martes, 1 de diciembre de 2020

José Antonio, Falange y los CAUR. Falange y la “Internacional Fascista” (1 de 7)

Hasta los años 70 era frecuente que los falangistas (y no solamente los de “izquierdas”) negaran las relaciones entre la llamada impropiamente “internacional fascista” y su partido en el período fundacional. La prueba de más peso que alegaban era la publicación de una nota en la que se negaba que José Antonio hubiera estado presente en “el Congreso de Montreux”. Esta versión pudo sostenerse en medios falangistas, a pesar de que desde los años 60, los historiadores ya habían examinado en profundidad los archivos del Ministerio de Cultura Popular y del Ministerio de Exteriores italiano y se conocía fuera de España que tales relaciones existieron. El déficit de estudios históricos sobre la Falange que existía en aquel momento, hizo que partidos como FE–JONS(A) pudieran seguir basando su actuación en datos históricos inexactos (y en ocasiones, cuando no convenían a la orientación de estos grupos, incluso deliberadamente ignorados). Va siendo hora de restablecer la realidad sobre estos contactos para poder disponer de una perspectiva global sobre tales relaciones y, de paso, disipar los últimos rescoldos de resistencia a reconocer los hechos. Las relaciones entre José Antonio Primo de Rivera y los CAUR y, por extensión, con la Italia fascista, fueron estrechas. Así lo demuestran los testimonios y documentos históricos incontrovertibles.

No es este el lugar para exponer detenidamente lo que fueron los Comités de Acción por la Universidad de Roma (CAUR), su perfil, sus intenciones, su alcance y las “secciones nacionales”, pero sí para facilitar algunos rasgos que servirán para entender mejor el carácter de las relaciones que mantuvo Falange Española con esta organización. Hemos optado por este planteamiento a la vista de que sería abusivo considerar simplemente a los CAUR como “internacional fascista” o como un remedo del Komintern, sin más explicaciones.

El estudio sobre los CAUR nos deparará, así pues, una primera sorpresa: lo improvisado de la operación y el que a su frente estuvieran fascistas de “perfil bajo”, funcionarios de segunda fila, completamente desconocidos por la ciudadanía. Así mismo, resulta también sorprendente, que no existía unanimidad en el interior del Estado Fascista sobre la utilidad de los CAUR, ni siquiera sobre su misma existencia. Esto explica por qué funcionaron siempre a “medio gas” y nunca contaron con los medios muy superiores que podía emplear el Estado italiano en una operación de este tipo.

En lo que se refiere a la actuación de los CAUR dentro del territorio español, más que sorpresas nos deparará confirmaciones sobre líneas de tendencia. Sabremos que en Madrid se formó un CAUR (no así en Barcelona), conoceremos el papel de Giménez Caballero en la operación y, al terminar, estaremos en condiciones de establecer cuál fue la participación de José Antonio, no solamente en el Congreso de Montreux, sino de aproximarnos a sus relaciones con la Italia fascista.

Los CAUR ¿Una maniobra propagandística o política?

Hasta la constitución oficial de los Comités de Acción por la Universalidad de Roma (CAUR, Comitati d’Azione per l’Universalità di Roma), el fascismo italiano había hecho poco por influir en movimientos similares inspirados en él, pero nacidos fuera de la península itálica. Valdría la pena hablar a título de excepción de Asvero Gravelli y su “panfascismo”, como precedentes de los CAUR.

Gravelli, nacido en 1902, a pesar de que no es probable, distintos rumores lo consideraban como “hijo natural” de Mussolini a cusa de una impresionante semejanza en sus rostros. Sea como fuere, Mussolini lo trató casi como un hijo. Con apenas 19 años participó en la aventura d’anunziana de Fiume abandonando sus estudios. Figuró entre los primeros colaboradores de Mussolini tras la fundación de los Fascios Italianos de Combate y fue uno de los más jóvenes colaboradores del Popolo d’Italia. A los 20 años se convirtió en Secretario General de la Vanguardia Juvenil Fascista participando en la Marcha sobre Roma. Una vez llegado el fascismo al poder, Gravelli se dedicó a escribir para diarios y revistas ocupando un rango importante en la jerarquía del partido. Nombrado “cónsul” de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, en 1928 creó la revista Antieuropa y el movimiento del mismo nombre, destinado a estimular las relaciones internacionales del fascismo. En 1932 fundaría Octubre con fines similares bajo cuyo título publicaría una refundición de artículos definiendo el “panfascismo” (1). En 1939 sería nombrado consejero nacional de la Cámara de los Fascios y de las Corporaciones. Participó en distintas películas de propaganda durante el régimen fascista. Luchó como voluntario en la guerra de Etiopía, luego formó parte del Cuerpo de Tropas Italianas en España en donde resultó herido dos veces, siendo condecorado por su valor. Cuando el Gran Consejo Fascista destituyó a Mussolini el 8 de septiembre de 1943, Gravelli tomó partido por la República Social Italiana siendo nombrado subjefe del Estado Mayor de la Guardia Nacional Republicana. Encarcelado en Milán al final de la guerra, fue amnistiado y en 1947 se unió al Movimiento Social Italiano, fundando distintas revistas neofascistas (Antidiario y Latinità) para luego constituir fuera de la disciplina del partido el Movimiento Legionario Italiano, inspirado en D’Annunzio. Publicó una biografía de Mussolini centrada en su período como agitador socialista. Murió en 1956.

Desde el principio de su carrera política, Gravelli mantuvo tesis propias sobre el fenómeno fascista que, en buena medida coincidían con las que en España sostenía Giménez Caballero. Para Gravelli, el eje central de la ideología Fascista era el binomio latinidad–cristianismo. En tanto que movimiento “universales”, inspirados en ellos, el fascismo podía adquirir una proyección internacional, dejar de ser un mero fenómeno italiano para convertirse en “panfascismo” (2). Estas orientaciones –latinidad y cristianismo– eran para Gravelli lo que distanciaba al fascismo del nacional–socialismo y lo que hacía que ambos fueran, inevitablemente, competidores en tanto que su eje sería el paganismo y el protestantismo. Gravelli no solamente iba “a la contra” del nacional–socialismo, sino que parte de su obra estuvo marcada por la primera ofensiva “paneuropeísta” generada por el conde Coudenhove–Kalergi. Para Gravelli, los distintos partidos “fascistas” del ámbito latino debían de formar una alianza para lograr la “unidad religiosa y espiritual” del continente.

Estas ideas no coincidían exactamente con las de Eugenio Coselschi y, a pesar de la relativa convergencia de objetivos, entre el “panfascismo” y los objetivos de los CAUR, las relaciones con Gravelli no fueron siempre tranquilas.

Coselschi estaba mucho menos interesado por la ideología fascista. No parece que tuviera sobre ella una afinidad particular, sus escritos son los propios de un funcionario, de alguien que cumplía lo mejor que podía una misión que le había sido encomendada gracias a su reiterada insistencia ante Mussolini motivada, no tanto por su fidelidad hacia la ideología fascista, como por su intento de hacerse con “un hueco” dentro del régimen que pudiera considerar como propio y en donde pudiera especializarse y ser considerado como imprescindible. Gravelli está hecho de otra pasta: es el típico fascista que da siempre el paso al frente allí en donde se requieren voluntarios, es consciente de que el fascismo tiene en el período 1919–1929 solamente rudimentos ideológicos, pero mantiene todavía déficits doctrinales que trata de completar en función de los acontecimientos políticos de su época.

El espíritu de los CAUR tuvo, eso sí, algo que ver con la antítesis que Gravelli planteaba entre el fascismo y el nacional–socialismo alemán, pero así como la elaboración política del “panfascismo” fue también tributario de la irrupción del “paneuropeísmo” del Conde Coudenhove–Kalergi, los CAUR son absolutamente independientes de esta iniciativa (que, por lo demás, estaba ligado a sectores católicos liberales asustados por la ofensiva bolchevique en todo el continente europeo en los años veinte. En efecto, Mussolini nunca contempló la posibilidad de apoyar una iniciativa “panfascista” hasta que, a partir de 1933, el nacional–socialismo llegó al poder en Alemania e inmediatamente el doctor Goebbels puso en marcha una ofensiva europea a través del Ministerio de Propaganda para popularizar los temas y mejorar la imagen del Reich en el continente. A partir de aquí surgió lo que algunos historiadores han llamado “el Brennero ideológico” (3) que se prolongaría hasta finales de 1936 como una “frontera ideológica y política” entre los regímenes de Hitler y Mussolini, levantada a causa de los distintos conflictos que surgieron entre ambos países y por las zonas de influencia de cada uno.

Pues bien, no es por casualidad que la creación de los Comités de Acción sobre la Universalidad de Roma obedece a la reacción de Mussolini ante la carta que Coselschi le envía en abril de 1933, cuando la maquinaria alemana ya se ha puesto en marcha. La amistad y proximidad política que tuvieron el régimen fascista y el Tercer Reich a partir de 1937, no debe hacer olvidar que en el período de 1933–36 las relaciones entre ambos estuvieron sometidas a desconfianza, altibajos e incluso hostilidad. La formación de los CAUR obedeció, sobre todo, a la necesidad de contar con un instrumento de propaganda que operase a nivel internacional y que instrumentalizase la corriente de simpatía hacia el fascismo, que se concretaba en la aparición de partidos más o menos clónicos del modelo italiano, en beneficio de la imagen del Estado fascista.

No fueron las ideas de Gravelli, ni las posibilidades de internacionalización del fascismo lo que están en el origen de los CAUR sino una simple operación de propaganda. Y como tal, atravesó distintas etapas y buscó socios en función de las conveniencias del régimen italiano y de sus relaciones con el Reich, que fueron variando en el tiempo. En un primer momento, se seleccionó y se admitió a secciones nacionales simpatizantes en Europa en función de la posición que adoptaran, no solamente a favor del régimen italiano, sino de su hostilidad hacia Alemania y hacia el nacional–socialismo. No fue sino en un período tardío, en 1936, cuando, al mejorar las relaciones entre Italia y Alemania se invitaron a responsables del NSDAP a los congresos de los CAUR. En esa época ya se había demostrado que los partidos “fascistas” que habían ido apareciendo a finales de los años 20 y en los años 30 en centro–Europa y especialmente en la Europa del Norte, a pesar de haber adherido a los CAUR, cada vez estaban basculando más y más hacia la esfera alemana. Pero, cuando tuvo lugar el segundo Congreso de Montreux en 1935, las circunstancias que forzaron su convocatoria y el interés del gobierno italiano era solamente el contrapesar la ofensiva inglesa en favor de la adopción de sanciones por parte de la Sociedad de Naciones a raíz de la incorporación de Etiopía al imperio italiano.

Los CAUR eran, en principio, asociaciones culturales que, por una parte, agrupaban a los simpatizantes del régimen fascista de nacionalidad extranjera que residían en Italia. Pero, por otra parte, tenían existencia orgánica en distintos países constituidos por personalidades locales, sí mismo, simpatizantes del régimen italiano. A su frente tenía una dirección política internacional en la que participaban miembros de algunos partidos fascistas europeos. Los CAUR disponían de unos funcionarios –“inspectores”– encargados de viajar a los distintos países europeos, tomar contacto con los movimientos que querían adherirse y con las personalidades simpatizantes. Existían también “fiduciarios” (hombres de confianza) que ocupaban el segundo nivel y cuya función era mantener el contacto con los “comités” y trasladarles las indicaciones precisas sobre hacia dónde orientar sus trabajos.

Cabe decir que el gobierno italiano nunca apostó a fondo por los CAUR. Las cifras que esta organización recibió para financiar sus actividades, fueron siempre relativamente modestas y, finalmente, en 1939, cuando la perspectiva internacional cambió por completo, la organización fue disuelta sin vacilaciones integrándose sus funcionarios en departamentos del Ministerio del Interior y en el de Minculpop (Ministerio de Cultura Popular).

Los CAUR se reunieron en “congresos” (se celebraron tres, dos en Montreux en 1934 y 1935 y uno en París en 1933) y a partir del primer congreso celebrado en la ciudad suiza, la dirección internacional se reunió cada tres meses. Los CAUR y sus funcionarios mantuvieron siempre una ambigua relación con el Ministerio de Asuntos Exteriores y con el Minculpop. Especialmente con el primero surgieron polémicas frecuentes con los diplomáticos de carrera, celosos de sus prerrogativas y preocupados porque las relaciones de los “inspectores” y “fiduciarios” de los CAUR generaran problemas al mantener relaciones con partidos considerados como “extremistas” por los distintos gobiernos europeos.

En diversas ocasiones, los CAUR sirvieron para establecer canales de financiación del gobierno italiano a partidos simpatizantes en el exterior. No siempre las preferencias fueron estables. En Francia, por ejemplo, los CAUR estuvieron representados por Marcel Bucard y por el Partido Francista. Bucard formó parte del comité directivo internacional, pero la central romana envió a sus “fiduciarios” para mantener contactos, primeramente, con el Coronel La Rocque jefe del poderoso partido derechista de los Cruces de Fuego, y en sus últimos momentos, a inicios de 1939 cuando fueron disueltos, con el Partido Popular Francés de Doriot. Estas oscilaciones indican a las claras que, mucho más importante que la fidelidad ideológica, la selección de los contactos para los dirigentes de los CAUR era sobre todo una cuestión de oportunidad política.

Cuando tiene lugar el primer Congreso de Montreux, los CAUR mantienen contactos en 39 países, incluidos todos los países europeos, Estados Unidos, Canadá, Australia, Sudáfrica, en cinco países asiáticos y en seis de Iberoamérica (4). Sin embargo, en el congreso el 16 de diciembre de 1934 participaron solamente trece países europeos, con la ausencia notoria de representantes del NSDAP (lo que se entiende mucho mejor si tenemos en cuenta que seis meses antes de la asamblea se había producido el asesinato del canciller austríaco Dolfuss con la consiguiente crisis diplomática entre Alemania e Italia). Otra ausencia notoria fue la del inglés Oswald Mosley. Coselschi tuvo un cruce de acusaciones con el representante noruego Vigdun Quisling sobre el papel y la importancia del nacional–socialismo en el desarrollo del “fascismo” mundial. Pero la discusión mayor fue promovida por el representante de la Guardia de Hierro rumana, Ion Mota, quien apoyado por la delegación danesa y suiza pedía que se introdujera el antisemitismo entre los puntos centrales de los CAUR, a lo que el coronel irlandés O’Duffy, dirigente de los “camisas azules” y el propio Coselschi, se manifestaron en contra. La declaración final establecía que “la cuestión judía no debe ser convertida en una campaña universal de odio contra los judíos”, añadiéndose acto seguido que “considerando que en muchos países determinados grupos judíos se han instalado desde hace tiempo, y ejercen en un contexto abierto pero de manera oculta una influencia perjudicial para los intereses materiales y morales del país que los alberga, constituyendo una especie de Estado dentro del Estado, aprovechan de todas las ventajas y rehúyen todos los compromisos, considerando que están inclinados a facilitar un soporte a los elementos internacionales de la revolución comunista que sería destruida por la idea de patriotismo y de civilización cristiana, la Conferencia denuncia la nefasta acción de estos elementos y está dispuesta a combatirlos”…

La mayoría de los delegados extranjeros parecían no haber comprendido que la función de los CAUR no era crear una “internacional fascista” sino solamente una pieza en el aparato de propaganda del Estado italiano. En esa primera reunión de Montreux, el objetivo confesado de los CAUR era, sobre todo, “vender” el “régimen corporativo” en Europa y dar una definición de fascismo en la que entrara la componente “cristiana”. No en vano, solamente hacía tras años que el Duce había suscrito con la Santa Sede los acuerdos de Letrán.

El primer problema que se planteaba era el contorno particularmente difuso en el que se movían los participantes: unos eran “fascistas revolucionarios”, otros se mostraban partidarios de movimientos ultraconservadores, había grupos que mostraban preferencias por el nacional–socialismo, otros se situaban en situación intermedia y otros, finalmente, necesitaban, por puro afán de supervivencia, apoyar al régimen fascista. No existió en ningún momento, ni unanimidad en los criterios para definir lo que constituía para los CAUR el fenómeno fascista, ni un patrón ideológico para establecer a quién se invitaba y qué propuestas de adhesión se rechazaban.

Todo esto enlaza perfectamente, tanto con las necesidades propagandísticas a las que debían satisfacer los CAUR, como a la personalidad particular de quien había propuesto su creación a Mussolini: Eugenio Coselschi.

 

NOTAS A PIE DE PAGINA

(1) Verso l’Internazionale fascista, Asvero Gravelli, Nueva Europa, Roma 1932. Libro que apareció junto con otras dos recopilaciones de artículos de Gravelli publicadas el mismo año Difesa dell’Europa e funzione antieuropea del Fascismo (Nuova Europa, Roma, 1932) y Difesa dell’Europa e funzione antieuropea del fascismo (Nuova Europa, Roa, 1932)

(2) Publicó sus ideas en un libro del mismo nombre: Panfascismo, Editorial Nuova Europa, Roma, 1935.

(3) M. Cuzzi, L’Internazionale delle Camicie Nere. I CAUR 1933-1939, Editorial Mursia. Milán 2005, Capítulo II, págs. 75-206.

(4) Stanley G. Payne, L' Italia fascista e la Spagna, 1922-1945, editorial Raanan Rein, Londres 1999, pág. 105.

José Antonio, Falange y los CAUR - Falangey la “Internacional Fascista” (1 de 7)

José Antonio, y la “InternacionalFascista” - Eugenio Coselschi, perfil de un funcionario oportunista (2 de 7)

José Antonio, Falange y los CAUR - LosCAUR en España: una historia breve pero muy real (1ª parte) (3 de 7)

José Antonio, Falange y los CAUR – Los CAUR en España: una historia breve pero muy real (2ª parte) (4 de 7)

José Antonio, Falange y los CAUR - José Antonio y los congresos de Montreux (1ª parte) (5 de 7)

José Antonio, Falange y los CAUR - José Antonio y los congresos de Montreux (2ª parte) (6 de 7)

José Antonio, Falange y los CAUR - Conclusiones