lunes, 1 de abril de 2019

365 QUEJÍOS (301) –VOX FRENTE AL COMPLEJO DE EDIPO Y LA NEUROSIS OBSESIVA INDEPE


Vaya por delante que el sábado estaba muy lejos de Barcelona, pero que, aun estando cerca, tampoco hubiera acudido al acto público de Vox. ¿Motivo? Desde que la política dejó de interesarme, las campañas electorales me interesan todavía menos que antes. Y, aun así, votaré a Vox. A pesar de los pesares. ¿Motivo? Vox tiene razón en reivindicar que, ante el esperpento del “procés” han hecho lo que a otros les hubiera correspondido hacer: llevar la acusación particular. Este que ahora va de gallito y que dice que a él nadie le dice a la cara lo de “derechita cobardona” es el que hablaba catalán en la intimidad y se arrodilló ante el virrey de Cataluña desplazando a Vidal Quadras, por poner un ejemplo. Y en cuanto a Ciudadanos, bueno, me temo que muchos de los que votaron a esta sigla en las últimas autonómicas nunca volverán a hacerlo porque está demostrando ser el típico partido centrista que va a remolque de las encuestas electorales y que, para colmo, tiene -al igual que cualquier otro partido- un altísimo grado de conflictividad interna y posiciones ambivalente (Valls hacia el pacto con el PSOE y Rivera -hoy- hacia el pacto con el PP). Del PSC no vale la pena ni hablar, hasta que se apee de eclecticismo o hasta que perdonemos y olvidemos que fue él y Maragall quien subió un escalón el peldaño de la tensión con su malhadado “nou estatut” que ha llevado hasta la actual historia interminable.

Reconozco, finalmente, que si ese día me apetece y me va bien haré algo, de lo que estoy convencido que, en principio, no sirve para nada: votar. ¿Qué por qué no sirve? Por lo que ya dijo el mejor escritor francés del siglo XX, Louis Ferdinand Céline: “Yo no voto, sé que los idiotas son mayoría”… Ibsen en su pieza teatral, El enemigo del pueblo, ya realizó una crítica a la democracia que todavía no ha sido rebatida. Recomendaría se empleará 1 hora, 47 minutos y 42 segundos en verla en el enlace indicado en youTube.

Claro está que uno de los motivos -y, seguramente, el más fuerte- de votar a Vox es la “calidad” de los que le ponen de chupa de dómine. La agresividad del independentismo más descerebrado, de esos que gritan por la “libertad de expresión” mientras están insultando y apaleando a otro, aislado -siempre aislado, sólo aislado- que lleva una bandera que no es de su gusto, me resulta exasperante. Nunca he podido soportar a las masas. Sigo en esto a Gustav Le Bon y a su Psicología de las Muchedumbres (del que dejo también el link para bajar el PDF, porque es otra de esas obras imprescindibles que, por sí misma, explican lo peor de la democracia).


Veo algunos vídeos de cómo fue la concentración de Vox. No me hago una idea de si fueron 5.000, 15.000 o 25.000 los asistentes. Me dicen que algún helicóptero sobrevoló la zona (sin árboles) y pienso que, por tanto, los Mossos sí saben exactamente cuántos acudieron. Resulta significativo que las descalificaciones utilizan fotos manipuladas (realizadas una hora antes de que empezara el acto) y que exista silencio oficial sobre los asistentes. Lo que me hace pensar que fueron más que los tolerables por los partidos de izquierda y por el nacionalismo.

Aunque, claro está, las asistencias a los mítines no son significativas. Lo significativo es que la Colau se preocupó de que el acto no hubiera podido celebrarse en el Palau Sant Jordi (donde sí se podían contar perfectamente los asistentes), que la prensa indepe y de izquierdas dice que el acto “pinchó” y la que sigue a Casado evita pronunciarse sobre el número de asistentes. Ninguno de mis amigos fue al mitin, a pesar de que todos ellos, comparten anti-independentismo, necesidad de regeneración del país, y de que todos ellos piensan votar a Vox. Obviamente, lo que se pretende ocultando y enmascarando las cifras de asistentes es que no se despierte en “efecto Vox” en Cataluña antes de las elecciones: que es como facilitar el que siga existiendo la “derechita” del PP y los “blandiblups” de Cs. Porque, con los de Vox está claro -al menos, de momento- que no pueden llevárselos al huerto.

Pero lo más significativo fueron las agresiones y la “movilización antifascista” organizada por la CUP. Como se sabe, la CUP ha fracasado en todas sus convocatorias de huelga general de las que he dicho en otras ocasiones, que no han pasado de simples embotellamientos en el mejor de los casos. La CUP siguen pensando que existe una “república catalana” y que el resultado del 1-O lo avala: “Guanyem y guanyarem…”, dicen.

Uno de los rasgos del complejo edípico (porque los indepes lo padecen al negar a su padre, el Estado Español, porque se acuesta con mamá, la Generalitat de Catalunya) es la negativa a reconocer la realidad. Esa realidad que un modesto Mosso d’Esquadra se encargó de resumir: “La República no existe, imbécil”. Los CDR, a falta de mejor causa (¿hacia dónde puede tirar un independentista que creía en las bondades del “procés” ahora que ya no existe “procés”, ni orientaciones, ni consignas, ni estrategia?) tiran por la vía fácil del “antifascismo”. Claro está que, para ellos, “fascismo” es todo lo que no sea independentismo (el imbécil o el sujeto marcado con pulsiones edípicas lo es hasta el final).

Mucho menos admisible son las declaraciones de la Colau en plena campaña electoral pero que reflejan, en el fondo, la certidumbre de que se han acabado los buenos momentos a la izquierda del PSOE y que el “efecto indignados”, no solamente hace mucho que acabó, sino que el tiempo del reflujo ya ha llegado.

Estos últimos días he andado por el Alto Empordà. Cadaqués, sin duda, la más surrealista de los pueblos de la zona, azotados intermitentemente por la Tramontana (el viento que vuelve loco), muestran una ciudad a la altura de Dalí, aun cuando Dalí hubiera abominado de toda esta locura: Cadaqués se ha convertido en “Villa Lacito”. Alguien se ha preocupado de poner decenas de miles de lacitos amarillo pálido (ni siquiera son del amarillo Nápoles, el único que apreciaba Dalí y que está ausente en todo el proceso, en beneficio de ese amarillo tristón) en todos los lugares, incluso en los más abandonados. Cualquier psicólogo sabe que ese acto solamente puede haberlo realizado un obsesivo-compulsivo diagnosticado. Hasta llegar a Cadaqués por la única carretera de acceso, pueden verse todo tipo de pintadas dramáticas que auguran persecuciones, tiranías y procesados directos a campos de exterminio… pero los bares y los restaurantes siguen repletos y ajenos a todo esto. He visto turistas fotografiando los lazos y los demás rastros de la obsesión independentista, bromeando sobre quién podría estar hasta tal punto tan pillao para colocar miles de lazos en lugares intransitados… No lo entienden. Yo sí.

La imposibilidad de cristalizar el proyecto independentista en algo concreto y la proliferación de “signos” y “símbolos” (todo en este independentismo es “simbólico” e, incluso, Macià en 1931 cuando proclamó la independencia de la República Catalana una semana después también alegó que se había tratado de un “símbolo”). El símbolo es la expresión sensible de una idea y de un estado de ánimo. El independentismo, ante la imposibilidad de alcanzar sus fines, está derivando hacia el “modo secta” (menos numerosos, más radicales, más chalados) uno de cuyos rasgos es ver la realidad como “símbolo”.  Los “signos” -ya que hablamos de signos- son cada vez más claros: la manía obsesiva compulsiva y el complejo de Edipo, puede tratarse clínicamente.

No hay pastillas milagrosas, pero esta patología social ha sido insertada por TV3 y por la oficina de la gencat de subsidio al chalado (y existen varias con múltiples y pomposos nombres). En las próximas elecciones, ERC va a ser el partido mayoritario en Cataluña (habrá atraído a buena parte del PDCat y de la CUP), pero eso no cambia mucho las cosas: hoy por hoy, ERC es un partido sin estrategia, cuyo programa empieza y termina con esa independencia. Lo importante, en Cataluña, es ver cómo quedan los demás partidos no independentistas. El cansancio por los lacitos y del estilo de programación de TV3 hará el resto.

Joaquín Costa decía que España precisaba un “cirujano de hierro”, ahora, más parece que Cataluña -y, más en concreto, el independentismo- precise un “psiquiatra de pórfido”.