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lunes, 8 de septiembre de 2025

LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO (5) – Los cambios sociales: desandar lo andado


Los cambios que se están produciendo en la actualidad en el terreno socio-cultural son el resultado del fracaso absoluto e incontestable de los anteriores “avances progresistas”. Si estos hubieran dado resultado y contribuido a la cohesión de las sociedades, a su fortalecimiento, a un aumento del nivel cultural de la población, a una drástica disminución de la criminalidad y a todos los beneficios augurados por sus predicadores, hoy tendríamos “progresismo” para toda la eternidad. Pero ha ocurrido justo lo contrario.

ROUSSEAU “EL INFELIZ”, EL TEÓRICO DEL “BUEN SALVAJE”, 
COMO PUNTO DE ARRANQUE

Obviamente, el “progresismo” se ha negado a cualquier autocrítica. Siempre ha querido “ir más allá”, a pesar de que cada paso adelante, acercara más a la humanidad al borde de un precipicio. Desde que irrumpió en la historia con Rousseau y su mito del “buen salvaje”, el hombre que lanzó el principio de la igualdad, de la bondad humana universal y de la felicidad del hombre primitivo en su caverna, se sabe que todas estas zarandajas no son más que alucinaciones de un individuo provisto de un carácter anómalo y solitario que había construido una “realidad aparte”, nacida, no de la observación del mundo, sino de sus propias obsesiones y fantasmas interiores.

Rousseau el responsable del “mito progresista” (había precedentes como Amos Comenius -hoy endiosado por la UNESCO- que ya en el siglo XVII dio los primeros pasos para la demolición de la enseñanza tradicional) es descrito como solitario, con un carácter difícil, manía persecutoria y egocentrismo, lo que le llevaba a acusar a otros y sufrir desprecio y destierro por sus ideas. Su vida personal estuvo marcada por la infelicidad, la inestabilidad y la contradicción entre su obra y sus actos. Su egocentrismo lo llevaría a no reconocer errores, sino a negarlos y a convertirse en apologeta de sí mismo. Su drama permanente, dramático y absurdo, es que buscó la felicidad, pero su propio carácter haría que ésta se le escapase como agua entre las manos. Hoy se tiene la seguridad de que Rousseau sufría Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad y se acepta que, en el terreno que le era propio, la filosofía, fue el “menos académico” de todos los filósofos. Desperdició su inteligencia construyendo un modelo que explicara por qué él era desgraciado e infeliz y, como siempre hizo a lo largo de su vida, atribuyó a otros sus desgracias personales, por mucho que es evidente que su carácter era el único responsable. Describir al ser humano como “bueno” por naturaleza, pero al que la sociedad vuelve “malo”, no surgió de observaciones empíricas, sino más bien de intuiciones, hipótesis personales, autojustificaciones y fantasías derivadas de sus trastornos psicológicos.

LA INTERPRETACIÓN MAXISTA R.I.P,
EL CONTRATO SOCIAL SIGUE VENERÁNDOSE

Caída en el desprestigio la teoría marxista, la izquierda -desde la socialdemocracia hasta el anarquismo- tienen a Rousseau, tan rarito como ellos, como “faro y guía”. Su teoría más famosa, expuesta en El contrato social, establecía que toda Autoridad política solamente puede proceder del acuerdo entre individuos libres e iguales… Esto conducía a la democracia cuantitativa. Su falta de método le impidió definir lo que era “libertad” e “igualdad”: lo dio por sentado sin someterlo a la crítica que todo filósofo debe exigirse a sí mismo.

Si lo hubiera hecho, habría advertido, que en el mundo real gobierna el principio de la desigualdad y si hubiera conocido la filosofía clásica habría sabido que “dos seres completamente iguales, no son dos seres, sino un mismo ser”: opinaba que esa “igualdad universal” podía restablecerse mediante la educación y la reforma de las instituciones.

Sobre la educación, Rousseau se limita a introducir algunas modificaciones el sistema pedagógico de Comenius: sí para éste, el niño debe ser educado mediante imágenes que le susciten deseos de paz y amor, para Rousseau basta con que el niño viva feliz en el seno de un mundo que no lo es, para que así aprenda, ya de adulto, a construir ese mundo feliz…

Sobre la igualdad, haciendo abstracción de todas las desigualdades (étnicas en principio, como bien saben genetistas y médicos; intelectuales, como bien saben los psicólogos; morales como saben los criminólogos; sociales, culturales, físicas, etc., para las que basta tener ojos y observar) existen aquí y ahora y no desaparecen con la educación (ante la misma educación que reciben los alumnos de una clase, hay respuestas diversas), haría falta saber si lo que se está imponiendo en la actualidad no es un una “igualdad en la excelencia”, sino más bien una “igualdad en la vulgaridad”. Y preguntarse, finalmente, si la “ideología roussoniana” no es la responsable de que individuos cada vez más mediocres y tarados mentalmente tiendan a ocupar puestos de responsabilidad, elegidos por “sus pares” (esto es, por individuos tan tarados como ellos, en los que se reconocen y apoyan).

Estas son las fuentes del “progresismo” que trescientos años después del nacimiento de Rousseau y, tras trescientos años de una tozuda realidad que desmintió todas y cada una de sus tesis, sigue influyendo en la cotidianeidad y en los sistemas políticos.

EL PROGRESISMO SE SIENTE FUERTE Y PISA EL ACELERADOR

Pero el problema es que, desde finales del siglo XX, el progresismo se creyó lo suficientemente fuerte como para “pisar el acelerador”. Podía hacerlo: las redes sociales todavía no estaban muy extendidas, pero ya empezaban a estar sometidas a censura y, por otra parte, consideraban que al ser algo “nuevo”, sería, inevitablemente un “vehículo de progreso”; además, el clima internacional era favorable: desde 1945, la ONU había insistido en que era el embrión de un “gobierno mundial”, la UNESCO proclamaba la “igualdad universal”, incluso que las razas no existían, multiplicaba sus llamamientos al “ecumenismo” y la formación de una “religión mundial”; la globalización económica parecía imparable y se tenía la presunción de que las deslocalizaciones de Oeste a Este y la inmigración masiva de Sur a Norte y de Este a Oeste, contribuirían a la “igualdad universal”, incluso desde el punto de vista económico-social; el “multiculturalismo” (que solo prosperó en Occidentes) era orgullosamente proclamado por los agentes mundialistas; en 1994 se había producido el fin del apartheid en Sudáfrica (que, en realidad era: “desarrollo por separado” de cada grupo étnico). Las grandes fortunas, educadas en la London Economic School, de obediencia fabiana, compartían estos criterios y alimentaban a una telaraña de ONGs al servicio del “relato oficial”. La consigna en aquel momento era que había que “salvar al planeta”.

Todos compartieron -como por casualidad- los “objetivos del milenio” proclamados por la ONU en la pomposamente llamada “Cumbre del Milenio” (septiembre de 2000): erradicación de la pobreza, la educación primaria universal, la igualdad entre los géneros, la mortalidad infantil, materna, el avance del VIH/sida y el sustento del medio ambiente. ¿Quién podía negarse a implicarse en estos “nobles ideales”. En 2015, por ejemplo, había que erradicar por completo el hambre en el mundo (y en cierto sentido se logró: hoy el sobrepaso es el gran problema africano).

 Era evidente que la mayoría de estos objetivos solamente podían ser comprendidos en Occidente. En su conjunto, un cuarto de siglo después, el balance es mas que discreto: se ha producido una igualación creciente en la renta, pero de forma desigual y solo en Occidente; las clases medias son más pobres y la vida se ha encarecido, mientras que en el antiguo Tercer Mundo, la pobreza mejora solo muy ligeramente, pero las oligarquías mafiosas cada vez son más fuertes; efectivamente, la educación se ha extendido casi universalmente, pero ni remotamente puede afirmarse que haya servido para algo a la vista de que el nivel cultural y la capacidad crítica están mucho peor que a mediados del siglo XX. Sobre la “igualdad de géneros”, ha progresado en todo el mundo, salvo en zonas islámicas y en el África negra. La mortalidad infantil, está a mínimos en el antiguo Tercer Mundo, sin olvidar que, en Occidente, el sistema económico-social impide, en la práctica, tener hijos y ningún gobierno hace nada para estimular la natalidad de la población europea tradicional.

Las experiencias obtenidas con la promoción de los “Objetivos del Milenio” demostró que los medios de comunicación y la industria del entertainment, podían transmitir sugestiones a voluntad especialmente generadas por lo que podemos llamar “centros progresistas de poder mundial”. Estos “centros” tienen su núcleo duro en la casta funcionarial de la ONU y de la UNESCO, sus promotores en las élites económicas formadas en la London Economic School y articuladas en “estados mayores” de información (Foro de Davos, Club de Bildelbrg, Comisión Trilateral, Club de Roma, Council Foreing Relations, etc.), verdaderas correas de transmisión de las élites económicas y de los centros de poder a los gobiernos; el “trabajo de base” era ejecutado por los interesados “soldados de a pie”, tropas bien alimentadas compuestas por buena parte de las ONGs internacionales y en las siglas de la izquierda.

Toda esta estructura monstruosa, aprendió de los “Objetivos del Milenio”, de sus fracasos y de su impacto limitado y procedieron a las rectificaciones correspondiente. El resultado fue la Agenda 2030 y sus 17 “objetivos para el desarrollo sostenible” (ignorando que una “desarrollo sostenible” e ilimitado como está explícito es incompatible con un planeta de posibilidades limitadas) con el objetivo de proteger el planeta y garantizar la paz y la prosperidad para todas las personas para el año 2030…

La Agenda 2030 se adoptó en 2015, en el curso de una reunión en la que participaron 193 países de las Naciones Unidas. Por España firmó el gobierno por entonces en manos del PP: y lo firmó -como la mayor parte de los gobiernos- presionado por el carácter que se presuponía “neutral” de Naciones Unidas y sin meditar mucho lo que firmaba. Pero, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, la ONU no es un “foro de naciones”, sino más bien una organización internacional en manos de una casta funcionarial con sus obsesiones, sus planes propios y sus objetivos enunciados por criterios “progresistas”. Y otro tanto puede decirse de la UNESCO. Por otra parte, como cualquier jurista sabe, lo importante no es redactar una “ley justa” (más o menos), sino desarrollar los reglamentos para su aplicación. Y esto corrió a cargo de la casta funcionarial. En la mayoría del planeta, la Agenda 2030 no se tomó en serio, ni siquiera se consideró; sólo en los países de “Occidente” se convirtió en una influencia exterior que se proyectó sobre las políticas interiores de los gobiernos.

El “progresismo” creyó que era dueño del terreno de juego y, como hemos dicho, “pisó el acelerador”. En meses, políticas erráticas se convirtieron en dogmas de fe: el “indigenismo”, la “liberación de la mujer”, la promoción de “nuevas masculinidades”, el complejo LGTBIQ+, el “género como constructo social”, el wokismo (lo negro es hermoso y lo blanco criminal, colonialista y debe pagar), la perversión del idioma (el atribuir significados nuevos a palabras viejas), los “derechos adquiridos e irrenunciables por el mero hecho de nacer” (la idea del Salario Mínimo Vital sin dar nada a cambio), la idea de que la humanidad era una peste que había que eliminar ¡para salvar el planeta!, la doctrina del cambio climático antropogénico (al que la Agenda 2030 atribuye todos los males, empezando por la violencia machista) que ni siquiera está confirmado, pero que la “progresía” da como “evidente” (con casi 127 investigados y 41 detenidos como “pirómanos”, con las directivas comunitarias que impiden la limpieza de los bosques y las restricciones a la ganadería en la Europa de la UE, ¿qué porcentaje de incendios ha sido generado por el “cambio climático”?), si hay sequía es por el “cambio climático”, si llueve es por el “cambio climático”, si se incendian los bosques es “por el cambio climático”, si sube medio milímetro el “nivel medio” del Mediterráneo se debe a la “huella de carbono” (¡como si fuera posible conocer al milímetro el “nivel medio” de un ar!). Se extrapolan cifras, se falsean datos y se construyen hipótesis de futuro aterradoras. Surgen personajes grotescos como una niña rechoncha, grita y fea cuyos padres la han convertido en modelo reivindicativo, o una exalcaldesa torpe, sin ideas, zafia y carente de cualquier formación, con los estudios abandonados, con una pobrísima carrera televisiva, y una gestión nefasta al frente del ayuntamiento (fue ella la que mantuvo en todo su mandato el “Welcome refugies” y convirtió BCN en capital mundial de la ocupación) que sirven tanto para un roto como para un descosido: tan pronto están en una manifa a favor de la okupación, como en un acto contra el racismo, dan una charla sobre el cambio climático a un público entregado, o hacen como si fueran a “ayudar al pueblo gazatí”… son las tropas de a pie de la “oligarquía progresista” y de “barrigas agradecidas” salidas del submundo de las ONGs.

Mas de un lustro después de iniciarse la difusión masiva de estas ideas-fuerzas, ya pude constatarse su resultado sobre las sociedades: el programa roussoniano ha resultado ser un auténtico, total y absoluto fracaso. Puesto en práctica sólo en “Occidente”, este programa ha generado, a la vista de sus efectos, en pocos años un rechazo tan absolutamente decidido que, incluso sectores e intelectuales que hasta no hace mucho compartían los puntos de vista “progresistas”, han recapacitado pasando al bando conservador.

Las sociedades occidentales han perdido cohesión y solidez interior, en todos los temas en donde existían creencias bien arraigadas que, poco a poco, habían encontrado justificación y sustento en la ciencia (en la genética por ejemplo, para la que existen cromosomas X y cromosomas Y que determinan la identidad sexual), han sido barridos con los razonamientos s más peregrinos y las teorías más simplistas elaboradas por verdaderos anormales: hoy cada día es posible cambiar de “identidad sexual”, incluso para eludir cualquier responsabilidad y beneficiarse de las políticas de “discriminación positiva”. La delincuencia se terminó atribuyendo a la “pobreza” y desvinculándola completamente y contra toda lógica del grupo étnico. Se ha llegado a prohibir la publicación del grupo étnico de los violadores y las noticias sobre delincuencia son lo contrario de lo que enseña en las facultades de ciencias de la información (¿quién?, ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué?). El “relato” ha terminado dominando, sometiendo al dato objetivo a un segundo plano o a ser ignorado. El relativismo de todos los valores ha terminado por desvincular a las sociedades de cualquier criterio estable, racional, razonable, que era precisamente lo que aportada estabilidad y viabilidad. La anormalidad, la locura, el parasitismo, las excentricidades de enfermos mentales, se habían convertido en lo cotidiano.

Y entonces se produjo la reacción.

Las fantasías que la “progresía” iba repitiendo desde los tiempos de Rousseau, al creer que ya existía un clima adecuado para “el tránsito de la Era de Piscis” a la “Era de Acuario”, la “nueva era” (creencia que está tras los desvaríos de la élite funcionarial de la ONU y la UNESCO), creyeron poder acelerar la implantación de los cambios, con la excusa de la Agenda 2030. El resultado no ha sido el que esperaban: sino unas convulsiones agónicas, incluso mucho más extremas de lo que algunos garantizábamos desde el principio del proceso.

Hoy estamos viviendo la introducción a la primera parte de la reacción conservadora. O, más bien, la irrupción del “nuevo conservadurismo”. Rouseau empieza a ser cuestionado.