martes, 13 de octubre de 2020

CUANDO TODAS LAS POLÍTICAS FRACASAN, SOLO QUEDA ENTREGAR LA GESTIÓN A TÉCNICOS Y EXPERTOS

Todo el país está maravillado por el tristísimo espectáculo que está dando la clase política: Europa se pregunta ya si somos un “estado fallido”. Lo somos, porque ha fallado el Estado, la constitución y el propio pueblo español. Ha fallado el pueblo español porque ha elegido a los peores gobernantes posibles en el peor momento de su historia: en democracia cada cual es responsable de lo que le cae encina; la democracia no parece hecha para un pueblo visceral, propenso a los estallidos de cólera, pero poco dado al análisis crítico y al uso de la inteligencia. Eso es lo que dictaminaría cualquier experto a la vista de 40 años de democracia, en donde las cosas han ido de mal en peor. Ahora estamos ya en ese punto en el que ya ni siquiera existe garantía de poder cubrir los servicios básicos: eso es, precisamente, un “Estado fallido”.

Nadie puede negar que, en este momento, es que el país está sometido a una triple división:

- entre derecha e izquierda, que hace imposible el que el país llegue a consensos y políticas comunes en todos los terrenos, incluida la lucha contra el Covid-19 y el bochorno dramático que supone el que seamos el primer país del mundo en número de muertos por cada 100.000 habitantes. Fracaso de la derecha. Fracaso de la izquierda. Fracaso de la clase política.

- entre partidos estatalistas y partidos independentistas, que se pone de manifiesto en celebraciones como el 12-O: este país no tiene “fiesta nacional” aceptada por todos, porque no todos aceptan su presencia dentro del Estado: quieren un Estado propio porque se han autoconvencido de que “son nación” y toda nación, obviamente, aspira a tener un Estado. Y poco importa que el “modelo nación”, pertenezca al pasado y que naciones como España, deban necesariamente aproximarse a otras para sobrevivir. El independentismo es, de todas las cerrilidades del país, la peor sífilis en tanto que tiende a desandar lo que la historia común ha andado

- entre pueblo y clase política, el que la gente vote es poco significativo: partidos y sindicatos son las entidades peor valoradas en el país. Y, paradójicamente, son las entidades que tienen todo el poder. Hoy, solamente fanáticos de uno u otro bando, se atreverían a poner la mano en el fuego por algún político. El que esto no se traduzca en mayores niveles de abstención y en, lo que podríamos llamar, el “voto rotativo”, que migra de un partido a otro en cada ciclo electoral y que se ve permanente defraudado, no es impedimento para reconocer que nadie cree en los partidos políticos salvo los que viven de los partidos políticos.

Y mientras vemos cómo se va hundiendo la enseñanza (con un ministerio más preocupado por las pintadas que han aparecido en la mansión de su titular que por la incongruencia de permitir por decreto-ley el aprobado general y con un “ministerio de universidades”, desgajado de educación sólo para satisfacer a Podemos), como se engaña la cifra del paro con los ERTES, como las “medidas económicas” del gobierno no pasan de ser publicidad que ocupa un día en los titulares de la prensa, asistimos a una confusión total en lo relativo al Covid-19:

- Todavía nadie ha sido capaz de explicar porqué la incidencia en España está siendo mucho mayor que en el resto del mundo y por qué estamos por encima de los 55.000 muertos y somos el primer país del mundo en muertos por cada cien mil habitantes.

- Todavía ningún medio, ni grupo social, ni partido político, ha insistido suficientemente en la creación de una Comisión Independientes de Técnicos Expertos, que nos explique qué ha fallado para ser líderes en mortandad y en repuntes, qué y quiénes son los responsables. Por encima de cualquier otro argumento, este debería ser el eje de la denuncia de VOX en la moción de censura que daría la medida de la actitud del resto de partidos: o comisión independiente de investigación o complicidad en el encubrimiento de porqué la pandemia se ha cebado sobre nuestra sociedad, más que en cualquier otro lugar del mundo.

- Todavía nadie se explica los cuatro tiempos que imprimió el gobierno Sánchez en el tratamiento de la pandemia:

1) En febrero no dudó en generar miedo a través de los medios de comunicación oficialistas, (TVE1 se convirtió en el principal difusor del miedo) pero no tomó ninguna medida efectiva para prevenir la pandemia, preparar el sistema sanitario o, incluso, algo tan simple como comprar mascarillas.

2) En marzo el gobierno ordenó -tal como había hecho Italia- el confinamiento del país, asumiendo las riendas de la situación con ruedas de prensa tan ridículas como interminables diarias con inclusión de militares.

3) Cuando la pandemia todavía no había remitido, el gobierno ordenó una rápida desescalada, casi vertiginosa, impulsada, no por consideraciones sanitarias, sino porque la sociedad empezaba a estar harta del confinamiento. En lugar de buscar el consenso con otros partidos y con la sociedad civil, prefirió seguir liderando la crisis, con la desescalada.

4) Cuando se percibió que el problema distaba mucho de haber concluido (80 fotos el 15 de julio y 1.000 el 15 de agosto), el gobierno optó por trasladar la gestión de la pandemia a las autonomías, en la esperanza de que fueran estas las que se fueran desgastando al tener que adoptar medidas.

El clímax de toda esta serie de despropósitos ha sido el tira y afloja entre la CAM y el gobierno del Estado, el papel del Tribunal Supremo dando marcha atrás a las medidas impulsadas por el gobierno y la intervención de la CAM en materia sanitaria. En Navarra, para evitar estos último, el gobierno autonómico ha adoptado medidas similares. Y en Cataluña, con una gencat descabezada, unas elecciones pendientes, un mindundi ejerciendo de “president” y unos partidos indepes preocupados solo por ver quien seguirá siendo el amo del gallinero, los medios de comunicación ya anuncian que en 15 días la situación será peor que en Madrid.

El país se está cayendo a trozos. El hecho de que, desde el extranjero, se empieza a hablar de España como “Estado fallido” es descorazonador, pero no del todo falso. Reproduzco de Wikipedia algunas frases sobre la definición de “Estado fallido”:

[Las características de un Estado fallido son:]

- Pérdida de control físico del territorio, o del monopolio en el uso legítimo de la fuerza.

- Erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones.

- Incapacidad para suministrar servicios básicos.

- Incapacidad para interactuar con otros Estados, como miembro pleno de la comunidad internacional.

Por lo general, un Estado fallido se caracteriza por un fracaso social, político, y económico, caracterizándose por tener un gobierno tan débil o ineficaz, que tiene poco control sobre vastas regiones de su territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad, refugiados y desplazados, así como una marcada degradación económica.

(…)

En un sentido amplio, el término se usa para describir un Estado que se ha hecho ineficaz, teniendo sólo un control nominal sobre su territorio, en el sentido de tener grupos armados (e incluso desarmados) desafiando directamente la autoridad del Estado, no poder hacer cumplir sus leyes debido a las altas tasas de criminalidad, a la corrupción extrema, a un extenso mercado informal, a una burocracia impenetrable, a la ineficacia judicial y a la interferencia militar en la política”.

Seguramente estas líneas constituyen la mejor definición de la situación de España a día de hoy. Esto no lo arregla la clase política. Y es aquí en donde la Corona se la juega:

- puede esperar a que una clase política que tantas veces ha demostrado su ineficacia y su incapacidad para llegar consensos, más allá del reparto de la caja y de taparse las vergüenzas unos a otros, resuelvan la situación, o bien

- puede hacer valer su papel y esto pasa no solamente por tirar de las orejas con frases contenidas y casi protocolarias o los políticos, sino por asumir la máxima autoridad del país en momentos cada vez más caóticos, disolver las cámaras y formar un gobierno de técnicos y expertos por encima de autonomías, partidos y de la propia sociedad española que ha demostrado no estar en condiciones de asumir sus destinos por vía del voto.

La democracia y los partidos son admisibles, justos y deseables cuando funcionan bien. Cuando el país está en la divisoria entre un “Estado moderno” y un “Estado fallido”, los que han desgobernado, ni tienen legitimidad, ni derecho, ni capacidad, ni posibilidades, para seguir gobernando, salvo que ese país quiera destruirse. Las “constituciones”, no son materia sagrada: sirven para lo que sirven -ordenar, gestionar y organizar a un país- si éste se ha convertido en un amasijo caótico de administraciones (central, autonómica, municipal, europea) y poderes enfrentados (judicial, ejecutivo, legislativo), con parcelas del Estado que han dejado de funcionar (y repleto de escalones administrativos con calle center, perfiles de Facebook, emails, teléfonos que nadie descuelga ni responde), esa constitución, por bonita y doradita que la presenten, es un cadáver en descomposición.

Y desafío a alguien a que me demuestre que, en este país, algún partido político, ha aportado algo bueno, razonable o de interés general, ahora o dentro de 15 días cuando la situación del Covid-19 haya vuelto a paralizar el país.