Este 1º de mayo llega en un momento de
ofensiva neoliberal en todos los frentes y cuando las organizaciones que hasta
ahora habían servido tradicionalmente de muro de contención de y de defensa de
los trabajadores ya se han convertido en un ridículo e inútil espantajo.
En efecto, al holocausto laboral que se
encamina implacable hasta los 6.000.000 de trabajadores en paro, se unen los
salarios de miseria, el submileurismo que permite tener un trabajo pero no
vivir de él, ni siquiera disfrutar del ocio, inmerso en la precariedad laboral,
en la inseguridad y en el riesgo de perderlo a poco que se levante la voz o se
proteste por las condiciones de trabajo o por lo bajo de la remuneración.
Parece que estemos en camino de retroceder al siglo XIX y a las condiciones laborales
de la primera revolución industrial cuando el capitalismo nos obsequiaba con la
libertad de elegir un trabajo miserable o morirse de hambre.
A esto se une la incapacidad gubernamental
(del partido único, PPSOE) para resolver el problema de la deuda con la presión
de las instituciones financieras internacionales que garantiza que en breve
plazo de producirá una nueva reforma del sistema de pensiones y un nuevo
retraso en la edad de jubilación con la idea de aproximarla cada vez más a la
edad de fallecimiento y de reducir drásticamente el gasto en esa materia.
Para colmo, la situación internacional no
deja lugar a la esperanza: de un lado, dentro del partido único PPSOE no
aparece ninguna voz discordante que reconozca en la globalización la fuente de
todos los problemas y la imposibilidad de ganar “competitividad” reduciendo
sueldos y prestaciones sociales, pues jamás estaremos en condiciones de
alcanzar los sueldos de se dan en China o Vietnam. Esto genera una
deslocalización creciente y un aumento de las importaciones, así como la transformación
de España en un país “periférico”, no solo en la economía mundial, sino incluso
en la europea. En estas condiciones es difícil que, ni hoy ni nunca, se puedan
crear puestos de trabajo ni industria rentable suficiente como para absorber
los futuros 6.000.000 de parados.
En estas condiciones, la salida normal sería
la de dar por concluidos los permisos de residencia de 4.000.000 de inmigrantes
que nadie sabe cómo sobreviven (caridad pública, trabajo negro, delincuencia) y
que no tienen perspectiva de obtener un empleo en los próximos 10 años. Pero el
sentido común y la lógica no parecen aplicables a la tarea de gobierno, ni son
patrimonio del partido único PPSOE.
En estas circunstancias los trabajadores ya
no tienen la defensa de los sindicatos como organizaciones de contención de la
rapacidad del capital. Los sindicatos, no solamente han dejado de ser
reivindicativos (tal como lo fueron hasta principios de los años 80), ni
tampoco han logrado transformarse en sindicatos “de gestión” (como intentaron
durante el felipismo, vía que el escándalo de la PSV se encargó de desintegrar).
Los sindicatos, hoy, se han convertido en meros acompañamientos del gobierno y
de la patronal, aceptando cualquier imposición a cambio de un plato de lentejas
en forma de subsidios, de cursos inútiles de reciclado laboral o de ingresos
por gestión de EREs.
A los sindicatos, hoy, se les puede formular
la pregunta clave: ¿Quién os ha elegido como interlocutores sociales? ¿Quién os
ha entregado un mandato para que habléis en nombre de todos los trabajadores?
En los años 70 los sindicatos eran
reivindicativos y gozaban del apoyo de buena parte de los trabajadores, aun a
pesar de que CCOO seguía con fidelidad perruna la línea trazada por Santiago
Carrillo, desde el PCE, pero justo es decir, que cumplían con su tarea de defensa
de los intereses de los trabajadores. Luego, en los años 80, cuando se modificó
el marco jurídico de su actuación, los sindicatos dejaron de representar a la
totalidad de los trabajadores y pasaron a representar muy específicamente a los
trabajadores con contrato fijo y, especialmente a aquellos que tenían asegurado
su puesto de trabajo, capataces, cuadros intermedios, grupos con
cualificaciones especiales.
Por eso, cuando Felipe González realizó sus
primeras ofensivas neoliberales para aprobar la ley de contratación juvenil e
irrumpieron los contratos basura, los sindicatos callaron: este nuevo marco
laboral nada les afectada a los dirigentes de unos sindicatos que ya cobraban
jugosas subvenciones.
De ahí, a la fase siguiente de degradación
del sindicalismo oficial no había más que un paso que los sindicatos dieron a
mediados de los 90, cuando el PP ya estaba instalado en el poder: convertirse
nominalmente en ONGs más preocupadas por el “papeles para todos”, por la
regularización de inmigrantes y por su defensa, que por los intereses de los
trabajadores. A cambio, las subvenciones crecieron y se realizó una entrega
masiva de cursos de reciclado laboral, a pesar de que la inutilidad de la
mayoría de ellos es notoria.
Cuando llegó el zapaterismo se limitó a
aumentar esta tendencia y aprobar el que los sindicatos cobraran una sustancial
comisión en la tramitación de los EREs, con lo cual, se convertían no en un
organismo de defensa de los trabajadores, sino en una amenaza más para la
estabilidad laboral de los mismos. Era la fase final de integración de los
sindicatos dentro del dispositivo del capitalismo español (la llamada “patronal”)
e internacional, para dejar indefensos a los trabajadores y retornar a las
condiciones laborales del período dorado de la primera revolución industrial.
Al menos la esclavitud pura y simple tenía la
contrapartida de la “estabilidad” en su condición: el esclavo tenía la
seguridad de que recibiría alimento y techo para poder seguir rindiendo. Hoy,
nuestro panorama laboral ni siquiera ofrece esa inseguridad y el futuro que
tenemos ante la vista es el miedo a perder unos puestos de trabajo que no
permiten a más de 7.000.000 de españoles que trabajan, ni emanciparse, ni
formar una familia, ni disfrutar de ocio, sino que están acompañados del miedo
y de la seguridad a perder el empleo, la convicción de que las prestaciones
sociales y la percepción por jubilación serán recortadas próximamente y una
falta absoluta de perspectivas personales y profesionales a la vista de la
creciente desertización industrial del país y de que la demanda de empleo será
durante décadas muy superior a la oferta de trabajo lo que hará que los
salarios se mantengan en los mismos bajos niveles que los actuales.
Hoy todo esto ha llegado demasiado lejos y
ante esto es necesario reaccionar. En primer lugar es preciso gritar muy alto:
No a la globalización. La globalización es inviable y
fundamentalmente dañina para los países de Europa. La globalización no es más
que un intento del capital de aumentar sus beneficios 1) trasladando las
factorías fuera de Europa donde el precio de la mano de obra es más barato y 2)
trasladando millones de inmigrantes a Europa para que el precio de la fuerza de
trabajo descienda.
No a la ofensiva neoliberal. Ni las privatizaciones, ni la
financiarización de la economía, ni los recortes sociales, ni la liquidación
del sector público, ni el liberalismo salvaje garantizan que se vaya a salir de
la crisis, sino todo lo contrario. Es preciso: 1) un sector publico fuerte en
los sectores estratégicos de la economía, 2) es preciso un modelo económico, 3)
es preciso una banca pública que financie hipotecas y a las PYMES, 4) son
precisos los aranceles y las medidas proteccionistas, 5) es preciso que desaparezcan
los paraísos fiscales, 6) es preciso liberal la presión fiscal sobre las rentas
procedentes del trabajo y aumentarla sobre las rentas procedentes del capital,
7) es preciso retornar a una economía productiva y penalizar hasta desactivarla
a la economía especulativa.
No al pago prioritario de la deuda. Lo más odioso de los últimos
gobiernos ha sido la despreocupación con la que se disparó la deuda pública (a
partir del zapaterismo con sus medidas absurdas e inútiles para afrontar la
crisis: planes de ayuda a la banca, planes de reactivación de la construcción,
plan VIVE, regularización masiva del 2005, etc.) y el interés que estos tienen
en que sea el pueblo español quien pague sus errores. Pero las cosas no son
así: 1) Lo esencial en este momento no es el pago de la deuda, sino la
reactivación de la economía, 2) El pago de la deuda podrá hacerse sin presiones
fiscales cuando la economía se reactive, 3) La emisión continua de deuda es lo
que hace que los bancos orienten su volumen de negocio hacia la compra de deuda
con un beneficio del 4-4,75%, con dinero del Banco Central Europeo al 1%, en
lugar de abrir el crédito a particulares y empresas.
No a los sindicatos traidores. Para los trabajadores, las
actuales siglas sindicales CCOO y UGT no tienen ya absolutamente nada que ver
con sus intereses, forman parte del problema no son, en absoluto, su solución ni
pueden aportar nada para ello. Ya no pueden ser considerados como portavoces de
los trabajadores en negociación alguna y su cariz de pobres aprovechados en el
festín neoliberal, como meros acompañantes, hay que denunciarlo constantemente
y en especial este 1º de mayo que se aproxima.
Tales son las tareas que os proponemos y
tales son los objetivos y planteamientos con los cuales será posible salir de
esta sima. Cualquier actitud que suponga persistir en la globalización, en el
neoliberalismo, en la economía financiera, en la desertización industrial, en
la negativa a una repatriación masiva de inmigrantes, en anteponer el pago de
la deuda y taponar los agujeros de la banca, todo esto será persistir en la
actual situación y, sobre todo, tendrá como resultado el retorno a las
condiciones laborales del siglo XIX y persistir en una crisis que dura ya cinco
años.
Y esa
es una perspectiva que nos negamos a aceptar. Por eso decimos: Los problemas de los trabajadores no son
nuevos, lo nuevo es que las defensas de ayer ya no sirven.