martes, 30 de agosto de 2022

EL PRESENTIMIENTO DE LA GUERRA QUE VENDRÁ (III) - 1939 CRISIS DEL IMPERIO INGLÉS - 2022 CRISIS DEL IMPERIO AMERICANO -GUERRAS PARA RETRASAR LA CAÍDA

Los paralelismos entre la situación y los movimientos previos a la Segunda Guerra Mundial y la situación actual resultan escalofriantes para aquel que conoce la historia de aquella época. No es raro que la “industria cultural” tienda a reducir aquel conflicto a tres puntos: “Hitler = loco expansionista”, “Holocausto” y “victoria de la democracia”… con lo cual, resulta imposible entender todo lo que ocurrió antes -¿cómo fue que Hitler llegó al poder y cómo Alemania en tres años, entre 1933 y 1936 se pasó del hundimiento económico a una economía pujante e inédita en la historia del país- y todo lo que ocurriría después -¿cómo fue posible que ya en las últimas semanas de la guerra se presintiera lo que iban a ser los 40 años de Guerra Fría? ¿cómo es posible que dos de los vencedores, Francia y el Reino Unido, 15 años después de su victoria hubieran visto evaporados sus imperios?-. La “versión oficial” de la Segunda Guerra Mundial, está articulada de tal manera que, a fuerza de repetirla una y mil veces, ha pasado a ser un producto clásico del “ministerio de la verdad” que, además, ningún historiador se atreve a contradecir, porque al hacerlo, se exponen a ver sus carreras en barbecho, en vías muertas y, en el peor de los casos, a enfrentarse a procesos judiciales. No, no es una “conspiración”, es simplemente un “acto de prevención” con el que, especialmente los EEUU y los instigadores de la Segunda Guerra Mundial, se guardan de poder utilizar el mismo mecanismo en caso de que aparezcan nuevos enemigos de su poder mundial.

Y esa ocasión ha llegado: EEUU está perdiendo cada día que pasa, un poco más de su posición de “primera potencia mundial”. Su ejército ha sido derrotado en Irak y Afganistán, en donde, ninguno, absolutamente ninguno de los objetivos propuestos al iniciarse el conflicto, ha sido alcanzado. En donde, a pesar de no tener un número excesivo de bajas -como tampoco en la Segunda Guerra Mundial, los EEUU sufrieron excesivas bajas: 174.000 muertos, son muy poco comparados con los 9.360.400 muertos de la URSS o los 3.640.000 muertos del Reich… o en la guerra del Vietnam en donde murieron 58.126 norteamericanos por 1.100.000 norvietnamitas- la sociedad norteamericana no pudo sostener la presión de unas guerra inútiles emprendidas, oficialmente, por “razones geopolíticas” y, en la práctica justificadas solamente para mayor gloria del complejo militar-industrial. Su situación es muy parecida a la del Reino Unido en 1939: un imperio que amenaza disgregarse, cuyas costuras se mantienen por la presencia militar y naval en todos los escenarios, pero cuya sociedad ha perdido interés en el Imperio y los beneficios solamente son cosechados por las grandes corporaciones. Reino Unido en 1939 y EEUU en 2022 son dos imperios al borde de la evaporación, conteniendo en su interior todos los elementos para intuir que han agotado su ciclo vital.

Desde Vietnam, la esperanza del Pentágono era entrar en lo que llamaron “guerras asimétricas” en las que todas las bajas correspondieran “al enemigo” y el bando propio no registrara ni una sola escena de bolsas de plástico y féretros repatriando soldados. Y ese sigue siendo, aún hoy, el concepto. Pero, finalmente, todo lo que implica dominio, conquista, victoria, implica que, antes o después, se debe producir la ocupación del territorio por parte de unidades de infantería. Y es aquí en donde los sistemas contrainsurgencias, la observación a distancia, las redes de inteligencia, se muestran incapaces de contener ataques de guerrilleros motivados. Y esto pertenece al pasado más reciente, casi a la actualidad informativa: estas semanas se ha cumplido un año de la llegada de los talibanes a Afganistán. En 1939, el Reino Unido envió un “cuerpo expedicionario” a Francia. Después de haber arrastrado a Francia al conflicto, el Reino Unido, tras el avance alemán de mayo de 1940, optó por refugiarse en Dunkerque y reembarcar abandonando a los franceses (y, dos semanas después, bombardeando a la escuadra francesa en Mers-el-Kevir). En 2022, ningún europeo quiere comprometer a su país en una guerra con Rusia en defensa de la “democracia en Ucrania” o de la integración de Ucrania en la OTAN o en la UE… Y, por lo demás, hay que dudar de la eficacia del ejército norteamericano en una lucha en Europa que no despertaría entusiasmos en los EEUU como se podía dudar en 1939 de la eficacia inglesa en defender un territorio que no era el propio. Los polacos creyeron en esa eficacia y Polonia desapareció del mapa en apenas tres semanas. El peor aliado es aquel que no está en condiciones de cumplir sus promesas. El Reino Unido no lo estaba en 1939, ni lo están hoy los EEUU.

Hasta la Primera Guerra Mundial, la historia de los EEUU era la historia de un país gobernado por unas élites mesiánicas desconectadas por completo de una población que creía verdaderamente en el contenido de sus documentos fundacionales y convencidos de que estaban constituyendo una sociedad libre. La historia de los EEUU empieza con una gran mentira: el “motín del té de Bostón” en donde los miembros de la logia masónica de la ciudad se disfrazaron de indios, atacaron un buque inglés anclado en el puerto y arrojaron las cajas de té al mar. Fue la primera operación “false flag” de su historia (salvo que se considere el episodio del caballo de Troya como precedente mítico). Seguirían otras. Hoy se sabe, por ejemplo, que el “incidente de Tonkin” que justificó la intensificación de la guerra del Vietnam, jamás existió y se duda de la solidez de la “versión oficial” sobre los ataques del 11-S que dieron lugar a las invasiones de Afganistán e Irak, como se duda también de que el gobierno de los EEUU no conociera la fecha de ataque a Pearl Harbour, sin el cual los EEUU no hubieran podido entrar nunca en la Segunda Guerra Mundial.

Históricamente, la población norteamericana siempre ha sido aislacionista, pero las élites han precisado guerras de conquista para ampliar su cuenta de resultados. Y para obligar a la población a abandonar ese aislacionismo tradicional y lograr que aceptaran morir en los escenarios más alejados de sus grandes, se vieron obligados a recurrir a dos métodos, por este orden: el papel instigador de los medios de comunicación (que preparaban el camino) y la operación de “bandera falsa” (que provocada el traumatismo en la conciencia americana: “o ellos o nosotros”).

Siempre ha sido así y no hay motivos para pensar que esto cambiará alguna vez. La única defensa de la “verdad oficial” consiste en tildar de “conspiranoicos” a quienes presentan pruebas y razonamientos lógicos para demostrar que se ha producido una operación de “bandera falsa”, e insistir en los quiméricos contenidos de la “verdad oficial”. Y recordamos que hoy, en 2022, el poder de penetración y la concentración de los medios de comunicación es mucho mayor que en los tiempos en los que Randolph Hearst declaró la guerra a España solamente excitando a la población norteamericana, para ampliar las ventas de sus diarios.

Así pues, el “anuncio” de una próxima guerra es una mecánica con pocas innovaciones en el último siglo y medio de historia. Pero sería absurdo considerar que solamente la “provocación” (o, si se prefiere, la operación “false flag”), bastan para generar un conflicto. Ese es solamente, el detonante. Pero, para llegar hasta allí se tienen dar una serie de condiciones previas que afectan, por un lado, a la preparación del conflicto y síntomas que evidencien que se trata la única salida lógica para la “élite” que gobierna aquel país

Vemos cuales son estos elementos:

1.- Crisis económica prolongada con imposibilidad de salida

En 1939, los EEUU vivían todavía las consecuencias de la crisis de 1929. Dirigía el país Franklin Delano Roosevelt, el presidente que, por las circunstancias ha tenido un mandato más largo en la historia del país: 12 años. Llegó al poder proponiendo un “New Deal” (= nuevo acuerdo) que consistía en una serie de programas de ayudas sociales e inversiones públicas. A pesar de que este “new deal” suele ser considerado por los historiadores oficialistas como un “éxito”, lo cierto es que constituyó un inmenso fracaso. Copiamos de Wikipedia, de la entrada sobre el presidente Roosevelt: “El New Deal no resolvió la crisis, que perduró hasta que Estados Unidos movilizó su economía con la Segunda Guerra Mundial, momento en el que el número de parados seguía siendo alto”. En efecto, los motivos del fracaso hoy están muy claros y fueron los mismos por los que los planes de Zapatero E2010 de 2009 no sirvieron para nada: al entregar a las autoridades autonómicas y locales (en el caso de los EEUU, a los Estados) los fondos para invertir en infraestructuras, la “parte del león” de los mismos fue a parar a constructores y empresarios y no volvió al circuito social de consumo y de reactivación económica, sino a las cuentas bancarias de élites y patronos. Y esto misma explica por qué planes similares de construcciones de infraestructuras entre 1933 y 1936 en el Tercer Reich tuvieran éxito: en efecto, el dinero era invertido directamente por el Estado, a través de empresas públicas creadas al efecto y se evitaba la parte de beneficios de los empresarios privados.

Esto hizo que, en 1938, la situación fuera extremadamente difícil para la administración Roosevelt: el desempleo seguía  manteniéndose alto y, para colmo, en 1937 se produjo una desaceleración de la economía que se prolongaría hasta que se inició la Segunda Guerra Mundial y los EEUU, a pesar de su neutralidad inicial, empezaron a producir municiones y material de guerra que exportaron al Reino Unido. En 1942, la producción ya había logrado superar los baches de 1929 y de 1937 e inició el “gran despegue” o los “30 años gloriosos” que se prolongarían hasta la crisis del petróleo de 1973.

Los historiadores del futuro, no podrán limitarse a eludir el problema del fracaso del “new deal”. Si hoy persisten en esa idea se debe a que, reconociéndola, aparecen claramente los motivos por los que los EEUU, en 1938 hicieron todo lo posible para que el problema de Danzig fuera irresoluble y llevara a un nuevo conflicto. Por otra parte, desde 1933 el Consejo Judío Americano había declarado la guerra a Alemania en el mismo momento en el que Hitler llegó al poder. Esto implicaba que buena parte de la prensa, de los medios de comunicación y de Hollywood, adoptarían esa posición desde el momento en el que la presencia judía era muy notable.

Así pues, si aceptamos el hecho demostrado de la incapacidad de los procedimientos “keynesianos” para reactivar la economía norteamericana, entenderemos que la única vía para poner en marcha de nuevo las fábricas, era generando las condiciones para que estallara una guerra, bien en Europa, o bien en Asia. En cualquiera de los dos casos, EEUU se configuraría, inicialmente, como proveedor de armamentos, tarea que, en sí misma, ya suponía reactivar los circuitos de producción.

Paralelamente existía una segunda intención: el proyecto de convertir los EEUU en potencia hegemónica mundial. Y, para eso, era necesario intervenir en la guerra directamente. Pero, el problema que se le planteaba a Roosevelt era que, después de casi una década de “operaciones psicológicas” para convertir al americano medio en belicista, la mayoría del pueblo norteamericano, era partidario de mantener la postura aislacionista. Esto explica, el porqué, inmediatamente estalló la guerra chino-japonesa en 1937, los EEUU firmaron con China un contrato secreto por valor de 50.000.000 de dólares, enviando 100 aviones Curtiss P-40 y 300 militares norteamericanos (dados de baja nominalmente del servicio para no involucrar a su país y atraídos por la paga) dirigido por el general Claire Lee Chennault (que había sido dado de baja en EEUU y entró en china como “agricultor”). Y por qué, a partir de 1938, los EEUU iniciaron el embargo de petróleo y de minerales en bruto, congelaron los bienes japoneses en territorio norteamericano y cerraron el canal de Panamá a buques japoneses. Pero, a pesar de que los medios de comunicación norteamericanos solían aludir a masacres y crueldad en China, no lograron que la opinión pública norteamericana aceptara entrar en una guerra abierta contra Japón (que hubiera implicado también guerra contra Alemania, en el momento en el que la Operación Barbarroja suscitaba simpatías en la opinión pública y había neutralizado los resultados de las operaciones psicológicas belicistas). Los EEUU entraron en “negociaciones” con Japón que alcanzaron su clímax con la nota del Cordell Hull, secretario de Estado, del 26 de noviembre de 1941 que fue considerado por el gobierno japonés como un “ultimátum”.  A partir de ese momento, los EEUU, solamente esperaron el ataque a Pearl Harbour -que conocían bien y que hubieran podido desactivar- que, por sí mismo, cambio de un día para otro, la opinión del pueblo norteamericano y facilitó la entrada en guerra, no solamente contra Japón, sino también en Europa.

Esa misma situación es la que, en estos momentos, se está generando. Después de prometer a Gorvachov que la frontera de la OTAN no se movería, los EEUU facilitaron la ampliación de este organismo hacia el Este: pero, ya en 1991, instigados por los EEUU, Polonia, Hungría y Checoslovaquia pidieron el ingreso en la UE y en la OTAN y llevar a cabo reformas militares para equiparar sus ejércitos a los de la OTAN. En la Cumbre de Madrid de 1997, Polonia, Hungría y Chequia, ingresaron. En la Cumbre de Washington de 1999, la OTAN emitió directrices para la adhesión de Albania, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Macedonia, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, a los que se sumaría Croacia, países que se integraron en la Cumbre de de Estambul en 2004. En 2017 ingresaría Montenegro y en 2020 lo hizo Macedonia del Norte. Así pues, la promesa realizada en 1990, por el secretario de Estado de EEUU, James Baker, al presidente Mijaíl Gorvachov, había demostrado ser papel mojado. Un simple engaño. Y no solo eso: la ampliación iba a proseguir con la incorporación de Ucrania que desató, finalmente, el conflicto.

¿Por qué ese conflicto y por qué ahora? Los dos años de pandemia sirvieron solamente para aplazar el gran problema que se presentía en 2019: la inflación castigaría a la economía mundial. El confinamiento detendría el consumo y, consiguientemente, la economía se “enfriaría”, como, efectivamente, así ocurrió. Pero el problema fue que, dos años después, al reactivarse el consumo, la inflación, contenido en los años anteriores, se disparó.

A esto se unió el problema interior de los EEUU y la lucha entre el stablishment y el “nuevo conservadurismo” (o “nuevo aislacionismo” representado por Trump). La medida de manual para contener la inflación es subir los tipos de interés, encarecer el dinero, en una palabra. Y eso fue lo que se está aplicando en estos momentos. Eso, indudablemente, afecta a la población, que ve encarecidas las hipotecas y los préstamos, pero, beneficia a los grandes poseedores de capital que ven como su dinero evitar la pérdida de valor con los procesos inflacionistas y, por el contrario, genera más intereses. Pero, el problema ha sido que la subida de tipos de interés ha “enfriado” la economía y los EEUU han entrado en recesión en un momento muy peligroso en el que el país esta divido en dos (progresistas pro-stablishment y conservadores trumpistas).

En este contexto, la instigación para la entrada de Ucrania (y luego de Finlandia y Suecia) en la OTAN suponen verdaderas provocaciones anti-rusas, en un momento en el que el gobierno ruso no manifestaba absolutamente ninguna tendencia belicista ni expansionista. Porque, tras la entrada de Ucrania en la OTAN era evidente que la siguiente maniobra sería atacar el corazón del régimen ruso. Vale la pena recordar aquí que la responsabilidad en el desencadenamiento de una guerra no es de quien disparó primero, si no de quien creó la situación para que alguien disparara. Y, en este caso, la responsabilidad de los EEUU es absoluta, total e incontrovertible, de la misma forma que en 1937-1941, Japón tuvo todo el derecho de sentirse agredido por los EEUU que intervinieron en el contencioso que mantenía con China. Al igual que, en esta ocasión, los EEUU han seguido aguijoneando en dirección a la guerra:

- obligando a los países europeos a comprometerse a favor de la OTAN (esto es, a favor de los EEUU, pues nadie puede dudar de que, más que una “alianza”, esta organización es el rebaño dirigido por el perro pastor del Pentágono, esto es, una estructura militar que certifica y evidencia la dependencia política de Europa y su estado de vasallaje en relación a los EEUU), aun a sabiendas de que este compromiso iba a ser mucho más perjudicial para los pueblos europeos y no iba a significar absolutamente nada para Rusia.

- enviando armamento sofisticado de última generación a Ucrania, simplemente para observar su comportamiento en combate y su utilidad. Algo que ya realizaron en la guerra chino-japonesa de 1937-1945, enviando a los Curtiss P-40 con sus tripulaciones. Parece demasiado evidente que las asimetrías entre Rusia y Ucrania hacen completamente imposible una victoria ucraniana y que seguir enviando armas a este país, supone un intento de prolongar una guerra, en lugar de entrar en negociaciones.

- realizando maniobras de aislamiento contra otros países considerados por el stablishment como “enemigos” (léase “competdores”): tal ha sido el viaje de Nancy Pelosi (miembro del partido demócrata, presidenta del congreso y uno de los pesos pesados del stablishment) a Taiwán (país que fue abandonado por los EEUU desde 1972, tras la “política del ping-pong” y del viaje de Nixon y Kissinger a Pekín y del que no se había vuelto a preocupar, sino más bien que ha hecho todo lo posible por aislar y expulsar de foros internacionales) y luego la formalización de un primer acuerdo económico-comercial con el gobierno de este país, por el simple hecho de que supone un gesto hostil hacia la República Popular China a causa de su acercamiento a Moscú. A lo que ha seguido, el envío de dos pequeños destructores a la zona que separa la masa continental china de la isla de Formosa. No es nada que no hubiera hecho antes una administración norteamericana: desde 1937, Roosevelt mantenía comunicación con Stalin para tratar de aislar a Alemania. Igualmente, la actividad de Roosevelt convenciendo al gobierno polaco de 1938-39 de que se cuidara de negociar con el Reich y de garantizarle todo el apoyo diplomático y militar, constituyó otro frente del complejo panorama europeo que culminó con el estallido de la guerra por un problema que hubiera podido resolverse por la vía de la negociación. Si Polonia se negó a negociar fue, precisamente, por la presión anglo-americana.

- enviando información estratégica, obtenida mediante satélites espía, al mando militar ucraniano, asumiendo la dirección de las operaciones psicológicas mientras dure el conflicto. Las fake news no son cosa del siglo XXI, empezaron a multiplicarse durante la Primera Guerra Mundial, se hicieron habituales para la “causa antifascista” en los años 20 y 30 y dominaron la narrativa de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Las cosas no han sido muy diferentes desde el inicio del conflicto ucraniano: cada mañana asistimos a la ración de fake news aportadas por cada parte. Detrás de muchas de ellas, son perceptibles los mismos elementos presentes en todas las operaciones psicológicas desarrolladas por el Departamento de Estado de los EEUU y por sus organismos de inteligencia: utilización preferentemente de mujeres y niños como víctimas, informaciones sobre crueldades cometidas solamente por un bando que ni siquiera se tiene la seguridad de si son ciertas o faltas pero que, en cualquier caso, han sido manipuladas y/o exageradas, informaciones sobre victorias imposibles en frentes en donde no se ha producido ninguna actividad militar, noticias sobre bajas asimétricas y sobre deserciones en el bando contrario, noticias sobre ataques a hospitales, centrales nucleares y colegios, inútiles desde el punto de vista militar, pero efectivos para proclamar la crueldad y la irresponsabilidad criminal del otro bando… Tras la mayoría de estas noticias se reconoce perfectamente el “buen hacer” de los laboratorios de operación psicológicas que han actuado en la guerra de Siria, en la guerra de Irak, en la guerra de Afganistán y que han contribuido a reforzar el relato norteamericano de estos conflictos, utilizando el cual resulta incomprensible su final.

2.- Aparición de “potencias emergentes” que comprometen el proyecto unilateralista norteamericano.

En 1939, la aparición de un “nuevo poder” en Europa, representado por los fascismos, se unía a la decadencia que experimentaban el imperialismo francés y el británico desde el final de la Primera Guerra Mundial. La importación masiva de tropas procedentes de las colonias para combatir a los Imperios Centrales, hizo que -y fue Spengler el primero en señalarlo en Años Decisivos- favoreció el que sectores nativos de esas colonias se dieran cuenta de que el “hombre blanco” no era invulnerable, aprendieran el manejo de armas y empezaran a pensar que nunca más volverían a enviarlos a morir por una causa que no era la suya, sino la de la metrópoli colonial. Eso hizo que, a lo largo de los años 20, empezaran a fermentar ideas independentistas en esas colonias que luego, en el curso de los 30, cristalizaran en movimientos de “liberación nacional”. Tras la Segunda Guerra Mundial, en todo el mundo árabe, en Asia y en la zona subsahariana el clamor por la independencia que el observador atento podía escuchar desde mediados de los años 20, cristalizó y la descomposición de los imperios europeos quedó patente.

La enseñanza histórica muestra que los “imperios” modernos, no son eternos, sino que su ciclo vital es cada vez más breve. Nada que ver con el milenium del Imperio Romano y nada, por supuesto que ver con la longevidad del imperio chino. Cuanto más “moderno” es un imperio, más breve es su ciclo vital. El imperio británico quedó establecido oficialmente en 1497 y se disolvió en 1997, pero estaba muerto a partir de la independencia de la India en 1947, antes incluso de lo previsto. En ese momento el Reino Unido estaba prácticamente en bancarrota, con insolvencia que solamente se había evitado el año anterior, después de que los EEUU le concedieran un préstamo de 4.330.000.000 de dólares (que se acabó de pagar en 2006). Cuando Francia y el Reino Unido intentaron recuperar el terreno perdido en 1956 invadiendo el Canal de Suez, se dieron cuenta de que ya no pesaban en la escena internacional: EEUU impuso la retirada, mientras la URSS aprovechaba la invasión para liquidar la revolución anticomunista en Hungría. Francia, por su parte, se benefició tras la Primera Guerra Mundial de la incorporación de colonias sustraídas a Alemania (Togo y Camerón) y mandatos en territorios que habían pertenecido al Imperio Otomano (Siria y Líbano), pero inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial empezó a descomponerse rápidamente y, tras las pérdidas traumáticas de Indochina y Argelia, la “grandeur” fue solamente una fantasía megalomaníaca del general De Gaulle.

A partir de 1945 el mundo quedó dividido entre la “zona de influencia” norteamericana y la “zona de influencia” soviética. Tras los 40 años de Guerra Fría (1948-1989), siguió el breve período de hegemonía indiscutible de los EEUU (1989-2001) que terminó en un momento indeterminado entre la caída de las Torres Gemelas y la crisis económica iniciada en 2007 (con el estallido de las hipotecas “subprimes”). A partir de ese momento, tres hechos pusieron fin a la hegemonía de los EEUU: la reconstrucción de Rusia operada por Vladimir Putin, el formidable despegue económico de la República Popular China y la aparición de “potencias emergentes” (India, Brasil, Irán). Fue solamente durante la presidencia de Donald Trump que los EEUU comprendieron que ya no eran “la única potencia global”, sino una más en un mundo que, a partir de ese momento, iba a ser “multipolar”. A partir de ese momento, la gran contradicción y el gran riesgo de nuestro tiempo es la inevitable decadencia del “imperio americano” y su resistencia a no ser solamente una “pata” más de un orden multipolar asentado sobre distintas potencias regionales.

En ese contexto, el gran drama europeo es haber renunciado a su proyecto unitario que hubiera debido tender hacia la independencia y soberanía política, económica y militar del continente, confirmándose como otra de las “patas” del orden multipolar. En lugar de eso, la UE aceptó ser la “delegación” en esta región del globo del sistema de economía neoliberal globalizado, seguir acogiéndose al teórico paraguas protector ofrecido por los EEUU en el seno de la OTAN, ante riesgos inexistentes, y aceptar ser un enano político sin personalidad ni peso en la escena internacional.

En 1939 era el imperialismo británico el que declinaba a mayor velocidad. El “partido de la guerra” británico (Churchill, Lord Halifax, Anthony Eden) temían -y, con razón- que la irrupción del Tercer Reich hiciera posible el fantasma que más temían y ante el cual la política británica mantenía una oposición constante desde el siglo XVIII: la aparición de un eje París-Berlín-Moscú. Y, en un período comprendido entre 1936 y 1938, el “partido de la guerra” británico, de común acuerdo con la administración Roosevelt, hizo todos los esfuerzos para impedir un acuerdo en Europa y azuzar el estallido de un conflicto.

El motivo era claro: Alemania se había reconstruido económica y políticamente. Tras la incorporación del Sarre, de Austria y de los Sudetes, y, tras la desintegración de Checoslovaquia, cuyas dos partes aceptaron entrar en el área del a influencia alemana, el Reich quedó formado por casi 100 millones de habitantes provistos de una capacidad industrial y tecnológica que, en apenas diez años, junto a sus países aliados, hubieran logrado con facilidad y sin necesidad de una guerra, que todo el continente europeo hubiera gravitado en torno a Berlín. La “Europa alemana” a la que aludió Thiriart. Eso implicaba, en la práctica, la expulsión del mundo anglosajón de la principal zona de consumo del mundo en aquel momento. El “partido de la guerra” británico decidió que esta hipótesis era intolerable para los intereses británicos (que, por otra parte, percibían la imposibilidad de mantener un imperio en el que, en todas partes, aparecían movimientos centrífugos) y de ahí su colusión con los intereses de la administración Roosevelt.

Ahora se da una situación parecida. Se han cumplido las previsiones geopolíticas de un desplazamiento de la economía mundial al área del Asia-Pacífico… pero lo que no se ha cumplido es la expectativa de que los únicos contendientes fueran China y EEUU. Rusia se ha reconstruido como se reconstruyó Alemania tras la Primera Guerra Mundial y la geopolítica rusa juega con estimular las relaciones de amistad con tres zonas geográficas contiguas: China, Irán y la Unión Europea. Con los dos primeros países esta política ha podido saldarse con éxitos (a los que se ha unido la creación del Grupo de Países BRICS). El problema radica en Europa (esto es, en la UE) y en su cerril alianza contra natura con los EEUU. Ya hemos demostrado que la UE es el único “aliado” seguro que le queda en el mundo a los EEUU (además del Reino Unido). La negativa a reconocer la tendencia inevitable de la política internacional y la existencia de imperios que se desmadejan (el francés y el británico en 1939 y el norteamericano en 2022) es el mayor riesgo de guerra. Porque, entonces los británicos aceptaron entrar en el juego de los EEUU, como hoy los europeos vuelven a hacerlo en el caso del conflicto ucraniano y sin ninguna resistencia (a diferencia de cuando estalló la guerra de Irak en donde sí hubo oposición a que la “doctrina del caos” se instalara en la región; sólo Blair y Aznar apoyaron la aventura colonial de Bush). El resultado fue que en 1946 el Imperio Británico, que ya estaba en crisis desde los años 30, empezó su rápida agonía, de la misma forma que hoy, la Unión Europea se encamina hacia su ocaso después de quince años de crisis.

El Tercer Reich ayer, hoy Rusia, son la excusa para llamar a formar a los vasallos para un conflicto que, de prosperar, se libraría especialmente en territorio europeo.

- Creación de focos de tensión permanentes y “guerras menores”

Desde el final de la Guerra de Secesión, los EEUU, sistemáticamente, se han cuidado de atizar conflictos locales para mayor gloria de su expansionismo y de su industria armamentística. A partir del siglo XX, se trata de que estos conflictos sucedan siempre en los lugares más alejados de los EEUU y de apoyar siempre a la fracción más proclive a los intereses de las corporaciones norteamericanas. A fin de cuentas, nada de esto es extraño: se trata de una potencia comercial, como antes lo fue el Reino Unido y que toma como modelo a Cartago. Cartago, por cierto, no se eclipsó para siempre hasta la tercera guerra púnica, cuando Roma decidió sembrar con sal las ruinas de la capital del imperio comercial.

Cuando en marzo de 1939, Roosevelt envió una “carta abierta” a Hitler, repleta de recriminaciones y amenazas, el Führer desde la tribuna del Reichstag le respondió con una contundencia que pocos historiadores tienen el valor de reconocer hoy: ante la acusación de que el Reich buscaba la guerra en Europa, Hitler recordó:

Después del Tratado de Paz de Versalles, solamente entre 1919 y 1938, se libraron catorce grandes guerras, en ninguna de las cuales Alemania estuvo involucrada, pero en las que estuvieron sin duda inmiscuidos, países del hemisferio occidental, en cuyo nombre también habla el Presidente Roosevelt. Además, se produjeron en el mismo periodo 26 intervenciones violentas y sanciones llevadas a cabo mediante el uso de la fuerza y del derramamiento de sangre.  Alemania no participó en ninguna de ellas tampoco. Sólo los Estados Unidos, desde 1918, han llevado a cabo intervenciones militares en seis casos.  La Unión Soviética, desde 1918, se ha visto involucrada en 10 guerras y acciones militares en las que la fuerza y el derramamiento de sangre estuvieron presentes. Una vez más, Alemania no participó en ninguna de ellas, ni fue responsable por lo ocurrido”.

Sin embargo, la prensa norteamericana (especialmente la controlada por capitales de origen judío), había bombardeado sistemática a la población con noticias falsas (el envío de 20.000 soldados del Reich a Marruecos durante la guerra civil española, no fue la mayor) generando la idea de que “Alemania quería la guerra”…

A lo largo de la Guerra Fría la estrategia de los EEUU consistió en desencadenar guerras, directamente o a través de terceros, en frentes secundarios. Y, cuando acabó ese conflicto con la caída del Muro de Berlín, nada varió: EEUU siguió generando más y más conflictos. ¿O es que hay que recordar que el desmembramiento de Yugoslavia y los bombardeos de la OTAN en 1999 sobre este país, no tuvieron ninguna justificación ética o política? ¿Y luego? ¿Estuvieron justificadas las invasiones de Afganistán e Irak con la excusa del “terrorismo internacional” que nadie ha demostrado jamás que procediera de estos países? ¿Vamos a dudar que las “revoluciones verdes” que sacudieron los países árabes hace diez años y sumieron  en crisis todavía hoy no superadas a países del Magreb y de Oriente Medio y guerras provocadas como en Siria, fueron instigadas sin excepción desde Washington? La “teoría del caos” establece que si una región del planeta puede declararse neutral o inclinarse a favor del enemigo geopolítico, es mejor generar una situación de crisis y guerra destructiva para que la otra potencia no pueda beneficiarse. Eso es lo que se ha hecho en Libia, en Siria… sin olvidar que ningún país en los que se produjo una de estas “revoluciones verdes” ha logrado estabilizarse diez años después (Túnez o Egipto).

Y entonces estalla el conflicto ucraniano. ¿Por qué Ucrania? En primer lugar, porque en Ucrania es un país de confianza: con una oligarquía de origen judío, como la mayor parte de altos cargos de la administración Zelensky y el propio presidente, con fuertes lazos con la comunidad judía norteamericana, Ucrania tiene la particularidad de que está en la frontera de Europa, a las puertas de Rusia, país que tiene todo el derecho a sentirse amenazado por el intervencionismo norteamericano y los silencios cómplices europeos.

Es evidente que Ucrania no tiene ninguna posibilidad de resistir mucho tiempo, incluso al ataque limitado del ejército ruso y que, enviar armamento solamente retrasa el fin del conflicto, el sentarse a la mesa de negociaciones, y empeorar la situación de la UE a causa de las sanciones impuestas a Rusia por presión de los EEUU; la UE es la verdadera víctima indirecta del conflicto. Lo que Rusia niega a Europa, lo ofrece EEUU… a un precio mucho más alto. Ahí está el motivo de uno de esos conflictos generados artificialmente. 

Una Ucrania neutral, la única fórmula que puede aceptar Rusia y que no resulta perjudicial para Europa, sino que supondría la existencia de un “estado tapón” que impidiera “roces” entre la OTAN y Rusia, equivaldría a la desaparición de una frontera de tensión y, por tanto, a corto plazo aumentaría los intercambios mutuos entre Rusia y la UE, con la consiguiente relajación del “vínculo atlántico”. Y, de la misma forma, que la política inglesa en 1939 seguía siendo la de impedir un entendimiento París-Berlín-Moscú, hoy los EEUU la han asumido con idéntico vigor.

Ahora bien, el problema es saber si el conflicto ucraniano seguirá siendo un conflicto localizado con repercusiones internacionales especialmente negativas para los países de la UE, o si degenerará en un conflicto más amplio, lo que, a fin de cuentas, es el deseo de la administración ucraniana, como en 1939, Polonia quería que Francia, Inglaterra y EEUU se comprometieran con su causa. Incluso el Estado Mayor polaco, intoxicado por informes falsos de inteligencia entregados por los países anglosajones, estaba convencido de que, en caso de estallar la guerra, el ejército polaco se plantaría en dos semanas a las puertas de Berlín… gracias a los ataques operados desde la frontera franco-alemana por las tropas anglo-francesas. 

Incluso en esto existen paralelismos: ni la Francia de 1939 deseaba la guerra, ni mucho menos estaba preparada para la guerra, ni hoy los pueblos de la UE quieren “morir por Kiev”, ni entienden que suba el precio de la electricidad, del gas y de los alimentos a causa de un conflicto que los medios de comunicación, lejos de explicar, convierten en un galimatías ininteligible. Ni siquiera quieren "pasar frío por Kiev”…