lunes, 8 de diciembre de 2014

Cataluña post-9N: ¿Soberanismo o electoralismo?


Info|krisis.- Van pasando los días y parece como si el soberanismo catalán hubiera perdido fuelle. La tensión acumulada en los días previos al 9–N, ha descendido visiblemente. Salvo en Cataluña, se habla poco del soberanismo en el resto del Estado. Quizás sea esta la hora de recapitular. Esta es la función de este artículo: repasar porqué el soberanismo ha encallado y afronta una vía muerta, para después pasar a repasar los últimos movimientos de los partidos soberanistas y tratar de describir las modificaciones que se van produciendo en el panorama político catalán y explicarlas.

4I: INDEPENDENCIA IMPOSIBLE, IMPROBABLE, INDESEABLE

Lo más sorprendente del soberanismo catalán es que elude por todos los medios responder al problema de si la independencia de Cataluña, además de ser la aspiración romántica de algunos, es o no es viable desde el punto de vista económico. La respuesta es tan evidente que no es raro que los soberanistas la intenten eludir por todos los medios: el doble salto mortal que implicaría el corte con España y el subsiguiente corte con la UE, los dos principales clientes de Cataluña haría imposible, de un día para otro, no solamente sobrevivir, sino incluso pagar la parte alícuota de la deuda española que quedaría adherida al “nuevo Estado”. Es evidente que, si Cataluña pudiera sobrevivir en esas circunstancias sería… hipotecando su soberanía a actores financieros internacionales que impondrían condiciones muchísimo más draconianas de las que ha conocido hasta hoy la población catalana o, simplemente, convertirían a Cataluña en un “Estado títere” de cualquier multinacional de tercera fila o de una pequeña sociedad inversora de capital–riesgo.


Si dejamos de lado a los fanáticos del independentismo que no van más allá de la independencia de Cataluña y que con obtenerla aunque fuera durante 24 horas ya se sentirían “libres y plenos”, no es raro que empresarios y técnicos, pero también la gran mayoría de personas con capacidad crítica y racionalidad, entiendan que la independencia de Cataluña es, desde todos los puntos de vista, imposible. De hecho, sería mucho más adecuado reconocer que el Reino de España tampoco es completamente independiente, en la medida en la que su soberanía está limitada por un lado y coartada por otro por estructuras internacionales como la Unión Europea, la OTAN, las Naciones Unidas, sin olvidar a los muy tangibles “señores del dinero” que condicionan en altísima medida las decisiones del gobierno de un Estado Nacional.

Siempre hemos sostenido que los Estados Nación actuales tienen una dimensión inadecuada para responder a los retos de un marco político–económico–científico que no es aquel en el que nacieron. Efectivamente, si los Estados Nación surgieron como tales desde finales del siglo XVIII, cuando las aristocracias y las monarquías absolutas declinaban, la burguesía se configuraba como clase hegemónica y los avances científicos examinados desde hoy parecían casi un juego de niños, en el actual mundo globalizado, con las economías interrelacionadas, una demografía completamente diferente y unos progresos científicos exorbitantes, el Estado Nación no es la estructura que mejor puede adaptarse a estos tiempos. Hace falta, pues, caminar hacia la cooperación interestatal en el marco de “grandes espacios económicos” (esa Europa desde Finisterre a los Urales, el mundo hispano–americano…), mucho más que fragmentar los Estados–Nación en unidades todavía más pequeñas, más difícilmente coordinables en función de sus “particularismos” y de sus “factores diferenciales” y, obviamente, con menos posibilidades de mantener su independencia.

Si hoy vale la pena defender los Estados Nación es, precisamente, porque disponen de estructuras legislativas, institucionales y capacidad de coerción que suponen, por sí mismas, barricadas ante la globalización. Fragmentando estas unidades en piezas más pequeñas, lo único que se logra es levantar estas barricadas y allanar el camino a la dominación por parte de multinacionales, de inversores agresivos y de los omnipotentes diosecillos llamados “señores del dinero”.

Por supuesto, hay “naciones” y naciones. No es lo mismo una Bélgica, país sin tradición histórica y compuesto por dos comunidades perfectamente diferenciadas, con dos lenguas de raíces sin elementos comunes, o un Canadá compuesto por otras dos comunidades lingüísticas que hasta hace 150 años estaban en guerra civil, que un país como España que desde la época visigoda estaba unificada a nivel político, que a lo largo de la Reconquista reiteró esa intención de reunificarse y que desde 1492 lo estuvo según los criterios de la época.

¿QUIÉN ES SOBERANISTA AQUÍ Y AHORA? LOS TRES GRUPOS SOBERANISTAS

Todo esto viene a cuento de los últimos movimientos de piezas del soberanismo. Tal como era de prever, el 9–N no dejó grandes huellas. Salvo en la propaganda soberanista. A ningún observador objetivo se le escapa el hecho de que la participación y los resultados demostraron muy a las claras y sin apelación que el soberanismo carece de “fuerza social” suficiente como para lograr la independencia de Cataluña y que los núcleos con mayor porcentaje de independentismo está situados en zonas de la Cataluña “interior”, permaneciendo ausente de zonas costeras, zonas del sur de la provincia de Tarragona, de la “frontera” y del sur de la provincia de Lérida y de la mayor parte de zonas costeras del Mediterráneo. En tales circunstancias y, a la vista de la debilidad de las barreras lingüísticas (el catalán es una lengua hispano–romance), no existe ni remotamente un RH catalán, ni una raza catalana, las razones históricos son igualmente débiles y, en gran medida, productos de las interpretaciones, como mínimo “bizarras” del nacionalismo romántico y, para colmo, las posibilidades de supervivencia de un “Estado catalán” independiente, desde el punto de vista económico, se reducen a cero.

¿Quién es, pues, soberanista en las actuales circunstancias? En primer lugar una parte (minoritaria como demuestra el 9–N) de la población catalana que no entiende a qué se debe su empobrecimiento y porqué la crisis económica iniciada en 2007 prosigue todavía, una población que percibe que las riendas del Estado están en manos de desaprensivos, oportunistas y saqueadores sin escrúpulos, y que ha creído la cantinela de Artur Mas: “Si fuéramos independientes las cosas nos irían mejor”… eludiendo el hecho de que los problemas que existen en el Estado Español son exactamente los mismos que existen en la Cataluña gobernada desde hace 38 años por el nacionalismo: corrupción, malas políticas económicas, catástrofe demográfica, inmigración descontrolada más que en parte alguna del Estado, gigantismo de la administración autonómica, narcisismo soberanista… No es que Cataluña sea diferente de España, es que cada vez por sus constantes económicos–sociales cada vez se parece más a España y, en concreto, a Andalucía.

Sin olvidar, por supuesto, que CiU ha tenido su parte de responsabilidad en la gobernabilidad del Estado y que siempre ha intentado extraer beneficios para su clase dirigente apoyando, ora al PP, hora al PSOE. Una parte del soberanismo, el que podemos llamar “soberanismo popular”, o soberanismo de base, está compuesto, pues, por pobres gentes, que han asumido la “concepción del mundo” de la Generalitat –“respuestas simples a problemas complejos”– y que lo han interiorizado.
En segundo lugar, son soberanistas los que extraen algún beneficio directo del soberanismo. De hecho, no es que “sean soberanistas”, es que “deben de serlo” para seguir obteniendo algún tipo de pequeño beneficio personal. Funcionarios de la Generalitat, por ejemplo, con poco trabajo y paga aceptable. Miles de personas que viven del sueldo que reciben de grupos culturales, sociales, asistenciales, siempre vinculados de una forma u otra al nacionalismo y que, deben cumplir horarios flexibles, poco exigentes, habitualmente de media jornada, gracias a la política de subvenciones que el nacionalismo concede a “los amigos”.

Finalmente, hay que considerar la opinión de las cúpulas de los partidos soberanistas (exigua minoría de la que nunca está claro si actúa por impulsos emotivos, románticos y sentimentales o por fríos cálculos políticos). Es indudable que no todos los soberanistas creen que el soberanismo es posible, ni viable, ni necesario. Probablemente, el propio Artur Mas tiene su dudas. Conoce perfectamente la situación acuciante de la Generalitat desde el punto de vista económico y sabe –o debería saber– que con ese pasivo, poco “Estado” va a poder construir y que un doble salto al vacío con España y con la UE, sin red, siempre es, inevitablemente, mortal.

Las personalidades escindidas de estos soberanistas les facilitan el realizar un desaprensivo discurso populista por una parte y un ejercicio de pragmatismo por otra. A los soberanistas de base (el primer grupo) les facilitan los argumentos facilones, primitivo, viscerales, los únicos que pueden oír, entender y asumir. A los funcionarios y panxas–contentas, les siguen pagando sus emolumentos, dejando bien claro que cualquiera cosa que implique una crítica o la exteriorización de otra posición que no sea la de la cúpula de la Generalitat, les hará perder su estatus. Finalmente, en sus relaciones con el Estado es cuando aparece ese pragmatismo que siempre ha acompañado al nacionalismo catalán.

Durante casi 40 años, el nacionalismo ha practicado hasta la saciedad este doble discurso: pragmático mirando a Madrid y populista para uso electoral.

Era imposible que esta duplicidad pudiera prolongarse mucho más.

9–N: SIN FUERZA SOCIAL SUFICIENTE PARA LA INDEPENDENCIA

Estamos en el momento final de los micro–nacionalismos. No es por casualidad que el nacionalismo flamenco remita y que los partidos mayoritarios de Flandes ya hayan colocado su reivindicación secesionista en barbecho (salvo los últimos mohicanos del Vlaams Belang) y que en el Québec canadiense la última derrota y el hundimiento electoral del nacionalismo aleja la posibilidad de un cuarto referéndum independentista.

Y esto entraña el inicio del declive de los partidos nacionalistas. El nacionalismo, a fin de cuentas, no es otra cosa que la doctrina que propone el nacimiento de una nueva nación. Por definición, pues, todo nacionalismo es independentista en último término, o carece de sentido. Pero las condiciones económicas e internacionales actuales impiden la aparición de micro–estados (a la par que limitan la soberanía de los Estados–Nación actuales). Esta contradicción entre lo que se propone y la imposibilidad de obtenerse, es insuperable y tenderá cada vez más a impedir que los partidos soberanistas vayan más allá de donde han llegado. Ahora, digámoslo ya, sólo les queda remitir.

En Cataluña es evidente que el soberanismo lleva 10 años, desde el período del Nou Estatut maragalliano, movilizándose. En 2004 no existía la más mínima demanda social para tal estatuto. Al PSC le cabe la vergüenza de haber entregado las riendas de la Generalitat a un hombre como Maragall que entonces ya no estaba en condiciones físicas ni mentales de asumir aquel reto. La tragedia fue “perfecta” desde el momento en el que el poder en Madrid fue a parar a ZP gracias a las bombas del 11–M. Pero no sería sino hasta 2010 cuando, por efecto de la crisis económica, y del retorno de CiU al poder, cuando la crisis económica llevaba ya tres años activada y Cataluña había perdido el 30% de su capacidad industrial, el “gobierno de Madrid” se había caracterizado por los reiterados errores de ZP en la conducción de la crisis (tardanza en reconocer la existencia de una crisis, tardanza en entender sus dimensiones, tardanza en entender que no solamente afectada a la construcción, planes E,  plan de ayuda a la banca, etc), fue sólo entonces cuando el soberanismo llegó a la calle con las masivas manifestaciones del 11–S a partir del 2011.

SOBERANISMO CATALAN 2010-2014 = EXTREMA–DERECHA 1977–1983

El soberanismo cayó en el mismo error que la extrema–derecha durante la transición, especialmente a partir de 1977 cuando cada año, hasta 1983, más y más masas acudían a las manifestaciones del 20–N… Era difícil entender como tanta “fuerza social” no se traducía en réditos electorales. Todo se debía, obviamente, a los desajustes de la transición. Cuando esta se hubo asentado sólidamente (en septiembre de 1983 con la victoria socialista), en pocos meses Fuerza Nueva se disolvió y las masas dejaron de acompañar a los actos del 20-N…

Así mismo, el soberanismo, a fuerza de hinchar las cifras de asistencia a sus manifestaciones, a fuerza de leer solamente sus diarios, ver únicamente los informativos de TV3 y hablar solamente entre ellos, falló en la apreciación real de sus verdaderos efectivos y de su potencia. Creyeron –y siguen creyendo, especialmente a nivel de masa soberanista– que son “mayoría”. Poco importa que la participación en el 9–N haya sido muy minoritaria (incluyendo a inmigrantes, adolescentes de entre 16 y 18 años y cierta picaresca…) y que se haya demostrado suficientemente que con menos de una cuarta parte de los votos resulta imposible “construir una nación”, algo que, por lo demás, ya estaba claro desde finales de los años ochenta, cuando los niveles de utilización del catalán como lengua vehicular preferencial se estancaron.

Es evidente que las cúpulas soberanistas no pueden reconocer su fracaso y prefieren –como la extrema–derecha en la transición– ir “de victoria en victoria hasta la derrota final”. Lo sorprendente y lo que está pasando desapercibido al público español y a buena parte del catalán es que, las cúpulas soberanistas siguen hablando de independencia pero ya sólo en términos de programas electorales. Y aquí se trata de quien “vende” el producto (el soberanismo) de la manera más atractiva para el electorado.

MAS: INDEPENDENCIA EN SEIS MESES. JUNQUERAS: INDEPENDENCIA YA

Artur Mas, intenta recuperar al electorado perdido en dirección a ERC, haciendo gala de “buen seny” y prometiendo una “independencia negociada” en seis meses a partir de unas elecciones plebiscitarias en las que él, naturalmente, aparecería en primer lugar como “gran timonel”, “líder máximo” y “ayatola” del soberanismo. Se trata de una pirueta para evitar demostrar la debilidad presente de CiU ante ERC, debilidad que una lista única soberanista podría enmascarar. Pero, en realidad, Mas ha sido, desde el principio, perfectamente consciente de que esa posibilidad es remota (demasiado obvia la intención para que ERC pudiera caer en la trampa), pero de lo que se trata para él es de ganar tiempo y evitar convocar elecciones anticipadas, permaneciendo en el poder el máximo de tiempo posible y tratando de atraer a las urracas del independentismo, las tristes “damas de la plaza de Sant Jaume” que dirigen las asociaciones cívicas soberanistas amamantadas por Mas.

Junqueras, por su parte, percibe perfectamente la propuesta–trampa y “da más”: el único punto de su programa será un parlamento que inmediatamente después de conocerse los resultados proclame la independencia: un “parlament constituyente”… Con eso pretende atraer al independentismo más inquieto, harto ya de esperar para disponer de una “nación independiente”. Los lagrimones de Junqueras no le permiten ver la realidad: es posible que, en las actuales circunstancias, su partido sea el más votado… pero distará mucho de obtener una mayoría absoluta e incluso los votos soberanistas, sumados, a día de hoy, no permiten pensar en una mayoría soberanista.

Es evidente que, tanto Mas como Junqueras lanzan sus propuestas en clave electoral. No está claro hasta cuándo Artur Mas podrá soportar las presiones y se verá obligado a convocar elecciones anticipadas. Lo que a él más le convendría sería llegar a algún pacto con el gobierno, obtener fondos imprescindibles para poder garantizar el funcionamiento de la Generalitat hasta el 2016 a cambio de rebajar a partir de entonces la tensión independentista. Convocar las elecciones autonómicas poco después del 11–S. En un pacto con el gobierno del Estado, los procesos contra las cúpulas de CiU quedarían retrasados o entrarían en barbecho.

HACIA UN NUEVO MAPA POLÍTICA CATALÁN

Las últimas encuestas indican que el panorama político catalán, en cualquier caso, quedaría ampliamente alterado: el PP se eclipsaría cada vez más, dejando de ser actor secundario para pasar a un papel casi irrelevante, destino al que iría acompañado por el PSC, cuya desintegración prosigue si cabe a mayor velocidad. Ciutadans se consagraría como “tercera fuerza” con votos procedentes de estos dos partidos. Podemos, o su equivalente, mermarían las posibilidades del CUP y atraparían votos procedentes también del PSC y de ICV cada vez más desdibujada. Por otra parte, la situación de la inmigración en Cataluña, cada vez más masiva, más arraigada en sus raíces islámicas, hace que el discurso anti–inmigracionista, acompañado por una toma de posición catalanista y española, que defiende PxC tenga, en este río revuelto, posibilidades de avanzar.

No hace falta, pues, tomar las declaraciones de Junqueras y de Mas, como tampoco las de Iceta o la Camacho, al pie de la letra. Hoy, toda la clase política catalana habla en términos electorales y solamente porque tanto ERC como CiU creen que el tema soberanista les beneficia electoralmente.
Por su parte, los electores de base del soberanismo todavía no son conscientes de que no verán la independencia como no se pueden ver sus orejas, sentimiento que en las cúpulas soberanistas cada vez, especialmente desde la lectura de los resultados del 9–N, resulta más claro. Y son realistas: “ya que la independencia es imposible, al menos que lo invertido sirva para mejorar las posiciones de los partidos soberanistas…”.

El suflé soberanista (como todos los suflés nacionalistas) descenderá, sino estallará. No es malo que así sea.

© Ernesto Milá – info|krisis – infokrisis@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen