lunes, 20 de abril de 2015

Francis García Cuartiella ha fallecido (1952-2015)



Info|Krisis.- Cuando falleció hará unos años Carlos Oriente lo primero que recordé es que “los amados de los dioses mueren jóvenes”. Cuando unos años antes había muerto Liberato Egea, la cita histórica que vino a mi mente era la de “morirán los mejores”. Ahora, que se ha ido Francis García, inevitablemente recuerdo aquella frase de Séneca: “Si no quieres combatir, retírate. En efecto, nada te impide morir”. Francis, es de los que han elegido morir por propia voluntad.

Conocí a Francis García en Madrid en el curso de una reunión de los Círculos Doctrinales José Antonio, en aquel abigarrado despacho que tenían en la calle Ferraz. Presidían la reunión Diego Márquez y Carlos Ruiz Soto. Debía ser 1973. Se trataba de preparar una de las “concentraciones nacionales” de los Círculos. Francis estaba sentado en la fila de delante y según una costumbre que no le abandonó jamás, empezó a cuchichear conmigo a despecho de lo que decía la mesa presidencial. En realidad, ni él ni yo encajábamos mucho en aquel ambiente que pronto abandonamos como una etapa no particularmente afortunada de nuestra vida. Pero aquella primera conversación fue el inicio de una muy buena amistad y camaradería que duró hasta día y medio antes de su decisión de morir. En efecto, cruzamos un último email y la noticia siguiente que tuve de él fue la de su fallecimiento.


Francis era un tipo especial. Todos los que lo conocimos, podemos dar fe de ello. Y lo era desde muy joven. No se encuentra a dos personas como él en todo el mundo. Intelectual tradicionalista, prácticamente del budismo desde el verano de 1978, militó, además de en el Círculo José Antonio de Zaragoza, en el Frente Nacional de la Juventud y en el Frente de la Juventud, siendo detenido en la redada que pulverizó a esta organización en junio de 1980. Proseguiría durante toda su vida su búsqueda espiritual, reuniendo una extensísima biblioteca de, probablemente, más de 10.000 volúmenes, dedicados a los temas de espiritualidad que siempre constituyeron el eje de su vida. Por su origen familiar y por su habilidad para las lenguas, esa biblioteca –que considero única en Barcelona- englobaba libros en todos los idiomas. Era, sin duda, la biblioteca más caótica y desordenada que he conocido, pero también la más completa: bastaba pedirle un título para que inmediatamente lo localizara en cualquier bolsa de plástico o en la cornisa de una olvidada estantería.

Su mundo era la espiritualidad: dominaba desde muy joven la obra de Evola y de René Guénon. Conoció a Schuon y a maestros sufíes tanto como a budistas o taoístas. Mantenía correspondencia y amistad con intelectuales franceses de esta corriente. Pero sus intereses intelectuales iban mucho más allá de la espiritualidad: la sociología, la política internacional, el estudio de la modernidad, la ecología, el mundo de las sectas, constituían otros frentes de su curiosidad. Raro era el día que no compraba uno o varios libros. Ya no queda mucha gente así.

Siempre se interesó por los puntos de vista alternativos. Cuando se produjeron las protestas del “no a la guerra” en 2003, Francis fue uno de los que organizaron la gran manifestación que recorrió las calles de Barcelona gritando contra la intervención norteamericana en Irak. Seguía manteniendo sus opiniones políticas de siempre, pero se había aproximado al mundo alternativo.

Después de casarse pasó los últimos siete años de su vida en China regresando hace un mes y medio aquejado de varios problemas físicos. Le gustaba China y creo que me pintó el cuadro más completo de aquella sociedad cuya evolución miraba con interés. Gracias a él supe que el comunismo chino no difiere, ni siquiera hoy, del peor stalinismo; o que la asignatura de marxismo-leninismo es obligatoria en todos los cursos de carreras universitarias y que no es precisamente “una maría”, se aprueba o no hay forma de pasar al curso siguiente. Supe que en los campus chinos, los altavoces tronaban consignas del Partido Comunista, en lo que me pareció una situación orwelliana. Supe, gracias a él, que el suicidio era una salida habitual en China y que había muchos días que la polución medioambiental impedía ver la luz del sol. No me extraña que volviera con problemas físicos. Y sin embargo, el pueblo chino le gustaba. Tuvo ocasión de conocer en aquel país (y en todo el sudeste asiático) a maestros de las distintas corrientes espirituales y tradiciones de aquellas latitudes. Siempre estuvo en estos viajes acompañado por su esposa, Yiffen, mujer de gran entereza, capacidad de trabajo y cultura.

Francis era una de las personas más sociables que he conocido. Le costaba poco hacer buenos amigos y siempre tendía a ver las mejores cualidades en la gente. Bastaba una frase, una simple idea para que se interesara por alguien y, a partir de entonces, lo considerara un interlocutor válido. No siempre acertaba. En ocasiones se dejaba llevar por su entusiasmo por la gente. Se llevó algunas decepciones, pero también conoció gente excepcional, últimos rescoldos de un mundo que va terminando, testigos de otra época que hoy están recluidos en sí mismos y sin mucho interés ni por llamar la atención, ni por manifestar su existencia.

Creo que yo fui uno de sus mejores amigos y, desde luego, todas las veces que me despedía de él por email terminaba con un “cordial saludo de tu amigo y camarada”. Era amigo y camarada mío. Así que lo siento doblemente. Se ha ido alguien excepcionalmente modesto del que el mejor elogio que podemos decir y lo más a lo que aspiraba era a ser “una buena persona”.

Ambos nos llevamos una gran satisfacción cuando en 1988 un amigo y editor nos encargó la traducción de Cabalgar el Tigre. Conocíamos previamente el libro y lo habíamos leído a finales de los años 70. Aquel texto nos cambió la vida. Nos hizo espiritualmente entrar en la madurez.  Ninguno de los dos dudábamos de la superioridad intelectuales de su autor, Julius Evola, sobre cualquier otro de la misma corriente. Para otros, la espiritualidad era el estudio de algo que no tenía nada que ver con el mundo contingente. Para Evola, en cambio, la espiritualidad y la vida, eran dos polos difícilmente separables. A diferencia de las grandes tesis de Guénon imposibles de llevar a la práctica o que desviaron a sus partidarios hacia instituciones tan contradictorias como el tradicionalismo católico, la masonería o el islam, con Evola hay dos tipos de prácticas a elegir: una, aquella adaptada para el hombre de acción y expuesta en su obra Los hombres y las ruinas, ideal para quienes creen que “todavía puede hacerse algo” para remontar la pendiente de la decadencia; junto a esta, para quienes creen que ya nada puede hacerse y que lo más sensato es apartarse cuando se viene encima el alud de la modernidad, Evola escribió sus últimas reflexiones, las de Cabalga el Tigre. El libro, escrito en los años 60, sigue todas y cada una de las corrientes de aquella época y recomienda algunas normas de comportamiento frente a problemas nuevos. Nos dice que la decadencia que estamos viviendo hoy, no es la de una “sociedad tradicional”, sino que lo que se está manifestando es la crisis de la sociedad burguesa y de los valores burgueses. Nos dice ante todo y sobre todo que es preciso “superar el nihilismo”: pasar por el nihilismo, reconocer que no hay instituciones que valga la pena defender, dejar de utilizar coartadas y coberturas tranquilizadoras a modo de clavos ardiendo a los que asirnos, o como decía Julio Cortazar, la única vía posible era tirarlo todo por la venta y luego, tirar la ventana por la ventana. Lo que nos indica Evola es que hay que iniciar un viaje hacia el fin del nihilismo, bañarse en él, superarlo, y luego tener el valor de permanecer en pie ante el vacío y la vacuidad de la sociedad moderna.

Tradujimos el libro que se editó y del que todavía se han hecho sucesivamente decenas de ediciones y se ha difundido hasta la saciedad por Internet. Fue un trabajo coral que realizamos en el curso de un mes. No solamente desgranábamos las páginas de las ediciones francesas e italiana del libro, sino que, además, aprovechábamos para comentar la obra, dar vueltas a los temas (que era como dar vueltas a la modernidad y empaparnos de aquellas ideas) y ampliar nuestras propias conclusiones.

Uno de los capítulos de Cabalgar el Tigre se titula: El derecho sobre la vida: el suicidio. Es de las páginas más duras que he leído jamás. Si la vida no es el valor supremo (y no lo es, puesto que el héroe está dispuesto a entregar su vida, renunciando a ella, en defensa de su comunidad, de su dama, de sus valores) y somos dueños de nuestra vida y responsables de todo lo que nos ocurra, la muerte a iniciativa propia es una opción. Mishima, Venner, Montherland, Drieu, siguieron ese camino. Evola citaba la frase de Séneca: “Si no quieres combatir, puedes retirarte. En efecto, nada de impide morir”. Es una opción.

Solamente dos doctrinas admiten el suicidio como algo moralmente admisible: el estoicismo y el zen. Ambos nos sentimos siempre extremadamente próximos a ambas corrientes. Si con la primera solamente podía existir un conocimiento literario e intelectual, con el budismo zen, si es posible encontrar todavía a “maestros espirituales” que te entreguen los rudimentos de la práctica.

Hubo un momento en el que nuestros caminos espirituales se distanciaron, aun cuando no nuestra amistad –siempre he considerado a Francis García como mi hermano y siento ahora mismo el dolor que se siente cuando muere un hermano de sangre- ni nuestra complicidad o nuestros análisis políticos. Francis buscaba “maestros espirituales” y “sistemas iniciáticos”. Yo, a finales de los 80, me convencí de que buscar todo eso era problemático: nada indicaba que seguían existiendo (al menos dignos de tal nombre). A partir de entonces, empecé a concebir la espiritualidad como una pared en blanco y siendo el medio más accesible para acceder a ella la meditación en su forma zen. Buscar sistemas iniciáticos complejos podía suponer emplear demasiado tiempo y poner excesivas esperanzas que podrían verse decepcionadas. Y el tiempo nunca vuelve. En cuanto a la “iniciación”, había conocido demasiados sistemas iniciáticos como para dudar de su eficacia en la actualidad: era como si las puertas que en otro tiempo habían permanecido abiertas y permitían el tránsito del mundo de lo contingente al de la trascendencia, se hubieran ido cerrando. Tal es el drama de nuestra época.


Todo esto no era nada distinto a lo que Evola nos había explicado: seguía siendo necesario realizar el viaje al fin del nihilismo, apurar el nihilismo en todos sus aspectos y actuar como el caballero de aquel grabado de Anton Durero, El caballero, la muerte y el diablo. El caballero de Durero, sin duda el mejor artista alemán, aun acosado y seguido por el diablo, parece dotado de una impasibilidad y serenidad a toda prueba. Así es como debemos actuar ante las destrucciones omnipresentes de la modernidad. No hay remedios “tradicionales” accesibles. Las puertas se han cerrado. Estamos nosotros solos ante el vacío. Solos ante nosotros mismos. Solos ante la ilusión de un mundo impermanente y en plena desintegración. Reconocer todo esto implica situarnos ante el “punto omega” de nuestra propia existencia: y entones se abren dos vías. La de aceptar la vida, tratar de aprovechar lo que ésta nos ofrece. O la de considerar que el viaje es ocioso, que ya sabemos lo que nos depara y, retirarnos; esto es, morir. Francis, eligió esta segunda opción.

Mañana 21 de abril de 2015, será icinerado en Collserola de 16:15 a 17:00 horas. Lo podéis visitar hoy y mañana en el Tanatorio de la Ronda de Dalt, sala nº 20.


Que el Sol, eterno y lejano, lo tenga para siempre en su luz.