miércoles, 24 de agosto de 2022

LA ESCUELA DE FRANKFURT (VIII) - ANTIFASCISTAS SOBRE TODO - ANTIFASCISTAS FREUDIANOS POR ENCIMA DE TODO (1ª PARTE)

 


LOS CONTENIDOS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT

A la hora de abordar las aportaciones específicas del grupo “frankfurtiano” al pensamiento resulta necesario establecer tres influencias que resultaron determinantes en sus divagaciones: por una parte, el pensamiento marxista del que todos ellos se sentían hijos y continuadores; consideraban que el legado marxista, sin embargo, debía de ser rectificado, completado y convertido en una totalidad orgánica que superase la dimensión economicista en la que había quedado encasillado. De otra parte, al buscar una metodología sociológica para realizar esta tarea se vieron obligados a recurrir a Max Weber, fundador de la sociología científica. Y, finalmente, para explicar aquello que no podía explicarse mediante el simple economicismo y el mecanicismo marxista, optaron por extraer de otro pensador de moda en la época, Sigmund Freud, algunas constantes, especialmente cuando tratan de comprender la realidad a través del psicoanálisis y del recurso al inconsciente.

En resumen, de Marx aprovechan el método dialéctico, el materialismo histórico, la lucha de clases y la alienación del trabajador. De Freud retienen que las patologías psicológicas están determinadas por el entorno social. Esto les permitirá afirmar que el objetivo del ser humano es “la felicidad” y que si no es feliz se debe a la existencia del capitalismo y a la cultura que éste ha generado. Aprovecharán de Freud el descubrimiento del subconsciente, su versión del “complejo de Edipo”, el análisis de las pulsiones autoritarias y de los comportamientos irracionales. Finalmente, de Max Weber utilizarán su sistema sociológico basado en estudios estadísticos, el análisis de la formación de los Estados modernos y el análisis de la racionalidad científica, de la cultura y de la religión.

Todo esto conformará su idea central, a saber, que la historia de occidente es una forma repetida y continuada de “represión” y que el racionalismo y el progreso “ilustrado” han terminado generando “la barbarie”, entendiendo por tal, la aparición del fascismo. Así pues, para “liberar” a los pueblos de Occidente de esta “represión” habrá que identificar y destruir a los elementos que la han generado. Básicamente, la “personalidad autoritaria”, que ha cristalizado socialmente a través de la religión, a la familia y a la educación.

Vamos a analizar rápidamente, los seis vectores principales de la Escuela de Frankfurt.

1. El antifascismo como temática estrella

Uno de los factores que unió a los miembros de la Escuela de Frankfurt fue el antifascismo: fueron antifascistas en los momentos previos a la fundación del Instituto de Investigaciones Sociales; el antifascismo siguió siendo una de sus motivaciones cuando fundan la entidad, en el momento en que el fascismo estaba prácticamente reducido al NSDAP disuelto tras el golpe de Munich. Sufren un sobresalto digno de película de terror cuando en 1928 el NSDAP obtiene 800.000 votos en las elecciones. Se horrorizan en 1930 cuando el NSDAP obtiene 18.000.000 millones de votos y, a partir de ese momento, se obstinan en intentar “comprender” el fenómeno. Elaboran su versión interpretativa y, en el momento en que el NSDAP sube al poder abandonan Alemania, a pesar de que no existía ningún elemento objetivo como para pensar que iban a terminar en algún “lager”: no militaban en ningún partido de extrema izquierda, no se dedicaban a actividades terroristas, su trabajo era simplemente intelectual en una universidad cuyos estudiantes mayoritariamente militaban en las filas del NSDAP. Y, si bien es cierto que, en los primeros momentos, especialmente tras el incendio del Reichstag -cometido por un miembro de la extrema-izquierda ajeno al Komintern- se produjeron detenciones de militantes y cuadros comunistas, en 1936 el Partido Comunista Alemán a la desbandada era solamente un recuerdo weimariano y los pocos cuadros que seguían activos se encontraban en el exilio, mientras que, buena parte de la militancia del KPD se integraría, especialmente a partir de 1935 en las estructuras del Estado ocupando puestos de responsabilidad en materias sociales y sindicales.

Los “frankfurtianos” nunca fueron, a fin de cuentas, militantes comunistas a los que les interesaba el bienestar propio y el de sus familias y compañeros y tajo y se sentían cómodos con un régimen que había cumplido todas sus promesas: trabajo, pan y unidad. Los miembros de la Escuela tenían otro punto de vista: eran, ante todo, antifascistas. Ni siquiera puede hablarse de ellos como “militantes comunistas”. Eran “intelectuales antifascistas”. Judíos e hijos de familias acaudaladas. Podían permitirse examinar las cosas solamente desde el prisma de las “ideas” (“ideas marxistas”, especialmente). Más aun, como ya hemos apuntado, cuando llegaron a Estados Unidos, varios de ellos empezaron a trabajar para la inteligencia del país anfitrión y a seguir ejerciendo como “antifascistas”, pero cobrando del “Tío Sam”. Marcuse y Adorno participaron en la campaña de agitación psicológica iniciada por cuenta de la Administración Roosevelt para hacer que el pueblo norteamericano dejara de ser crítico con el “new deal” e hiciera causa común con la Organización Mundial Judía mostrándose beligerante contra el Tercer Reich. La notoriedad alcanzada por Marcuse en los años 60, hizo que este tema saliera a la luz pública y el propio interesado, en conversación con Habermas, se viera obligado a reconocerlo, aunque restó importancia limitando los contactos con las distintas organizaciones de inteligencia norteamericanas hasta 1952.

Sea como fuere, el antifascismo es uno de los pocos denominadores comunes, tanto de los distintos miembros de la escuela como de sus distintas épocas de actividad. Veamos como “resolvieron” el problema.

En primer lugar, no interpretaron el fenómeno de los fascismos como un movimiento nuevo aparecido después del trauma generado por la Primera Guerra Mundial y las revoluciones rusa, húngara y alemana entre 1919 y 1921 que unía una doble intencionalidad de liberación nacional y social, sino como una “patología social”. Ellos, los “frankfurtianos”, seguían la única doctrina “científica”, “crítica” y “objetiva”, por tanto, no podían estar equivocados. Si acaso, quien estaba equivocado era la realidad, así que eso solamente podía deberse a la aparición en el organismo social de una patología. Pero les cuesta explicar su origen. Es entonces, cuando recurren a Freud. No son originales. Wilhelm Reich, alemán como ellos, de origen judío como ellos, pero más freudiano que marxista (a diferencia de ellos), les había marcado la pauta en su Psicología de Masas del Fascismo. Y luego estaban los escritos de Gramsci sugiriendo que las “condiciones subjetivas” impactan e influyen sobre las “condiciones objetivas”: no todo es economía, en definitiva.

La pregunta que se plantean es: “¿por qué los trabajadores están ingresando en el NSDAP? ¿por qué en los barrios obreros de Berlín, los miembros de este partido conviven con los del KPD y se han visto muchos casos de respeto mutuo? ¿Por qué los sindicatos nacionalsocialistas y los comunistas han declarado huelgas conjuntas de alquileres y de transportes en Berlín? ¿qué han hecho con su “conciencia de clase”? ¿Y los “empleados”? ¿Cómo explicar que no haya prácticamente comunistas entre los empleados y sí, en cambio, mayoritariamente se hayan decantado hacia el NSDAP? Para responder a estas cuestiones el Instituto de Investigaciones sociales, haciendo honor a su nombre habilita un cuestionario de 272 preguntas que responden 3.700 asalariados. Es un cuestionario largo y repleto de “preguntas – trampa”. Por ejemplo, se pregunta: “¿Cuáles son los tres personajes más grandes de la Historia?”. Y varios responden: “Marx, Lenin y Thälman”, “correcta” respuesta correspondiente a un “obrero de izquierdas”. Pero la pregunta siguiente es capciosa: “¿Cree que es necesario utilizar castigos corporales en la educación?” Y la respuesta de muchos de ellos es afirmativa… una actitud que, desde el punto de vista de los “frankfurtianos” evidencia una “personalidad autoritaria” y, por tanto, “de derechas”, esto es “fascista”. Las respuestas, les demuestran que los trabajadores pasaban con facilidad de actitudes de derechas a actitudes de izquierdas y viceversa. Así pues, uno de los síntomas de esa “patología” que sufrían los obreros era disminuir sus defensas ante el “autoritarismo” y ¡por eso perdían su “conciencia de clase”!

Hubiera sido mucho más fácil realizar un análisis sobre los contenidos reales de la “conciencia de clase” para percibir con facilidad que lo más aproximado a una “conciencia común de la clase trabajadora” era el deseo de vivir como un burgués y dejar atrás la condición de proletario. Sin embargo, las respuestas que reciben los “frankfurtianos” los llevan a enunciar su “gran hallazgo”: existen “personalidades autoritarias”. Una personalidad autoritaria es aquella que resulta proclive al fascismo. Cuando uno se encuentra ante una personalidad de este tipo, lo más probable es que, antes o después se decante hacia el fascismo. No importa si se trata de militantes comunistas o libertarios: si viven en sí mismo el principio de autoridad, si buscan imponer su ascendiente a otros, si en su hogar se comportan como padres de familia imponiendo criterios de educación a sus hijos y de convivencia a su esposa, no importa donde militantes. En ellos late el germen del fascismo.

¿Cómo es que la “personalidad autoritaria” ha aparecido entre los obreros, pervirtiéndolos y disolviendo su “conciencia de clase”? Respuesta: gracias a las viejas estructuras autoritarias que se reproducen en cada escalón de la sociedad. La familia, la primera de todas: el “pater familias” es asimilado al “líder máximo”, “al gran timonel”, al “ayatolah”. El futuro obrero, desde la cuna, aprende a subordinarse a la “personalidad autoritaria” del padre y luego, de motu propio reproducirá este esquema allí donde vaya: buscará ser él también una autoridad para la familia que él mismo forme, buscará un movimiento de masas en el que exista un líder autoritario cuya figura equivalga a la del “padre” y en el que pueda reconocer al “padre”.

Y luego está la religión que exige sumisión total a “Dios Padre”… La religión parte de la existencia de una autoridad superior al individuo, indiscutible, intangible, canalizada mediante el sacerdocio y la jerarquía de la Iglesia, detentadora del dogma que está al servicio de los poderosos para convencer a los “parias de la tierra” de que tengan paciencia, aguantes a la espera de una vida mejor en el más allá. Y ellos le creen porque es palabra de Dios, esto es “del Padre”. Y el padre siempre mira por el bien de los hijos. O al menos, eso proclama. Pero, en realidad, no es así: la religión es un instrumento de control social creado por las clases poderosas para someter a los débiles. El “opio del pueblo”. Un recurso autoritario para la manipulación y la alienación de las masas.

Así que, lo que ha bajado las defensas de la sociedad, lo que ha posibilitado la aparición de los fascismos, lo que ha pervertido a la clase obrera, no es nada más que dos estructuras tradicionales que siempre habían existido: la familia y la religión. Destruir su influencia en la sociedad será, a partir de entonces, uno de los objetivos de la Escuela, uno de los temas que han sido heredados por el mundialismo del siglo XXI.

Pero ninguno de los dos “enemigos” de la “conciencia de clase” son hallazgos de la camarilla “frankfurtiana”. Marx ya había cargado contra ambos y Engels en El origen de la familia, la propiedad y el Estado, había hecho otro tanto. El Instituto de Investigaciones Sociales, recupera esta temática y la pondrá en el candelero en los años del exilio y cuando trabajen la para inteligencia de los EEUU.

En realidad, durante mucho tiempo, el único hallazgo importante de esta “investigación” es el reconocimiento de que las “condiciones objetivas”, esto es, las que dependen de la situación económica, no bastan para explicar el nacimiento del fascismo. Está claro que la economía sirve para explicar el crack de 1929 y la crisis que se prolongaría en los años siguientes. Pero la economía, por sí misma, no explicaba los 19.000.000 de votos del NSDAP en 1932 y los 20.000.000 que obtuvo al año siguiente, ni cómo era posible que entre 1928 y 1932, en apenas cinco años, hubiera pasado de 800.000 votos a esos resultados espectaculares. Tampoco explica por qué en el momento en el que se desencadenó la crisis, las masas obreras, dirigidas por el Komintern, no habían tomado la iniciativa, justo cuando las “condiciones objetivas” eran más favorables.

Hay que repetir que la constatación de todo esto -que antes ya habían realizado Wilhelm Reich y Antonio Gramsci- es, hasta ese momento lo único que puede considerarse como “realista” en la obra de los “frankfurtianos”. Ellos lo explican en su jerga particular: “la personalidad autoritaria exige sumisión absoluta”, esto es un proceso “estandarización” de las personalidades que implica “la muerte del invididuo”. Horkheimer buscará ejemplos históricos para tratar de encontrar una constante que lo explique. Y lo hará en el Renacimiento en la figura de Lutero y de Savonarola. En ambos verá “racionalidad” e “irracionalidad”, rasgos que identificará también en el NSDAP y en Hitler.

Una de las inclinaciones de esta “patología” que conduce a la fiebre fascista, como hemos dicho, es la pérdida de la “conciencia de clase”. El “caudillo autoritario”, aprovechando que las masas están en la ignorancia y han perdido de vista sus propios intereses, puede imponer su autoridad. Si las masas fueran conscientes de quienes son, si controlaran conscientemente su vida, si no estuvieran “alienadas”, no aceptarían ninguna autoridad superior a su propio criterio. Dicho de otra manera: un obrero está alienado siempre que no reconoce su “conciencia de clase”; por ejemplo, cuando se convocan las Olimpiadas de 1936 en Berlín y todo el mundo puede ver el escaparate de las realizaciones del Tercer Reich en apenas tres años, encontrándose Alemania en situación de pleno empleo, los “frankfurtianos” juzgan que la clase obrera que, en ese momento, agradecía al régimen haber conseguido “pan y trabajo” (e incluso dignidad nacional tras la vergüenza del diktat de Versalles, porque se obrero y ser patriota nunca han estado reñidos) estaba “alienada”. ¿La prueba? Que sólo en el momento en el que deje de estarlo será capaz de modificar la realidad sin necesidad de caudillos ni figuras autoritarias. Mientras existan caudillos, por grandes que sean los logros, por muchas que sean las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores, no a lugar a una situación aceptable. Al no reconocer la “conciencia de clase”, y por tanto, ignorar sus intereses, las masas trabajadoras, seguían en la inopia… alienadas y manipuladas.

Todo esto, parece muy poco convincente. La Escuela de Frankfurt advirtió que en los miles de páginas escritas por Marx no había nada en donde pudiera asentarse una crítica al fascismo. Por tanto, les será necesario incorporar los trabajos de otro pensador de moda en la época: Sigmund Freud.

En 1921 apareció Psicología de las Masas de Freud, quizás uno de los libros más controvertidos de su obra y que, trataba de construir una teoría propia a algo que Gustav Le Bon ya había resuelto veinte años antes con su Psicología de las Muchedumbres, mucho más convincente, directa, sin pretensiones de verdad absoluta y mucho menos especulativa. Freud sostiene que en las masas existe un instinto gregario que hace que tiendan a converger (algo que Le Bon ya había dicho). Las masas se juntan “por instinto” (sobre la importancia de los instintos, los “frankfurtianos” nunca se pusieron de acuerdo del todo: para Marcuse, los instintos podían modificar también las condiciones objetivas, mientras que Adorno lo niega, reconociendo solamente que “el capitalismo va contra los instintos”). Para unirse y hacer posible la cristalización de su gregarismo, las masas humanas precisan de la figura magnética del líder que asume la función de “padre”. Ahora bien, dado que el complejo de Edipo hace que las masas (los hijos) odien el “padre” y deseen su muerte, en la contradicción entre el instinto natural y el subconsciente, se afirma lo que los “frankfurtianos” reconocen como “patología social”: el fascismo.

Ellos mismos eran conscientes de que les iba a ser muy difícil sostener una teoría así, especialmente porque en los países democráticos y socialistas también existían “líderes” que nada impedía que pudieran ser equivalente a la figura paterna. Así que buscaron algún otro elemento para reforzarse orden de ideas y lo encontraron, nuevamente, en Freud y en un texto anterior, fechado en 1908: Carácter y erotismo anal. Al introducir estos elementos, el antifascismo y la “dialéctica” de la Escuela de Frankfurt, se convierten en bromas de mal gusto.

Freud sostenía en esa época que existían dos tipos de personalidades: “anales” y “genitales”. Al parecer, había encontrado en varios pacientes “resistencias de carácter” a su tratamiento y esto le llevó a estudiar las personalidades de los sujetos que manifestaban esta traba para la tarea del psicoanalista. Llegó a la conclusión de que existen dos tipos de personalidades que definió, una como admiradora del orden, tenaz, pulcra y avariciosa. Llamó a esta personalidad “anal”, mientras que la personalidad alternativa era la que caracterizaba a personas adornadas por la generosidad, el desinterés y las virtudes sociales, que constituían la personalidad “genital”. Este planteamiento -tan simple como falso- fue rescatado por la Escuela de Frankfurt y trasladado a su esquema marxista de lucha de clases. Obviamente, las características “anales” serían las de la burguesía, mientras la personalidad “genital”, que salía muy favorecida, sería la propia de la clase obrera. A partir de este momento, el concepto “carácter” ya podía vincularse a clase social y a aspectos de la lívido.

¿De dónde había salido todo esto? Cuando Freud comenzó a atender pacientes, se encontró con algunos cuya patología no se manifestaba en síntomas sino en su forma de ser, es decir, en lo que llamó rasgos de carácter. Las pacientes con estos rasgos de carácter no tienen conciencia de su perturbación, viven normalmente, incluso con la conciencia de ser felices, sin embargo, quienes conviven con ellos son los que advierten sus problemas de carácter (familia, compañeros de trabajo, amigos). Llamó a estos rasgos “caracteropatías”. En la obra de 1908, Freud observó que las características comunes de estos pacientes eran la terquedad, la obstinación, el ser metódicos y escrupulosos, ahorrativos hasta la avaricia, puntuales, corteses, formalistas... Los afectados por esta “caracteropatía”, no la consideran como tal, son capaces de explicarla y de razonar su comportamiento. Freud, añade que, estas personas no son conscientes de su dolencia (son, por tanto “egosintónicos”, es decir que estos rasgos están en sintonía con su “yo”, a diferencia de los “egodistónicos” que serían aquellos rasgos que generan rechazo en el sujeto que los posee), sin embargo, de cómo se ven afectadas sus relaciones con los demás, a causa de estos rasgos. El término “carácter” deriva del griego characterem (“grabador”), y este del griego antiguo χαρακτήρ (charaktér). El carácter es, por tanto, algo que está grabado en la personalidad y que, por tanto, tiene un peso indeleble en la misma.

El carácter surge de la combinación de distintos rasgos, algunos de los cuales predominan sobre otros. Freud propuso diversas interpretaciones a la aparición de los síntomas y los rasgos del carácter. Como siempre, se remontó al proceso de la infancia. En algunos casos, el carácter dependerá de personas que convivan con el sujeto en la infancia y que él tome como referentes. En otros surgirá como resultado de los deseos sexuales infantiles inconscientes. El ambiente puede tener su parte de importancia en el proceso de formación del carácter. Vale la pena constatar que, a pesar de haber sido escrito en 1908, los temas de Carácter y erotismo anal, fueron desarrollados por Freud en los años 20, es decir, de manera paralela al Escuela de Frankfurt. A lo largo de aquella década, Freud delimitó tres tipos de carácter según la etapa de desarrollo de la lívido: oral, anal y genital o fálica.

Los caracteres “orales”, son personas dependientes, con necesidad de ser queridos y aceptados por los demás, voraces y ávidos, les interesa la investigación científica y poseen notables capacidades de comunicación. Las personalidades anales, son rebeldes, se sitúan siempre en actitudes de rechazo y oposición, son estrictos, inflexibles, les gusta cumplir las normas, tienen capacidad de organización y capacidad para las matemáticas. Finalmente, la personalidad genital o fálica, es exhibicionista, compite por atributos físicos, siente la necesidad de sentirse y mostrarse como seductores, únicos, está presente en aquellos hombres deseosos de mostrar su masculinidad y en aquellas mujeres que quieren hacer gala de feminidad.

Freud, además, reconoció otros rasgos de la personalidad que modelaban distintos caracteres particulares y que, estaban en mayor o menor medida, incluidos en los tres tipos anteriores. El carácter impulsivo, por ejemplo, anidaba en personalidades con dificultades para controlar sus impulsos sexuales, son pendenciaros; lo opuesto sería el “carácter conciliatorio”, propio de personas pacíficas que evitan conflictos y tratan de amortiguar posiciones conflictivas. Y, por supuesto, la personalidad narcisista, arrogante, soberbia y autosuficiente, independiente y que se cree por encima de todos los demás. Los masoquistas que gustan ser maltratados por los demás y que buscan serlo. Los paranoides, que creen que todos los demás tratan de hacerles daño, o que están pendientes de ellos. Y así sucesivamente…

A Freud no se le ocurrió ni nunca estuvo en su intención vincular estos “caracteres” a grupos sociales. Simplemente, enunció estos rasgos como propios de determinados individuos que habían llegado a su consulta. La traslación al plano social corrió a cargo de la Escuela de Frankfurt. En efecto, se limitaron a modificar algunos de estos rasgos y concluir que la personalidad “anal” correspondería a la burguesía, mientras que agruparon otros rasgos opuestos en la categoría “genital” que definirían al carácter proletario. Así se incorporaban elementos psicológicos de moda en la época -es importante señalar que en los años 20 la discusión sobre esta temática estaba de moda- a la temática de la “lucha de clases”.

La “investigación” no es, desde luego, concluyente, ni siquiera para los más condescendientes partidarios de la Escuela de Frankfurt. Pero siempre hay una excusa utilizable cuando un argumento es débil: el problema, nos dicen, fue que la investigación no pudo terminarse por la llegada del fascismo, quedó incompleta y perdió la coherencia que hubiera tenido si el fascismo no hubiera llegado al poder en Alemania desperdigando a los miembros de la Escuela. Y, al perderse las encuestas realizadas, la investigación quedó inconclusa. En realidad, lo que pasó fue que Erich Fromm se quedó con las encuestas y, dado que, poco después de llegar a Estados Unidos terminó siendo despedido e indemnizado por Horkheimer, permanecieron en su poder durante treinta años, sin que nadie se preocupara por ellas. Hay que pensar, sin embargo, que, a partir de su establecimiento en los EEUU, las perspectivas de los miembros de la Escuela cambiaron radicalmente, como veremos más adelante. Seguirían haciendo antifascismo, pero ahora pagado por la Fundación Rockefeller y por el gobierno de los Estados Unidos.