Info|krisis.- Repasemos el marcados: gol a favor del soberanismo catalán con la
movilización de masas del 11–S, gol a favor del Estado con el escándalo Pujol–Generalitat,
golpe a favor del Estado con el resultado del referéndum escocés, gol en propia
puerta por la declaración de Pujol ante el Parlament, gol de Mas doce horas
después anunciando la fecha del referéndum… gol que será anulado por el recurso
de inconstitucionalidad. Así pues, el marcador registra un 3 a 1 a favor del
Estado. ¿Frivolizamos? En absoluto, quien frivoliza es el PP y nos
equivocaríamos mucho si creyéramos que iba a ser Rajoy quien resuelva esta
crisis del Estado. Los antecedentes son demasiado explícitos.
Habíamos jurado que no
hablaríamos del “tema catalán” (aburrido, reiterativo, miserable y obsesivo,
donde los haya), sin embargo el planteamiento de este análisis no es sobre
“Cataluña” sino sobre la actitud del PP ante el caso catalán. Este
planteamiento nos permite arrancar diciendo que un planteamiento exclusivamente
“leguleyo” en las actuales circunstancias supone un aferrarse a una ola para
evitar ser arrojado contra el acantilado. Nos explicamos.
Llevamos dos años oyendo la misma cantinela: “un referéndum
debe atenerse a la legalidad vigente, si la vulnera no es de recibo”. Frente a
esto, la Generalitat ha sido más práctica: se ha limitado a movilizar masas. A
crear “otra legitimidad”. Le ha costado poco porque desde hace treinta años la
derecha ha puesto en sus manos el aparato educativo, el aparato mediático y la
máquina de repartir subvenciones a los amigos. A lo largo de esos treinta años,
la “sociedad civil española en Cataluña” ha, simple y sencillamente,
desaparecido en Cataluña. Lo único que existe, en la práctica, es la “sociedad
civil catalana”. En 1975 parecía increíble que en una Cataluña más de la mitad
de cuya población procedía de otras zonas del Estado, pudiera terminar catalanizando
o neutralizando a tres millones de inmigrantes del interior del Estado.
¿Cómo ha sido posible semejante
“integración”? Por vía de la subvención, por supuesto, mucho más que por la
inmersión lingüística que lo único que ha generado es que desde hace 20 años
los porcentajes de utilización de la lengua catalana se hayan estancado con
cierta tendencia a la regresión (sí, es que el catalán, como cualquier otra
lengua minoritaria, está irremisiblemente amenazada de desaparición… bien, pero
una lengua ultra subvencionada tampoco parece la mejor solución).
Cuando vemos como personajes como
Justo Molinero, uno de los referentes de la comunidad andaluza en Cataluña,
desde los años 80 se vio obsequiado con frecuencias de radio por parte de la
Generalitat a cambio de olvidar su origen y traicionar sus raíces, todavía
tienen influencia en la comunidad castellano–parlante o cuando acudimos a una
biblioteca pública de la Diputación y vemos que los únicos libros que se
adquieren están editados en catalán (y en buena medida solamente son difundidos
por las bibliotecas y, visiblemente, la mayoría jamás ha sido leída), se
percibe claramente que la lengua es secundaria en el proceso de concienciación
nacionalista: han sido los subsidios a los medios, a la sociedad civil, la
compra al peso, pura y simplemente, de personajes (al bierzano Luis del Olmo
bastó con regalarle también frecuencias de radio y allanarle el paso para algún
otro asuntejo para hacer de él un perro fiel a Pujol).
PP: con Pujol, junto a Pujol, por Pujol, y hablando catalán en la
intimidad
Y luego estaba las relaciones de
CiU y de Pujol con la derecha española. Con AP primero, con el PP después y con
la “Brunete mediática” en todo el tiempo en que fue “molt honorable president” (las comillas son simplemente para
acentuar la ironía de la honorabilidad a quien es cualquier cosa menos eso), el
apoyo a Pujol ha sido siempre constante.
Hay que recordar que cuando se
produjo el escándalo de Banca Catalana, estaba en el gobierno español el centro–izquierda,
lo cual fue suficiente como para que el centro–derecha saliera en defensa de la
“honorabilidad” de Pujol. La prensa de derechas, con ABC al frente, presentó a Pujol como “víctima del PSOE” (la edición
digital de ABC está completa en la
hemeroteca de dicho diario, comprobadlo). Ansón lo defendió y Pilar Urbano
sugirió que debía unir sus fuerzas a las de Fraga.
Hay que recordar que el Caso
Banca Catalana (el saqueo de una entidades bancaria cuyos fondos de depósito
fueron alegremente regalados a las asociaciones catalanistas en la línea de
CiU, no lo olvidemos) fue la madre de todas las corruptelas. A partir de ahí,
Pujol entendió que, apelando a los sentimientos catalanistas, podía hacer lo
que quisiera, especialmente porque la derecha, siempre la derecha españolista
estaría de su lado…
¿Por qué esta actitud de la
derecha española? ¿Por qué esta persistencia en apuntalar a Pujol que encontró
su cénit en Aznar y en su “hablar catalán en familia”? Sencillo: por la
hemiplejia propia del régimen nacido en 1978, preso por la idea de que el
electorado solamente podía estar situado en el centro–derecha o en el centro–izquierda…
y si CiU no pertenecía al centro–izquierda… es que era de centro–derecha, es
decir, que compartía las mismas posiciones en el PP y que era una especie como
de sucursal catalana de este partido que solamente se diferenciaba con la
central madrileña en ese prurito nacionalista que, solamente debía ser un
reclamo para un electorado poco avisado, pero que, en cualquier caso, tenía a
su enemigo en el PSC, como el PP lo tenía en el PSOE.
El último episodio en este apoyo
del PP a CiU lo ha protagonizado el Rafael Catalá, el sucesor de Gallardón al
frente del ministerio de justicia (nunca las minúsculas han estado tan
justificadas) quien ha aludido a la necesidad de reconocer la “especificidad catalana”. Dejando aparte
que nos gustaría saber, a parte de la lengua, qué otra “especificidad” existe
en Cataluña, pues incluso en corrupción, Cataluña no es más que, con Andalucía,
la vanguardia de la corrupción en España, pero ni siquiera la corrupción es un
rasgo específico catalán…
De esta “comunidad de ideas”
surgió la debilidad del PP en relación a CiU. A esto se añadía que el
empresariado catalán que había apoyado sin fisuras a Franco durante cuarenta
años y que, en la transición, pasó a apoyar a CiU (no a “ser” de CiU, ni a “creer”
en CiU, sino simplemente a apoyarlo por puro interés y rentabilidad). El conde
de Godó, ilustre representante de la aristocracia regional y propietario
mediático, convirtió al buque insignia de su patrimonio, La Vanguardia, en boletín interno de CiU y portavoz oficioso de la
Generalitat, como antes había sido uno de los más conspicuos diarios
franquistas y, seguramente, si alguna vez Cataluña es invadida por extra–terrestres,
será portavoz del remoto planeta Raticulín.
Cuando la apelación a la “legalidad” es poco, muy poco…
Y, de repente, por las razones
que sea (las hemos analizado en muchas otras ocasiones como para insistir
ahora), CiU cree que ha llegado la hora de romper con España. Era lógico: en
primer lugar el catalán se absolutiza en relación a la lengua vehicular de todo
el Estado, en segundo lugar la “nacionalidad
catalana” se convierte en “nación
catalana”, en tercer lugar se aplica el “principio de las nacionalidades”
del siglo XIX en virtud del cual un grupo de población que posee una lengua es,
por ese mismo hecho, una “nación” y en tanto que tal debe ser independiente…
Esto se genera, además, en un
clima de crisis económica, de desindustrialización y de precarización de la
sociedad. ¿Alguien se preocuparía de soberanismo en momentos de pujanza
económica? Con todos los medios de
comunicación a su servicio, para la Generalitat es fácil hacer justo lo que
había hecho en los treinta años anteriores: echar balones fuera, eludir sus
responsabilidades y decir, “la culpa de
la crisis es sólo del Estado Español”, “solos, los catalanes saldríamos antes
de la crisis”, “España es un lastre”, para concluir, finalmente, con el “España nos roba”.
Ante todo esto, Rajoy ni se
inmuta: a fin de cuentas, los “catalanes” (léase los nacionalistas catalanes, o
mejor dicho, la cúpula de CiU) son “de centro–derecha, como nosotros”, no
pueden ir en serio, lo único que buscan es el “concierto económico”… tal es la
esencia de sus pensamientos. Pero dado que la crisis ha agotado las arcas del
Estado y que no puede permitirse una merma de ingresos y la creación de una
administración económica paralela, Rajoy se enroca: “no es legal, el referéndum
no es legal”… y de ahí lleva dos años sin salir.
Hubiéramos esperado otra cosa.
Rajoy, hasta ahora, no ha realizado ninguna contraofensiva (salvo iniciar como
advertencia el Caso Pujol como antesala de una necesaria “causa general” para depurar
las responsabilidades penales protagonizadas por altos cargos de la Generalitat
en los últimos treinta años). La elección de este frente a ataque ha sido –y lo
hemos dicho desde el principio– un gran error. Pujol lo recordó el otro día en
el parlament: “si se agita una rama, todo
el árbol puede caerse”, veladas palabras de resonancias rurales que
encubren una realidad objetiva.
Acaso ese momento haya sido el
único de su vida en el que el viejo capo mafioso ha sido más sincero:
atacándolo a él, no se ataca a Cataluña como antes… ¡se ataca a la totalidad
del régimen nacido en 1978! ¡Porqué todos, absolutamente todos los partidos
políticos han hecho exactamente lo mismo que él: hacer del cobro de comisiones
una práctica habitual! ¿O es que alguien todavía no se ha querido enterar de
que la corrupción es la primera y casi la única característica del régimen
nacido en 1978? Pujol no hizo nada más que recordarlo…
Una “legalidad” que se apaga poco a poco, como una vela se extingue
Parte del año, a mí pesar, lo
paso en Cataluña, así que conozco muy bien esta sociedad. Es exactamente igual
a la de cualquier otro lugar de España. Y si se me apura, a la que más se
parece es a Andalucía (región tan denostada por los nacionalistas). Casi las
mismas tasas de paro, especialmente de paro juvenil, la misma persistencia en
el poder de partidos clientelares e inamovibles, escándalos de corrupción que
alcanzan hasta las cúpulas autonómicas, inmigración masiva… Hace tres años,
apenas el 19% de los catalanes apoyaban soluciones soberanistas, hoy esta cifra
haya crecido. Imposible cuantificarla, los sondeos de opinión no son más que
mentiras estadísticas cocinadas para mayor gloria de españolistas o de
soberanistas. Pero no me cabe la menor duda de que en una campaña abierta en
igualdad de condiciones, el soberanismo quedaría muy –pero que muy– por debajo
del independentismo escocés…
El problema es que la mayoría
silenciosa partidaria de mantener los vínculos con España, sigue siendo…
silenciosa. Entre otras cosas porque no tiene nada que decir: ¿defender la
“España constitucional” que ha fracasado? ¿Defender la gestión de los que han
gobernado desde la poltrona de La Moncloa en lo que parece una competencia para
ver quién lo hace peor? ¿Defender al régimen nacido en 1978 y que ha ido
decepcionando desde 1978? El desprestigio y la irrelevancia del PP en Cataluña,
hace imposible que de ahí pueda salir alguna campaña movilizadora. La “sociedad
civil española en Cataluña” simplemente ha sido completamente destruida… a
pesar, paradójicamente, de que el castellano sigue siendo la lengua más hablada
en esta región del Estado con tendencia al alza, incluso tras 25 años de
inmersión lingüística y de censores lingüísticos en medios de comunicación.
Los grupos de resistencia –Sociedad Civil Catalana, Somatemps, etc.
– son todavía débiles para afrontar la marejada soberanista. Y no se crea un
movimiento cívico de un día para otro. La traición socialista ha sido flagrante
y el PSC la pagará con su creciente desaparición y un proceso irreversible de
gropuscularización del que la talla de sus secretarios generales, cada vez más
irrelevante, es el reflejo público. UPyD es casi inexistente, Ciutadans terminará absorbiendo el voto
popular antinacionalista, pero salvo las intervenciones mediáticas de Albert
Rivera, el resto del partido no suscita grandes entusiasmos, especialmente
cuando se percibe que en materia de inmigración No Sabe/No Contesta (y la
inmigración es, después del soberanismo y del paro, el principal problema en
Cataluña). En cuanto al PP catalán, parece como si el recauchutado del rostro
de la Sánchez-Camacho estuviera en razón inversa a sus posibilidades
electorales…
Así pues, no está tan claro de
dónde podría partir una reacción “estatalista” en Cataluña. Rajoy paga ahora
los errores acumulados por el PP a lo largo de los últimos treinta años: el
haberse quedado sin “delegación” en Cataluña, el primero de todos. Pero, la
opinión pública espera que Rajoy haga algo además de proclamar la ilegalidad
del referéndum a través suyo y a través de su becaria favorita (la Sáez de
Santamaría). A fin de cuentas, algo puede ser “ilegal”… pero también “legitimo”
(y tal será la defensa que Artur Mas hará del referéndum).
Sin olvidar que, en estos
momentos en los que casi todas las fuerzas políticas y sociales coinciden en
que hay que cambiar los términos de la legalidad (es decir, la reforma de la
Constitución) no es el mejor momento para enrocarse en la defensa de una
legalidad que, en breve, pasará a mejor vida o que, en cualquier caso, será
alterada y modificada. Y, por supuesto, corriendo un tupido velo, sobre el
hecho de que “la legalidad es como el
timón, hacia donde se la da, gira” (Lao–Tsé).
Depende de quien se instale en la
Moncloa para que la interpretación de la legalidad sea en tal o cual dirección,
por contradictorias que sean… a fin de cuentas, un “buen jurista”, es un
acróbata capacitado para dar las piruetas más inverosímiles y retorcer las
leyes en beneficio de lo que le han ordenado. Así pues, si la unidad del Estado
se defiende en función de la “legalidad”, esa unidad durará lo dure esa forma
de “legalidad”.
Sólo hay una solución: la suspensión temporal del Estatuto de Autonomía
Lo que está claro es que de hoy
al 9–N, la Generalitat va a poner los restos y a tratar de que la partida no se
cierre con un bochornoso 5 ó 6 a 1 en su contra.
Su único recurso es la calle,
movilizar a masas después de cada movimiento del contrario. Cuando Rajoy
recurra la sentencia: lanzar a las masas a la calle. Cuando se prohíba
definitivamente en referéndum: volverlas a lanzar a la calle. Mientras, el
Estado escarba en los armarios de la Generalitat y proyecta, no ya la sombra de
la corrupción –sino la losa de la corrupción– sobre el soberanismo (rezando,
por supuesto, para que los juzgados no hagan mucho ruido con los cadáveres
instalados en el propio armario, en forma de Gürtel o de las relaciones entre
Aznar y Pujol…).
Pero todo esto tiene un recorrido
muy corto: no se puede ni movilizar permanentemente a unas masas que ya han
llegado a su límite y que a partir de ahora irán descendiendo en presencia y
afluencia en la calle por puro hartazgo, ni tampoco se puede apelar
permanentemente a una “legalidad” crepuscular que cada día se apaga un poquito
más y en la que ya muy pocos creen.
Esta situación no se puede
prolongar por mucho tiempo, especialmente en Cataluña en donde existe cada vez
más un clima irrespirable en la calle que, antes o después, irá degenerando en
incidentes y choques entre unas fracciones y otras, o incluso entre fracciones
independentistas. El que pierda los nervios antes, pierde…
La única salida consiste en resetear el sistema (aprovecho ahora
para sonreír por la ingenuidad de la Generalitat que desde hace 20 años intenta
imponer el catalán a los informáticos. Así, por ejemplo, software debería decirse en Cataluña “programari”, y hardware “maquinari”… tal ingenuidad no
deja de suscitar sino una irreprimible tristeza). Hoy, en política, resetear el sistema ¿supone convocar
elecciones anticipadas?
Es lo que propone Ciutadans sabiendo que el resultado
radicalizaría las posiciones, liquidaría a CiU y al PSC y daría un impulso a
C’s y a Podemos que haría cambiar
definitivamente el panorama político regional. Es también la carta final de
Artur Mas antes de su desaparición política (porque judicialmente seguirá
apareciendo durante años): convocar unas elecciones “plebiscitarias” con un
“bloque soberanista” frente a una galaxia estatalista… verdadero referéndum sin
serlo.
Pero nunca unas elecciones han
resuelto ningún problema de fondo. Y también en esta ocasión sólo contribuirían
a prolongarlo. ERC pasaría a ser partido mayoritario, con lo que el soberanismo
seguiría en el candelero. Así pues, la resolución definitiva del problema no
puede pasar por ahí. Hay otra: la suspensión el Estatuto de Cataluña. Para que
no pareciera ni fuera una solución dictatorial ante un problema concreto, sería
preciso que también se suspendiera el Estatuto de Andalucía. ¿Motivos? La corrupción
generalizada que se da en ambas autonomías desde su arranque mismo y que hace
que en estas décadas, miles y miles de millones que hubieran debido destinarse
a satisfacer las necesidades de la sociedad, hayan enriquecido a las clases
políticas regionales. Es evidente que una investigación en profundidad de lo
que ha supuesto todo este régimen de corruptelas generalizadas no puede
realizarse manteniéndose en el poder las mismas estructuras que la han
permitido, estimulado, cubierto y promovido. De ahí la necesidad de que
mientras durase una investigación de este tipo, ni la Generalitat ni la Junta
de Andalucía estuvieran en condiciones manejar los resortes económicos y
mediáticos en sus respectivas autonomías.
Ahora bien, esto solamente sería
posible si existiera un verdadero poder judicial, y no un apéndice del poder
político disfrazado con toga. Y una salida de este tipo solamente sería
admisible si las suspensiones temporales de los Estatutos de Autonomía se
dieran en cualquier región en la que se tuvieran fundadas sospechas de
corrupción generalizada.
Y, claro, algunas de estas
comunidades son gobernadas por el PP… Por eso decíamos al principio que la ola
leguleya puede acabar con el PP arrojado contra las rocas. Es lo que tiene
llenarse la boca hablando de “respeto a la legalidad”… cuando todos, de una
manera u otra, han vulnerado esa legalidad. Tal era la amenaza de Pujol ante el
parlament.
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