Los cambios que se están produciendo en la actualidad en el
terreno socio-cultural son el resultado del fracaso absoluto e incontestable de
los anteriores “avances progresistas”. Si estos hubieran dado resultado y
contribuido a la cohesión de las sociedades, a su fortalecimiento, a un aumento
del nivel cultural de la población, a una drástica disminución de la
criminalidad y a todos los beneficios augurados por sus predicadores, hoy
tendríamos “progresismo” para toda la eternidad. Pero ha ocurrido justo lo contrario.
ROUSSEAU “EL INFELIZ”, EL TEÓRICO DEL “BUEN SALVAJE”,
COMO PUNTO
DE ARRANQUE
Obviamente, el “progresismo” se ha negado a cualquier autocrítica.
Siempre ha querido “ir más allá”, a pesar de que cada paso adelante, acercara
más a la humanidad al borde de un precipicio. Desde que irrumpió en la historia
con Rousseau y su mito del “buen salvaje”, el hombre que lanzó el principio de
la igualdad, de la bondad humana universal y de la felicidad del hombre
primitivo en su caverna, se sabe que todas estas zarandajas no son más que
alucinaciones de un individuo provisto de un carácter anómalo y solitario
que había construido una “realidad aparte”, nacida, no de la observación del
mundo, sino de sus propias obsesiones y fantasmas interiores.
Rousseau el responsable del “mito progresista” (había precedentes
como Amos Comenius -hoy endiosado por la UNESCO- que ya en el siglo XVII dio
los primeros pasos para la demolición de la enseñanza tradicional) es descrito
como solitario, con un carácter difícil, manía persecutoria y egocentrismo, lo
que le llevaba a acusar a otros y sufrir desprecio y destierro por sus
ideas. Su vida personal estuvo marcada por la infelicidad, la
inestabilidad y la contradicción entre su obra y sus
actos. Su egocentrismo lo llevaría a no reconocer errores, sino
a negarlos y a convertirse en apologeta de sí mismo. Su drama permanente,
dramático y absurdo, es que buscó la felicidad, pero su propio carácter haría
que ésta se le escapase como agua entre las manos. Hoy se tiene la seguridad de
que Rousseau sufría Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad y se
acepta que, en el terreno que le era propio, la filosofía, fue el “menos
académico” de todos los filósofos. Desperdició su inteligencia construyendo un
modelo que explicara por qué él era desgraciado e infeliz y, como siempre hizo
a lo largo de su vida, atribuyó a otros sus desgracias personales, por mucho
que es evidente que su carácter era el único responsable. Describir al ser
humano como “bueno” por naturaleza, pero al que la sociedad vuelve “malo”, no
surgió de observaciones empíricas, sino más bien de intuiciones, hipótesis
personales, autojustificaciones y fantasías derivadas de sus trastornos
psicológicos.
LA INTERPRETACIÓN MAXISTA R.I.P,
EL CONTRATO SOCIAL SIGUE
VENERÁNDOSE
Caída en el desprestigio la teoría marxista, la izquierda -desde
la socialdemocracia hasta el anarquismo- tienen a Rousseau, tan rarito como
ellos, como “faro y guía”. Su teoría más famosa, expuesta en El contrato
social, establecía que toda Autoridad política solamente puede proceder del
acuerdo entre individuos libres e iguales… Esto conducía a la democracia cuantitativa.
Su falta de método le impidió definir lo que era “libertad” e “igualdad”: lo
dio por sentado sin someterlo a la crítica que todo filósofo debe exigirse a sí
mismo.
Si lo hubiera hecho, habría advertido, que en el mundo real
gobierna el principio de la desigualdad y si hubiera conocido la filosofía
clásica habría sabido que “dos seres completamente iguales, no son dos seres,
sino un mismo ser”: opinaba que esa “igualdad universal” podía restablecerse
mediante la educación y la reforma de las instituciones.
Sobre la educación, Rousseau se limita a introducir algunas
modificaciones el sistema pedagógico de Comenius: sí para éste, el niño debe
ser educado mediante imágenes que le susciten deseos de paz y amor, para
Rousseau basta con que el niño viva feliz en el seno de un mundo que no lo es,
para que así aprenda, ya de adulto, a construir ese mundo feliz…
Sobre la igualdad, haciendo abstracción de todas las desigualdades
(étnicas en principio, como bien saben genetistas y médicos; intelectuales,
como bien saben los psicólogos; morales como saben los criminólogos; sociales,
culturales, físicas, etc., para las que basta tener ojos y observar) existen
aquí y ahora y no desaparecen con la educación (ante la misma educación que
reciben los alumnos de una clase, hay respuestas diversas), haría falta saber
si lo que se está imponiendo en la actualidad no es un una “igualdad en la
excelencia”, sino más bien una “igualdad en la vulgaridad”. Y preguntarse,
finalmente, si la “ideología roussoniana” no es la responsable de que
individuos cada vez más mediocres y tarados mentalmente tiendan a ocupar
puestos de responsabilidad, elegidos por “sus pares” (esto es, por individuos
tan tarados como ellos, en los que se reconocen y apoyan).
Estas son las fuentes del “progresismo” que trescientos años
después del nacimiento de Rousseau y, tras trescientos años de una tozuda
realidad que desmintió todas y cada una de sus tesis, sigue influyendo en la
cotidianeidad y en los sistemas políticos.

EL PROGRESISMO SE SIENTE FUERTE Y PISA EL ACELERADOR
Pero el problema es que, desde finales del siglo XX, el
progresismo se creyó lo suficientemente fuerte como para “pisar el acelerador”.
Podía hacerlo: las redes sociales todavía no estaban muy extendidas, pero ya
empezaban a estar sometidas a censura y, por otra parte, consideraban que al
ser algo “nuevo”, sería, inevitablemente un “vehículo de progreso”; además, el
clima internacional era favorable: desde 1945, la ONU había insistido en que
era el embrión de un “gobierno mundial”, la UNESCO proclamaba la “igualdad
universal”, incluso que las razas no existían, multiplicaba sus llamamientos al
“ecumenismo” y la formación de una “religión mundial”; la globalización económica
parecía imparable y se tenía la presunción de que las deslocalizaciones de
Oeste a Este y la inmigración masiva de Sur a Norte y de Este a Oeste,
contribuirían a la “igualdad universal”, incluso desde el punto de vista
económico-social; el “multiculturalismo” (que solo prosperó en Occidentes) era
orgullosamente proclamado por los agentes mundialistas; en 1994 se había
producido el fin del apartheid en Sudáfrica (que, en realidad era:
“desarrollo por separado” de cada grupo étnico). Las grandes fortunas, educadas
en la London Economic School, de obediencia fabiana, compartían estos criterios
y alimentaban a una telaraña de ONGs al servicio del “relato oficial”. La
consigna en aquel momento era que había que “salvar al planeta”.
Todos compartieron -como por casualidad- los “objetivos del
milenio” proclamados por la ONU en la pomposamente llamada “Cumbre del Milenio”
(septiembre de 2000): erradicación de la pobreza, la educación primaria
universal, la igualdad entre los géneros, la mortalidad infantil, materna, el
avance del VIH/sida y el sustento del medio ambiente. ¿Quién podía negarse a
implicarse en estos “nobles ideales”. En 2015, por ejemplo, había que erradicar
por completo el hambre en el mundo (y en cierto sentido se logró: hoy el
sobrepaso es el gran problema africano).
Era evidente que la mayoría
de estos objetivos solamente podían ser comprendidos en Occidente. En su
conjunto, un cuarto de siglo después, el balance es mas que discreto: se ha
producido una igualación creciente en la renta, pero de forma desigual y solo
en Occidente; las clases medias son más pobres y la vida se ha encarecido,
mientras que en el antiguo Tercer Mundo, la pobreza mejora solo muy
ligeramente, pero las oligarquías mafiosas cada vez son más fuertes;
efectivamente, la educación se ha extendido casi universalmente, pero ni
remotamente puede afirmarse que haya servido para algo a la vista de que el
nivel cultural y la capacidad crítica están mucho peor que a mediados del siglo
XX. Sobre la “igualdad de géneros”, ha progresado en todo el mundo, salvo en
zonas islámicas y en el África negra. La mortalidad infantil, está a mínimos en
el antiguo Tercer Mundo, sin olvidar que, en Occidente, el sistema
económico-social impide, en la práctica, tener hijos y ningún gobierno hace
nada para estimular la natalidad de la población europea tradicional.
Las experiencias obtenidas con la promoción de los “Objetivos del
Milenio” demostró que los medios de comunicación y la industria del entertainment,
podían transmitir sugestiones a voluntad especialmente generadas por lo que
podemos llamar “centros progresistas de poder mundial”. Estos “centros” tienen
su núcleo duro en la casta funcionarial de la ONU y de la UNESCO, sus
promotores en las élites económicas formadas en la London Economic School y
articuladas en “estados mayores” de información (Foro de Davos, Club de
Bildelbrg, Comisión Trilateral, Club de Roma, Council Foreing Relations, etc.),
verdaderas correas de transmisión de las élites económicas y de los centros de
poder a los gobiernos; el “trabajo de base” era ejecutado por los interesados “soldados
de a pie”, tropas bien alimentadas compuestas por buena parte de las ONGs
internacionales y en las siglas de la izquierda.
Toda esta estructura monstruosa, aprendió de los “Objetivos del
Milenio”, de sus fracasos y de su impacto limitado y procedieron a las
rectificaciones correspondiente. El resultado fue la Agenda 2030 y sus 17
“objetivos para el desarrollo sostenible” (ignorando que una “desarrollo
sostenible” e ilimitado como está explícito es incompatible con un planeta de
posibilidades limitadas) con el objetivo de proteger el planeta y garantizar la
paz y la prosperidad para todas las personas para el año 2030…
La Agenda 2030 se adoptó en 2015, en el curso de una reunión en la
que participaron 193 países de las Naciones Unidas. Por España firmó el
gobierno por entonces en manos del PP: y lo firmó
-como la mayor parte de los gobiernos- presionado por el carácter que se
presuponía “neutral” de Naciones Unidas y sin meditar mucho lo que firmaba.
Pero, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, la ONU no es un
“foro de naciones”, sino más bien una organización internacional en manos de
una casta funcionarial con sus obsesiones, sus planes propios y sus objetivos
enunciados por criterios “progresistas”. Y otro tanto puede decirse de la
UNESCO. Por otra parte, como cualquier jurista sabe, lo importante no es
redactar una “ley justa” (más o menos), sino desarrollar los reglamentos para
su aplicación. Y esto corrió a cargo de la casta funcionarial. En la mayoría
del planeta, la Agenda 2030 no se tomó en serio, ni siquiera se consideró; sólo
en los países de “Occidente” se convirtió en una influencia exterior que se
proyectó sobre las políticas interiores de los gobiernos.
El “progresismo” creyó que era dueño del terreno de juego y, como
hemos dicho, “pisó el acelerador”. En meses, políticas erráticas se
convirtieron en dogmas de fe: el “indigenismo”, la “liberación de la mujer”, la
promoción de “nuevas masculinidades”, el complejo LGTBIQ+, el “género como
constructo social”, el wokismo (lo negro es hermoso y lo blanco criminal,
colonialista y debe pagar), la perversión del idioma (el atribuir significados
nuevos a palabras viejas), los “derechos adquiridos e irrenunciables por el
mero hecho de nacer” (la idea del Salario Mínimo Vital sin dar nada a cambio),
la idea de que la humanidad era una peste que había que eliminar ¡para salvar
el planeta!, la doctrina del cambio climático antropogénico (al que la Agenda
2030 atribuye todos los males, empezando por la violencia machista) que ni
siquiera está confirmado, pero que la “progresía” da como “evidente” (con casi
127 investigados y 41 detenidos como “pirómanos”, con las directivas comunitarias
que impiden la limpieza de los bosques y las restricciones a la ganadería en la
Europa de la UE, ¿qué porcentaje de incendios ha sido generado por el “cambio
climático”?), si hay sequía es por el “cambio climático”, si llueve es por el
“cambio climático”, si se incendian los bosques es “por el cambio climático”,
si sube medio milímetro el “nivel medio” del Mediterráneo se debe a la “huella
de carbono” (¡como si fuera posible conocer al milímetro el “nivel medio” de un
ar!). Se extrapolan cifras, se falsean datos y se construyen hipótesis de
futuro aterradoras. Surgen personajes grotescos como una niña rechoncha, grita
y fea cuyos padres la han convertido en modelo reivindicativo, o una
exalcaldesa torpe, sin ideas, zafia y carente de cualquier formación, con los
estudios abandonados, con una pobrísima carrera televisiva, y una gestión
nefasta al frente del ayuntamiento (fue ella la que mantuvo en todo su mandato
el “Welcome refugies” y convirtió BCN en capital mundial de la ocupación) que
sirven tanto para un roto como para un descosido: tan pronto están en una
manifa a favor de la okupación, como en un acto contra el racismo, dan una
charla sobre el cambio climático a un público entregado, o hacen como si fueran
a “ayudar al pueblo gazatí”… son las tropas de a pie de la “oligarquía
progresista” y de “barrigas agradecidas” salidas del submundo de las ONGs.
Mas de un lustro después de iniciarse la difusión masiva de estas
ideas-fuerzas, ya pude constatarse su resultado sobre las sociedades: el
programa roussoniano ha resultado ser un auténtico, total y absoluto fracaso.
Puesto en práctica sólo en “Occidente”, este programa ha generado, a la vista
de sus efectos, en pocos años un rechazo tan absolutamente decidido que,
incluso sectores e intelectuales que hasta no hace mucho compartían los puntos
de vista “progresistas”, han recapacitado pasando al bando conservador.
Las sociedades occidentales han perdido cohesión y solidez
interior, en todos los temas en donde existían creencias bien arraigadas que,
poco a poco, habían encontrado justificación y sustento en la ciencia (en la
genética por ejemplo, para la que existen cromosomas X y cromosomas Y que
determinan la identidad sexual), han sido barridos con los razonamientos s más
peregrinos y las teorías más simplistas elaboradas por verdaderos anormales:
hoy cada día es posible cambiar de “identidad sexual”, incluso para eludir
cualquier responsabilidad y beneficiarse de las políticas de “discriminación
positiva”. La delincuencia se terminó atribuyendo a la “pobreza” y
desvinculándola completamente y contra toda lógica del grupo étnico. Se ha
llegado a prohibir la publicación del grupo étnico de los violadores y las
noticias sobre delincuencia son lo contrario de lo que enseña en las facultades
de ciencias de la información (¿quién?, ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por
qué?). El “relato” ha terminado dominando, sometiendo al dato objetivo a un
segundo plano o a ser ignorado. El relativismo de todos los valores ha
terminado por desvincular a las sociedades de cualquier criterio estable,
racional, razonable, que era precisamente lo que aportada estabilidad y
viabilidad. La anormalidad, la locura, el parasitismo, las excentricidades de
enfermos mentales, se habían convertido en lo cotidiano.
Y entonces se produjo la reacción.
Las fantasías que la “progresía” iba repitiendo desde los tiempos
de Rousseau, al creer que ya existía un clima adecuado para “el tránsito de la
Era de Piscis” a la “Era de Acuario”, la “nueva era” (creencia que está tras
los desvaríos de la élite funcionarial de la ONU y la UNESCO), creyeron
poder acelerar la implantación de los cambios, con la excusa de la Agenda 2030.
El resultado no ha sido el que esperaban: sino unas convulsiones agónicas,
incluso mucho más extremas de lo que algunos garantizábamos desde el principio
del proceso.
Hoy estamos viviendo la introducción a la primera parte de la reacción conservadora. O, más bien, la irrupción del “nuevo conservadurismo”. Rouseau empieza a ser cuestionado.
