Ha concluido otro ciclo electoral. A falta de las elecciones
autonómicas que caerán, sin duda después del verano, hemos pasado dos meses
obsesionados con las elecciones generales, locales y europeas (y unas cuantas
autonómicas). El sistema político español
ha dado resultados completamente diferentes, e incluso opuestos, a cualquier
otro sistema europeo. Eso da la medida de su valor: simplemente, vamos en
contra de las tendencias dominantes en la UE.
Mientras la
socialdemocracia alemana, el socialismo francés y el laborismo británico, se
han hundido sin paliativos (e, incluso, en algunos países ha desaparecido por
completo, véase el caso italiano), en España, el PSOE es más fuerte que nunca.
Ha arañado votos del centro, votos de su izquierda y, sobre todo, ha contado
con los votos de los “nuevos españoles”, esos a los que una simple decisión
administrativa ha regalado la nacionalidad.
Vox, “la gran
esperanza blanca”, se ha quedado a medio gas. En Cataluña no ha logrado
implantarse en los municipios: ha obtenido todavía menos concejales de los que
obtuvo PxC en las anteriores elecciones. Y, en las europeas, aunque Buxadé,
entre en el Parlamento Europeo, lo hace solamente acompañado por Hermann
Tertsch y Mazaly Aguilar. Es cierto que entrará en algunos gobiernos
municipales y que logre estar presente o apoyar a gobiernos del PP-Cs, pero los resultados están muy por debajo de las
expectativas. ¿Qué ha ocurrido? El resultado, es sorprendente a la vista de
que el programa para las elecciones europeas de este partido, era bastante
realista y podía satisfacer a un público procedente de la derecha, pero también
cumplir las expectativas de gentes que hasta ahora han votado a otros partidos.
La sensación que da es que el partido se
ha deshinchado, víctima de ataques llegados de todos los sectores políticos
(desde la derecha más extrema a la izquierda más radical) y buena parte de su
electorado ha regresado al redil pepero. Lo cual demuestra, una vez más, la
volatilidad del voto.
Pero, en general, lo
que ha mostrado este último ciclo electoral es la ausencia, total, dramática,
absoluta, de capacidad crítica del pueblo español. No es algo que pueda
sorprender: España es el país de la UE en donde más porros se fuma, con un
sistema de enseñanza más pulverizado y con más elevado fracaso escolar, con altísimos
niveles de adicción a videojuegos y dispositivos móviles y, para colmo, en el
que menos librerías abiertas existen, menos movimiento de libros hay en
Internet y menores índices de lectores existen.
Así mismo, había que
asistir a las mesas de votación para advertir que, sobre todo, los votantes,
eran personas mayores en su inmensa mayoría de edades superior a los 55-60 años
y con una presencia, por primera vez, significativa de “nuevos españoles”.
Cabría preguntarse, si
en toda Europa se va extinguiendo el socialismo, ¿cómo es que en España se ha
recuperado? O, cómo es que, permaneciendo cerrada la vía para la
independencia catalana, los partidos independentistas polarizan el voto.
Veamos, el voto independentista: en 2015 la suma total de votos entre CiU y ERC ascendió a 1.376.522,
mientras que cuatro años después, ha descendido a 1.357.308 votos. El
descenso es mínimo, pero lo esencial es que se ha reproducido el sorpasso: ERC es, también en el ámbito
autonómico, el partido hegemónico dentro del independentismo. CiU, actualmente Junts per Catalunya, se ha
dejado por el camino 130.220 votos. No es que la diferencia sea muy grande,
pero lo cierto es que Puigdemont, perdido en Waterloo y sin la más mínima
esperanza de poder utilizar su acta de diputado europeo, es un fenómeno que se
irá extinguiendo hasta que la falta de fondos para mantener el costoso equipo
en torno suyo en el exterior, lo convierta en un fenómeno residual.
Lo cierto es que, en las elecciones generales de hace un mes, los partidos independentistas, obtuvieron 1.626.001 votos. A pesar de no es riguroso comparar los resultados de dos elecciones diferentes, lo cierto es que, en apenas un mes, 268.693 votantes del batiburrillo independentista, se han perdido por el camino. Y eso, si que resulta más significativo.
Lo que sorprende no es el hecho de que el suflé
independentista se vaya deshinchando, sino la lentitud con que lo hace y que
solamente puede explicarse por la fijación de todos los medios, especialmente de
los dependientes de la Generalitat, por el proceso y por lo que tose Puigdemont
desde su exilio dorado. Como hemos dicho en otras ocasiones, ningún partido
indepe reconoce su fracaso a la hora de llegar al final de su aventura: si
bien, está más que comprobado que la independencia es imposible por múltiples
factores y que deberían empezar a tomar nota de ello en sus programas, algo de
lo que incluso los personajes más lúcidos de estos partidos admiten en sus
conversaciones privadas, nadie se atreve a reflejarlo en un programa político,
por temor a que el rival (aquí hay dos siglas en juego, ERC y JxC) se vea
beneficiado por lo que parecería una claudicación.
Pero lo cierto es que, a medida que pasan los meses, la
situación va volviendo al redil: los radicales de la CUP-CDR ya han admitido su
fracaso y en las filas indepes se está produciendo la temida selección a la
inversa: siguen adelante los más freakys, los más radicales, los menos
inteligentes, vaciándose las filas de personajes socialmente relevantes,
significativos o de valía.
El verdadero drama,
de todas formas, está ocurriendo en la derecha: la división implica en buena
medida, desmovilización y cierta tendencia a que el PP se recupere de su crisis.
El sorpaso de Cs al PP no se ha
producido y la formación “naranja”, da
la sensación de que empieza el declive habitual al centrismo español.
Otro tanto puede decirse de la galaxia Podemos que, como
preveíamos, remite y pierde sus plazas municipales más significativas. No nos
engañemos: Podemos de hoy tiene el mismo
nivel que tuvo Izquierda Unida en otro tiempo. Es la izquierda radical de
toda la vida que sigue estando ahí con otras obsesiones, con otros rostros,
pero ocupando el mismo espacio. Llamar al partido “Unidas Podemos” (¿y por qué
no Unidos Podemas?”) ha sido la última ridiculez en la que han caído sus bases
como afirmación de las ideologías de género, única oferta de la coalición en su
triste colegueo con el PSOE.
Así pues, el panorama político tiende de nuevo a que el PP sea la fuerza hegemónica en la derecha y el PSOE lo sea en la izquierda, con cada vez más partidos intermedios y en sus márgenes y con el cambio de independentistas por nacionalistas moderados. Eso es todo.
Obviamente, los resultados de las elecciones locales y
autonómicas, influirán en la formación del gobierno. Las bases socialistas quieren acuerdos con los despojos de Podemos. Los
barones, entendimientos con Cs. Pero lo cierto es que la “línea Valls” se
ha quedado corta en Barcelona para consumar su asalto a la secretaría general
del partido. Y esa línea era la más proclive a pactar con el PSOE. Sánchez
puede optar por un gobierno en solitario con apoyos momentáneos, unas veces en
Cs y otras en Podemos. Pero, los primeros le exigirán la resolución completa de
la “cuestión catalana” y los segundos medidas de ingeniería social y mano
tendida hacia los independentistas que pueden generarle problemas dentro de su
propia formación.
A fin de cuentas, inestabilidad
es lo que nos espera en los próximos cuatro años.
Vox. Deberá revisar
su orientación. Va a ser difícil: en el interior hay demasiadas componentes diferentes
que pueden llegar a chocar unas con otras. Tiene que gritar más alto
algunas consignas (la lucha contra la inmigración masiva) y relegar otras a
segundo plano y, por supuesto, revisar su programa económico (que tiene a la
liberación del suelo como “medida estrella”…). Veremos con quién ubica a sus tres
diputados en el parlamento europeo y lo que dicen.
Con 655.983 votos,
530 concejales (antes tenía un centenar), 25 escaños en cámaras autonómicas y 3
diputados europeos, parece claro que ha despegado, si bien, su éxito no ha sido
tan rutilante como se esperaba. No hay que olvidar que de los 2.67 millones de
votos que recibió la formación en las elecciones generales de hace un mes,
ahora solamente ha podido conservar en las europeas 1.326.305 votos.
Exactamente la mitad.
La relativa
recuperación del PP hace que Vox deba de estar excepcionalmente atenta a su
orientación: si insiste en propuestas liberales, se lo comerá el PP en una
legislatura. Si insiste en
propuestas propias del “euroescepticismo” a lo Salvini y a lo Marine Le Pen,
podría mantenerse, pero necesita marcar diferencias con el PP: y eso solamente
puede venir insistiendo en los problemas de la identidad nacional y de la lucha
contra la inmigración. Y de los tres diputados europeos, al menos uno
(Tersch) no parece que esté completamente acuerdo con ese planteamiento.
Es significativo que los
resultados de Vox en Cataluña hayan sido extremadamente pobres y muy alejados
de los 75.134 que obtuvo PxC hace 9 años, o de los 75 concejales a los que
llegó. De hecho, se han perdido o no se han reconquistado la mayor parte de
las concejalías que PxC obtuvo en 2015, período de declive, salvo en Salt por
las particulares circunstancias de esta ciudad.
Hará falta, pues, una
reflexión mayor y no una simple declaración postelectoral. Si es que esa reflexión
es posible en un partido que dista mucho de estar unificado interiormente.
¿Alguna conclusión final? Sí, que los resultados son el resultado de la falta de capacidad crítica del
pueblo español que cada vez parece más predispuesto incluso a reconocer sus
problemas, a recordar cómo han sido tratados en las últimas elecciones, a
examinar lo que proponen los partidos y a identificar problemas reales de
falsos problemas. Eso ha hecho que, a diferencia de Europa, en España haya
triunfado los que han sido derrotados en otros países. Más aún que el hecho de
quien haya o no vencido, lo significativo son las migraciones de voto y su
volatilidad que incidan que los electores carecen de razones profundas para
votar a unos o a otros.
¿La pregunta del millón? En estas circunstancias, con un pueblo que vota sin criterio de ningún
tipo, ¿es viable una democracia cuantitativa en la que gobierne solamente el
que obtenga el mayor número de votos, sabiendo que la opinión de la población
cambia como una veleta, el frágil y tornadiza? Pregunta retórica, claro
está.