sábado, 5 de mayo de 2012

O Gran Acuerdo Nacional o Dictadura Nacional



Infokrisis.- Resumo la situación: vivimos en una partidocracia acosada por los mercados, esto es, por los “señores del dinero”. El poder de los mercados es tan grande que ningún político, ni en España ni en Europa, se siente con ánimo de enfrentarse a ellos. Bastaría por ejemplo con que cualquier político manifestara una leve insinuación de que está dispuesto a tomar medidas contra la omnipotencia de los mercados o contra las agencias de ratting, sería inmediatamente objeto de una inmisericorde campaña de descrédito que no ahorraría mentiras, exageraría datos y situaciones reales y menoscabaría en un abrir y cerrar de ojos su imagen. Nadie, por su puesto, quiere arriesgarse a una campaña de este tipo (dejando aparte que en partidocracia, no están al frente de la cosa pública los mejores, sino los más rapaces, los más ambiciosos y frecuentemente los que tienen más cosas que ocultar). Y, por tanto, el egoísmo y el interés particular, habituales en toda partidocracia, una vez más, sepultan el interés general. Ningún gobierno europeo tomará medidas contra los mercados y las agencias de ratting… de lo que hay que deducir que la política de demolición del Estado del Bienestar y de privatizaciones a ultranza, los criterios neoliberales, la globalización y la omnipotencia del capital financiero, persistirán y aumentarán su presión sobre las poblaciones: y todo, porque la partidocracia es un régimen que no genera líderes, ni estadistas, sino apenas gestores oportunistas y mediocres.


La cuestión es cómo salir de este embrollo porque en ello nos jugamos el futuro. Y solamente hay dos caminos. El primero es lograr un GRAN ACUERDO NACIONAL, el otro una DICTADURA NACIONAL. Eso, o la dictadura de la barbarie impuesto por los “señores del dinero” con el beneplácito y la aquiescencia de los pusilánimes.

¿Qué es un Gran Acuerdo Nacional?

¿Qué entendemos por un “Gran Acuerdo Nacional”? Sería el pacto entre todas las fuerzas políticas sin exclusión presentes en el panorama político nacional y autonómico, de los sindicatos, de los grupos mediáticos y de los distintos estamentos que componen el país (colegios profesionales, judicatura, fuerzas armadas, mundo de la cultura, universidades), para defender el Estado del Bienestar y poner coto a las políticas neoliberales agresivas impuestas desde el núcleo duro de la UE en connivencia con los “mercados”.
Un acuerdo de este tipo implicaría que TODA LA NACION aceptaría como principio la defensa del Estado del Bienestar, la justicia distributiva y las políticas económicas que impliquen inversiones, creación de empleo y normalización económica. Es evidente que un acuerdo de este tipo implica la necesidad de abordar reformas tanto a nivel español como europeo y que la primera medida es romper con la globalización, crear áreas estratégicas de economía homogénea (Europa-Rusia) y ruptura con la globalización y con el libre tránsito de capitales y de mercancías. Sí, lo que estamos proponiendo es una economía proteccionista y lo más autosuficiente posible (especialmente en materia alimentaria y en altas tecnologías) en el marco de la Unión Europea extendida hasta Rusia. Y esto implicaría igualmente la propuesta de ruptura de la OTAN y la creación de un mando europeo de defensa desvinculado del Pentágono. Pero la dimensión europea sería una segunda fase del Gran Acuerdo Nacional: en la primera, de lo que se trataba es de que nuestro pueblo e incluso su clase política, tomara conciencia de que por encima de los partidos están las instituciones y por encima de ellas la ciudadanía: ninguna institución es legítima (por muy legal que fuera en 1978 cuando se aprobó la constitución) sino demuestra un mínimo de eficacia. Y la eficacia en política implica: bien común. El modelo a alcanzar es el Estado del Bienestar, no solamente su mantenimiento, sino su profundización.

Es indudable que esto implica abordar reformas urgentes en todo el país, especialmente en el sistema educativo y normalizar el mercado laboral minimizando al máximo el problema de la inmigración (mediante cierre de fronteras y repatriaciones masivas, consecuencia lógica de regularizaciones masivas insensatas realizadas en años anteriores y de esa infamante “regularización por arraigo” en la que las situaciones de ilegalidad se resuelven en apenas dos años transformando a quien ha vulnerado la ley de extranjería en inmigrante “con papeles”). El Estado del Bienestar es costoso y solamente puede mantenerse mediante una disciplina y una seriedad interna que excluya en primer lugar la llegada masiva de extranjeros que quieren aprovecharse de nuestro esfuerzo y del pago de nuestros impuestos y en segundo lugar la de parásitos que están dispuestos a beneficiarse de él sin aportar absolutamente nada.

El Estado del Bienestar implica necesariamente un alto grado de civismo y de formación humana y ética. Algo que hoy está completamente ausente. La moral del pelotazo, el parasitismo, la ley del mínimo esfuerzo y las excusas para haraganear, para beneficiarse servicios sociales que no se merecen y que se exigen sin contraprestaciones. Para eso hará falta modificar completamente el sistema educativo introduciendo los valores comunitarios, el valor del esfuerzo, del sacrificio, de la austeridad, del trabajo bien hecho, de la responsabilidad y del mérito. Y también es preciso que para acometer esta reforma exista un Gran Acuerdo Nacional que solamente puede partir del reconocimiento de que desde principios de los años 70, las doctrinas educativas nos han llevado de mal en peor hasta la cola de la educación en Europa.

Un Gran Acuerdo Nacional solamente puede surgir de un proceso catarsis de la sociedad española y de sus grupos dirigentes, así como del reconocimiento de que el régimen nacido en 1978 está atravesando su peor momento y es preciso introducir rectificaciones en todos los terrenos bajo la forma de una profunda reforma constitucional. Esto implicaría la reconciliación entre los partidos políticos mayoritarios y la sociedad: estos deberían de pedir disculpas por sus exacciones y reconocer lo que es un secreto a voces, que allí donde existe un partido político, allí hay un núcleo de corruptelas. Los partidos deben pedir disculpas a la sociedad por lo ocurrido en nuestro país en los últimos 25 años: programas incumplidos, burocratización, enriquecimientos ilícitos, mala gestión, proliferación desmesurada de niveles administrativos y cesión a las presiones del gran capital y de los mercados. No se trata solamente de un “acuerdo” entre fuerzas políticas, sino entre los distintos sectores de la sociedad, uno de los cuales son las fuerzas políticas que deben reconciliarse con la sociedad.

Un pacto de este tipo solamente puede cristalizar en un GOBIERNO DE SALVACION NACIONAL compuesto por técnicos y expertos imbuidos de indudable patriotismo. Es indudable de que en condiciones normales, una institución de este tipo debería ser presidida por el Jefe del Estado, el monarca, pero a la vista del deterioro de la institución monárquica y de la escasa personalidad del actual rey y de las nulas esperanzas de mejorar con su sucesor, es evidente que habría que recurrir a poner en barbecho temporalmente la institución monárquica, hasta decidir la forma de Estado, nombrando a un Regente en la persona de alguna personalidad de indudable patriotismo, no contaminado por escándalos de corrupción, ni por políticas partidocráticas y consciente de los riesgos que estamos atravesando en estas horas sombrías para nuestra patria.

Un Gran Acuerdo Nacional implica también que durante un período de tiempo en el que se consiga normalizar el país el sistema electoral debería quedar en suspenso y formarse una especie de “consejo consultivo” formado por representantes de todos los partidos y fuerzas sociales, sindicatos y patronal, estamentos (estudiantes y profesorado, fuerzas armadas, colegios profesionales) y asociaciones culturales. Las necesidades de planificar la economía a largo plazo hacen imposible la existencia de un parlamento sometido a vaivenes electorales cada cuatro años y, por otra parte, si de lo que se trata es de dar estabilidad interior a un país para evitar que la alta finanza y los “señores del dinero” sitúen sus cuñas (siempre hay traidores dispuestos a medrar a cambio de asumir su papel de vendepatrias odiosos) en la comunidad nacional y realicen un trabajo de disgregación del Gran Acuerdo Nacional.

Esta idea supone la asunción de un programa común para toda la nación. Este programa puede ser sintetizado en los siguientes puntos:

- Es preciso luchar contra la globalización económica y contra el mundialismo.
- Es preciso pensar en relocalizar la industria y en planificar la economía en función de los intereses nacionales.
- Es preciso salvar el Estado del Bienestar quebrando sin piedad el poder de sus adversarios.
- Es preciso aligerar la administración pública y abordar una profunda reforma constitucional que sea un verdadero proceso constituyente.
- Es preciso reformar la educación.
- Es preciso reconstruir un sector público que agrupa a servicios vitales para la comunidad y empresas de interés estratégico. Hay que abandonar las perniciosas ensoñaciones ultraliberales cuya aplicación nos ha llevado hasta la crisis en la que nos encontramos.
- Es preciso repatriar a los excedentes de inmigración y no albergar más inmigrantes que los estrictamente necesarios para el buen funcionamiento del mercado de trabajo.
- Es preciso pactar un período de entre 8 y 10 años en el que se apliquen todas estas reformas en el que las partes comprometidas se comprometen a no erosionarse unas a otras y a trabajar por el despertar de la nación.
- Es preciso, desde el punto de vista internacional, quebrar el vínculo con la OTAN y el atlantismo para evitar verse arrastrados por las aventuras coloniales norteamericanas, crear un mando militar europeo unificado. Es preciso trabajar por la construcción de un eje Madrid-París-Berlín-Moscú en el que el papel de España sea el puente con el mundo hispanoparlante. Es preciso renegociar el Tratado de Adhesión a la EU y cambiar las bases de funcionamiento del Banco Central Europeo, o bien abandonar el euro.
- Es preciso entender que en momentos de crisis, cuando lo que se juega es nuestro futuro y el de nuestros hijos, los egoísmos y los intereses de parte deben ser relegados a un plano muy secundario y es preciso concentrar esfuerzo en las políticas de reconstrucción nacional.

¿Qué es la Dictadura Nacional?

Podemos albergar las más serias dudas sobre la posibilidad de que las partes representativas de la Nación suscriban un Gran Acuerdo Nacional. Los egoísmos, la falta de visión de Estado, las políticas alicortas y las pequeñas ambiciones se han ido acumulando durante décadas especialmente en las fuerzas políticas, a lo que se unen los pequeños nacionalismos catalán y vasco, verdadero cáncer de la nación. Por lo tanto, si hemos diseñado las líneas por las que debería discurrir un Gran Acuerdo Nacional en pleno uso de la lógica y del sentido común, estas mismas facultades nos dicen que para la clase política la lógica por la que se mueve es la del lucro personal y el sentido común es siempre sustituido por el absurdo. No hay que ser optimistas porque, a fin de cuentas, son los actuales actores políticos, desde Aznar hasta Zapatero y desde Rajoy a Rubalcaba, los que nos han llevado a la situación en la que nos encontramos. Si hemos enunciado esa posibilidad es, porque implicaría los menores costes y una transición consensuada y tranquila hacia un nuevo modelo de Estado y de economía y, al mismo tiempo, lograría un plazo de tregua en las querellas intestinas entre los partidos hasta salir de la crisis.

Existe otra posibilidad. El electroshock. Técnica casi completamente abandonada por la neurología moderna, el electroshock partía de la base de que los comportamientos anómalos del cerebro se debían a conexiones neuronales erróneas. Así pues, de lo que se trataba era de provocar en el cerebro una ruptura de esa dinámica, un instante en el que las neuronas, mediante el paso de una corriente eléctrica rompieran las conexiones entre sí (conexiones, no se olvide, erróneas) y a partir de ahí volvieran a recuperarlas esperando que fuera de manera normal. El electroshock suponía un traumatismo cerebral para el paciente que, sin embargo, en un altísimo porcentaje se recuperaba totalmente o en parte. Eso es precisamente lo que precisa una sociedad que está inmersa en una crisis que ya no es coyuntural sino estructural.

Vivimos una situación muy similar a la de los primeros años de la Revolución Francesa de 1789 o durante el período posterior a la Revolución Soviética de 1917, cuando quienes se sentaban en el poder estaban literalmente asediados y respondieron con el terror, la guillotina y los fusilamientos… Solo que en la actualidad, no somos nosotros quienes afrontamos un período revolucionario, sino el mundialismo y la globalización. En 1989, con la caída del Muro de Berlín y luego con la Guerra de Kuwait, se produjo la primera revolución planetaria que llevó al poder a una nueva doctrina, el neoliberalismo, y a una nueva clase “los señores del dinero”, a través de una estructura de poder económico, el poder financiero. Pero ese nuevo sistema, esa verdadera revolución que empezó en las postrimerías del siglo XXI no funciona bien: esta crisis es la primera crisis de la globalización, el mundo globalizado es inviable porque es excesivamente diverso como para que las partes puedan competir con fair play y siempre, inevitablemente, la globalización arrastrará los salarios a la baja y generará miseria y desertización industrial en la mayor parte del mundo. Los “nuevos revolucionarios” tienen ahora necesidad de acelerar su proyecto de dominio planetario. Por eso están diezmando y acabando con los islotes de resistencia. Son las guerras que los EEUU han emprendido en los últimos quince años y que apuntan contra el corazón de los pueblos libres: son los bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia, son los ataques al régimen de los talibán que se habían estabilizado logrando disminuir la producción de heroína y pacificando el país salvo una pequeña franja del norte, fue el ataque contra Irak (es país de la región que contaba con el mejor sistema educativo y más permisivo que cualquier otro de la zona), fueron las ejecuciones de Milosevic, Saddam, de Ghadaffi, la fabricación del mito Bin Laden, los asesinatos masivos en autoatentados como el 11-S verdadero casus belli para desencadenar a nivel planetario una “estrategia de lucha contra el terrorismo”, las “primaveras del Este”, las “primaveras árabes” que terminaron siempre en fiascos o en guerra civiles, es la crisis económica creada artificialmente a través de las agencias de ratting y a través de fraudes a gran escala y la promoción deliberada de burbujas económicas, es la destrucción del Estado del Bienestar que apunta contra la nuca de todos nosotros, son las nuevas tecnologías  de la sanidad que solamente serán accesibles previo pago para quien se las pueda costear pero que estarán vedadas a la inmensa mayoría de la población… ¡POR ESO DECIMOS QUE EL “NUEVO ORDEN MUNDIAL” ESTÁ HACIENDO LO MISMO QUE LA REVOLUCIÓN RUSA Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA EN EL PERÍODO DE LOS FUSILAMIENTOS Y LA GUILLTINA!

A un enemigo criminal y asesino no se le combate sino con sus mismas armas: con la fuerza y la contundencia, presentes en una lucha sin perdón que tendrá como fin la desaparición de las libertades y los valores tradicionales de nuestra civilización (y con ellos nuestra misma civilización). La lucha, digámoslo ya, es a muerte. Y los adversarios son irreconciliables: o con la civilización o con la barbarie. O con los “señores del dinero” en calidad de esclavos o con los que son como nosotros, los hombres y mujeres que aspiran a sobrevivir y a tener simplemente un lugar bajo el sol.

A la vista de la importancia de este combate vale la pena considerar la utilización de medios extremos. No es que el fin justifique los medios, sino que un solo fin (evitar la extinción de la llama de la civilización que heredamos sobre la tierra) justifica cualquier medio. Incluido la fuerza. De ahí la necesidad de que las fuerzas sanas de la Nación reaccionen a la altura del momento histórico que nos ha tocado vivir. Y esa reacción solamente puede ser de un impulso, como mínimo, superior al contrario si es que se pretende derrotarlo. No es un camino fácil, es lo que en alquimia se llama la “vía seca”, aquella que consiste en “tomar el cielo por asalto” y una vez allí depurar las escorias generadas en el interior del país (politicastros que sigan colocando el interés personal por encima del interés comunitario, quintacolumnista de la alta finanza, irresponsables que hacen el juego a los enemigos de la comunidad, y dogmáticos partidarios contra toda lógica del neoliberalismo, la globalización y la destrucción del Estado del Bienestar. Y cuando digo depurar, me refiero, efectivamente, a aplastar a los enemigos de la comunidad con la mista virulencia con que ellos están intentando asfixiarla.

Para que pueda darse una Dictadura Nacional es inevitable que existe el consenso al menos en un amplio sector de la sociedad, junto con sectores de la administración, técnicos, fuerzas armadas y de seguridad del Estado y al menos una parte sustancial de la clase política. En un momento en el que las instituciones se muestran absolutamente incapaces de aportar una salida en la medida en que desde su origen fueron concebidas para eternizar en el poder a una opción de centro-derecha y a otra de centro-izquierda incluso en el supuesto de que una o ambas cayeran en el mas absoluto descrédito a causa de protagonizar indecibles episodios de corrupción, en un momento en el que el gobierno de los EREs y el saqueo sistemático de los fondos públicos en Andalucía, gracias al sistema electoral vuelve otra vez a gobernar, en el momento en el que Rajoy aplica el “programa oculto” que todos sabíamos que existía y que nunca sacó a la superficie durante la campaña electoral, cuando el PSOE hace una oposición anclado en la más absoluta ignorancia de la realidad olvidando que hace seis meses todavía gobernaba en España y es tan culpable como Aznar del desmantelamiento del Estado del Bienestar, en un momento así, hay que pensar que, ante la falta de salidas y alternativas, una parte sustancial del país terminará protagonizando un estallido social. El hecho de que los analistas económicos reconozcan hoy que no habrá recuperación del empleo hasta los próximos años veinte y en un contexto de eliminación de prestaciones y servicios, hay que pensar que la revuelta social estallará a plazo fijo.

Una revuelta de este tipo llevará a saqueos de supermercados, enfrentamientos con los servicios de seguridad del Estado, provocaciones por parte de Interior y de organismos de inteligencia internacionales, disturbios generalizados y una situación de inestabilidad creciente del sistema. Optar por la represión ante esta oleada de disturbios será la opción del centro-izquierda y del centro-derecha, así como de los nacionalistas catalanes y vascos, la “banda de los cuatro”. Pero esa opción aumentará la conflictividad y generará una situación represiva al servicio del capital financiero internacional y para servir a la liquidación del Estado del Bienestar. Tenemos muy claro que entre optar por la represión propulsada por la “banda de los cuatro” y el estallido social, nosotros estaremos del lado de la protesta. Es una situación así solamente puede estarse a un lado de las barricadas. Y estas, tener por cierto, que se levantarán antes o después por mucha que sea la anestesia con que la “banda de los cuatro” induce a la narcosis social: entertaintment, drogas, deportes de masas, telebasura, etc.

En situaciones como las que se avecina la población está dividida en tres sectores: una pequeña minoría beneficiaria del status del momento (compuesta por dirigentes políticos y élites económicas), una gran mayoría silenciosa y una minoría operante que no duda en salir a la calle a defender los derechos de toda la comunidad. La protesta social terminará generando una “nueva legitimidad” que sustituirá a la legalidad emanada de la constitución de 1978 y que se tratará de cristalizar en un formidable movimiento de defensa de la comunidad. Este movimiento no podrá ser “ultrademocrático” como quiso ser el movimiento del 15-M, la asamblea y la discusión permanente solamente son admisibles entre gentes que no tienen las ideas claras sobre lo que hay que hacer, pero en un movimiento armado con una voluntad inquebrantable de llevar un programa de salvación nacional a la práctica. Este movimiento deberá ser jerárquico, vertical, organizado y la discusión solamente se realizará sobre las tácticas, nunca sobre los objetivos.

La posibilidad de una Dictadura Nacional emergerá en el momento en el que de la protesta social evidencie la necesidad de cristalizar en una opción de poder que ni respetará, ni a la que le interesarán las elecciones democráticas (¿puede ser democrático un sistema que permite la alternancia de partidos pero solamente admite una política económica en la práctica?), sino solamente la solución de los problemas. La gravedad de la crisis hará que toda la fraseología seudodemocrática utilizada hasta ahora para justificar lo injustificable (la pervivencia de las estructuras nacidas en 1978 a pesar de su evidente ineficacia y de su falta de talla para responder a la embestida de los mercados y del neoliberalismo e incluso para dar muestras de un mínimo de eficacia.

En el momento en el que se desencadene la protesta social hará falta restablecer el orden y calmar los ánimos y esto no estará al alcance de quienes han generado con sus errores y su pusilanimidad  la crisis. En ese momento hará falta que las fuerzas sanas del país (que antes hemos enumerado) se reúnan y proyecten un Programa de Salvación Nacional dotado de un programa similar el que hemos enunciado antes. En torno a un regente y bajo el control de las fuerzas sociales que participen en el movimiento deberá formarse un Gobierno de Unidad y Reconstrucción en torno a una personalidad enérgica y prestigiosa y formada por técnicos y expertos de indudable patriotismo y capacidad de gestión.

En ese contexto las fuerzas de seguridad del Estado y las Fuerzas Armadas deben reconocer de una vez por todas que ellos, sus miembros, figuran entre los damnificados por la globalización, que su lugar no está en defender a un sistema vendido a los “señores del dinero”, sino que está del lado de los que son como ellos. A estas unidades militares o militarizadas corresponderá la salvaguardia de la nueva legitimidad y la defensa de la población, pero también la represión contra quienes pretendan retornar a viejas legalidades superadas por los hechos o aquellos otros que actúen de mala fe al servicio de la alta finanza internacional y del capital financiero mundialista y globalizador. Y su pulso no debe temblar a la hora de los castigos ejemplares contra todos estos traidores e irresponsables. Si hace falta aplastar a la “contrarrevolución neoliberal” a sangre y fuego, es preciso que así sea.

Las libertades públicas quedarán reducidas a lo estrictamente necesario para evitar que el derecho a la libertad de expresión sea utilizado por los quintacolumnistas del neoliberalismo para fracturar el movimiento de renovación nacional. Será el momento de la reconstrucción, no el momento de la distracción, el momento de emprender un nuevo curso político-económico-social-cultural, no el momento de mirar atrás y recordar los tabúes que han permitido al neoliberalismo desmantelar el Estado del Bienestar y situarnos ante las puertas de una privatización generalizada de todos los bienes y servicios del Estado.

Será una Dictadura al servicio de la Nación, esto es al servicio de sus ciudadanos. Una Dictadura necesaria durante un corto período de tiempo para enderezar las cosas, trazar políticas de planificación e inversión a largo plazo, constituir un faro para otros países europeos, una Dictadura capaz de abrir un período constituyente y que entregará el poder cuando haya llegado a su fin. Una Dictadura fuerte para los enemigos de la Nación y de los ciudadanos y que exprese la voz de los damnificados de la globalización, de las clases trabajadores, de los pequeños empresarios, los jubilados y los jóvenes y las clases medias, no de la minoría de arribistas, aprovechados, politicastros corruptos y personal de servicio de los “señores del dinero”. Y contra estos no habrá piedad. El mayor crimen es el crimen concebible, el más odioso es, sin duda, el crimen contra la comunidad porque no se lesionan los derechos, intereses y bienes de una persona física, sino de todo un pueblo que es algo más que un momento puntual en la historia, es una suma de generaciones que han construido la nación y de las que vendrán en el futuro. Por eso resulta odioso e intolerable, reo de las mayores penas, quien defienda o trabaje para los que lesionan los intereses populares.

Estamos hablando de una Dictadura Nacional precisamente porque es una Dictadura para defender a la Nación, para salvaguardar los derechos de las clases populares que componen los sectores más sanos de la Nación.

Hace falta explicar porqué en este terreno solamente la fuerza es asumible. Actuar con debilidad supone dar alas a los enemigos de la Comunidad: ellos no dudarán en organizar campañas, comprar voluntades, organizar resistencias mercenarias, sabotear, calumniar, mentir, para acabar con la resistencia a la globalización. Hace falta, pues disuadir a quienes estén dispuestos a trabajar a favor de este plan miserable de que lo hagan: al mayor crimen, el crimen contra la Comunidad, corresponde el mayor castigo.

Conclusión

Nos gustaría presentar una tercera opción, más realista que la primera y menos radical que la segunda. Quien nos conoce bien sabe perfectamente que la tolerancia y el diálogo nos caracterizan, pero a su vez, nosotros sabemos que hay momentos en los que no puede cederse a hacer gala de un gran sentido democrático, cuando el enemigo de la Patria y de la Comunidad acecha y está dispuesto a llevar sus ajustes salvajes a la práctica. En esos momentos es cuando hay que actuar con decisión y contundencia.

Y más vale que nos vayamos haciendo a la idea que la salida a la actual crisis no va a ser suave, ni pacífica, ni tranquila: va a ser violenta, destructiva y excluyente. O ellos o nosotros. O Estado del Bienestar o Protectorado sin soberanía económica, con políticas mediatizadas e impuestas por la alta finanza, con una democracia que no es más que pura ficción… una palabra sin contenido.

No hay una tercera opción. No puede haber entendimiento entre las dos opciones, ni un punto de acuerdo. Los intereses populares están en contradicción flagrante con los intereses de los “señores del dinero” de la misma forma que las gacelas no pueden convivir con los leones. En lo personal nos en indiferente un Gran Acuerdo Nacional o una Dictadura Nacional, pero reconocemos la inexistencia de una tercera opción. Así pues, las posibilidades se reducen a tres: o la esclavitud, o el acuerdo nacional o la dictadura. No hay más. Y en realidad, se reducen a dos: todo o nada. Que nadie nos reproche que aspiremos al todo para nuestros hijos y para nuestra Comunidad.

© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com