1) Las conspiraciones existen, pero, cuidado con interpretar toda
la realidad en función de teorías conspirativas.
Existen aquellos que, intuyendo cómo va a ser el desarrollo económico-social de
los próximos años, se adelantan y se presentan como los “diseñadores del
futuro”, cuando, en realidad, no son nada más que pobres aprovechados que tratan
tener un protagonismo mediático avalados por su patrimonio y con la simple
intención de aumentarlo. Un ejemplo, es Klaus Schwab, presidente del Foro de
Davos o George Soros, el inversor. El proyecto de ambos, empieza y termina con
el objetivo de aumentar su capital. Dado que no pertenecen a ninguna dinastía
económica que lleve generaciones multiplicando su capital, ni tampoco han sido
creadores de nuevas tecnologías, se han visto obligados a adoptar, para su
juego lucrativo personal, la ideología “progresista” que, tradicionalmente ha
acompañado a tales dinastías (los Rothschild, los Rockefeller, los Mars, los
Walton, etc), cuyos hijos, habitualmente, se han formado en la London Economic
School, inicialmente, de obediencia “socialista fabiana”. Pero sería un error
considerar que el “socialismo fabiano”, hoy, está detrás de cualquier proyecto
conspirativo: su papel político -hoy completamente disminuido incluso en su
tierra natal y, no digamos, en los partidos socialistas de los demás países
occidentales (en el PSOE existió una “tendencia fabiana” hasta mediados de los
80)- es irrelevante y lo más que se le puede atribuir es la concepción
“gradualista” de los procesos de cambio social. La única conspiración que puede
atribuirse a estos multimillonarios es la de fomentar maniobras para aumentar
más su patrimonio. Para ello cuentan con “redes de influencia” (Bildelgerg,
Trilateral, CFR, Foro de Davos, Club de Roma, fundaciones, y un largo etcétera)
que sirven, sobre todo, para “socializar” a estas élites económicas, foros de
intercambio de informaciones y de relaciones entre el mundo de la política, los
negocios y la comunicación. Pero no existen datos suficientes como para suponer
que son “centros de planificación” del futuro para toda la humanidad. El mundo
moderno es demasiado complejo como para pensar que puede ser dirigido por una
élite económica que solamente piensa en sus dividendos y en sus márgenes de
beneficios.
2) Existen decenas de asociaciones que suelen ser consideradas
como “centros del poder mundial” (que hemos
mencionado en el párrafo anterior, la mayoría formada desde el último tercio
del siglo XIX hasta nuestros días). Tales centros de poder se han formado en
torno a personalidades que disponen de una concentración de capital suficiente
como para que lo que hagan con él pueda repercutir directamente en la sociedad
y en las políticas de los Estados. Y la ley intrínseca del capital es la
necesidad de aumentar y multiplicarse. Por tanto, tales asociaciones suponen un
intento de favorecer los intereses de sus miembros a despecho de los intereses
de las naciones o de los intereses de la sociedad. No es una novedad propia del
siglo XXI el que los intereses de los círculos globalizadores (cuyo único empeño
es obtener mayores dividendos para sus inversiones y para los cuales no existen
los conceptos de “patria”, “nación”, “sociedad”, ni siquiera ética o moral,
sino el simple lucro) y los círculos mundialistas surgidos de proyectos
místico-idealistas nacidos en el siglo XIX y que se centraban en la idea de
“unificación mundial” (cuyos bastiones son hoy la clase funcionarial de las
Naciones Unidas y de la UNESCO, impulsores hoy de la Agenda 2030) se alíen en
el mismo impulso: ideas como el “cambio climático” (y la difusión de
informaciones que general alarmas sociales aunque estén lejos de ser
comprobadas), la “transición energética”, la política de estímulo de las
migraciones, la lucha contra la soberanía de los Estados-Nación, definir como
racismo, intolerancia y xenofobia a quienes se oponen a estos designios, la
generación de miedo a través de pandemias (y la venta masiva de remedios que
constituyen peligros mucho mayores que los males que dicen resolver), la
apertura de nuevos frentes de negocio vinculados a los mitos contenidos en la
Agenda 2030, la creación de problemas artificiales (todo lo relativo a lo
LGTBIQ+), la impulsión de la “corrección política”, de nuevos modelos
educativos, la difusión de drogas, ritmos y espectáculos que anulan la
personalidad, el “wokismo”, todo ello, combinado, no son solo muestras del
fracaso de un modelo de sociedad y de unas convicciones políticas y morales,
sino, sobre todo, la apertura de “nuevos nichos de negocios” nunca antes
explorados en el que los intereses “mundialistas” y los intereses
“globalizadores” se combinan y se apoyan mutuamente. Eso es, llamando a las
cosas por su nombre, una “conspiración” (acción de gentes que se asocian de
forma secreta, clandestina o elitista para lograr determinados fines que les
benefician).
3) El tiempo ha demostrado ser un gigantesco cementerio de
conspiraciones. Los que ayer sostenían que la
masonería era una todopoderosa estructura conspirativa contra las monarquías y
a favor de las repúblicas, tuvieron razón… pero hoy la masonería no es más que
un residuo de una institución todo poderosa allí donde una revolución liberal
facilitaba el acceso al poder de la burguesía. Y lo mismo cabe decir de la
teoría de la conspiración bolchevique: durante el siglo XX, entre 1917 y 1989,
el bolchevismo fue “algo”. Hoy es un cadáver sin que disponga siquiera de
fieles que lo velen. Hemos podido ver, entre 1900 y 2024, movimientos
conspirativos que nacían, crecían y desaparecían. Y con ellos las teorías que
las interpretaban. No puede hablarse de una “única conspiración”, lineal,
inexorable y constante a lo largo de los siglos: lo que es humano tiene fecha
de caducidad y bastan unas pocas generaciones para que un peligro sea
conjurado, pierda fuelle o sea derrotado por otro peligro, acaso aún mayor.
Únase al paso del tiempo, el azar, las nuevas realizaciones humanas fruto de la
investigación científica, los nuevos procesos sociales y lo que se tendrá es un
puzle imprevisible, sorprendente, en el que nadie es capaz de establecer cómo
será el futuro, ni mucho menos cómo controlarlo. La flecha del tiempo siempre
va hacia adelante y lo que ayer era esencial, mañana puede resultar
irrelevante. No existe sociedad conspirativa alguna capaz de interpretar todos
los datos existentes hoy y los que pueden aparecer sorpresivamente, para
asegurarse una posición dominante permanentemente.
4) Los procesos de degradación que se están dando en la
modernidad, más que frutos de la acción consciente de sociedades secretas
organizadas, deberían de considerarse como muestras de la entropía. Se iría que lo que podríamos llamar “energía civilizacional” se
va agotando y cada vez resulta más difícil invertir la pendiente de la
decadencia. Es el proceso de lo que René Guénon llamaba “solidificación del
mundo”. Esa entropía hace que el sistema humano sea cada vez más caótico. Las
leyes físicas no son objeto de “conspiraciones” y la mayoría de procesos de
degradación que se viven en la modernidad son producto de la falta de valores,
los sistemas educativos fracasados, las concepciones de la vida tan ingenuas
como inútiles, la falta de clase política digna de tal nombre y así
sucesivamente. El margen que, en esta situación, puede tener una “conspiración”
para actuar es relativamente reducido. Pueden existir, por supuesto, grupos económicos
poderosos que se asocien en defensa de sus propios intereses y contra los
intereses generales y son esas conspiraciones las que vale la pena denunciar,
como también, paralelamente, es necesario denunciar las situaciones de
degradación de la vida social y cívica que se están produciendo y que podrían
resolverse si existiera interés en hacerlo. Ese absentismo de la clase política
a la hora de afrontar problemas reales, es el resultado su incapacidad, una
verdadera selección a la inversa en la que los más aptos, preparados y
generosos, se han retirado del terreno político, dejándolo como pasto para
psicópatas, incapaces, aprovechados, corruptos y vividores. La entropía actúa y
aumenta el caos social.
5) No hay teoría conspirativa perfecta: todas adolecen de algún
problema y todas quedan superadas a corto plazo por los hechos. Las teorías conspirativas perfectas (es decir, cuya
interpretación de las causas y de los efectos superan el espacio y el tiempo y
tienen un alcance universal) solamente podrían existir en una sociedad orgánica
en cuyo interior rige un principio de orden, pero no en una sociedad que se
dirige a marchas forzadas hacia situaciones cada vez más caóticas. Hoy, la
única conspiración posible es lo que podríamos llamar “conspiración
plutocrática”, esto es, la “conspiración del dinero”, pero no es el una
conspiración propiamente dicha, sino el resultado de las leyes de la oferta y
de la demanda y de la existencia de grandes monopolios y consorcios que falsean
el principio de libertad económica: en un momento en el que los Estados cada
vez son más débiles y los grupos económicos más fuertes, no existe ni puede
existir “libre competencia” (el factor necesario para garantizar la
inexorabilidad y la justeza de la ley de la oferta y la demanda). Las grandes
acumulaciones de capital, por su necesidad de obtener réditos del dinero
invertido, necesariamente imponen su voluntad sobre los Estados. Pero, más que
hablar de una “conspiración” estaríamos hablando de las lacras aparecidas en
las últimas fases de acumulación de capital. Por otra parte, pensar que lo que
hemos llamado “sociedades del poder mundial” (Bildelberg, Trilateral, Grupo de
Davos, etc.) forman grupos unidos de conspiradores significa no conocer que
mientras existan dos capitalistas, existirá rivalidad entre ellos, y si bien
ambos tendrán enemigos comunes que derrotar, también entre ellos son y serán siempre
enemigos: así lo impone la ley de oro del capitalismo. Éste, en su incesante
acumulación de capital reduce los actores protagonistas, a unos pocos magnates
que compiten entre sí. No hay paz entre ellos. No puede haberla porque la
competencia impide alianzas a largo plazo.
6) Lo que se identifica habitualmente como “actores activos” en
las teorías de la conspiración, son en realidad grupos económicos, carteles,
dinastías financieras, en muchos casos más fuertes que la mayoría de los
Estados que se mueven en defensa de sus intereses.
No solo se trata de obtener buenos dividendos hoy, sino de que los que se
obtengan el próximo año sean mayores, que el conglomerado industrial y
financiera, sea cada vez mayor y eso implica adoptar determinadas estrategias,
fundamentalmente, ante los Estados Nación (que, por el momento, son las únicas
estructuras que poseen instrumentos suficientes para poner coto a su rapacidad
(mediante gobiernos soberanos, provistos de fuerzas de seguridad,
instituciones, legislación, métodos coercitivos y fiscalidad). De ahí que todos
estos actores activos, tengan como objetivo central disminuir la autoridad y la
soberanía de los Estados (y, por tanto, no puede extrañar que apoyen y
promocionen a los políticos más corruptos, débiles y amorales que puedan
satisfacer con más facilidad los intereses de los grupos económicos). Pero, a
partir de ahí, tras ese objetivo común, todo es “competencia” y, por tanto,
rivalidad, lucha y conflicto. No existe una sociedad de plutócratas
conspiradores que sean solidarios entre ellos y entre los cuales, la rivalidad,
la búsqueda de mayores beneficios les garantice paz, armonía y solidaridad
eterna.
7) Los fascismos históricos, en especial allí donde tuvieron más
arraigo, surgieron de “teorías de la conspiración” que tuvieron altos niveles
de aceptación en tanto que respondían a fenómenos muy reales que habían
ocurrido con anterioridad. Pero, tras la guerra
mundial, los movimientos neofascistas tuvieron una irreprimible tendencia a
interpretar los hechos históricos que ocurrieron a partir de 1945, en función
de distintas teorías conspirativas que, en realidad, eran reformulaciones de antiguas
teorías, refinadas y readaptadas. Los neofascismos y, por extensión, la
extrema-derecha no son los únicos ambientes políticos en los que se han
manifestado teorías de la conspiración (incluso la propia interpretación
marxista de la historia puede ser considerada como una de estas teorías en las
que “la burguesía” trata de imponerse al “proletariado”), pero si son aquellos
que, por su psicología particular, por la sombra de la derrota de 1945, hayan
puesto mayor énfasis en fijar interpretaciones conspirativas (que, recordémoslo,
interpretan una realidad compleja en función de teorías muy simples).
8) Ninguna de las teorías de la conspiración que circulan en la
actualidad -y que, en buena medida, son compartidas por neofascismos,
postfascismos, nacional-populismos o extrema-derecha- es completa y verificada. Obviamente, la que encaja mejor con la realidad es la denuncia
realizada contra el mundialismo; en el resto de conspiraciones que hemos
analizado parece evidente que se trata de interpretaciones erróneas o con
cierto nivel de desenfoque, de problemas realmente existentes. No puede
decirse, por ejemplo, que la inmigración musulmana a Europa, con la
consiguiente islamización del continente, sea un fake. El problema
existe y cada día que pasa es más aguda, incluso en algunos países, es cuestión
de tiempo que estalle la guerra civil, étnica, religiosa y social. Pero ninguna
de las teorías conspirativas elaboradas para interpretar el fenómeno responde a
todas las preguntas planteadas, ni siquiera explican la pasividad de los
gobiernos de Europa Occidental ante el fenómeno que pone dudas sobre la
viabilidad de estos estados en un futuro desgraciadamente muy próximo. Lo
dramático es que el fenómeno existe, que no es un fenómeno grave, sino
gravísimo, ante el cual la mayoría de gobiernos parecen paralizados, pero hasta
ahora, ninguna teoría de la conspiración ha logrado integrar todos los
elementos presentes en la ecuación y aportar un enunciado único que sea capaz
de responder a todas las cuestiones que podrían formularse. Ya lo hemos
planteado: un George Soros, ¿sería capaz, sin dudarlo, de provocar una guerra
civil étnica sólo por “odio” hacia la Vieja Europa, a sabiendas de que lo que
quedara de Europa después del conflicto haría que se perdiera el producto de décadas
de especulación bursátil realizada por el propio Soros? ¿Cómo integrar en una
interpretación de este tipo el axioma económico de que “el dinero es cobarde” y
huye de los conflictos? Ninguna de las teorías de la conspiración ha logrado
responder a cuestiones tan simples como ésta.
9) La “teoría de la conspiración mundialista” es, por el momento,
la que mejor se adapta a la interpretación de la realidad del siglo XXI. Enunciada en medios neofascistas franceses de la segunda mitad
del siglo XX acierta a la hora de establecer responsabilidades en los
organismos internacionales que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial, en
especial las Naciones Unidas y la UNESCO. Todo induce a pensar que los grupos
de funcionarios, fuera de cualquier disciplina de nación o Estado, de estos
organismos, muy influidos por determinadas corrientes místicas nacidas en el
siglo XIX, favorables a la “unificación mundial”, hayan elaborado un programa
-la Agenda 2030- como antes elaboraron otros muchos (los “Objetivos del
Milenio”) pactado en parte con grupos económicos globalizadores. La teoría de
la conspiración que logre trasladar a las masas la convicción de que un grupo
de funcionarios alucinados a los que nadie ha elegido, han elaborado un plan de
“unificación” y que este grupo funcionarial ha pactado con las mayores
acumulaciones de capital, cuáles van a ser las mejores áreas de inversión
(energías verdes, transición energética, energías renovables) y que la invasión
demográfica es el mejor método para que Europa gane competitividad (a despecho
de que pierda en identidad, se islamice o la brutalidad se extienda por sus
calles), esa teoría logrará comprender los rasgos de nuestra época y la
decadencia presente y futura.
10) Las teorías de la conspiración, en sí mismas, son meros
modelos de interpretación de la historia, más o menos próximos a la realidad (o
completamente alejados de ella en el caso de las teorías conspiranoicas). Pero lo que, en el fondo cuenta, es la capacidad de recuperación
de las condiciones normales de vida, de libre albedrío y de libertad de los
pueblos. Las teorías de la conspiración se han preocupado solamente de
interpretar los sucesos que ocurren en Occidente. Pero, ahora, en tiempos de
mundialización, las interpretaciones “eurocéntricas” ya no son válidas. Estas
interpretaciones se identifican con las que hemos llamado “teorías clásicas de
la conspiración”, de las que las que hoy maneja la extrema-derecha, el
postfascismo y los medios conspiranoicos, no son más que adaptaciones o
reformulaciones. Lo que valía para la Rusia de 1917, ya no vale para la China o
para la Argentina de 2024. Todo período histórico precisa de un modelo
interpretativo, para entenderlo y prever su evolución futura. Entre todas las
teorías de la conspiración, incluida la mundialista, la más próxima a la
realidad, no hay ninguna que consiga integrar todos los elementos y factores
que operan en la modernidad y dar una respuesta sobre los motores del proceso
entrópico, con nombres y apellidos. Aquel que logre elaborar una teoría global
sobre los orígenes y los factótums de la crisis de civilización actual,
conseguirá que sus epígonos la traduzcan en términos políticos en un programa
de reconstrucción de los pueblos. Si es que ello es posible. Puede ocurrir
también que la realidad mundial actual sea tan completa y diversa, según grupos
sociales, continentes y civilizaciones que, esta tarea sea imposible y, a la
postre, el caos que estamos viviendo sea solamente el resultado de la entropía
que sufre cualquier sistema cerrado de energía: cuando ésta se agota, el
sistema, al estar cerrado, entra en crisis. Y el planeta Tierra, más vale que
no lo olvidemos, es precisamente un sistema cerrado de energías diversas cada
vez más agotadas, como consecuencia de lo cual, en lugar de tender al orden,
tienden al caos.