domingo, 24 de febrero de 2019

365 QUEJÍOS (278) – GENTE QUE HE CONOCIDO… EN LA CÁRCEL


Si alguno no lo sabe, he pasado algo más de dos años de mi vida en la cárcel. No crean, no es nada grave, sobre todo si es por tema político. No es que esté particularmente orgulloso de haber pasado por la cárcel de la Santé, pero sí de que mi caso fuera el último que tratara la Cour de Sûreté de l’État, creada en 1963 para combatir a la OAS y que envió ante el pelotón de fusilamiento al teniente coronel Jean Bastién-Thiry por atentar contra De Gaulle. Lo mío fue mucho menos dramático: la policía me detuvo con varios pasaportes con mi foto, pero con otros nombres y tuve que pasar tres meses en la Santé por el delito de “uso y tenencia de documentos falsos”. Nada grave. Unos años después fui detenido por la policía española, gracias a una delación de un personaje lamentable, a causa de una orden de busca y captura por una manifestación que había tenido lugar en Barcelona en junio de 1980 contra la UCD. Fui juzgado y un juez particularmente polémico, Adolfo Fernández Ubiña, me condenó a dos años de cárcel, lo máximo que le permitía la ley. Luego, una vez ingresado en prisión y siendo la primera condena y un delito de nula peligrosidad social, disponer de estabilidad social y medios de vida, unido a los tres meses de prisión preventiva que pasé en Alcalá-Meco, hubiera debido de salir al cabo de dos o máximo tres meses. Sin embargo, a pesar de la “buena conducta” y de trabajar en los talleres, el equipo de clasificación y tratamiento -dependiente de la Generalitat- me retuvo el máximo posible en prisión, casi tres cuartas partes de la condena… por un triste delito de “manifestación ilícita” (hay etarras que han “pagado” menos por cada asesinato). Tal es mi “historial penitenciario” que se desarrolló en 1981 y luego entre 1986 y 1987… A lo hecho, pecho.

Ni me quejé entonces, ni claro está lo voy a hacer ahora. Fueron experiencias y como tal las tomé. Decía un antiguo conocido que, para saber de la vida, un hombre debe haber pasado por “un cuartel, un burdel y una prisión” … he pasado por los tres, pero, la verdad, sin detenerme excesivamente en cada uno de ellos. En todos ello, eso sí, he conocido a gente especial que vale la pena recordar.

Los asesinos es lo más curioso que tiene una cárcel. Todos ellos son gente particular, al menos en aquella época en la que la figura del “sicaria” todavía estaba ausente y en donde la gente mataba por lo que en Cataluña se llama “un rampell” (algo así como un impulso de rabia…). No elijo esta palabra catalana por casualidad, sino que viene a cuento de un artículo sobre el reavivamiento de la fe católica que se está produciendo entre los detenidos por el 1-O. Como se sabe, Junqueras, desde el principio de su estancia tuvo un impulso místico que le ha llevado a asumir el papel de “nazareno” en el juicio. Y ahora se cuenta que Cuixart también ha sido ganado por la causa místico-religiosa.

Lo más sorprendente del comportamiento de algunas personas en la cárcel es que, la sensación de que no hay posibilidades de salir “horizontalmente” hacia el mundo exterior, queda sustituido por la fuga “tejas arriba”, es decir, por la aparición de un “impulso místico” y repentinas conversiones religiosas. Les pasa a los delincuentes magrebíes: entrar en la cárcel y salen convertido en yihadistas. ¿Qué ha operado la transformación? La sustitución de la “horizontalidad” por la “verticalidad”. Lo he visto en muchos asesinos, créanme.

Un buen día pusieron en libertad “al Charro”, un compañero de celda especializado en hurtos, medio gitano, con algún trastorno intestinal que le impulsadas a tirarse sonoros pedos a destajo. Vivía cerca de la plaza Real; decía a quién quisiera oírle que iba a matar a su mujer porque no le había vuelto a ver desde que estaba en prisión. Al cabo de unos días, efectivamente, aparecieron en unas bolsas, cerca de la Plaza Real, con los restos de una mujer descuartizada. “¡El Charro!” pensamos todos. Pero no, era otra mujer y otro asesino, padre e hijo, que poco después llegó a la Sexta Galería de la Modelo. Lo bauticé como “Carnicerito”. Le pregunté: “Vamos a ver Carnicerito ¿cómo se te ha ocurrido cargarte a tu mujer?”. “Es que nos pegaba”, me contestó. Unos días después se hizo “evangélico”. Y ahí quería yo llegar.


El grupo que se había sumado a la Iglesia Evangélica en prisión era de aúpa. Estaba uno (lo llamábamos “el padre Fran”) que había asfixiado a su madre con una almohada por un quítame allá esas pajas. Luego otro, favorito de los gays, con aspecto aniñado, adoptado por una amante exigente que la pagaba por servicio sexual completo. Cuando el chaval le pidió un aumento, la mujer se le rio: “Si eso no te sirve ni para mear”. Y la mató. Le cortó las piernas -imitando al Carnicerito- pero no tuvo cuajo para seguir, le dio la depre, se fue, volvió y se sentó a la entrada del edificio donde lo detuvo la policía. Luego estaba el perturbado que asesinó a la mujer del diputado Trías de Bes, un minusválido resentido que decía que la mujer en cuestión y su amiga, se rieron de él. Y luego estaba Antidio Saña, hermano del historiador anarquista, Heleno Saña, otra buena pieza. Se había cargado a unas abuelas. Todos estos asesinos, lo más granao de la Modelo, cayeron en la consabida “crisis de fe”.

En Alcalá-Meco había tenido “amistades” parecidas. E, igualmente, en la Santé, conocí a gente que había sufrido el mismo proceso de “revelación religiosa”. Uno de ellos me dejó una Biblia para ver si yo también me sumaba a su Iglesia Evangélica; pero, la verdad es que, desde los 16 años había cambiado la Biblia por Nietzsche y en aquellos mismos meses, cambié a Nietzsche por Evola y Guénon, así que nunca estuve muy predispuesto a volver al redil de la fe y mucho menos a sumarme a una confesión excéntrica para que me ayudara a pasar los días de prisión.

En el fondo, la cárcel es uno de esos lugares en donde tienes mucho tiempo para pensar y leer en todo aquello que no es tenido tiempo de pensar y leer. Así que opté por ampliar mi cultura y recuerdo todo aquel período como, intelectualmente, interesante. Sobreviví y conocí a una parte poco recomendable del zoológico humano. Lo hice con interés y curiosidad. Debo decir, además, que lo peor que conocí allí no fueron los presos, sino el “equipo de clasificación y tratamiento de la Generalitat”, cuyos responsables de la Modelo en esa época, finalmente fueron detenidos, acusados y condenados por “traficar con los grados penitenciarios”

Y esto me lleva a la situación de los presos independentistas. No albergo la menor duda de que, de todos ellos, el más interesante, es precisamente Oriol Junqueras. Seguramente es el que se ha tomado el proceso más en serio y cree sinceramente en lo que predica (nunca mejor dicho). Del resto tengo mis dudas. Alguno de ellos no pasa de ser el típico oportunista de pocos vuelos que, simplemente, se ha equivocado de rumbo y que lo mismo hubiera podido ir a parar a prisión en una redada anti-corrupción contra miembros del PP o del PSOE, si la vida le hubiera orientado hacia otro lugar.

He dicho en alguna ocasión que el independentismo corre el riesgo de derivar hacia el formato “secta religiosa” (ver artículo “El lazo amarillo y la secta religiosa”). Es lo que ocurre cuando la imposibilidad por hacer efectivo un ideal se entrecruza con la incapacidad para renunciar a él en busca de otros pastos más realistas. Cuando faltan argumentos razonables y racionales para defender las propias posiciones y se opta por asumir un conjunto de dogmas inamovibles presentados como “verdades reveladas” (ver artículo: “No sólo se es idiota por creer en la República de TV3”). El místico termina pensando que el mundo que aparece en sus delirios es el mundo real y toma a esa construcción interior como la única por la que vale la pena vivir y consagrarse.


Coincido con que algunos de los independentistas presos no son “delincuentes” en el sentido que abunda en las prisiones. Tampoco son “presos políticos”, sino más bien “políticos que están presos por haber vulnerado el ordenamiento legal vigente” en la medida en que lo demuestren los tribunales. Llevan año y pico en la cárcel. Tiempo suficiente como para que se hayan convencido de que lo que hicieron en su momento -aparte de una propuesta que si puede ser calificada de algo es de irreal- era inviable. Se equivocaron. Pero el no querer admitirlo es lo que hace que busquen confort espiritual en los páramos de la religión: están predispuestos para ello.

Entienden la Historia de Cataluña como una especie de “historia sagrada”, han dado dimensión mítica a algunos episodios (Pau Clarís, Francesc Macià, Prats de Molló, Terra Lliure) y creado otros de la nada (como la Biblia hizo con la “salida de los judíos de Egipto” de la que no hay rastros documentales por ningún sitio), han creído ver una “tierra prometida” allí en donde lo que hay son dos comunidades lingüísticas, convencidos de que la suya es la “elegida” para dominar a los demás.

Tienen sus ritos religiosos (fechas sagradas para ejercer los rituales de su fe: el 9-N, el 1-O, el 11-S…). Creen en el poder mágico de la transubstanciación de las urnas sagradas (esas cajas de plástico que venden los chinos y que convirtieron en urnas para las votaciones del 1-O), consideran que las papeletas depositadas en esas cajas de plástico, al contarlas, se transformaban en “soberanía popular” como si se tratara de un rito animista. Tienen sus mártires (cualquiera que haya recibido un zurriagazo el 1-O o diga que lo ha recibido, sino es mártir, si, al menos, se ha ganado la categoría de beato). Su santoral está repleto de personajes como Companys o Macià, de los que cantan sus vidas ejemplares sin que dar la oportunidad a poner ningún “pero” (como hacen los miembros de cada secta con su “fundador”), de los muchos que podrían ponerse a sus recorridos políticos y personales, reales. Los han santificado, simplemente.

Antes la Iglesia colocaba pendones morados en Semana Santa, ellos, mucho más devotos, colocan lazos amarillos a diestro y siniestro, intentando rivalizar con el color del Vaticano. En su bandera hay una estrella que evoca el espacio celeste infinito y planeante en el que está colocada su “republica butifarrera”, inexistente en este planeta de lo tangible. Incluso tienen a sus Judas en la persona de Santi Vila que nunca estuvo muy convencido de estar en el “buen camino”. Hasta Trapero tiene cara de Judas de escayola repintado antes de sacarlo en procesión.

Y luego está el mesías, más allá de cualquier juicio y sospecha, con su corte de discípulos, que imparte bendiciones urbi et orbe desde Waterloo. Nació, nos cuentan las crónicas, en una pastelería en el pequeño pueblo de Amer no de Galilea, sino de Gerona; los datos sobre su vida, estudios y titulación son tan opacos como los de Jesús antes de las Boda de Canaán. No digamos los de su Magdalena particular, Marcela Topor, de la que algún “espíritu santo” ha borrado huellas sobre su pasado y resulta un personaje virginal.

La nueva religión tiene a sus predicadores en los medios de comunicación de la gencat, cortados sobre el patrón y las hechuras de la Rahola, especie de profeta iracundo de Israel. Incluso podemos considerar que el antiguo presidente del Barça, Laporta, ejerce de José de Arimatea, el propietario del sepulcro en el que yacerá el Mesías. Y al igual que Israel, todavía no está claro, quien de todos estos sujetos es el verdadero Mesías: el independentismo, en estos momentos, como el pueblo de Israel cuando las legiones de Tito sitiaban Jerusalén, sigue peleándose dentro de sus altos muros.

Las conversiones o amplificaciones en la fe de los Junqueras y Cuixart son lo de menos. Un año más en la trena y Romeva puede acabar cantando el “Hare Krisna, Hare Rama, Krisna, Krisna, Rama Hare” y Carmen Forcadell ingresar en las Misioneras de la Caridad de la “madre Teresa de Calcuta”. Muchos de ellos van a tener que hacer “voto de pobreza” según salga la sentencia porque alguien va a tener que pagar lo que costó el referéndum (que no fue poco) y me temo que el juzgado se los va a cobrar con cargo a los patrimonios personales de toda esta peña.

Tengo para mí la sospecha de que el cristianismo de los primeros tiempos fue un movimiento político que reivindicaba la independencia de Israel y la revuelta contra Roma con un Mesías al frente que, en realidad, no era más que el líder político de la revuelta. Aplastada la resistencia, el movimiento político derivó hacia el formato secta religiosa. Como ven, no hay nada nuevo bajo el sol. Y antes de que alguien lo recuerde: no toda secta, se convierte en una gran religión que haya inspirado 2.000 años de vida europea. La mayoría se quedan como pequeños grupos de raritos que comparten creencias excéntricas.