miércoles, 24 de mayo de 2017

Respuestas ante el último atentado yihadista


¿Terminaremos por considerar el terrorismo yihadista en su verdadera y única dimensión? ¿Será capaz Europa de iniciar un debate sobre lo que supone convivir con una superstición que recompensa con el “paraíso” a quien muere en la yihad y al que considera que “yihad” es asesinar a inocentes? Para poder realizar diagnósticos eficaces ante los problemas reales, es preciso conocer su etiología y su verdadera dimensión.

Estas reflexiones nos dan algunas claves del problema:

1) ¿Por qué se ha producido? Porque los creyentes en el Islam sufren la peor de todas las estafas a la esperanza: la propuesta de que “morir en la yihad” da acceso a un paraíso sensualista. Obviamente, un príncipe saudí no se inmolará en la yihad: tiene todo lo que Alá le pueda dar, no necesita morirse para llegar al “paraíso”. En cambio, un musulmán que malvive tirado en Palestina, en Kandahar o en los arrabales de cualquier ciudad europea, la única forma que tiene de acceder a los “siete castillos de jade, cada uno con siete harenes y cada harén con 77 huríes, manteniéndose eternamente en los 33 años y en estado de erección permanente” (tal como garantizan los ulemas del islam), es morir en la yihad. Luego, claro está, nadie vuelve presentando una protesta al sponsor por publicidad de un producto que crea expectativas imposibles de satisfacer…

2) ¿Por qué no dejarán de producirse atentados yihadistas en Europa? Porque el 80% de musulmanes que viven en Europa viven de los presupuestos públicos (es decir, subvencionados), que con suficientes como para garantizar la supervivencia sin grandes esfuerzos, como para tener los servicios básicos cubiertos, pero no cubren las expectativas de lujo que muestran los escaparates europeos. Esto genera en los islamistas un estado de frustración que les hace tomar la “directa”, evitar lo problemático del pequeño menudeo de droga y de la delincuencia de baja cota, pequeñas estancias en cárcel (que registran habitualmente los yihadistas eurpeos), y “tenerlo todo” muriendo en la yihad. A fin de cuentas, esa eventualidad supone solamente pasar miedo cinco minutos y renacer como privilegiado en el paraíso de Alá.

3) ¿Qué puede hacerse ante los yihadistas? Ser claros: decirles claramente, que el hecho de que un texto sagrado prometa algo, no quiere decir que sea una realidad tangible. Habitualmente, las religiones –especialmente la islámica– son un conjunto de normas para regular una sociedad mediante una sanción indiscutible (divina). Pero no implica que lo prometido sea algo real; dicho de otra manera: el “paraíso de Alá” es un mito tranquilizador para los fieles que creen en el islam, les ofrece una garantía de que sus sueños serán satisfechos en el más allá… dado que nadie vuelve para contarlo, la promesa se mantiene de generación en generación. Y, una de dos: o se satisfacen todos los sueños de todos los musulmanes y se crea un sistema de subsidios y subvenciones que haga de todos ellos, verdaderos “príncipes saudíes”, o bien se les es claro y terminante: el “paraíso de Alá” es una superchería. Una estafa a la esperanza. Algo que ni existe, ni puede existir.

4) ¿Qué es y que no es la yihad? Algunos tratadistas islámicos del siglo XIX han considerado que la “guerra santa” es una guerra contra el “enemigo interior” que cada ser humano tiene dentro de sí: todo lo que en la naturaleza humana es bajo, egoísta, apegado a la materia, eso es el “enemigo interior” y para ello el Corán habla de la “gran guerra santa”. La otra, la “pequeña guerra santa” es la que el fiel islamista mantiene contra el “enemigo exterior”, el “infiel” o el “idólatra”… Podemos discutir sobre este planteamiento filosófico-teológico, pero no podemos olvidar que los que hoy asesinan y mueren en los atentados del terrorismo yihadista, no son ni teólogos, ni filósofos, sino simples delincuentes que están hartos de pasar por cárceles y de no poder acceder a los escaparates de consumo, mediante su trabajo. Pensar que la “guerra santa” es asesinar gente que asiste a una discoteca, que pasea por la calle, que se encuentra esperando el avión en un aeropuerto o, simplemente, que viaja en un autobús en Palestina, es miserable, ignorante y zafio: a eso, aquí y ahora, se le llama “terrorismo” y tiene tanto que ver con la religión como un huevo con una castaña.

5) ¿Qué hacemos con el islam? El islam no es una religión europea. Es el producto de una sociedad primitiva y atrasada a la que el gran legislador que fue Mahoma, intentó dar forma mediante un nuevo mito religioso. El islam es hoy la única religión que admite y tolera la violencia como forma para expandirse fuera de su marco natural (Oriente Medo). Por tanto, las regulaciones religiosas de las legislaciones occidentales, no valen para el Islam en tanto que no es una religión como otras. Predicar la “guerra santa” como “pilar del islam”, sin especificar la diferencia entre “pequeña” y “gran guerra santa”, es instigar al asesinato y al terrorismo. Y Europa debe prevenirse ante supersticiones que pueden degenerar en criminalidad terrorista y “atajo” para lograr llegar a un paraíso sensualista. Todo lo que no sea enunciar ese “paraíso” como estafa a la esperanza pura y simple e impedir su difusión entre individuos de mentalidad primitiva y simple, supone dejar la posibilidad de que el fenómeno vaya extendiéndose cada vez a mayor velocidad. Se imponen, por tanto, restricciones a la predicación de “cierto islam” en Europa, que debe tener como complemento una declaración jurada, so pena de expulsión  cualquier país de confesión islámica, en la que los fieles islámicos residentes en Europa reconozcan explícitamente que la promesa de un “paraíso sensual” prometido a los que mueren en la guerra santa es una imagen literaria.