viernes, 13 de marzo de 2020

JOSE ANTONIO: VISTA A LA IZQUIERDA (5 de 5) -> ALGUNAS CONCLUSIONES


Lo que menos han querido recordar los falangistas enumeradores de excepciones es lo que Pestaña respondió a José Antonio en la primera entrevista de 1933: que, aun siendo buenas las intenciones, existían diferencias insalvables entre el ambiente anarcosindicalista y el falangismo. Diferencias de clase, en primer lugar. Al no realizar un “análisis de clase”, los falangistas, incluido José Antonio, han tendido a reducirlo toda diferencia entre izquierdas y derechas a la actitud ante el patriotismo. Según esto, las izquierdas buscarían justicia social pero les faltaría vigor patriótico, mientras que en las derechas ocurriría justamente lo contrario. Bastaría, pues, con injertar el patriotismo en la izquierda para convertirlos a los ideales nacional-sindicalistas. Quizás desde la privilegiada posición de un miembro de la aristocracia o desde, incluso, la clase media, esto podía parecer evidente, pero no desde el nivel de un proletario empobrecido en la España atrasada de los años 30. En aquella época, no es raro que el libro de Kropotkin La conquista del pan fuera uno de los textos más leídos en la época. Había sectores sociales que, simplemente, luchaban por su existencia.

No había lugar para el patriotismo entre la clase obrera en una España en la que la aristocracia económica, aliada con la Iglesia, veía en la más mínima reivindicación obrera un impulso casi satánico. Las diferencias entre las “dos Españas” eran sobre todo de renta y de todo lo que derivaba de ello: de educación, de cultura, de salud… Sin olvidar, en lo que se refiere a la CNT que los tiempos del pistolerismo patronal, especialmente en Cataluña eran todavía muy recientes como para que pudiera olvidarse: un pistolerismo facilitado descaradamente por la patronal y la autoridad. ¿Cómo no iba a haber dos Españas? Y ¿cómo iban a ser posible los tránsitos de una a otra España si no existían puentes tendidos?

Los doctrinarios falangistas entendieron perfectamente la situación, ofrecieron patriotismo y justicia social. Pero no resultaron creíbles para las clases trabajadoras. Habían “nacido a la derecha”. Su imagen estaba demasiado asociada a la dictadura, al alfonsinismo, a Sanjurjo, había en sus filas muchos nombres procedentes de la derecha y muy pocos llegados de la izquierda. A pesar de proponer la nacionalización de la banca, la estructura económica sindical, a pesar del énfasis puesto en la justicia social, era imposible para la clase trabajadora, para Ángel Pestaña y Abad de Santillán, ver otra cosa en aquellos primeros falangistas que gentes bienintencionadas, pero que “no conocían al pueblo” (Pestaxa dixit). Para la izquierda, el pueblo eran los obreros, los parados, sus familias, los que vivían con ellos en barrios miserables, sufrían enfermedades endémicas en la época, militaban en los mismos sindicatos y cada día “luchaban por el pan”…

Es imposible decir si, con el paso del tiempo, Falange Española hubiera “conectado” finalmente con esa otra España y lo que habría ocurrido si el goteo de afiliados procedentes de la izquierda hubiera aumentado y convertido en un flujo apreciable. Es posible que hubiera evolucionado como lo hizo el NSDAP de 1931-32. Pero también es altamente improbable que lo hubiera hecho en esa dirección a tenor de las incorporaciones masivas que se produjeron en el partido en la primavera de 1936: el partido siguió creciendo “por la derecha”, no por la izquierda, el partido se vio comprometido en conspiraciones con otras fuerzas de la derecha y con ninguna iniciativa de la izquierda, poco antes se había negociado con la CEDA números muy concretos de candidatos falangistas, mientras que con el Partido Sindicalista (minúsculo por lo demás y que en esas elecciones obtuvo dos actas de diputados) sólo hubo dos encuentros de mero sondeo, insatisfactorios y que son recordados en tanto que anécdotas sorprendentes.


Existió una simplificación abusiva por parte de Falange: el pensar que “nacionalizando” a la CNT estaba resuelto el problema. Una CNT nacionalizada hubiera sido una CNT con una componente de clase que hubiera rechazado el interclasismo de Falange Española. Hubiera seguido siendo libertaria, sino anarquista. El tipo de cultura de la que se nutría era completamente diferente al que inspiraba al grueso de afiliados a Falange Española. Sus visiones del mundo eran completamente antagónicas. Mientras para la CNT el “libertad, igualdad, fraternidad” era irrenunciable, en Falange las ideas de “orden, autoridad, jerarquía”, eran los lemas de reemplazo. El análisis histórico era completamente diferente, tanto como la concepción del mundo. Esto no ocurría con el comunismo que, al menos, tenía una visión jerárquica, unitaria y autoritaria del modelo de organización política.

Sin olvidar que, en las filas falangistas, el catolicismo era mayoritario, tanto como el ateísmo lo era en la CNT.

Ahora se entenderá quizás porqué Hitler en Alemania evitó siempre referencias religiosas al catolicismo, al protestantismo o al paganismo, a pesar de que él estaba bautizado y era formalmente católico. Sabía que la cuestión religiosa “divide” a un pueblo. José Antonio, en la línea de Maurras, opinaba otra cosa: la Historia de España estaba íntimamente ligada al catolicismo. Afirmar “lo español” suponía defender el catolicismo. La diferencia era que Maurras era agnóstico y José Antonio católico. Maurras había llegado a esas conclusiones en Francia por vía de la razón. José Antonio, en cambio, partió de la fe y, paralelamente, realizó un “análisis nacional” de lo que había representado la fe como cimiento de nuestra historia. Pero esa fe en los años treinta era patrimonio de la “otra España”.

Es cierto que la posición religiosa de José Antonio es moderada: insiste en la separación entre la Iglesia y el Estado. El resultado es que una propuesta así, que para él era un paso al frente, carecía de valor para “la otra España” que era, pura y simplemente, atea. La propuesta generó, sobre todo, problemas en el interior de Falange (la fuga de José Moreno marqués de la Eliseda) y ataques por parte de la derecha (Gil Robles acusando a Falange de no ser católica). Pero, en todo esto, lo más triste fue el papel de la propia Iglesia que desde Roma apostaba a caballo ganador, esto es por la CEDA. Aquí no podía darse la situación de Rumanía, donde el cristianismo ortodoxo apoyaba a cualquier partido que defendiera la fe, la Guardia de Hierro entre otras. Aquí en España, a pesar de que Renovación Española, Falange Española y la Comunión Tradicionalista se decían partidos católicos y defensores de la fe, la Iglesia solamente apoyó a la CEDA. Y en una de las dos Españas el peso del catolicismo si era decisivo. Bastaba con que desde el púlpito se predicara en un sentido o en otro para que los fieles entendieran hacia qué dirección había que orientar sus pasos. Fue solamente cuando el “caballo ganador” dejó de ser la CEDA y fue el movimiento franquista, cuando los obispos se “fascistizaron” también. Tarde y mal.

Así pues, a Falange Española le perjudicó de cara a un crecimiento por la izquierda, su alineamiento con el catolicismo que lo situaba, no en una “tierra de nadie”, sino en la “España de las derechas”. Para colmo, le perjudicó más aún el no haber recibido a cambio apoyo de la Iglesia (salvo de curas de a pie). Sin olvidar, por supuesto, que la Iglesia en los años treinta era una estructura ultraconservadora que muy difícil podía entender el proyecto nacional-sindicalista. La Iglesia era, en definitiva, otro factor que hacía imposible los tránsitos de masas desde la izquierda a Falange Española.

El hecho de que desde el momento mismo de la fundación de Falange Española, el partido se viera objeto de una inusitada oleada de violencia procedente de la izquierda socialista y del comunismo, obligó a los nacional-sindicalistas a conspirar contra la República y a hacer causa común en estas conspiraciones (desde la sanjurjada que llevó a Onésimo Redondo al exilio) con otras fuerzas de la derecha que ni siquiera se preocupaban de proponer “políticas sociales”, sino solamente antimarxismo y patriotismo. Ramiro Ledesma y José Antonio veían este riesgo: de ahí el “ni derecha, ni izquierdas”, pero la práctica política les indujo a estar más cerca de la derecha que de la izquierda y tener el crecimiento asimétrico al que hemos aludido.

El hecho de que todos los falangistas asesinados entre la fundación del partido y el 18 de julio lo fueran por pistoleros procedentes de la izquierda es significativo de la ubicación política a la que estos actos empujaban a la Falange. A partir de 1935 está irremisiblemente clara la estrategia falangista: insurreccional. No es una estrategia de “nacionalizar a las masas” de la CNT, es una estrategia de fractura vertical dentro del sistema republicano. Después de la primera teorización ingenua del proyecto golpista –Falange sublevada logra el apoyo militar y forma un gobierno nacional-sindicalista- se impuso la realidad: Falange se vio constreñida a figurar en el bando conservador, aspirando a ser hegemónica y construir ese régimen de “patria, pan y justicia” tantas veces anunciado. En el curso del conflicto, aparecen concomitancias entre falangistas y cenetistas. Se ayudan, se cubren, evitan enfrentamientos y actos represivos de unos contra otros, facilitan carnés de militancia que eximen de sufrir persecuciones. Desde el punto de vista histórico, se trata de meras anécdotas forzadas por una situación extrema.


Si los intentos de pactar con Pestaña se diluyeron cuando éste y su Partido Sindicalista, se integraron en el Frente Popular, otro tanto ocurrió con la CNT y ya poco efecto podía tener el que el Arriba publicara mensajes ingenuos dirigidos a las bases cenetistas: “Obrero de la CNT, la Falange te llama y no con voces de sirena. Te dice la verdad. Abandona las filas de esos sindicatos que perdieron su apoliticismo al ir en unión con los que te han perseguido. Abandona esas filas y ven a las nuestras”. Pero se trataba de consignas desesperadas, como desesperado era el último intento periodístico de Ledesma, Nuestra Revolución, en donde proseguía con su intento de auscultar el pálpito de la CNT… una semana antes del estallido de la guerra civil.

Pero todo esto indica solamente la brutalidad de una guerra civil y no es más que la huella de la humanidad que queda en unos y otros. Tiene el valor político que se le quiera atribuir: luego, Luys Santa Marina defenderá al sindicalista Peiró, los falangistas madrileños en clandestinidad dispondrán de carnés del Partido Sindicalista y serán cientos de carnés de la Falange los que se expedirán para parar el primer golpe represivo contra los cenetistas.

Los colores de la bandera falangista y de la CNT eran los mismos. Eso implicaba cierto nivel de sintonía que no era posible entre otros sectores. Pero, llegados a este punto, sabemos que tal entendimiento fue prácticamente nulo, que los tránsitos de una a otra fuerza fueron mínimos e incluso hemos podido repasar brevemente las causas de porqué esto fue así y no como hubiera gustado a los doctrinarios de Falange. A Onésimo Redondo la deliberada similitud de banderas entre la CNT y la Falange le costaría la vida en los primeros días de la Guerra Civil, cuando confundió un puesto de control anarcosindicalista con uno falangista a causa de los colores de la bandera

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