Info|Krisis.- Han pasado dos meses desde la convocatoria del referéndum soberanista
del 9 de noviembre y el independentismo sigue dando muestras de haber llegado a
su límite máximo. No solamente está remitiendo su influencia en la calle, sino
que los distintos partidos soberanistas están dando un poble ejemplo de cómo sus
declaraciones altisonantes se han terminado convirtiendo en mero tacticismo
electoralista. Para colmo, la irrupción de Podemos ha terminado por
desequilibrar las cuentas iniciales de los soberanistas. En un ambiente de
crisis, Artur Mas se prepara para afrontar los que serán sus últimos meses al
frente de la Generalitat. En esta situación extremadamente lábil y movediza, lo
más sorprendente es que los medios de comunicación de la Generalitat siguen
ejerciendo su particular tancredismo y, por aquello del, “corregilla y no
enmendalla”, se obstinan en seguir ignorando que su proyecto independentista
apenas fue votado por una cuarta parte del electorado catalán y, en este
momento, está descarrilado. Si no lo han advertido aún, la realidad se lo está
mostrando descarnadamente.
Una mentira mil veces repetida se
convierte en una verdad, frase atribuida falsamente a Göbbels y cuya verdadera
paternidad puede reivindicar Lenin (como demostró el historiador Joachim Fest),
parece ser el lema del equipo de comunicación al servicio de Artur Mas. Como si
aquí no hubiera pasado nada, como si el soberanismo fuera mayoritario en
Cataluña, como si existiera en las cuatro provincias un clamor unánime en favor
de la independencia, los medios de comunicación de la Generalitat, pagados por
todos, pero desde hace casi cuarenta años al servicio exclusivo del
nacionalismo, siguen repitiendo las mismas monsergas.
En Costa Rica existe un “Casal
Catalán”, sin embargo pocos catalanes residentes aquí se sienten
independentistas. Sobre los pocos que están en ese estado, me cuentan, que se
trata de individuos bastante ácidos, poco empáticos y, frecuentemente,
considerados como anómalos en relación a su misma comunidad de origen. Hace
poco vi una bandera independentista descolorida bajo el sol abrasador del
Caribe, colgada en una casita flotante de Isla Contadora, seguramente la más
azotada por la “chitra”, un minúsculo y ponzoñoso insecto que produce
urticación masiva en los miembros que asaetea. No pude por menos que sentir
cierta conmiseración por aquel pobre diablo cuyo máximo orgullo es mostrar,
entre picadura y picadura, una bandera descolorida, sin duda fabricada en
China, a gentes que no tienen ni siquiera noción de dónde está Cataluña. La
verdad es que la distancia es la mejor ayuda para redimensionar las grandes
cuestiones políticas de nuestro tiempo. Y desde el Caribe, el soberanismo
catalán no deja de ser una anécdota, a ratos triste, a ratos risible.
Se diría que el soberanismo
existe porque existe TV3. El día que Artur Mas se vea privado de este medio de
comunicación difícilmente podrá transmitir sus originalidades. En Cataluña,
hoy, no existen más de 20.000 personas que lean prensa en catalán. Los medios
de comunicación escritos en catalán siguen existiendo por expreso deseo del Palau
de la Generalitat y por las subvenciones generosamente distribuidas, pero
nunca, absolutamente nunca, ni en sus mejores momentos, han sido rentables.
Pero en la lejanía no llega prensa catalana y los ecos de TV3 no pueden
competir con los de ninguna cadena de tv por cable. A 10.000 km de distancia se
sabe del independentismo catalán solamente a través de Internet. La deducción a
la que llega uno cuando reflexiona desde la lejanía es que la Generalitat -que
cada vez gasta más en “embajadas” y menos en sanidad- está perdiendo la
partida.
Las razones de esta pérdida son,
fundamentalmente, cuatro. Las enumeramos por orden de importancia:
1) Incluso el público soberanista
empieza a estar cansado de una Generalitat instalada únicamente en la ficción
soberanista y para la que “gobernar” es solamente “vender futuro
independentista”. Una cosa es movilizarse uno, dos o tres días al año, sacar al
balcón una bandera -que muestra solo que allí vive un independentista y en la
mayoría de viviendas colindantes vecinos a los que el tema les importa muy poco-
y otra muy diferente, es estar en condiciones y con ganas de movilizarse
continuamente en favor de un ideal sobre cuyo destino planean cada vez más
dudas. La Generalitat no lo está haciendo bien. Es innegable que, incluso para
los nacionalistas, existen demasiadas sombras de corrupción sobre la gestión
del gobierno catalán. El ambiente que se percibe en las calles de Cataluña (al
menos hasta finales de noviembre) era mucho más deteriorado que en cualquier
otro lugar de España. Nadie, salvo los funcionarios de CiU y la legión de
“cuñados” y afiliados menesterosos, ve la necesidad de las “embajadas” o de
pagar por estudios de quiméricas “constituciones catalanas” o proyectos
inviables de “defensa”, mientras cada vez se comprueba que la sanidad está más
desasistida. Hoy, en Cataluña, ser independentista y creérselo es cada vez más
duro. A medida que pasa el tiempo, al soberanismo le cuesta más mantener en
activo a sus huestes. La tensión a la que han sido sometidas en los últimos
tres años parece excesiva para los magros resultados obtenidos. En estos
momentos, Mas no puede alardear ni siquiera de que ha arrancado unos
milloncejos negociando con el Estado. La sensación que da la Generalitat para
el común de los ciudadanos catalanes es de negligencia en la tarea de gobierno
y la sensación de que el soberanismo difícilmente irá más allá de donde llegó
el 9-N: a partir de ahora solamente le queda remitir.
2) La pugna entre Artur Mas y
Oriol Junqueras es una pugna entre dos grupos de intereses. Cada uno de ellos
trata de ensalzar más y de manera más dramática y grandilocuente el
“patriotismo catalán” y ambos intentan crear las expectativas más rutilantes
para una Cataluña independiente, pero cada vez se percibe de manera más nítida
que se trata solamente de declaraciones maximalistas de políticos que compiten
por un mismo electorado y que buscan solamente reforzar su poder dentro de la
administración catalana: el patriotismo es solamente el elemento emotivo y
sentimental, la coreografía inevitable que acompaña un mero tacticismo ansioso
por eternizarse en el poder (CiU) o por disponer de él en solitario (ERC) para
mejor fortuna de sus cuadros dirigentes.
La polémica en la que llevan enzarzados desde hace mes y medio Mas y Junqueras
sobre “elecciones plebiscitarias” o “elecciones ya”, se ha convertido en la
coletilla habitual de los informativos de TV3. Cada vez resulta más evidente
para quienes creen sinceramente que Cataluña debería ser independiente que
tanto para ERC como para CiU la discusión ya no reside en ese punto sino en
quién acaparará el poder en los próximos años. CiU se resiste a aceptar el
hecho de que su sigla está “quemada” por casos y más casos de corrupción. ERC
no está dispuesta a reconocer que el soberanismo era, es y seguirá siendo
minoritario entre la población.
3) La sociedad civil catalana
está reaccionando. La poca entidad de la mayor parte de los intelectuales y
artistas soberanistas y el silencio de la inmensa mayoría de catedráticos,
profesores universitarios y personalidades relevantes del mundo del arte y de
la cultura, presionados por el agit-prop
de la Generalitat, están dejando paso a una reacción de sectores cada vez
mayores de la intelectualidad catalana hostiles al soberanismo y hartos de
soportar en silencio la ausencia de sentido común del independentismo. En la
patronal, la hostilidad es absoluta. En lo que queda de los sindicatos, no es
menor. Algunos sectores se están organizando y, con retraso en relación a lo
que ocurrió en el Pais Vasco (seguramente porque en Cataluña el “terrorismo”
fue apenas un mal chiste de corta duración), también allí son perceptibles
movilizaciones de sectores culturales y sociales. La reacción al soberanismo
todavía no ha alcanzado a las masas, pero es cuestión de tiempo: cada vez en
las conversaciones particulares los “contras” del soberanismo salen a relucir
ante el desierto de “pros”. El soberanismo es cosa de funcionarios de la
Generalitat, “cuñados” de dirigentes de CiU y de ERC, pequeños grupos
ultrancistas y, además, recluidos especialmente en la “Cataluña interior”. El
error del soberanismo fue anunciar que la independencia resolvería todos los
problemas de Cataluña, cayendo en exageraciones extremas en la campaña SíoSí que hicieron salir de las entrañas
de muchos catalanes el viejo “seny” perdido
con la propuesta soberanista de doble salto mortal: situados ante la
perspectiva de un corte de relaciones con España y con la UE, es decir, con los
dos principales clientes, el independentismo ha remitido en las últimas semanas
especialmente en sectores de las clases medias y de la juventud.
4) La irrupción de Podemos resulta un elemento imponderable
con el que no contaba el independentismo hace un año. En las últimas elecciones
autonómicas que dieron la victoria a Artur Mas, ERC se había configurado como
el partido que acaparaba el “voto de protesta”. Muchos de sus votantes,
especialmente jóvenes, ni siquiera eran independentistas: votaban, simplemente,
a ERC porque era el partido que parecía responder más sinceramente al rechazo a
partidos grises (PSC, PP, ICV), a partidos demasiado corruptos (CiU) o a
partidos desdibujados (Ciutadans y UPyD). ERC era el partido que mejor podía
aceptar un joven educado en la “inmersión lingüística” y al que la política le
interesara sólo muy superficialmente. Pero esto ha cambiado en los últimos
meses: a pesar de sus ambigüedades, a pesar de cierto rechazo a presentarse
como “españolista”, la realidad es que Podemos
en Cataluña no manifiesta el más mínimo entusiasmo por el soberanismo y entre
las preocupaciones de sus dirigentes no existe el más mínimo interés por apoyar
la independencia catalana. Pues bien, en las últimas semanas, se ha producido
el abandono de una parte de la intención de voto de protesta hasta ahora
capitalizado por ERC, que se ha desplazado hacia Podemos: no es que sean votos “por la unidad de España”… es que son
votos que se restan al soberanismo.
A este cuadro particularmente
sombrío para el soberanismo se une un elemento internacional no desdeñable:
esta corriente, no solamente ha sido derrotada en Escocia, sino que remite en
el Québec Canadiense y en el Flandes belga, considerados habitualmente como
referencias para los independentistas catalanes. Si tenemos en cuenta que en
estas dos zonas existen razones de mucho mayor peso que en Cataluña para
defender ideas soberanistas (tanto en el Québec como en Flandes se hablan
lenguas de origen completamente diferente al hablado por la otra comunidad, inglés
y francés, respectivamente) y, dejando aparte que en Canadá hace 150 años ambas
comunidades resolvían sus problemas por medio de las armas o que Bélgica no es
un “Estado histórico”, sino un simple “Estado tapón” creado entre Alemania y
Francia, el hecho de que el soberanismo remita en estas zonas es indicativo de
que el siglo XXI no será el siglo de los “micronacionalismos”, sino más bien el
de los “grandes espacios económicos”. Resulta inevitable que la inexistencia de
“éxitos” en Occidente por parte de los partidos soberanistas repercuta, así
mismo, desfavorablemente, en el soberanismo catalán.
Por todo ello, no habrá
independencia de Cataluña. Los soberanistas no verán la creación de un Estado
independiente como no se verán jamás las orejas. Si el soberanismo ha podido
llegar hasta aquí ha sido por manejar diestramente la técnica del cambalacheo
político –el “do ut est”, “yo te doy, tú
me das”- durante el período Pujol y por la crisis económica derivada tanto
de la globalización como del estallido de la burbuja inmobiliaria y de los
errores del zapaterismo, que el soberanismo tuvo la habilidad de presentar como
“responsabilidad del Estado Español”. Será difícil que se vuelva a dar una
circunstancia de este tipo. En realidad, la crisis soberanista que se inició en
2011, tenía paralelismo en la actitud ofensiva del catalanismo político 100
años antes. Aquellos eran hombres de otro fuste y, sin embargo, recularon ante
la Semana Trágica de 1909 y ante la virulencia del proletariado. Un siglo
después, la única amenaza que se cierne sobre el futuro de Cataluña es ser la
zona más islamizada de todo el Estado.
CiU es, sin lugar a dudas, el
responsable de esta situación: fue CiU quien trajo a la inmigración islámica a
Cataluña y ERC quien creó la ficción de que existía un “Islam catalán”… El
millón de islamistas residentes en Cataluña (magrebíes, subsaharianos y
paquistaníes) constituyen sin duda, en estos momentos, y junto a la
desindustrialización, el problema más grave que tiene planteada Cataluña: si
algunos colectivos islamistas han apoyado (tenuemente la independencia, todo hay
que decirlo) se ha debido a los subsidios realizadas por Mas. Concesiones a
cambio de paz étnica. Hoy, la Generalitat -Cataluña por culpa de su
autogobierno- se arriesga a no tener independencia, pero tampoco a tener paz
étnica. Peor imposible.