viernes, 29 de mayo de 2020

José Antonio y la monarquía. Una posición no tan diáfana… (9 de 10) – Los monárquicos en Falange Española hasta la escisión de Ramiro Ledesma (B)


A lo largo de 1934 los frentes de actividad falangista eran tres: de un lado las intervenciones parlamentarias de José Antonio y en mucha menor medida del Marqués de la Eliseda, actividades propias de un partido parlamentario; en segundo lugar actividades de expansión en las que debía de actuar como “partido–milicia” a causa de que la más mínima acción de propaganda terminaba inevitablemente en enfrentamientos; estas actividades se circunscribían a tres frentes: la distribución de FE en las calles, la acción en las universidades y la estructuración de la Central Obrera Nacional Sindicalista, el embrión de sindicato obrero del partido. Finalmente, una estructura clandestina se encargó de realizar las “vindictas”.

Todo esto tenía mucho que ver con la acción de los monárquicos y de los jonsistas. Parte de la ayuda que concedían los alfonsinos a Falange estaba destinada según el acuerdo suscrito entre Goicoechea y José Antonio a la estructuración de unos sindicatos obreros que se situasen fuera de los sindicatos de izquierda. Durante la república era evidente que había pasado la hora de los Sindicatos Católicos Libres (1). El alfonsinismo era consciente de la necesidad de disponer a mantener la alianza con una fuerza obrera que no estuviera controlada por la izquierda revolucionaria y, pudiera ser utilizada como correa de transmisión en el mundo laboral. Eran perfectamente conscientes de que el carlismo solamente podría progresar en determinadas zonas geográficas, pero no extenderse a otras. Recluido a la zona vasco–navarra, a la Montaña catalana y, a algunas zonas de Andalucía, estaba casi completamente ausente del resto de España y pertenecía mucho más al mundo rural que al industrial. Sin embargo, tanto en Italia y como en Alemania, los fascismos habían contado con el apoyo de ingentes masas obreras, así que los estrategas de Renovación Española consideraron que esa misión de penetración en el mundo obrero correspondía a los “nacional–sindicalistas”. De ahí que en los acuerdos de El Escorial una parte de la financiación quedaba estipulado que sería para la financiación de los sindicatos. Mientras Falange estuvo compuesta por el núcleo inicial procedente del MES–Fascismo Español, no existió apenas actividad sindical, pero a partir de la fusión con los jonsistas, estos que manifestaban una especial predisposición a actuar en el terreno laboral, se pudieron poner en marcha las CONS. Es significativo que esta organización se creara justo después de la ratificación de los pactos entre José Antonio y Goicoechea en agosto de 1934 (2).

Realmente, a partir de la formación de un gobierno de centro–derecha, el interés de los monárquicos por Falange había disminuido y se centraba especialmente en sus posibilidades de actuación en el mundo sindical. Pero también en la formación de milicias que, en un futuro podrían jugar algún papel en los proyectos golpistas que los alfonsinistas y la derecha radical nunca abandonaron a lo largo de toda la azarosa vida del Segunda República. Si bien los dirigentes monárquicos que se habían afiliado al partido no podían hacer nada en el terreno sindical y laboral (todos ellos pertenecían a la aristocracia o bien a las clases acomodadas), en lo relativo a las milicias y a la organización de “vindictas” si podían aportar algo. De hecho, entre la fundación de la Falange en octubre de 1933 y los últimos días de 1934, el potencial de violencia de Falange depende de estos elementos monárquicos.

Estos grupos especializados en devolver golpe por golpe y asestar represalias demoledoras habían recibido el nombre de “Falange de la Sangre” y “Curritos de Groizard y Ansaldo”, hasta que finalmente fueron conocidos como Primera Línea (3). Todos, absolutamente todos los dirigentes de este primer grupo activista eran monárquicos alfonsinos. La cúpula estaba formada por los monárquicos Juan Antonio Ansaldo (4), Arredondo, Rada y Manuel Groizard Montero.

La concentración del aeródromo de Carabanchel (5) tuvo lugar el 3 de junio. Una semana después, tuvo lugar un enfrentamiento en El pardo entre milicianos falangistas y “chiribís” socialistas resultando asesinado el falangista José Cuéllar. A partir de ese momento se generalizaron las represalias resultando muerta la socialista Juanita Rico. Dos semanas después, el 1 de julio, el doctor Groizard y su esposa fueron víctimas de un atentado en el paseo de las Delicias, recibiendo él cuatro tiros disparados desde otro vehículo. El 11 de julio de 1934 la policía registró la sede de Falange Española deteniendo a 67 afiliados y ocupando un fichero con 8.000 nombres. Los centros falangistas en toda España fueron cerrados, el semanario Libertad clausurado.

El 27 de junio, José Antonio fue acusado de tenencia ilícita de armas al haberse encontrado algunas pistolas en su chalet de Chamartín. Dado que tenía inmunidad parlamentaria en su condición de diputado, el ministerio de justicia envió un suplicatorio a las Cortes para poder procesarlo. Se daba la circunstancia de que el suplicatorio de José Antonio se realizaba junto al del diputado socialista Juan Lozano al que se le había encontrado en su domicilio un depósito de armas. Las de José Antonio eran de su guardia personal, mientras que las del diputado socialista eran algunas de las que estaban acumulando los socialistas para la sublevación que finalmente tendría lugar en octubre. El 3 de julio se vio en el parlamento la cuestión de los suplicatorios. Socialistas y CEDA estaban a favor de conceder ambos, pero Indalecio Prieto tercio alegando defectos de procedimiento. Los diputados de Renovación Española se tomaron muy mal los efusivos gestos de José Antonio agradeciendo a Indalecio Prieto la gestión y generando recelos y replanteamientos.

Este episodio tendió a ensanchar el foso que existía en el falangismo entre el grupo de intelectuales que rodeaban a José Antonio y las milicias activistas. Parece evidente que con el paso de los meses y con el aumento de los militantes muertos, los incidentes constantes y el enrarecimiento de la situación, José Antonio que se había lanzado a la lucha política a través de conferencias, charlas, intervenciones parlamentarias, cuya vocación intelectual era notoria y cuyo círculo de amistades estaba compuesto a partes iguales por miembros de la nobleza y por jóvenes escritores y artistas notorios, poco a poco fue asumiendo que eran necesarias las represalias, que una cosa era el discurso político y otra muy diferente la búsqueda de apoyos económicos, que la política es algo sucio, violento en el que no se puede dar muestras de debilidad y que, finalmente, en política el idealismo debe dejar paso al pragmatismo más radical (6).

A este episodio siguió el retorno a Calvo Sotelo a España, amnistiado por el gobierno de centro–derecha el 4 de mayo. No está claro si fue él quien pidió su ingreso en Falange Española, si fue sondeado simplemente por los monárquicos como Ansaldo, o si se trató solamente de un debate interno. Ramiro Ledesma es deliberadamente ambiguo al describir el problema que se suscitó:
“La situación del movimiento fascista era a comienzos del verano relativamente vigorosa. Despertaba interés en la opinión del país, disponía ya de cierta experiencia e iba perfeccionando y localizando sus metas finales. Era en muchos aspectos un movimiento confusionario, cuyos adictos respondían a los más diversos móviles; pero ello, si bien sería perjudicial como hecho permanente, entonces, etapa transitoria de amplificación, era hasta fértil y beneficioso. En mayo, al regresar Calvo Sotelo a España, después de la amnistía, quiso entrar en el Partido y militar en su seno. Primo de Rivera se encargó de notificarle que ello no era deseable ni para el movimiento ni para él mismo. Parecerá extraño, y lo es, sin duda, que una organización como Falange, que se nutría en gran proporción de elementos derechistas, practicase con Calvo Sotelo esa política de apartamiento. Y más si se tiene en cuenta que éste traía del destierro una figura agigantada y que le asistían con su confianza anchos sectores de opinión. Calvo Sotelo aparecía como un representante de la gran burguesía y de la aristocracia, lo que chocaba desde luego con los propósitos juveniles y revolucionarios del Partido, así como con la meta final de éste, la revolución nacional–sindicalista. En ese sentido, Primo, que se iba radicalizando, tenía, sin duda, razón. Ruiz de Alda se inclinaba más bien a la admisión, guiado por la proximidad de la revolución socialista y la necesidad en que se encontraba el Partido, si quería intervenir frente a ella con éxito, de vigorizarse y aumentar, como fuese, sus efectivos reales. No carecía de solidez esa actitud de Ruiz de Alda; pero Primo se mantuvo firme” (7).

Ansaldo cuenta que fue a visitar a Calvo Sotelo acompañado por Ruiz de Alda, confirmando que fueron ellos los que le plantearon ingresar en Falange Española. Era normal: Calvo Sotelo era alfonsino como ellos. Ansaldo cuenta también que la gestión fracasó, yendo más allá de la explicación de Ledesma y atribuyó a José Antonio el que “jamás pudiera admitir la posibilidad de alternar, de igual a igual, con el que fue relevante figura en el gobierno de su padre. A regañadientes, quizá lo hubiera aceptado como colaborador subordinado, pero le pesaba la compañía de quien con prestigio paralelo al suyo, arrastraba con su nombre compromisos tradicionales irrompibles” (8). Y luego añade una “razón profunda y más poderosa aún”: José Antonio no era monárquico (9).

Con Calvo Sotelo dentro de Falange, el partido habría experimentado un crecimiento notable, pero nadie hubiera dudado que se trataba de un partido monárquico de extrema–derecha. Hubiera crecido, pero también habría decepcionado a quienes se habían sumado a él viéndolo como el “fascismo español”. Y no era esa la imagen que José Antonio quería dar de su formación. Para eso ya estaba Renovación Española.

En cuanto a Ramiro Ledesma, su ambigüedad al relatar el episodio es significativa: doctrinalmente estaba mucho más cerca de José Antonio que de Calvo Sotelo, su carácter y su adaptación del fascismo a una formulación específicamente española, le impedían aceptar el hecho monárquico; pero, al mismo tiempo, desde la época de La Conquista del Estado, sus iniciativas habían sido financiadas por medios monárquicos y su presencia misma en el partido se debía también, como hemos visto, a la invitación de los monárquicos unificar esfuerzos, así como a la presión económica de que era objeto (10). Hay que ver en la ambigüedad calculada con la que Ledesma describe el episodio Calvo Sotelo, una forma de superar esta contradicción interna entre lo que hubiera supuesto un avance para el partido, pero al mismo tiempo le hubiera desviado de las posiciones revolucionarias que defendía. Ledesma era perfectamente consciente de su situación: precisaban, él y su formación, apoyos económicos que solamente podían venir de los monárquicos, pero las posiciones monárquicas eran insostenibles para el movimiento nacional–sindicalista.

Todos estos episodios (el atentado contra Groizard, los saludos de José Antonio a Prieto en el Parlamento, la negativa a la entrada de Calvo Sotelo) generaron un fuerte malestar en el interior del partido en la primavera de 1934, en especial con los miembros del partido que albergaban ideas monárquicas o que eran agentes monárquicos destacados en el interior de Falange Española. Ansaldo se convirtió en la cabeza de la oposición interior esgrimiendo las acusaciones contra José Antonio de “narcisismo intelectual”, sugería que así dirigida, Falange iba perdiendo combatividad y eficacia. Dos personajes situados en posiciones no muy próximas, el monárquico Ruiz de Alda, amigo de José Antonio y de Ansaldo y el jonsista Ramiro Ledesma, pragmático, ante todo, habían intentado poner paños calientes a la polémica situándose en una posición “centrista” entre José Antonio y Ansaldo (11). Para lo que se ha llamado la “conspiración de Ansaldo” era preciso ganar especialmente a Ramiro Ledesma y a Ruiz de Alda. Sin embargo, ambos, hasta el final, permanecieron favorables a una resolución amistosa de la crisis. Hay que recordar que, en ese momento, José Antonio no era el líder único, sino que la organización estaba dirigida por un triunvirato compuesto por él, por Ramiro Ledesma y por Ruiz de Alda.

A pesar de que Ledesma no se decantara a favor de la conspiración, Ansaldo siguió adelante: el escenario consistía en visitar a José Antonio en su despacho acompañado por una docena de jefes de las milicias adictos a él y exigir mayor contundencia en las represalias o bien pedirle que abandonara el partido. Cuando estaba todo previsto, se produjo la clausura de todos los centros de Falange Española y la detención de José Antonio y de otros 67 militantes a raíz de los asesinatos de Cuéllar, Juanita Rico y los que siguieron por una y otra parte. Esto hizo que la popularidad de José Antonio se elevara entre la militancia.

Al salir de prisión, llegaron a oídos de José Antonio, los rumores de la conspiración que se había preparado y decidió visitar a Ansaldo a su domicilio particular (12), acompañado por Raimundo Fernández Cuesta (13). De todo esto se dio cuenta en el último número de la revista FE en el artículo titulado Consigna (14) añadiendo que el “grupo de conspiradores” se reducía a la organización militar y “obedecía a consignas externas”. Ledesma, por su parte, en la revista JONS llamó a la “unidad de los triunviros” y a que todas las decisiones tomadas fueran “por la fidelidad al nacional–sindicalismo revolucionario” (15). Ledesma, finalmente, decidió apoyar a José Antonio frente a Ansaldo, aunque sin tomar una postura excesivamente decidida ni por unos ni por otros. En su diseño estratégico, Ledesma entendía que para disponer de un “gran partido” era necesario sumar, no restar, ni dividir (16). Ledesma firmo la expulsión –“después de muchas objeciones” como relata Fernández Cuesta en su carta a Ximénez de Sandoval–, mientras que Ruiz de Alda no la firmó, “dada la intimidad con Ansaldo” (ver nota 72).

Con Ansaldo, se fueron también Arredondo y Rada, y con ellos la inmensa mayoría de militantes monárquicos “de estricta observancia”. La crisis se había solventado en el verano de 1934 con la salida de los monárquicos. Sin embargo, es presumible que siguieran manteniéndose contacto discretos contactos con los alfonsinos. Tras la crisis, Ledesma se centró en el desarrollo del sindicato CONS que solamente se pudo impulsar tras haber cerrado nuevos pactos entre José Antonio y Antonio Goicoechea el 20 de agosto de 1934. No es por casualidad que la “movilización de parados” tuviera lugar poco después, el 3 de septiembre de 1934.

En efecto, el retorno de Calvo Sotelo del exilio había generado una convulsión en toda la derecha radical española. Renovación Española, hasta ese momento, estaba dirigida por Antonio Goicoechea, pero a nadie se le escapaba que Calvo Sotelo iba a rivalizar con él en la dirección no sólo del partido, sino del alfonsinismo. En esa circunstancia se produjo la renegociación del Pacto de El Escorial. Sabemos de ello por Pedro Sainz Rodríguez y por Gil Robles (17). Los acuerdos doctrinales y programáticos firmados el año anterior se confirmaron, añadiéndose el compromiso de Goicoechea de entregar a Falange Española 300.000 pesetas para gastos y campañas del partido y otras 10.000 mensuales de las que el 45% deberías ser destinadas a las milicias, a su preparación, capacitación, armamento y operaciones, otro 45% para el sindicato CONS y el 10% para libre disposición de la dirección. Parece ser que solamente se entregaron 100.000 pesetas y que el subsidio mensual solamente se entregó durante cuatro meses (18). Payne entrevistó personalmente a Sainz Rodríguez el 1 de mayo de 1959 quien le confirmó todos estos extremos. Dice Payne:

“Los monárquicos no ignoraban la antipatía personal de José Antonio hacia Alfonso XII y hasta respecto de la institución monárquica. Sin embargo, estaban interesados en utilizar a la Falange, siempre que pudiesen controlarla. Por su parte, José Antonio advertía a sus camaradas que “es necesario dejarse corromper… para engañar a los corruptores”. En el verano de 1934, José Antonio y Sainz Rodríguez establecieron un cuerdo por escrito, en diez puntos, sobre “El nuevo Estado Español”; en él condenaban el liberalismo, propugnaban por una acción en favor de la “justicia social”, suscribían la constitución de una asamblea corporativa y la abolición de los partidos políticos (sin especificar qué partidos) y autorizaban métodos violentos. Sobre la base de este acuerdo, el 20 de agosto se firmó entre José Antonio y Goicoechea un pacto de siete puntos. En él se establecía que la Falange no atacaría con su propaganda o indirectamente las actividades de Renovación Española o del movimiento monárquico en general. A cambio de ello, Renovación Española trataría de proporcionar ayuda financiera a la Falange, mientras las circunstancias lo permitiesen. La Falange mantuvo su compromiso, pero al cabo de unos meses, Renovación Española es encontró con dificultades económica y fue necesario interrumpir la ayuda financiera” (19).
Hay dos notas a pie de página: la primera dice: “Las copias de ambos documentos [el pacto de 1933 y el de 1934] se hallan en posesión del autor. Su autenticidad está fuera de toda duda”. En la otra se da a Pedro Sainz Rodríguez como fuente de la información y se añade un dado, sin duda, dado por él mismo: “La Falange debía encontrarse con una grave penuria de fondos porque en una segunda fase de las negociaciones José Antonio se vio obligado a ofrecer a Ansaldo el puesto del cual había sido destituido; sin embargo, Ansaldo lo rechazó” (20).

Cabe preguntarse por qué los alfonsinos interrumpieron su ayuda a Falange Española. Si según Gibson y otros esta se prolongó cuatro meses y la firma del pacto se suscribió en agosto, parece muy claro que la ayuda se prolongaría hasta el mes de diciembre. ¿Por qué hasta entonces? Simplemente porque el día 10 de ese mes, Calvo Sotelo y Renovación Española lanzaban su propuesta “frentista”: el Bloque Nacional, abierto a carlistas, alfonsinos, nacionalistas de Albiñana y cualquier otra tendencia anti–republicana, incluida Falange Española. Pero Falange rechazó su integración en la iniciativa. A partir de ese momento, aunque nunca se llegó a situaciones de hostilidad mutua, resultaba evidente que el apoyo al “fascismo español” tenía ya mucho menor interés para los monárquicos. Es más, si se trataba de integrar a los falangistas, la presión económica era una de las tácticas a utilizar.

A partir de ese momento y en los meses sucesivos, José Antonio se vuelve hacia Italia para conseguir un pulmón económico. En noviembre de 1934 se redactaron los 27 puntos. Hoy se sabe que la reacción del encargado de negocios italiano y hombre influyente de la embajada en Madrid, Geisser Celesia, fue escéptica ante la lectura del programa: lo percibió como demasiado abstracto para ser un programa político, poco concreto, no le dio la impresión de ser un documento ideológico y auguró que decepcionaría a “monárquicos y conservadores”, sin conseguir atraer a franjas amplias de trabajadores (21). Resulta significativo que, si hemos de creer a Ximénez de Sandoval y a su exactitud en las fechas, el programa de los 27 Puntos fue publicado “en la primera decena de noviembre”, pero el informe de Celesia fuera enviado a Italia el 29 de octubre, lo que indica que antes de ser difundido se le entregó a la misión diplomática italiana para que lo considerase (22). Cerrada la puerta de los monárquicos, José Antonio intentaba abrir en aquel convulso final de 1934, la puerta de la Italia fascista.

La lectura de los 27 Puntos, al margen de cuál sea la valoración doctrinal y política de su contenido, sorprende en especial por su último punto: “Pactaremos muy poco”. ¿A quién va dirigido? ¿Qué tipo de alianzas tenía José Antonio en mente cuando incluyó este punto? Indudablemente a Renovación Española. El día 30 de noviembre, el marqués de la Eliseda se había dado de baja de Falange argumentando –tal como había previsto Celesia– que el partido había caído en la “herejía maurrasiana” a causa de la redacción del punto 25: Nuestro Movimiento incorpora el sentido católico—de gloriosa tradición y predominante en España a la reconstrucción nacional. La Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la integridad nacional(23).

El marqués de la Eliseda pasó a los escaños de Renovación Española en el parlamento y fue el último de la larga lista de notorios monárquicos alfonsinos que abandonaron el partido a trece meses de su fundación y a dieciocho meses del inicio de la Guerra Civil. Antes, habían abandonado la formación Ansaldo, Ricardo Rada, el doctor Groizard, Rodríguez Tarduchy y un número indeterminado de militantes que habían ingresado en el partido en el momento de su fundación y que lo abandonaron en dirección al Bloque Nacional constituido en el mismo momento en el que se produjo la baja del marqués de la Eliseda (24).

Los alfonsinos se estaban fascistizando a marchas forzadas. En realidad, en ese momento, más que un “partido fascista” en España existían dos (al menos en sentido genérico). Da la sensación de que el tránsito de militantes en ambas direcciones era habitual, pero, a partir de finales de noviembre de 1934, el único notorio alfonsino que quedaba en Falange era Julio Ruiz de Alda. Todos los que habían dirigido en los primeros momentos las escuadras de choque, habían retornado a las filas del alfonsinismo. A partir de ese momento, sus vacantes las ocuparían falangistas “puros” (es decir, atraídos al movimiento por identidad con sus objetivos declarados, con la norma programática y con los veintisiete puntos), la mayoría de ellos procedentes del SEU y con una breve pero intensa experiencia en operaciones contundentes: los Agustín Aznar, los José Miguel Guitarte, los Luis Aguilar, etc.

Del 4 al 7 de octubre de 1934 se había celebrado en Madrid el Primer Consejo Nacional de Falange Española. Uno de los temas era la elección de un jefe único que sustituyera al sistema de triunvirato. Fue la última sesión en la que participaron los militantes de fidelidad monárquica (Tarduchy, Arredondo, Groizard y algún otro). Se manifestaron algunas discrepancias en la ponencia ideológica, pero lo que causó más tensiones fue la discusión relativa al mando único. Los jonsistas y algunos falangistas eran partidarios de que la organización fuera dirigida por un triunvirato, el resto abogaba por una jefatura única con plenos poderes económicos y políticos. Vencieron los segundos en una apretada votación que dio como resultado 17 votos a favor del mando único y 16 por la prolongación del triunvirato. En la tarde, le correspondió a Sánchez Mazas proponer a José Antonio como la persona más adecuada para ocupar el mando. Ledesma no se opuso frontalmente y la propuesta fue aceptada.

El 7 de octubre había estallado la insurrección independentista en Cataluña y la socialista en Asturias. Los miembros del Consejo Nacional presidieron la manifestación que recorrió Madrid hacia la Puerta del Sol reuniendo agrupando detrás de sí a varios miles de personas. Fue un éxito de movilización del partido, pero a partir de ese momento, Ramiro Ledesma entró en un proceso de acumulación de agravios y descontento que terminó en la escisión de los jonsistas que se hizo pública el 14 de enero de 1934. Ledesma, Sotomayor, Aparición, Compte, Emiliano Aguado, Tauler, Arias, Gutiérrez Palma y Martínez de Bedoya resultaron expulsados por indisciplina y conspiración contra la unidad del movimiento.


Obviamente, los principios doctrinales de Ramiro Ledesma no eran monárquicos y nunca había albergado simpatías hacia la monarquía. Sin embargo, las ayudas que había recibido desde el período de La Conquista del Estado, luego de las JONS, más tarde el dinero monárquico que había permitido un breve período de actividad de los sindicatos, le habían predispuesto a callar su opinión hacia la monarquía y elaborar una estrategia de suma de diversas componentes “fascistas” o en proceso de “fascistización”. De ahí que siempre se opusiera a medida de expulsión contra las indisciplinas de los monárquicos y que siempre intentara restablecer la normalidad en esa dirección.

Cuando se produjo la salida de Ledesma, el partido falangista no se encontraba en su mejor momento: en pocos meses había sufrido salidas “por la derecha” (los monárquicos que habían pasado a reforzar el Bloque Nacional) y “por la izquierda” (Ledesma y los jonsistas que creían poder revitalizar la organización partiendo de los sindicatos y de una revista, Patria Libre, que se vio beneficiada por una inicial ayuda de los alfonsinos).

Cuando se calmaron todas estas aguas, con un mando único, con una situación que a lo largo de 1935 se fue convirtiendo en cada vez más favorable, a la vista de la falta de atractivo del Bloque Nacional especialmente para los jóvenes, de la erosión creciente y el desprestigio del gobierno de centro–derecha y de la rarificación de la situación política y la ofensiva de las izquierdas, Falange empezaría a configurarse como un fenómeno radicalmente diferente al resto de fuerzas políticas de la derecha.


NOTAS

(1) Durante la dictadura de Primo de Rivera, los sindicatos católicos que en ese momento solamente estaban consolidados en Cataluña se fusionaron con los Católicos-Libres del norte de España y con otros pequeños grupos sindicales “amarillos” formando la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España (CNSL) que hacia el final de la dictadura había alcanzado los 200.000 afiliados (el 50% en Cataluña). En su interior, el núcleo esencial estaba formado por obreros católicos de procedencia carlista que experimentaban un odio secular hacia la CNT. Intentaban  mejorar las condiciones de vida de los trabajadores como cualquier otro sindicato apolítico, pero durante la dictadura de Primo de Rivera fueron incluidos como apoyo para el proyecto corporativo que albergaba el general. Al acabar la dictadura y establecerse la república la CNSL fue prohibida, sus sedes clausuradas y sus dirigentes perseguidos hasta que al subir al poder un gobierno de centro-derecha fueron de nuevo legalizados aun cuando no consiguieron recuperar de nuevo un lugar relevante en el mundo sindical. Para un estudio sobre los sindicatos libres puede consultarse De la resistencia a la reacción: las derechas frente a la Segunda República, Julián Sanz Hoya, Publicaciones de la Universidad de Cantabria, Santander 2006, especialmente págs. 146-148, y Corporativismo y relaciones laborales en Cataluña (1928-1929), Sonia del Río Santos, especialmente el capítulo Consolidación de los Sindicatos Libres, Ediciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2002, págs. 16-78.
(2) Cfr. Historia de la Falange, Eduardo Álvarez Puga, DOPESA, Madrid 1969,  edición digital, pág. 27.
(3) E. González, op. cit., pág. 214.
(4) De Ansaldo, González Calleja dice que “su presencie en Falange había sido una condición que los monárquicos habían impuesto a Ruiz de Alda, quien obtuvo el acuerdo de los triunviros para nombrarle “Jefe de Objetivos” (op. cit., pág. 214). El propio Ansaldo reconoce que “Dicha apelación de confuso contenido abarcaba fundamentalmente estas misiones: preparación de golpes de mano, creación de una campaña de agitación y, por último, ejecución de represalias contra los ataques y atentados de que eran víctimas los falangistas” (J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 71)
En realidad, se trataba de un aeródromo privado que poseía en Madrid un amigo personal de José Antonio, Iván de Bustos y Ruiz de Arana, Duque de Estremera.
(6) Stanley Payne dice que José Antonio era el “más atípico de los líderes fascistas europeos”, recuerda que en varias ocasiones estuvo a punto de dimitir: “José Antonio Primo de Rivera siguió siendo una figura muy ambivalente, el más ambiguo de todos los jefes nacionales fascistas. Es posible que una serie de importantes características personales – como un esteticismo meticuloso, combinado con un sentido auténtico, aunque a veces contradictorio, de escrupulosidad moral, un sentido intelectual cultivado de la distancia y la ironía y, para tratarse de un político español, un espíritu notablemente limitado de sectarismo y de rivalidad de grupo – lo descalificaran para ser un líder con éxito. Existen abundantes declaraciones de que en varias ocasiones consideró la posibilidad de abandonar el proyecto, pero no podía escapar al compromiso impuesto por las muertes y los sacrificios de otros miembros de su movimiento” (Stanley G. Payne, El Fascismo, Alianza Editorial, Madrid 2005, pág. 92.
(7) Cf. R. Ledesma, op. cit., pág. 69.
(8) Cf. J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 76-79. Ansaldo expresa una opinión personal: José Antonio albergaría “celos” y mantendría una especie de rivalidad hacia Calvo Sotelo.
(9) Ídem. Haría falta añadir que Ansaldo era “muy monárquico” y para él cualquiera que no tuviera un monarquismo en el mismo grado, como la CEDA, equivalía a no ser monárquico. Era el todo o nada, habitual en quienes viven un ideal con intensidad extrema. De todas formas, insistimos en que no existen opiniones antimonárquicas en José Antonio, y hemos aludido también a que en sus viajes por España se había convencido (como Gil Robles o Ángel Herrera Oria) de que la restauración de la monarquía era inviable en ese momento. La opinión de Ximénez de Sandoval puede admitirse sin reservas: “Ximénez de Sandoval añade: [A juicio de José Antonio], las ideas que pudiese aportar Calvo Sotelo no arrastrarían jamás a la juventud española para una empresa total revolucionaria. Prefirió a la aportación de unos cuantos muchachos monárquicos -valerosos; pero llenos de prejuicios- la de los jonsistas, para quienes no había nada que poner por encima de la Patria. José Antonio, en política, pensaba lo mismo. España –con todos sus hijos- sólo como lema. El Rey no era fundamentalmente imprescindible para la Revolución de la unidad de las tierras, los hombres y las clases. Por el contrario, en algunos momentos de esa Revolución pudiera ser un obstáculo, y si no él personalmente, la complejidad de los intereses cortesanos cuchicheados en la antecámara” (op. cit., pág. 205). No es que fuera antimonárquico, es que la restauración de la monarquía en ese momento no podía aportar gran cosa, ni era viable. El matiz es importante.
(10) A este respecto puede consultarse nuestra obra Ramiro Ledesma a contraluz, eminves, Barcelona 2014, especialmente el Capítulo II - Frente a la derecha fascistizada o con la derecha fascistizada, págs. 53-128.
(11) En ¿Fascismo en España? no juzga con excesiva severidad la actitud de Ansaldo y se limita significativa y eclécticamente a reconocer sus méritos y sus riesgos. Dice Ledesma: Por esta época, fines de abril, ingresó en el movimiento Juan Antonio Ansaldo, militante intrépido y audaz, que intervino con eficacia en la organización y dirección de esos grupos. Merced a éstos, no quedó ya más ninguna agresión sin réplica, y pudieron incluso planearse objetivos de gran importancia estratégica para el Partido. Ansaldo controlaba ya, a las pocas semanas, la organización militarizada del movimiento. Sobre todo, los grupos de más capacidad para la violencia. Ansaldo era, sin más complicaciones ideológicas ni matices, un monárquico. Procedía de los núcleos que con más fidelidad y dinamismo habían defendido hasta última hora al Rey. A pesar de eso, de su poquísima compenetración doctrinal —él era, después de todo, un exclusivo hombre de acción—, su presencia en el Partido resultaba de utilidad innegable porque recogía ese sector activo, violento, que el espíritu reaccionario produce en todas partes como uno de los ingredientes más fértiles para la lucha nacional armada. Recuérdese lo que grupos análogos a ésos significaron para el hitlerismo alemán, sobre todo en sus primeros pasos. Claro que la intervención de esos elementos resulta sólo fecunda cuando no hay peligro alguno de que consigan influir en los nortes teóricos y estratégicos. Es decir, cuando hay por encima de ellos un mando vigoroso y una doctrina clara y firme. Si no, son elementos perturbadores y nefastos” (op. cit., págs 67-68).


(12) Eduardo González Calleja, en su investigación subvencionada por el Ministerio de Educación comete un nuevo error al decir que José Antonio acudió al domicilio de Ansaldo “acompañado por Ledesma” (op. cit., pág. 224), cuando en realidad fue por Fernández Cuesta. Ximénez de Sandoval cita una carta de Fernández Cuesta en la segunda edición de su Biografía Apasionada (nota 251 de la pág. 407) en la que el que era entonces secretario general de Falange dice: “José Antonio tuvo una entrevista con Ansaldo en casa de éste, siendo yo único testigo. Ansaldo dijo a José Antonio que, a pesar del afecto personal que por él sentía, no le consideraba capaz de acaudillar la Falange. José Antonio discutió con él, sin perder la serenidad, pero decidió su expulsión en decreto que Julio no quiso firmar, dada la intimidad que con Ansaldo tenía, haciéndolo Ramiro, después de muchas objeciones, en entrevista tenida en mi domicilio”.
(13) Cf. J.A. Ansaldo, op. cit., pág. 85-86.
(14) Cf revista FE, nº 15, 19 de julio de 1934, pág. 4.
(15) Cf. Una consigna, revista JONS, nº 11, agosto  de 1934, págs. 159-160.
(16) Véase Ramiro Ledesma a contraluz, op. cit., Capítulo IV - La concepción estratégica de Ramiro Ledesma, págs. 185-292.
(17) No fue posible la paz, José María Gil Robles, Ediciones Ariel, Barcelona 1971, pág. 442 y 443. Testimonios y recuerdos, Pedro Sainz Rodríguez, Editorial Planeta, Barcelona 1978, págs. 375-376.
(18) Cf. En busca de José Antonio, Ian Gibson, Editorial Planeta, Barcelona 1980, pág. 103-105.
(19) Cf. Falange, historia del fascismo español, Stanley Payne, Biblioteca de la Historia, Sarpe, Madrid 1985, pág. 85
(20) La información de Payne está extraída también de las memorias de Ansaldo, op. cit., pág. 89. La puerta, en cualquier caso, estaba abierta y puede creerse esta información a tenor de lo que cuenta Ximénez de Sandoval: La separación del Teniente Coronel Rada, de los hermanos Ansaldo y de algunos otros que prefirieron seguir la bandera de la Restauración monárquica a la bandera de la Revolución Nacionalsindicalista, se hizo de manera cordial y llena de respeto humano y mutuo afecto” (op. cit., pág. 267).
(21) Cf. E. González Calleja, op. cit., pág. 265, citando el informe enviado por Geisser Celesia, al Ministerio de Asuntos Exteriores italiano y fechado el 29 de octubre de 1934.
(22) Escribe Ximénez de Sandoval: La hoja-programa fue elaborada por la Junta política en la primera decena de noviembre. La hoja-programa fue elaborada por la Junta política en la primera decena de noviembre. Contiene 27 puntos, considerados desde entonces por los militantes como su evangelio político. Hizo su primera redacción Ramiro Ledesma, que presidía aquel organismo, y modificada luego por Primo de Rivera en el sentido de hacer más abstractas las expresiones y de dulcificar, desradicalizar, algunos de los puntos. La hoja quedó así un tanto desvaída, llena de preocupaciones académicas, menos apta para interesar a las grandes muchedumbres de la ciudad y del campo” (op. cit., pág. 88).
(23) Sobre la recepción de los 27 puntos en el interior del partido, Ximénez de Sandoval escribe: Estos 27 Puntos iniciales aparecieron a fines de noviembre de 1934, en hojas volanderas y clandestinas, por estar suprimido F.E. Más tarde se recogieron en la Prensa madrileña. El programa llenó de satisfacción a la mayoría de los militantes, aun cuando manifestaron su disgusto algunos elementos monárquicos al ver que el programa definitivo de la Falange no tomaba partido por determinada forma de gobierno, a pesar de que la «voluntad del Imperio», expresamente manifestada en el Punto primero, significara rotundamente la vuelta de espaldas al artificio republicano, democrático, electorero y antiunitario. Callaron una vez más sus sentimientos los monárquicos, salvo algunos de los más exaltados, que se dieron de baja en la Falange por entonces. Pero, en cambio, se dio el caso insólito de que alguien, recogiendo las teorías populistas que acusaban al fascismo de panteísta y de incompatible con la catolicidad, provocara la gran campanada” (op. cit., pág. 258).
(24) E. González Calleja utilizando datos de Payne cifra en “dos mil o tres mil derechistas”, los que habían ingresado en el partido en sus primeros meses y lo abandonaron al crearse el Bloque Nacional (op. cit., pág. 266). En cuanto al marqué es de la Eliseda, Álvarez Puga dice en su Historia de la Falange: Durante el desarrollo de la guerra civil el marqués de la Eliseda retornó al seno de la Falange y ocupó el puesto de Consejero Nacional. En 1939 ya decía que "nuestro Movimiento Nacional es, indudablemente, la traducción de hecho fascista que, por producirse en España, será el fascismo más positivo y progresivo de todos; es decir, un fascismo tan perfecto en la búsqueda de la verdad, que implantará el Estado católico español, que no será otro que la traducción moderna del viejo Estado español de los Reyes Católicos, la organización política menos imperfecta de la tierra" (op. cit., pág. 31).