jueves, 23 de abril de 2020

MEMORIA HISTÓRICA: SCHLAGETER, EL PRIMER MITO DEL III REICH (3 de 3) - DOS TEXTOS SOBRE EL "CULTO SCHLAGETER"



Alemania debe sobrevivir
(por Friedrich Bubenden)

Canción de guerra de Albert Leo Schlageter

Aunque al principio somos pocos,
quizás tú y yo y un par más de camaradas,
amplio es el camino y claro el objetivo
Adelante, paso a paso, valor y prosigamos.
Aunque al principio somos pocos,
sin duda lo conseguiremos.


En noviembre del año 1918 Alemania estaba rota en pedazos; triste, caída, lánguida, de un amarillo otoñal que se mezclaba con la amarga y a la vez dulce fragancia de las hojas de otoño que caían; la sombra de la desolación y de la muerte se extendió sobre todos los barcos de guerra y cubrió nuevamente millones de cuerpos muertos en los cruces de los caminos; en los campos vacíos, sobre las montañas cubiertas de nubes, sobre las playas en las que las olas rompían atónitas, podían verse caras de soldados todavía sofocadas por la batalla, con el aliento cortado, los unos estremeciéndose en sus hombros, los otros preguntando inquietos y profundamente alarmados: “¿Ha acabado?”. Sí, terminó.

Una guerra termina; una guerra mundial termina con un estrépito final. Un gigantesco esqueleto emerge y ríe inaudiblemente sobre victoriosos y vencidos. ¿Quién es el victorioso? En este momento en que incluso la misma tierra permanece quieta, nadie lo sabe. Las leyes eternas y elementales que gobiernan nuestro planeta vuelven a ponerse en movimiento y la tierra gira una vez más. Cesa la petrificación. Alguien comienza a respirar; después otro y otro: Las manos se mueven también. La tierra gira más y más de prisa, siempre sobre su eje hasta alcanzar su velocidad habitual. Pero sí, ahora los inteligentes han comprendido realmente. La sangre vuelve nuevamente a circular sobre sus venas. Las chimeneas silenciosas y sin humo de las minas de Lorena, en la frontera, apuntan hacia el cielo como dedos índices en el aire, y un teniente, con su botonadura descubierta y agitada por el viento, permanece sonriente en la puerta de su cuartel. Los rifles descargados se apilan en la estación de ferrocarril de Colonia. Sobre ellos se halla arrojado un puñal, y tren tras tren los va recogiendo y alejándose por los raíles. Los hombres van, poco a poco, llegando a sus casas desde todos los sectores del frente. Un pequeño puñado de héroes permanece aún en las olvidadas tierras de guerra, enraizados en ellas, siempre incomprendidos. Ni siquiera saben que la tierra ha vuelto nuevamente a girar. Entre ellos se encuentra Albert Leo Schlageter.


El cobarde Consejo de soldados retrocedió delante de sus ojos furiosos y llameantes, y mucho más todavía delante de sus puños cerrados; los dejaron pasar. En la Madre Patria los rojos se alzan victoriosos. La alegría, el ardor y el gusto por la vida han reemplazado al choque paralizador. Los licores corren por los vasos. Y como los almacenes y graneros poco a poco se van llenando, se ha olvidado que la tierra ha estallado. ¡Vuelven los nuevos tiempos! ¡Los negocios son como de costumbre! Existe un espíritu que va brazo con brazo y que se pliega a todo lo que sea paz y quietud. Pero todavía queda una persona. Firme como los estudiantes ante sus libros. Siempre al frente y en la jefatura de los que le siguen. ¿Debe o no debe vivir a Alemania? Bajo las capas llenas de colores en Friburgo un hombre llora: es Albert Leo Schlageter.

De repente desaparece. Riga, la Riga alemana llama, su batería lanza llamaradas sobre los estrechos puentes. Riga es liberada (1). Entre aquellos que respiran libremente, uno de los más felices, de los que más se regocijan, es Albert Leo Schlageter, el jefe de la batería. Dicen que Schlageter es mercenario. ¿Realmente lo es?

Las olas crecen en la Patria. Manos ansiosas se alzan buscando el oro, que fluye en forma de papel. Esto no es nada. No hay que escucharlo. ¡Hay que vivir la vida! ¡La paz es ante todo! ¡La paz de Versalles!

Solamente uno escucha: Albert Leo Schlageter. El escucha el rugido subterráneo de las montañas del Ruhr. Los salvajes miserables y seducidos por los rojos se levantan. Los burgueses solamente tiemblan. Ni siquiera ven la máscara amarilla de Moscú. Nuevamente Schlageter lucha impetuosamente con su batería hasta aplastar a los rojos.
Los burgueses fácilmente se adaptan a la situación: ¡No es tan mala!

¿Dónde está la jefatura? ¡Aquí! —dice Schlageter— ¡En el cuerpo de oficiales libres, en Silesia! Los comerciantes y los usureros gritan: ¡Fuera con el cuerpo libre de oficiales que nos han liberado! ¡La guerra ha terminado! ¡Que nos dejen en paz y tranquilos! ¡Seamos civilizados!


En la retaguardia sonríen los marxistas, los comunistas, los judíos y un gobierno del Reich contemporizador.

Pero existe un hombre que no sonríe. ¿Se debe descansar? ¡No Alemania llama de nuevo! Sí; he aquí su llamada, pero sólo para aquellos que la escuchan. Y ésos deben seguirla. Han de mantenerse escondidos, tanto de la policía como de los burgueses. Moviéndose cuidadosamente de aquí para allá. Entre ellos está él. Aquí están sus ojos, sus oídos, aquí sus soldados desconocidos, a quien sólo conocen unos pocos. Aquí incluso sin haber sido llamado se encuentra él; siempre está aquí. Bajo la tierra, oculto y cerca de la capital del Reich, pero nunca atrás, Schlageter se dedica completamente a su misión y sus hombres.

Pero el destino de Alemania llama nuevamente a Albert Leo Schlageter a otra tarea. Entre el Rin y el Ruhr se ha roto nuevamente el fuego. De acuerdo con el tratado de compromiso el cobarde enemigo (2) puede invadir, asaltar, matar, torturar y violar a los hijos y a las hijas de los alemanes. Se silencia la guerra en el territorio del Ruhr. Albert Leo Schlageter está nuevamente en pie cuando Alemania le llama. No sabe que es su última llamada en vida y la última vez que Alemania le demande su sacrificio. La guerra se hace más intensa y sórdida, acrecentándose en secreto. De una lucha abierta en campo de batalla se vuelve oscura, secreta, misteriosa, casi una defensa imposible. Pero se lucha intensamente en todas partes.

Resuenan las explosiones y los ferrocarriles saltan por los aires. Los puentes vuelan. El terror permanece noche y día en las temblorosas rodillas del «victorioso». Pero repentinamente aparece la traición junto al heroísmo. Incomprensiblemente cae en pri­sión. Siempre existe alguien que ha de sufrir sobre la Tierra y que termina con la muerte. Dios le perdone, porque no sabe lo que hace.


Nuevamente se eleva la cruz del Gólgota en un solitario lugar de Golzheim. Nuevamente un predestinado debe ofrecer su vida, porque los demás le odian, porque deben odiarle.

Una salva resuena en un pálido día, el 26 de mayo de 1923. Albert Leo Schlageter ha muerto.

¿Ha muerto en realidad? ¡No! Donde él ha muerto nace todo nuevamente, como una primavera de vida. En torno a ella su heroísmo. Él luchó en los batallones de los héroes alemanes de después de la guerra. A su lado con él, antes que él, mucho antes y mucho después, sus compañeros y camaradas lucharon por el mismo premio: por Alemania... Este Albert Leo Schlageter, que no tuvo descanso en vida, porque vio a la nueva Alemania, ahora ha muerto, expande a su alrededor su espíritu entre otros miles de nuevos hombres. ¿Quién fue Albert Leo Schlageter? Cualquiera que lea estas simples cartas y piense un poco en él, le conocerá. En verdad nadie podía haber escrito con más sencillez. ¿Fue un creador de ilusiones, un charlatán, un cantante de la libertad, un heraldo de la palabra, un poeta? Este pequeño volumen de cartas dice ¡no!

Pero realmente este Albert Leo Schlageter no fue y no es él mismo mucho más que sus cartas. Fue un verdadero producto de su pueblo y de su Patria; y esto es una gran cosa.
El no predicó el valor; él mismo fue la imagen del valor. Pero como fue un hombre de acción y no de palabras, aceptó el cáliz amargo por el destino de su Patria y lo bebió hasta la última gota, permaneciendo en pie y consciente de su fe en un destino alemán. Su conciencia de alemán fue azotada por la lucha durante toda su vida. Y hoy, en el silencio, una vez desaparecido el fragor de la lucha, todavía permanece con nosotros su conciencia de alemán.

Siempre y constantemente estará entre nosotros mientras exista la lucha entre Dios y el diablo, entre la luz y la oscuridad. Solamente terminará con la redención final del mundo.

Hasta entonces, nosotros, que nos llamamos alemanes y que creemos en nuestra sangre, debemos perseverar en esta lucha incluso si nos cuesta la vida. Debemos hacerlo así, como lo hizo Albert Leo Schlageter por el honor de Alemania.

Si nos llega a faltar el valor y estamos en peligro, entonces el testamento que reflejan estas cartas nos llevará nuevamente al sendero del heroísmo. Entonces la conciencia alemana de estas páginas volverá a nosotros de nuevo.

NOTAS

1. Liberada del avance bolchevique. En 1920 se vieron obligados a reconocer la  independencia de Letonia, con Riga como capital.

2.       Francia y Bélgica.

(Del epílogo a Deutschland muss leben: Gesammelte Briefe von Albert Leo Schlageter, publicado por Friedrich Bubenden [Berlín: Paul Steegemann Verlag, 1934], pp. 70-75, 77-78.)


El primer soldado del III Reich
(por Hanns Johst)

Augusto: No quieres creerlo, papá, pero es éste el camino. La juventud no presta mucha atención a los antiguos slogans que es­tán pasados de moda, la lucha de clases ha terminado.
Schneider: Bien. ¿Entonces en quién crees ahora?
A: En la comunidad del pueblo.
S: ¿Y en qué slogan? ¿Es esto un slogan?
A: No; es una experiencia.
S: ¡Dios mío! nuestra lucha de clases, nuestras huelgas, no eran una experiencia, ¿eh? ¿El socialismo, la Internacional aca­so eran fantasía?
A: Fueron necesarios, pero ya pasaron; respecto al futuro, actualmente son sólo experiencias.
S: Así pues, en el futuro habrá tu comunidad del pueblo. Por ahora dime cómo ves esto. Los pobres, los ricos, los que tienen salud, las clases elevadas, todos están contigo, ¿eh? Un país de maravilla.
A: Mira, papá, los altos y bajos, los pobres y ricos, existen siempre. Es únicamente la importancia que se da al asunto lo que lo hace decisivo. Para nosotros la vida no se encierra solamente en las horas de trabajo, y se paga con billetes. Creemos todavía en una humana existencia de conjunto. Ninguno de nosotros mira el dinero como la cosa más importante; deseamos servir. El individuo es solamente un crepúsculo en el total de la sangre de su pueblo.
S: Esto es romanticismo de adolescente. La redención del pueblo a través de los mineros. Despierta, y vive en la realidad. El mundo vive totalmente apartado de esta idea por ahora... Dime, por ejemplo, ¿cuál es vuestra actitud y la de vuestra comunidad hacia la resistencia pasiva?
A: Queremos cambiarla en un alzamiento, en un alzamiento nacional.
S: ¿Cambiarla en un alzamiento?
A: ¡Sí! Y a ti, como antiguo revolucionario, debo decirte que la palabra alzamiento no es ya exacta. El mismo gobierno irá con nosotros o perecerá.
S: Estás hablando a un presidente regional y te dice: el gobierno mandará al infierno a ese alzamiento.
A: Yo solamente estoy hablando cariñosa y amablemente con mi viejo padre.
S: Tu padre es un antiguo oficial del Estado que considera la resistencia pasiva correcta y adecuada.
A: Y tu hijo es un revolucionario.
S: ¡Mi hijo es un patán que va a recibir una bofetada en las orejas! ¡Ahora obedece!
A (retrocediendo y riéndose): Se ve que como presidente regional todavía manejas las cosas al estilo antiguo y de forma dictatorial. Esto está bien cuando se trata de enseñar buenas maneras a los niños. Pero...
S: Pero... nosotros los viejos no somos tan estúpidos como los jóvenes imaginan. Para ti Schlageter es el héroe nacional... para nosotros es simplemente un temporalismo. Schlageter es un hombre muerto si no obedece órdenes. Los gobiernos de Europa están de acuerdo en que debe exterminarse a hierro y fuego a los últimos aventureros y fanáticos que aún quedan. ¡Queremos la paz! Esto es lo que tengo que decirte, jovencito, y he luchado cuatro años por Alemania, como lo hago ahora y como lo haré en tanto aliente mi respiración.
A: ¡No! Y debo decirte que no creo que una batalla pueda ganarse por el armamento, los lanzallamas o los tanques. Nosotros los jóvenes, los que estamos al lado de Schlageter, no estamos a su lado solamente porque fuera él el último soldado de la guerra mundial, sino porque en realidad es el primer soldado del Tercer Reich.

Telón

           (De Hanns Johst, Schlageter [Munich,  1934], páginas 82-85.)