Info|Krisis.- Cuando falleció hará unos años
Carlos Oriente lo primero que recordé es que “los amados de los dioses mueren jóvenes”. Cuando unos años antes
había muerto Liberato Egea, la cita histórica que vino a mi mente era la de “morirán los mejores”. Ahora, que se ha
ido Francis García, inevitablemente recuerdo aquella frase de Séneca: “Si no quieres combatir, retírate. En efecto,
nada te impide morir”. Francis, es de los que han elegido morir por propia
voluntad.
Conocí a Francis García en Madrid
en el curso de una reunión de los Círculos Doctrinales José Antonio, en aquel
abigarrado despacho que tenían en la calle Ferraz. Presidían la reunión Diego
Márquez y Carlos Ruiz Soto. Debía ser 1973. Se trataba de preparar una de las “concentraciones
nacionales” de los Círculos. Francis estaba sentado en la fila de delante y según
una costumbre que no le abandonó jamás, empezó a cuchichear conmigo a despecho
de lo que decía la mesa presidencial. En realidad, ni él ni yo encajábamos
mucho en aquel ambiente que pronto abandonamos como una etapa no
particularmente afortunada de nuestra vida. Pero aquella primera conversación
fue el inicio de una muy buena amistad y camaradería que duró hasta día y medio
antes de su decisión de morir. En efecto, cruzamos un último email y la noticia
siguiente que tuve de él fue la de su fallecimiento.
Francis era un tipo especial.
Todos los que lo conocimos, podemos dar fe de ello. Y lo era desde muy joven.
No se encuentra a dos personas como él en todo el mundo. Intelectual
tradicionalista, prácticamente del budismo desde el verano de 1978, militó,
además de en el Círculo José Antonio de Zaragoza, en el Frente Nacional de la
Juventud y en el Frente de la Juventud, siendo detenido en la redada que
pulverizó a esta organización en junio de 1980. Proseguiría durante toda su
vida su búsqueda espiritual, reuniendo una extensísima biblioteca de,
probablemente, más de 10.000 volúmenes, dedicados a los temas de espiritualidad
que siempre constituyeron el eje de su vida. Por su origen familiar y por su
habilidad para las lenguas, esa biblioteca –que considero única en Barcelona-
englobaba libros en todos los idiomas. Era, sin duda, la biblioteca más caótica
y desordenada que he conocido, pero también la más completa: bastaba pedirle un
título para que inmediatamente lo localizara en cualquier bolsa de plástico o
en la cornisa de una olvidada estantería.
Su mundo era la espiritualidad:
dominaba desde muy joven la obra de Evola y de René Guénon. Conoció a Schuon y
a maestros sufíes tanto como a budistas o taoístas. Mantenía correspondencia y
amistad con intelectuales franceses de esta corriente. Pero sus intereses
intelectuales iban mucho más allá de la espiritualidad: la sociología, la
política internacional, el estudio de la modernidad, la ecología, el mundo de
las sectas, constituían otros frentes de su curiosidad. Raro era el día que no
compraba uno o varios libros. Ya no queda mucha gente así.
Siempre se interesó por los
puntos de vista alternativos. Cuando se produjeron las protestas del “no a la
guerra” en 2003, Francis fue uno de los que organizaron la gran manifestación
que recorrió las calles de Barcelona gritando contra la intervención
norteamericana en Irak. Seguía manteniendo sus opiniones políticas de siempre,
pero se había aproximado al mundo alternativo.
Después de casarse pasó los
últimos siete años de su vida en China regresando hace un mes y medio aquejado
de varios problemas físicos. Le gustaba China y creo que me pintó el cuadro más
completo de aquella sociedad cuya evolución miraba con interés. Gracias a él
supe que el comunismo chino no difiere, ni siquiera hoy, del peor stalinismo; o
que la asignatura de marxismo-leninismo es obligatoria en todos los cursos de
carreras universitarias y que no es precisamente “una maría”, se aprueba o no
hay forma de pasar al curso siguiente. Supe que en los campus chinos, los altavoces tronaban consignas del Partido
Comunista, en lo que me pareció una situación orwelliana. Supe, gracias a él,
que el suicidio era una salida habitual en China y que había muchos días que la
polución medioambiental impedía ver la luz del sol. No me extraña que volviera
con problemas físicos. Y sin embargo, el pueblo chino le gustaba. Tuvo ocasión
de conocer en aquel país (y en todo el sudeste asiático) a maestros de las
distintas corrientes espirituales y tradiciones de aquellas latitudes. Siempre
estuvo en estos viajes acompañado por su esposa, Yiffen, mujer de gran
entereza, capacidad de trabajo y cultura.
Francis era una de las personas
más sociables que he conocido. Le costaba poco hacer buenos amigos y siempre
tendía a ver las mejores cualidades en la gente. Bastaba una frase, una simple
idea para que se interesara por alguien y, a partir de entonces, lo considerara
un interlocutor válido. No siempre acertaba. En ocasiones se dejaba llevar por
su entusiasmo por la gente. Se llevó algunas decepciones, pero también conoció
gente excepcional, últimos rescoldos de un mundo que va terminando, testigos de
otra época que hoy están recluidos en sí mismos y sin mucho interés ni por
llamar la atención, ni por manifestar su existencia.
Creo que yo fui uno de sus
mejores amigos y, desde luego, todas las veces que me despedía de él por email
terminaba con un “cordial saludo de tu amigo y camarada”. Era amigo y camarada
mío. Así que lo siento doblemente. Se ha ido alguien excepcionalmente modesto
del que el mejor elogio que podemos decir y lo más a lo que aspiraba era a ser “una
buena persona”.
Ambos nos llevamos una gran
satisfacción cuando en 1988 un amigo y editor nos encargó la traducción de Cabalgar el Tigre. Conocíamos
previamente el libro y lo habíamos leído a finales de los años 70. Aquel texto
nos cambió la vida. Nos hizo espiritualmente entrar en la madurez. Ninguno de los dos dudábamos de la
superioridad intelectuales de su autor, Julius Evola, sobre cualquier otro de
la misma corriente. Para otros, la espiritualidad era el estudio de algo que no
tenía nada que ver con el mundo contingente. Para Evola, en cambio, la
espiritualidad y la vida, eran dos polos difícilmente separables. A diferencia de
las grandes tesis de Guénon imposibles de llevar a la práctica o que desviaron
a sus partidarios hacia instituciones tan contradictorias como el
tradicionalismo católico, la masonería o el islam, con Evola hay dos tipos de
prácticas a elegir: una, aquella adaptada para el hombre de acción y expuesta
en su obra Los hombres y las ruinas,
ideal para quienes creen que “todavía puede hacerse algo” para remontar la
pendiente de la decadencia; junto a esta, para quienes creen que ya nada puede
hacerse y que lo más sensato es apartarse cuando se viene encima el alud de la
modernidad, Evola escribió sus últimas reflexiones, las de Cabalga el Tigre. El libro, escrito en los años 60, sigue todas y
cada una de las corrientes de aquella época y recomienda algunas normas de
comportamiento frente a problemas nuevos. Nos dice que la decadencia que
estamos viviendo hoy, no es la de una “sociedad tradicional”, sino que lo que
se está manifestando es la crisis de la sociedad burguesa y de los valores
burgueses. Nos dice ante todo y sobre todo que es preciso “superar el nihilismo”:
pasar por el nihilismo, reconocer que no hay instituciones que valga la pena
defender, dejar de utilizar coartadas y coberturas tranquilizadoras a modo de
clavos ardiendo a los que asirnos, o como decía Julio Cortazar, la única vía
posible era tirarlo todo por la venta y luego, tirar la ventana por la ventana.
Lo que nos indica Evola es que hay que iniciar un viaje hacia el fin del
nihilismo, bañarse en él, superarlo, y luego tener el valor de permanecer en
pie ante el vacío y la vacuidad de la sociedad moderna.
Tradujimos el libro que se editó
y del que todavía se han hecho sucesivamente decenas de ediciones y se ha
difundido hasta la saciedad por Internet. Fue un trabajo coral que realizamos en
el curso de un mes. No solamente desgranábamos las páginas de las ediciones
francesas e italiana del libro, sino que, además, aprovechábamos para comentar
la obra, dar vueltas a los temas (que era como dar vueltas a la modernidad y
empaparnos de aquellas ideas) y ampliar nuestras propias conclusiones.
Uno de los capítulos de Cabalgar el Tigre se titula: El derecho sobre la vida: el suicidio. Es
de las páginas más duras que he leído jamás. Si la vida no es el valor supremo
(y no lo es, puesto que el héroe está dispuesto a entregar su vida, renunciando
a ella, en defensa de su comunidad, de su dama, de sus valores) y somos dueños
de nuestra vida y responsables de todo lo que nos ocurra, la muerte a
iniciativa propia es una opción. Mishima, Venner, Montherland, Drieu, siguieron
ese camino. Evola citaba la frase de Séneca:
“Si no quieres combatir, puedes retirarte. En efecto, nada de impide morir”.
Es una opción.
Solamente dos doctrinas admiten
el suicidio como algo moralmente admisible: el estoicismo y el zen. Ambos nos
sentimos siempre extremadamente próximos a ambas corrientes. Si con la primera
solamente podía existir un conocimiento literario e intelectual, con el budismo
zen, si es posible encontrar todavía a “maestros espirituales” que te entreguen
los rudimentos de la práctica.
Hubo un momento en el que
nuestros caminos espirituales se distanciaron, aun cuando no nuestra amistad –siempre
he considerado a Francis García como mi hermano y siento ahora mismo el dolor
que se siente cuando muere un hermano de sangre- ni nuestra complicidad o nuestros
análisis políticos. Francis buscaba “maestros espirituales” y “sistemas
iniciáticos”. Yo, a finales de los 80, me convencí de que buscar todo eso era
problemático: nada indicaba que seguían existiendo (al menos dignos de tal
nombre). A partir de entonces, empecé a concebir la espiritualidad como una
pared en blanco y siendo el medio más accesible para acceder a ella la
meditación en su forma zen. Buscar sistemas iniciáticos complejos podía suponer
emplear demasiado tiempo y poner excesivas esperanzas que podrían verse
decepcionadas. Y el tiempo nunca vuelve. En cuanto a la “iniciación”, había
conocido demasiados sistemas iniciáticos como para dudar de su eficacia en la
actualidad: era como si las puertas que en otro tiempo habían permanecido
abiertas y permitían el tránsito del mundo de lo contingente al de la
trascendencia, se hubieran ido cerrando. Tal es el drama de nuestra época.
Todo esto no era nada distinto a
lo que Evola nos había explicado: seguía siendo necesario realizar el viaje al
fin del nihilismo, apurar el nihilismo en todos sus aspectos y actuar como el
caballero de aquel grabado de Anton Durero, El
caballero, la muerte y el diablo. El caballero de Durero, sin duda el mejor
artista alemán, aun acosado y seguido por el diablo, parece dotado de una
impasibilidad y serenidad a toda prueba. Así es como debemos actuar ante las
destrucciones omnipresentes de la modernidad. No hay remedios “tradicionales”
accesibles. Las puertas se han cerrado. Estamos nosotros solos ante el vacío. Solos
ante nosotros mismos. Solos ante la ilusión de un mundo impermanente y en plena
desintegración. Reconocer todo esto implica situarnos ante el “punto omega” de
nuestra propia existencia: y entones se abren dos vías. La de aceptar la vida,
tratar de aprovechar lo que ésta nos ofrece. O la de considerar que el viaje es
ocioso, que ya sabemos lo que nos depara y, retirarnos; esto es, morir.
Francis, eligió esta segunda opción.
Mañana 21 de abril de 2015, será
icinerado en Collserola de 16:15 a 17:00 horas. Lo podéis visitar hoy y mañana
en el Tanatorio de la Ronda de Dalt, sala nº 20.
Que el Sol, eterno y lejano, lo
tenga para siempre en su luz.