martes, 22 de noviembre de 2022

PROBLEMAS DE LA POSTMODERNIDAD (6 DE 8) - EL ”PENSAMIENTO DÉBIL” DE GIANNI VATTIMO Y EL "MULTICULTI"


Gianni Vattimo es, de entre todos los intelectuales, post-modernistas, el que más ha insistido en resaltar los “pequeños relatos”. En sus conferencias, uno no tiene claro, cuando termina la filosofía y empieza, simplemente, su propaganda gay. Hoy se le considera el gran teórico del “pensamiento débil”. En su juventud era un católico influenciado por el personalismo de Emmanuel Mounier. Militó en el Partido Radical italiano de Marco Pannella, luego pasó a los Demócratas de Izquierda (residuo del antiguo Partido Socialista Italiano, desintegrado por la operación anticorrupción “manos limpias”), después de varias etapas intermedias y de su paso por el Parlamento Europeo (en donde las intervenciones que se recuerdan él es a favor de los derechos del mundo gay, los derechos de los animales y la reforma educativa), termino recalando en 2015 en el Partido Comunista, una formación de extrema-izquierda que, al decir del filósofo, coincide con su visión “comunista cristiana” y “comunista hermenéutica”; es precisamente esta autodefinición -absolutamente subjetiva y personal- la que está en el origen de las confusiones sobre el pensamiento post-modernista como una forma de marxismo cultural. Es el creador del “pensamiento débil”, su aportación personal al conjunto de la filosofía post-modernista. Para Vattimo el pensamiento metafísico es la filosofía de los vencedores, y de aquellos grupos conservadores interesados en mantener las cosas como están. El pensamiento de la modernidad es “progresista”, condena todo lo que resultan visiones “reaccionarias”. Lo reaccionario es algo superado, antiguo, tradicional, mientras que el “pensamiento débil”, es una nueva forma de pensar, superior en tanto que nueva. 

Para que aparezca un “pensamiento débil” deben desaparecer los valores universales. Por tanto, estamos ante una filosofía vinculada al relativismo que insiste en situar todos los conceptos, todas las opiniones, todas las ideas, todas las culturas, todas las formas de sexualidad, incluso todas las culturas, son igualmente válidos y todos deben considerase en pie de igualdad y en contextos determinados:  y este es el principio que comparte con otros representantes de la post-modernidad. Relativismo a ultranza, destrucción de los valores universales considerados como “metafísicos” y “reaccionarios”.

La idea de Vattimo es que la historia solamente ha transmitido el recuerdo de lo que le ha parecido importante al historiador, pero no realmente lo que le ha ocurrido a una sociedad. Nos ha trasmitido fechas, hechos traumáticos, batallas y vidas de príncipes, pero no ha dicho nada sobre los “bajos”, sobre los que “no hacen historia”. Cuando se tiene en cuenta estos nuevos elementos, la historia deja de ser “unitaria”, sino “imágenes del pasado propuestas desde diversos puntos de vista, y es ilusorio pensar que haya un punto de vista supremo, comprensivo, capaz de unificar todos los restantes”, escribe en La Sociedad Transparente, 1990, pág. 76). Esto cuestiona la idea de progreso tal como se la había considerado hasta entonces por parte de los “progresistas”: Para que existe una noción única de progreso es preciso que todos los acontecimientos de un proceso histórico estén unificados por un cemento común, pero cuando la historia deja se percibe como multiplicidad de causas y efectos este modelo de “progreso” se diluye y aparece otro: la “tolerancia”.

Si todas las culturas, todas las ideas y todos los valores son igualmente válidos, la única forma de que puedan convivir y la sociedad no estalle es mediante el ejercicio de la “tolerancia”. Y esa tolerancia es hoy mucho más importante que en otra época porque las culturas “conviven” sobre el mismo territorio (elude decir que solamente conviven en Europa Occidental y en EEUU). Así pues, lo esencial es adoptar actitudes de tolerancia porque, en esencia, todo puede ser entendido, asimilado e integrado gracias al efecto beatífico de la “tolerancia”.

El relativismo, lleva al pensamiento multicultural, y este a la exigencia de “tolerancia”. Esa “virtud cívica” se define como la comprensión y admisión del pensamiento que ejercen otros, aun cuando no coincida con nuestros puntos de vista. No explica, por supuesto, ni quiere explicar, por supuesto, cómo es posible que a mayor ejercicios de “tolerancia” y “discriminación positivo”, otras partes no respondan con lo esperado en el esquema buenista. No explica quién define los comportamientos tolerantes ni qué hacer con cultural cuyas tradiciones, hábitos y costumbres se muestran intolerantes, ni cómo superar rasgos antropológicos, étnicos y culturales contradictorios. Ni siquiera se le ocurre pensar que ni los seres humanos somos iguales, ni las culturas lo son, sino que todo está jerarquizado y existen dos formas de aceptar cómo se formas estas jerarquías: o se acepta que se imponen de manera natural, o por selección a la inversa, los más fuertes y violentos -esto es, los menos tolerantes- se imponen sobre los más tolerantes. Habitualmente, los conceptos más primitivos se imponen sobre los más sofisticados, salvo en el mundo de los cuentos de hadas post-modernas.

El “pensamiento débil” lo es, en tanto que renuncia a valores absolutos y a la posibilidad de que puedan existir aquí y ahora. Tal como lo plantea Vattimo, el “pensamiento débil”, parte de ideas falsas: la primera de todas la de la “igualdad”. La segunda, da por hecho que todas las partes -salvo “los reaccionarios”, los únicos que merecen la consideración de “intolerantes” y, por tanto, deben ser aislados, combatidos y reducidos al silencio- presentes en una sociedad, están de acuerdo en el ejercicio de la “tolerancia” y dispuestos a resolver sus problemas mediante el recurso a ella. No es así: hace falta mirar el mundo de frente, su realidad, para advertirlo con una claridad que desdice todas las referencias filosóficas de Vattimo y demuestra su absoluta subjetividad. Sería bueno que Vattimo fuera a cualquier mezquita instalada en territorio europeo y explicara sus ideas al respecto de la religión o de los valores absolutos y espera la respuesta: si se tratara de una mezquita guiada por imanes moderados, sin duda, generaría carcajadas; si los imanes se ubicaran en el fundamentalismo, saldría, como mínimo, apedreado.

Vattimo aportó también un segundo mito de su cosecha: el de la “sociedad transparente”, título de uno de sus libros. El mismo explica a dónde quiere llegar:

“Lo que intento sostener es: a) que en el nacimiento de una sociedad posmoderna los mass media desempeñan un papel determinado; b) que éstos caracterizan tal sociedad no como una sociedad más “transparente”, más consciente de sí misma, más “iluminada” sino como una sociedad más compleja, caótica, incluso y finalmente c) que precisamente en este “caos” relativo residen nuestras esperanzas de emancipación” (Vattimo: 1990, p. 78).

El último punto, es el importante: “en el caos reside la redención”. En este punto, Vattimo se sitúa en las antípodas de los conceptos sostenidos por la Escuela de Frankfurt sobre la “industria cultural” (que, sostenían, conducía inevitablemente a la manipulación de las masas). Vattimo, cree, al contrario que los medios de comunicación de masas son canales de cultural popular, en absoluto medios de bastardización de las masas. Son, para él, expresiones de pluralidad social, cuando, cada día, cada hora, cada minuto resulta más evidente que los mass-media crean una sociedad de la mentira, cualquier cosa menos transparente, expresan los intereses de sus propietarios (y en esto, la Escuela de Frankfurt tenía razón) y crean realidades que convienen a estos. Los medios de comunicación, hoy, no son canales de “transparencia” sino muros de opacidad que impiden ver cuáles son sus verdaderas intenciones y hasta dónde llega su voluntad de manipulación.

 Y, según esto, es bueno que existan cuantos más medios a través de los cuales se puede recoger e integrar información para forjarse una opinión. No le importa que el exceso de información, termine matando a la información y haciendo imposible analizar el más mínimo aspecto de la realidad y alcanzar una convicción o adoptar una opinión. Al final, lo que asumimos y lo que rechazamos terminan siendo formas de subjetividad: leemos y creemos en unos medios y rechazamos otros desconfiando. La persona más objetiva, en este momento, no puede asumir la cantidad de información que está a su alcance, queda superado y subsumido en las dudas. Por su parte, los “verificadores” (puestos de moda durante el Covid), pronto se han convertido el nuevo nombre de los censores. Los mass-media crean una sociedad de la mentira, cualquier cosa menos transparente, expresan los intereses de sus propietarios (y en esto, la Escuela de Frankfurt tenía razón), creando y/o resaltando “realidades” que convienen a estos. Los medios de comunicación, lejos de ser lo que Vattimo presenta, no son más que instrumentos de manipulación de la opinión pública.

El problema de Vattimo es que su visión relativista, su concepto de “igualdad” y su “pensamiento débil”, le llevan a aceptar automáticamente cualquier cosa que difunda cualquier medio de comunicación y al ciudadano le corresponderá tamizar lo que, según su leal saber y entender, sea “verdad” de lo que es “mentira”. Si es que ambos conceptos existen, porque, al final, la teoría de Vattimo conduce a una “deconstrucción” de la realidad y a un exilio de la verdad que, a fin de cuentas, es un valor absoluto. Y, como todo valor absoluto, se trata de orientar la vida en torno a él, caminar hacia él, buscarlo, aproximarse a él, y considerar la vida como un camino de perfección y de aproximación a los arquetipos de lo absoluto. De ahí que hayamos dicho antes que la existencia de una sociedad organizada solamente es posible y viable, a partir de los valores absolutos que unánimemente acepta. La vía propuesta por Vattimo zambulle necesariamente en el nihilismo y éste en la inviabilidad de cualquier forma de civilización. La cobertura al nihilismo que propone, mediante la “tolerancia”, “la multiculturalidad”, “el pensamiento débil”, la “igualdad absoluta”, la “inclusión”, lo único que hace es deconstruir todos los valores que han hecho posible la sociedad civilizada.

Compara la fragmentación del pensamiento moderno y su ausencia de valores absolutos, a un país en el que cada población habla un dialecto diferente, pero no existe un idioma que los unifique, una lingua franca que cristalice como seña de identidad. Cada dialecto expresa realidades distintas, intereses vividos de maneras diferentes, no hay conexión entre ellos. Pero, a fin de cuentas, hay que aceptarlos todos, porque los dialectos no son más que “lenguas populares” que indican identidad y que no están sometidos a la lengua concebida como vehículo de comunicación para espacios más amplios. El dialecto expresa pluralidad, democracia, igualdad…  genera una sensación de pertenencia entre quienes lo hablan. No hay que interpretarlos, hay que asumirlos como son y esgrime a Nietzsche, descontextualizándolo en parte: “No hay hechos, hay interpretaciones”. Los dialectos son interpretaciones; por eso valen. A veces si entiende su significado y en otras no, pero, en cualquier caso, todos son dignos e “iguales”. No hay, por supuesto, una “lengua vehicular”. El sujeto, en cualquier caso, está “sfondato” (término italiano que sugiere sin fundamento, hundido).

Estamos en el centro del pensamiento post-modernista. De Vattimo, aún vivo, son tributarias las distintas “agendas” patrocinadas por la ONU y la UNESCO. No se trata de establecer si se trató también de un “pensamiento bajo demanda” o si fue fruto de reflexiones espontáneas de su autor. Tampoco es cuestión de discutir sobre si la ecuación personal del filósofo le llevó por esas sendas y no por otras (algo que parece evidente en la medida en que, en sus conferencias, sobre cualquier tema, la cuestión gay aflora siempre a base de vaselina y con calzador). Pero si es de resaltar algunos errores en sus planteamientos: partir de la “igualdad”, cuando todos los datos, la lógica y el sentido común, sugieren que ésta es contraria a la naturaleza y jamás ha existido, ni siquiera dentro de un mismo grupo de afinidad, es, por supuesto el mayor error que comparte con las demás tendencias de la modernidad, los “grandes relatos” que tanto él cómo Lyotard pretendían anular y criticar y que da la razón a los que piensan que la post-modernidad no es más que la parte más radicaliza y actual de la modernidad (como veremos más adelante).

Luego está la voluntad de “deconstrucción” de la historia. Excesiva e injusta y que justifica los contenidos de las asignaturas de humanidades que ha aplicado el pedrosanchismo y que encuentran en Vattimo su marco teórico. Todas las escuelas de historiadores actuales coinciden en extraer datos de los rincones más diversos y procurar establecer síntesis. Habitualmente, lo consiguen. Vattimo está obligado en esta tarea de demolición para demostrar que también la historia es pura diversidad. Vattimo confunde la historia sumaria que estudió en el bachillerato, con la historia tal como la trabajan hoy los estudiosos del sector. Las síntesis históricas, los rasgos dominantes de cada momento, las grandes tendencias, han sido siempre el objetivo de los mejores historiadores. Como ejemplo podemos poner la obra de Bernard Fay La masoneria y la revolución intelectual del siglo XVIII que nos proporciona una visión objetiva de la sociedad británica que, por sí misma, explica el porqué pudo desarrollarse tan ampliamente la institución masónica y como proliferó entre las clases pudientes. Y el libro tiene más de 80 años.

Para la interpretación tradicionalista de la Historia, realizada por Julius Evola en Revuelta contra el mundo moderno, la “gran historia” tiene un sentido: el de la decadencia. El devenir histórico genera una caída de los valores espirituales, de la posibilidad de entrar en contacto con la trascendencia, un proceso de materialización progresivo y cada vez más acelerado. Y cualquier elemento tomado en un contexto histórico concreto puede interpretarse en función de ese sentido de la decadencia. Obviamente, Vattimo no menciona esta interpretación de la historia que consideraría “reaccionaria” y, por tanto, figura entre las que no son dignas de la “tolerancia” y de ser trataba en plano de igualdad con las distintas formas de “progresismo”. Pero ahí está para desmerecer e ilustrar lo erróneo de su tesis.

No digamos ya la percepción absolutamente desquiciada que Vattimo se forja de la “igualdad de civilizaciones” (que justifica la multiculturalidad): colocar a pueblos que todavía están en el neolítico y que solamente han salido de él gracias a un fenómeno, en si mismo odioso como el colonialismo, con pueblos que creadores no supone, contrariamente a lo que opina, dar muestras de intolerancia y racismo, eurocentrismo y exclusión, sino colocar a cada a cada cultura en el lugar que le corresponde. El Tam-tam y la música de Beethoven no están al mismo nivel. El vudú y la teología católica tampoco pueden ser equiparados. La sumisión inherente al mandarinato y el espíritu prometeico europeo, no pueden ser comparados bajo ningún patrón. El aborigen australiano subvencionado de hoy no tiene nada que ver con el pionero que busca nuevas fronteras. Desigualdad es la ley. Toda diferencia se articula en jerarquías. Eso es lo que enseña la ciencia. Las diferencias culturales fueron vistas con cierta “tolerancia”, justo antes del advenimiento de la “modernidad” en la medida en la que cada visión cultural disponía de un espacio geográfico en el que era indiscutible y única. Fue, a partir de la modernidad, cuando apareció el colonialismo y, posteriormente, en el siglo XX, los movimientos migratorios, cuando se evidenció que la convivencia de culturas sobre el mismo territorio era completamente imposible, y no solo por la intolerancia de los más radicales de uno y otro bando, sino porque el choque de valores era tan, que no podía llevar sino a la renuncia de ideales, o bien al triunfo de unos sobre el resto. La prueba de que la “igualdad de civilizaciones” es pura ficción, es que el Islam actual se sitúa entre 200 y 400 años de distancia de la evolución de las sociedad europeas y, de ahí, que su implantación en el Viejo Continente se haya convertido en una fuente de tensiones y conflictos.

Y, finalmente, es falso que hayan desaparecido en las sociedades post-industriales todos los valores absolutos, la técnica se va configurando como un “valor absoluto” en la post-modernidad. De hecho, toda la literatura y la jerga filosófica utilizada por este grupo de pensadores, oculta los caminos reales por los que circula la humanidad actualmente. La técnica es nuestro fatum, nos domina hoy, nos va a dominar con mucha más fuerza mañana, va a ser el factor que evidencia hasta dónde pueden llegar las desigualdad sociales (las más odiosas entre todas las formas de desigualdad), que va a afectar, incluso a la concepción misma concepción de lo humano.

Es, a partir de estas consideraciones, cuando podemos establecer el lugar del pensamiento post-moderno como una forma de desvalorizar la lógica, las ciencias humanas, la objetividad, los valores de una época, para permitir la irrupción de la técnica y aceptar su hegemonía sobre lo humano. Porque, a fin de cuentas, si todo es relativo, y si resultaría imposible organizar a la sociedad según criterios de “tolerancia” predicada por el “pensamiento débil”, la única forma de hacerlo es “deconstruyendo” todo lo que la civilización ha ido construyendo con el paso del tiempo para encomendarse a los buenos oficios de la técnica, para que ésta modelo nuestros destinos.

El pensamiento post-moderno es, pues, el criterio que conviene a la Cuarta Revolución Industrial, tal como la conciben sus propietarios e impulsores. Nosotros no debemos tomar decisiones, no podemos tomarlas porque estamos enfrascados tratando de resolver los problemas generados por el pensamiento post-moderno: ¿cuál de entre todas las informaciones es correcta? ¿cuáles erróneas? ¿cómo debo comportarme con el vecino cabrón que tiene la música a todo volumen o con el violador que no acaba de entender que una mujer por ir con minifalda no es una puta que se le ofrezca? ¿cómo establecer criterios propios de belleza? ¿o es que debemos vivir sin incluir la belleza en nuestras vidas? ¿cómo ser tolerante con los fanáticos y los intolerantes? ¿cómo formar una familia si nos han dicho que esta institución es un lastre generado por el cristianismo, el patriarcado y la violencia? ¿Quiénes somos nosotros, en definitiva? ¿Cuál es nuestra identidad? ¿cuál nuestra cultura? Todo resulta ya demasiado complicado, así que es mejor que la Inteligencia Artificial decida por nosotros. Netflix ya lo intenta: si nota que el usuario tarda mucho tiempo en encontrar una película que ver, él mismo sistema, a la vista de nuestro historial anterior, nos muestra lo que más nos conviene ver. Acostumbraos, porque mañana, los algoritmos influirán en todos, absolutamente en todos los aspectos de nuestra vida. Y será el ”pensamiento débil” el que nos haya llevado a aceptar tal situación:Si todo es igualmente, que sea la máquina la que nos muestre que es lo más nos conviene”…

Una última nota sobre Vattimo. Vattimo tiene ahora 86 años. Es sin duda, el pensador del que ha partido todo el conjunto de ideas que inspiran al “nuevo progresismo”, que coincide a la perfección con las ideas difundidas por el Foro Económico Mundial, por el transhumanismo y está presente en los contenidos de la Agenda 2030 y, para colmo, es colaborador de los grandes diarios “mundialistas” (desde el Clarín Argentino hasta El País en España). ¿Qué valor hay que dar a sus reflexiones? Ya hemos apuntado que buena parte de ellas no son más que justificaciones a su propia vida. Es un pensamiento hecho a medida del pensador. El 27 de octubre de 2021, la geriatra que lo atendía, Fabria Longo, presentó una denuncia en Turín porque el asistente del filósofo, Simone Caminada, que “estaría manipulando con engaños a una persona incapacitada”. Caminada es un afrobrasileño de 38 años que, además de ser “asistente”, mantiene con Vattimo una relación sentimental. El texto de la denuncia dice, entre otras cosas, que Caminada se aprovechó de la “fragilidad psíquica” de Vattimo para “acceder a una serie de beneficios económicos”. Vattimo rechazó las acusaciones, pero los gastos injustificados ascendían a 60.000 euros. Caminada ha sido acusado también de aislar al filósofo de sus amigos y de amenazar con abandonarlo cada vez que surge una polémica. La soledad le sobrecoge. La denuncia solicitaba el nombramiento de un administrador de sus bienes que impidiera la posibilidad de expolio. La fiscal encargada del caso afirma que el afrobrasileño “ejercitaba sugestiones y presiones morales para quitarle el patrimonio y hacerse nombrar heredero” y una psiquiatra forense ha determinado que es “sensible a las manipulaciones”. Se conocen perfectamente todos los amores gays de Vattimo, desde prácticamente, el inicio de su carrera. Es algo que, nunca ha ocultado y de lo que, incluso, siempre le ha satisfecho hablar en público. Uno de sus amantes, afectado de SIDA trató de suicidarse, muriendo posteriormente. La denuncia fue desestimada en junio de 2022…

Esta es el triste último capítulo en la vida del artífice del “pensamiento débil”, quintaesencia de la filosofía post-modernistas. Nunca los azares de una vida han modelado tanto el pensamiento de un filósofo: nunca una época ha estado tan impresa por la ecuación personal de un doctrinario.