miércoles, 3 de mayo de 2023

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: A MENOS DE 30 DÍAS DE LAS ELECCIONES MUNICIPALES Y AUTONÓMICAS

¿Qué podemos esperar de las próximas elecciones municipales y autonómicas? Desde luego, el inicio de un nuevo ciclo electoral que, no va a ser favorable para la izquierda. Eso es todo. Vamos a intentar resumir algunos elementos que condicionarán la nueva situación que se creará con la apertura de este ciclo electoral. Esto nos permitirán también adoptar una posición personal de cara al cada vez más patético acto de ir a votar.

1. EL TENEDOR DE LA DEUDA ES QUIEN GOBIERNA

Es importante no olvidar que, si un país tiene una deuda excesiva e impagable (como es el caso de España, a lo que se une una indisciplina presupuestaria casi patológica), su gobierno no es independiente ni soberano: está en manos de los “tenedores” de la deuda. Dicho de otra manera: aunque usted y yo fuéramos ciudadanos “responsables y conscientes” y eligiéramos ejercer el voto, de nada serviría elegir a tal o cual gobierno, por la sencilla razón de que España no es un país “soberano”, esto es, independiente: está en manos de los que han comprado los títulos de nuestra deuda pública. Éstos pueden elegir si conformarse con seguir cobrando intereses, o bien recuperar el dinero invertido. Esto último podría generar la quiebra del Estado Español de un día para otro.

Dato importante: casi el 50% de la deuda pública española está en manos de entidades e inversores extranjeros. En la actualidad supone un 115% del PIB (en 2007 era del 36%, compárese). Todo esto se puede pagar… en períodos de bonanza y crecimiento económico, pero resulta insostenible -especialmente por los intereses que devenga- en momentos de ralentización de la economía que coincidan con un aumento de los tipos de interés… como en la actualidad.

Además de la presencia de inversores y entidades extranjeras, la deuda pública española está en un 15% en manos de bancos (15%), del Banco de España (28%), de entidades de seguros, fondos de pensiones, fondos de inversión… Pues bien: estos son los verdaderos poderes. Ningún gobierno hará nada para contravenirles. Conociendo sus objetivos -el máximo beneficio y, en algunos casos, proyectos de ingeniería social- se conocerán las políticas de los gobiernos de turno.

Entonces ¿para qué ir a votar? Respuesta: Es una opción personal que no va a servir para rectificar y enderezar el rumbo o torcer las decisiones del “poder económico”; como máximo votar a favor de un cambio de gobierno -esto es, contra el PSOE- para alargar tiempos, ralentizar la marcha hacia el nuevo modelo social.

Hemos dicho “ralentizar”, no “detener”, ni mucho menos “revertir”. Imaginemos un tipo que camina directamente hacia el abismo: si ese tipo fuera del PSOE, mañana seguirá con el mismo paso que mantiene hoy en esa dirección; si fuera de Podemos, iría más rápido aún, pensando que, en lugar de caer en el abismo, volaría hacia un “mundo mejor”; si fuera seguidor de Núñez Feijóo, simplemente, seguiría en la misma dirección, pero a un paso más lento… ¿Hay otras opciones? Sí: la de detenerse, por ejemplo, o la de ir en dirección opuesta… que aquí se traduciría como no votar, votar en blanco, votar nulo o votar a otras opciones.

2. EL TECHO DEL DESMONTAJE DEL APARATO LEGISLATIVO GENERADO EN EL PEDROSANCHISMO

En la actualidad, la alternativa a la sigla PSOE es la sigla PP, pero esto no quiere decir que la política del PP sea “opuesta” a la del PSOE. No puede serlo, porque, en primer lugar, el gobierno de turno, sea el que sea, deberá satisfacer a los “tenedores” de la deuda. En otras palabras: el PP (“solo o en compañía de otros”) no estará en condiciones de desmantelar las más de 100 leyes generadas en los seis años que llevamos de gobierno de coalición “pedrosanchista”. Ni siquiera las más extremas: “sí solo si”, ley trans, ley de eutanasia, ley de mascotas, ley de memoria democrática, ley de la vivienda… De hecho, anteriores gobiernos del PP ni siquiera han estado en condiciones de derogar las sucesivas leyes de educación socialistas, cada una peor que la anterior. Solamente Esperanza Aguirre, en su período de ministra de educación intentó hacer algo en esa dirección. Apenas duró 3 años en el caro.

Se desacelerarán algunos de los rumbos tomados durante el “pedrosanchismo”, sus aspectos más desagradables y/o enloquecidos (que acompañan y empañan a la sigla PSOE y que no son solamente producto de la presión de Unidas Podemos). Y eso es todo. No esperéis maravillas de lo que venga y, especialmente, no esperéis que Núñez Feijoó termine revirtiendo todo el arsenal legislativo generado atropelladamente durante los años del pedrosanchismo (la polémica sobreactuada del gobierno en el momento en el que Feijoó apenas ha estado reunido 90 minutos con una asociación conservadora de fiscales, indica una de las líneas del PSOE en la próxima campaña electoral: “Alerta, el PP quiere abolir la legislación progresista”, argumento utilizado en 1934 para justificar el golpe de Estado del PSOE contra el gobierno de Lerroux con el rumor de que la incorporación de la CEDA al ). La mayoría de estas leyes han venido para quedarse y tan solo, si dispone de mayoría parlamentaria suficiente, Feijoó las “podará” de sus aspectos más extremos (la colaboración PP-PSOE en esa dirección ya se ha demostrado en la ley del “si solo sí” que, en realidad, no merecía nada más que ser arrojada a la basura.

3. UNA CAMPAÑA ELECTORAL PERMANENTE

Oficialmente una “campaña electoral” dura poco menos de un mes, pero en realidad, los gobiernos y las oposiciones están siempre en campaña electoral. Y cada vez más, hasta el punto de que uno se pregunta qué tiempo emplean para gobernar efectivamente. Claro está que eso se lo dejan a “técnicos”, pero el problema es que, cada vez más, la gestión de un gobierno en tal o cual dirección se basa no en satisfacer promesas electorales formuladas -que, en tanto, que “promesas electorales”, nadie tiene intención ni obligación explícita de cumplir- sino en generar la adhesión de grupos sociales para las siguientes elecciones.

Parece como si los partidos, conscientes de que, en general, la situación nacional no tiene solución (porque no la tiene a causa del exceso de deuda, inflación, subida de tipos, pérdida de peso político de España en la UE y de la UE en el contexto internacional, conflicto ucraniano, degradación de los servicios públicos, obligaciones con respecto a Marruecos, fidelidad bovina a la OTAN, centrifugación autonómica, mutaciones tecnológicas, todo lo cual, unido, da como resultado una “tormenta perfecta” imposible de superar), den relevancia a aspectos muy secundarios de su gestión (transición energética, defensa del medio ambiente, reducción de la huella de carbono, cómo transformar problemas irrelevantes en “temas estrella”), hayan renunciado a planificar su gestión más allá de consignas y eslóganes electorales con la intención de conservar sus propios puestos de trabajo.

Esto se traduce en una campaña electoral permanente en la que la gestión cotidiana importa muy poco y lo único que cuenta es la aprobación de leyes (el parlamento es un teatrito y, como todo teatrito, un simple espectáculo) que llamen la atención, atraigan voto, generen polémicas y distraigan a la opinión pública que, cada vez más, tiende a la apatía y a la “desafección” en relación a TODA clase política. El “oficio” más despreciado en este momento, después del de “sindicalista” y, a corta distancia, es el de “político”.

4. ¿PARA CUANDO ALGO PARECIDO A LO QUE OCURRIÓ EN ITALIA EN 1993?

En Italia, en las elecciones de diciembre de 1993, las opciones tradicionales, DC y PSI, se hundieron. El primero perdió la mitad de sus votos y el segundo casi desapareció tras la gestión corrupta del gran amigo de Felipe González, Bettino Craxi. La Lega Nord se convirtió en la fuerza hegemónica en la mitad superior del país, mientras Berlusconi se preparaba para entrar en política. A Craxi se le acabó la inmunidad parlamentaria en las elecciones de 1994, y para demostrar su “honestidad”, huyó a Túnez, siendo declaro oficialmente prófugo al año siguiente. El sistema político italiano, tal como había sido concebido en 1946, fecha de su fundación, se hundió definitivamente. Había durado exactamente 47 años. Fue, sin duda, el período más negro, corrupto y violento en la historia de Italia. Nadie lo añora. Se crearon nuevos partidos, se recompusieron nuevas alianzas y, aunque nada esencial cambió, sustancialmente el sistema experimentó cierta regeneración que aún se prolonga.

Cuando en 2009, en medio de la gran crisis económica (negada hasta la saciedad por el zapaterismo y, ante la que reaccionó disparando por primera vez la deuda pública), aparecieron nuevas fuerzas políticas en los años siguientes (Cs, Podemos, Vox) dio la sensación de que el régimen nacido de la constitución de 1978, estaba a punto de sufrir una mutación: pero el fracaso de Cs y del centrismo en estado puro, la caída de Podemos en manos de payasos enloquecidos por sus propios delirios intelectuales producto de lecturas mal digeridas y déficits culturales acumulados, además de algunas sobredosis de porros, convirtieron a ambos partidos en caricaturas y malas copias de aquello que el pueblo español aborrece de la clase política: las palabras vacías, el “haz lo que digo, no lo que hago”, la demagogia, el enriquecimiento a costa del erario público, la ambigüedad, y la peor de todas, la ineficiencia en la gestión pública.

De aquella ola renovadora, queda solamente Vox.

Si el sistema de partidos italiano duró 47 años, el español, en 2023 cumple los 45. Se aproxima, pues, a la fecha fatídica.

Nos atrevemos a pronosticar un derrumbe del sistema de partidos tras el próximo ciclo electoral que, inevitablemente, será protagonizado por Núñez Feijóo. El resultado de las elecciones de mayo aclarará los márgenes que separarán al PP del PSOE, y si los primeros necesitarán alguna “ayuda” para gobernar. El recurso más lógico, sería que recurrieran a Vox, pero la lógica y el sentido común no siempre acompañan al discurso y a la voluntad de Feijóo. No olvidemos que, en Madrid, capital de España, el PSOE representa hoy a una parte casi minúscula del electorado y corre el riesgo de convertirse en lo que es el PP en Cataluña: una fuerza residual.

Por otra parte, con Feijóo, el listón de la presidencia está muy rebajado: quizás no esté hecho de la misma pasta que el psicópata que se sienta hoy en la Moncloa, pero, desde luego, es un personaje gris, sin ningún tipo de carisma, con cero ideas propias, lo que podríamos llamar un “conservador-veleta” nunca, por supuesto, predispuesto a oponerse a las tendencias dominantes de los vientos. Sin ningún tipo de carisma, ni sentido del humor, ni ingenio, ni siquiera don de gentes, abogado sin más experiencia que la funcionarial, procede del vivero gallego del PP y no es precisamente su mejor ejemplar. De sus originalidades baste recordar su propuesta de “vacunación obligatoria” durante la crisis del Covid, o su “mano tendida” al PSOE como “primera opción para pactar” a poco de asumir la dirección del partido.

No esperéis maravillas de Feijóo. Llegará al poder, no tanto por méritos propios como por lo insoportable y agónico que está resultando el entierro del pedrosanchismo.

Durante su mandato llegaremos al límite que alcanzaron los partidos políticos tradicionales italianos en 1993-4. ¿Se producirá en España una renovación semejante? La deseamos, pero no estamos muy seguros de si se producirá y, no por solidez de los partidos políticos españoles, sino por la apatía generalizada del electorado.

El PSOE intentará lugar la carta de sembrar divisiones en el interior del PP: ayer vimos una primera escenificación en el placaje de que fue objeto el espontáneo ministro de la presidencia en la tribuna de honor del acto institucional convocado por el gobierno autonómico de Madrid. Es la exposición a la luz pública de una realidad: las “dos almas” del PP. Feijoó y Ayuso: para el pedrosanchismo estimular el conflicto interior en los próximos seis meses es una de las pocas posibilidades de salvar la Moncloa. De ahí la provocación del repipi de Bolaños.

5. ¿QUÉ PUEDE CAMBIAR DESPUÉS DE LAS ELECCIONES DE MAYO?

Las encuestas, salvo las del CIS, son ampliamente favorables al centro-derecha. Obviamente, Pedro Sánchez se refugiará en algunos éxitos parciales que pueda obtener, especialmente en Cataluña, pero todo induce a pensar que, incluso en las comunidades y ayuntamientos en las que hoy gobierna y puede mantener, el apoyo popular habrá disminuido. Así pues, lo que ocurra después, dependerá de las dimensiones de la disminución de apoyo popular al PSOE: porque, está claro que quien venza en mayo de 2023 puede ampliar su victoria el diciembre de 2023, cuando tenga lugar las elecciones generales.

- O bien, el PP da un “estirón” que le permite prescindir del apoyo de Vox y obtiene mayoría absoluta.

- O bien, la victoria del PP es limitada y evidencia que seguirá un ciclo electoral más con la sombra de Vox planeando.

- O bien, puede ocurrir que ninguna de las dos partes, ni PP, ni PSOE, obtengan victorias ni derrotas significativas, que unos ganen en unas demarcaciones y pierdan en otras, presentando todos los resultados como una “gran victoria”.

En cualquier caso, lo que nos espera de mayo de diciembre es una campaña electoral continua, dura, odiosa, agónica, insoportable en la que las dos partes harán promesas cada vez más desmesuradas, extremas, ante un hastío generalizado y una desafección cada vez mayor.

Pero, abandonad toda esperanza nada cambiará:

- Ni al día siguiente se restablecerá la seguridad ciudadana, ni dejarán de llegar diariamente unos miles de inmigrantes atraídos por el “tá to pagao”, ni las 20.000 viviendas ocupadas serán desalojadas, ni se disolverá el ministerio de la igualdad, ni se cambiará ni un ápice la política exterior, ni mejorarán los servicios públicos, ni se cancelará la Agenda 2030, ni se reducirá significativamente la carga fiscal, ni siquiera se reducirá el gasto público de manera significativa.

- Cambiarán los rostros, cambiarán los números de las cuentas opacas en paraísos fiscales donde irán a parar comisiones, dineros desviados de las arcas públicas, etc, etc, etc.

- Seguirá sin existir una planificación a medio y largo plazo y se mantendrán en vigor los tópicos hoy en vigor incluidos en la Agenda 2030, quizás ligeramente más diluidos, pero no tanto como olvidarnos.

Así pues, volvemos a la pregunta de “¿para qué votar?” y “¿por qué votar?”. ¿Para echar a un psicópata y poner a tipo gris en la presidencia? Es un argumento. Y quizás el único que podría, a estas alturas, justificar el acudir a las urnas. ¿Votar a una opción minoritaria? ¿A Vox, por ejemplo? Es otra posibilidad, más atractiva que la anterior, desde luego.

Pero Vox va a contar poco en los próximos años. Si resiste este primer parón y lo supera, es el partido del futuro. Su momento estelar solamente puede derivar del fracaso de un gobierno del PP, unido a un aumento de su capacidad para sumar votos procedentes de la izquierda. Y para ello van a tener que cambiar muchas cosas en Vox. Y no tanto en la base como en la cúpula. Ésta, no puede seguir siendo una especie de fotocopia reducida del PP. Precisa incorporar a rostros que procedan de otros horizontes políticos.

La idea de que la moción de censura la presentara Tamames no estaba mal, pero hacen falta rostros más jóvenes y, sobre todo, hacen falta campañas decididas, beligerantes y militantes que resuelvan problemas de la gente: la acción política de un partido como Vox no puede depender solo de su tarea en las instituciones -especialmente en unas instituciones que cada vez interesan menos a la población y que la población desprecia cada vez más- sino que debe estar presente en movilizaciones en la calle.

Una última pregunta: ¿Qué hace falta en España? Respuesta: un GOBIERNO FUERTE capaz de ganarse el respeto de los tenedores de la deuda, ponerlos en cintura y hablar claro a la población: señalar con el dedo a los que nos han llevado hasta esta situación (aunque sea a costa de destruir para siempre la sigla maldita “PSOE” y de romper el consenso constitucional de 1978 basado en la alternancia entre el centro-derecha y el centro-izquierda), generar entusiasmo, planificar a 10, 20, 30 años vista, y, por supuesto, eficacia y austeridad franciscana en la tarea de gobierno.