sábado, 18 de mayo de 2013

Romper el bipartidismo, condición sine qua non para avanzar



Hace poco me vi envuelto en una polémica bastante absurda sobre los méritos del UKIP (estrella ascendente de la política británica) y los del BNP (eterna promesa que aspira a jugar en las “ligas mayores”). Dado lo pedestre de estas polémicas en la red, también aquí se produjo la habitual confusión: para unos de lo que se trataba era de demostrar quienes eran “los camaradas” (y en esto, cualquier opinión vale: porque para unos el “camarada” es el que responde a los emails, o el que dispone de más skins entre su militancia, o acaso el que saca de paseo más banderas de la Union Jack en sus manifestaciones)… para mí, el problema era diferente: se trataba comentar la noticia sobre que Nigel Farage era el político mejor valorado y el único que aprobaba ante la opinión pública por delante de conservadores, laboristas y liberales. Y lo que planteaba era que esta era una “buena noticia”. Lo sigo manteniendo.

La crisis pasa factura a los partidos tradicionales

Vale la pena recordar que en julio de 2013 se cumplirá el sexto aniversario del inicio de la crisis y que, por el momento, seguimos dentro del túnel en el que nos ha colocado la globalización y la sucesión de catástrofes económicas que derivaron de la primera crisis inmobiliaria norteamericanas (el episodio de las subprimes) que se contagió a todo el mundo y arrastró al estallido de la burbuja inmobiliaria española con las consecuencias que todos conocemos.

Cuando se va ya por el sexto año de la crisis todo induce a pensar que las soluciones tradicionales de derechas y de izquierdas, o mejor de centro–derecha y de centro–izquierda, han fracasado en toda Europa. La crisis ha pasado factura a quien se encontraba en el poder en el momento en que se desencadenó, pero seis años son suficientes como para que quienes estaban entonces en la oposición hayan sufrido la erosión: es el precio a no tener redaños para criticar la estructura globalizada de la economía mundial, ni condenar taxativamente la economía especulativa, ni haber hecho nada para desmontar los paraísos fiscales, ni prohibir simplemente los “productos bursátiles” más absurdos y arriesgados.

El poder del dinero es tal –la plutocracia– que las alternativas clásicas de centro–derecha y centro–izquierda se encuentran desprestigiadas por completo a ojos de la opinión pública. Esta crisis, en su actual configuración, promete durar más que la de 1929 que solamente terminó cuando Inglaterra y Francia convirtieron un conflicto regional germano–polaco en una guerra mundial presionados por la plutocracia anglosajona que precisaba entonces urgentemente de una guerra para poner en marcha nuevamente los mecanismos de producción y consumo.

A diferencia de la crisis del 29, en esta ha aparecido un fenómeno nuevo: no solamente los partidos tradicionales pierden fuelle, sino también los medios de comunicación que hasta no hace mucho habían sido mayoritarios, creídos y leídos por las masas. La irrupción de nuevas formas de comunicación y muy especialmente de Internet ha hecho que solamente mediante las subvenciones y los subsidios los medios de comunicación tradicionales puedan sobrevivir. Pero, con la contrapartida, de una mayor servidumbre y de la práctica de una fidelidad perruna hacia el partido de gobierno: y esto ha acelerado su pérdida de credibilidad entre las masas. Y, no lo olvidemos, pierde influencia también cualquier tipo de estructura social que hayamos conocido hasta ahora: los sindicatos, la Iglesia, la familia…

En toda Europa, los partidos hasta ahora tradicionales, están en crisis: es el UKIP en el Reino Unido, es Cinque Stelle en Italia, es el Amanecer Dorado y su contrapartida de izquierdas en Grecia, es en Francia el Front National, en Alemania la opción de izquierdas de Lafontaine y en los países del Este un renovado auge de la extrema–derecha y de la extrema–izquierda. Es, en España también el crecimiento en intención de voto de C’s, de UPyD y, por supuesto, de Izquierda Unida.

No podía ser de otra forma: cuando los partidos tradicionales no logran sacar a un país el bache, antes o después se produce una defección del electorado. Por eso decíamos hace seis años que la crisis económica se traduciría en un aumento del paro y, en breve espacio de tiempo mutaría hacia la crisis social y que, de persistir, se convertiría en una crisis política. Lo que no intuíamos hace seis años es que esta crisis iba a ser generalizada en toda Europa.

El bipartidismo como eje central de los sistemas políticos occidentales

Desde la Segunda Guerra Mundial la mayoría de constituciones europeas están calcadas entre sí y constituidas a efectos de obtener que dos partidos mayoritarios, siempre, uno de centro–izquierda y el otro de centro–derecha, se vayan turnando en el poder en solitario o bien acompañados por un tercer partido menor en gobierno de coalición dentro de Estados que tienen una arquitectura constitucional de lo que se ha llamado “bipartidismo imperfecto”. El paso del tiempo ha hecho incluso que países en los que, inicialmente se tenía un sistema multipartidista, poco a poco, las sucesivas reformas en la ley electoral, realizadas para cortar el acceso a nuevos actores políticos, se hayan transformado en escenarios bipartidistas como en el caso de Francia.

Por otra parte, los valores aupados y trasladados por los medios de  comunicación han tendido a loar, glosar y ensalzar las opciones “moderadas”, esto es, centristas y a considerar cualquier otro como “extremista” y, por tanto, como rechazable. Pero, en un período de crisis, todo esto ya no vale y lo que cuenta es, precisamente, la capacidad de los gobiernos para superar la crisis. La muerte de las ideologías en la segunda mitad del siglo XX, ha generado la migración del electorado hacia las opciones más “eficientes”, si esta eficiencia está ausente, antes o después, se produce el abandono por parte del electorado. El hecho de que también los medios de comunicación sufran una crisis de credibilidad les inhabilita para jugar un papel de “retorno al redil” sobre la opinión pública.

Los sistemas electorales diseñados y puestos en práctica favorecen especialmente la alternancia en el poder de los partidos mayoritarios y están hechos para beneficiar a estas opciones, así como los sistemas de subvención por voto, como también lo está la legislación de publicidad gratuita. Se ha tratado desde 1945 que solamente pueden destacar los partidos “centristas” de derechas e izquierdas. El resto, aun cuando tengan seguimiento electoral, incluso superior al 20%, ni siquiera tienen representación en el parlamento.

Todo esto ha funcionado hasta la crisis, pero su hundimiento es inevitable. Por todas partes, los grandes partidos se han visto afectados por escándalos de corrupción y especialmente por falta de capacidad para reaccionar drásticamente para superar la situación de quiebra nacional de muchos países.

Así pues, lo que está fallando no es solamente el partido tal de centro–derecha o el partido cual de centro–izquierda, sino el propio sistema en su arquitectura. Durante unos años, todo parecía controlado, no había elementos nuevos: no era algo extraordinario el que el “país real” fuera por un lado y el “país oficial” por otro, los partidos pequeños seguían siendo pequeños y los grandes, a pesar de su ineficiencia, seguían siendo grandes. Pero la persistencia y la prolongación de la crisis también ha arrojado un elemento nuevo: por primera vez desde 1945 los “grandes” se arriesgan a perder su situación privilegiada, mientras que los “pequeños” van a estar en apenas dos o tres años, en condiciones de codearse e incluso de superar a los que hasta ahora eran los únicos gerentes de sus países.

Del bipartidismo a la inestabilidad

Y este dato es extraordinariamente importante para el futuro: arquitecturas constitucionales diseñadas para una alternancia bipartidista (perfecta o  imperfecta), bruscamente, van a ver como ascienden nuevas fuerzas políticas mientras que las hasta ahora han sido tradicionales y han gestionado estos sistemas, se contraen. La era del bipartidismo imperfecto está a punto de terminar en toda Europa… pero los sistemas políticos están diseñados solamente para ser gerenciados por la alternancia de dos partidos.

Esto introduce un elemento de INESTABILIDAD en el seno del sistema político de casi todos los países europeos. Y, si bien para los conservadores, esta inestabilidad es sinónimo casi de un elemento satánico filtrado, para los que creemos que los sistemas políticos creados desde 1945 en Europa deben ser  rápidamente sustituidos por formas más eficientes y racionales, la desaparición del bipartidismo es la condición sine qua non para poder operar reformas más profundas.

La crisis, tal como preveíamos en 2007, está terminando por ser una crisis política y una crisis de este tipo no se resuelve con inversiones, subsidios, ni policías, se resuelve solamente mediante la construcción de un nuevo diseño constitucional. Nada de todo ello podría hacerse si el bipartidismo prolongara su influencia por toda la eternidad. Así pues, la salida a la superficie de nuevas fuerzas políticas, sean del tipo que sean, no debe ser tomado como una contingencia sin interés, sino como un factor de esperanza: cualquier voto que va a parar a una de estas nuevas opciones es un voto de rechazo al bipartidismo, un voto decepcionado por el bipartidismo, un voto de rechazo.

¿Amigos, enemigos, “camaradas”?

Las décadas del bipartidismo han traído tres lacras: corrupción, partidocracia, irresponsabilidad. La corrupción consiste en convertir la tarea de servicio a la comunidad, la política, en una actividad lucrativa y en la habilidad para desviar dinero público a bolsillos particulares. Toda la clase política sin excepción practica este “arte”. La partidocracia es una degeneración de la democracia en la que el poder y el interés de los partidos se sitúan por encima del interés común. La irresponsabilidad consiste en el desprestigio de la política y en el hecho de que no son precisamente élites intelectuales o morales las que se dedican a esta actividad sino ambiciosos sin escrúpulos, psicópatas o simplemente inútiles que han advertido que estar a la sombra del poder es la única forma para realizar grandes negocios especulativos sin necesidad de trabajar.

Si bien es cierto que en Europa existe un rechazo generalizado a la corrupción de la clase política, es mucho menor el rechazo a la partidocracia y todavía no se percibe con claridad los efectos de la irresponsabilidad a la que hemos aludido. De ahí que es presumible que las opciones políticas emergentes alberguen todavía muchas lacras habituales en los viejos partidos mayoritarios. No se pasa de un “mundo de mierda” a un “mundo de oro” sin etapas intermedias y nunca cuando en momentos como en la actualidad la situación política está excesivamente “podrida” y la inmoralidad arraiga incluso en partidos que alardean de ser “honestos” (¿cuántos líderes incapaces de estos pequeños partidos viven de la política sin tener condiciones, inteligencia ni preparación, apropiándose de las cuotas pagadas por sus afiliados y sin tener intención jamás de acceder, ni facilitar los libros de cuentas, ni la relación de los afiliados, ni de realizar prácticas “abiertas”, “transparentes” y “no corruptas”… desde Rosa Díez, hasta el último mono (y últimos monos hay muchos), en la inmensa mayoría de partidos “alternativos” se realizan tales prácticas que desdicen la “honestidad” proclamada. En política, hoy, ni hay “mirlos blancos”, ni “vírgenes puras”, ni “prácticas diáfanas” y no interesadas. Vale la pena reconocerlo para evitar lamentos futuros y desengaños previsibles.

En estas circunstancias, en las que la población y las masas están completamente desinteresadas por la acción política, no solamente por las doctrinas sino también por las concepciones del mundo, e incluso por las fórmulas para salir de la crisis y lo único que aspiran es a que se “resuelva lo suyo”, es evidente que no tiene mucho sentido hablar de “marxistas” (IU no tiene ya nada del antiguo marxismo–leninismo, como máximo mantiene en su imaginario los tópicos de la izquierda comunista, pero del marxismo como doctrina ya no queda nada, y por lo mismo, tampoco en las opciones de extrema–derecha puede hablarse de “grandes ideologías” que solamente interesan y conocen de manera muy limitada unos pocos de sus militantes, ideologías mal definidas y peor practicadas), de “socialistas”, de “conservadores”, de “fascistas”, de “patriotas”, de “alternativos”, de “identitarios”, de “nueva izquierda”… cualquier debate político–ideológico se realiza sobre una tierra yerma, y da resultados pobrísimos y siempre de compromiso. Esto ocurre por la caída en picado de los niveles culturales de las masas, uno de los factores requeridos y aplicados por el bipartidismo para poder prolongar su dominio.

En esta situación y en los próximos años no habrá “camaradas”, entendiendo por tales los miembros de una sola comunidad de ideas lo suficientemente extendida como para que no sea una secta y lo suficiente abierta como para entender e integrar todos los aspectos de la modernidad. Hay “coincidencias”, hay “amigos”, hay “compañeros de viaje”, pero difícilmente “camaradas” y si esta idea implica una "comunión de ideas" que vaya más allá de cuatro coincidencias accidentales, especialmente si nos atenemos a grupos mayores de 25–50 personas. Precisamente, otro de los rasgos del actual panorama político es la atomización de las opciones doctrinales, la falta de liderazgo de los dirigentes y el que dentro de cada opción, cada militante tenga posiciones personales, sometiéndose a la dirección, simplemente por interés y para no quedar mal situado en caso de que su opción logre gestionar en algún momento el poder. Por lo demás, en la totalidad de los partidos políticos existentes el nivel de preparación de la militancia es sencillamente ínfimo.

A la espera de la “gran síntesis”

Estamos hablando de un tiempo de transición, nuestro tiempo, en el que todavía es pronto para formar nuevas síntesis doctrinales de carácter global. Hoy lo que existen son apenas respuestas parciales (las tiene el 15–M, las tienen algunos conservadores, y creen que las tienen otras opciones marginales) pero, de la misma forma que no existen líderes dignos de tal nombre, tampoco existen, fórmulas doctrinales realistas y de síntesis que, aplicadas puedan resolver los grandes problemas del siglo XXI. En estos tiempos de transición no hay nada definitivo, todo es inestable, temporal, convulso. Estamos asistiendo a las convulsiones del parto de un mundo nuevo que será radicalmente diferente al que hemos conocido, pero que todavía ignoramos cómo será y qué rasgos tendrá.

En esta situación, hay que abordar cualquiera de las nuevas opciones políticas que van apareciendo CON RESERVAS MENTALES, nunca como algo definitivo. Hay, pues, que practicar cierto situacionismo: cada momento político tiene su opción más adecuada y cada problema su solución en una u otra zona del arco político. Pero, a fuerza de ser objetivos, deberemos reconocer que ningún espacio político tiene todas las respuestas para el futuro: además, los problemas, no son solamente políticos, o doctrinales, no son tampoco solamente sociales o económicos, son de todo tipo, estratégicos, tácticos… y las respuestas que pueda haber nunca están concentradas solamente en una sigla o en una revista o en un programa, están dispersos y queda todavía por hacer el esfuerzo de síntesis.

Así pues, la única actitud consecuente en este momento es la de permanecer vigilantes y con la mentalidad abierta. Lo peor, en cambio, es recluirse en sectas o en el pensamiento propiamente sectario que es, a la vez, dogmático y maniqueo. Lo importante es no forjarse falsas esperanzas, no conceder a nadie, a ninguna sigla ni a ningún líder, el apoyo total sin ningún tipo de reserva mental, y el ser conscientes de que todavía, en las nuevas opciones que emergen del hundimiento bipartidista, todavía quedan muchos residuos de egoísmo, individualismo, y patologías políticas propias de las actuales clases políticas dirigentes.

Pero el tiempo nuevo, con la caída del bipartidismo, está instalando el principio del caos en los sistemas políticos occidentales, la inestabilidad permanente y la migración del electorado de unas opciones a otras hasta que se resuelva la crisis (lo que es difícil que ocurra en Europa mientras se prolongue la actual estructura de la UE y el papel del viejo continente en la globalización).

Hoy no se trata tanto de trabajar para el presente como para el porvenir. En países como España lo que puede hacerse en un clima de desertización industrial, con un tercio de la población laboral en el paro, con más de la población joven en el paro y víctimas del peor sistema educativo europeo,  sin que las pensiones estén aseguradas, sin que las opciones que emergen sean mucho mejores que las que se están hundiendo, con una clase política en el poder y en la oposición de una mediocridad lacerante, no puede hacerse gran cosa salvo esperar a que la inestabilidad vaya en aumento de día en día y estar atento a las opciones que vayan apareciendo en el horizonte, preparándonos para descartar unas completamente, aceptar parcialmente otras y adherirnos –con todas las reservas lógicas– a aquellas que nos parezcan más próximas a nuestro pensamiento. Y hablamos en plural: unos días serán unos partidos los que propondrán medidas razonables, otros serán otros, hasta que el tiempo y la llegada de una nueva clase política sean capaces de realizar la “gran síntesis” y enunciar un nuevo paradigma político (paradigma que deberá ser será sobre todo antiliberal, antipartitocrática, antiglobalizador, y neo–corporativo).

Mientras, es preciso advertir que la crisis del bipartidismo (en España, la crisis del PP, del PSOE y de CiU) es la condición sine qua non para una renovación. Cualquier otra sigla es mejor, y seguramente “menos mala” que lo que hoy tenemos ante la vista.

Nos esperan tiempos duros en los que la crisis y las crisis que vendrán se irán superponiendo, los problemas se estratificarán unos sobre otros y faltarán líderes de la talla de los grandes conductores de la historia para encarnar el destino de los pueblos. No es tiempo para pelearse por una sigla, sino que lo que se requiere es alumbrar una “gran síntesis” político–doctrinal–económico–social. Lo que hoy se requiere no es el apoyo a tal o cual sigla, sino la voluntad de construir un mundo nuevo… la marcha a ese mundo que hasta ahora estaba obstruida por los dos partidos mayoritarios y centristas.

© Ernesto Milá – ernesto.mila.rodri@gmail.com