jueves, 6 de noviembre de 2025

SITUACIÓN EXCEPCIONAL DE ESPAÑA Y SU REMEDIO (2 de 2) El olvidado concepto de “dictadura”


Sí, estamos hablando de la necesidad de una Dictadura para España. Y, antes de juzgar esta propuesta, vale la pena recordar los elementos indispensables a tener en cuenta:

  • Las Dictaduras siempre han sido el recurso legítimo y, en algunas ocasiones, incluso, legal, para sacar a un país de una sima que, de otra manera, un gobierno democrático, jamás habría podido sacar.
  • Las Dictaduras no son eternas: cuando han sido legisladas y reconocidas por un Estado, se han limitado a asumir el mando, resolver la crisis y ceder inmediatamente el poder a quien se lo había ofrecido.
  • Históricamente, una Dictadura no es una imposición tiránica, sino una etapa de reordenamiento, una especie de “reset”, querido y apoyado por la población consciente de que un gobierno democrático de cuatro años, sometido a inestabilidad y luchas partidistas, jamás de los jamases, logrará superar una situación de crisis, sino que sus acciones siempre se verán subordinadas a intereses partidistas.

El concepto romano de “Dictadura” y el griego de “tiranía”

Para evitar incurrir en ilegalidades y sin traspasar los límites de la libertad de expresión reconocida en nuestro ordenamiento jurídico, así como la ley de “memoria histórica”, nos vamos a limitar a exponer lo que entendemos por Dictadura y a insistir en el concepto romano de esta magistratura. Así pues, emprendamos una excursión por el mundo antiguo: el mundo de nuestros orígenes.

En efecto, es en Roma, en donde el concepto de “Dictadura” se separa completamente del que tenían los griegos: “tiranía”. Las diferencias son muchas y muy importantes.

La dictadura romana era una magistratura extraordinaria con poder para afrontar situaciones de riesgo excepcionales para la supervivencia del Estado. Estaba limitada temporalmente a un máximo de seis meses y se realizaba siempre bajo el control del Senado. En Roma recaía habitualmente en un militar. Éste asumía el poder de los cónsules y adoptaba las medidas urgentes par afrontar la crisis. Era uno de los cónsules el que, proponía al Senado que nombrara un dictador y éste lo elegía entre los miembros de la élite que consideraba más adecuado, otorgándole la autoridad suprema. Era, por tanto, una situación excepcional, pero, al mismo tiempo, legal.

La tiranía, por su parte, era una toma del poder ilegítima y contraria a las leyes. Su origen, precisamente, es “democrático” en el sentido de que trataba de apoyarse en el “pueblo” frente a la aristocracia. Tiranía y demagogia van frecuentemente de la mano: el tirano decía defender al “pueblo”, pero, en realidad, defendía sus propios intereses. Contrariamente a la Dictadura romana, la tiranía no tenía un límite temporal ni se sustentaba en ninguna ley. Se apoyaba únicamente en la fuerza.

Cincinato: del arado y el taparrabos, a la Dictadura

La figura del Dictador por excelencia está representado en la historia de Roma por Lucio Quincio Cincinato, patricio romano que ocupó ese cargo por orden del Senado y del que Catón hizo un arquetipo de virtudes cívicas, rectitud, honradez y austeridad que supo combinar con sus capacidades militares. El Senado recurrió a él cuando Roma debió afrontar la invasión de los ecuos y de los volscos. Cuando Cincinato recibió el encargo se encontraba arando la tierra y en apenas dieciséis días consiguió la victoria sobre los enemigos de Roma. Tras la victoria, a pesar de que hubiera podido prolongar su poder hasta seis meses, se despojó de la túnica orlada de púrpura y regresó a su arado. Todavía tuvo tiempo, a los 80 años, de ser nombrado Dictador por segunda vez para afrontar las maquinaciones de Espurio Melio quien intentó un golpe de Estado apoyándose en la plebe. Cincinato, de nuevo revestido por la toga purpurada, envió al jefe de la caballería romana para comunicar a Melio que Cincinato le llamaba. Huyó, reconociendo implícitamente su culpabilidad, siendo muerto por orden del Dictador: “muerto el perro, se acabó la rabia”…

También durante la Segunda Guerra Púnica, Roma eligió dictadores, una figura que estuvo presente desde los primeros tiempos de la República hasta las reformas de Sila y César. Precisamente, el asesinato de este último se debió a que se había proclamado “dictador perpetuo” y no volvió a restablecerse durante el Imperio. Antes que César, Sila ya había roto el límite temporal del ejercicio como dictador.

El primer dictador que consta en la Historia de Roma fue Tito Larcio en el 498 a.C. Nombrado por el Senado para resolver las querellas entre romanos y latinos. Resuelto el problema y antes de que expirara su mandato, dimitió. En aquellos primeros tiempos de la República se utilizaba indistintamente el título de “praetor maximus”, luego el de “magister populi” (que inmediatamente elegía a un “magister equitum”, jefe de la caballería romana cuya movilidad ayudaba a resolver el problema que debía afrontar la Dictadura rápidamente), equivalentes a “Dictador”.

Así se nombraba un Dictador

El trámite para nombrar Dictador era relativamente simple. El Senado debía autorizar a los dos cónsules a designar un Dictador. Si los dos cónsules estaban de acuerdo no había problema, se elegía a quien designaran. Si discrepaban, se echaba en suertes. La “comitia curiata” (asamblea de los organismos de poder y de representación en Roma) debía atribuirle el “imperium” (poder supremo de mando, militar y judicial, que poseían los magistrados) a través de una “lex curiata”.

En Roma se elegía un dictador en tres supuestos: cuando existía un peligro exterior o interior (“rei gerundae causa”, para que así se haga); para la celebración de elecciones cuando los cónsules, por algún motivo, no podían convocarlas (“comitiorum habendorum causa”) y cuando había aparecido una epidemia. Si estas tres fueron las causas más habituales, también aparecieron otras situaciones excepcionales: para sofocar una revuelta, para establecer un rito sagrado ante un presagio muy negativo; para investigar ciertas acciones (“quaestionibus exercendis”) sospechosas de ilegalidad o de corrupción

Un dictador podía ser destituido por el Senado de Roma si se consideraba que no había estado a la altura de la tarea encomendada. Desde el momento de su nombramiento el Dictador tenía derecho a la “sella curulis” (sentarse en una silla de tijera) y a revestirse con la “toga praetexta” (toga blanca con reborde púrpura).

Además de afrontar el mando del ejército y afrontar la tarea para la que había sido nombrado, el Dictador podía convocar el Senado de Roma y a las asambleas legislativas: él no podía elaborar leyes, pero sí aprobar decretos. Su poder se limitaba a resolver la situación excepcional por la que había sido llamado a ejercer la dictadura. Los dos cónsules seguían ejerciendo el poder en los asuntos “normales”.

Marco Furio Camilo, “el Segundo Fundador de Roma”

La persona que ejerció en más ocasiones le papel de Dictador fue Marco Furio Camilo, héroe de Roma, considerado como “Segundo Fundador de Roma”. Camilo ejerció en cinco ocasiones la Dictadura. Herido en el muslo durante la invasión de los volscos, obligó a retirarse a los atacantes.

Durante su primera dictadura aplastó la sublevación de la ciudad etrusca de Veyes. Debió afrontar la invasión de los galos de Breno después de que éstos tomaran Roma. Se negó a pagar el rescate que impuso Breno: “No es con oro, sino con hierro como se libera a la patria” y, acto seguido, derrotó a los galos siendo recibido en Roma como “alter romulus” y “pater Patriae”.

Posteriormente, nombrado por tercera vez Dictador, para afrontar a los tuscolanos. En la cuarta ocasión debió afrontar las reivindicaciones de los plebeyos frente a los patricios, resolviendo la situación con un compromiso entre las partes.

Finalmente, cuando tenía 80 años, fue nuevamente llamado para afrontar una nueva invasión de los galos, a los que derrotó fulminantemente.

En definitiva: durante los años de la República, la Dictadura fue un medio radical para salvaguardar la Constitución Romana y afrontar riesgos excepcionales.

 

Lo que va de ayer a hoy

Hasta aquí, ha hablado la Historia y ha expresado el porqué nos sentimos apegados a esta institución tal como era en la antigua Roma. Los problemas de Europa Occidental hoy no son diferentes de los que experimentó la República Romana: corruptelas de tiranos y demagogos, riesgos exteriores, enemigos internos. Y, precisamente por eso, no hay que pensar en que unas nuevas elecciones resolverán la situación: cuando se experimenta una sensación de riesgo inminente, no puede esperarse a que concluya el ciclo electoral, especialmente si la administración está paralizada -como lo está en este momento en España- preocupada sólo por asegurarse el futuro y por afrontar la judicialización de su gestión.

Ahora le pido al lector que repase lo escrito en la primera parte de este artículo y se plantee si es cierto o no que España está afrontando una “tormenta perfecta”. Creemos que, incluso los ciudadanos más inconscientes, por poco que piensen la hora en la que está atravesando España (y, por extensión, Europa Occidental) deberán convenir que “algo” no funciona y, por mucho que la legión de tertulianos amamantados por uno u otro partido, y el propio gobierno de izquierdas, echen balones fuera, lo cierto es que resulta difícil negar la excepcionalidad de nuestro tiempo.

Y, a situaciones excepcionales hacen falta medidas no menos excepcionales. En Roma sabían cómo hacer las cosas. De ahí que la institución de la Dictadura estuviera normalizada, contemplada y regularizada para afrontar situaciones de riesgo máximo.

La democracia española es débil e inestable.

Y es débil porque los dos partidos sobre los que descansa han sido los dos grandes protagonistas de los casos de corrupción en los últimos 40 años.

Es débil porque hoy ya no tienen ni la fuerza ni la confianza del electorado que tuvieron en 1978.

Es débil porque los grupos mediáticos y las fuerzas internacionales que facilitaron y encarrilaron la transición en España, o han desaparecido o se encuentran muy debilitados.

Es débil porque los problemas acumulados y no resueltos que se han ido generando y que, uno a uno, hubieran podido resolverse a medida que despuntaban, hoy constituyen un conjunto absolutamente irresoluble que amenaza nuestra existencia como nación e, incluso, nuestra propia vida individual. Ahora ya no hay salida por medios convencionales o reconocidos constitucionalmente.

Es cierto que la tendencia actual del electorado es a entregar su voto a opciones “populistas” que, sin duda, irán prosperando en los próximos años. Pero la doctrina del “cordón sanitario” constituye un obstáculo que todavía en España tardará entre dos y tres legislaturas en mantenerse: es demasiado tiempo y todo lo que sea esperar a 2040 o 2050 para resolver los problemas supondrá que ya no podrá hacerse pacíficamente, y es prácticamente seguro que será demasiado tarde para encontrar una solución.

Así pues, vale la pena empezar a pensar que, hoy por hoy, la constitución ya no es garantía de nada sino solo de un más de lo mismo, más de lo que hemos visto hasta ahora: mayor presión fiscal, más inmigración masiva, más luchas entre partidos, mayor pérdida de peso de España en Europa, más delincuencia, más toxicomanías, más corrupción, más demagogia y, para colmo, posibilidades, como estamos viviendo en estos momentos, de más TIRANÍA. Por que es de esa forma como podemos únicamente calificar al gobierno de Pedro Sánchez, dirigente de la sigla que perdió las elecciones de 2023 y que sigue en el gobierno, sin presupuestos por tercer año consecutivo, sin renunciar a presentarse como un “partido honesto” a pesar de que todos los informes de la UCO son suficientes para habilitar un módulo en Alcalá Meco exclusivo para miembros del gobierno, y que, para colmo, intenta diariamente, a través de los medios de comunicación públicos y del manejo de subsidios a los privados, modelar a la opinión pública para inmovilizarla y narcotizarla.

Obviamente, la constitución española no contempla la posibilidad de una Dictadura en el sentido que tuvo en la antigua Roma. Como tampoco contempla tantas posibilidades con las que el gobierno Sánchez se excusa para mantenerse en el poder (que si la figura de la “primera dama” no está regulada, que si no se contemplan las situaciones en las que el fiscal general debe dimitir, que si no existe rastro de artículo alguno que obligue a un gobierno a convocar elecciones anticipadas cuando no se ha aprobado la Ley de Presupuestos Generales, que si un ministro no es culpable hasta que no resulta condenado y vistos todos los recursos… y así sucesivamente). Muestras todas ellas de que la constitución de 1978 ya no sirve en tanto que permite que un tirano ejerza el poder con la mayor desvergüenza y arrastrándonos cada día un poco más hacia el abismo.

La invasión de los galos de Breno hizo entender a Roma que no hay que esperar al último momento para elegir un Dictador, sino que hay que movilizarse inmediatamente cuando se percibe que los galos se están moviendo… Por eso el Senado de Roma, advirtió que había nombrado dictador a Camilo demasiado tarde; en su quinta dictadura, ese mismo Senado le entregó el poder en el mismo momento en que los galos se disponían a cruzar la frontera de la República Romana. Y Lucio Furio Camilo, los venció en la misma frontera de la República. Esa es la actitud, ese es el camino que marca la tradición romana: nuestra tradición histórica.

 









miércoles, 5 de noviembre de 2025

SITUACIÓN EXCEPCIONAL DE ESPAÑA Y SU REMEDIO (1 de 2) La “tormenta perfecta” insuperable.

Siento náuseas por lo que la clase política está haciendo a España. Por eso procuro no hablar nunca de corrupción: ni lo hice cuando el PP monopolizaba el poder, ni ahora, cuando cada día que pasa tenemos más conciencia de que el poder está en manos de una banda de mangantes de la peor especie. Podemos decir que la corrupción ha ido creciendo, a medida que la constitución española ha ido envejeciendo. De hecho, yo incluso diría que la corrupción es hija directa de la constitución. ¿Cómo deberíamos considerar, pues, el que los nacionalistas “nacionalistas” de 1978, entre los que se encontraban varios “padres de la constitución”, diez años después de su aprobación ya se habían trocado en “independentistas”? ¿Es que en 1978 no existía “memoria histórica” para saber que los que practicaban el culto necrófilo a José Antonio Aguirre o a Francesc Macià, apostaron por “estatutos de autonomía” no como un fin en sí mismos, sino como un paso al frente en su camino hacia la independencia? ¿Cómo debemos considerar hoy la concepción “ultragarantista” de la justicia que evita que prácticamente no haya ni un solo político encarcelado? Era como si en 1978 se desataran las amarras de la impunidad y del “todo está permitido… mientras no te pillen in fraganti”.

Hablar de la corrupción es hablar sobre la constitución de 1978.

LOS RASGOS DE LA TORMENTA PERFECTA DE NUESTRO TIEMPO

De la misma forma que el caciquismo fue el rasgo de la Restauración (1876-1923: 47 años), la corrupción es la dominante en este período constitucional (1978-2025: 47 años). Casi medio siglo: demasiado tiempo perdido en el que se han ido acumulando elementos que nos llevan a la “tormenta perfecta” en la que ya nada tiene solución porque ni existe voluntad política, ni siquiera inteligencia suficiente para elaborar salidas y todo el tiempo en el que un gobierno dispone de los resortes del poder lo emplea en favorecerse a sí mismo y evitar salir muy malparado en las siguientes elecciones.

En el año 2000 el problema de la inmigración masiva podía solucionarse fácilmente. Hoy no.

Hacia la última década del milenio anterior, el problema de la vivienda tenía solución: hoy no.

La deuda del Estado no fue un problema real hasta la llegada de Zapatero con el que pasamos de 20.000 millones de euros de superávit a 500.000 de déficit. Hoy vamos camino de los dos billones y ninguno de los dos partidos mayoritarios habla de “reducción del gasto público”, ni de “apretarse el cinturón”: se sigue derrochando dinero a espuertas y la deuda aumenta casi 25.000 millones cada trimestre.

La educación se ha caído en pedazos: ni forma, ni informa, ni educa, sino que, más bien deforma, genera ignorancia y almacena alumnos.

La sanidad pública es responsable de dilaciones que cuestan la vida a personas, los transportes, se están paralizando.

Los entes creados por el Estado, empezando por el CIS y terminando por las decenas de “observatorios” dependientes de ministerios, sirven solo informaciones sesgadas, cuando no falsas, para allanar el camino y construir excusas a quienes los han creado.

Miles de “chiringuitos” y ONGs, sin ningún control, viven del dinero público, mientras la clase media tiene que pagar un IRPF desmesurado y bandidesco del 45%.

Se cede cada día más terreno a la delincuencia, los “juicios rápidos” son una broma: el robo al descuido de un frasco de perfume en unos grandes almacenes puede demorarse meses, con demasiada frecuencia, el delincuente es ilocalizable, incluso en casos graves de asesinatos en los que se ha puesto al sospechoso pillado in fraganti, a la espera de juicio, las cárceles están saturadas, y todo el problema del ministerio del interior es tratar de demostrar lo indemostrable, a saber, que hay más españoles que inmigrantes encarcelados.

Tribunales saturados, población penal estabilizada, con cierta tendencia inexplicable a la baja, en un momento en el que la percepción general de la calle es que la delincuencia está creciendo, barrios enteros controlados por mafias, zonas del país que están viviendo del narcotráfico y del cultivo in door de marihuana.

Unidades de eficiencia demostrada de la Guardia Civil disueltas hacen sospechar de pactos secretos con Marruecos para dar salida a sus excedentes de haschisch y de inmigración.

Y en política internacional un sometimiento absoluto y sin principios a las directrices de la UE: de una UE que, desde el principio, arrojó a España a la periferia a cambio de migajas. Después desintegrar nuestra industria pesada en un proceso que paradójicamente se llamó de “reconversión industrial”, ahora es nuestra agricultura y ganadería (la nuestra y la de toda Europa) la que se ve amenazada por “acuerdos preferenciales” con países extraeuropeos.

Sin política exterior (las recientes declaraciones de Albares sobre la Conquista de México, no solo son bochornosas, sino propias de un ignorante que no merecería ni recoger la basura del ministerio).

Sin política de defensa (desde el nombramiento de Narcís Serra el frente del Ministerio de la defensa en 1983, la característica, casi habitual de este departamento ha sido colocar a su frente a alguien que careciera por completo de conocimientos en materia militar y de defensa), sin previsiones de conflictos futuros, sin tener la confianza de los que oficialmente son nuestros aliados.

Hoy España es una chalupa a la deriva cuyo capitán ni siquiera sabe a qué puerto llevarnos: lo único que le interesa es la comisión que le puede reportar la compra de gasolina o de equipos de navegación, incluidos salvavidas de plomo.

Para colmo, todo lo anterior ha generado una desconfianza en el futuro que impide que las parejas jóvenes tengan hijos; para colmo, los “estudios de género” y el “feminismo radical” han hecho casi imposibles las relaciones hombre-mujer, en beneficio de cualquier relación estéril, incluso hasta la caricatura.

Todo esto no son exageraciones: son los rasgos de nuestro tiempo, las características de la “tormenta perfecta” que tenemos ante la vista y que estallará entre 2030 y 2050, el período decisivo en nuestra historia (y en la de Europa). Si todo sigue como hasta ahora: Europa Occidental, simplemente, desaparecerá anegada por la inmigración masiva islámica, por la falta de nacimientos y por las políticas fiscales erróneas y suicidas.

UNAS SIMPLES ELECCIONES ¿CAMBIARÍAN ALGO?

Contra los que opinan que un simple cambio de gobierno bastaría para enderezar la situación, nosotros les decimos que esto podía creerse en 1983, en 1996, incluso en 2011, pero hoy ya es imposible esperar nada de las dos columnas sobre las que se mantiene el sistema político constitucional: el centro-derecha y el centro-izquierda, PP y PSOE. Todo lo que podían dar de sí, ya lo han dado. Esperar algo más de ellos es favorecer el que la “tormenta perfecta” amplíe la intensidad de su devastación.

¿Piensa Feijóo que el problema de la okupación que afecta a casi medio millón de personas puede resolverse con una ley que declare “ilegal” la okupación de cualquier edificio público o privado?

¿Ha hallado Feijóo la cuadratura del círculo para bajar impuestos y pagar la deuda pública?

De los 9.000.000 de inmigrantes, sobran como mínimo, entre 5 y 6.000.000 ¿cómo se va a deshacer Feijóo de ellos y repatriarlos? ¿va a tener redaños suficientes para abordar esta medida que, por sí misma, nos quitaría de encima una losa y generaría una bajada inmediata del precio de la vivienda, una mejora radical en las cifras de delincuencia, en el gasto en prisiones, en policías y en juzgados? ¡Si ni siquiera está claro que Feijóo entienda el problema de la inmigración y sea capaz de detener el flujo de entre 300 y 600.000 inmigrantes que cada año vienen a España atraídos por que aquí se les mantiene, pueden hacer lo que les apetezca y no les pasa nada!

“SÓLO NOS QUEDA VOX”. SI, PERO…

Claro está que, como se está imponiendo en estos momentos “sólo nos queda Vox”. Admitamos lo que parece seguro: que, en esta situación, Vox es la única fórmula que no se ha ensayado, el único partido al que no se le puede responsabilizar de la actual situación y el único que tiene ideas claras sobre la mayoría de problemas. Así pues, dejándonos ya de zarandajas, sobre las carencias reales o supuestas de este partido, la realidad es que “sólo nos queda Vox”.

Pero el problema es que, si bien el crecimiento de Vox parece asegurado en el próximo ciclo electoral, también hay que reconocer que la política de la UE determina el que los dos grandes partidos, apliquen el principio del “cinturón sanitario”. De hecho, hoy, en la UE, este principio es el único que puede contener el avance de la “ultraderecha”. Se ha aplicado en Alemania (que, a fin de cuentas, es quien dicta las reglas de la UE en este momento), se está aplicando en Francia para evitar convocar nuevas elecciones que den la mayoría al Rassemblement National y fuera de la UE, en el Reino Unido, con un partido laborista en sus horas más bajas después de dos años de gobierno Starmer y con un partido conservador dirigido por una africana de nombre exótico, empequeñecido, Nigel Farage y su Reform UK, obtendrían una cómoda mayoría absoluta sin prácticamente posibilidades de que se le aplicara el famoso “cordón sanitario”.

Así pues, todo induce a pensar que, ante un crecimiento de Vox, no será una coalición de centro-derecha la que pacte Feijóo, sino más bien una “gran coalición” a la alemana. Eso, o la UE le reprocharía el haber hecho saltar por los aires, la doctrina del “cinturón sanitario” y, por tanto, de desencadenar una caída de piezas del dominó europeo a favor de la presencia de la “extrema-derecha” en los gobiernos de Europa Occidental.

Y Feijóo prefiere la amistad con Ursula von der Leyen que con Santiago Abascal.

Ni tiene carácter para otra cosa, ni imaginación para prever el futuro de España de aquí a 20 años, ni colaboradores con valor suficiente como para ser acusados de “facilitar el acceso al poder de la ultraderecha”.

Cuando toque ir a votar, el elector debe ser consciente de que, si quiere erradicar la peste socialista de una vez y para siempre, votar al PP garantiza justo lo contrario: que el PP y el PSOE son las dos columnas sobre las que se mantiene el sistema político español y que pactarán antes entre ellos, que con un recién llegado que suponga una alternativa, tanto en España como en Europa.

Vox seguirá creciendo y lo hará cada vez más rápidamente, pero vale la pena no olvidar que en Francia, el Rassemblement National, lleva 20 años intentando el “cinturón sanitario” y, a pesar de estar cerca, todavía no lo ha logrado. Es de prever que en España se dé una situación muy parecida. El problema es que la “tormenta perfecta” que hoy se cierne sobre España, es de una intensidad demasiado grande y grave como para poder aguantar 20 años más.

Así pues ¿qué nos queda en el período inmediato? Porque en los próximos 5-10 años, todavía podría salvarse el país a condición de reconocer la situación real en la que nos encontramos, sin intereses electoralistas, sin falsas demagogias, ni "optimismos antropológicos" y, sobre todo, teniendo el valor de plantear alternativas radicales. Pero, más allá del 2030-2035, la situación se va a poner tan absolutamente cuesta arriba, que ya va a ser imposible remontar las consecuencias de la “tormenta perfecta” que se está gestando y cuyos elementos principales están TODOS presentes en este momento histórico.


 









lunes, 3 de noviembre de 2025

GUSTAVE LE BON - PSICOLOGÍA DEL SOCIALISMO - UN RETRATO ATEMPORAL DEL SOCIALISMO DE SIEMPRE

 

“La multitud no razona; acepta o rechaza las ideas en bloque; no soporta la duda ni el examen. Lo que afirma o niega lo afirma o niega con vehemencia, y considera como enemigos a quienes no piensan como ella”

(G. Le Bon, La psicología de las multitudes)

 

En sus 90 años de vida, Gustave Le Bon (1841-1931) compuso una obra enciclopédica que marcó su tiempo y todavía prolonga su vigencia en el siglo XXI. En la medida en la que situó a la “raza” y todo lo que la hizo acompañar en sus teorías con las ideas de jerarquía racial, determinismo racial, comportamiento racial, e incluso, determinismo racial, no puede extrañar que la obra de Le Bon haya sido “cancelada” por los turiferarios de la corrección política.

Y es que, para un progresista, es mucho más sencillo borrar de un plumazo e ignorar una teoría, que criticarla. Freud, que intentó formular reservas explícitamente a Psicología de las multitudes de Le Bon, tan solo consiguió perderse en su propio terreno: Freud atribuye el instinto gregario a mecanismos inconscientes y, allí en donde Le Bon se expresa linealmente y con conceptos claros e indiscutibles, Freud debe recurrir a la lívido y a sus demás temas habituales para explicar por qué las masas siguen a los líderes, a establecer discutibles relaciones entre el “yo” y el “superyo” y, en definitiva a complicar lo que Le Bon había vuelto extremadamente sencillo de entender: que la personalidad individual se pierde en el seno de una masa; que el contagio y la imitación aparecen de forma inmediata en una masa humana y, por eso, sus reacciones tienden a ser las mismas; que las masas son “femeninas” y precisan seguir a alguien que las seduzca; que la inteligencia media de una masa no es el resultado de la media aritmética entre las inteligencias individuales sino que se sitúa en el punto de más bajo de todas ellas; que una masa experimenta una sensación de omnipotencia que anula la impotencia de cada uno de sus individuos cuando están aislados; que  una masa es capaz de cometer atrocidades irracionales que repugnarían individualmente a cada uno de sus miembros; que en una masa aparece un “alma colectiva” que condiciona tanto su pensamiento como su acción; y, finalmente, que ninguna raza se salva de estos condicionantes, a pesar de que las características de cada raza sean diferentes.

Quizás la gran diferencia entre la obra de Le Bon y la de Freud, es que la del primero es la de un espíritu científico, mientras que la de Freud es la de un especulador. El científico busca entender los fenómenos particulares a través del estudio de lo global; un especulador es quien, a partir de unos pocos casos examinados, establece abusivamente leyes universales. Le Bon es un científico multidisciplinario que trabajo distintas áreas del conocimiento (antropología, medicina, psicología social, sociología, historia, geografía, investigación científica, y seguramente nos dejamos algún campo por el que se interesó), Freud, en cambio, no pasa de ser un psicólogo de las “profundidades” e inventor de una terapia, el psicoanálisis, cuya eficiencia, un siglo después de su creación, dista mucho de estar demostrada. Freud, no ha sido “cancelado”, pero su sistema, incluso en su época, mostró tales deficiencias que muchos de sus discípulos (especialmente Adler y Jung) se distanciaron de él.

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La “cancelación” de Le Bon se ha basado en dos puntos que para la progresía ha presentado como muestras del “mal absoluto”: su consideración de que la mujer es inferior al hombre y su idea de la existencia de razas superiores e inferiores. Ambas posiciones, eran habituales en su época y, por lo demás, hay que matizarlas.

En efecto, sobre la “superioridad masculina”, los conocimientos científicos en la segundad mitad del siglo XIX y en la primera del siglo XX, estaban lastrados por las observaciones de Darwin sobre la evolución de las especies. Le Bon era darwinista y, por tanto, tenía en alta estima las opiniones del padre del evolucionismo. Para éste, el aumento de la capacidad craneal y del peso del cerebro eran elementos determinantes en la evolución: las especies con un cerebro más grande, deberían ser, para él, “más evolucionadas”. De ahí, Le Bon deduce que, en el interior de una misma raza, los más inteligentes serían aquellos que en Francia se llama “les grosses têtes”, “cabezas grandes”, “grandes cerebros”, equivalente, en la lengua de Cervantes, a “grandes pensadores”. Le Bon constató que las mujeres tenían menor masa cerebral y eso le llevó a decir que los cebreros masculinos y femeninos han experimentado un proceso evolutivo diferente.

Hoy, sin embargo, se sabe que el volumen del cerebro es independiente de la inteligencia y no es en absoluto un factor determinante. Las conexiones neuronales y la rapidez con la que estas transmiten la información, es el elemento que, hoy, se considera fundamental para establecer las capacidades desiguales de las inteligencias individuales.

En cuanto a las razas el problema es bastante más complejo. Pero también aquí, las posiciones de Le Bon están marcadas por el espíritu de su tiempo. Cuando se leen sus obras, especialmente Psicología de las revoluciones y esta que presentamos hoy, parece muy claro que cuando alude a “raza”, se está refiriendo, más bien, a “etnia”. Raza sería, por ejemplo, la caucásica, dentro de la cual, existen distintos grupos étnicos. La contraposición que hace, por ejemplo, entre germanos y anglosajones por un lado y latino-mediterráneos, por otro, solamente tiene sentido aludiendo a la etnia.

La “raza” se basa en las características físicas (y la historia ha generado mezclas y movimientos de pueblos europeos, superponiéndose grupos étnicos y produciéndose inevitables mestizajes entre cepas poco diferenciados entre sí), mientras que la “etnia” es un concepto especialmente cultural. La raza está basa en la biología; la etnia, en cambio, en los rasgos culturales (lengua, tradiciones, cultura, dieta). La “raza” es algo inmutable (se nace en una raza y es imposible pasar a otra), mientras que los rasgos étnicos pueden enmascararse, cambiarse o adoptarse relativamente. Una misma raza siempre está seccionada en distintas etnias: los caucásicos europeos, por ejemplo, están divididos en eslavos, germanos, latinos, anglosajones, etc. Las etnias, en cambio, son unitarias y sin apenas diferencias sustanciales en su interior.

El problema puede surgir cuando en una misma nación existen distintas etnias o cuando un mismo territorio geográficos está poblados por distintas razas. Un caso sería la isla caribeña La Española poblada por negros en la parte occidental y blancos en la parte oriental, que han dado lugar a la República Dominicana y a Haití. Ambos países alcanzaron la independencia respectivamente en 1821 y 1804. La isla, bajo soberanía francesa, fue el primer país caribeño que obtuvo la independencia con el nombre de Haití tras una revuelta de esclavos negros en la parte oriental de la isla que, más adelante, se apropiaron de toda la isla, hasta que en 1844 la parte occidental se declaró independiente. Hoy, la parte oriental, poblada por negros, está sumida en la pobreza más absoluta (con un PIB en 2024, idéntico al de 1950), mientras que la parte occidental ha experimentado un fuerte crecimiento económico generando una desproporción abismal entre los dos Estados de la misma isla (con un crecimiento anual del 5,3% desde 2000). A pesar de que esta desigualdad creciente puede explicarse por muchas causas, la raza sería para Le Bon, la principal de ellas.

Ahora bien, si las cosas están bastante claras en la isla La Española, en Europa, resulta casi obligado aludir a etnias más que a razas. Europa es la tierra en la que nació el socialismo, el tema de la obra que el lector tiene en sus manos. Así pues, el lector tendrá que juzgar cuando al escribir “raza”, lo adecuado, para el lenguaje actual, debería entender “etnia”.

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Si antes hemos puesto cierto énfasis en resumir las ideas de Le Bon expuestas en Psicología de las muchedumbres es porque, en realidad, esta obra constituye el marco teórico en el que se desarrolla Psicología del socialismo. Es significativo que ambas aparecieran en años sucesivos, 1985 y 1986. Si en la primera obra, Le Bon elabora una teoría completa sobre el comportamiento de las masas, en la segunda, aplica esta teoría al socialismo. Anteriormente, en 1894, Le Bon había publicado Leyes psicológicas de la evolución de los pueblos en la que se intuían las tesis que iba a desarrollar en su gran obra sobre la psicología de las masas. Estas tres obras, en realidad, constituyen el punto de arranque del estudio sobre los resortes que mueven a las masas.

A partir de los puntos que hemos enunciado y que expuso en Psicología de las muchedumbres, Le Bon interpreta el socialismo como una manifestación de la mentalidad de las masas y de su irremediable irracionalidad. No es una ideología, no es un método de análisis como pretendía Marx, tampoco es una doctrina política (aunque quiera serlo en sus distintas modalidades), ni siquiera es un movimiento reivindicativo, es, sobre todo, y por encima de todo, una “nueva fe”, una nueva forma de concebir la religiosidad, con sus dogmas, sus ritos, sus mártires y sus profetas.

Lo esencial de un sistema religioso es que no puede explicarse a través de la racionalidad; se cree en él por ser una verdad revelada, algo cuya única finalidad es mover masas, pulsar sus instintos para encaminarlas en determinada dirección. Le Bon ve en el caso del socialismo un ejemplo típico sobre como una idea utópica puede arraigar en el inconsciente de las muchedumbres.

El hecho de que Marx quisiera dar a su sistema un aspecto “científico” y, por tanto, racional, es secundario para Le Bon: las masas desconocen lo esencial de ese sistema que, desde el principio quedó relegado al estudio de un puñado de intelectuales. Nada de todo esto es lo que ha llegado a las masas, sino la ilusión de que la “lucha de clases” es el “motor de la historia” y que ésta concluirá, necesariamente, con el “triunfo del proletariado” a la formación de una “sociedad sin clases”. No son, pues, el aspecto pretendidamente científico de la teoría, lo que mueve a las masas, sino los dogmas que hemos resumido, lo que constituye su motivación y lo esencial de su fe. Una vez más, como siempre en la historia de los pueblos, la emoción termina primando sobre la racionalidad. Lo que ocurre es que los dogmas han ocultado, elegantemente, los resentimientos, las esperanzas, los deseos de revancha social y de igualdad (cuando en el mundo biológico al que pertenecemos, lo que reina es la desigualdad y la jerarquía).

Al igual que las muchedumbres son seducidas por líderes, en el socialismo ocurre otro tanto. El líder socialista es aquel que tiene la habilidad de movilizar el sustrato emotivo y sentimental de una masa de desheredados, convirtiéndolo en potencial político. Muchas variedades de “líderes” aspiran a dirigir a las masas: el intelectual gris, rata de biblioteca, solitario, el “reformador social” alucinado con la idea de “progreso” y la consideración de que él está destinado a acelerar ese progreso hasta sus últimas consecuencias, el intelectual demagogo que aspira, especialmente, a mejorar su situación personal, presentándose como sumo sacerdote de la nueva fe, quien mejor entiende sus dogmas, y cuya percepción de la realidad apenas alcanza más allá de su gabinete de estudio, siendo el resto el producto de elucubraciones mentales surgidas de la combinación de los dogmas aprendidos.

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Le Bon, vale la pena recordarlo, tiene ideas muy concretas sobre lo que es el progreso (evitamos llamarlas “progresistas”), particularmente cree en el avance de las ciencias, pero en política es un conservador clásico. Cree que las minorías ilustradas deben ser las que asuman la guía de los Estados, si es que se quiere llevar a cabo una gestión racional de la política y de la economía. Odia las estridencias, las revoluciones, los ajustes de cuentas que derivan de ellas y las situaciones de inestabilidad permanente que se prolongan hasta que llega un Bonaparte y las resuelve por medio de una dictadura.

Este conservadurismo intrínseco de Le Bon en lo político es lo que le hace considerar peligrosa a la muchedumbre porque, arrastrada por demagogos, tiende a destruirlo todo y es incapaz de distinguir entre lo que merece ser destruido y lo que pide ser conservado para mantener la cultura y la continuidad de un pueblo. Y, por eso mismo, considera peligroso al socialismo, capaz de convertir la energía irracional de las masas en una fuerza subversiva capaz de derribar gobiernos e instituciones y marchar hacia el caos. Su confianza está, más bien, depositada en una élite intelectual, una minoría que afronta los problemas con mesura y racionalidad y, a partir de ahí, formula propuestas de reforma social. Todo esto hace que el título de esta obra, Psicología del socialismo, sea deliberadamente engañoso: en realidad podía haberse llamado, con más razón, “Critica a la religión socialista” o, incluso, “Fundamentos de una seudo-religión”.

El resentimiento, la decadencia de las tradiciones y, en especial, la pérdida de la religiosidad tradicional, hace que el vacío creado quede ocupado por una nueva dogmática en la que la esperanza escatológica en el más allá y en el fin de los tiempos quede sustituido por ideas simples: “igualdad”, “igualitarismo”, “reparto de la riqueza”, “justicia social”, que tienen un eco particular en los desheredados. Además, el socialismo, tiene la ventaja en relación a las religiones tradicionales, de que ofrece en el “más acá” la recompensa sin esperar a un problemático cumplimiento de las promesas y la felicidad eterna en el “más allá”. Y es que el socialismo es una “doctrina emocional” que apela a los sentimientos de la masa y les llama a la “redención” que se producirá sólo mediante la “igualdad económica”.

La presente obra debe leerse como un documento histórico exponente del pensamiento conservador, pero también como un libro profético y, como tal -en realidad como cualquier libro profético- un conjunto de previsiones de futuro de las que algunas se cumplirán y otras no. Sería un error minusvalorar la importancia de este libro y de la obra de Le Bon en nuestra historia reciente.

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Ya hemos aludido a Freud y a su poco convincente crítica a las teorías de Le Bon, pero hay que recordar también que éste influyó extraordinariamente en las concepciones de Ortega y Gasset que lo toma como punto de partida para augurar la llegada del tiempo en el que reinará el “hombre-masa”. Ambos, Le Bon y Ortega, son consciente de que la era de las masas supone una amenaza para la civilización que este último valora como resultante del progreso y desembocan en la formación de un “sujeto colectivo nuevo”.

Quizás donde las profecías de Le Bon acertaron especialmente en anunciar el advenimiento de la época del “cesarismo” (los fascismos, especialmente). Tras décadas de caos y de confusión, las masas se refugian en líderes carismáticos, se entregan a ellos, tras décadas de luchar y morir por sus libertades y en nombre de ellas, están agotadas y encumbran a alguien que les promete orden, estabilidad, reposo y felicidad. Hitler y Mussolini estaban por aparecer, Napoleón Bonaparte, Luis Napoleón e, incluso el Bonaparte frustrado, el general Boulanger, ya habían demostrado que, tras épocas caóticas, las masas acuden inevitablemente a un “césar”.

También sostenía que el triunfo del socialismo sería relativamente breve. La imposible realización de los objetivos utópicos del socialismo -en especial, los procesos de colectivización- terminaría con él. Auguraba así la revolución de octubre de 1917, el estalinismo y el posterior desmoronamiento del régimen soviético setenta años después. También sostenía, con razón, que la potencia económica alemana se debía a su mejor organización y al pragmatismo de su “raza”, mientras que Francia se vería apeada del pelotón de cabeza de las naciones a causa de su increíble tendencia a la burocracia y a favorecer la integración de Argelia y de los argelinos como ciudadanos de pleno derecho. Veía el “peligro amarillo” como algo que terminaría haciéndose realidad y la potencia de los EEUU como uno de los pilares del siglo XX. Anticipaciones geniales, sin más apoyo que la lógica, las estadísticas y el método positivo.

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Hoy tiene tendencia a pensarse que las innovaciones tecnológicas han dejado atrás el pensamiento de Gustave Le Bon y sus consideraciones sobre las masas, la geopolítica y la tecnología. En realidad, es todo lo contrario. Cuando Byung-Chul Han alude al enjambre en el libro del mismo título (2013), deja constancia de que las “redes sociales” han sustituido a la “masa”. No puede hablarse, por tanto, de “masas”, sino más bien de “enjambres digitales” y algo parecido es lo que expone Zygmunt Bauman en La modernidad liquida (2000) y en ensayos posteriores. Este autor define nuestro tiempo como la “modernidad tardía” en que se han aparecido nuevas formas de “colectividades efímeras”. Está aludiendo a las masas digitales.

Si para Le Bon, una “masa” era una “reunión física en la que los individuos pierden su individualidad y se fusionan en una mente colectiva”, la novedad es que, hoy, ya no es necesaria una aglomeración física; las “redes sociales” han sustituido esa condición por un equivalente digital. No estamos juntos en las calles, nos reunimos ante terminales electrónicas. Y en ese medio artificial, se cumplen las mismas leyes que enunciara Le Bon: la identidad individual se diluye en el flujo colectivo de emociones, marcadas por memes, los “nuevos gritos de la multitud” aparecen en forma de likes, retuits y trending topics. Gracias a ellos se genera un contagio emocional y un proceso de sugestión idéntico al que aparece aún en los espectáculos de masas: viralización de mensajes y contenidos, desinformación o información irracional, proliferación fakes y polarización electrónica, incluso los propietarios de las redes sociales premian a los que generan más emociones en menos tiempo.

Cuando Le Bon habla de “pasiones colectivas”, parece, también aquí, haberse anticipado a los algoritmos que estimulan y destrozan vidas y tendencias, generan “influencers” (los “líderes” de los que hablara Le Bon a los que todo el mundo quiere seguir, hagan lo que hagan), los “creadores de contenidos” (que consiguen generar entusiasmos, fiebres consumistas y demás formas de irracionalidad digital).

Y todo esto ¿cómo lo hacen? Tal y como establecía Le Bon para todo aquel que quiere influir en una masa: con frases simples (un mensaje de más de 280 caracteres ya se considera “difícil de leer”), arrancando al individuo de su racionalidad y arrojándolo al submundo de las pasiones desencadenadas. Es evidente que no pueden profundizarse ni ideas, ni doctrinas, ni siquiera se busca eso: los eslóganes, el etiquetado de los mensajes, los hashtags, deben bastar para ofrecer a cada cual aquello que parece buscar. El usuario busca el “producto perfecto”, sin darse cuenta de que él ha pasado a ser el “producto” y es con él con lo que comercian los propietarios de las redes sociales: cada dato de su individualidad cuenta para venderlo a cualquier empresa que lo solicite y esté dispuesto a pagarlo.

El usuario, permanece inconsciente ante esta realidad y en un estado de excitación permanente -también aquí, Le Bon acertó-, para lo que se precisa de una presencia constante, invasiva y omnipresente de las redes sociales en la vida de los sujetos. Los streamings, por ejemplo, no están tan interesados en que el público vea uno u otro de sus productos, como en que permanezcan siempre en su área buscando qué ver hoy o en días sucesivos, eterna y permanentemente. En cuanto a las redes digitales, se trata de “enganchar” al individuo consiguiendo que permanezca horas y horas corriendo el scrolling de la pantalla en busca de algo que le interese y con lo que identificarse.

Lo que hoy se llama “infantilización cognitiva” no es más que la actualización de las leyes enunciadas por Le Bon sobre el comportamiento de las masas. También aquí hay una diferencia con respecto al final del siglo XIX: hoy esa infantilización ya no es espontánea, sino generada por algoritmos. Ya no es una masa la que, reunida en un estadio, grita a un equipo y cubre de imprecaciones al contrario. La suma de las individualidades y su despersonalización absoluta se opera mediante algoritmos que amplifican y maximizan la interacción. Ahora, los “líderes” ya no salen del seno de las masas, sino de la razón matemática de los algoritmos y, con propiedad, puede hablarse de “multitudes programadas”.

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Le Bon no es muy optimista en relación a los países latinos. Opina que se han quedado atrás en la historia y que les va a ser muy difícil recuperar la iniciativa. Precisamente por eso, los considera como aquellos en donde el socialismo arraigará antes. Percibe en su tiempo los primeros síntomas de esa tendencia. Al tratarse de países en los que el capitalismo es más tardío y existen grandes bolsas de pobreza y analfabetismo, son también los lugares en donde existe más ansia de revancha social y donde la población puede ser más fácilmente presa de demagogos, tribunos de la plebe, capaces de suscitar y hacer creíbles las fantasías más locas del socialismo (wokismo, estudios de género, corrección política….)

Estos son, en líneas generales, los contenidos de esta obra. Esperamos que su lectura reporte al lector las satisfacciones que a nosotros nos ha generado traduciéndola. Esperamos también que el lector utilice su espíritu crítico para separar aquello que son juicios circunstanciales, de las tesis generales de esta obra.

Ernesto Milá

Barcelona, 20 de octubre de 2020

  











martes, 28 de octubre de 2025

EN LA RECTA FINAL DEL SANCHISMO: la nueva situación (4ª parte) - Un “don Tancredo Feijóo” superado y a la espera - Lo que puede ocurrir a partir de ahora

Lo más descorazonador de la política española en este momento es la flema y la pasividad de Alberto Núñez Feijóo… Justo en el momento en el que tenía que movilizar a sus diputados y a la calle para poner fin al período más negro en la historia reciente de España, Feijóo opta por esperar acontecimientos, ver como el sanchismo se va desgastando a golpe de informe de la UCO y a la espera de que empiecen a caer las primera sentencias por los primeros escándalos de corrupción (el primero será el del Fiscal General, el segundo el del “hermanísimo” e, incluso es posible que el ”caso Begoña” pase por un juzgado popular a lo largo de 2026).

Una moción de censura “instrumental”, pactada previamente con Junts no estaría de más. Especialmente, si en lugar de proponerse él como candidato, lo hiciera a través de un personaje que no suscitara desconfianzas en los nacionalistas catalanes (el nombre de Miquel Roca, es el que más se baraja en estos momentos). Su función sería descabalgar de una vez por todas al psicópata de la Moncloa y sustituirlo por un gobierno de gestión que durase el tiempo justo para convocar elecciones en el plazo más breve posible. Esta es la única posibilidad que tiene Junts de jugar un papel en la próxima legislatura.

Pero es problemático que PP o Junts acepten este planteamiento que implicaría ofrecer la posibilidad de que Abascal embistiera, preguntando en sede parlamentaria a Feijóo sobre su política de alianzas. Y, en lo que se refiere a Junts, el problema sería más grave porque en Cataluña quedaría a ojos del independentismo como el partido que, gracias a su voto, derrocó a Sánchez y entregó el poder a un gobierno de la derecha estatalista.

También es posible que Feijóo prefiera rehuir el riesgo del cara a cara con Sánchez y opte por dejar que los sucesivos informes de la UCO y las investigaciones periodísticas trabajen por él. Hoy, es prácticamente imposible que el PSOE pueda remontar las previsiones electorales que le son ampliamente desfavorables.

Máxime si la posibilidad de un fraude electoral mantiene abiertos los ojos de los observadores, a la vista de que proliferan las maniobras oscuras de Indra -a cargo del recuento- en varios países iberoamericanos. La norma de fotografiar las “actas electorales” y publicarlas on line, como se hizo en Venezuela, hace que el riesgo de fraude quede conjurado.  Si hay fraude, será en el voto por correo, por supuesto, pero a la vista de cómo están las cosas -y de cómo se irán poniendo- parece muy difícil que el sanchismo remonte e, incluso, que logre salvar los muebles.

Feijóo parece haber decidido optar por el “dontancredismo”: esperar sin moverse, el desgaste del adversario hasta su derrota y mientras seguir votando junto al PSOE en el parlamento europeo para dar muestras de “madurez” de cara al canciller Merz especialmente.

6. Lo que puede ocurrir a partir de ahora

Cuanto más prolongue esta larga agonía del sanchismo, más polarización del voto y más crispación aparecerán. El olor a derrota invade todos los departamentos ministeriales y todas las sedes del PSOE. Nadie se atreve a reconocer que, ya ni siquiera las previsiones del CIS, ni la caterva de tertulianos amamantados por las ubres del poder logran animar al electorado socialistas. En estas circunstancias, empiezan a actuar a la desesperada en ayuntamientos, diputaciones y ministerios.

Es significativo que haya aumentado en las últimas semanas la “publicidad institucional” del “Gobierno de España”… síntoma de que las comisiones generadas en estas postreras campañas están suponiendo un reparto apresurado de sobres, de la misma forma que las subvenciones absurdas e imposibles de seguir a las más inverosímiles campañas humanitarias y a ONGs “sin ánimo de lucro”, improvisadas y ridículas, suponen las últimas mordidas de un gobierno de nulidades, mangantes y ambiciosos sin escrúpulos a imagen y semejanza del capo de tutti i capi.

Mi impresión es que el capítulo de la corrupción socialista no se ha cerrado todavía. Falta un final kolossal a la altura del sanchismo. La posibilidad de pasar años a la sombra, hace que sea cuestión de tiempo el que alguno de los puteros y vividores del sanchismo, piense si no será mejor “colaborar” con la justicia, salvar lo salvable y liberarse de responsabilidades. Creo que todavía nos falta mucho que ver en este terreno y las intentonas de Marlaska de reconfigurar la UCO, indica perfectamente que aún queda mucho por salir. Acaso lo más importante.

Ya no se trata de “lo quede del PSOE en el postsanchismo”, sino de lo que “quede de España”. El país saldrá de este período luctuoso marcado para siempre, con un lastre de casi dos billones de deuda que se proyectará sobre las generaciones posteriores de españoles.

No tenemos la menor duda de que Feijóo evitará, por todos los medios, hundir al PSOE, renunciará a sacar toda la bazofia que hay debajo de las alfombras de los ministerios (si es que queda alguna que no se hayan llevado los socialistas). Lo normal en el día 1 de su gobierno sería que se auditaran todos los ministerios para saber exactamente la situación del país y la magnitud del agujero negro dejado por los socialistas. Como “lo normal” hubiera sido que Rajoy, cuando llegó al poder, hubiera realizado una investigación exhaustiva de lo ocurrido el 11-M… Ni ayer Rajoy, ni mañana Feijóo tienen la más mínima intención de hundir por completo al PSOE. Esa es la tristísima realidad.

No va a ser un período fácil. Estamos persuadidos de que Feijóo preferirá pactar con los restos del PSOE o bien formar un gobierno monocolor sin participación de Vox (y Vox demostraría poca sensatez si por tener prisa en “tocar poder”, accediera a jugar en un futuro gobierno presidido por Feijóo el mismo papel que está jugando Yolanda Díaz en el sanchismo).

Ahora bien ¿quién será el “líder socialista” que asuma la herencia envenenada del sanchismo? No hay ni una sola figura de alcance nacional que pueda sustituir a Sánchez, ni mucho menos posibilidades de reconstruir un proyecto socialdemócrata creíble. Una “gran coalición” puede ser solamente “grande”, si los dos partidos que la forman están más o menos igualados y muestran estabilidad interior. Y eso no ocurre: en el PP, la posibilidad de pactar con el PSOE “liberado de Sánchez”, es una posibilidad que rechaza de partida una parte sustancial de su electorado. Por su parte en el PSOE las cosas no van mucho mejor: un partido que siempre ha ido de “primera” o “segunda opción” para los electores, no puede quedar en tercer o cuarto puesto sin sufrir un trauma interior. Y esto es lo que puede ocurrir con el PSOE en varias comunidades, incluidas algunas provincias andaluzas. Por eso el PP se ha equivocado, o más bien ha sido María Guardiola adelantándose y convocando elecciones en Extremadura, cuando Andalucía o Valencia, con mucho más peso específico, eran las adecuada para generar adelantos con repercusiones en la política nacional.

Descartada la moción de censura, descartada la presentación de un “candidato instrumental” para la convocatoria de elecciones, con un Sánchez aferrado al poder y rezando para que se produzca un milagro que lo salve de pasar de la poltrona de La Moncloa al banquillo de los acusados, podemos decir que estamos en la “medianoche oscura de España”.

Los problemas, podridos por décadas de ignorarlos, no los va a resolver Feijóo en su mandato: ¿cómo podrían resolverse el tema de los, entre 200 y 400.000 okupas diseminados por toda España? ¿con una simple ley? ¿dónde van a ir a parar? No es un problema que se soluciones de un día para otro.

¿Y la inmigración masiva? ¿cómo se va a detener la islamización progresiva de algunas zonas del Estado? Si se ofrecen incentivos para la natalidad, está más que claro que la inmensa mayoría irán a parar a manos magrebíes y subsaharianas. Si se construyen viviendas sociales, como no quede claro que son para “españoles”, se ampliará la colonización extranjera de barrios enteros. Todo lo que no sea “remigración” no es la solución.

Si el Estado reduce ministerios, restringe gastos, sin planes de reconstrucción industrial, ni reducción de la presión fiscal, el número de parados puede dispararse en pocos meses. Si no se cortan de una vez por todas subsidios a los sindicatos (“el que quiera un sindicato, que se lo pague”), estos residuos de otros tiempos volverán a convocar “huelgas generales”, paros y manifestaciones, a pesar de que solo tengan a la “mafia de la cultura” detrás. Si no se reordena la educación y la sanidad (y para ello sería necesario que el Estado recuperara la totalidad de la gestión en esas áreas), estos dos servicios públicos van a ser cada día más y más inservibles.

No, la España que heredará Feijóo es un “regalo envenenado”, quien se haga cargo tiene por delante un largo período de angustia, especialmente, si no es capaz de actuar al margen de las directivas de la UE. Y Feijóo no es capaz, desde luego.

La hora de Vox no ha llegado todavía. Llegará -como está llegando la hora del Rassemblement National en Francia o de Acción por Alemania, del Partido por la Libertad holandés (como se verá el próximo 29 de octubre), la de Chega! en la nación hermana portuguesa, la del FPÖ austríaco, como ha llegado la hora de Orban o de la Meloni, y así sucesivamente.

Solo hay que tener un poco de paciencia. Estamos en puertas de un cambio radical en la política española. El hecho de que los resultados obtenidos en las elecciones generales de 2023 o en las pasadas elecciones catalanas de 2024, ya no sean los que se obtendrían hoy, sugieren que la “movilidad” del electorado es máxima y nunca antes vista en la España democrática, síntoma inequívoco de grandes cambios.

 El problema es hasta cuándo se prolongará esta fase terminal de un ciclo (el iniciado en 1978) y cuándo se entrará en el “nuevo curso”. Para ello hace falta que las viejas opciones pierdan toda credibilidad y que las nuevas se afirmen definitivamente.