Reproduzco lo esencial de un artículo que escribí en 2005, amplié en 2009 y ahora, casi veinte años después, vuelvo a recuperar precedido de esta nota introductiva. El artículo, por cierto, fue reproducido, acompañado de todo tipo de apóstrofes, insultos, en no menos de una veintena de webs indepes.
Mi familia procede del Penedés con árbol genealógico desde el siglo XV. Hay Milás por Sant Pere de Ribes, Sitges, Vilanova, Vilafranca, Olivella, es la tierra de mi infancia. En Vilafranca vi los primeros castells durante los años del franquismo. Me gustaron, tanto como las subastas de pescado de la lonja del pueblo, El Peixerot de entonces, la luz del faro, o la fiesta mayor de Sitges, la Iglesia del Vinyet en la que se casaron mis padres, la residencia de Los Camilos o la riera de Zafra (como estaba rotulado entonces) que se cruzaba camino de Sant Pere y la subida de la calle del Pí con su exuberante pino que pendía sobre la calzada, el pa amb tomaquet i pernil -con un pan, un tomate y un jamón, ya imposibles de encontrar-que cada tarde nos preparaba la tieta en casa de la abuela, etc. Los que son de la zona saben de qué estoy hablando.
De todo aquello no queda casi nada. Lo de hoy son reminiscencias
que tienen poco que ver con el pasado de medio siglo atrás. He vuelto a pensar
en aquellos castellers de entonces y en lo que escribí en 2005 (con unas
referencias y personajes políticos y siglas completamente olvidados, en tanto
que olvidables por su mediocridad), a causa de Mia, una niña que fue de lo alto
del castell que su colla trataba de elevar en Vilafranca directamente a la UCI.
El castell del que ella formaba parte, se derrumbó. La niña cayó de una altura
más que respetable y fue operada en el hospital de San Juan de Dios de
Barcelona. En Cataluña apenas se ha hablado del episodio. Estos accidentes en
Cataluña se pasan de soslayo. La niña, por cierto, tenía, según unos medios, 7
años y según otros 8. Ni siquiera era “enxaneta”, sino “aixecadora”. La
diferencia capital entre uno y otro es que, la “aixecadora” se sube arriba de
todo, se agacha, ayuda como puede a la “enxaneta” a que suba y pase por encime
de ella, levantando la mano (“fer l’aleta”). A partir de ese momento, el
castell se ha consumado “peti qui peti”. Fue en ese momento, cuando el castell
se desplomó y la “aixecadora” cayó mal. Estaban intentando levantar un castillo
de nueve pisos (“un quatre de nou net”) la máxima altura. Se descargó por
primera vez en 1981, así que es relativamente reciente y es el que más
accidentes con resultados graves ha cosechado.
Por cierto que uno de los que presenciaron el accidente que costó
heridas graves a Mía, fue el ministro de “cultura”, Ernest Urtasun, ese
adversario declarado de las corridas de toros. Urtasun no balbuceó ninguna
declaración y, desde luego, su especialidad, no parecer la defensa de la
infancia.
Dos clips de un documental elaborado en 2006 por el alemán Gereon
Wetzel del que extraemos dos clips que han corrido como la pólvora en el último
reducto de libertad de expresión ("X" ex Twiter):
Escena de una colla: una madre y su hija, castellanoparlantes, hay
una niña, al parecer no quiere “subir”. La madre le dice “si no sube, no le van
a dar nada”. De lo que se trata es de que la niña “suba”. La madre parece de
origen gitano, en cualquier caso, de “condicion humilde”. El Debate que reprodujo
este clip añadió: “exresponsables de collas explican que, al menos en la época
en la que se rodó el documental, muchos de los niños que participaban en estas
construcciones eran hijos de inmigrantes que
«han necesitado favores para comer, para trabajar, y la colla se los ha podido
dar haciendo eso». Reconocen, en cualquier caso, de que se trata de un «tema
delicado»”.
No estaría de más que los organismos de protección de la infancia
se preguntaran (y preguntaran) porqué abundan “enxanetas” de origen africano,
qué les lleva a adherirse a sumarse a la “colla” y que piensan esos niños de
subir a nueve metros de altura y, a cambio de qué, sus padres se permiten, lo
que padres catalanes jamás dejarían hacer a sus hijos...
CLIP 1
https://twitter.com/i/status/1829916226916622576
Conversación entre castellers en el curso de una cena. Todos están
de acuerdo en que hay que “maltratar” a la niña que tenían como “enxaneta” para
convencerla de que suba. Y lo más curioso es que cuando, se refieren a las
palabras de la niña, lo hacen en castellano… en una Cataluña modelada por la
gencat que, visiblemente, discrimina a los castellanoparlamentes. Lo que
implica que no son “de la terra”. El sistema de “convencimiento” al que aluden
los comensales se basa en aislar a la niña, incluso maltratarla, ignorarla,
nada de tratarlo con cariño, con intención de convencimiento, sino ante todo,
hostilidad, todo para que corone el castillo. Uno dice “cuanto más tratas de
convencerlos, menos suben”, otra “eres una arpía que no subes”, “cuantas más
veces diga que no quiere subir, más vas a subir”. Todo con unos caracoles a la
catalana…
CLIP 2
https://twitter.com/i/status/1829917154847645885
* * *
Nadie puede decir que se trata de un fake: el mensaje es
que ningún padre catalán quiere que su hijo de 9 años se suba a lo alto de un
castells de 9 metros de altura y, las collas, tienen que recurrir a inmigrantes
o a familias necesitadas a las que prestan, presumiblemente, algún tipo de compensación
económica o laboral, a cambio de que el hijo -que, habitualmente, no quiere
subir, se resiste o, simplemente, tiene miedo o lo más frecuente: aquello le trae al fresco- siga las órdenes del “cap de
colla”. Las imágenes del documental y, sobre todo, los testimonios de los castellers zampando caracoles a la catalana, son suficientemente ilustrativos y descarnados, muestra de aquello en
lo que se ha convertido la Cataluña nacionalista e independentista. Lamentablemente, no he
encontrado la totalidad del documental de Gereon Wetzel
Esto era lo que decíamos en 2005 (cuando las corridas de toros estaban próximas a ser prohibidas en Cataluña).
¿HABRÍA QUE PROHIBIR LOS TOROS O LOS CASTELLERS?
15 de abril de 2005
Las plañideras de ERC y los comedores de forraje de
ICV-EUiA-de-los-ferrocarriles-de-la-generalitat, han presentado casi medio
millón de firmas contra las “corridas de toros”. Hace unos años, la tribu
urbana dirigida por el hoy diputado de ERC, entonces dirigente de las JERC,
Puigcercós, se entretuvo impunemente en desatornillar los paneles del “toro de
Osborne” de toda Catalunya. En más de una ocasión, cuando el gran panel cayó
sobre los sembrados, los propios agricultores catalanes, con espardenyas y faixa,
corrieron a barretinazos a los “intrépidos” púberes de Ángel Colom i Colom,
justo antes de fundirse la VISA-Platino del partido y ausentarse sin dejar
señas.
A las plañideras de ERC, en el fondo, les trae al fresco la
“fiesta brava”, el toro y la integridad del torero. Lo que ocurre es que la
fiesta se identifica con España y ellos son catalanistas e independentistas,
así pues, todo lo que huela a España, por catalán que sea, debe ser zaherido,
arrojado al estercolero y denostado como bárbaro. El problema no es que no les
“gusten” las corridas de toros, es que no les gusta como producto de su fe
política. El problema es que las corridas de toros son tan catalanas como
españolas. Pequeño detalle que se les había escapado a estos “figuras” del
pensamiento catalán.
Que sepamos –y no somos especialistas en corridas de toros- hubo
plazas de toros en Barcelona desde el siglo XVII. Famosa fue, desde luego, la
construida por el maestro de obras Fontseré a principios del siglo XIX, en el
emplazamiento hasta hace poco ocupado por la Estación de Cercanías, en las
inmediaciones del barrio de la Barceloneta. En aquel tiempo, era el lugar más
céntrico de Barcelona y por eso se construyó allí. Esa plaza fue famosa,
porque, a lo largo de todo el siglo XIX, se multiplicaron las corridas de toros
con amplia asistencia de un público al que le gustaba jalear a los toreros
nacidos en la tierra. Desde esa plaza, una tarde de julio de 1835, ante la
mansedumbre de los toros y el calor bochornoso y húmedo de la tarde, se inició
la bullanga que sumió en incendios y destrucciones a la parte baja de la
ciudad. Más tarde se construyó la plaza de toros de las Arenas anexa al recinto
de la Exposición Internacional de 1928 y la Plaza de Toros Monumental que aún
existe y contra la que apuntan sus baterías los independentistas y ecolocos.
Cuando ERC te dice cómo debes divertirte
Los amigos de los animales tienen todo el derecho para
manifestarse a favor del sufrimiento del toro. Harían mejor, desde luego, en
experimentar el mismo dolor de un feto cuando se le arranca del claustro
materno, pero, en fin, esta es otra historia. Tienen también derecho a
manifestar su disconformidad, en el fondo, este es un país democrático y libre
en donde cada cual tiene derecho a manifestar su opinión, por ridícula que sea.
Y, sobre todo, tienen el derecho, si no les gustan las corridas de
toros, a no ir. Lo que no tienen el derecho es a prohibir la fiesta nacional,
los correbous y los símbolos de España, en esta zona de España que se llama
Catalunya. ERC, como antes CiU, nos dicta la lengua en la que imperiosamente
debemos hablar, nos dice lo que debemos amar y rechazar, nos da una versión de
la historia que, más que historia, es historieta, pero, que nos diga cómo
debemos divertirnos o dejar de divertirnos es abusivo incluso para un
independentista. Estamos hablando de ocio.
Hoy te dicen como debes divertirte, mañana terminarán imponiendo
el menú vegetariano y adorando a la “vaca sagrada” como en la India (y conste
que no nos referimos al 3% de mordida a la que tanto veneran y a la que tanto
deben todos los que de la Generalitat viven y han vivido, vividores que les
dicen…).
El período dorado de la “fiesta nacional” en Catalunya
Serafín Marín ha triunfado. Es el torero de moda en este momento.
Serafín Marín es catalán. Nació en Montcada i Reixac y es socio del Club
Taurino de Sabadell. El otro domingo salió a hombros de la Monumental. En su
cabeza lucía orgulloso una tradicional barretina catalana. Serafín Marín, de
hecho, estaba escupiendo, sin hacerlo, a la cara de ERC y de los comedores de
forraje de ICA-EUiA-de-los-ferrocarriles-de-la-generalitat. Se considera
“torero catalán”. Es una figura de la fiesta. Una estrella ascendente. Para él,
la “fiesta nacional” es tan catalana como española. Se merece, oreja y rabo. Y
no nos referimos ni a la oreja de Carod-Rovira, ni al rabillo de Puigcercós.
Nadie del PP, le aconsejó ponerse la barretina. Se la puso por el mismo motivo
que se hacen todas las cosas en el arte del toreo: por instinto. En ERC, ese
día, no daban crédito: “¿torero y catalán?”… Pues si. Un periodista le pregunta
a Serafín: “¿Qué votaste en las últimas elecciones?”, y él responde: “En
blanco, a los socialistas ni en pintura, vamos”. Un diez, para Serafín Marín.
Por cierto, “Finito”, el otro diestro que toreó con él, es también
catalán. Finito es de Sabadell. Otro que siempre se ha manifestado español.
Como antaño lo fue Joaquín Bernadó. Gran figura, fue éste Bernadó. Como
“Chamaco”. O José Carlos Lima, discípulo de Palomo Linares y del propio
Bernadó, afincado en Castelldefels. Y tantos otros.
Sólo un ignorante (o un panoli, o una mezcla de ambos, esto es, un
independentista) puede ignorar que los toreros catalanes han sido tan figuras
como los que han nacido en las otras “Españas”. Y los aplausos catalanes han
sido tan buenos como los aplausos de la Maestranza o de Vistalegre. A
diferencia de la tontería independentista que está específicamente ligada a una
forma de psiquismo extraviado y contradictorio. Y es que, en Catalunya, además
de contra el 5% de mordida, hay muchas cosas para protestar. ¿Han oído hablar
de los “castellers”, por ejemplo?
Más alto, más ligero… más leñazos
Desde hace una década los encuentros de castellers se obstinan en
batir sus propios records, como si los catalanes de antes, fueran sólo una
banda de mindundis, esmirriados, sin fuerza para levantar “castells” de más de ocho
pisos y ahora, a los “veinticinco años de Generalitat” hayan creado una
superraza catalana más fuerte, más alta y con un vigor más demostrado. En
realidad, no es así, es justamente lo contrario.
Se levantan “castells” más altos porque los pisos superiores están
formados por niños cada vez más pequeños. Más altos, sí, pero porque pesan
menos. Mientras que las bases del “castell” están formadas por tipos cuadrados
y enfajados, a partir del segundo nivel, estamos hablando de chicos y chicas
adolescentes que apenas superar los 40 kilos y en torno a 20, los últimos pisos
y los sufridos “enxaneta” y “aixecador”.
¿Qué ocurre? Frecuentemente, algo dramático. Hemos visto,
personalmente, a los niños que “coronan” el “castell”, llorar mientras subían,
porque no querían subir más alto. Les intimidaban los gritos del “cap de
colla”, el público que gritaba todo tipo de frases, no siempre agradables de
oír, ver cómo cambia el panorama a medida que se va ascendiendo por los pisos
del “castell”, o las increpaciones del propio padre, de estricta observancia
nacionalista, etc. Repito: hemos visto, y no un caso ni dos, a pobres críos,
llorar, dudar y echarse atrás, a media ascensión, porque estaban literalmente
asustados de afrontar lo que les quedaba para coronar un “castell”.
Es, sorprendente, que las asociaciones protectoras de la infancia,
los defensores del menor y toda la patulea preocupada por los derechos humanos,
los de las focas, los de la mosca de la patata y, por supuesto, los que sienten
como propio (sin duda por lo cornúpetas que son y parecen) el “sufrimiento” del
toro en el ruedo, se callen bochornosamente ante el riesgo, el miedo y los
leñazos que sufren los “enxanetas” que coronan los “castells” tradicionales de
Catalunya. Porque leñazos, haberlos, haylos.
Los “castells” son una encomiable costumbre, relativamente tradicional, no excesivamente antigua, aparecida en algunas comarcas de Tarragona que luego, con la aparición del nacionalismo, se exportó al resto del Principado a efectos de reforzar una identidad difusa y un rasgo diferencial forzado… reservada, hasta hace poco, para hombres fuertes y recios, “fadrins” hechos de vigor de la tierra y de la “carn d'olla”. Sin embargo, hemos visto como se incluían chicas y adolescentes, no tanto por integrarlos en la fiesta, ni mucho menos por el prurito de la igualdad sexual, como para romper records de manera fraudulenta y abusiva.
Pero a pesar de los “estudios estructurales”, con cierta frecuencia, los
“castells”, “fan llenya”, esto es, se derrumban (dicen que en un 3% de los casos, así que yo debo de ser una anomalía porque los he visto caer en demasiadas ocasiones). El instante del derrumbe de un
“castell” es fácilmente previsible: primero, se abren un poco por los pisos centrales, luego empiezan a temblar, poco después tiemblan más y, a
partir de ahí, ya están todos preparando la caída durante unos interminables
segundos. Porque la caída, finalmente, se produce. ¡Y qué caídas!
Llama la atención que el Canal 33 K-33, que inevitablemente
suponen el acompañamiento de la “temporada de castellers”, sirve siempre las
imágenes de las caídas, pues, no en vano, dan cierto morbo a la competición (en
estos concursos se suelen resolver y poner de manifiesto las tradicionales
rivalidades entre poblaciones catalanas vecinas y, los de una villa, celebran
jubilosos, el leñazo de los castellers de la población rival), pero jamás, y
somos tajantes, jamás, sirven los planos medios en las que podrían percibirse
las expresiones de dolor, de miedo y de tensión angustiosa, que se producen
justo cuando todos los cuerpos han tocado tierra o han caído sobre alguien…
Es evidente, que los operadores y realizadores de Canal 33, no
actúan por su cuenta, evitando las escenas de dolor, las luxaciones de
músculos, las roturas de huesos (costillas, clavículas, brazos, vértebras,
etc.), es evidente que siguen las consignas del “censor” y del “comisario
político”, que siempre, inevitablemente, actúa en los medios de comunicación
catalanes y que, en este terreno, tiende a demostrar que los “castelles” es una
actividad inocua, festiva, lúdica, sin ningún tipo de riesgo y en el que todos
sus participantes, gozan, incluso cuando caen de 8 metros de altura. La
“solidaridad catalana”, el “hacer país”, que simbolizan perfectamente los
brazos extendidos que sostienen a la base del “castell” y que constituyen el
único amortiguador, es una muestra de esta actividad, en la que se opera el
milagro de que nadie caído de 8 metros de altura, sufre el más mínimo daño.
Y daños, haberlos, haylos.
¿Una diversión inocua?
Quien diga que los “castellers” son una costumbre inocua,
inofensiva e inocente, miente como un bellaco. Ya hemos dicho que –a pesar de
que las cámaras de Canal 33 huyan de los accidentes, eviten incluso dar
imágenes de las expresiones de dolor y de las roturas de clavículas y brazos
que se producen al "fer llenya"– estos se producen con frecuencia.
Abundan los “castells que fan llenya” (castillos que se caen) y las luxaciones
y roturas de huesos. En ocasiones son dramáticas. Porque, como mínimo un
“casteller”, se ha roto la columna vertebral y ha terminado con las cervicales
pulverizadas, desde entonces, acude a las concentraciones en silla de ruedas
Por no hablar de Mariona Galindo, de 12 años, murió como
consecuencia de un traumatismo craneoencefálico que sufrió el pasado 23 de
julio de 2006 al caerse de un castell de nueve pisos durante la fiesta mayor de
Mataró. El accidente se produjo cuando el grupo estaba a punto de coronar la
torre. No tardó en estallar la polémica sobre el posible peligro de los
castells. En los últimos 150 años, sólo había habido dos casos de accidentes
mortales de castellers. O al menos eso es lo dice la Generalitat.
Está claro que cualquier deporte implica un riesgo y que, cuando
un adulto, acepta subirse encima de otros cinco, y arriesgarse a descender a
plomo, para que le caigan encima otros cuatro pisos… está en su derecho
democrático de partirse la crisma, cuando guste y como guste. Pero, habría
mucho que hablar sobre si un menor, impulsado por sus padres, por sus hermanos,
no muy convencido o convencido del todo, puede subir a más de diez metros de
altura para mayor gloria de su “colla castellera” y del departamento de
traumatología del hospital más próximo.
Resulta curioso que quienes se preocupan tanto por la salud del
toro de lidia, les traiga al fresco, la salud de los “enxanetas” que coronan
las torres. Los "niños de la Generalitat" son mayores de edad para
asistir a unos festejos como actores activos a más de 10 metros de altura, pero
tienen prohibido ver los toros desde la barrera. Dos pesos, dos medidas y una sola
estupidez.
Prueba de la peligrosidad de esta actividad, es que las “collas
castelleras” cubren la salud de sus miembros con un seguro no precisamente
barato. El ayuntamiento de Vila-Seca, por cierto, acordó hace poco la concesión
de una subvención de 175.000 pesetas a la “colla castellera” de la localidad
para cubrir parte del seguro en caso de accidente. Y no hay que negar que las
aseguradoras si que saben valorar sus riesgos...