lunes, 6 de septiembre de 2021

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE. LOS INDEPES NO BAILAN EL KASACHOV

Hoy, el “procés” es sólo un recuerdo. Pocos se atreven a reclamar la independencia en esta época de mundialización, política de bloques y cuarta revolución industrial, cuando estamos embarcados en una década que va a ver cambios vertiginosos y brutales en la forma de vida, en la tecnología y en la propia estructura de la sociedad. Hay que tener cierta conmiseración por quienes siguen con ideales propios de la segunda revolución industrial, reclamando la independencia de lo que podríamos llamar, más que naciones de calderilla, naciones de la época de los reales de vellón. De to’ tié q’haber que decía el taurino al filósofo. Sin embargo, algunos se empeñan en querer defender que lo que hicieron fue “serio”. Y el “procés” fue, cualquier cosa, menos serio. De haber intentado serlo, jamás se habría iniciado.

Nietzsche decía: “Me gusta los que acometen una tarea imposible, y fracasan”. Pero en relación al “procés” cabría mejor decir con los Hermanos Marx: “Tras dura lucha, hemos pasado de la nada, a la más absoluta miseria”. No hubo heroísmo en el “procés”. Cerrilidad, quizás. Se empeñaron en algo que era, a todas luces imposible desde todos los puntos de vista, se encabronaron con la idea, trataron de llevarla hasta las últimas consecuencias. Y lo llevaron mal, muy mal, pésimamente mal.

Me niego a llamarla “Generalitat de Cataluña” porque “la de verdad”, en realidad llamada “Diputación del General del Principado de Cataluña”, fue una institución medieval, nacida en la época del feudalismo, con tres brazos corporativos, que no tiene nada que ver con el monstruo burocrático-administrativos-cleptocrático que conocemos. Cabe mejor -para distinguir entre el modelo real y su interpretación actual- aludir al ente autonómico, como “gencat”. Quien dice “instituciones medievales”, dice “instituciones basadas en la lealtad”, quien dice “gencat”, dice en cambio, oportunismo sin principios, retahíla de escándalos económicos, abusos lingüísticos, falsificación histórica, faraonismo, y así sucesivamente, realidad en nombre, eso sí, del “autogovern de Catalunya”. Esa es la diferencia.

El día después de que el Estado interviniera la Generalitat y diera carpetazo judicial al “procés”, La Vanguardia, que hasta ese momento lo había jaleado, ante la perspectiva de no recibir más subvenciones, empezó a plantearse las cosas de manera mucho más realista: “¿No será que alguien habrá hecho un cálculo demasiado optimista?” se preguntaba su director en un editorial memorable.

¡Fíjense si eran optimistas y demócratas que, meses antes de saberse el resultado de ese referéndum, la gencat ya daba por sentado que iba a ser positivo para su propuesta independentista, que se habían presentado en el parlament(ito), las famosas “leyes de desconexión”! ¿Cómo puede calificarse un referéndum que quien lo promueve ya da por sentada la respuesta popular? Aquello fue tan falso como cuando Artúr Mas en 2014 pronunció aquella frase de “Tengo el honor de ser el 129º presidente de la Generalitat de Cataluña”. En realidad, debería haber dicho que era la fotocopia reducida de Pujol, quien, a su vez, era la fotocopia reducida de Macià y a su vez, el propio Mas se vería engrandecido por sus sucesores, que no resistimos a recordar, a pesar de su banalidad creciente: Puigdemont, Torra, Aragonés… Cierto que estamos en la época de la nanotecnología y que estos nanopolíticos son un signo de los tiempos.

No, definitivamente, nada en el proceso fue “serio”, salvo para los que se lo tomaron en serio. El tiempo -han bastado cuatro años- para redimensionarlo todo. Puigdemont sigue en su Waterloo personal, acompañado de una corte menguante. Los “presos politics”, ya no están presos, no por presión popular, sino por las necesidades de supervivencia del gobierno Sánchez. El independentismo hace cuatro años que va reculando en las encuestas y hoy ni siquiera es mayoritario entre los jóvenes. Los del Omnium Subvencionatum, dicen que “som el 52%” y, sí, es cierto que en las últimas elecciones a la gencat los indepes obtuvieron, sumadas la media docena de candidatura, el 52% de los votos… sí, pero sobre el 50% de los votantes. Porque está tan claro que la gencat ha sido la “institución de los indepes” y no “el autogobierno de todos los catalanes” que muchos -incluido el que suscribe- decidimos no hacer el caldo gordo a la institución, ni siquiera votando a partidos no indepes.

Aquella época ya ha pasado y, por mucho, que algunos crean que la debilidad de Sánchez les permite abrir de nuevo el frente del “referéndum”, lo cierto es que, tanto Sánchez como Aragonés saben que lo único que van a discutir es sobre el destino de unos millones de euracos por aquí, o sobre la ampliación del aeropuerto del Prat por allá. Y, por lo demás, cabria decir que los indepes son de los que les gusta jugar y perder… porque está muy claro que un referéndum, en 2017 quizás hubiera dado un resultado negativo, pero hoy no hay ninguna duda de que sería muy negativo.

Como casi nadie en Cataluña se acuerda ni del “procés”, ni de Puigdemont, de tanto en tanto, aparece algún coletazo que nos quiere convencer de que aquello fue una operación seria y estudiada. Aquí entra el profesor de historia de Mongolia (sí, de la tierra de los mongoles) que estudio en Hiroshima. Josep Lluis Alay. Alay no tuvo protagonismo ni con Mas ni con Pujol, era un personaje gris en el grisáceo panorama catalán.

El 25 de marzo de 2018, Alay iba con Puigdemont en coche desde Finlandia hasta Bruselas (la friolera de 2.369,4 km según Google) y al atravesar la frontera alemana resultaron detenidos en Neumünster. Fue puesto en libertad y tres días después, ya en España, la Audiencia Nacional lo detuvo y lo puso en libertad. Fue la primera vez que Alay apareció en todo este embrollo.

Tres meses después, Torra lo nombró “Coordinador de Políticas Internacionales de la Presidencia” a la vista de su conocimiento de países como Mongolia y el Tíbet… Un mes después, fue nombrado “Responsable de la Oficina del expresidente Puigdemont en aplicación de les prerrogativas d’aquest” (según dice la wikipedia catalana). Poco se sabe de su gestión que suponemos se limitaba a enviar por la Wester Union a Puigdemont, la paguita. Parece que publicó una recopilación de 73 historias cortas que había publicado en Ara y en el Punt/Avui, con prólogo de Aamer Anwar (pakistaní afincado en Glasgow). No se supo nada más de él hasta que el 28 de octubre de 2020 fue detenido en el marco de la Operación Vólkhov por la Guardia Civil a causa de un delito de malversación de caudales públicos (los envíos de la Wester, seguramente…). En fin, el personaje, como puede verse, es bastante banal.

Lo sigue siendo después de que el viernes pasado en New York Times publicara que “había admitido que se encontró en octubre de 2019 con dos personas de los círculos del poder oficial ruso, durante las semanas de disturbios callejeros en Cataluña como reacción a la sentencia del Tribunal Supremo en el juicio por la independencia unilateral y el referéndum ilegal de 2017”. Al parecer, él y el abogado de Puigdemont Gonzalo Boye trataron de “tejer alianzas con Rusia”.

El País ofrece un repertorio de los contactos y de las fuentes. Esta es una vieja historia que ha sido difundida con fruición desde hace años por la Embajada de los EEUU: “los rusos son tan pérfidos que quieren romper España”. Los datos aportados son pocos e incomprobables. Tienen, desde el principio, todo el aspecto de ser una “operación psicológica” organizada por la estación de la CIA en Madrid. Lo cierto es que, desde que comenzaron estos rumores, los rusos contestaron con ironías e, incluso, un humorista del Este ironizó sobre las simpatías de Rusia con Puigdemont llamando en directo a la Cospedal (véase el artículo “Cipollino” y la “participación rusa” en la “crisis catalana”). Cuatro años después, las cosas siguen igual.

Los contactos entre los independentistas catalanes y Rusia siguen siendo tenues. Siempre buscados por los independentistas. Las fuentes, inevitablemente, llevan todas a la Embajada de los EEUU (y a los mismos servicios secretos que auguraban la llegada de los talibanes a Kabul a finales de 2022 o principios de 2023…).

No hay nada nuevo bajo el sol. En 1926, Francesc Macià viajó a la URSS para recabar apoyo soviético para su lucha por la independencia de Cataluña. Se entrevistó con Zinoviev que le prometió ayuda para su proyecto (el intermediario era Pepe Bullejos, secretario general del Partido Comunista de España). Cuando todavía iba en tren de regreso a París, no se enteró de que Zinoviev, justo después de la entrevista, había caído en desgracia (acabaría fusilado unos años después) y durante unos meses siguió pensando en el “oro de Moscú”. Como no llegaba, rompió con Bullejos y dijo que “los rusos le habían prometido todo, pero no le habían dado nada”. Eso es lo más próximo que un indepe ha estado cerca de las torres del Kremlim.

Lo sorprendente es que un independentista esté siempre dispuesto a hipotecar lo que considera su nación, a quien le preste ayuda para crear esa misma nación. El “orgullo independentista” hace que prime la intención de “romper España” sobre cualquier otra consideración: sobre la viabilidad económica, sobre la imposibilidad de una nación nacida con el 50,5% de los votos sobre el 49,5%, sobre el pago a quienes han facilitado desde el exterior la independencia (lo que supone un factor de “dependencia”).

Las información -Alay ha aceptado que, efectivamente, se entrevistó con funcionarios rusos- genera más perplejidad sobre el estado mental de los propulsores del “procés”: ¿Cómo es posible que pensaran que la Unión Europea les admitiría en su seno, después de que la independencia fuera apoyada por los rusos? ¿Es que no se habían enterado que el ingreso en la UE y en la OTAN van parejos como dolorosamente comprobamos en la España de los 80? A pesar de que la oferta indepe fuera “comprar gas natural ruso” ¿se preocuparon sobre cómo llegaría hasta la plaza de Cataluña? ¿no calcularon que España compra más gas ruso del que se consume en la región catalana?

El artículo del New York Times es equívoco. Habla de que los rusos apoyaron al Tsunami democrático (lo que dista mucho de estar comprobado) y, por su redacción, parece como si los contactos de Alay hubieran llegado a algo… En realidad, al gobierno ruso, nunca le ha interesado la independencia de Cataluña y la prueba es que el “procés” fracasó, no por falta de apoyo exterior -que nunca lo tuvo- sino porque, para cualquier observador objetivo era evidente que se trataba de un “mal negocio”.

Cuando los juristas se preguntan “¿cómo se financio el procés?”, la respuesta más simple, la única, la que todos los catalanes con capacidad para ver, vieron, fue una: la gencat, con sus propios recursos financió la TOTALIDAD del procés, desde la publicidad pagada en los medios de comunicación, hasta las subvenciones repartidas a ayuntamientos que luego devolvían en cuotas (no precisamente baratas) a la Asamblea de Municipios por la Independencia y entregando miles de millones en subvenciones a entidades cuya única función era promover el independentismo… Y luego, claro está, algún empresario poco avispado que creyó que dando unos miles de euracos de nada, luego, cuando .cat fuera independiente, recibiría el ciento por uno. No hacía falta más. Ni rusos, ni chinos, ni talibanes.

Si Alay reconoce ahora estos contactos, es para intentar dar la sensación,

1) de que Puigdemont vive,

2) que el “procés” fue algo serio que llegó a las puertas del Kremlim,

3) que todos los que participaron en él se lo tomaron en serio y realizaron un “análisis geopolítico”.

Pero no se engañen, Puigdemont debería seguir algún curso de formación profesional y buscar un oficio en Waterloo (o en un barrio más barato; le recomendamos Molembeek en donde se sentirá como en el Raval de Barcelona). No se engañen: Alay llegó a las puertas del Kremlim pero ni pasó de ellas, ni nadie allí se lo tomó en serio (de habérselo tomado en serio, el “procés” hubiera evolucionado de una forma mucho más dramática y no hubiera terminado como sainete). Y, finalmente, el análisis geopolítico que realizaron, fue propio de bachilleres.

Saben aquel que dice:

- President, un iceberg se ha separado del Ártico, sin urnas ni nada, se fue y listo.
Y responde Puigdemont:
- Consigue el teléfono de ese iceberg, necesito saber cómo lo hizo.
De ahí salió el DIU

Malo ¿verdad? Pues el “procés” fue un chiste aún peor.