Info|krisis.- El próximo 27 de marzo estrenarán la que parece
ser la película de la temporada, Los
últimos días (The last days)
protagonizada por Pepe Coronado y por Quim Gutiérrez. La trama cuenta que una
extraña epidemia de agorafobia hace que los ciudadanos permanezcan encerrados
en sus casas y no salgan a la superficie. La película muestras escenas de una
Barcelona desértica, umbría, en la que se impone la soledad por un lado, nubes ocres
por otro y el humo de los incendios. Los perros recorren las calles abandonadas
y desérticas. En el subsuelo se desarrolla la lucha por la vida. La película se
estrena la semana que viene pero esa fue la Barcelona que vi ayer cuando bajé a
la gran ciudad.
Me tocó grabar un par de programas de radio,
excusa suficiente para saludar a algunos amigos y recorrer las calles de una
Barcelona que cada vez resulta más desconocida para mí a pesar de haber pasado
la mayor parte de mi vida allí. Es la “Barcelona que fue y que ya no es” a la
que tan reiteradamente aludía Ruiz Zafón en sus primeras novelas. No reconozco
a esa ciudad que ni es la Barcelona tradicional, ni la postmoderna, sino la de
la crisis.
La emisora de radio está situada en un edificio
próximo a la antigua Plaza Calvo Sotelo, llamada hoy por las oscilaciones
políticas de este país en el que una España se ha habituado a gobernar contra
la otra media y viceversa, Plaza Francesc Maciá. El programa se graba a las
16:00 pero he llegado una hora antes, así que me doy una vuelta por aquel
Ensanche que diseñara Ildefonso Cerdá y que, a poco de inaugurarse, la
especulación transformó en una colmena lo que debería haber sido un barrio a
medida de lo humano. Las tiendas de informáticas ya no están en donde las
conocía, simplemente se ausentaron sin dejar huellas. Cerca de la Escuela de
Ingeniería Técnica Industrial en la que estudié apenas hay tiendas en
permanente rebajas o que anuncias precios de remate por cierra. Entro en una
librería de lance y, a pesar de lo barato de los libros, no logro encontrar ninguno
mínimamente interesante; los anaqueles están repletos de novelitas de poco
interés, intrascendentes y de libros de autoayuda que, seguramente, habrán
motivado algún suicidio. Las copisterías para los estudiantes de ese centro y
de la Facultad de Medicina del Hospital Clínico, están tan vacías como los
restaurantes e incluso, oh maravilla de maravillas, los bares. La ciudad está
en crisis.
En la emisora de radio, situada en un piso 15,
puede verse una panorámica de la ciudad. Desde allí es difícil percibir la
crisis sin precedentes que está viviendo la otrora Ciudad Condal y hoy Ciudad
de la Corrupta CiU, y de la que los habitantes que siguen la inercia del día a
día perciben con dificultad. Hace falta ser barcelonés pero no residir
continuamente allí, para comparar la ciudad que conocimos y la que existe hoy.
A la derecha del Ensanche se puede ver la mole de la Sagrada Familia ese tempo
gaudiniano que 6 generaciones de barceloneses han visto como se construía a lo
largo de más de 100 años y que, a partir del cierre de la nave central, cada
vez va siendo estéticamente más decepcionante. Y eso que todavía no se ha
construido la fachada principal, seguramente la más estéticamente lamentable de
todo el conjunto. Lo que eran las torres estilizadas del pórtico del Nacimiento
o de la Pasión, ya han sido tragadas por la masa del cimborrio central. En
cuanto al ábside neogótico ha desaparecido casi bajo el peso de la cúpula que
están construyendo sobre él. Nada que ver entre las antiguas catedrales y la
Sagrada Familia, verdadero monumento freaky,
como dijera Unamuno “la obra de un loco”.
A lo lejos se ven las dos columnas de Hércules de
la zona olímpica y más allá, los rascacielos de Diagonal Mar. Entre lo que se
construyó en 1992 y lo que se inauguró doce años después, en 2004, Barcelona
puede darse por concluida. Constreñida por la sierra de Collcerola, por las
poblaciones del cinturón industrial, la ciudad ya no puede crecer más.
Desde las alturas del piso 15 es difícil
percibir lo que ocurre en los barrios. Lo resumiré: Poble Sec –el barrio donde
nació Serrat y en donde las aguas de la riera que circulaba por el Paralelo no
llegaban- es una zona pakistaní que alcanza ampliamente las faldas de
Montjuich. Hubo un tiempo en que era un barrio tranquilo, agradable, de calles
estrechas, a modo de la Barcelona proletaria de finales del XIX y que fue
muriendo con el anterior milenio. Más lejos se perciben las siluetas de Sans y
de Hostafrancs que se pierden en dirección a Hospitalet. Resulta difícil saber
cuántos habitantes barceloneses de origen o españoles allí asentados quedan. No
creo que haya más de un 50%, el resto ha sido colonizado por la inmigración.
Como en Casa Antúnez en donde nuestros gitanos se las tienen que ver con
romanís, pakistaníes, moros y demás. Y eso también es lo que ven nuestro
muertos desde el cementerio de Montjuich.
Ya a mediados de los años 90, la población
inmigrante en el Raval y en el Barrio de la Ribera era elevada. El Raval que
conocí era el barrio de la bohemia y del puterío, de las “clínicas de vías
urinarias” a lo largo de Robadors y de los burdeles alternados con teatros y
bares de mala nota. También aquel barrio formaba parte de la Barcelona
proletaria y canalla. Luego llegaron los toxicómanos tras la “brillante”
campaña del PSOE en las elecciones de 1983, la que le dio la mayoría absoluta,
con un tema central: la despenalización del porro. Cuando el SIDA acabó con los
yonkis, empezaron a llegar inmigrantes. En 1985, antes de que empezara la
inmigración masiva, en el Ravel y en la Ribera ya había un 10% de población
foránea. Desde entonces ha ido aumentando y ya no queda nada del que conocí. Lo
pocos vecinos originarios que quedan se quieren ir de allí (y frecuentemente se
van) lo antes posible. Los sociólogos lo llaman a esto “gentrificación” y saben
como concluye: la población originaria termina siendo sustituida completamente
por foráneos.
Pues bien, la inmigración en el Raval se ha ido
extendiendo como una mancha de aceita y ha rebasado las Rondas. Cubre ya la
zona del Mercado de San Antonio y en la parte más próxima al puerto, ya ha confluido
con la zona de Pobre Sec y ésta a su vez, con Sans y Hostafrancs. La
inmigración del barrio de la Ribera ha terminado por unirse a la presencia china
en la zona de calle Trafalgar y aledaños y en otra dirección ha superado la
zona del Parque de la Ciudadela y Arco del Triunfo para extenderse hacia Santa
Coloma, San Adrián y en dirección a Badalona.
Si miro, desde el piso 15 del rascacielos, veo
en la lejanía Valle de Hebrón, Ciudad Meridiana, etc. Hasta aquellas cumbres
lejanas la inmigración está masivamente presente en una ciudad que está
viviendo, casi sin darse cuenta, un proceso de sustitución de población y de
mestizaje, sino en donde el mercado laboral se está contrayendo hasta lo
indecible.
Mientras estamos grabando aparecen por la
emisora unos chicos de BUP. Les están enseñando las instalaciones para
convencerles de que estudien Ciencias de la Información, “periodismo”. Los que
estamos allí haciendo el programa no podemos sino comentar “pobres chavales”. Y
no puedo evitar entristecerme por la presencia de unos rostros engañados por el
sistema sobre las posibilidades de obtener un título universitario en esa rama,
rostros que ignoran que la crisis que estamos viviendo no terminará pasado
mañana, sino que cuando tengan 30 años, todavía experimentarán sus secuelas.
Entre pasillos, me cuentan que el día anterior
había estado grabando otro programa el economista Niño Berrera. Fuera de antena
había comentado a los productores, a los locutores, a los técnicos de sonido, a
los periodistas, que lo mejor, a la vista de lo de Chipre, era coger el dinero
del banco y llevarlo a Andorra. Se puede hacer y es legal. Niño no ha sido muy
optimista sobre las posibilidades de nuestro país para remontar la crisis. El
otro día en otro programa de la misma cadena, proponía que se condicionara la
presencia de inmigrantes en España al desarrollo de un trabajo: el permiso de
residencia se supeditaría a si trabajan o no. Prédicas en el desierto. En
España –y lo que veo desde el piso 15 es España- la racionalidad y el sentido
común no tienen lugar, ni nadie les hace puto caso.
Todos en la emisora están inquietos: nadie sabe
si el grupo podrá resistir la crisis económica, si sus empleos están asegurados
para la próxima temporada. Todos son conscientes de que estamos gobernados por
corruptos que, además de serlo, son incapaces para gobernar e inútiles para
formular ideas nuevas. Todos se irían de España si pudieran irse, si alguien
les ofreciera un puesto de trabajo en Pernambuco o en las Galápagos, en
Botswana o en Macao. En el rostro de alguno veo cierta envidia cuando me
despido de ellos por los dos meses que estaré en Canadá: “Si encuentras algo,
avisa”, es la frase habitual.
Tomo un café con los amigos de la emisora.
Tiene gracia. Estamos en un pequeño bar de la Diagonal. Al lado está tapiado el
gigantesco local de La Oca, el bar-restaurant que permaneció abierto desde
finales de los años 60 hasta no hace mucho, en una de las mejores zonas de la
ciudad. Hoy está, simplemente, tapiado y así lleva varios años.
Tras despedirme de los amigos, desciendo por la
Avenida José Tarradellas, en otro tiempo Avenida Infanta Carlota. Lo que veo es
desolador: el 65-70% de los locales comerciales están en venta o alquiler o
simplemente tapidos. ¡Y pensar que esta era una de las calles comerciales de la
ciudad e incluso tenía cierto porte aristocrático! No hay ni rastro de los
concesionarios de vehículos de todas las marcas. Quedan las amplias vidrieras,
los bajos desiertos y los carteles de Se Vende (“en venda” en catalán, casi una
perífrasis lingüístico-simbólica) o Se Alquilan. Y así hasta llegar a la Plaza
de los “Països Catalans”… Tarradellas, Maciá y los “Països Catalans” o lo que
es el recorrido de la desolación. Esta es la Barcelona que han construido ex aequo
CiU u el PSC.
En cierta ocasión, hará diez años, tuve que
descender de la Plaza de Lesseps (parte alta de la ciudad) a la Calle Nueva
(Carrer Nou) de la Rambla (próxima al puerto). Lo que vi en aquella ocasión me
sorprendió: en las aceras del céntrico Paseo de Gracia los top manta vendían
los mismos bolsos hábilmente imitados que se vendían en los comercios de las
aceras. Un top manda detrás de otro, sin que ni Mossos d’Esquadra ni policía
municipal, ni gremio de comerciantes, les dijeran absolutamente nada. Eran los
tiempos del “papeles para todos” o poco menos, así que, ilegales en la entrada,
eran también ilegales en el desempeño de su comercio y, como las cosas parecía
que iban bien, nadie se quejaba de nada. Luego, en aquella ocasión penetré en
Las Ramblas cuando ya había anochecido y el paisaje era, simplemente, espectral
poblado por un submundo de delincuentes, carteristas, topmantas, siempre con
los cuerpos de seguridad del Estado ausentes. Un tirón por allá, un pakistaní a
estacazos con unas romanís que habían intentado robarle, una carrera
desesperada de un turista persiguiendo a quien le había robado la cámara de
vídeo, un par de magdalenas británicas llorando a un policía inexpresivo.
Entonces dije que aquel recorrido se me antojó como una especie de “descenso
del Mekong” de la película Apocalipsys
Now, o bien como el recorrido del río Congo que realiza el protagonista de El corazón de las tinieblas de Joseph
Conrad, que inspiró a Coppola su película ambientada en Vietnam. No era para
menos.
Y ahora llega un productor avispado y le da por
filmar una película futurista ambientada en una ciudad en la que, a fuerza de
que todo haya ido mal durante tiempo indefinido, ya no es tan postmoderna como pre
apocalíptica. ¿Y qué ciudad elije como escenario? Barcelona, off curse. Lejos
estamos de los tiempos en los que Woody Allen recibía un millón de euros del
Ayuntamiento por ambientes una película ñoña, ramplona y aburrida en la Ciudad
Condal y otro millón de euros de la Generalitat para que la protagonizara la
pánfila de Scarlet Johanson. Aquella película llegaba en 2008, un período en el
cual, estábamos inmersos en las crisis de la construcción, pero aún no nos
habíamos enterado. La Barcelona en tonos pastel que nos pintaba la cinta y la
ñoñería del argumento parecen hoy de otra época. Aquel clima ingenuo-felizote y
la ciudad alegre y confiada han sido sustituidas por las nubes gris-oscuro, las
calles abandonadas y cubiertas de escombros y basura, los perros persiguiendo a
los perros y los humos de incendios a lo lejos de esta otra cinta que se
estrenará en breve: Los últimos días.
No tengo ni idea de si será o no una buena película
(la presencia de Coronado induce a la esperanza), pero de lo que no cabe la
menor duda es que se trata de una película realista y que pinta en clave
dramática una situación dramática en una ciudad que quiso ser postmoderna y,
sin darse cuenta, por la inercia de las cosas, la impericia de sus dirigentes y
la pasividad generalizada, pasó a ser pre-apocalíptica.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com –
Prohibida la reproducción sin indicar origen.