Quien conoce el mundo árabe sabe
que el racismo está presente de manera determinante y perfectamente integrado
en el aparato socio-cultural. Nadie cuestiona el racismo porque nadie es
consciente de que es racista… especialmente hacia los vecinos. Esto es lo que
ocurre en Marruecos: los negros son considerados como “muy inferiores”. Una
consideración que incluso está presente en la cultura árabe: no en vano los
traficantes árabes fueron los que capturaban “presas” para enviarlas luego como
esclavos al Golfo Pérsico, al Magreb o a Norteamérica. En Las mil y una Noches,
uno de los cuentos que más habitualmente cuentan las madres árabe a sus hijos
es el de aquel negro que por sus buenas acciones mereció de Alá el premio de…
volverse blanco. Si no es racismo ¿qué es?
Cuando los magrebíes residentes
en Europa se quejan del “racismo europeo” y cuando las ONGs les hacen coro,
harían bien en volver la mirada hacia su país y reconocer que el racimo árabe
en relación a los subsaharianos es de carácter antropológico y cultural y no se
debe, mientras que en Europa lo que existe es rechazo hacia aspectos
desagradables y superados de la cultura islámica (desprecio hacia la mujer,
imposición de prendas religiosas, unión de lo político y lo religioso, sin
olvidar reiteradas vulneraciones de todo tipo de legislación europeo o faltas
de respeto hacia la sociedad y el país anfitrión que, en absoluto, pueden ser
constitutivos de “racismo”).