EL MOVIMIENTO COMUNISTA INTERNACIONAL EN LOS AÑOS
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La Escuela de Frankfort nace en Alemania en el
período posterior a la guerra. Inicialmente, en los primeros años, se encuadra
en el marxismo y mira con simpatía lo que está ocurriendo en la URSS. Será en
una segunda fase cuando empiecen a marcarse distancias respecto al estalinismo
y, ya en EEUU, cuando rompan con él definitivamente. De ahí que la primera fase
de la historia de la Escuela de Frankfurt esté marcada por las vicisitudes de
la República de Weimar y por el diktat de Versalles, por el desarrollo
del Komintern y por sus orientaciones aplicadas a Alemania y, así mismo,
por la aparición de corrientes disidentes del leninismo que cristalizarán, como
veremos, en 1923.
1. Alemania en los años 1918-1923
La llamada “República de Weimar” es el nombre con
el que la historiografía ha conocido al régimen surgido de la derrota alemana
de noviembre de 1918 y que se prolongó hasta el 30 de enero de 1933, cuando
Adolf Hitler fue nombrado canciller. Desde el principio se trató de un régimen
inestable que, lejos de beneficiarse de la caída de la monarquía, nunca
consiguió legitimarse del todo. A partir de la revuelta de los marinos de Kiel
el 3 de noviembre, los sucesos se desencadenarían de manera incontrolable,
hasta 1923. El Kaiser se vio obligado a abdicar y el Rey de Baviera huyó el 7
de noviembre, constituyéndose un consejo de obreros y soldados dirigido por
Kurt Eisner. Mientras los socialdemócratas proclamaban la República desde el Reichstag,
estallaba la revuelta espartaquista anunciando la “República Libre y Socialista
Alemana”.
Probablemente, si la izquierda hubiera estado más
unida, habrían logrado entrar en una situación pre-revolucionaria, pero se
encontraba fraccionada en tres formaciones: el histórico SPD, partido
socialdemócrata, con el 35% de escaños en 1912. Querían constituía una
“democracia parlamentaria”, rechazaban el modelo y las prácticas leninistas y
los métodos insurreccionales. Los “socialistas independientes”, organizados en
el USPD, habían surgido en 1917 como escisión del SPD, con el que se mostraban
solidarios en algunas iniciativas y más radicalizados en otras. Finalmente, la
Liga Espartaquista, inicialmente una fracción del USPD terminó escindiéndose y
radicalizando sus posiciones; a pesar de que la opinión pública los
consideraba émulos de los bolcheviques rusos, en realidad, sus posiciones
estaban muy alejadas del leninismo. Rosa Luxemburgo, por ejemplo, no
compartía la concepción del partido como vanguardia organizada de
revolucionarios profesionales. La extrema-izquierda alemana (USPD y los
espartaquistas) fueron los únicos partidos alemanes que aceptaron la tesis de
la responsabilidad de su país en el desencadenamiento de la Primera Guerra
Mundial y que saludaron la derrota como una “victoria del proletariado”. Esto,
unido a la asimilación realizada por la opinión pública con los excesos
bolcheviques, redundó en un aislamiento de las posiciones de extrema-izquierda
en relación a la mayoría de la sociedad alemana y le hurtó la posibilidad de
incorporar bases de las clases medias y de los empleados. Sin embargo, en medio
de la oleada revolucionaria, este sector creyó que era posible derrocar al
gobierno mediante un golpe de fuerza. Entre 1919 y 1921, se fueron
sucediendo distintas insurrecciones que terminaron todas en fracasos, con
fuertes pérdidas para ambas formaciones.
En las elecciones que siguieron a la Asamblea Constituyente
y a la proclamación de la república, vencieron los socialdemócratas con un
37,9%, seguidos a distancia por el Zentrum (19,7%), mientras que el USPD
obtenía un 7’8%. El SPD, para poder gobernar, pactó con los partidos de centro,
logrando formar gobierno. En algunos länders se vieron obligados a
pactar con los nacionalistas. A pesar de haberse aprobado una nueva
constitución, convocado elecciones y elegido un gobierno de coalición, lo
cierto es que el panorama distaba mucho de haberse estabilizado. Por una parte,
los Freikorps y las distintas ligas nacionalistas, no aceptaban ni el
Tratado de Versalles, ni la República de Weimar y, en el otro extremo del arco
político, ocurría exactamente lo mismo con la extrema-izquierda, cada vez más
fragmentada, dividida y desprestigiada por sucesos exteriores (especialmente
por los sucesos Hungría durante la República Socialista proclamada por Bela Kun
y a raíz de las noticias de masacres que llegaban de la URSS). El 7 de abril
fue proclamada la República de los Consejos de Baviera, inicialmente por
elementos anarquistas y luego recuperada por los comunistas. Pero en mayo de
1919, el foco insurreccional había sido completamente aplastado.
Resuelto este problema, la firma del tratado de
Versalles, el 28 de junio de 1919, reavivó las tensiones. Alemania debió
aceptar la responsabilidad del conflicto y, por tanto, pagar indemnizaciones,
perder territorios en beneficio de Francia, Dinamarca, Bélgica, Checoslovaquia,
Polonia y Lituania, y renunciar a todas sus colonias. La firma del acuerdo y
las indemnizaciones a las que se obligó a Alemania, unido a la agitación
interior organizada por la extrema-izquierda y a la resistencia patriótica de
los sectores nacionalistas, hizo que la “República de Weimar” atravesara unos años
caóticos entre 1919 y 1923. Al terrorismo de extrema-izquierda que había
aparecido en muchas regiones se sumó la resistencia nacionalista que cristalizó
en el “golpe de Kapp”, apoyado por los Freikorps (marzo de 1920).
El “golpe de Kapp” encontró su réplica en la
extrema-izquierda en la sublevación del Ruhr y en la formación de un “ejército
rojo” compuesto por 15.000 izquierdistas que no lograron que la intentona
revolucionaria superara la cuenca industrial en la que nació. La extrema-izquierda
sumó así un nuevo fracaso. Sin embargo, la coalición gobernante, a la vista de
la situación, se vio obligada a convocar nuevas elecciones que sellaron el
fracaso del SPD y de sus aliados centristas y el avance de los nacionalistas.
El SPD pasó a la oposición y el gobierno recayó en el Zentrum. Nada de
todo esto cortó las acciones terroristas y los atentados procedentes de ambos
extremos del espectro político. Para colmo, hacia mediados de 1921, la
inflación empezó a desbocarse y en apenas un año, el valor de 100 marcos pasó
equivaler a un billón: una libra de carne costaba en 1923 36.000 millones
de marcos y una jarra de cerveza 4.000 millones… No había forma, por tanto,
de pagar las indemnizaciones de guerra a Francia. Ésta respondió con la
ocupación del Rhur (enero de 1923). Era la gota que hizo rebosar el vaso.
Las ligas de extrema-derecha, entre las que se encontraba ya el NSDAP, reducido
a su feuda bávaro en aquel primer momento, respondieron con atentados a la
desesperada que los franceses se cobraron con represalias y fusilamientos. A su
vez, la extrema-izquierda decretó la huelga general, e incluso, Karl Radek,
responsable del Komintern para Alemania, elogió a Albert Leo Schlageter
y a los resistentes nacionalistas del Rhur, procedentes de los Freikorps,
fusilados por los franceses.
En 1923, la sociedad alemana, desmoralizada por
la derrota, por cuatro años de violencia política e insurrecciones constantes,
amputada territorialmente, con un movimiento obrero que había fracasado
estrepitosamente en todas sus iniciativas, golpeada por la hiperinflación, con
la sensación de que ésta había favorecido a los grandes capitalistas que
pudieron comprar inmuebles y bienes raíces a bajo precio, unido a la sensación
de que esa misma clase se había enriquecido durante los años de guerra a costa
de los sufrimientos de los soldados del frente. Ese año, la idea de que el
ejército alemán, que había logrado derrotar a Rusia, que había ocupado buena
parte de Francia, había sido traicionado (la idea de la “puñalada por la
espalda”) estaba muy extendida en todo el país, así como la idea de que las
revueltas de los marineros de Kiel y de los espartaquistas, habían sido
protagonizadas por soldados que no habían conocido los rigores de la primera
línea del frente, por emboscados, cobardes y desertores.
Alemania vivía en 1923 una situación
catastrófica: económicamente hundida con la hiperinflación, militarmente
derrotada, políticamente sin alternativas, con un gobierno que había sido
apuntalado por los freikorps, a los que no dudó en traicionar tras la aventura
del Báltikum (cuando les
prometieron tierras a cambio de combatir a los bolcheviques y fueron
bochornosamente abandonados), desmoralizados por la criminalidad política, los
atentados, las pérdidas territoriales, confundidos por la rapacidad de los
“agiotistas” (especuladores) y la formación de fortunas en medio de la miseria
generalizadas. Sin que las iniciativas surgidas a la extrema-derecha y a la
extrema-izquierda pudieran concretarse en experiencia alternativas. Y, sobre
todo, en 1923, sin ningún tipo de perspectivas. Porque, estaba claro que las
soluciones clásicas de la derecha radical (el golpe de Kapp y, luego, el golpe
frustrado de Hitler en Munich en noviembre de 1923) y la que había ensayado el
leninismo en Rusia (concretada en Weimar en las iniciativas subversivas
protagonizadas por la izquierda comunista y que detallaremos más adelante), no
eran los caminos más adecuados para generar invertir la situación. Paramos,
estas pinceladas sobre Weimar en 1923.