jueves, 14 de abril de 2016

La democracia española ha fracasado (a ver si lo reconocemos)


Info|krisis.- Una democracia solamente puede considerarse como tal, cuando tiende a elevar el nivel cultural de un pueblo. De lo contrario ¿para qué sirve que una masa amorfa, con un nivel cultural bajo–bajísimo acuda a las urnas? Solamente el hecho de ver a la enseñanza española en la cola de Europa ya es suficientemente ilustrativo del resultado que han dado los casi cuarenta años de régimen constitucional.

Hoy, 14 de abril, me ha dado por pensar en la Segunda República. Aquel régimen tuvo pocos hombres de valía; fue traído por hombres mediocres de entre los que uno resaltaba por encima de todos los demás: Manuel Azaña. De Azaña se sabe que era rarito, tan raro como suelen ser intelectuales que aprecian más el debate en el Ateneo que el disfrute de la vida. A pesar de que su voz era gélida, que no adoptaba gesticulaciones sino que se quedaba hablando ante el micrófono como un pasmarote, lo cierto es que las masas le escuchaban horas y horas. Su éxito radicaba en que quiso para España lo que nuestro país no había tenido en el siglo XIX: una revolución burguesa. Eso debía haber sido la Segunda República, pero las veleidades proletarias de los socialistas, el anticlericalismo de manual de las izquierdas y los frenos a la reforma agraria por parte de latifundistas sureños y cerealistas castellanos, la hicieron imposible.


Carácter soberbio, propio del intelectual elitista, hosco y de pocos o casi ningún amigo, Azaña era el típico burgués ateneísta de la época, que desde las 11:00 de la mañana acudía al casino a leer la prensa y hablar de política por los codos. Lo tenía todo para ser un mal gobernante y el éxito momentáneo de Acción Republicana fue el producto de una coyuntura concreta (crisis de la dictadura, desprestigio de la monarquía y crisis mundial del 29) más que un logro personal.

Aún así, el pensamiento de Azaña, en estos momentos, está olvidado y los pocos que han oído hablar de él, suelen recordar su rostro grosero y carnoso, espolvoreado de verrugas, con papada de glotón de porqueriza. Es uno de esos personajes que mejor leer sus novelas y algunos de sus escritos políticos, que saber sobre su vida o su obra.

Azaña estaba enamorado de la Edad Media. Sólo que no supo entender el espíritu de aquella época y se paró viendo aquellos siglos con los ojos de un hombre del primer tercio del siglo XX. A pesar de que era partidario de la “recuperación de la tradición española medieval” está claro que nunca fue capaz de definirla porque consideraba que implicaba “libertad territorial, religiosa y política” y él, puestos a interpretar, en lugar de asumir que los “fueros” era la alusión a la “liberta territorial”, lo tradujo como Estatutos de Autonomía (aceptó el catalán y rechazó el vasco “por carca”). Era nacionalista y hay en sus discursos frases del más acrisolado patriotismo, pero, claro, también aquí cometió el error de identificar “República” con “España”... a pesar de que si hubiera conocido la obra de Maurras y la hubiera aplicado a España (como hizo Maeztu e incluso Cambó), hubiera recordado que la columna vertebral de la historia de España había sido hasta entonces el catolicismo y la monarquía.

Pero no son los errores de Azaña los que quisiéramos comentar, ni tampoco su personalidad de ilustre olvidado, sino uno de sus juicios en los que estuvo sembrado. Como, por ejemplo, cuando afirma que “La nación es un gran depósito de energías latentes, de obras posibles que sólo necesitan una buena explotación y aprovechamiento cabal”. Azaña sacaba de esto la conclusión de que “es un deber social que la cultura llegue a todos, que nadie, por falta de ocasión, de instrumentos de cultivo, se quede baldío” y terminaba: “Si a quien se le da el voto no se le da la escuela, padece una estafa. La democracia es fundamentalmente un avivador de la cultura”…

Estas frases están incluidas en el manifiesto de Acción Republicana (el partido de Azaña) en 1924 (y fueron redactadas por él). Y tenía toda la razón. ¿Para qué diablos sirve acudir a votar si el que deposita el voto es un completo garrulo, sin el más mínimo espíritu crítico, sin capacidad de discernimiento e incluso sin conciencia de cuáles son los problemas y dónde pueden estar las soluciones más razonables? Votar, debería implicar, estar informado y para estarlo hace falta tener cierta “educación” o, lo que es lo mismo, cierta “formación”.

Azaña, como otros iluminados de la izquierda creían que con proponer “educación laica, gratuita y obligatoria” ya estaba todo resuelto. Escuelas para todos y a otra cosa… Hoy sabemos que no es así: sabemos que no basta que haya almacenes de niños de 9:00 a 17:00 horas, que es necesario algo más. Por ejemplo, que los programas educativos, los profesores y, sobre todo, la estructura del sistema de enseñanza, sean válidos y eficientes. Y esa validez se demuestra cuando de la escuela salgan jóvenes mejor formados, con mayores aspiraciones, preparación y con carácter.

El hecho de que hace menos de una semana hubiera una manifestación masiva de jóvenes a favor de unos u otros finalistas del Gran Hermano, indica ya cuál es el estado del sistema educativo español, sin necesidad de recurrir a las evaluaciones del Programa Internacional de Evaluación de Alumnos de la UE, más conocido como “programa PISA”.

Resulta evidente que quienes han controlado el régimen en los últimos 40 años han querido una juventud que, sobre todo, careciera de espíritu crítica e incluso de conocimientos culturales para ejercer el arma de la crítica. Y para ello han operado sobre los programas educativos y las leyes de enseñanza. La responsabilidad socialista en este terreno es absoluta pues todas las leyes de educación y reformas que se han ido aprobando desde principios de los ochenta, han estado inspiradas por el PSOE y éste, en todo momento, ha insistido en que éste era un terreno en el que reclamaba iniciativa en exclusiva.

A la derecha le ha faltado claridad, voluntad y proyecto. Ha preferido dejar hacer porque, en el fondo, también la derecha se beneficiaba de unos proyectos educativos cuyo único fin era evitar que las aulas se convirtieran en problemáticas y en origen de disidencias contra el régimen.

Hoy llama la atención incluso, la vacuidad, la superficialidad e incluso la ingenuidad, sino la ignorancia, de aquellos sectores antiglobalización cuya critica al “sistema” es meramente planfletario (y lo estoy diciendo por Podemos y sus franquicias, para precisar más). Tiene gracia que estos sectores se presenten a sí mismos como los “más democráticos”, simplemente porque consultan más veces en menos tiempos a las “bases”… olvidando que esas bases –y ellos mismos– son los productos de un sistema educativo que lleva como treinta años quebrado.

En estas circunstancias, la democracia no puede ser sino de mala calidad: no solamente no se ha preocupado de la mejora que proponía Azaña (“que la cultura llegue a todos”, cuando lo que ha llegado a todos ha sido la “cultura basura” y la “telebasura”), sino que, además, ha estimulado deliberadamente ese fracaso educativo, no hizo nada para paliarlo cuando hace ya un cuarto de siglo se empezó a advertir que las cosas no estaban yendo bien, cuando se vio que en España el fracaso escolar empezaba a ser preocupante y que la tradicional y consuetudinaria apatía de nuestro pueblo, aumentaba más y más, envuelta en zafiedad, en ignorancia, en superficialidad y en estupidez. Era inevitable que la “cultura basura” y la “telebasura” terminaran siendo promovidos por “partidos basura” y que la única política que pudiera formularse desde las instituciones (y que fuera entendida) fuera la “política basura”.

El “frente cultural” es el gran fracaso del régimen constitucional de 1978; la educación y la cultura han constituido su gran estafa, su fraude extremo y lo que ha abocado al empobrecimiento cultural del país. Y, siguiendo en esto a Azaña, podemos decir que, por todo ello, esta democracia no es democracia. O como máximo es “democracia basura”.

© Ernesto Milá – info|krisis – Prohibida la reproducción de este texto sin citar la url del original.