Info-krisis.- La ceremonia de entronización de Juan Carlos I por Felipe VI se ha realizado en medio de una indiferencia casi total que contrasta con la presión mediática a favor de la República o de la Monarquía. Y es que a este pueblo no le interesa nada mas que superar la crisis (y poco le importa como se haga), en cuanto a la forma de gobierno, al diablo con ella, si no trae pan, trabajo y prosperidad. Lejos de ser criticable, esta posición es la propia de un pueblo decepcionado y harto de otros especulen con su frustración y su miseria. Vale la pena recordar lo que supone el dilema “república – monarquía”.
Lo que queda de monarquismo en el
PSOE
Habitualmente la derecha suele ser monárquica, en tanto que
conservadora, y la izquierda progresista tiene tendencia a considerarse
republicana. Al menos en líneas generales. Luego resulta que esto que parece
tan claro, en la práctica, no lo es tanto: los socialistas siguen aún
comprometidos con el pacto constitucional suscrito durante la transición con
las fuerzas franquistas–evolucionistas, según el cual recibirían “democracia”
(y especialmente “poder”) a cambio de aceptar la monarquía.
En realidad, no es que abunden los fervores monárquicos en el PSOE, pero
este partido ha entendido a la perfección que su destino (e incluso su misma
existencia) depende de que en el futuro se mantengan las mismas circunstancias
políticas que se dieron en la transición. En el momento en que tales
circunstancias queden modificadas, el PSOE se arriesga a evidenciar que la
crisis en la que cayó inmediatamente iniciado el post–zapaterismo, no es ya una
crisis coyuntural, sino estructural y que, difícil lo tiene para sobrevivir en
un régimen en el que ya no sea una de las dos columnas esenciales, debido a su
mala gestión (el nombre de Felipe González se asocia al GAL, pero el de Zapatero
lo hace con la crisis económica y la debilidad), sus excepcionalmente altos
niveles de corrupción, sus discrepancias internas incluso en cuestiones vitales
(como la vertebración del Estado) o el fracaso de la socialdemocracia en
promover un “capitalismo con rostro humano”...
La vista de la “estatura” política de los candidatos presentados hasta
hoy para sustituir a Rubalcaba en la Secretaría General, indican el nivel de
indigencia en el que ha caído el PSOE y confirman en su declive histórico y en
que ha iniciado la misma senda que llevó al Partido Socialista Italiano, de
partener inevitable en gobiernos de centro–izquierda al basurero de la
historia, pasando por el banquillo de los acusados. En España, el destino del
PSOE no va a ser muy diferente. De ahí que no sea extraño que este partido haya
sostenido a la monarquía, sin excesiva convicción y con algunas defecciones.
La monarquía en las “diversas
derechas”
En lo que se refiere a la opinión de las derechas, llama la atención que
en algunas provincias el PP (y en menor medida Vox) intentaran convocar
concentraciones en defensa de la constitución justo cuando se supo la
abdicación de Juan Carlos I y para contrapesar las primeras movilizaciones
republicanas. El resultado de estas concentraciones demostró que una cosa es
aceptar la monarquía y otra manifestarse en su favor. Como ya dijo el fundador
de la Falange en los años 30 en relación a Alfonso XIII, también ahora la
monarquía parece no tener “ni un piquete de alabarderos” para salir en su
defensa. De todas formas, la unanimidad del PP a la hora de votar la
entronización de Fernando VI fue ejemplar: demostró que en la derecha
parlamentaria nunca hay voces discordantes.
Otras derechas no se mostraron tan complacientes. Los “liberales” de
derechas aprovecharon para criticar a la monarquía y en lo que se refiere a la
extrema–derecha, Falange Española de las JONS se mostró a favor de la
“república sindical”, mientras otros grupos menores lo hicieron “por una República
Nacional” (sea lo que fuere). Cabe decir que, contrariamente a lo que suele
repetirse en ámbitos falangistas, el fundador no solamente nunca fue
antimonárquico, sino que su crítica a la gestión de Alfonso XIII fue
extremadamente benévola (dijo aquello de que “la monarquía cayó como una
cáscara sin vida”, añadiendo aquello otro de que podía darse a la institución
como “gloriosamente fenecida”, cuando en realidad feneció sí, pero no
precisamente de manera gloriosa) e incluso que, vicesecretario general de la
Unión Monárquica en 1930, diez días antes de su fusilamiento en 1936 se negó a
contestar al secretario judicial que lo interrogaba sobre “el Borbón”,
exigiéndole “respeto” para aquel que había sido rey de España.
Sabemos que fueron los monárquicos de Renovación Española y los
opusdeístas que formaron en torno al Consejo Privado de Don Juan durante el
franquismo, los que arrinconaron la influencia falangista dentro de los
gobiernos franquistas a partir de 1942 y que esto, unido al Decreto de Unificación
de 1937, fueron los elementos que condicionaron la hostilidad falangista hacia
la monarquía y su petición de una “República Sindical” de la que no encontramos
rastro en las Obras Completas de José
Antonio.
¿Borrón y cuanta nueva para la
monarquía?
En el otro lado, después de las primeras manifestaciones republicanas al
conocerse la abdicación de Juan Carlos I, parece como si el movimiento
republicano tricolor perdiera fuelle y no pudiera ofrecer más que la imagen de
Jorge Verstrynge detenido el día de la coronación. Hay que felicitar a los
responsables de operaciones psicológicas del CESID: la operación recambio les
salió que ni pintada, sin apenas abolladuras ni desgastes de origen.
A partir de ahora, la próxima imputación de la infanta Cristina en el Caso
Nos, la previsible condena de Urdangarín, no irán con Felipe VI, sino que serán
considerados como secuelas del reinado de Juan Carlos I, del que la historia
dirá, benévolamente, que tuvo una primera fase de reinado en la que se impuso a
las corrientes golpistas, las desactivó, asentó sobre esta actuación
democrática su prestigio, para luego, dormirse en los laureles a causa de la
edad y, finalmente, abdicar generosamente en su primogénito. E incluso es
posible que alguien crea esta versión oficial.
La realidad es muy distinta: la corrupción que irrumpió en el entorno de
la Casa Real no es algo reciente exteriorizada por el Caso Urdangarín. Se
remonta a varias décadas. Los grandes amigos de la Casa Real, empezando por
Ruiz–Mateos, siguiendo por Mario Conde, o el mismo Javier de la Rosa, por no
hablar de Luis Prado y Colón de Carvajal, desde hace mucho tiempo (treinta años
en realidad) han ocupado las páginas más suculentas sobre la corrupción en
España. Urdangarín, por el momento, sólo ha demostrado ser el más tonto de toda
patulea.
¿Hubiera sido diferente con una República? Lo dudamos. En España lo que
falló en 1978 fue el método con que se hizo la transición: cuando la clase
política hablaba en aquel momento de “consenso” lo que había que entender era “arreglo”,
es decir, tratar de que la distribución del poder se hiciera de tal manera que
se prolongara al máximo (de ahí el recurso a la ley d’Hondt y los porcentajes
marcados para modificar en profundidad el régimen). La “transición” lo único
que demostró era que la iniciativa correspondía a los “franquistas
evolucionistas”, mientras que la “oposición democrática” no tenía fuerza social
suficiente para imponer una República. Debió contentarse con circular por el
camino elegido por los “franquistas evolucionistas” (y especialmente por el
poder económico que estaba detrás de él). De haber tenido fuerza social
suficiente, de partida se hubiera impuesto la república ya en 1978. Pero no fue
así.
Decidirse por la monarquía o la
república
¿Y hoy? ¿Republicano o monárquico? ¿Qué es, en definitiva, este país?
Básicamente un país de apáticos e individualistas en crisis. Nada más. Con
6.000.000 de parados y un 25% de la población en torno al umbral de la pobreza,
no puede aspirarse a mucho más. Las neuronas trabajan con el estómago lleno (y
no siempre, en realidad: para que lo hagan hace falta un sistema educativo que
haya transmitido a las nuevas generaciones la capacidad para pensar, juzgar,
discernir, criticar… nada que haya hecho desde los años 70 el sistema educativo
español).
El pueblo español solamente entiende que lleva seis años y medio de
crisis y que no hay perspectivas de que quede atrás: los sueldos siguen
bajando, las diferencias entre las rentas más altas y la media, aumentan; los
pocos empleos que aparecen tienen remuneraciones mezquinas y ya ni siquiera
permiten vivir ni siquiera sobrevivir. No hay perspectivas de que todo esto
vaya a cambiar. Ni con República ni con Monarquía.
Las buenas palabras que leyó Felipe VI en el parlamento, eran tan
previsibles como un reloj suizo. Un eventual presidente de la República hubiera
dicho algo similar. Nada fascinante, ni nada nuevo. Tampoco nada que vaya a
cambiar el hecho esencial: España –la misma Unión Europea– pierden
competitividad en la escena económica internacional, han arruinado su identidad
y su homogeneidad admitiendo bolsas de inmigrantes inasumibles por el mercado
laboral, traídos solamente para tirar a la baja de los salarios; no hay lugar
para Europa dentro de un mundo globalizado. Y, muy en especial, no hay lugar
para el grueso de la población española en ese diseño mundial, salvo servir
cafés y hacer camas de hoteles. Y veremos durante cuanto tiempo…
Así pues ¿cómo puede reprocharse a nuestro pueblo esa indiferencia total
ante el dilema “monarquía – república”? En realidad, ya no hay ni siquiera
monárquicos: si se supone que la derecha monárquica es conservadora y acepta
que la monarquía ha sido siempre una institución ligada al catolicismo español
¿cómo hay que entender esa laicidad absoluta en las ceremonias? Sencillo: como
una monarquía que se niega a sí misma. No es raro que los cortesanos que antes
decían aquello de “no soy monárquico, soy juancarlista”, ahora cambien el
mensaje pasando definirse como “felipistas”.
En cuanto a los republicanos la cosa no es mucho mejor. En su imaginario
enfermizo no pueden hacer otra cosa que ondear banderas tricolores propias de
aquella república que constituyó probablemente el fracaso histórico más rápido y
rotundo del siglo XX español: duró menos que la dictadura y cayó víctima de sus
propios errores. Y ahora, unos resentidos históricos enarbolan las mismas
banderas presentándonos lo que no fue más que el atrio de la guerra civil como
el mejor de los mundos. Como para echar cohetes…
Lo dicho, no me extraña que no hubiera ni apoyos entusiastas a la
monarquía, ni movilizaciones de masas a favor de la república. A veces las
reacciones de los pueblos son sabias. El pueblo español se ha inhibido
completamente del dilema “república – monarquía”. Esa es la única realidad.