En la cuestión palestina los tiempos son importantes. Si nos remontamos a la “historia sagrada” es incuestionable que
el territorio palestino perteneció al pueblo de Israel, incluso es posible que
la única tierra propiamente judía haya sido, más o menos, la que ocupa hoy el
Estado de Israel. Pero detenerse en esto es desconocer que pueblos habitaban
ese territorio antes de la llegada de los judíos de sus 40 años de “éxodo”,
tras la mítica salida de Egipto y quienes poblaron el territorio después de la “diáspora”.
Y, finalmente, cómo se llegó a la actual situación, tras la fundación de la Organización
Mundial Sionista por Theodoro Hertz a finales del siglo XIX, hace exactamente
128 años. La reunión de todos estos datos y su procesamiento será
imprescindible para evaluar el “estado de la cuestión”.


Desde neolítico hasta la destrucción de Jericó
La Biblia narra que el origen del pueblo judío tiene a Abraham
como fundador, a quien Dios mandó ir de Mesopotamia a Canaán, la tierra
prometida, y sus descendientes, que formaron el pueblo hebreo e israelita,
según se narra en la Biblia. El pueblo judío se considera descendiente de
Isaac y Jacob (Israel), y sus doce hijos se convirtieron en las doce tribus de
Israel. Tras un período de esclavitud en Egipto y tras el Éxodo liderado
por Moisés, se consolidaron como el "Pueblo de Israel". Pero,
claro, todo el relato bíblico tiene distintos niveles de interpretación y no
deja de ser un relato mítico, pero no un estudio antropológico, ni mucho menos
histórico. Como tampoco puede aceptarse racionalmente que el pueblo judío fuera
el “pueblo elegido” por Dios.
Mucho más fiables son las investigaciones prehistóricas y
arqueológicas que sitúan el origen del pueblo judío entre tribus seminómadas de
pastores que se desplazaban a través del Creciente Fértil (una región que
corresponde a los territorios del Levante Mediterráneo y Mesopotamia. Fue allí
donde se dio la “revolución neolítica” (el tránsito del monadismo al
sedentarismo) hace más de 7.000 años. Sobre la leyenda del pueblo judío esclavizado
por los egipcios y liberado por Moisés, no se ha encontrado ni un solo rastro
histórico. Si existió ese episodio no fue, desde luego, a gran escala. No
hay absolutamente ninguna evidencia de que un pueblo monoteísta de origen
semita en el Egipto faraónico. Y, por consiguiente, el episodio del Éxodo
no puede ser considerado como histórico. Faltan evidencias. Eso es todo.
Así pues, hay que suponer que, cuando llegaron los judíos a la
tierra de Canaán, dirigidos por Moisés y Josué, ésta ya estaba habitada por
cananeos, fenicios y filisteos. Los cananeos eran el pueblo más antiguo de
la región que ha podido ser localizado con precisión por la arqueología. Fueron
ellos los que fundaron Jericó. Los filisteos, por su parte, procedían de Creta
y poblaron la zona sur de Palestina, dando su nombre a la región, teniendo
influencia en la zona hasta el siglo I d.C. Finalmente, los fenicios poblaron
la zona costera de Palestina. La llegada de los judíos fue muy posterior a la ocupación
de estas poblaciones originarias.
Así pues, el primer vistazo histórico-arqueológico es
decepcionante para la reivindicación histórica del Estado de Israel en aquella
zona. El análisis de ADN ha demostrado que existen restos de población
fenicia en España (concretamente, en Cádiz y en Ibiza) y, por supuesto en el Líbano,
que reivindica para sí una identidad fenicia (el “fenicianismo” es uno de los
puntos que sostiene la Falange Libanesa, el Kataeb). Respecto a los filisteos,
si bien existe una conexión etimológica entre “Filistea” y “Palestina”, los
actuales palestinos no tienen absolutamente nada que ver con los antiguos filisteos,
pueblo originario del Egeo que hablaba una lengua indo-europea, mientras que
los palestinos actuales hablan árabe. Sobre los cananeos, cabe decir que los
análisis de ADN han demostrado que más del 90% de los libaneses son de origen
cananeo. Palestinos, sirios y jordanos tienen también vínculos genéticos con
los cananeos. Así pues, el “pueblo cananeo” no desapareció, sino que sigue
presente dividido en varios estados. Incluso existen grupos de judíos iraquíes,
judíos kurdos samaritanos y judíos caraítas emparentados con los cananeos. La
mayor acumulación sangre cananea en la actualidad se da en Israel, la Franja de
Gaza, Cisjordania, el Sur de Siria y el Líbano.
Este primer vistazo demuestra que el pueblo judío no puede
reivindicar la propiedad de origen del Estado actual de Israel, sino que este
correspondería a otros pueblos presentes en la región y que la poblaban antes
del episodio bíblico de la “toma de Jericó” (que ocurrió en el 1.400 a.C,
según las evidencias arqueológicas encontradas).
De todo esto se deduce con bastante
seguridad:
1) Que el territorio del actual Estado de Israel y los territorios colindantes estuvieron poblados por pueblos autóctonos, previos al establecimiento de población judía.
2) Que si se trata de “historicidad”, los judíos actuales no pueden reivindicar ese territorio como propio, sino que se trató de un territorio arrebatado a sus primeros pobladores.
3) Serían los descendientes de los filisteos, fenicios y cananeos, los que tendría ese derecho.
Ahora bien, este análisis tiene un problema: remite a tiempos
excesivamente antiguos. Y por la misma regla de tres cualquier pueblo podría
reivindicar no importa qué territorio por el simple hecho de que un análisis de
ADN demostrara que tenía algún porcentaje de sangre de los pobladores
originarios. El argumento, por tanto, no es realista.
Y esto nos hace pasar al segundo hito histórico: el origen de la Diáspora
y quién pobló esos territorios.
De las Diásporas de Israel a Theodoro Hertz
La historia del pueblo judío a partir de esa época es compleja. En
el siglo VI, el Imperio Babilonio conquista Jerusalén y destruye el “primer
templo”. Deporta a los judíos a Babilonia, pero cuando Babilonia es conquistada
por Ciro II el Grande, el primer rey aqueménida persa, permite regresar a los
judíos a su territorio (la historiografía le atribuye un carácter tolerante con
los pueblos conquistados, incluidos los babilonios). Era una forma de ganar a
las poblaciones locales e incorporarlas más fácilmente al Imperio Persa. El
territorio judío fue, de esta manera incorporado a este imperio. No
faltaron choques entre los que volvieron y los que habían permanecido en el
territorio.
Luego el territorio pasó a formar parte del Imperio de Alejandro
Magno y de sus sucesores, produciéndose revueltas
encabezadas por los macabeos cortadas en seco con la llegada de los romanos. Tras
formar parte del Imperio Romano, incorporada por Pompeyo en el año 63 a.C., Palestina
se convirtió en provincia romana con el nombre de Judea en el año 29 a.C. Pero
el período siguiente es de gran agitación político-religiosa en la zona que
está a la espera de un “Mesías”, a la vez líder político y espiritual. Estos
movimientos generan una “gran revuelta judía” en el año 66 de nuestra era
que reprimida por Tito y destruyendo el segundo Templo de Jerusalén. La
rebelión quedó definitivamente sofocada con la toma de la fortaleza de Masada
en el año 73. Adriano Emperador, tras sofocar otra rebelión, unificó la
provincia de Judea con otras regiones vecinas y le dio el nombre de Siria
Palestina.
La región formó parte del Imperio Romano de Oriente (Bizantino) hasta la conquista musulmana del siglo VII, después de una breve presencia persa-sasánida entre el 614 y el 628. En el 638 se inició el proceso de islamización. Durante los siglos de existencia del Imperio Otomano, Palestina estuvo incorporada a esta entidad desde el 1516 hasta 1918. Fue en la fase final de la presencia otomana, cuando se inició el retorno judío. Theodoro Hertz, fundador de la Organización Mundial Sionista, se entrevistó con el sultán de Turquía en 1896, para que cediera parte de la Siria Otomana para crear un Estado judío a cambio de apoyo financiero.
Balfour, su declaración y la decepción subsiguiente
Durante la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña conquistó el
territorio palestino y, tras la victoria de 1918, Francia y el Reino Unido
se repartieron el Imperio Otomano. En 1922, se creó el “Mandato Británico de
Palestina”. Los judíos creían que la formación de su Estado sería inminente;
no en vano, Lord Balfour había manifestado el 2 de noviembre de 1917 que el
gobierno británico apoyaría la creación de un “hogar nacional judío” en
Palestina. La declaración fue realizada para animar, especialmente a la
poderosa comunidad judía norteamericana (y, especialmente, a los medios de
comunicación en manos de judíos) a que apoyara el esfuerzo bélico de su país
(que mayoritariamente era neutralista). Y, por otra parte, los servicios de inteligencia
británicos habían alertado sobre las maniobras del Imperio Alemán para ganarse
a los medios sionistas.
Al llegar la paz, los medios británicos manifestaron que la
Declaración Balfour no establecía plazos ni fechas para la creación de ese “Estado
judío”. Cundió la decepción en los medios sionistas que, sin embargo, fueron
instigando la emigración judía a Palestina. Los gobiernos británicos y la
Sociedad de Naciones se escudaron en que no podía decidirse el futuro de un
territorio sin escuchar la opinión de los habitantes de ese territorio. En
aquel momento, el 90% de la población del territorio palestino no era judía.
Por tanto, si se convocaba un referéndum era fácil saber que opción vencería. En
realidad, el problema era que el Reino Unido quería mantener su presencia en el
Mediterráneo y necesitaba unos puertos propios y seguros.
El acuerdo Sykes-Picot (mantenido en secreto y firmado por
Francia y el Reino Unido en 1916) fue fundamental en la cuestión palestina
porque dividió el territorio otomano, asignando Palestina a una zona de
influencia británica y estableciendo el futuro marco de administración y
conflicto de la región, sin tener en cuenta las diferencias culturales y
religiosas preexistentes.
Pero si el sionismo se vio decepcionado por la negativa a hacer
efectiva la Declaración Balfour, los árabes, a los que se había prometido independencia
y libertad si contribuían al esfuerzo bélico contra el Imperio Otomano (aliado
de los Imperios Centrales), no fue menor. Para
congraciarse con los sionistas, el gobierno británico permitió un “goteo” de
inmigrantes judíos a Palestina. Y en esta migración está el origen del actual
conflicto.
A partir de 1882 se produjeron distintas “aliyás” (término hebreo que significa “ascenso” o “subida” como sinónimo,
tanto de elevación espiritual como unión del pueblo judío con la “tierra de Israel”).
La primera abarcó desde 1882 hasta 1903 como resultado del
recrudecimiento del antisemitismo en el Imperio Ruso, llevó a Palestina entre 30
y 35.000 judíos. La segunda abarcó desde 1904 hasta 1914, y en el
curso de la misma 40.000 judíos llegaron a Palestina. En ambas
migraciones, los judíos compraron tierras a los terratenientes árabes o,
directamente, a los otomanos. La tercera oleada abarcó desde 1919 a 1923,
estableciéndose en el territorio entre 35.000 y 40.000 judíos, muy
motivados por la propaganda sionista. La mayoría procedían de Rusia y Polonia,
pero también de comunidades centroeuropeas. Cuando se inició la cuarta
oleada migratoria entre 1924 y 1929 (en la que llegaron algo más de 82.000 judíos)
ya se habían producido los primeros incidentes entre árabes y judíos que
dejaban presagiar la imposibilidad de construir pacíficamente un Estado judío
en un territorio, todavía, por entonces, poblado por árabes. En esta
oleada, la mitad de los recién llegados procedía de Polonia, con contingentes
menores llevados de la URSS, Rumania y Lituania.
Por supuesto, no todos se quedaban. Muchos judíos quedaron
decepcionados por la vida en zonas semidesérticas y entre poblaciones árabes de
muy bajo nivel cultural. Sumados los contingentes de las tres primeras oleadas
migratorias, deberían estar censados en 1922, entre 105.000 y 125.000 judíos, contando
los hijos de los recién llegados. Sin embargo, en 1922, solamente quedaban
en palestina 84.000 judíos. En torno a 45.000 no habían soportado las
condiciones de vida y habían marchado en busca de otros horizontes. Fue a
partir de la cuarta aliyá cuando quedaron censaros 175.000 judíos en Palestina,
el 20% de la población. El descontento árabe que se había empezado a
manifestar a mediados de los años 20, estalló en 1936 con una revuelta general
musulmana que exigía la independencia del territorio y el fin de la inmigración
judía.
Los primeros incidentes habían estallado tempranamente en Nabi
Musa en 1920, en lo que se conoce como el “pogromo de Jerusalén” que se saldaron
con la muerte de cinco judíos y cuatro árabes como producto de la rivalidad religiosa
entre ambas comunidades. A partir de ese momento, los incidentes se harían cada
vez más frecuentes hasta desembocar en la Gran Revuelta de 1936 que se prolongó
hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939. La revuelta árabe se
había originado por la inmigración judía a Palestina que en esos momentos era
masiva. La quinta aliyá trajo a 250.000 nuevos colonos judíos a Palestina,
procedentes de Polonia y de Europa Central. Como se sabe, el Tercer Reich
facilitó la emigración judía a Palestina hasta 1939 y luego, iniciada la
guerra, estimuló la lucha árabe contra el Reino Unido.
Independencia de Israel y errores árabes hasta llegar a Hamás
Tras la guerra, el terrorismo judío, y la disgregación del Imperio
Británico contribuyeron a acelerar la creación del Estado de Israel en 1948. En
1947, la ONU había decidido la partición de Palestina en dos Estados, uno árabe
y otro judío, quedando Jerusalén bajo administración internacional. Ahí se
produjo el primer gran error palestino: no aceptar esta propuesta. Tras la apresurada
retirada británica, los combates entre ambas comunidades estallaron y Ben
Gurión proclamó la creación del Estado de Israel acogiéndose al plan de la ONU.
Desde entonces han estallado cuatro guerras generalizadas en la
región (la de 1948, la de Suez en 1956, la Guerra de los Seis Días en 1967 y la
Guerra del Yom Kipur en 1973) que se han saldado siempre con derrotas árabes.
En el curso de esos conflictos, el Estado de Israel ha ido ampliando
territorios.
Y eso nos lleva al actual conflicto de Gaza y a la intención de
Netanyahu de liquidar la presencia palestina en esa estrecha franja.
Tal es la situación y, sucintamente, hemos visto cómo se ha
llegado a ella.
El gran error histórico del mundo árabe fue no aceptar en 1947 la partición
del territorio en dos zonas. Desde entonces el mundo árabe se ha escudado en
que la presencia palestina era anterior a la judía y, por tanto, ellos tenían
más derecho a gobernar en la zona. Y el argumento parecía razonable,
especialmente a principios del siglo XX, pero con el paso del tiempo, ha ido
perdiendo fuerza. Hace ya más de 130 años que se inició la colonización judía
de Palestina. Hoy, la Estado de Israel tiene 10.000.000 de habitantes, de los
que algo más de 2.000.000 son musulmanes de origen palestino, en torno al 20%
de la población. El Estado judío tiene ya 75 años de existencia que no pueden
cancelarse de un día para otro. Incluso volver a la resolución de la ONU que
prescribía la existencia de dos Estados en la zona es muy difícil, sino
imposible (tanto como aferrarse a un referéndum en el Sáhara medio siglo
después de que Marruecos enviará a miles de colonizadores a territorio saharaui:
el tiempo mata todo, incluso resoluciones que un día parecieron justificadas).
La intención de los gobiernos judíos ha sido incorporar y colonizar
áreas geopolíticas que garantices su defensa (los Altos del Golán), o con la que
existe contigüidad (la Franja de Gaza y Cisjordania). Y lo están haciendo sistemáticamente.
Este es el resultado de cuatro guerras perdidas y de una pésima forma de
defender su causa por parte del pueblo palestino.
Ni siquiera han sido capaces de buscar ayuda económica en los países árabes para
colonizar los territorios en los territorios en los que siguen asentados: esa
ayuda, ha dependido siempre de la Unión Europea que, literalmente, ha cargado
sobre nuestros bolsillos el mantenimiento de una “autoridad palestina”,
considerada como embrión de un Estado Palestino.
Hamás, las sospechas, su historia, sus errores…
La práctica del terrorismo más sanguinario ha terminado por restar
simpatías a la causa palestina. Incluso hoy, prosiguen los atentados palestinos
contra autobuses con muerte de civiles y formas de “guerra santa”. Esos
atentados se justifican como represalias por actos similares cometidos por
Israel. Pero, si tenemos en cuenta este argumento, resulta imposible
remontarnos a las causas iniciales para saber quién disparó primero. ¿Hasta
cuándo habría que remontarse en esta interminable cadena de odios y
resentimientos que dura ya más de un siglo?
Todo sufrimiento humano deja una huella: justificar las acciones
terroristas de Hamas, es peligroso porque supone también justificar atentados islamistas
contra la población civil en Europa. Y lo que es
rechazable aquí lo es también en Israel. En el fondo, el problema podría ser
considerado como de naturaleza “religiosa”: si es que puede llamarse religión a
una doctrina que concibe la “guerra santa” (esto es el atentado terrorista)
como su “sexto pilar”.
Israel, por su parte, actúa según la Ley del Talión, “ojo por ojo,
diente por diente”. Este principio prescribe respuestas proporcionales a las
agresiones sufridas. Parece evidente que la respuesta elegida por Netanyahu,
va mucho más allá de la insensatez y violencia del ataque de Hamás iniciado el
7 de octubre de 2023: 5.000 cohetes lanzados desde la Franja de Gaza en apenas
20 minutos, mientras 5.000 milicianos de Hamás se infiltraban en Israel desde
Gaza. El objetivo de Hamás era capturar al mayor número de civiles y
militares, llevarlos a la Franja y hostigar a las unidades del ejército judío que
fueran a rescatarlas. Pero Netanhayu tiene dos objetivos claros:
1) Acabar con Hamás y
2) Incorporar la Franja de Gaza al Estado de Israel.
Hamas se sentía seguro por la red subterránea de 500 kilómetros que
habia construido para evitar que la inteligencia judía siguiera sus
desplazamientos de mediante satélites de observación.
En 2006, Hamas se presentó a las elecciones generales palestinas obteniendo la mayoría absoluta en la Franja de Gaza. Un año después, Hamás expulsaba del territorio bajo su control a Al Fatah que debió conformarse con gobernar solo en Cisjordania. De hecho, en su momento, se habló de que Hamás había sido una creación de Israel para debilitar a Al Fatah y a la OLP de Yasir Arafat. Este detalle es poco importante, no tanto porque tanto Hamás como Israel lo han negado, como por el hecho de que, en la actualidad, todos los fundadores del movimiento y varios sustitutos posteriores están muertos por ataques selectivos judíos. Incluso, en el caso de que esta afirmación fuera cierta, hace mucho tiempo que el movimiento habría dejado de estar en manos de la inteligencia hebrea. En cuanto al hecho de que se hayan encontrado armas judías en manos de milicianos de Hamás, se debe a que habría sido sustraídas de arsenales israelíes por palestinos con nacionalidad israelí (un 20% de la población).
La perspectiva real en 2025 y la perspectiva de Hamás
Esta teoría conspiranoica que aún circula, explica que los
ataques del 7 de octubre de 2023, no serían más que una maniobra de Netanyahu para
justificar la ocupación de la Franja de Gaza. Pero si damos pie a estas “probabilidades”
conspiranoicas, perderemos la perspectiva real. Y esta indica claramente:
1) Desde 1948, los árabes palestinos no han sabido defender su causa con estrategias inteligentes y eficientes, habitualmente lo han hecho con tácticas que han causado rechazo o que han llevado a callejones sin salida.
2) De hecho, sus estrategias han sido siempre suicidas y eso explica, más que cualquier otro argumento, sus continuas derrotas.
3) El recurso al terrorismo sistemático ha sido uno más de esos errores más graves que han cometido reiteradamente desde los años 60, todas las fracciones de la resistencia palestina.
4) Un planteamiento que aspire a resolver el conflicto judeo-palestino debe basarse en las realidades actuales, no en las que existían a finales del siglo XIX.
Sobre Hamás y la actual fase del conflicto cabe concluir:
1) El terrorismo de Hamás -del que los ataques del 7 de octubre de 2023 son un nuevo ejemplo- no tuvo en cuenta que Israel está gobernado en estos momentos por un antiguo soldado de élite (Netanyahu) y que para un soldado la victoria final se sólo consigue cuando se elimina por completo al enemigo.
2) Desde 2006 no ha vuelto a haber elecciones en la Franja de Gaza por lo que resulta imposible conocer el grado de aceptación de Hamás. Amnistía Internacional reconoció en su informe 2014/2015 que no existe libertad de expresión ni de reunión y que los disidentes son detenidos arbitrariamente, entre ellos miembros de Al Fatah, secuestrados, detenidos, torturados y ejecutados sin ninguna garantía judicial.
3) Los líderes de Hamás, desde 1993 consideran que el “diálogo judeo-palestino” es una traición en la medida en que consolidaba la división entre judíos y palestinos y rompía la unidad de la “Palestina histórica”. Al año siguiente Hamás inició una serie de atentados suicidas.
4) Hamas, en sus documentos considera la “lucha armada” y los ataques suicidas contra civiles como medios para el logro de sus objetivos.
5) Los exámenes forenses a las víctimas de los ataques de octubre de 2023 revelaron que habían sido torturadas, violadas, desmembradas y quemadas vivas. No era algo nuevo porque desde 2002, Hamás había sido denunciado por “múltiples violaciones a los derechos humanos” por organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch.
Pero el gran problema de Hamás es que no reconoce al Estado de
Israel como una realidad y pretende retrasar el reloj de la historia más de un
siglo, a los tiempos en los que Palestina tenía a los palestinos como únicos
habitantes. En 2017, Hamás modificó algo estas posturas para hacerlas más
digeribles a otros Estados árabes y a la propia población palestina. Se
afirmaba, por ejemplo, que su lucha no es contra los judíos sino contra el proyecto
sionista, para, posteriormente, caer en arquetipos conspiranoicos.
El resultado de la actividad de Hamás, ha sido dar excusas a
Israel para incorporar la Franja de Gaza. Los errores se pagan y Hamás lo está
haciendo pagar a la población de la Franja.
