Dentro de las posibilidades de esta obra y a la vista de los
errores que hemos apreciado en varias de las teorías de la conspiración que
hemos expuesto, vale la pena aportar, para terminar, unos cuantos puntos que
permitirán al lector valorar la validez de cualquier nueva teoría que se le
presente (y que no dudamos que, en tiempos de confusión y crisis como estos,
surgirán por todas partes y en cadencia creciente)
1) Remontarse a las fuentes: no todas las teorías de la
conspiración son igualmente “solventes”. Con
demasiado frecuencia -como hemos visto en estas páginas- se apoyan en bases lo
suficientemente dudosas como para poder atribuirles un mínimo de credibilidad:
ante una teoría de la conspiración concreta hay que preguntarse: 1) Qué tiende
a explicar, 2) De dónde y cuándo ha surgido, 3) Quiénes son sus mentores, 4)
Sobre qué documentación fehaciente se apoya… La simple respuesta a estas
cuestiones dará el índice de solvencia y credibilidad de una teoría de la
conspiración. Y esto es más que necesario a la vista de que, como hemos podido
comprobar, es muy frecuente que una teoría de la conspiración parte de un
documento falso, de un malentendido histórico, de una fuente leída demasiado
apresuradamente y de un error en la importancia que un documento puede haber
jugado en una época concreta. Es frecuente, así mismo, que algunas teorías de
la conspiración contengan datos que se han arrastrado a la largo de generaciones
y que, dados por buenos generación tras generación, luego resulte que se trata
de referencias falsas, dudosas o malinterpretadas
2) Remontarse a la época en la que enunció: esto nos dará el cuadro general de los problemas concretos de
ese momento histórico y es posible, incluso, que nos sirva para apreciar la
validez de una teoría de la conspiración en un momento dado y en de determinada
coyuntura histórica, pero sea inaplicable en otro espacio y en otro tiempo. El
tiempo suele matar las teorías de la conspiración que pretenden interpretar la
historia en función de un único actor conspirativo. Los datos que pueden
parecer “convincentes” en un tiempo, ya no suelen encajar con la realidad pocos
20 años después. Entidades de “poder mundial” que fueron determinantes en un
tiempo concreto, pasan a ser irrelevantes apenas unos años después, sustituidas
por otras. (recordemos la asociación Skull & Bones a la que perteneció la
familia Bush y de la que se habló exhaustivamente mientras George Bush fue
presidente, o de la Comisión Trilateral a la que pertenecieron buena parte de
los miembros de la administración Carter). Cada generación desarrolla sus
propios modelos conspirativos y es inútil pensar que el mismo diseño
conspirativo se mantiene inalterable durante siglos.
3) Valorar al autor y su obra:
habitualmente, todas las teorías de la conspiración tienen un autor. La validez
de la teoría, en gran medida, puede ser evaluada en función de la solvencia de
este autor, de su prestigio intelectual y de sus posibilidades reales de
análisis e investigación. Es muy posible que autores conspiranoicos, por
ejemplo, elaboren sus teorías en función de sus lastres psicológicos
personales, de sus filias o sus fobias, de sus obsesiones e, incluso de su
incapacidad para entender los mecanismos reales y objetivos para interpretar un
hecho concreto o una situación histórico. Un autor solvente desde el punto de
vista intelectual, un investigador que trabaje según un método científico, es
garantía de que sus conclusiones pueden aproximarse a la verdad. Un autor
anónimo, aupado en redes sociales, un intelectual que cambie constantemente de
opinión, impulsivo, poco reflexivo, excesivamente intuitivo, suele ser garantía
de una teoría de la conspiración errónea. Así mismo, un documento espurio, sin
garantías de autenticidad, cuyo origen está envuelto en brumas con posibilidad
de que se trate de una falsificación, es el anticipo de una teoría
conspiranoica falsa o artificialmente creada.
4) Evitar dar por ciertas versiones de una conspiración que se
mantienen a lo largo del tiempo utilizando datos repetidos reiteradamente, pero
nunca confirmados como auténticos: es muy
frecuente que una teoría de la conspiración que se mantiene durante décadas,
encuentre a autores poco escrupulosos que dan por ciertos y repiten
(“refritos”) datos que la confirmarían, sin antes preocuparse si estos datos
son indubitables o bien nunca han sido confirmados. Es frecuente que una
conspiración se dé por cierta por el testimonio de un personaje desconocido que
asistió a una reunión de conspiradores y luego sintió una necesidad vital de
“contar la verdad”. Luego, dando por cierto ese testimonio, el dato se repite
una y otra vez en las sucesivas revisiones de la teoría de la conspiración en
cuestión. Ahora bien, siempre hay que tener en cuenta que, si ese dato que
puede ser calificado como la “piedra fundacional” es falso o erróneo, toda la
construcción que se asienta encima es inestable en tanto que igualmente falsa.
Aquí puede aplicarse el principio jurídico de “testimonio único, testimonio
nulo”.
5) Confrontar la teoría con la realidad: las teorías de la conspiración se confirman o quedan desmentidas
a la luz de la realidad. Mientras existe un paralelismo entre el enunciado de
la teoría y las situaciones reales que se van sucediendo, la teoría en cuestión
queda verificada, pero, desde el momento en el que teoría y realidad divergen,
hay que evitar tratar de encajarlas a martillazos. La teoría no ha soportado el
choque con la realidad y se ha difuminado. El peor error consistiría en seguir
creyendo en algo en función de lo que ya no sirve para entender un proceso
histórico. En el período de la primera postguerra mundial, por ejemplo, podía
darse por cierto la idea del entendimiento entre judíos laicizados y
bolchevismo a la vista de que la mayoría de dirigentes comunistas eran de
origen judío. Pero, a partir del estalinismo y de sus purgas -que salpicaron
especialmente a grupos dirigentes bolcheviques de origen judío- la teoría ya no
era válida.
6) Buscar explicaciones alternativas:
en ciencia se dice que “más vale una mala teoría que no tener teoría”. Una
“mala teoría” sirve para estructurar conocimientos e interpretarlos, pero
también para poder realizar una crítica que puede desembocar en la formulación
de una “buena teoría”. Esto implica que una interpretación de la realidad en
función de una teoría de la conspiración es un recurso aceptable y necesario
solamente en el caso de que no exista otra teoría que interprete mejor los
mismos hechos. La mayor parte de teorías de la conspiración tratan siempre de
explicar problemas complejos mediante respuestas simples. Pero, en un momento
de aceleración de la historia y de cada vez mayor complejidad de las
sociedades, es inevitable que la explicación a los procesos que se van
desarrollando, sean complejas y tengan en cuenta multitud de factores.
Precisamente, esa complejidad es lo que hace difícil que existan conspiraciones
que puedan soportar el paso del tiempo y cuyos mentores hayan tenido en cuenta
todos los elementos de la ecuación. Esto implica que la validez de una teoría
de la conspiración es inversamente proporcional al tiempo que transcurre desde
que ha sido enunciada.
7) No perder nunca la objetividad en el análisis de una teoría de
la conspiración: habitualmente, las teorías de la
conspiración tienen éxito o no a partir del énfasis y de la capacidad de
convicción de quienes las difunden, por la espectacularidad de algunos de sus
contenidos, incluso por su extravagancia y por los canales en los que difunden
(habitualmente redes sociales y grupos formados por “creyentes”) mucho más que
por el contenido de los datos que aportan. Estos, no siempre superan la prueba
de la veracidad. Es importante para el ciudadano al que le llega una nueva
teoría de este tipo, que mantenga el cerebro frío y siempre, a la hora de
valorarla, especialmente en estos momentos en donde hay bases de datos
suficientes en Internet como para poder evaluar y confirmar o desmentir cada
dato, confirme por sí mismo, los datos que le llegan.
8) Discriminar y clasificar las fuentes: Un dato olvidado en una web perdida que ni siquiera indica la
fuente, suele no ser fiable, sin embargo, muchas teorías de la conspiración se
han elaborado sobre esa base (el Plan Kalergi, como hemos demostrado surgió de
una mala lectura de un libro olvidado, escrito por un autor que nunca tuvo una
relevancia especial). Es importante a la hora de establecer la credibilidad de
un dato aportado en una teoría de la conspiración, el valorar la fuente que lo
ha emitido. Para ello, habrá que ver qué otros datos, sobre otros temas, aporta
esa misma fuente y, en función de ello podremos establecer si el dato es
fiable, inseguro en mayor o menor grado, o simplemente falso. En una
publicación poco seria, en una web juvenil, en un foro de noticias que
habitualmente sirve para canalizar locuras, fakes y es frecuentado por carne de
psiquiátrico, es inútil pensar que vamos a encontrar datos que puedan aceptarse
sin más. Los datos aceptables, solamente pueden partir de fuentes solventes.
9) Necesidad de documentos indubitables y testimonios múltiples: hay que desconfiar de “documentos probatorios”, sin padres ni
madres reconocidos. Guénon sostenía que una sociedad secreta digna de tal
nombre no deja rastros escritos de su actividad. Cuando aparece algún documento
emanado por una de estas sociedades, hay que desconfiar sobre su autenticidad.
Es demasiado frecuente que se trata de una “pieza de intoxicación”. Cuando se
publicaron los Protocolos de los Sabios de Sión, algunos recordaron este
principio y, aun antes de que aparecieran todos los datos que confirmaron la
mistificación, denunciaron que el documento no solo era falso, sino que era
cualquier cosa, menos las actas de una reunión secreta tendente a lograr el
dominio mundial. Por otra parte, un dato único no puede confirmar una tesis
compleja. En ciencia se dice que “a grandes tesis, grandes demostraciones”: si
se quiere demostrar la existencia de vida extraterrestre (una gran tesis), la
“gran demostración” consiste en entrevistar a un extraterrestre en la CNN.
Frecuentemente, las teorías conspiranoicas, aparte de su escasa objetividad,
parten de un testimonio único que, como sabe cualquier jurista, equivale a
“testimonio nulo”.
10) Si no se dispone de una teoría “segura”, mejor prepararse para
afrontar los hechos: vivimos momentos de crisis a
los que se une un proceso de aceleración de la historia que se prolonga desde
hace más de un siglo, a velocidad creciente. Cada vez es más habitual que las
teorías interpretativas vayan por detrás de la realidad de los hechos. El
catolicismo, por ejemplo, ha perdido mucho tiempo, tratando de explicarse el
porqué está hoy en crisis, especialmente en la tierra de Europa: y no ha
llegado a conclusiones unánimemente aceptadas. La situación es que hoy, además
de carecer de teoría interpretativa sobre su propia crisis, se encuentra en una
situación prácticamente insalvable: para los católicos, ya no se trata de
seguir pensando en los “por qué”, sino más bien en actuar para tratar de salvar
lo salvable y evitar la islamización de Europa. Es frecuente, como ya hemos
dicho, que una teoría que “funcionó” ayer, ya esté superada poco después. Para
apreciar un problema, basta con salir a la calle y observar el entorno: a
partir de aquí podrá inferirse si hay tiempo para elaborar una teoría de la
conspiración, o será necesario enfrentarse al problema que se percibe con la
mayor determinación aun sin haber elaborado una teoría que lo explique.
Es posible que estos consejos hayan decepcionado a algunos. Y, sin
embargo, son necesarios a la vista de la facilidad con la que hoy se difunden fakes,
se repiten errores, se elaboran o adaptan teorías que no tienen posibilidades
de interpretar satisfactoriamente nuestro momento histórico. Vivimos tiempos de
repliegue a lo personal, nuestras vidas están encerradas en nuestras terminales
digitales. Casi sin darnos cuenta hemos terminado presos, primero del
racionalismo, luego de los millones de reclamos que cada día exigen nuestra
atención, la mayoría carecen de tiempo para recabar datos y deben fiarse de las
teorías de la conspiración elaboradas por otros. Ya hemos visto que, con
demasiada frecuencia, estas teorías resultan erróneas. En la soledad de nuestros
hogares, nosotros y nuestras terminales digitales pueden estas ofreciéndonos
informaciones distorsionadas, incompletas, interesadas, pura intoxicación: de
ahí la necesidad de salir a la calle, afrontar el mundo tal cual es, y, aun
cuando no podamos hacer nada por rectificar un mundo que se derrumba ante
nuestros ojos, debemos procurar que ese mismo mundo deletéreo, absurdo y
repleto de distorsiones no tenga entrada en nosotros mismos.
A partir de aquí, las actitudes son dos: la el ciudadano más
volcado a la meditación que a la acción que reaccionará tratando se confrontar
teorías de la conspiración, sus datos y las responsabilidades contra las que
apunta o bien elaborar su propia teoría de la conspiración; o bien, en aquellos
en los que algo les hierve en la sangre, más resueltos a la acción que a la
contemplación, que tratarán de actuar contra la decadencia o bien de preparar
el mundo post-apocalíptico. Sí, porque, a fin de cuentas, la grandeza de
nuestro momento histórico es que, con o sin teorías de la conspiración, estamos
viviendo el final de una era.