Info-krisis.- Recientemente el Parlament de Cataluña se ha
superado a sí mismo, y una institución cuya actividad exclusiva ha sido emanar
leyes como una churrera que han pasado casi completamente desapercibidas para
la población, pero que apenas han servido para justificar los emolumentos de
los diputados. Una historia personal: en 1983 denuncié a la Comisión de
Derechos Humanos del Parlament de Catalunya el haber sido objeto de malos
tratos por parte de los miembros del grupo IV de la Brigada Regional de
Información de Barcelona. A fin de cuentas, la citada comisión debía de servir
para algo. La única noticia que tuve es que me pedían que nombrara un abogado…
Luego nada. Júzguese a partir de ahí la “alta estima” en la que tengo a la
institución.
El parlament de Cataluña decidió un buen día
que Cataluña era una nación. Apoyaron la iniciativa casi todos, socialistas
incluidos. Era evidente que el paso siguiente era la petición de soberanía: si
Cataluña es una nación le correspondía, obviamente, la independencia como tal. ¿Y
qué mejor para oficializarse como nación que un referéndum en el que pregunte
si se quiere o no ser independiente? Provisto de esa lógica de hierro, el
parlament ha cometido la semana pasada este último disparate.
El evento ha sido promovido por ERC (tiene
prisa en que se convoquen nuevas elecciones intuyendo que su posición mejorará,
a pesar de contar con la dirección de menor perfil y entidad que ha tenido esta
sigla en toda la democracia), y se ha sumado una siempre despistada Iniciativa
per Catalunya Verds, verdadera máquina de perder votos y una CiU resignada a ir
donde Oriol Junqueras le quiera le llevar si con eso logra mantenerse ¿año?
¿año y medio? en el poder.
El episodio parlamentario no ha llegado en el
mejor momento: lo ha hecho cuando el debate político en toda España –y Cataluña
es España hasta en esto– está centrado en la corrupción de la clase política.
De hecho, Cataluña es “más” España porque allí la corrupción tiene la misma
envergadura que en Andalucía. La diferencia estriba en que mientras en Cataluña
es protagonizada por la élite económico-social (las 200 familias que controlan
Cataluña desde principios de la era industrial, entonces dedicadas a los telares
y hoy volcadas a la especulación sin fronteras) y en Andalucía tiene como
protagonistas a socialistas procedentes de las clases medias que quieren
asimilarse a la jet-set y demostrar a
las generaciones venideras que el paso por el poder les engordó mucho y bien,
sacándoles de su mediocridad económica. Por lo demás, se diría que Cataluña y
Andalucía son equivalentes en todo y que ambas son las zonas del Estado más
parecidas entre sí: tanto en tasa de paro, como en paro juvenil, como en inmigración,
y, por supuesto, en corrupción. Quizás la única diferencia sea que la bandera
catalana es la tradicional de siempre y la andaluza se la inventó un tipo que
pasaba por poeta, se convirtió al islamismo y ahí están las franjas verdes para
recordarlo. Una broma, vaya.
En Cataluña se ha contemporizado demasiado
con el nacionalismo. Se ha dicho que todo nacionalismo tiene un poso “identitario”.
Claro que lo tiene, pero es que el nacionalismo catalán y su consiguiente
identidad fue forjada por la alta burguesía catalana del siglo XIX que cuando se
sintió lo suficientemente fuerte quiso reivindicar el poder político para sí. Luego,
vinieron las recreaciones culturales: que si los castellers (propios de una
zona de Cataluña, no de toda Cataluña), que si la sardana (el baile sardo traído a Cataluña por
marinos y recuperado por un compositor murciano, Pepe Ventura) y poca cosa más.
Se le puso barretina (gorro de los marineros de todo el mediterráneo) y en paz.
Así se crea una identidad “nacional”.
Decir que, todo esto forma una nación” es
poco menos que un mal chiste. Y el chiste ha pasado a ser una broma pesada
cuando, de ser patrimonio de pequeños grupos nacionalistas y minúsculos grupos
independentistas, a ser, por mor de algunas votaciones, “lo oficial” en Cataluña:
que si es una nación, que si debe convocar un referéndum para la independencia.
Vayamos a lo esencial: hemos visto como
algunos amigos nos decían: “no hay que tener miedo a los referendos, hay que
votar… y votar no”. Bien, pero el problema no es ese. Los problemas sobre los
que hay que tomar posición son muy anteriores, por este orden:
- ¿Cataluña es una nación? Respuesta: no.
Nunca lo ha sido, en la historia Cataluña nunca ha sido independiente.
- ¿Hay una sola identidad en Cataluña?
Respuesta: no.
En Cataluña hay dos identidades, la identidad catalana y la identidad española.
No sólo hay muchos catalanes que nos sentimos españoles, sino que hay muchos
nacidos fuera de Cataluña que viven y han construido Cataluña. El nacionalismo
catalán ha cometido el mayor pecado histórico: negando que existiera una
identidad española en Cataluña, al mismo tiempo ha traído a Cataluña la
identidad islámica. Y de esto él y sólo él es el responsable.
- ¿Los catalanes tienen derecho a decidir?
Respuesta: no.
Cataluña es algo más que los catalanes de una generación en un momento concreto
del siglo XXI y dentro de una crisis particularmente grave. Cataluña son todas
las generaciones de catalanes que se han sucedido a lo largo de la historia,
que han sido y que serán. Y eso no es numéricamente cuantificable. Las naciones
nunca se crean por una votación, sino que aparecen por voluntad histórica. Por
eso son inapelables y por eso Cataluña nunca ha sido independiente sino que ha
sido una parte más de Hispania. Tenemos derecho a decidir sobre lo que afecta a
nuestro tiempo, no sobre lo que está por encima de nosotros.
- ¿Es aceptable votar no en el referendo?
Respuesta: no.
En primer lugar falta saber si el referendo se celebrará (lo cual es altamente
improbable y todo induce a pensar que toda la escenificación actual servirá solamente
como excusa para acentuar el victimismo nacionalista). En segundo lugar este referéndum
es ilegal (según el actual marco constitucional en donde el ámbito de decisión
es el “pueblo español” sin existir vía a otras abstracciones) e ilegítimo (por
lo ya dicho de que una generación en un momento concreto no tiene derecho a
decidir por las que han sido y las que serán). Por tanto, votar no es una pobre
opción: de lo que se trata, simplemente, se de denunciar el referéndum como lo
que es: un intento de vía de escape del “partido de los ladrones” de Cataluña
para aliviar la situación procesal de muchos de los suyos y evitar los procesos
que vendrán.
No se trata pues tanto de votar NO como de:
1) denunciar la
inconsecuencia del nacionalismo catalán. Cataluña no es una nación.
2) denunciar la
ilegalidad e ilegitimidad del referéndum.
3) denunciar a los
promotores del referéndum como el “partido de los ladrones” (CiU en concreto y
ERC su cómplice) en torno al cual hay que tejer una malla protectora.
Cabría añadir que en una región en la que los
medios de comunicación comen de la mano de la generalidad desde hace décadas y
en donde la prensa libre es un lujo y, desde luego, una excepción, la
información veraz y sin tamiz no llega al ciudadano. En esas condiciones ¿puede
pensarse en un reférendum justo? (aún a pesar de que lo más probable sería que
el resultado diera la razón a los “españolistas” por alambicada, retorcida y
confusa que fuera la pregunta). Sin olvidar que el sistema educativo catalán es,
sin duda, uno de los que cosecha peores resultados de toda España y en un
ambiente de ignorancia extendida entre la juventud, pedir que voten los menores
de 18 años es casi un chiste. Sin olvidar, finalmente, que también se ha
hablado de que los inmigrantes tendrán derecho a decidir sobre la independencia
o no de Cataluña… siendo que ni son catalanes, ni españoles. Según la
Generalitat tiene “derecho a decidir” el futuro de Cataluña aquel que pasaba
casualmente por allá… La Generalitat cree que se puede operar con las
Comunidades Islámicas de Cataluña como operó con la comunidad andaluza comprando
simplemente al peso a justo Molinero…
La sangre no llegará al río y todo quedará en
una tormenta en un vaso de agua. Pero las grandes cuestiones que plantea este
tema del referéndum exceden con mucho el votar si o no. Y vale la pena
plantearlas porque la experiencia demuestra que en las últimas elecciones
solamente han experimentado un ascenso notable dos formaciones: ERC y C’s, las
que planteaban un discurso más claro: POR
CATALUÑA INDEPENDIENTE O POR ESPAÑA UNIDAD. Y aquí no hay lugar ni para “terceras
vías”, ni para la ambigüedad, ni para la de cal ni la de arena, ni siquiera
para un dribling que ni siquiera estaría al alcance de la pierna de Mesi.
La historia terminará olvidando el nombre del
tonto que puso en marcha todo este artificio del referéndum y de la
independencia y terminará maldiciendo a los parlamentarios que suscribieron la
declaración soberanista como se maldice a lo más desaprensivo y oportunista.
Porque cuando Cataluña quiebra por la corrupción, la crisis económica, el casi
millón de parados, el millón y medio de inmigrantes y la desertización
industrial, el “honorable” Artur Mas se perdía en maximalismos que él es el
primero en saber que jamás se concretarán. A todo esto, ¿qué adjetivo le cabe a
Mas a la vista de todo esto, el de “muy honorable” o el de muy orinable”?
Porque, díganme si todo esto no es para mear, literalmente…
© Ernesto Milà – Infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com