viernes, 26 de agosto de 2022

EL PRESENTIMIENTO DE LA GUERRA QUE VENDRA (II) - LA TERRIBLE DISYUNTIVA QUE SE ANUNCIA EN EL HORIZONTE

Los imperios en decadencia tienen dos opciones: reconocer su debilidad y lo finito del tiempo que todavía les queda, adaptándose a la idea de que su poder ya no es el que era, o bien realizar una fuga hacían delante, para tratar de jugar sus últimas cartas. Los EEUU, durante el mandato de Donald Trump eran perfectamente consciente de que la época del “unilateralismo” hacía tiempo que había terminado (cuando se evidenció la imposibilidad por parte del Pentágono de vencer a la resistencia iraquí y afgana y, mucho más, desde la crisis económica del 2007-2011 y del consiguiente despegue chino). La propuesta de Trump era la más razonable que podía realizarse: concentrarse en el interior del país, reconstruir las infraestructuras, reindustrializar el país y tratar de ser una “pata” más en un mundo multipolar. Trump no ha sido nada más que el despertar de un fenómeno habitual en la historia de los EEUU: el aislacionismo, el “decoupling” de cualquier alianza y de cualquier pacto exterior y la priorización del “American first”.

El norteamericano medio, con sus tradiciones extrañas a ojos de nosotros europeos, con sus tics que proceden de la llegada del May Flower, con sus tres “despertares espirituales” (que para los europeos no dejan de ser tres oleadas de supersticiones. Véase la serie de artículos que dedicamos a este fenómeno: Para entender mejor a los EEUU), con sus hitos de la guerra de la independencia y de la guerra de secesión, con la simplicidad de los granjeros y de los baptistas del Sur, está más próximo al “aislacionismo” que a cualquier otra concepción de la política internacional. Sin embargo, históricamente, los EEUU han sido gobernados por plutócratas, representantes de los distintos grupos económicos a los que han servido con fidelidad perruna, especialmente a partir de Woodrow Wilson. El control sobre los medios de comunicación ha podido operar el milagro de que un país de contrastes y contradicciones como los EEUU hayan llegado hasta el siglo XXI siendo potencia hegemónica mundial desde 1944. La inercia de los 30 años gloriosos de la economía (1943-1973) operó el milagro. Para ello hizo falta, como hemos visto, una guerra mundial y una victoria que los europeos todavía estamos pagando.

Pero esto ha llegado a su fin. Los EEUU viven una situación interior y exterior absolutamente insostenible. Todos los equilibrios generados por el propio sistema resultan absolutamente precarios. Da la sensación de que el país ha alcanzado un punto de no retorno.

La competición electoral entre Hilary Clinton y Donald Trump en 2017 no fue solamente otro episodio de la lucha entre demócratas y republicanos, fue mucho más que eso: una lucha entre dos concepciones de los EEUU. El elector tuvo que elegir entre el “stablishment” y el “americano medio”. Eso fue todo. Y eligió al “hombre hecho a sí mismo”, triunfador que, de paso, le prometía no más guerras, dedicar los esfuerzos a la reconstrucción del país, reformar, mejorar y actualizar las infraestructuras, dejar de obsesionarse por la corrección política, afrontar el problema migratorio que estaba cambian al país, y, en la práctica, una política de “decoupling” con los aliados europeos y de paz en Oriente Medio. Los EEUU debían de reducir su dependencia de la globalización, reindustrializarse y volver a ser el país de las oportunidades. La fórmula era “mirar hacia adentro”. La otra opción era, justo su opuesta: afirmar el liderazgo y la primacía norteamericana en todo el mundo, la presencia militar allí en donde se requiriera porque algún “enemigo de América” se había hecho demasiado poderoso, y todo ello acompañado por monsergas sobre “perspectivas de género”, “derecho al aborto”, “corrección política”, etc. Y los EEUU votó por la primera opción.

Desde entonces, el stablishment reaccionó de manera histérica: una cosa era que en algún pequeño país europeo gobernara algún partido populista y otra muy diferente que el populismo hubiera vencido en la meca de las multinacionales, del dominio corporativo, en la Meca del neocapitalismo. Desde el primer día que se conoció el resultado electoral, el stablishment declaró la guerra a su gobierno y a él mismo. Esa guerra se prolongó durante cuatro años hasta llegar a las elecciones de 2020 concluidas con aroma de fraude. Pero la guerra contra Trump no se detuvo allí. Se prolonga todavía hoy. Dentro del Partido Republicano nadie duda que será el candidato en las próximas elecciones y, por el momento, la candidatura que se anunciaba de Charlize Cheney, embarrancó de partida, cuando perdió las primarias de Wyoming a mediados de agosto. De los 10 senadores republicanos que habían adoptado posiciones anti-trumpistas, 8 perdieron su escaño. Charlize (“Lyz”) Cheney, hija del antiguo vicepresidente de los EEUU Con George W. Busch, es la representante del stablishment dentro del Partido Republicano y su candidatura, podía definirse más como anti-trumpista que como anti Partido Demócrata.

La victoria de los candidatos trumpistas ha hecho que la derecha republicana, incluida Sarah Palin, se sitúe indiscutiblemente en torno a Trump, justo en el momento en el que el presidente Joe Biden registra unos índices de popularidad a mínimos históricos. El registro del domicilio de Trump para encontrar pruebas que lo incriminen y le impidan presentarse como candidato a las próximas elecciones, apenas sirvió para ocultar que ese mismo día, en el Estado de Florida habían sido condenados una veintena de exconvictos por fraude electoral, como resultado de las denuncias de los partidarios de Trump al conocerse los resultados de las elecciones de noviembre de 2019. Así pues, si hubo “fraude electoral”, por mucho que, aún hoy, resulte difícilmente cuantificable, pero es, en cualquier caso, significativo que fuera en los estados con mayor número de “votos electorales” (en el peculiar sistema electoral norteamericano, los ciudadanos -el “voto popular”-, votan a los “representantes” y estos, con su “voto electoral”, diferente en número en cada Estado, votan al candidato a la presidencia.

El registro al domicilio de Trump ha coincidido con el punto más bajo en la popularidad de Biden y, no solo eso, sino con la generación de las críticas a su estado de salud. Ahora ya no es un rumor, como durante la campaña electoral, y durante el primer año de su mandato: ahora, ya es inocultable y pertenece al dominio público el que el presidente tiene sus cualidades mentales absolutamente disminuidas. Son frecuentes -sino diarios- sus discursos y gestos erráticos, que denotan problemas avanzados de senilidad y que no han pasado desapercibidos de los mandatarios extranjeros a los que ha saludado. Inicialmente, se pensaba que estos problemas se manifestaron cuando ya era tarde para cambiar al candidato demócrata en plena campaña electoral y por eso se nombró a una candidata a la vicepresidencia Kamala Harris, hija de tamil y de jamaicano. La Harris, tiene un currículo como miembro indudable del stablishment y era previsible que, ante la imposibilidad de que una mujer negra, fuera elegida presidenta (ella misma, se considera “negra”), dos años después de gobierno de Biden, éste dimitiría por razones de salud y ella lo sustituiría, preparando desde el poder su reelección en 2024. Pero el problema es que la popularidad de Kamala Harris, está en unos niveles todavía más bajos que Joe Biden. Así pues, en las actuales circunstancias, la operación es imposible.

Por tanto, la única vía que resta es imputar a Trump por algún delito -real o supuesto- que, automáticamente, impediría la presentación de su candidatura a la presidencia. Resulta innegable que ese es el punto punto al que quiere tender el stablishment en estos momentos. Esto ha encolerizado todavía más a los seguidores de Trump, convencidos de que, no solamente se le robó la presidencia en 2020, sino que ahora, se pretende impedir su presentación (y, seguramente, su triunfo, mientras persistan las actuales circunstancias).

Si a esto unimos, los problemas interiores a los que se enfrenta el país: la inflación, los aumentos de los tipos de interés, el hecho de que 2022 esté resultando el año más violento en la historia de los EEUU con más de 20.400 fallecidos por armas de fuego, 23.800 suicidios, 39.900 heridos por arma de fuego, 686 tiroteos masivos, con unos problemas raciales que lejos de solucionarse se agravan de día en día (los EEUU son una sociedad tan “multirracial” como “multirracista”), los destrozos generados por drogas y fármacos adictivos (ahora entre la clase media blanca, con 107.000 muertos en 2021, de las que 70.000 están relacionadas con opioides sintéticos como el fentanilo, 30.000 con metanfetaminas, 25.000 por cocaína y 13.000 por heroína, con un total de ¡750.000 muertos desde que se inició la crisis de 2007!), la imposibilidad de dejar atrás a China, y la persistencia en la práctica de los mitos neoliberales, todo esto hace que las elecciones que tendrán lugar el próximo mes de noviembre, sean una prueba de fuego para la administración Biden que se arriesga a perder la mayoría en las dos cámaras y, consiguientemente. Trump ha supeditado su candidatura en 2024 a una victoria republicana neta en esas elecciones.

La realidad es que las “dos américas” (en realidad, los “dos EEUU”) están ya demasiado distantes como para pensar que unas simples elecciones resolverán la cuestión en noviembre de 2022 o dos años más tarde. Los partidarios de las dos opciones no van a aceptar los resultados que salgan de los recuentos. Sea cual sea el resultado y el vencedor, la otra parte, lanzará la acusación de fraude.

Son ya muchos los que perciben el clima de guerra civil en el ambiente. Ese clima ya se percibió en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 y ha vuelto a revivirse tras la revocación de la sentencia que autorizaba el aborto, el pasado 24 de junio de 2021. La “gran conquista” de la UNESCO, la gran propuesta de la Agenda 2030 de la ONU, barrida de un plumazo en los EEUU. Y no hay término medio. Difícilmente puede pensarse que en un país en el que hay 120 armas de fuego por cada 100 habitantes, y un total de 393 millones de armas en manos de particulares, incluidas armas de repetición, en el estado actual de cosas, con una exaltación creciente y una radicalización de los dos campos políticos, pueda pensarse en una solución racional y pacífica de los problemas.

Así pues, el primer término de la disyuntiva, sugiere que los EEUU caminan a marchas forzadas hacia una guerra civil que, puede concluir con la rotura del país en varios fragmentos, atendiendo a distintos factores: orientaciones políticos (Estados más liberales y más conservadores), étnicos (Estados con mayoría blanca, negra o hispana), religiosos (Estados cristianos -el “cinturón del a Biblia”-, agnósticos o dominados por alguna confesión concreta -Utah mormona, el Sur baptista), lingüísticos (hispanoparlantes y angloparlantes), nivel de desarrollo tecnológico (Estados rurales y Estados disponiendo de centros de alta tecnología), etc, etc. El resultado de este puzzle que son hoy los EEUU parece imprevisible y, no albergamos la menor duda de que parte del país caerá en manos de mafias armadas o de ejércitos privados.

Ahora bien, la pregunta preocupante, deriva del segundo término de la disyuntiva: ¿Qué será primero, la anulación de los EEUU como potencia internacional, a causa del desplome interior, que todos los datos sugieren que va a ocurrir, o el stablishment optará por una “fuga hacia adelante”, previendo este escenario y generará otro todavía más peligroso: el desencadenamiento de una guerra exterior que atraiga el interés de la opinión pública norteamericana y desmovilice las protestas interiores? En otras palabras: La dramática alternativa a la que nos enfrentamos es, o bien los EEUU se sumen en un conflicto civil autodestructivo o bien, lo evitan -al menos temporalmente- mediante la generación artificial de un conflicto internacional.

Y no creemos ser los únicos analistas que piensan en estas posibilidades. Es más, estamos convencidos de que esta hipótesis es la que está manejando en estos mismos momentos el stablishment, para el que todo consiste en decidir qué camino es el menos gravoso para sus intereses y de qué manera puede resultar mejorada la cuenta de beneficios.

Cualquier gobierno mínimamente responsable, ante esta hipótesis trataría de preservar la paz y la estabilidad mundial. Y eso implica hoy, desde Europa, alejarse urgentemente de la OTAN y establecer un régimen europeo de neutralidad para todo el continente. Neutralidad, implica amistad con los países vecinos. El único riesgo para la supervivencia de Europa en estos momentos, procede de África y de las oleadas de inmigración masiva. Restablecer la normalidad en este terreno implica deshacerse de los partidos que han dejado que las cosas se pudran hasta el extremo que estamos advirtiendo: en materia económica, en materia laboral, en materia de orden público, en materia de criminalidad, en materia de valores, en la propia degradación de la vida social, y, especialmente, en materia de política exterior, permitiendo que la Europa vencido y ocupada de 1945 siga estándolo casi 80 años después. Deshacer las últimas secuelas del orden nacido en Yalta y cerrar las bases de los EEUU en los distintos países europeos es la condición sine qua non para iniciar este nuevo curso en el que es preciso recordar la fórmula lanzada por Jean Thiriart en los años 60: “Europa neutral, pero armada”.