martes, 21 de diciembre de 2021

ESTOS SON MIS PRINCIPIOS (LO LAMENTO, NO TENGO OTROS) (2 de 3)

Resulta imposible olvidar que, entre nuestros amigos y antiguos camaradas, existe la conciencia clara de que las cosas no están yendo bien, ni en nuestro país, ni en el resto de Europa. A pesar de esta coincidencia en el análisis, existen distintas respuestas personales y políticas: unos (nosotros mismos, sin ir más lejos), consideran que ya no vale la pena intentar realizar una acción política, sino que es mejor, prepararse para el desplome -que inevitablemente sucederá- del sistema mundial y contar, para ese momento, con una red capaz de reaccionar y sobreponerse. Otros, en cambio, creen que todavía puede hacerse algo sobre el terreno político. Sería inútil discriminar a unos y a otros, especialmente, porque el análisis lleva a la misma conclusión: nos encontramos ante el precipicio, como país, como continente, incluso como civilización.

Lo que negamos algunos es que, de una crisis tan profunda, pueda salirse con unas meras elecciones. De hecho, existen cuatro posiciones políticas posibles en todos los países europeos:

- La de quienes marchan alegremente hacia el abismo, pidiendo, además, acelerar el paso, abriéndose cada vez más a las posiciones “progresistas” más extremas y al discurso más rigorista y fanático sobre la “corrección política”. Tal sería la posición en España de Podemos, el entorno de las “damas de rojo” (la Colau, Yolanda Díaz y las que quieren levantar otra alternativa de extrema-izquierda). “El precipicio es rojo, hermoso y permite volar antes del batacazo”.

- La de quienes consideran que hace falta caminar hacia el abismo con paso firme, pero prudente y sin acelerar tiempos. Se trataría de seguir en la misma dirección “progresista” que la recorrida hasta ahora, pero siendo conscientes de hasta dónde se puede llegar y ralentizando el paso en relación a la velocidad de carrera del grupo anterior. El programa que les place es el propuesto por la UNESCO con todos sus tópicos buenistas. Tal sería la posición del PSOE. “Ser progresista es caminar hacia el precipicio sin prisa, pero sin pausa”.

- La de aquellos conservadores que, simplemente, ven la botella medio vacía, pero consideran que manteniendo el libremercado y dejando actuar las leyes de la economía liberal, todo quedará resuelto con un gobierno de centro-derecha que frene aquellos aspectos más desagradables del “progresismo”, pero que, a su vez, sea expresión de otro “progresismo” más atenuado. Así piensa la dirección actual del Partido Popular. “Cuidado, no nos apresuremos, parece que hay cerca un precipicio”.

- La de aquellos decepcionados con todos los grupos políticos anteriores que aspiran solamente a forzar gobiernos de derecha y sienten que las “constituciones” son la gran defensa de las sociedades europeas. Así pues, se trataría de mantener esta normativa para garantizar un retorno a la normalidad. Con votar a su opción, todo se resolvería. Esta opción en España está representada por Vox. “Detengámonos ante el precipicio. Viva la constitución”.

Indudablemente, estas cuatro posiciones son, todas ellas, en sí mismas, insuficientes, en la medida en que buscan la resolución de los problemas por la vía electoral, sin tener en cuenta tres aspectos:

1) Los pueblos europeos hace décadas que han perdido la capacidad crítica y el discernimiento en materia política. Hoy solamente se entienden “necesidades”, en absoluto “proyectos”. Se vota en contra de tal o cual opción, mucho más que a favor de esta o de aquella. El liderazgo político ha desaparecido. La figura del estadista se ausentó de la política europea sin dejar señas, hace más de medio siglo.

2) El empobrecimiento cultural de las poblaciones, hace que éstas ni siquiera sean capaces de entender la naturaleza de sus problemas, ni capten incluso los problemas más superficiales que les afectan y, por supuesto, ni siquiera se preocupen -como es tradición en democracia- por los contenidos de los programas políticos y por el nivel de cumplimiento de los mismos. La mejor opción, será olvidada por el electorado, si no se somete a reglas detestables de demagogia y coba al elector.

3) El respeto a la constitución implica que dentro de cuatro años volverán a convocarse nuevas elecciones y nunca hasta ahora, nunca, ni en Austria, ni en EEUU, ni en país alguno, un gobierno “ultraconservador” ha podido mantenerse en el poder con la oposición de medios, redes sociales, incluso con sospechas de fraude electoral. La fragilidad de las opciones “populistas” es tal, que nada garantiza el que las reformas que pudieran introducir, permanecieran vivas más allá de cuatro años.

Así pues, hay que advertir a los amigos que optan por votar a opciones “populistas”, que, dejando aparte, la satisfacción que pueden deparar algunas victorias parciales (pasar a la segunda vuelta en Francia o entrando en gobiernos regionales en España, o introducir determinadas medidas antiinmigración en Italia), lo cierto es que, supone un optimismo inconsciente el pensar que por vía electoral va a solucionarse algo.

El problema puede entenderse con un ejemplo: cuando una camisa está algo sucia, se coloca en la lavadora, se le aplica el programa más concienzudo de lavado y, asunto resuelto, en algo más de media hora, esa camisa estará como nueva; pero cuando tenemos una camisa llena de grasa, con desgarrones, con las costuras desgastadas y zonas podridas por el sudor, remendada una y otra vez, lo mejor que podemos hacer con esa camisa es tirarla y comprar otra. No hay solución posible ni programa de limpieza que la pueda redimir. Pues bien, nuestro momento de civilización corresponde a esa segunda camisa: ninguna opción política convencional, ninguna elección, ningún porcentaje de votos que recibe, por alto que sea, conseguirá sacar a nuestros países europeos del pozo.

En las cuatro opciones que hemos visto anteriormente -y que están presentes en todos los países europeos-, como máximo, puede ralentizarse la velocidad de caída (y, en las mejores circunstancias), pero nunca, absolutamente nunca, será posible alejarse de la zona de riesgo. Y esto por la sencilla razón de que los partidos políticos están adaptados para responder a crisis coyunturales, jugar a la contra, beneficiarse más de los errores y de la mala gestión del contrario, que habilitados para introducir reformas en profundidad en el seno de los sistemas, que, por lo demás, se han blindado para evitarlas (recurriendo a porcentajes inalcanzables para que aparezcan consensos reformadores).

Uno de los aspectos más desagradables de los actuales regímenes políticos europeos es la degeneración de los partidos políticos, cuyos discursos se han convertido en racimos de tópicos derivados de la lógica de su ubicación política, destinados a enmascarar la única finalidad de sus clases políticos: el afán de lucrarse, sin límite, sin medida y sin freno. ¿Cuántas legislaturas serán necesarias para convencer al último ciudadano de que su voto se entrega a oportunistas sin moral ni escrúpulos y que, gracias a ese voto, el “elegido” aumentará su patrimonio sin esfuerzo, se convertirá en un privilegiado y dedicará la mayoría de su tiempo a esa actividad antes que a la gestión, la planificación, la previsión del futuro, la buena administración o la prosperidad de quienes les han votado.

Votar, hoy, en Europa, supone entrar en ese circuito diabólico de mentiras, ambiciones, engaños, creación de “electorados cautivos”, halagos a los votantes, en el que solamente se sienten a gusto, evolucionando en un circo infame y miserable, los peores seres humanos que han nacido en esta época, frecuentemente, psicópatas integrados y, en cualquier caso, ególatras enfermizos que en otro tiempo habrían optado por el camino de la piratería y el bandidaje.

Supongamos, por un momento, que queda algo de sinceridad en algún sector político. Nadie puede dudar, a estas alturas, después de más de cuarenta años de partidocracia en nuestro país, de decenas de elecciones municipales, autonómicas, generales, europeas, nadie, absolutamente nadie, puede afirmar que, desvanecidas las esperanzas iniciales en que la llegada de la democracia supondría aire fresco en la vida pública española, a día de hoy, los problemas no se hayan eternizado por una parte, agravado por otra e, incluso, aparecido en lugares en donde no existía absolutamente ningún problema. Pero, la deuda de los Estados, la presión fiscal creciente, recuerda la losa que todos tenemos a la espalda: billones de euros de deuda pública, impagable y, sobre todo, negativa a utilizar criptomonedas para realizar los pagos del Estado, en la medida, en que ese método supone un libro abierto, rastreable, incluso la más mínima comisión ilegal pagada.

Porque la gran contradicción de nuestro tiempo es que, en un momento en el que existen medios técnicos suficientes  como para cortar de raíz cualquier forma de corrupción, las excusas “garantistas” y las dramáticas apelaciones a la “privacidad”, se enarbolan para evitar la transparencia en la gestión de la cosa pública, blindar a los políticos ante cualquier responsabilidad penal y convertir procesos por delitos suficientemente claros, en culebrones interminables que siempre concluyen con la prescripción de los hechos juzgados o con el fallecimiento de los reos.

Hoy, la única sensación que puede sentirse ante los sistemas políticos europeos es náusea. Pensar que unas elecciones afortunadas, lograrían invertir la tendencia y conseguir restablecer una situación de normalidad, moralidad, equidad y competencia, es soñar en un mundo sin gravedad. Desde Platón se sabe que un político jamás ha legislado alguna medida que pudiera perjudicar sus expectativas. Y lo que era válido en la Grecia del 600 AC, sigue estando vigente en nuestros días.

No hay que esperar, pues, solución en el marco de las actuales legislaciones y del sistema democrático universalmente aceptado en Europa. Como máximo, se puede retrasar algo el salto al abismo, pero éste, indudablemente, se producirá. Y no estamos muy lejos de vivir esta situación.

Los Estados (y los partidos que controlan esos estados, amamantados por los consorcios y los grupos de presión, los carteles y los trusts, hoy más fuertes que nunca: puede entenderse porqué desde hace décadas los ultraliberales que los gestionan claman “menos Estado, más mercado”) ya ni siquiera están en condiciones de hacer progresar a las poblaciones. Logran la pasividad de éstas mediante una serie de recursos que se han ido sistemáticamente ensayando desde principios del milenio:

1) El recurso al miedo y sus variantes (miedo al terrorismo de origen desconocido, miedo a las pandemias, al cambio climático, miedo a la pérdida de empleo, miedo a las crisis económicas)

2) El recurso a los problemas ficticios (problemas inexistentes que afectan especialmente a minorías LGTBIQ+ y que ocultan los verdaderos problemas de fondo)

3) El recurso a la corrección política (que intentan imponer, incluso un idioma considerado como “correcto” que prohibide con penas de cárcel parcelas de opinión cada vez mayores)

4) El recurso a las organizaciones mundialistas que nadie ha elegido (los principios morales y éticos políticamente correctos son enunciados por la UNESCO)

5) El recurso al empobrecimiento cultural de las poblaciones (con el lanzamiento de productos de cultura de masas de un nivel cada vez más bajo)

6) El recurso a la fragmentación y neutralización de las sociedades (con la inmigración masiva y la pérdida de todas las identidades desde la nacional a la sexual)

7) El recurso a la unidimensionalización del ser humano (a la dimensión económica y a la toma en consideración solo de los problemas materiales)