Queridos amigos:
Hoy estamos en la jornada de reflexión. Así que vamos a
reflexionar. Mañana la mayor parte de ciudadanos irán a votar, sin ser
conscientes de lo que está en juego. Hoy, nosotros, vamos a reflexionar sobre
lo que nos jugamos. Frente a los partidos tradicionales que se hunden, frente a
las soluciones tímidas que intentan emerger, vamos a hablar de propuestas
radicales, duras. Si lo que buscáis son soluciones radicales, esto es, que
vayan a las raíces de los problemas, de eso es de lo que vamos a hablar. Si lo
que queréis son palabras moderadas, mesuradas, políticamente correctas, eso no
es de lo que hemos venido a hablar.
Os diré de lo que hablaremos: en primer lugar del origen de
todos los problemas, la globalización. Luego de cómo la globalización afecta a
España. Y, finalmente, de lo que puede hacerse contra la globalización.
Antes de empezar, os diré que mi trabajo es el de “analista”.
Hacer “análisis político” es algo que hay que realizar con objetividad,
olvidándose de filias y de fobias. Para hacerlo, hay que tomar los factores que
aparecen ante un problema, analizarlos de mas importantes a menos importantes,
combinarlos y establecer un diagnóstico. Hay que observar la realidad. Observar
lo que nos rodea. Tratar de percibir sus interacciones y solamente así
tendremos la posibilidad de anticiparnos.
Pero planteamos algo más que eso. No nos contentamos con ser
solamente “observadores”. Queremos rectificar el rumbo de los acontecimientos y
precisamente por eso es preciso saber hacia donde se dirigen, qué escenarios
tenemos ante la vista. No puede haber acción política si antes o ha habido un
análisis política que nos ayude a prever cómo será el futuro y cómo podemos
actuar sobre él.
Es como si un entrenador preparara a su equipo para un
encuentro sin saber sin saber de qué deporte iba a ser la partida. No es lo
mismo jugar a fútbol que escalar una montaña, no es lo mismo hacer submarinismo
que tirarse en paracaídas. Hace falta conocer, pues, el terreno en el que vamos
a jugar. De lo contrario, repartir alimentos, colgar carteles, dar charlas, convocar
manifestaciones, no sirve de nada.
Así pues, vayamos a la primera parte de la charla: la
globalización.
* *
*
Mundialización y
globalización
En 1945 se crearon las primeras instituciones “mundialistas”.
La versión oficial decía que para evitar nuevas guerras se creaban unas
instituciones de alcance mundial: la ONU, la UNESCO, UNICEF, la FAO, la OMS,
etc. Tales fueron las primeras instituciones mundialistas. Se creó una
“justicia universal”, Nurenberg… pero, sobre todo, se estableció como principio
jurídico que ningún gobierno tenía el derecho de ir contra los “derechos
humanos”. ¿Qué bonito, verdad? ¿Dónde estaba la trampa?
La trampa consistía en que sólo unos pocos decidían que era o
no era democrático, dónde, cómo y cuándo se conculcaban los derechos humanos,
qué era o no era “patrimonio de la humanidad”. Lo decidían los funcionarios de
Naciones Unidas en donde cuatro países tenían derecho de veto. Eso era el
mundialismo. Un atentado contra la soberanía de los Estados, a partir de ese
momento, lo que existía era “soberanía limitada”. ¿A cambio de la paz? No, a
cambio de una situación de tensión internacional en la que solamente hubiera
dos contendientes con peso suficiente como para luchar por la hegemonía
mundial. Los tratados de control de armas nucleares, las alianzas
internacionales, los tratados militares, todo, absolutamente todo tenía a
eliminar y satelizar a cualquier otro conteniente.
Esto era y esto es el mundialismo: algo inaceptable que ni
garantiza la paz, ni garantiza la seguridad, y que solamente es una limitación
a la soberanía de los Estados. Fue la paz de los vencedores ideada para
mantener su hegemonía durante siglos.
Luego el mundialismo se tradujo en la búsqueda de una
religión mundial, de un gobierno mundial, de una economía mundial y de una raza
mundial. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, estos organismos
internacionales disponen de funcionarios que son autónomos respecto a sus
países de origen. Estos funcionarios, desde el principio, formaron un cuerpo
ideológico “mundialista”. Personajes como Zapatero se han nutrido de esa
doctrina.
Pero luego se produjo otro fenómeno de carácter exclusivamente
económico que tenía poca relación con lo anterior. Durante lo que se ha
llamado, los “treinta años gloriosos”, de 1943 a 1973, el capitalismo
internacional realizó sus grandes negocios. Habitualmente relacionados con la
guerra. Fue la guerra y no medidas económicas, lo que sacó al capitalismo de la
crisis de 1929 que en 1939 seguía en todos los países capitalistas… pero no en
los socialistas ni en los fascistas.
Durante ese tiempo había continuado el proceso de acumulación
de capital: el capitalismo que había pasado en el siglo XIX de ser artesanal a
industrial, en ese período pasó de ser industrial a multinacional. Aparecieron
las empresas transnacionales, los consorcios fueron aumentando su poder e
imponiendo sus condiciones a gobierno privados de soberanía gracias a la
ideología de Nuremberg sobre los “derechos humanos”. Bastaba con que un país
cerrara las puertas a los intereses económicos multinacionales para que
inmediatamente se desencadenara sobre ese gobierno una ofensiva a muerte: los
consorcios capitalistas dejaron de estar “especializados” en alimentación,
industria pesada, agricultura y pasaron a diversificar sus inversiones. Hoy
están presentes en distintos campos, uno de ellos y no poco importante, fue la
información.
En 1973 apareció un libro que solamente interesó a unos pocos
“iniciados”: La era tecnotrónica de
Zbignew Brzezinsky. La tesis de Brzezinsky era, en síntesis, que la
gobernabilidad de los pueblos es algo demasiado serio como para dejarlo en
manos de los propios pueblos. La invención del microchip en esa época hacía que
la economía y la información cambiaran radicalmente. Así pues era preciso:
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De
cara al “pueblo” abordar una política de “entetarmaint”, entretenimiento que lo
mantuviera tranquilo, ocupara su ocio y generara una pantalla separadora entre
la vida del individuo y la tarea de gobierno. Parques temático de ocio, canales
de tv, industria del cine, redes mundiales informáticas, viajes low-cost,
aumento del turismo mundial, aumento del consumo de drogas, etc. Todo eso para
situar al “pueblo” a un régimen de narcosis que lo inhibiera de protestas,
incluso que le impidiera pensar. Se creó la idea de lo “políticamente correcto”
y del “pensamiento único”.
-
De
cara a los gobiernos el procurar crear “foros” en los que la clase política
pudiera relacionarse con los centros de poder económico y, también, por lo
mismo, con los consorcios de la información. De ahí surgió la Comisión
Trilateral destinada a ser un foto de élites políticas, mediáticos y económicas
de Japón, EEUU y Europa. Luego, esa misma idea fue asumida por el ya
pre-existente Club de Bildelberg.
Esto suponía un cambio de tendencia. Desde 1943 hasta 1973 se
había impuesto una economía en la que el Estado era propietario de los sectores
estratégicos. Eso había permitido en apenas una década la reconstrucción de
Europa tras la guerra. Era la economía keynesiana. Pero, hacia 1973, la crisis
del petróleo y la guerra de Vietnam, hicieron que EEUU aboliera el patrón oro y
que la economía mundial entrase en recesión.
A partir de ese momento, se empezó a imponer otro criterio
económicos: el neo-liberal: más mercado, menos Estado. Hacia finales de la
década e los 70, esa línea había triunfado en el Reino Unido con Tatcher,
Reagan estaba a punto de vencer las elecciones americanas y en el Mediterráneo
sur los regímenes de España, Grecia y Portugal iniciaban su fase de integración
en Europa.
Desde 1980 el neliberalismo fue ampliando su radio de acción:
el Estado debía de inhibirse completamente del juego de las fuerzas económicas,
estas debían estar reguladas solamente por el “mercado”. Pero, en el “mercado”
se estaba produciendo el fenómeno de la concentración de capital: cada vez más
dinero estaba en manos de menos gente.
En Chile, el gobierno de Pinochet cometió el error de aplicar
por primera vez políticas neo-liberales: cualquier cosa que era más barato
traer del exterior que fabricarlo en el propio país, se importaba. El resultado
fue el cierre de miles y miles de empresas estratégicas y un mayor impulso al
comercio mundial.
Aquella experiencia tuvo su prolongación en otra igualmente
perversa: el proceso de automatización de la fabricación hizo que pudiera cada
vez más fabricarse más productos en menos tiempo: hacía falta buscar
compradores y, sobre todo, los beneficios que obtenían las empresas, en lugar
de invertirlos en esas mismas empresas, se empleaban en comprar otras para
luego venderlas. El negocio era la diferencia entre el precio de compra y el de
venta.
La fase siguiente fue percibir que las operaciones
especulativas rendían más beneficios que la producción industrial. Surgieron los
fondos de inversión en bolsa. Había mucho que comprar en los primeros pasos del
neoliberalismo cuando se estableció la doctrina de que el Estado no debía de
participar en la producción. Se impuso la ideología de la “privatización”: todo
lo que el Estado poseía podía venderse, esto es, privatizarse: minas,
transportes públicos, sanidad, enseñanza, prisiones, incluso Fuerzas Armadas.
Y es aquí en donde apareció el primer punto de encuentro
entre mundialismo y globalización: las instituciones económicas surgidas de la
mundialización, FMI, Banco Mundial, realizaron préstamos a gobiernos del Tercer
Mundo, especialmente en Iberoamérica. Préstamos que no eran ni necesarios ni
sobre los que se pidieron garantías. Poco después, cuando estas instituciones
reclamaron el dinero prestado: los Estados debieron vender todo lo que era de
su propiedad para poder pagarlos.
Y eso es lo que nos ha permitido establecer la imagen de la
globalización en nuestra obra Teoría del Mundo Cúbico: la globalización es un
mundo cúbico con seis caras en cuya parte superior, las élites globalizadas
están organizadas como una pirámide: a medida que se asciende por esa pirámide,
cada vez menos individuos controlan más capital. Pero en la cúspide no es que
haya un individuo es que lo que hay es un principio: las leyes de la economía
neoliberal. Leyes de oro, inamovibles.
A lo que nos han conducido esas leyes es a un mundo en el que
1) Se ha producido una deslocalización industrial: industrias
europeas marchan hacia donde es más barata la producción, donde no hay ni
Estado del bienestar, ni garantías sociales, donde la sumisión del mandarinato
siempre ha estado presente. Huyen de Europa… pero venden sus productos en
Europa. Es la migración empresarial de Oeste a Este y de Norte a Sur.
2) El otro fenómeno paralelo es la llegada masiva de
inmigración a Europa precisamente para hacer bajar artificialmente el precio de
la mano de obra y abaratar los costos de producción. La inmigración se ha
permitido e impulsado precisamente porque los gobiernos europeos comen de la
mano de los señores del dinero, temen el poder de los consorcios de la
información y no están dispuestos a otra cosa más que a hacer cualquier cosa
que se les exija para satisfacerlos.
Esto es la globalización: una autopista de doble dirección.
Una lleva a la deslocalización, otra a la inmigración masiva. Todo ello
presidido por el culto a los beneficios del capital.
El mundialismo y la globalización han desembocado pues en una
economía financiera en Europa, en la creación de un mercado mundial con unos
pocos beneficiarios y una gran masa de perjudicados y en una dirección inviable
a corto plazo. De hecho la crisis iniciada en 2007 con las subprimes es la
primera crisis de la globalización. Y todavía no ha terminado.
2. España dentro de la
mundialización
Así pues, quien no entienda lo que es la globalización, lo
que representa y lo que implica para el futuro: no entiende lo que está pasando
en la modernidad y, por tanto, no puede aportar fórmulas. Si a alguien no le
interesa la globalización o no es capaz de integrarlo en su doctrina política,
mejor que abandone la actividad política y se dedique a otra cosa.
¿Qué papel ocupa España dentro de la globalización? Partamos
de la fecha que hemos dado antes como arranque del proceso: 1973.
En aquel momento, España estaba viviendo una situación
política extraña. Se había creado un gobierno autoritario, nacional, el
franquismo, cuya intención y cuya función desde el principio no era otra más
que la de recuperar el tiempo perdido en economía. España en 1936 estaba entre
30 y 75 años retrasada en relación al capitalismo europeo. La España de mi
infancia, la de los años 50 era la España del subdesarrollo.
Sin embargo, en 1959, la nueva ley de inversiones extranjeras
fue menos restrictiva. Los acuerdos firmados con los EEUU habían hecho que el
gobierno español dejara atrás su aislamiento internacional y lo que hasta
entonces había sido una economía de supervivencia, pasara a ser a partir de
1960 la época del despegue económico. En 1970, se había creado un incipiente
capitalismo español y el país que todavía restringía la llegada masiva de
capitales, era una perita en dulce para los señores del dinero.
Así pues, en 1973, está claro que España precisaba integrarse
en el Mercado Común Europeo para disponer de un mercado al que exportar
nuestros excedentes y, al mismo tiempo, abrir las puertas para las inversiones
que necesitábamos con el fin de ampliar industria, mejorar la producción en el
sector primario, y reforzar el tercio y en especial, la industria turística.
Eso fue lo que se buscó con la transición política. Dejar
atrás una estructura autoritaria para adoptar la forma democrática que
permitiera “estar en Europa”. Por eso el franquismo se transformó con tanta
facilidad. El PSOE que no existía en 1975 al morir Franco, fue impulsado desde
la socialdemocracia alemana que invirtió en España millones y millones de
marcos para crear un partido de la nada.
Felipe González pagó a los alemanes este favor negociando en
1984-86, un acuerdo de adhesión al Mercado Común absolutamente lesivo para
nuestra economía y para nuestra patria:
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sectores
enteros de la producción fueron desmantelados, en especial la industria pesada
que podía competir con la alemana. Siderurgia, minería astilleros. A este
proceso se le llamó “reconversión industrial”.
-
España
quedó convertida en “nación de servicios”: turismo, ocio, geriátricos,
hostelería y poco más… España se convirtió en periferia de Europa.
-
El
gobierno de Felipe González inició también la política de privatizaciones:
liquidar el patrimonio del Estado y especialmente el INI, en beneficio de los
nuevos amigos del gobierno.
Pero la traición de Felipe González la completó José María
Aznar con su modelo económico basado en el desarrollo hipertrófico de la
construcción, los salarios baratos, la inmigración masiva y el acceso fácil al
crédito.
El resultado sabéis todos cuál fue: 8.000.000 de inmigrantes
llegados desde 1995, estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, de la
burbuja del crédito en 2009, inicio del problema de la deuda soberana en 2010,
6.000.000 de parados, una cuarta parte de la población próxima al umbral de la
pobreza o por debajo de él, un billón cien mil millones de euros de deuda del
Estado, ochocientos mil millones de deuda de las familias, trescientos mil
millones de deuda de las empresas, en total tres billones de deuda total de
nuestro país.
El dinero aportado por Europa para paliar la reconversión
industrial se agotó justo antes de estallar la crisis. ZP adoptó medidas
equivocadas (plan E 2009, plan E2010, plan de ayuda a la banca, etc.) que
llevaron a la crisis de la deuda en los últimos años del zapaterismo y primeros
de Rajoy.
Pero a este problema exclusivamente económico se añadió el de
una transición cerrada en falso.
En 1978 los partidos políticos diseñaron un sistema cuyos
pilares serían dos grandes opciones de centro-derecha y centro-izquierda que se
irían turnando en el ejercicio del poder, ayudados por dos fuerzas menores de
carácter periférico que les apoyarían en cuanto no alcanzaran mayoría absoluta
para gobernar. A eso se le llamó “bipartidismo imperfecto” y constituye lo
esencial de la constitución de 1978.
Pero en las regiones periféricas, cuando se instituyeron
estatutos de autonomía, vencieron partidos regionalistas (CiU y PNV), así que
UCD para gobernar en algunas autonomía inventó el “café para todos”: se
crearían estatutos de autonomía incluso allí en donde no existía interés ni
tradición autonómica.
Pronto España se vio convertida en un puzzle de 17 autonomías. Pero incluso esto no hubiera sido
excesivamente problemático, de no ser porque se produjeron dos fenómenos: la
formación de redes de intereses tupidos en cada autonomía, formados por los
segundas filas de los partidos políticos que reprodujeron el mismo mal que ya
se había apoderado del Estado central: la corrupción.
Desde 1983, con la llegada del PSOE al poder, los niveles de
corrupción se dispararon. Aun hoy es difícil saber si el AVE Marid-Sevilla o
los fastos del 92 costaron más en comisiones o en coste de las obras en sí. La
corrupción se apoderó primero de todos los ministerios del Estado, luego de las
autonomías. El hecho de que todos los partidos fueran co-responsable hizo que
nadie adoptara medidas. Durante 30 años se fue repitiendo que la clase política
era honesta y los corruptos una excepción. Por tanto no había que preocuparse.
Finalmente, se extendió como un mancha de aceite por los gobiernos municipales.
La misma lucha antiterrorista se convirtió en un pozo de
corruptelas: 40 millones de pesetas por cabeza de etarra que nunca llegaban a
los que asesinaban etarras sino que se perdían en los distintos departamentos
del ministerio de interior. Mientras, ETA seguía asesinando.
Cuando llegó la crisis de 2008, se hizo evidente que ya no
podía seguirse el mismo ritmo faraónico, que las autonomías debían reducir sus
presupuestos, o al menos, sanear su economía, atenuar sus gastos, y renunciar a
las corruptelas. No se hizo. Lo que se hizo fue algo todavía más perverso: se
fue sacrificando el Estado del Bienestar al Estado de las Autonomías. Ya que
los beneficiarios del primeros eran las poblaciones y los del segundo, las
castas políticas autonómicas, estas no estuvieron dispuestas a renunciar a sus
intereses y consiguiente recortaron las prestaciones sociales. Poco a poco, el
Estado del Bienestar va muriendo en beneficio del Estado de las Autonomías.
En casos extremos, para tener el 100% del pastel y no
repartirlo con nadie, algunas castas autonómicas impulsaron procesos
soberanitas como el vasco o el catalán. Algunos servicios públicos como la
sanidad y la educación estuvieron al borde de la quiebra. La educación dejó de
ser un banco de formación de jóvenes
preparados para entrar en la universidad y en la formación profesional, a
convertirse en un lugar de almacenamiento de niños. La educación está quebrada
en España, más que en ningún otro lugar de Europa. Y esto es ya irreversible.
Así pues, cuando se cumplen 38 años de democracia y de
constitución de 1978 el cuadro no puede ser más desolador.
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Partidos
políticos desprestigiados con una brecha que les separa de la población. Todos
ellos enfangados en casos de corrupción en todos los niveles administrativos.
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Pérdida
en la calidad de los servicios prestados por el Estado y por las autonomías.
-
Retroceso
constante del Estado del Bienestar en beneficios del Estado de las Autonomías y
de los procesos neoliberales de privatización.
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Niveles
de deuda que apenas dan para pagar los intereses pero nunca el mayor de la
deuda.
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Desertización
industrial de España, conversión en país de servicios, empobrecimiento de las
clases medias. Salarios de subsistencia. Inestabilidad en el empleo. Obligando
a muchos jóvenes y no tan jóvenes al exilio económico.
Llegamos a la etapa actual: la primera oleada de la crisis
generó directamente el “movimiento de los indignados”. En un país
tradicionalmente apático, aquel movimiento supuso la exteriorización de que
algo no iba bien. Ya no bastaba con comentar en las tertulias en los bares que
la clase política era corrupta y que había adoptado medidas anticrisis para
proteger a los señores del dinero y a la banca. A partir del movimiento del
15-M quedó claro que estaba a punto de cristalizar un fuerte movimiento de
protesta.
En la medida en que parte de esa protesta iba contra el
zapaterismo, era también evidente que la mala gestión de éste, la pérdida de
calidad en la afiliación al PSOE, sus política erráticas en materia autonómica,
en ingeniería social, en vertebración del Estado, etc., todo ello iba a generar
un deterioro creciente del centro-izquierda y a propiciar su declive como
fuerza política.
Fue en las elecciones europeas de 2014 cuando se afirmó la
alternativa de Podemos surgida del 15-M. Los dos grandes partidos descendieron
alarmantemente en número de votos.
En Cataluña, la ofensiva soberanista solamente ha servido
para una recomposición de las fuerzas políticas. Los niveles de corrupción de
CiU, las dudas del PSOE, la insignificancia del PP, llevaron momentáneamente a
que ERC fuera mayoritaria entre el electorado con un programa soberanista que
se afirmaba a expensas de CiU. Pero el deterioro del PSC por la izquierda, el
del PP a la derecha con la irrupción de Ciudadanos, corre el riesgo de alterar
todo el mapa político catalán el próximo 27-S. Además, la irrupción de Podemos
resta voto joven y de protesta a ERC, con lo que el mapa soberanismo-estatalismo
queda alterado en beneficio de los segundos. Cada día que pasa, el soberanismo
se aleja de la mayoría absoluta.
En el País Vasco, por su parte, la hegemonía política del PNV
ha quedado atrás y Sortu, el antiguo frente político de ETA, una vez abandonadas
las armas, se ha hará fuerza hegemónica en aquella autonomía.
A nivel nacional vamos a asistir al deterioro creciente y
progresivo del PSOE especialmente y del PP, que irán perdiendo votos en
beneficio de Podemos y de Ciudadanos. Sea como fuere el próximo parlamento
estará atomizado con muchas fuerzas políticas diferenciadas. En Andalucía,
mañana, lo más probable es que ningún partido obtenga mayoría absoluta y que el
PSOE se vea forzado a pactar.
Pero el sistema político de 1978 no está hecho para pactos,
no es un sistema pluripartidista, sino un bipartidismo imperfecto. Cuando
aparece esta contradicción se tiende automáticamente a niveles cada vez mayores
de inestabilidad política: pactos coyunturales que se rompen en cuanto las
encuestas son desfavorables a alguna parte, imposibilidad para reformar el
sistema por ausencia de tres cuartas partes de consenso.
A partir de las próximas elecciones generales, ni siquiera
será posible qe una “gran coalición PP-PSOE” obtuviera las ¾ partes de los votos
para abordar reformas en profundidad del sistema. Así pues, nos movemos hacia
una situación de inestabilidad creciente del sistema político, agravada por una
crisis económica sin perspectivas y por una deuda que atenaza al país, a las
empresas y a las familias.
Sin olvidar que las fuerzas que dieron vida a la constitución
de 1978, fuerzas políticas, sociales y mediáticas, ya son completamente
diferentes, pero no han surgido otras fuerzas similares capaces de llegar a
consensos o de obtener la unanimidad para realizar reformas.
Lo que está claro es que el régimen nacido en 1978 se
encamina hacia su final. Y que este final será tragicómico: un régimen que ya
no responde a las necesidades y a los intereses de un país, pero cuya
estructura impide reformarlo salvo por consensos cada vez más imposibles de
forjar.
Lo peor no es solo esto sino que, caído el modelo económico
de Aznar, ni ZP ni Rajoy han sido capaces de establecer otro de sustitución. No
sabemos de qué va a vivir este país en las próximas décadas. No es raro pues
que cada vez haya más españoles jóvenes que opten por abandonar el país o
arriesgarse a trabajos inestables y malpagados.
Estamos ante una situación de empobrecimiento de las clases
trabajadoras, proceso irreversible y en el que no se ve ninguna luz al final
del túnel, la que se ve es la luz que se percibe desde el fondo del pozo negro
en el que una clase política degenerada, corrupta e ineficaz, nos ha sumido.
La tarea de los
identitarios
Tal es la situación y es sobre esta situación sobre la que
tenemos que operar. La podemos ignorar o encararla. Si la ignoramos, nos
estrellaremos, hagamos lo que hagamos. Si la encaramos, podemos fracasar o no…
todo dependerá de si a un análisis político correcto somos capaces de unir una
estrategia y una táctica correctas y si nuestra clase política dispone del
carisma suficiente como para poder irradiar en torno suya un movimiento de
atracción y empatía hacia los postulados de nuestro entorno político.
¿Y qué pueden hacer los identitarios ante este panorama?
Lo primero de todo, no insistir mucho sobre el nombre:
¿identitarios? Es bueno como cualquier otro nombre. Pero a los nombres hay que
darles contenidos. Si no, no son nada.
Del análisis y del diagnóstico se desprenden algunos
elementos de programa: por ejemplo, si los males derivan del neo-liberalismo,
eso querrá decir que habrá que señalar con el dedo acusados a ese fenómeno y a
todo lo que implica. No a las privatizaciones. No al dominio de los mercados.
No a la no intervención del Estado en economía.
Si el mundialismo se inicia con recortes a la soberanía
nacional. Hay que reivindicar esa soberanía en su totalidad. Si la dimensión
nacional de un país ya no es suficiente como para poder garantizar su
independencia, lo lógico es tender a bloques de países, alianzas. Hay doctrinas
sobre las que se puede basar tales pretensiones: por ejemplo, la teoría de los
grandes espacios económicos en los que cada país tiende a ser autárquico en el
máximo de terrenos posibles y exporta solo excedentes e importa aquello que no
puede fabricar. Este “gran espacio económico” para funcionar debe ser homogéneo
y cerrado a influencias exteriores. Europa, por ejemplo, pero una Europa
desvinculada de la globalización, y sobre bases nuevas.
Frente a la economía financiera y especulativa, obviamente,
economía basada en desarrollo de las capacidades industriales y en la
producción de bienes y manufacturas. Una economía social frente a una economía
capitalista.
La fórmula patriotismo más políticas sociales avanzadas es lo
que puede darnos perfil propio. La solemos llamar “patriotismo social”, frente
al patriotismo constitucional y a la ignorando de todo patriotismo. Si alguien
es patriota, está obligado a lucha por los derechos de todos los hijos de esa
patria, por la defensa de los más mayores y de las generaciones que vendrán.
Eso es patriotismo social.
Ese patriotismo social se debe basar en raíces profundas: la
historia dice mucho sobre cuál es la identidad de un país. Aquella con la que
se siente identificado y que responde a su personalidad más profunda. Es bueno
saber cuál es su identidad. La nuestra es la civilización clásica y la
catolicidad. De ahí derivan unas orientaciones educativas, una forma de ser, de
ética y de moral que hay que promover. Unas tradiciones a respetar y unas
exclusiones tajantes: quien no se integra debe de irse, o en cualquier caso, no
puede recibir la nacionalidad por un mero acto administrativo.
Lucha contra la corrupción: mejor dicho, mano dura contra la
corrupción. Múltiples medidas basadas en la no prescripción de esos delitos, en
la confiscación de bienes para restituir lo robado, en penas de prisión sin
posibilidades de acogerse a beneficios penitenciarios, etc. Dureza ¿por qué?
Porque un delincuente común roba a individuos, un corrupto roba a todo un
pueblo.
Frente al Estado de las Autonomías lo esencial es restituir
la dignidad del Estado y exaltar la lealtad a un Estado que sea expresión
organizada de la comunidad nacional. Indudablemente, las primeras medidas
deberían de ser la restitución al Estado de las competencias en materia de
sanidad y educación de las autonomías.
Reducir el peso de las autonomías, desarticularlas, reducir
su número al estrictamente necesario, en beneficio de la “segunda
descentralización” la que debe darse en los ayuntamientos. Esta es la
administración de proximidad, la que más en contacto está con el ciudadano. Es
preciso fortalecer el Estado central, convertir a las administraciones
municipales en los auxiliares del Estado en cada comunidad.
En política social es preciso restituir la coherencia al
mercado laboral y, por lo mismo, a restituir la dignidad de los salarios. Se
trabaja para algo más que vivir: se trabaja para disponer de un salario que
permita la formación de familias, la educación de los hijos, el ocio. Queremos
un trabajo y una remuneración que nos ayuda a vivir plenamente. No como hoy que
a fuerza de vivir para trabajar, perdemos la vida. Esto implica necesariamente
repatriar a los excedentes de inmigración.
Es preciso combatir a las grandes acumulaciones de capital y
para ello hay que poner límites a los beneficios del capital. El Estado debe
volver a ser la expresión organizada de la comunidad en la realización de su
destino histórico, por tanto no puede estar en manos de los “señores del
dinero” u ocupar un rango subordinado a estos.
Los partidos políticos son instituciones del pasado en un
momento en el que las ideologías han muerto. Alguien está en un partido,
fundamentalmente, para sumarse a un grupo que beneficia a sus integrantes. Esto
es inadmisible y conduce a políticas clientelares. Es preciso disminuir el
poder de los partidos políticos, conseguir que entren en el parlamento otros
tipos de representación por grupos sociales, no en función de los resultados
obtenidos por los partidos cada cuatro años.
El Estado está obligado a asumir algunas funciones
crediticias: a la pequeña y mediana empresa, las hipotecas, los créditos
agrícolas. Y para eso hace falta una banca pública que conviva con la banca
privada pero monopolice estas actividades crediticias.
En política internacional es preciso romper con los viejos
usos: con la OTAN y con la agresividad e intromisión de los EEUU. Es necesaria
una política de mano tendida y paz en relación a Rusia. De defensa armada y
contención en relación al mundo árabe y de amistad, solidaridad e intercambios
con el mundo hispano.
Es importante no inmiscuirse en políticas en las que no
tengamos nada que ganar ni que perder directamente. No tenemos nada que decir
sobre todo lo que ocurre en el mundo árabe y en Oriente Medio. Cada zona
geográfica es dueña de elegir el tipo de gobierno y de organización que desee y
que más y mejor corresponda a su tradición. La fuerza hegemónica del mundo árabe
es el islam… pero no se puede tolerar la presencia del islam en Europa, ni
mucho menos la islamización del continente.
Puede hacerse. El hecho de que el primer partido de Francia
sea en estos momentos el Front National, el hecho de que en países como Austria,
Italia, Reino Unido, Holanda, en el Este Europeo, en los Países nórdicos, haya
movimientos que responden al análisis que acabo de presentaros y que aportan
soluciones, indica que, efectivamente, por ahí hay un camino a seguir.
Lo primero de todo: buscar un perfil propio. No basta con
decir, “soy sindicalismo” en un momento en el que el sindicalismo ha dejado de
existir y el capitalismo tiene una estructura completamente diferente a la que
tenía cuando el sindicalismo era eficaz contra él. Lo que hay que hacer es
buscar ese perfil propio, diferenciado de otros.
De ahí la necesidad de radicalismo. De ser duros en la
crítica, cortantes como el acero. No basta con proclamar que tenemos las “manos
limpias”: se trata de pedir “mano dura”. Y de hacerlo de la manera más enérgica
posible.
Partiendo de los actuales mimbres puede hacerse mucho. Vamos
a ver qué tal van las elecciones municipales. Habrán obtenido representación
aquellos partidos que al menos en algunas zonas hayan obtenido apoyos
populares. Una “asamblea de concejales” podría ser un buen comienzo para
agrupar fuerzas.
Lo que no van a servir es la traducción y adaptación de
modelos extranjeros a España. Los hay que dicen “yo quiero hacer lo de Amanecer
Dorado”, otros “Yo quiero hacer lo que hace el Front National”, o lo que hace
“el Vlaams Belang flamenco”, “yo quiero hacer lo que hace Wilders en Holanda…”,
etc. Todas estas son falsas soluciones. Hace falta hacer aquello que la
situación política española sugiere que debe hacerse, aquello que deriva de
nuestra particular situación política y social.
Las próximas elecciones municipales van a ser un test para el
sector que acepta la lucha electoral.
Luego están la galaxia de asociaciones, los hogares sociales,
los movimientos de todo tipo que solamente pueden funcionar siempre y cuando
encuentren una estrategia única que suscite apoyos más allá de los que aportan
sus militantes y sobre todo gane en credibilidad entre la población.
Puede hacerse. De hecho, otros lo han hecho en otros países. Así
pues no hay excusa.
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