasados, pero las próximas elecciones municipales, autonómicas y generales en los dos próximos años van a redimensionarlas. Hoy son “marcas caídas”. Desde el puntos de vista del marketing (¿y que es la política al uso sino el arte de vender un producto en forma de sigla?) levantar una marca caída es siempre imposible. Resulta mucho más barato crear una marca nueva. Por eso Podemos arrasará. Por eso las siglas del “viejo orden”, los PP, PSOE, CiU, PNV menguarán.

¿Habrá sitio en el “nuevo orden” del futuro para formaciones identitarias que propongan una estructura foral para España? ¿Será posible de una vez por todas que los mayores niveles de autonomía no estén vinculados a las mayores presiones chantajistas o a la acción amenazadora de movimientos terroristas, sino a los mayores niveles de lealtad?

¿Será posible, en definitiva, que la “política” se convierta en Gran Política capaz de suscitar energías, concebir proyectos históricos, en lugar de ser la gestión mediocre del día a día, la posibilidad de acumular algún que otro milloncejo a la sombra del poder o, simplemente, el cambalacheo entre dos bandas de gánster por el control de las zonas de influencia?


© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este artículo sin indicar origen.