lunes, 5 de octubre de 2020

"LA CONSPIRACIÓN ABIERTA" (2 DE 3) - EL PAPEL DE LA SOCIEDAD FABIANA

 

En 1884, Wells se matriculó la Escuela Normal, no se graduaría en 1887, a causa de haber iniciado su trabajo como periodista aficionado. En el curso 1886-1887 participó en los debates de la Sociedad Fabiana y en los encuentros nocturnos en la Kelmscott House de Willian Morris, una mansión victoriana de ladrillo que era su residencia londinense. Morris era, en la época, uno de las personalidades más influyentes del mundo de la cultura inglesa y se había vinculado a John Ruskin que puede ser calificado como el “último de los socialistas utópicos”. Se sentía atraído por la Edad Media y eso le llevó a pertenecer a la Sociedad Prerrafaelita y a través de ella y directamente intentó ofrecer a la sociedad victoriana una interpretación propia de la artesanía medieval.

En lo político, Morris se sentía atraído por el anarquismo desde la década de 1880 y, posteriormente, en el período en que se vinculó con Wells, había pasado a ser un socialista convencido y miembro de la Federación Socialdemócrata (en 1893) que dio lugar a la Liga Socialista (1894) en la que también participó. Se trataba de una organización que agrupaba a socialistas no marxistas, con cierta tendencia al misticismo y entre los que se encontraban los primeros cristianos de izquierdas y gentes que, posteriormente militarán en la Sociedad Teosófico o que ya lo hacían en ese momento. Ese período, precisamente, coincide con los encuentros de Kelmscott House. Morris defendía un “socialismo de Estado”, partidario del control centralizado y activamente promotor del ateísmo. Desde el punto de vista personal, Morris era un tipo inestable, que llegaba a perder el conocimiento cuando se enojaba (probablemente estuviera afectado por el síndrome de Tourette). Sin embargo, influyó decisivamente en toda la izquierda inglesa de finales del XIX.

Para Wells, las discusiones en el domicilio de Morris le sirvieron para vincularse con George Bernard Shaw, Graham Wallas que ya participaban en las actividades de la Sociedad Fabiana. Esta entidad había sido fundada en 1884 en Londres. Su nombre derivaba del cónsul romano Quintus Fabius Máximus, “Cuntactor” (literalmente “el que retrasa” o “el que contemporiza”), que ha pasado a la historia al haber logrado frenar la invasión cartaginesa de Roma, evitando los enfrentamientos directos con Aníbal, tendiéndole ocasionalmente la mano para negociar, pero intentando solamente evitar el choque directo y recurriendo frecuentemente a la guerra de guerrillas y al sabotaje en la retaguardia cartaginesa. Estas actividades llamaron la atención de los fundadores del grupo (una verdadera secta política) que lo tomaron como ejemplo de la estrategia a aplicar contra el capitalismo y para seguir la marcha hacia una sociedad socialista.

A diferencia de Marx, los fabianos, que también se consideraban socialistas y revolucionarios, opinaban que había que avanzar discretamente erosionando al capitalismo y tratando de reconducirlo desde dentro impulsando una evolución gradual que transformara, poco a poco, a la sociedad de capitalista en socialista.  

Las primeras opiniones políticas de Wells tuvieron lugar en este marco y cuando ya se había visto ganado por estas ideas. El 15 de octubre de 1886, en una de las reuniones de la Sociedad de Debate, presentó la potencia “Socialismo Democrático” en el que definía lo que era para él el socialismo (“una causa común de los hombres en la búsqueda de la felicidad mutua”). Sorprendentemente, sostenía que se llegaría al socialismo mediante “la fusión del individuo con el Estado” lográndose con ello la fusión entre la capacidad productiva del Estado que éste debía estimular y las necesidades de consumo de la población. Resumió, en plena ortodoxia fabiana, su programa sosteniendo que lo que proponía era un pacto social equitativo que supusiera un aumento del nivel de vida para la mayoría y una pequeña disminución para las clases superiores.

Sin embargo, en este planteamiento –como en el de los fabianos- existían muchas sombras de duda. La primera de todas era que entendía como “clases superiores”. Lo aclaró poco después en el mismo foro, cuando ya se había radicalizado. Para él, en ese momento (1889), lo esencial era la “abolición de la herencia y la propiedad” y tal debía ser “el único objetivo de la nueva y progresista orden de los socialistas”. No era eso, exactamente, lo que proponían los fabianos que formaban en torno al matrimonio Webb, fundadores de la sociedad y al propio Bernard Shaw, su miembro más prominente.

En realidad, Wells estaba proponiendo un tercer camino en la marcha hacia el socialismo que consideraba ineluctable. Por un lado estaba el socialismo marxista (o “científico”) que aspiraba a la “igualdad de oportunidades”, mientras que el socialismo fabiano (o “acientífico) pretendía aspirar a la “igualdad de condiciones”. Wells pretendía que desaparecieran las barreras de clase y que se estableciera una libre competencia de los individuos al margen de su origen y establecer una “meritocracia” de carácter darwinista. Estaba convencido de que lo que valía para las especies animales podía también aplicarse para la especie humana y que la competencia biológica eliminaría la incompetencia. La eliminación de la herencia y de la propiedad privada haría el resto.

Así pues, es importante, dejar claro que Wells fue “fabiano” relativamente y solamente en un momento de su vida. Su pensamiento y el de la sociedad fabiana diferían ampliamente y no tanto en su ideología como en la aplicación de sus principios. Ambos, Wells y los fabianos, eran ateos, con cierta tendencia al misticismo (procedente de sus maestros de pensamiento, Morris y Ruskin) y anclado en la simpatía con el que contemplaban al socialismo utópico premarxista. Pero Wells, era mucho menos místico que los Webs o la propia teósofa Annie Besant (que también participó en este círculo). Ambos se querían “realistas y objetivos”, pero eran utópicos en sus ideales, en ninguno de los dos casos eran marxistas y no creían, en absoluto, en la capacidad del proletariado en ser la clase social hegemónica en el futuro, ni siquiera en la conveniencia de que lo fuera. Los fabianos eran paternalistas en relación al proletariado, pero  Wells, sustituyó ese paternalismo por un darwinismo social que aspiraba a que, incluso los elementos disfuncionales en el seno del proletariado se sometieran a los elementos mejor preparados y más aptos.

Desde el punto de vista estratégico, tanto Wells como los fabianos opinaban que no se podía afrontar una lucha contra el capitalismo frontalmente, sino que era preciso hacerlo de manera gradual. Harina de otro costal es lo que entendía por “capitalismo”. En realidad, no albergaban particular hostilidad hacia el mercado, el liberalismo económico y todo aquello que había facilitado la irrupción de la burguesía en la modernidad. Da, más bien, la sensación de que entendían por “capitalismo”, al sistema establecido por las antiguas élites nobiliarias inglesas devenidas en un primer tiempo, patronos (a diferencia de en España, en el Reino Unido, la industrialización se realizó porque buena parte del capital excedentario obtenido por los terratenientes, en su inmensa mayoría miembros de la nobleza, se invirtió en la industria). Así pues, en el fondo, de lo que se trataba era de privar a los “lores” de sus privilegios. Y las tácticas para hacerlo eran diferentes (en Wells mediante la lucha contra la “herencia” y contra la propiedad, y entre los fabianos, mediante una serie de medidas, especialmente fiscales).

Así como Wells expresaba un criterio personal, compartido públicamente por su círculo íntimo, los fabianos, constituyeron pronto un grupo de presión dentro del Partido Laborista y se dedicaron a la formación de cuadros a través de la fundación de la London Economic School en 1894. Lo sorprendente es que, esta escuela, desde aquel momento, se ha dedicado a la formación de élites mundialistas y entre las capas más selectas de la alta finanza, y ciertamente, las promociones que han salido de allí, se han situado siempre en el espacio de la socialdemocracia europea y de los liberales norteamericanso, sin embargo, el proyecto que, en la práctica han defendido tiene mucho más que ver con las ideas registradas por Wells.

Así como Wells expuso sus ideas en La Conspiración Abierta, los fabianos multiplicaron sus publicaciones y en 1889 reunieron todos los textos elaborados en el volumen titulado Fabian Essays in Socialism. En ambos casos, lo que intentaban no era una “revolución por lo bajo”, sino un “cambio revolucionario por lo alto”, tratando de que se sumaran a sus tesis y a las filas de la Sociedad Fabiana, miembros relevantes e influyentes de la sociedad. Es decir, en ambos casos, su mensaje, por “socialista” que se considerase, no iba dirigido a las masas populares, sino a élites de grupos sociales relevantes.

Para los fabianos, uno de los elementos clave de su táctica y lo que debía unir su movimiento al Partido Laborista, eran las políticas municipales. A través de los ayuntamientos, podían obtenerse mejoras directas en el nivel y en las condiciones de vida de la población. De ahí que enfocaran buena parte de sus esfuerzos a presentar a sus élites en las elecciones municipales o a influir en el programa municipal del laborismo. De ahí que, en algún momento, se conociera al fabianismo como “socialismo municipalista”. Wells rechazaba completamente este planteamiento y fue, entre otros, el que tuvo mayor peso a la hora de romper con el matrimonio Webb y con Bernard Shaw. Wells no pensaba que se pudiera organizar la reforma del “capitalismo” y la marcha hacia una sociedad socialista en base a los municipios que, eran, en su mayoría, en aquel momento, muy pequeños. Proponía, más bien, una regionalización de los servicios, pero en absoluto una conversión de estos en empresas colectivizadas o estatalizadas; para él, bastaba, simplemente, con que las grandes empresas tuvieran un “representante público en su Consejo de Administración y con poderes del Parlamento” para lograr honestidad y eficacia en la gestión, mucho más de lo que sería capaz de realizar una empresa que trabajara para un ayuntamiento por muy colectivizada que estuviera.

 

Si bien, la Sociedad Fabiana, asumió e integró esta crítica en su patrimonio ideológico, la siguiente, emitida por Wells en 1906, sería ya de imposible digestión y llevó a la ruptura. En efecto, el 9 de noviembre de ese año, en el curso de una charla titulada Los fallos de la Sociedad Fabiana, Wells siguió con sus críticas aludiendo al “elitismo” de la que hacía gala y pidiendo que se abriera a otras clases sociales (en realidad, a otras “élites sociales”). Para él era fundamental, actuar entre las “clases educadas y las clases medias” y realizar una adaptación en la forma de presentar el “socialismo”. En esa ocasión propuso la conversión de la Sociedad en un “movimiento de masas” (creía que podría reunir a nuevos 10.000 miembros en un año). La conferencia fue considerada como un desafío a la “vieja guardia fabiana” (los Webb y Shaw), sin embargo, se estableció un comité especial para analizar las propuestas de Wells. Ocho meses después, el comité aceptó las recomendaciones para ampliar la base de la sociedad, aumentar la propaganda y abrirse a otras formaciones socialistas. Pero cuando se trató de poner en práctica las recomendaciones tuvo lugar el choque entre Wells y Shaw (en las reuniones celebradas entre el 8 y el 14 de marzo de 1907) que solamente se salvó in extremis cuando el primero retiró su moción de censura a la “vieja guardia” de la sociedad.

Así se saldó la primera fase de la batalla que había emprendido Wells para tratar de convertir a la Sociedad Fabiana en una formación más activa y militante: con un ligero avance hacia las posiciones de Wells, pero sin alterarse la composición de la dirección. La Sociedad creció, como proponía Wells, llegando a 1267 miembros en 1907, y creando varias sucursales en las universidades más importantes del país. También se incrementó el número de mujeres. Pero en la junta elegida en 1907, la proporción seguía siendo favorable a la “vieja guardia” con 12 miembros en la dirección, por 8 partidarios de Wells.

En 1906, Wells publicó una obra profética, En los días del cometa. Fue un error que le costaría caro. En la novela, el planeta vivía una situación extrema: estaba casi al borde de la guerra y cerca del precipicio de una crisis industrial sin precedentes. Pero, entonces, un pequeño cometa se estrella contra la Tierra y sus vapores transforman a la humanidad, estableciéndose una sociedad basada en la fraternidad, la paz y el amor… Hasta aquí, se trataría de la típica utopía novelada, pero el problema era que, como es habitual en la producción de Wells, el problema de fondo queda envuelto en las vicisitudes personales de los protagonistas directos. El protagonista, un tal Leadford, queda también transmutado por los efectos del cometa y terminará proponiendo la vida en común entre él, su mujer, su amante y el novio de ésta, incluyendo la promiscuidad sexual. Las críticas llovieron sobre Wells que quedó definido como partidario de la promiscuidad, destructor de la familia y propagador de una sexualidad viciosa.

A raíz de este patinazo, y de las críticas que surgieron contra él en el seno mismo de la Sociedad Fabiana, Wells debió escribir un ensayo, El socialismo y la familia, en el que rechazó todas estas acusaciones. Realizó, eso sí, una crítica a la familia burguesa y patriarcal; sostuvo también que las jóvenes que se casaban perdían su libertad y que, como consecuencia de esto, la natalidad declinaba. Proponía, por tanto, la abolición del orden patriarcal en tanto que el socialismo rechazaba la “propiedad de los seres humanos”. Haciendo causa común con las sufraguistas, proponía una igualdad absoluta de derechos entre el hombre y la mujer; defendía que el Estado pagara la educación de los hijos nacidos fuera del matrimonio; establecía que los padres que no educasen a sus hijos debían ser castigados por el Estado e incluso se preocupó de definir cuáles deberían ser las características de los que podían aspirar a la paternidad (incluyendo un perfecto estado de salud, libres de cualquier enfermedad hereditaria, solventes, independientes y mayores de edad). El Estado ayudaría a los padres, exigiéndose responsabilidades y se producirían sanciones si las incumplían. Otra de sus propuestas fue subsidiar a las madres para que fueran completamente independientes. En cualquier caso, lo que quedó claro es que la paternidad debería estar rígidamente regulada.

La polémica en torno a la familia agravó la situación de Wells dentro de la Sociedad Fabiana. Poco después, en junio de 1907, se produciría otra polémica que agriaría definitivamente su posición en el seno de la entidad. En realidad, la Sociedad Fabiana, aspiraba a ser un grupo de presión dentro del Partido Laborista, pero no a constituir un nuevo partido socialita, ni ha hablar vagamente en nombre del “socialismo”. En su artículo publicado en la revista New Age [1], El movimiento socialista y los partidos políticos socialistas, sostenía que el “socialismo” no debía de ser un “partido” (para él “un intento de utilizar las fuerzas de la comunidad”) sino un “movimiento” capaz de “crear una fuerza de convicción en la sociedad”. Experimenta la fórmula “partido” como un límite. Propone que la Sociedad Fabiana “colabore” con el laborismo, pero no oculta que le gustaría más que se dedicara solamente a la formación de élites culturales, a la educación y a preparar el estado de ánimo de la población para la construcción de una sociedad socialista.

Con todo, durante la época en la que Wells perteneció a la Sociedad Fabiana, nunca se preocupó de definir exactamente en qué consistía su concepto de “socialismo”. Hubo que esperar a 1908 para leer su concepción en el libro El nuevo mundo para el viejo. En la primera parte, traza la historia del socialismo y elogia particularmente a los socialistas utópicos, apoya a Marx en un punto particularmente significativo (la internacionalización del socialismo). Posteriormente incluirá el socialismo dentro de un marco democrático. Explicará que los socialistas deben orientarse, con espíritu internacional y democrático, hacia una administración eficiente, lo que implicará la planificación a gran escala. A la pregunta de ¿qué es el socialismo?, responderá diciendo que es “es la negación de que el impulso y la voluntad individual son los únicos posibles métodos por los cuales la cosas pueden mejorar en el mundo”: el “plan” es el resultado de los esfuerzos organizacidos y de la superación de la individualidad. Termina tocando los dos puntos: la educación de los niños y el control de la producción y distribución. En el primer punto defiende las posiciones que ya expuso en El socialismo y la familia. En el segundo, propone una nacionalización con compensación (expropiación retribuida). Demuestra no estar muy lejos de los bolcheviques cuando asegura que “el Estado será el único banquero ... así como el terrateniente universal”. Prácticamente todos los sectores económicos deberían ser nacionalizados en su criterio.

Pero si la propuesta es radical, el tono es gradualista, como lo era el de la Sociedad Fabiana. Incluso la expropiación debía realizarse, paso a paso. No se muestra muy partidario ni de la opinión pública ni de las elecciones parlamentarias, pero sostiene que el socialismo llevará también a lo que denomina “mente colectiva”. Todas estas propuestas fueron publicadas a principio de 1908, pero en las siguientes elecciones, celebradas el 24 de abril del mismo año, Wells –que por entonces ya estaba dado de baja de la Sociedad Fabiana- recomendó el voto para el candidato liberal-conservador Winston Churchill en la demarcación de Manchester, en lugar de sostener a los socialistas de los que dijo que no tenían posibilidades. A fin de cuentas, no había ocultado en la polémica sobre el movimiento y el partido que su socialismo era “pragmático”.

El problema fue que Churchill perdió las elecciones y que Wells había fracasado en su empeño de hacerse con el control de la Sociedad Fabiana. Ambas derrotas le indujeron a abandonar la política activa. Poco después estallaron las huelgas de obreros portuarios que se extendieron a la minería y que, todavía hoy, suponen los conflictos laborales de más larga duración habidos en el Reino Unido. Wells escribió un artículo sobre el tema en un periódico de tinte conservador, alarmando a la población sobre la posibilidad de que estallará una lucha de clases. Explicaba que, en las primeras huelgas protagonizadas por el movimiento obrero se estaba luchando por mejoras salariales y reivindicaciones laborales, pero que ahora, los obreros estaban planteando una huelga “contra el sistema”. El trabajador ha dejado de creer en el Parlamento, decía, y la situación puede volverse tan explosiva que termine en una revolución. Pero si el gobierno decide aplastar la huelga, lo que conseguirá será aplastar la esperanza, así pues, para prevenir que los desórdenes vayan a más, habrá que introducir medidas para mejorar las relaciones de clase y “abolir la clase trabajadora”. Más adelante lo resume en una consigna: “Necesitamos un nuevo contrato social” y a este solamente se podía llegar mediante las negociaciones entre el gobierno, la patronal y los sindicatos. Pero lo que estaba proponiendo también era eliminar el trabajo asalariado. Propone una especie de servicio civil obligatorio y comunitario, en lugar del “trabajo asalariado”, que lleve a una “sociedad sin clases”. Lo siguiente será mejorar la representación, mediante una nueva ley electoral de carácter proporcional y una mejor ordenación de las zonas urbanas, para crear entornos de vida agradables.

Habría mucho de divagación propia de un intelectual de provincias empeñado en reordenar el mundo en su cerebro, de no ser porque Wells gozaba ya en ese momento de un extraordinario prestigio. Su opinión era tomada en consideración al tratarse de uno de los escritores más conocidos del Reino Unido. Por tanto, cuando estalló la Primer Guerra Mundial, a pesar de sus alegatos pacifistas, se declaró a favor de la guerra y por la destrucción del poder del “Kaiser-Krupp”. Llegó a decir que “Cada espada que se leventa contra Alemania se levanta por la paz”. Todo lo cual no le impidió seguir considerándose como “pacifista”. En realidad, en aquellos años, Wells se declaró a favor de la guerra pero en ningún momento en función de una postura nacionalista. Fue del núcleo de intelectuales que impusieron la idea, en el curso de aquellos años, de que la Primera Guerra Mundial sería la última guerra, una guerra para acabar con todas las guerras. En múltiples ocasiones se volvió contra el pacifismo de izquierdas.

En realidad, en su concepción, la derrota de Alemania y de los Imperios Centrales, supondría la extensión de la democracia a todo el mundo. El conflicto supondría tal schock en las poblaciones que se abriría una posibilidad para reordenar el mundo sobre una base social más justa, que para él solamente podía ser su concepción del socialismo. Así mismo, sentenció la proximidad del fin para el Imperio Británico.

Durante ese período (1914-1918) las prioridades políticas que se fijo Wells desde su soberbia independencia y que propuso a toda la nación fueron: el control de armamentos (la industria del sector debería estar en manos del Estado y no en manos privadas), la creación de un organismo internacional (“La Liga de Naciones Libres”) para preservar la paz y conseguir acuerdos federales entre las naciones.

Ahora bien, durante los años de la Guerra Mundial, había estallado en Rusia la revolución bolchevique y en 1920, Wells viajó al naciente Estado Soviético registrando sus opiniones en una obra titulada Rusia en las sombras, en el que expresaba su simpatía por el republicanismo, por la planificación y por el rechazo a la diplomacia tradicional. Conoció en Rusia a Gorki y a Lenin, pero lo que vio no le convenció de la justeza de los análisis marxistas. Consideró el bolchevismo como una simple teoría de la revolución, que no estaba abalado por ningún proyecto de transformación real y pragmático de la sociedad. Termina llamando al comunismo “el basurero de Estados podridos y fallidos”. Así pues, lo que experimenta por el bolchevismo, en síntesis, es simpatía, pero decepción.

Al volver de Rusia, Wells se unió al Partido Laborista y realizó cierta actividad propagandística para esta formación. Lo considera “el partido de una nación” (mientras el bolchevismo sería para él “el partido de una clase”), admira la posibilidad de que en su interior puedan coexistir tendencias (a diferencia del Partido Comunista y del Partido Socialista) y exalta el que el “labour” no aspire solamente a ser representante de los trabajadores. Sin embargo, todo su activismo no sirvió para que quedara en buena posición en las elecciones celebraras el 15 de noviembre de 1922, en las que se presentó como candidato por su distrito quedando en tercer lugar, tras el candidato conservador y el liberal.

Al año siguiente, volvió a presentarse, a otras elecciones parciales. Pero tampoco en esta segunda ocasión la suerte le sonrió, a pesar de que había modificado sus posiciones y había escrito cuatro folletos para sus electores explicando sus posiciones. Insistía en que “capitalismo” y “socialismo” no eran contradictorios sino que podían convivir. Defendía que se aplicaran impuestos a los propietarios de mayores fortunas, que se insistiera en la educación y que se limitará la propiedad a las “cosas privadas”, insistía en una política económica planificada a nivel internacional y en la práctica afirmaba principios que en ese momento estaban defendidos por Keynes. Se muestra contrario al proteccionismo y partidario de las rebajas arancelarias, favorable al comercio “libre y amigable” a escala internacional. También en esta convocatoria quedó el tercero, tras el candidato conservador y el liberal. Ahí terminaron sus ambiciones parlamentarias y sus compromisos de partido. Wells recuperó su independencia. En los años siguientes seguiría escribiendo crónicas políticas y análisis semanales en distintas revistas insistiendo en los temas que hemos expuesto precedentemente (en especial, en materia educativa).

Fue a finales de los años 20 y en los primeros años 30 cuando Wells, escribió sus obras políticas más visionarias, entre ellas La Conspiración Abierta, planes para una revolución mundial, junto a El trabajo, la riqueza y la felicidad de la humanidad (1932) y El cerebro mundial (1938). En estas tres obras, Wells desarrolla su propia teoría, el funcionalismo. El estilo literario de Wells siempre resultó descuidado y poco atractivo. Su fama literaria, no deriva de su forma de escribir sino de los temas que presenta. Estos libros fueron el fruto de la Gran Depresión que alertó a Wells sobre las disfunciones del sistema económico mundial. Los cuatro puntos de esta teoría son:

1.- la existencia de un gobierno mundial.

2.- la existencia de una enciclopedia mundial y de una red mundial educativa.

3.- la existencia de una producción colectiva y de un sistema mundial de crédito y dinero.

4.- la extinción de las fábricas de armamentos en manos privadas.

5.- la modernización de la educación en todo el mundo.

6.- la libertad de expresión y de prensa y

7.- el derecho de circulación por todo el mundo

Y tales son las ideas que constituyen el leit-motiv de estas tres obras. Al mismo tiempo, Wells asumió la presidencia del PEN Club Internacional (organización de los derechos humanos que en teoría une a escritores de todo el mundo) y primer presidente de la Sección de Educación de la Asociación Británica. En ambas asociaciones, la meta esencial era la “paz mundial” y la “cooperación internacional”. Pero, de entre todos los temas propios del “funcionalismo”, Wells insistió especialmente en la necesidad de una “revolución mundial” que debería de surgir como resultado de los siete puntos anteriores. Obviamente, no entendía esta revolución como una insurrección generalizada y la toma del poder por la violencia, sino como una especie de revolución de las ideas y de establecimiento de la planificación económica. Esto último era lo que seguía atrayéndole del bolchevismo y del New Deal de Roosevelt (intento de planificación estatal para salvar las consecuencias adversas de la Gran Depresión). A pesar de que su actitud ante la URSS no varió esencialmente desde su visita a Moscú, en 1930, al observar que la URSS no se había visto afectada por la Gran Depresion, escribió cuando se estableció el famoso Plan Quinquenal soviético:

“Toda la Unión Soviética está en medio de un gran experimento, el más amplio y extraordinario intento de reconstruir la vida económica como nunca se ha intentado... Dentro de cinco años, si el Plan tiene éxito, Rusia se transformará en un país de grandes latifundios dirigidas por el gobierno del pueblo... La Unión Soviética se va a convertir en una enorme organización productora cuyas tierras trabajarán para el beneficio común”.

Sin embargo, esta opinión se veía atemperada especialmente por el miedo de que el Plan pudiera tener éxito y esto supusiera reavivar el modelo de la revolución soviética de 1917 para todo el mundo. Estaba convencido de la tosquedad de las estructuras de poder soviéticas y de su falta de formación cultural y temía que, de resultar exitoso el plan, este modelo pudiera exportarse a todo el mundo. Sin olvidar, por supuesto, las limitaciones a la libertad de expresión que se habían puesto brutalmente en evidencia con las purgas estalinistas en el interior del PCUS. En 1935, varío ligeramente su opinión inicial, afirmando que “En ningún sentido se puede decir que Rusia es ahora un país revolucionario: se ha convertido en una país dogmático”. Pero, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y especialmente cuando la URSS entró en guerra, volvió elogiar al bolchevismo considerándolo que Stalin “defiende la bandera desgarrada de la colectividad y el mundo sigue siendo algo espléndido y lleno de esperanza”.

Respecto a los EEUU, el interés de Wells fue creciendo a lo largo de los años 30. Vio en el New Deal otro intento de reconstruir la economía, relativamente similar a los Planes Quinquenales soviéticos. Se sintió entusiasmado por los programas de Roosevelt de creación de empleo y de inversiones públicas. Viajó a los EEUU en 1934, 1935, 1937 y 1940 y contempló de cerca el hecho de que hasta que no comenzó la Segunda Guerra Mundial, la economía nortemaeircana no se recuperó completamente: y eso, a consecuencia del conflicto. Wells pensaba que todo esto se debía a que la economía estaba descontrolada y que era necesario embridarla para siempre. Consideró que si la política del New Deal había tenido un éxito limitado, se debía a que no tuvo el valor de ser suficientemente audaz. Llegó a escribir: “tanto Roosvelt como Stalin estaban intentando crear un Estado socialista moderno, gigantesco y científicamente organizado”. De ahí a proponer un “eje mundial” Moscú-Washington, había solo un paso que Wells dio en varios artículos escritos entre 1934 y 1938: solamente tal eje podía superar la Gran Depresión y la amenaza de guerra. Incluso en su viaje a Moscú en 1934, en el curso del cual se entrevistó con Stalin, le comentó el paralelismo entre los dos proyectos soviético y norteamericano. Stalin negó tales parecidos, alegando que la diferencia estribaba en que el objetivo de Roosevelt era salvar al capitalismo y el de su interlocutor avanzar hacia el socialismo. Wells, sin embargo, siguió detalló el paralelismo:

"Si empezamos con el control estatal de los bancos y después sigue el control de la industria pesada, de la industria en general, del comercio, etc., este control que abarca a los principales sectores de la economía, es equivalente a la propiedad estatal de todas las ramas de la economía nacional. Este será el proceso de socialización” y sobre las diferencias entre capitalismo y socialismo argumentó: “Me parece que, en lugar de poner el acento el antagonismo entre los dos mundos, deberíamos, en las presentes circunstancias, esforzarnos en establecer una lengua común para todas las fuerzas constructivas”.

Así se llegó a la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, Wells no parece interesado ni en los orígenes del conflicto, ni en quien fue el verdadero responsable del mismo (sus admirados Roosevelt y Churchill, tendrían demasiado que decir al respecto, así que optó por eludir, significativamente, la cuestión), pero aprovechó el conflicto para agitar sus ideas internacionalistas. Inicialmente lanzó una campaña a favor de los “derechos humanos universales”. Dado que en el período bélico existieron restricciones a los derechos democráticos y se estableció entre los partidos británicos una “tregua electoral” que prolongó el parlamento hasta que terminó la guerra en Europa, Wells aprovechó para pedir más transparencia y “poder popular”.

Sus intereses estuvieron orientados en esos años a la defensa de una democracia liberal y convencional que para él consistía en subordinar el Estado al “bien común”. En realidad, en esos años, fue el único que apostaba por esas ideas que, solamente unos años antes habían sufrido (especialmente en su fórmula parlamentarista) un desprestigio absoluto. Así pues, se conviene que en esos años, la postura de Wells fue “liberal” de un lado e “internacionalista” de otro, a lo que hay que añadir toda la retórica que añadió en torno a los “derechos humanos internacionales”. Expuso estas opiniones en varios artículos y folletos escritos entre 1939 y 1945.

En realidad, ninguna de estas ideas era completamente nueva: el “liberalismo” tenía varios siglos de existencia, el “internacionalismo” estaba por cumplir el primero y en cuanto a los “derechos humanos”, ya estaban enunciados en los textos de la Ilustración. Ahora bien, la habilidad de Wells consistió en refundirlos y en darles una proyección mundial. Ni siquiera sus sugerencias sobre la necesidad de una “autoridad mundial” eran nuevas. Cuando la expuso, se preocupó de realizar una crítica a la Sociedad de Nacional y, en realidad, no estaba exponiendo nada que no se hubiera ya experimentado como necesidad en los medios teosóficos y “progresistas” de finales del siglo XIX y principios del XX que dieron lugar a las más diversas manifestaciones, desde el internacionalismo proletario, hasta organismos que regularon las Exposiciones Internacionales o los Juegos Olímpicos o movimientos, como la misma Sociedad Teosófica que proponían una “religión mundial”. Así mismo, Wells siguió existiendo en el “derecho a la educación” como una parte de los “derechos humanos universales”.

Ahora bien, Wells, en su obra The New World Order, diseña el mundo como una confederación de Estados mezcla de capitalismo y colectivismo difícilmente digerible en aquel momento. Está proponiendo un “capitalismo ético” y una sociedad en la que todos piensen en todos y todos actúen en beneficio de todos. Establece la obra como si se tratara del articulado de una ley y propone un mundo que extrañamente se parece al que empezó a cobrar forma tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Atrás quedaron las tentaciones “gradualistas” que había defendido veinte años antes en el seno de la Sociedad Fabiana, se muestra extremadamente radical, especialmente en dos frentes, los derechos humanos universales y la regulación de los conflictos mediante una asociación internacional con capacidad para enjuiciar a líderes de los países que no cumplen la legislación mundial que, por supuesto, en su óptima, está por encima de las soberanías nacionales. Wells había defendido desde 1901 la existencia de “un Estado mundial”, pero solamente ahora tenía posibilidades de realizarse.

Obviamente, Wells nunca se preocupó por la vulneración de los derechos humanos a causa de los bombardeos de terror realizados sobre Alemania (e incluso sobre poblaciones civiles de la Francia ocupada) entre 1942 y 1945. Tampoco dijo ni una sola palabra sobre los millones de violaciones que protagonizó el ejército soviético en su entrada en los países carpáticos y de la Europa Central, ni por los desplazamientos de millones y millones de ciudadanos de las tierras que les vieron nacer. No parecía que sus propuestas sobre estos temas fueran dirigidas contra “todos los contendientes”, sino a favor de los aliados. De hecho, desde los años 20 siempre se había mostrado como un antifascista militante, incluso en su novela The Holy Terror (1939), mostró a un personaje cuyos rasgos coincidían exactamente con los de Sir Oswald Mosley, aristócrata jefe y fundador de la British Union of Fascists.

Wells murió el 13 de agosto de 1946, pero su obra quedó. No tuvo tiempo de ver que los organismo internacionales constituidos a partir de la victoria aliada, respondían extrañamente a sus propuestas. Es más, los procesos de Nuremberg, respondieron a su visión particular del “derecho”.



[1] El editor de la revista era Alfred Richard Orage quien tras interesarse por la política y por el socialismo se pasó a la Sociedad Teosófica y trabó amistad con Ouspensky y Gurdjieff. Con este último trabajó durante años siendo responsable, entre otras cosas, de difundir su sistema de autodesarrollo personal. Antes había sido editor de la revista The New Age, una publicación muy importante durante los primeros años del siglo XX en la que escribieron autores muy conocidos como Bernard Shaw, G. K. Chesterton y H.G. Wells y que trató sobre temas literarios, filosóficos, místicos y políticos. Orage publicó varios libros sobre sus experiencias esotéricas, filosóficas y las relacionadas con la teosofía, movimiento al que criticó de forma importante y del que se separó oportunamente. La revista The New Age, que fue creada en 1907 y editada por Orage hasta 1922, comenzó siendo de carácter literario y se inclinó posteriormente hacia el misticismo. Declinó a partir de que fuera vendida por su fundador y terminó por desaparecer en 1938. La revista The New Age estuvo inicialmente influida por el socialismo utópico de William Morris y John Ruskin, George Bernard Shaw, que luego formaría parte de la Sociedad Fabiana, apoyó a Orage en la iniciativa. Sin embargo, en el interior de la redacción se filtraron intelectuales y poetas que luego fueron a converger con el fascismo (Wyndham Lewis y Ezra Pound) procedentes del “vorticismo”. Orage seguiría también una vía personal en política. Se declaró partidario de las políticas de Georges Sorel sobre el sindicalismo y la huelga general. Al igual que Wells apoyó a los movimientos feministas y se declaró “socialista”. Incluso en los momentos en los que se había dejado de interesar preferencialmente por la política, y centrado en los trabajos de Gurdjieff y Ouspensky, siguió manteniendo una personal concepción del “socialismo”. En sus últimos años insistió en la idea del “crédito social” impulsada por un “movimiento” con ese nombre fundado en 1924 por CH Douglas y e el que participó Ezra Pound e incluso en Los Cantos Pisanos, recogió algunas ideas de Douglas. Orage elaboró un plan inspirado en la teoría del “crédito social” que fue presentado por el senador Bronson M. Cutting ante el Senado de los EEUU proponiendo que se convirtiera en una de las herramientas del New Deal de Roosevelt.