lunes, 8 de junio de 2020

¿UNA MASONERÍA TRADICIONALISTA? LA ENCRUCIJADA DE LOS GUENONIANOS (I de II)


Con Julius Evola no hay duda: para él, la masonería fue una organización subversiva -en el sentido de que socavaba los valores y las instituciones tradicionales- desde el momento mismo de su fundación en 1717. Evola nunca tuvo la tentación de convertir a la masonería italiana en una especie de vehículo para sus planteamientos, a diferencia de René Guénon, su mentor doctrinal, que, en los mismos momentos en lo que colaboraba con varias revistas católicas, presentaba a la masonería como una estructura “tradicional” a la que convenía sumarse.

Hemos de confesar que más de 50 años después de haber leído lo esencial de la obra guenoniana, todavía seguimos perplejos por su propuesta sobre la masonería. En realidad, el problema de Guénon era que su planteamiento doctrinal era tan absolutamente rígido que resultaba demoledor para sus propios partidarios. Lo normal hubiera sido que hubiera llegado a sus últimas consecuencias afirmando que, en esta época terminal de un ciclo, cualquier salida “iniciática” está cerrada o, si se prefiere, es tan inaccesible y difícil que más vale no contar con ella. Es algo que Evola realizó después de la Segunda Guerra Mundial y especialmente en el Cabalgar el Tigre, su última gran obra. Pero Guénon, se obstinó en ofrecer “desembocaduras tradicionales”.


Parte de su vida, su juventud, la perdió frecuentando círculos ocultistas problemáticos que, de lejos, repugnaban al sentido común. Luego ofreció la “desembocadura católica” (según la cual, el catolicismo sería el mejor vehículo para reconstruir una “vía occidental” en Occidente y, de ahí, su colaboración con revistas católicas). Casi paralelamente, afirmó que la francmasonería y el compagnonage (movimiento gremial que los masones presentes como su antecedente, algo completamente discutible) eran las únicas supervivencias “tradicionales”, añadiendo que el segundo, por sus características, estaba cerrado para la inmensa mayoría. Para, finalmente, hacerse musulmán, iniciado por un pintor sueco, Ivan Agueli, que pasó por Barcelona (y allí murió apisonado por una locomotora en 1917). Guenon, predicando con el ejemplo, se instaló en El Cairo, de donde ya no se movería hasta su fallecimiento.

Una cosa es la obra de Guénon, imprescindible en su conjunto, brillante, especialmente en su crítica a la modernidad y otra las recomendaciones sobre las “desembocaduras tradicionales”, de las que mejor no hablar.

Hoy, la obra de Guénon es relativamente conocida en los medios masónicos españoles. Cabe decir que, “han oído hablar” de que es un autor de importancia para la masonería y que varios conocidos masones franceses (Jean Tourniac, Jean Palou, Paul Naudon, etc.), intelectualmente brillantes y autores de trabajos de inspiración tradicionalista, muy sólidas y brillantes (ninguna de ellas, por cierto, traducidas al castellano que sepamos), se confiesan seguidores suyos. A diferencia de ellos, toda la obra de Guénon, o ha sido traducida y editada al castellano, o resulta fácilmente accesible en Internet.

Hay algo en todo esto que no encaja, desde el principio: hemos dicho que lo mejor de Guénon es su crítica a la modernidad (La crisis del mundo moderno y El Reino de la cantidad y los signos de los tiempos). ¿Cómo encajar esa crítica a la modernidad con el favor y la mano tendido a la masonería que, en realidad, fue en el siglo XVIII el gran constructor de la modernidad? ¿Cómo olvidar que las formas políticas tradicionales fueron destruidas por las “revoluciones liberales” de finales del XVIII y del XIX, protagonizadas por la masonería que no ejerció otro papel más que el de “laboratorio de ideas” de esas revoluciones? Esto es hasta tal punto cierto que, desde el momento en el que la flecha de la historia fue dejando atrás la irrupción del liberalismo, la masonería entró en crisis y hoy no pasa de ser un exótico grupo, provisto de rituales demodés y arcaicos y sobre cuya transmisión “regular” habría mucho que hablar (Robert Ambelain, demostró que la fundación de la Gran Logia de Londres en 1717 fue irregular desde el momento en que no contaba con el número necesario de masones establecido por los landmarks… y, en cuanto a los rituales, ha habido tantos y con tantas modificaciones que parece casi imposible que quede en ellos algo de “originario”).

De todas formas, no queremos centrarnos en la crítica a las deficiencias de la interpretación guenoniana de la masonería, sino a la situación de la corriente guenoniana dentro de la masonería.


Llama la atención, por ejemplo, que la lectura de “las doctas obras de René Guénon”, sea recomendada por la Gran Logia Simbólica, la obediencia española más emparentada con el Gran Oriente de Francia (que se disputa, junto con el Derecho Humano, el ser la obedienia “menos tradicional” del vecino país). Entre los talleres de la Gran Logia de España, de obediencia inglesa (y que tiene como equivalente a la Gran Logia Nacional Francesa, la Logia Traditio nº 129, de Barcelona, se autotitula “tradicionalista” y hace explícitamente referencia a Guénon. Hay varios trabajos, planchas y artículos en revistas masónicas españolas, dedicados a Guénon, pero, en cualquier caso, nada particularmente significativo. Todo masón que, hoy, demuestra alguna inquietud intelectual y ganas de justificar doctrinalmente el pago de su cuota a la logia, antes o después, llega a la obra de Guénon. En general, todos estos trabajos obedecen a una intención divulgativa y se centran en escritos del autor sobre la masonería y sobre el simbolismo masónico, pero, ninguno de ellos se plantea la incompatibilidad entre determinados aspectos de la obra guenoniana y las ideas defendidas por la masonería, como tampoco nadie se pregunta la contradicción entre la aceptación de la idea igualitaria y la división jerárquica de la masonería en grados que puede prolongarse hasta los 90º (de los Ritos “egipcios”) o a las 33º consabidas divisiones jerárquicas del Rito Escocés…

A diferencia de en España -donde no existe una “masonería tradicionalista” (aunque existen algunos buscadores tradicionalistas dentro de las logias españolas)- en Francia han existido intentos de organizar logias “guénonianas” en vida de Guénon.

Uno de los personajes imprescindibles del pequeño universo guenoniano es “Marcel Clavel” (de verdadero nombre Jean Reyor). Reyor conoció a Guenón en 1928 cuando ya había leído su obra publicada hasta ese momento. Reyor conocía perfectamente el ambiente masónico francés de los años 20 y 30 y, por tanto, desconfiaba del consejo de ingresar en la masonería para acometer una “vía tradicional”. A él se deben algunos detalles de las conversaciones que tuvo con él sobre este.

Guenón, por su parte, había ingresado en la masonería en 1907 (paradójicamente, dos años después, empieza a publicar, con su nombre o con varios seudónimos, artículos en la revista La France Anti-Maçónique publicada por Clarin de la Rive. En la mayoría de estos artículos ajusta cuentas con los ocultistas y, solamente, a partir de 1913 adopta el seudónimo de “Sphinx” para firmar regularmente sus artículos. Lo curioso del caso es que, en ese momento -es Reyor quien lo recuerda- Guenón, además de su afiliación masónica, era “obispo” de la Iglesia Gnóstica, aspiraba a refundar una reconstrucción más de la Orden del Temple y ya había recibido la barakah de Agueli. Clarin de la Rive conocía todos estos devaneos de Guénon, pero ignoraba su filiación al Islam. Si tenemos en cuenta que los lectores de La France Anti-Maçónique eran solamente católicos integristas, resulta incomprensible la presencia de Guénon en la revista (¡que estuvo a punto de dirigir!).

Si Reyor, hasta muy avanzada su vida, nunca simpatizó con la idea de “trabajar dentro de la masonería”, otro guenoniano notable, Jean Marqués-Rivière, con una sólida formación budista, si aceptó ingresar en logia. Poco después, tuvo que dar marcha atrás, horrorizado por lo que vio y experimentó (affairismo, nepotismo, corruptelas, etc, etc, etc), elaborando el guion de la película Forces Occultes, filmada durante la ocupación alemana y en la que se denunciaba el trabajo de la masonería durante la III República.


También por esa época, Bernard Faÿ había publicado su extraordinario estudio sobre La Masonería y la Revolución intelectual del siglo XVIII, que situaba a la masonería en el contexto irrefutable del asentamiento de la dinastía de Hannover en el Reino Unido, los manejos de Franklin en Francia a través de la Logia Neuf Soeurs y la independencia de los EEUU como obra de la masonería.

Sin embargo, en 1946, Reyor se dejó convencer por Guénon para participar en la constitución de la primera logia guenoniana: La Grande Triade, de Rito Escocés Antiguo y Aceptado y adscrita a la Gran Logia de Francia (GLF). Esta obediencia, fundada en 1894, conserva la referencia al “Gran Arquitecto del Universo” (a diferencia del Gran Oriente de Francia), prioriza el trabajo simbólico y está formada por republicanos moderados). La logia se concibió como un punto de encuentro de los “masones que aceptaban la obra guenoniana” y estaban dispuestos a trabajar “para la restitución de una masonería íntegramente tradicional”. Reyor, junto con otros dos guenonianos de estricta observancia, Denys Roman (verdadero nombre Marcel Maugy, autor de René Guénon y los destinos de la franc-masonería y Reflexiones de un cristiano sobre la masonería) y Roger Maridot, emprendieron la tarea.

Roman aportó algunos datos sobre la fundación de la logia: fue un masón ruso guenoniano el que realizó las instancias para que la logia fuera integrada en la GLF. Lo llama, simplemente “M… f…”. Al parecer era un alto grado de esta obediencia que había difundido, desde el final de la Segunda Guerra Mundial el corpus guenoniano en la cúpula de esta federación de logias. Este misterioso personaje, recibió la autorización para formar una logia que consiguiera recuperar, agrupar e integrar en la GLF a los guenonianos de la época. Para ingresar en la logia era preciso tener un conocimiento previo de la obra de Guénon. En 1947 tuvo lugar el encuentro entre los promotores de la logia y las autoridades de la obediencia (el futuro gran maestre Antonio Coën y el gran maestre de la época Dumesnil de Grammont) de las que Roman dice que eran “grandes admiradores de Guénon”.

El proyecto empezó a andar en ese momento.