miércoles, 6 de enero de 2016

Todo lo que vale la pena saber sobre el “proceso soberanista” y nadie le explicará


Info-krisis.- ¿Qué locura colectiva se extendió por Cataluña entre 2011 y 2015 como para que alguien fuera capaz de creer que en las condiciones en las que encuentra aquella autonomía, podría llegar a ser independiente a la voz de “ya”? Este es el fondo de la cuestión de este dossier dedicado a esta psicopatología política que apareció de la crisis y, a pesar iniciar lo que promete ser un rápido repliegue, algunos siguen tomando en serio, como si en los últimos años en Cataluña no hubiera pasado nada. Han pasado muchas cosas.

Como se sabe, el pescado empieza a pudrirse por la cabeza. Y la cabeza de España, desde el siglo XIX, era Cataluña, tal era el sueño de Cambó. Fue allí en donde la revolución industrial cuajó con más fuerza y entronizó el poder de las “300 familias” que vienen gobernando esa región desde entonces, al margen de quién y de cómo se gobierne en Madrid. Dado que donde ha habido mucho siempre queda algo, lo que ocurre en Cataluña debe seguirse con extrema atención en tanto que significativo e indica los caminos por los que va a discurrir la política española. En estos apuntes hemos intentado resumir algunas claves del problema.


I PARTE
Crisis encadenadas vs. Inestabilidad generalizada

Quien haya seguido nuestros análisis en los últimos ocho años habrá advertido que, desde que empezó la gran crisis de 2007, sostenemos, en primer lugar, que aquella no era una crisis generada por la hipertrofia del sector inmobiliario y la frivolización en la concesión de créditos, sino que se trataba de la primera crisis de la globalización, después de la cual esperaba una rápida caída de la economía mundial seguida de una lenta recuperación que sería interrumpida, luego, por otra crisis de similares características que, desde un marco geográfico diferente (a la vista de las interconexiones de las economías mundiales), repercutiera en todo el mundo. Tras la crisis de las subprimes en EEUU, la crisis se trasladó a Europa y seis años después empezó en Brasil. Tal crisis era el resultado de un mundo demasiado diferente para ser “global”. El resultado de esta serie de crisis encadenadas sería el aumento de la inestabilidad mundial y, finalmente, la entrada en crisis del unilateralismo norteamericano (EEUU es la capital económica del nuevo orden mundial, pero cada vez menos su capital política). Es en este contexto internacional dentro del que hay que examinar el “caso catalán”.
Cuando la crisis llegó a Europa, España fue la primera en sentirla a causa del insensato y criminal modelo económico implementado por José María Aznar (hipertrofia de la construcción + inmigración masiva + salarios bajos + acceso fácil al crédito). El hecho de que los efectos de la crisis llegaran durante el período de gobierno de un presidente que jamás entendió por qué crecía nuestra economía y por qué empezó a decrecer (Zapatero), hizo que no se percibiera inicialmente la crisis (e incluso que se negara su existencia) pensando que se trataba solo de “crisis coyuntural de la construcción” y alardeando hasta 2009 “de la inmejorable salud de nuestro sistema bancario”… que luego resultó completamente anémico y corrupto.

En realidad, la crisis mundial de 2007 repercutía en toda Europa, pero si en unos países se experimentó mucho más tarde (en la “locomotora” franco-alemana) fue precisamente porque los impulsores de la Unión Europea habían constituido una estructura dotada de un “centro” (Francia y Alemania) y de una “periferia” (en donde está situada España). La periferia, como los primeros bastiones defensivos de cualquier fortaleza medieval, caía pronto pero garantizaba que el “fortín central” podía defenderse por más tiempo. En 2015, el inicio de la crisis en Brasil, tendió a ralentizar de nuevo la economía mundial y particularmente las exportaciones. China debió devaluar cuatro veces en una semana su moneda. El lanzamiento de cientos de millones de barriles de petróleo realizado por Arabia Saudí, contribuyo a hundir la nueva industria del fracking en EEUU pero también a que los precios del carburante consiguieran mantenerse bajos y no agravar la crisis (sin embargo, el aumento de la tensión entre Arabia Saudí e Irán corre el riesgo de disparar de nuevo el precio del barril).

En estas circunstancias, fue cuando Alemania admitió 900.000 refugiados sirios: simplemente para conseguir que las cifras macroeconómicas le fueran favorables, maquillándolas (900.000 consumidores adultos hacen que, aun por miserables que sean, el PIB tienda a subir) y su mismo peso muerto hace que el valor de los salarios (especialmente de los más bajos) tienda a disminuir y, por tanto, a “ganar competitividad”.  El Euro, por su parte, no ha dejado de ir rebajando su cotización en relación al dólar, es decir, devaluándose discretamente… una medida que podía haber beneficiado extraordinariamente  la economía española en el período 2009-2013, pero que solamente se adopta ahora cuando es la economía del “centro” (esto es, la alemana) la que lo requiere.

Para los que no somos ni dogmáticos ni devotos de la globalización, cuando se inició la crisis de 2007 estaban claros los ciclos por los que íbamos a pasar (y así lo fuimos reflejando en Info-krisis): 1º crisis económica irresoluble (en la medida en que la globalización es un modelo que se adapta perfectamente para el tránsito de capitales… pero no para el tránsito de bienes de consumo), 2º al persistir la crisis económica y demostrarse que no era un simple problema coyuntural, sino un grave problema estructurar (mucho más en España en donde nadie fue capaz de plantearse un nuevo modelo económico que sustituyera al paradigma creado por Aznar) que desembocaría en un aumento del paro y de la población situada en las proximidades de la pobreza, generándose una crisis social sin precedentes en la postguerra. 3º En el momento en que esa crisis social se hiciera cada vez más evidente estallarían movimientos de protesta contra la partidocracia que indicarían el inicio de una crisis política que correría el riesgo de arrasar el sistema  de equilibrios políticos nacido en 2008. Esa última fase se inició tímidamente en 2009, se agudizó en 2011 y alcanzó su nivel crítico en las elecciones europeas de 2014 que prefiguraron los resultados que se repetirían en las generales de 2015.

Pero a este panorama de tres crisis sucesivas, unas producto de las otras pero todas superpuestas, había que añadir una última crisis que aparece en España con el mismo régimen de 1978: la crisis cultural y que supone el denominador común de todo este largo período de 40 años desde la muerte de Franco (y ya iniciada a principios de los 70). A partir de 1978, incluso durante los períodos de gobiernos del centro y de la derecha, la izquierda socialista impuso planes de enseñanza y proyectos de ingeniería social “avanzados” que repercutieron negativamente en los niveles culturales de la sociedad española: la despenalización de las drogas llevó a España a ser primer consumidor de drogas de Europa, las cuatro reformas sucesivas de la enseñanza nos llevaron a la cola de la educación en Europa, la liberalización del medio televisivo convirtió a la pequeña pantalla en un ventilador de telebasura, los “nuevos modelos familiares” y la permisividad en todos los terrenos no llevaron a modelos de convivencia estables y viables, sino que la crisis de la familia burguesa, no llevó a redescubrir la familia tradicional sino que fue sustituida por el vacío más absoluto y una inorganicidad total; el garantismo judicial lo único que garantizó fue la impunidad de delincuentes y corruptos, el Estado de las Autonomías, caro y centrifugador, entrañó la muerte progresiva del Estado del Bienestar; la sociedad civil se fue desintegrando y la cultura retrayéndose, el nivel de instrucción de nuestro pueblo fue descendiendo hasta el punto de perderse completamente el sentido crítico y la capacidad mínima de análisis; y, para colmo, el triunfo de la ideología de la UNESCO dentro del PSOE (con la sustitución del programa socialdemócrata de Bad Godesberg por la doctrina del “humanismo universalista” de ZP), nos condujo directamente a la ausencia de cualquier valor que no fuera estrictamente finalista (paz universal, antimilitarismo pacifista, igualdad a ultranza, derechos humanos sui generis, justicia universal…).

No es que la crisis cultural en España sea mayor a la que se da en otros países europeos (que lo es), es que el sistema educativo no puede resolverla, porque hace décadas que está desintegrado y sin posibilidades de recomponerse. De ahí que la sociedad española haya sido la que ha demostrado menos capacidad de resistencia a la crisis económica, a la crisis social y a la crisis política, y donde menos esfuerzos se hayan hecho para superar estas crisis. Es más, cuando en España han aparecido protestas y resistencias, no ha sido para SUPERAR las consecuencias de la crisis, sino para apoyar opciones que proponen “profundizar” más en las ideas y postulados que nos han llevado a la crisis cultural; ejemplo: Podemos que no es más que el utopismo habitual en la izquierda acompañado por el aroma a porro y dotado de una crítica infantil a la globalización.

II PARTE
Cataluña, vanguardia de España en el proceso de desintegración

Hemos examinado la crisis de la globalización y cómo afecta a España. Vale la pena ahora aludir a Cataluña. Sin todo lo anterior sería imposible entender qué está pasando en Cataluña. Y es muy simple. Europa pierde peso específico en un mundo globalizado. España pierde peso específico en una Europa mal definida pero sometida a la tiranía de los intereses alemanes. Y, finalmente, Cataluña pierde peso en España a causa de la deslealtad de sus gobiernos autonómicos, a causa de la pérdida de tejido industrial y a causa de que la propia burguesía catalana va optando por otros escenarios menos complicados para invertir el producto de los beneficios acumulados por el trabajo industrial de seis generaciones anteriores y que ahora sale del terreno productivo para zambullirse en el especulativo.
Entre la “obra del nacionalismo” perpetrada entre 1989 y 2015, lo que más llama la atención es que, durante el franquismo, era frecuente oír hablar catalán (y un catalán mucho más puro) en buena parte del territorio. Hoy, en algunas zonas de Cataluña, a pesar de 25 años de “inmersión lingüística”, cuesta trabajo oír hablar catalán. Esto tiene muchas explicaciones, pero quizás la más importante es que el grupo originariamente catalán, con dos apellidos catalanes, sea uno de los que tienen una natalidad más baja ¡en todo el mundo! (y, probablemente, sea la más baja). El drama de la natalidad catalana se ocultó, en un primer momento, con aportaciones de españoles procedentes de otras regiones del Estado (durante el franquismo) y en la actualidad (cuando ese flujo hace ya tiempo que se ha interrumpido), con aportaciones de la inmigración. Desde el año 2000, invariablemente, cada vez que llega el 2 de enero, nos enteramos de que los “primeros catalanes” nacidos en las cuatro provincias el día anterior son… hijo de inmigrantes.

Hay que recordar la responsabilidad del gobierno de la Generalitat desde finales de los años 80 en la desfiguración del perfil etno-cultural de Cataluña. Y es muy importante: no es lo mismo integrar en la misma generación a un inmigrante gallego, andaluz, aragonés o castellano, que hacerlo con un inmigrante senegalés, marroquí o pakistaní. Las identidades regionales procedentes de otras zonas del Estado son “contiguas” en relación a la catalana: mismos grupos étnicos, mismos o muy parecidos valores, mismos principios religiosos o éticos, mismas capacidades intelectuales. No ocurre lo mismo con las aportaciones procedentes de grupos étnicos con los que existen barreras antropológicas: no son “contiguos”, sino que entre ellos y el grupo catalán hay “brechas” antropológicas y culturales.

En su infinita ignorancia de lo que es el mundo y de lo que son otras culturas, los nacionalistas catalanes creen que simplemente enseñándoles el idioma catalán –como se ha hecho con grupos procedentes del Estado- ya se ha realizado el “proceso de integración”. Resultaba bochornoso ver como Carod-Rovira, haciendo gala de esa ignorancia pueblerina que acompaña a todos los nacionalismos, hablaba sobre el “Islam catalán” ante una asamblea de asociaciones islámicas residentes en Cataluña que, obviamente, no aspiraban a nada más que a mejorar sus posiciones y a obtener mayores subsidios y facilidades para… proseguir su culto. Carod-Rovira, hombre formado a la luz de las teorías lingüísticas de los Prats de la Riba y de los Pompeu Fabra, ignoraba que para un musulmán hablar catalán es un hecho meramente práctico, pero que jamás de los jamases, situará a la lengua catalana al mismo nivel que la árabe que, a fin de cuentas, para él, es la “lengua sagrada” utilizada por Mahoma para escribir el Corán. Sin olvidar, por otra parte, que el Islam ha demostrado históricamente una facilidad sorprendente para deslizarse hacia las interpretaciones más extremas de los contenidos del Corán, lo que lleva a Cataluña a situarse como una de las regiones europeas con más riesgos de contagio yihadista.

Pues bien, hace falta repetir y bien alto, que si en Cataluña la paz étnica se ha comprado en los últimos 15 años a base de subsidios y subvenciones a los grupos islamistas que no han conseguido detener la islamización creciente de la sociedad catalana y el hecho de que mientras el grupo étnico catalán apenas llega a un hijo por pareja, el grupo étnico islamista (compuesto por magrebíes, subsaharianos y pakistaníes) tiene una media de ¡cuatro nacimientos por pareja!  La teoría defendida por algunos demógrafos progresistas, sobre que una sociedad cuando alcanza determinado nivel de bienestar y cultura disminuye su natalidad, no es más que un aspecto del florido panorama multicultural, verdadero arsenal tranquilizador: pero, lamentablemente, tal teoría es falsa cuando se aplica a Europa.

En efecto, hay que recordar que estos grupos étnicos (magrebíes y subsaharianos) son los que en toda Europa (Cataluña no es una excepción) se insertan muy mal en el sistema educativo y, a pesar de que existen becas que les permitirían estudiar sin necesidad de invertir un solo euro, en la práctica, son muy escasos (tanto en la segunda como en la tercera generación) los que siguen la vía de estudios superiores e incluso de estudios profesionales. Por otra parte, eso hace que sus niveles salariales sean bajos y que los que están en paro o se resignen a vivir de las ayudas sociales, del trabajo negro o se integren en los circuitos de la delincuencia. En cualquier caso, siguen en los umbrales de la pobreza: ni mejoran su nivel cultural y su preparación, ni mejoran su capacidad adquisitiva… por lo tanto, mantienen sus niveles demográficos. Y esto permite plantearse: ¿cuánto tiempo tardarán los grupos étnicos africanos en ser mayoritarios en una Cataluña que ha dejado de tener hijos? ¡Y cuyos “hijos” no renuncian a su identidad de origen!

Lo podemos plantear de otra manera: ¿qué ofrece Cataluña a un joven islamista? ¿Una lengua? La suya es mejor, es simplemente “sagrada”. ¿Una cultura? Sardanas, castellers, grallers… ellos tienen algo mejor ¡una religión que les da respuestas a todo e incluso una concepción política: la umma, la comunidad de los creyentes! Y valores mucho más simples: limosna, abluciones, no comer cerdo, no beber alcohol, ir una vez a la Meca y creer que Ala es el único dios y Mahoma su profeta. Eso es todo. Y si las cosas vienen mal dada y uno se harta de la miseria siempre tiene el camino de la yihad que, después de un momento de pánico garantiza la vida eterna en siete palacios de jade, con siete arenes, cada uno con setenta y siete huríes y en estado de erección permanente con la vida detenida a los 33 años de edad…

Hay que maldecir una y mil veces a Jordi Pujol y su banda de piratas el que a principio de los años 80 en un “lúcido” análisis estratégico, optaran por derivar inmigración hacia Cataluña del Magreb y de África (Marta Ferrusola ya empleaba masivamente a finales de los 8 a africanos en sus plantaciones de flores en el Maresme, incluso a ilegales), antes que aceptar a iberoamericanos (de la misma forma que hay que maldecir a Aznar y a Zapatero por no SELECCIONAR el tipo de inmigración que hacía falta en España y permanecer mirando a otra parte cuando proliferaban “bandas latinas” y delincuencia organizada llegada de Iberoamérica (una vez más sigue siendo cierto que la mayor parte inmigrantes no son delincuentes, pero que la mayor parte de delincuentes proceden de la inmigración). La “teoría” era que los inmigrantes iberoamericanos, al hablar castellano se cerrarían a aprender catalán, las estadísticas de utilización descenderían (más aún de lo que están descendiendo) y se desvelaría que el “proceso de catalanización” no era más que la tapadera del saqueo de Cataluña.
Pujol envió a un individuo catastrófico desde todos los puntos de vista, Ángel Colom, habituado a vivir de ONGs y de cargos públicos, ex secretario de ERC que dejó al partido en el límite de la bancarrota, como “embajador en Marruecos”. Como se sabe, es muy habitual en los medios gays sentir una admiración rayana en la devoción hacia la cultura árabe y, sin duda, Colom era la persona más adecuada para iniciar el tránsito masivo desde los arrabales de Casablanca y de Tánger, desde el Rif hasta el Atlas de un millón de marroquíes a Cataluña. De la obra de estos dos “grandes nacionalistas” habrán quedado tres caños colaterales no precisamente menores: 1) la desfiguración creciente de la identidad catalana subsumida por la identidad islámica cada vez más presente y que en 20 ó 30 años entrañará su asfixia, 2) la traslación de un volumen de población que, en Cataluña, en España y en toda Europa, subsiste mediante subvenciones públicas y supone una aspiradora de recursos asistenciales y 3) la aparición de un riesgo yihadista como en ninguna otra región de España.
Tal ha sido la tarea por la que se recordará al nacionalismo catalán en las próximas décadas, cuando veamos hasta dónde puede mantenerse la “paz étnica”. Cataluña es vanguardia de España en este problema. Pero también en otros.

La corrupción anidada en el gobierno de la Generalitat es, quizás, lo más llamativo. En especial, porque tal corrupción es prolongada, descarada y hasta hace poco rodeada de impunidad. No es algo que proclamen los partidos estatalistas: es algo reconocido por el estudio publicado en el arranque del “proceso soberanista” (2012) por la Comisión Europea sobre corrupción política e institucional en los 27 países que componen la UE, lo que se ha llamado el “índice de calidad regional”. Cataluña ocupa en Europa el puesto 130 (sobre 172 regiones, que corresponde a los territorios más opacos y corruptos del continente, a la altura de regiones de Bulgaria, Rumania y Polonia. Y, entre todas las regiones (o “comunidades autónomas”) de España, se sitúa en vanguardia del índice de corrupción y opacidad. Los casos Pallerols, Palau, Pujol y un largo, larguísimo etcétera, no han sido meros accidentes en la historia de la Generalitat restaurada en 1979, sino que recorren paralelamente su historia desde el origen.

El hecho de que un organismo imparcial de “mala nota” a Cataluña no implica solamente un desprestigio absoluto del “proceso soberanista” (que pretendía ser reconocido y admitido en la UE) sino que, además, afecta a la población catalana. En efecto, tal índice mide la “calidad del gobierno” de las regiones en función de la seguridad jurídica, la transparencia, los niveles de corrupción, la transparencia y la eficacia en la gestión. Resulta evidente que en dicho ranking, cuanto más alto está situado un gobierno regional, más eficiente es su gestión, mejor es el nivel de vida de la población, más elevado su bienestar económico y la eficiencia de sus sistemas sanitarios y educativos. La población, en definitiva, vive mejor, cuanto más alto está situado un gobierno regional y peor si se sitúa en las partes más bajas. Cataluña está en la cuarta parte más catastrófica de la tabla, lo que no dice mucho ni del gobierno autonómico, ni de la población que lo ha votado reiteradamente, ni de la legitimidad del “proceso soberanista”.

Y lo que es aún peor: el Estado Español ocupa el lugar número 12 en la misma tabla. Es decir, ocupa un lugar intermedio, por detrás de Malta, Bélgica o Francia, pero por delante de Portugal, Chipre y Estonia, alejado de la “cola” (Rumanía, Bulgaria, Italia). Así pues, la Comisión Europea reconoce que Cataluña es la “peor” zona de España. Si ésta ocupa un lugar intermedio (el 13 sobre 27 en el ranking nacional), Cataluña (en el ranking regional) se sitúa muy por debajo: 130 sobre 172

Al año siguiente, el mismo estudio hizo descender a España del puesto 13 al 14… pero Cataluña descendió del puesto 130 al 134...

Peor se situaba el rating de deuda pública de la Generalitat. También aquí, Cataluña resultó desde 2012 (cuando Artur Mas inicio el “proceso soberanista”) la región peor parada de todo el Estado (ex aequo junto a la Comunidad Valenciana, gobernada por el PP). La deuda pública de ambas autonomías estaba clasificada ¡por debajo del bono basura! Dada la imposibilidad de afrontar los pagos mediante más y más emisiones de deuda pública regional, la Generalitat optó por pedir préstamos al Estado para evitar la quiebra (20.156 millones solamente entre 2012 y 2013). Estos préstamos, procedentes del Fondo de Liquidez Autonómica y del Instituto de Crédito Oficial, han proseguido en los dos últimos años llegando a un total, al final de la legislatura de Artur Mas, de ¡40.000 millones!, hasta el punto de que en enero de 2015, Standard&Poors afirmaba que “La caja de la Generalitat está prácticamente vacía y la cubre el apoyo estatal”.

También en este terreno del endeudamiento la Generalitat va en cabeza: lo recibido por Cataluña supone el 34% del total de la financiación concedida a las comunidades autónomas, seguida a distancia por la Comunidad Valenciana (que se ha llevado el 22%) y por la Junta de Andalucía (con un 17,5% del total ). En otras palabras, estas tres comunidades han absorbido tres cuartas partes del dinero prestado. En las tres, la corrupción, la mala gestión, el saqueo de las arcas  públicas y el descenso en la calidad de los servicios públicos, es superior a la del resto del Estado.

A la vista de estas cifras, lo que más sorprende del “proceso soberanista” es que, en algún momento, algún catalán pudiera pensar racionalmente que la Unión Europea admitiría a un micro-Estado en quiebra, con niveles de corrupción más próximos a Kosovo (modelo para algunos independentistas catalanes, verdadero Estado-pirata, vergüenza de Europa, de mayoría islámica, por cierto), cuya deuda pública era invendible. Esto se entiende mejor si tenemos en cuenta otro factor de la ecuación: los medios de comunicación catalanes son, sin excepción, medios que viven de los subsidios públicos y que hacen y dicen aquello que los “comisarios políticos” de la Generalitat dictan.

A pesar de casi treinta años de “inmersión lingüística”, los diarios específicamente catalanes nunca han sido rentables y solamente han podido mantenerse gracias a los subsidios de la Generalitat y a las suscripciones masivas realizadas por las cajas catalanas y los organismos de la Generalitat. Huérfanos de lectores han tenido que ir contrayendo tiradas y cabeceras. Incluso las traducciones al catalán de El Periódico y La Vanguardia solamente pudieron hacerse mediante el mismo régimen de subvenciones (y hoy es frecuente que cada día, miles de excedentes de La Vanguardia se abandones en los trenes de cercanías catalanes, pagados por Rodalíes de Catalunya…). Otro tanto cabe decir de la edición de libros en catalán cuyas tiradas rara vez superan los 1.000 ejemplares una parte importante de las cuales es absorbida por las bibliotecas quedando allí abandonados.

En lo que se refiere a TV3, salvo en Corea del Norte, sería difícil encontrar un medio más ideologizado y puesto al servicio del “proceso soberanista”, hasta el punto de que quienes no lo comparten, simplemente han decidido marginar este canal en sus repertorios de zapping: en efecto, sea cual sea el programa o la temática, los guionistas barren para el “proceso soberanista”. Un estudio publicado por portal.mèdia.cat demostró en septiembre y octubre de 2014 que el 63% de los tertulianos estaban a favor de la independencia, el 30% en contra y el 7% se mostraban neutros… cifras que no corresponden ni remotamente a la realidad política catalana y que evidencia el nivel de manipulación. Otro tanto ocurre en la radio en donde hace veinte años se (im)popularizaron los “correctores lingüísticos” que revisaban los guiones e imponían cambios hasta convertirse en los personajes más odiados de las emisoras.

En lo que se refiere al cine, la cosa es todavía peor: los niveles de audiencia de las películas dobladas al catalán han estado siempre a mínimos. El 2014, la cuota de espectadores al cine doblado en catalán se situaba en el minúsculo 2,38% (2,22 en 2014, 2,60% en 2013, 3,88% en 2012, 2,16% en 2011, 2,86% en 2010)... lo que no era obstáculo para que aumentaran las subvenciones para el doblaje de películas al catalán en un 70%, justo en los momentos en los que la Generalitat reconocía no poder pagar a las farmacias. No se trata de una conspiración: simplemente, por los motivos que sean, el público prefiere asistir a sesiones en castellano y, en segundo lugar, en el VOS. Ferrán Mascarell, ex PSC, conseller de cultura, había prometido una cuota del 35% para el cine en catalán en 2017…

¿Qué ocurre con el cine en catalán y con la prensa escrita? Los cambios en los gustos del público y en los medios, el rodillo de Internet, explican en cierta medida esta falta de audiencia, pero no toda. Lo que demuestran demasiado a las claras son los límites en la catalanización del país: parece bastante claro que los niveles de utilización del catalán permanecen con cierta tendencia a la baja, desde hace 17 años, que el hecho de que prácticamente la totalidad de la población catalana entienda la lengua catalana (el gran fetiche del nacionalismo desde sus comienzos y su único punto de apoyo como “factor diferencial”) no quiere decir que lo utilice. Existen distintos estudios lingüísticos sobre los niveles de utilización del catalán y del castellano en todos los ámbitos. En ninguno se sitúa a la lengua catalana como de uso mayoritario… salvo en las relaciones con las instituciones (Generalitat y Ayuntamientos…). En el ámbito interpersonal en 2013 el uso del catalán estaba en torno al 27,8%, mientras que el castellano alcanzaba el 55,7% y el uso indistinto de ambas el 7,3%. Es significativo que el uso del catalán, además de en las instituciones, solamente sea mayoritario en el ámbito de la enseñanza (42,9 utilizan en catalán en las aulas, el 30,8% el castellano y el 17,4% ambos). Es decir: se utiliza el catalán allí donde, por ley, debe utilizarse (administración y enseñanza). Donde más igualado está la utilización del catalán y del castellano es el lugar de trabajo (45% catalán, frente al 42,4% castellano y 8,2% ambas)… pero también aquí existen imposiciones legales que afectan incluso a la rotulación.

En el consumo y en los servicios, el catalán acaparaba el 33,6% de los usuarios, mientras que el 48,7% resolvían sus compras en castellano y el 15,3% utilizaban indistintamente ambas lenguas. En el ámbito del hogar, en la familia, es demoledor para la Generalitat constatar que en 52,4 de la población catalana utiliza en castellano para expresarse habitualmente, mientras que el uso del catalán alcanza el 29,4%. Peor aún resulta constatar la evolución de la utilización del uso global del catalán. En 2003 lo utilizaba solamente como lengua vehicular el 34% de la población, pero en 2008 había descendido al 31,6% y en 2013, ya en pleno “proceso soberanista”, al 26,7%. Si esto supone una caída notable de 8 puntos, en algunos ámbitos es todavía más espectacular: en 2003 el 38,1% utilizaba el catalán en las visitas al médico. En 2013 había descendido al 27,8, algo más de 10 puntos. En las conversaciones con los vecinos el catalán había pasado del 27,3 en 2003 al 17,3% en 2013. Y así sucesivamente. Obviamente, el número de catalanes que utilizaban solamente la lengua castellana para expresarse habitualmente había aumentado: en 2003 eran 36,5%, pasando en 2008 el 42,6%...

Ante estas cifras (publicadas por La Vanguardia, diario próximo al “proceso soberanista”) y dada la correlación entre la utilización de la lengua y el nacionalismo, parece muy claro que los esfuerzos de la Generalitat por catalanizar la región hace tiempo que alcanzaron sus límites y desde principios del milenio no dejan de retroceder en todos los órdenes, salvo en los que implican una relación de autoridad (instituciones y escuela). La pregunta es: ¿y en estas condiciones lingüísticas, Artur Mas creía que era posible llevar adelante el proceso soberanista? Incluso con la presión mediática de TV3, resultaba demasiado evidente que se enmascarase el proceso como “derecho a decidir”, sus promotores tenían todas las de perder a poco que se planteara la cuestión de “decidir independencia SI o independencia NO”.

A estas circunstancias culturales se unen las específicamente políticas. La atomización política que vive Cataluña (no hay cuatro sino ocho partidos en el mapa político catalán y no nos cabe la menor duda de que otros más lograrán insertarse en las elecciones de marzo) es la que se ha iniciado después en el parlamento español. En zonas en las que no existe la cultura de la coalición, cualquier fórmula que se estrene, a partir de aquí, promete ser inestable y, lo que es peor, corta. Es el famoso proceso de “italianización” de la política catalana que se ha logrado extender a la política española.

Así mismo, desde el punto de vista institucional, el “nuevo Estatuto” ha llevado a un callejón sin salida, inaplicable, con zonas de oscuridad, y sin posibilidades de reforma… de la misma manera que, en la actualidad, la constitución de 1978 no es más que letra muerta o, si se prefiere el fuego fatuo de un cadáver. Como el “perro del hortelano, que ni come ni deja comer”, el Estatuto primero y la Constitución son las “leyes fundamentales” de Cataluña y de España… pero ya son ¡inaplicables e inmodificables! ¡Ni responden a la realidad, ni existen consensos suficientes para modificarlas! Y, rezad para que no se modifiquen, porque de hacerlo siempre será hacia posiciones más problemáticas.
Desde el punto de vista económico, en Cataluña la crisis se nota más en la medida en que era la zona más industrializada del Estado. Por tanto, la globalización con sus nuevas reglas de juego ha supuesto para Cataluña un vendaval ígneo que ha arrasado con su industria, ha liquidado completamente lo que fue hasta el último cuarto del siglo XX y desde principios del XIX, las hilaturas y telares que constituían lo esencial del panorama catalán. Era evidente que esa industria debía ser sustituida por otras más de vanguardia… pero eso no ocurrió y lo que ha sustituido a esa industria son simplemente empresas de servicios, especialmente de turismo y hostelería. Cataluña que aspiró a ser la Manchester española, finalmente ha terminado pareciéndose a la zona del Estado que más odió el nacionalismo catalán: Andalucía, con la pequeña diferencia de que en Andalucía todavía existen cultivos agrícolas rentables y zonas en donde se practica la agricultura masivamente… mientras que en Cataluña, las tareas agrarias están en riesgo de desaparición.

Socialmente, pocas clases medias han tenido que soportar lo que han aguantado en Cataluña: sometidas a la presión fiscal de la Generalitat y del Estado, con riesgo de proletarización y empobrecimiento brusco, obligadas a enviar a sus hijos “suficientemente preparados” mediante esfuerzos económicos ímprobos, a países extranjeros para evitar caer en el mileurismo y en la precariedad. Desesperadas al ver que ni la Generalitat ni el Estado hacen absolutamente nada para evitar el consumo de drogas, el alcoholismo entre los jóvenes, viendo como tanto la enseñanza pública como la privada muestran cada día su incapacidad para formar jóvenes generaciones, con unos niveles de delincuencia y de corrupción difícilmente asumibles en un Estado moderno y que solo denotan procesos avanzados de desintegración social, con unos grupos étnico-sociales subvencionados ad-infinitum y que nadie entiende exactamente ni qué hacen allí, ni de qué viven…

Eso es Cataluña. Por eso Cataluña es “muy española”: porque esos mismos problemas, sin ninguna excepción, se repiten en toda España con mayor o menor intensidad. Ahora quizás se entienda mejor que hayamos empezado este texto con la frase: “el pescado empieza a oler por la cabeza”. Lo que está pasando en Cataluña, agravado extraordinariamente dado que esta región iba en cabeza del desarrollo español, no es muy diferente de que se avecina para toda España, y que hoy ya se viene registrando con mayor o menor intensidad: crisis económica, corrupción generalizada, inmigración masiva, compresión de las clases medias.

En este contexto de crisis, el nacionalismo, lo único que ha hecho, ha sido ha sido dar una respuesta simple a un problema complejo: “Cataluña está en crisis ¿Quién tiene la culpa? La culpa es de España. Nos independizamos y entramos en el mejor de los mundos”. Cuando en realidad el planteamiento correcto era: “Cataluña es la vanguardia de la desintegración de la sociedad y del Estado Español ¿quién tiene la culpa? Los procesos de globalización, las ideas y las autoridades que lo han provocado deben desaparecer. A partir de ese momento, los procesos de decadencia y desintegración económica, social y política, pueden revertirse. No antes”.

PARTE III
El “proceso soberanista”, última trinchera de los bribones

¿Cómo empezó el “proceso soberanista”? No hay que engañarse. Aunque la malhadada idea de Artur Mas (un nombre que el nacionalismo aprenderá a maldecir en años sucesivos) arranca oficialmente en 2012 y debería haberse concretado en 2014 (la fecha mítica: los 300 años de la caída de la Barcelona leal a la dinastía de los Habsburgo en manos de las tropas borbónicas), es un proceso que, realmente se inicia en 2003 cuando llega al poder el llamado “primer tripartito” compuesto por PSC, ERC y ICV. Los socialistas fueron votados para acabar de una vez por todas con el pujolismo y su obsesión nacionalista. Sin embargo, el elector medio olvidaba quién era Pascual Maragall e ignoraba el estado de deterioro físico en el que se encontraba (y que no era un secreto ni para la clase periodística, ni para sus compañeros del PSC cuyo problema era que no habían formado todavía un sustituto… aun cuando sí es cierto que era –y es- un tabú recordarlo). Cuando Maragall pactó el primer tripartito, literalmente, su enfermedad empezaba a despuntar después de años en los que, por unos motivos o por otros, ya había dado muestras de incapacidad y desorden. En aquel tripartito, quien gobernó realmente no fue ni Maragall ni el PSC sino ERC. Fue en ese momento cuando Carod-Rovira impuso la fecha mítica de 2014 para una Cataluña independiente.

En un momento en el que ni existía demanda social, ni necesidad, de un “nuevo Estatuto”, los cuatro años en los que logró mantenerse Maragall en el poder y los tres en los que su sustituto Montilla dio muestras de ser una nulidad política, fueron perdidos por la clase política catalana recreándose en declaraciones maximalistas sobre el “nuevo Estatuto”. Hay que recordar que, inicialmente, nadie en Cataluña en 2002 creía en esta fórmula, ni siquiera el PSC o ERC (a la vista de que el PP iba a conservar el poder en las elecciones y ningún sondeo electoral lo daba como perdedor: la polémica simplemente residía en si ganaría con mayoría absoluta o con mayoría relativa). En los tres primeros meses de 2003, el tripartito catalán proponía algo que sabía perfectamente que Aznar no admitiría: para Carod era una forma de acentuar el victimismo (y la reacción de la sociedad catalana, es decir, de hacer nacionalismo), para el PSC la posibilidad de vencer a CiU en su terreno –el patriotismo catalán- y erosionar a Aznar). El “Pacto del Tinell” (todos contra el PP) se podía aplicar en Cataluña, pero no en España. Luego todo cambió. Las bombas del 11-M y la campaña psicológica que siguió hicieron que entre tres y cuatro millones de españoles cambiaran su voto entre el 12 y el 14 de marzo de 2003. Con ZP en La Moncloa, sí era posible llevar adelante el “nuevo Estatuto”. Además, ZP ya fue explícito: “aprobaré lo que apruebe el parlamento catalán”, sin duda uno de sus patinazos y de sus tan habituales muestras de ignorancia más garrafales.

El tripartito catalán contemplaba el “nuevo estatuto” de manera muy diferente: para ERC era un paso intermedio entre el Estatuto de 1979 y la independencia, la siguiente rodaja del salchichón; para el PSC suponía una “profundización” en la autonomía; para ICV una forma de hacer valer el “derecho de autodeterminación”. Lo que salió fue un churro inaplicable a medio camino entre la federación y la independencia que el Tribunal Constitucional tiró en sus aspectos más extremos. Oficialmente, fue esa negativa del constitucional a dar la luz verde al “nuevo estatuto”, lo que desencadenó el proceso soberanista. No es cierto. Tal es la mayor mentira que se ha ido difundiendo como “excusa” para desencadenar el “proceso soberanista”.

Desde 2009 se habían celebrado seudo-referéndums en distintas localidades de Cataluña. Se trataba de iniciativas de los partidos soberanistas que a veces contaban con el apoyo del PSC local y otras no. Los resultados no eran significativos: como siempre ocurre en estos seudo-referéndums votan solamente los concienciados por el tema de la independencia. Se vio perfectamente que se trataba de entre un 19% y un 25%, como máximo, de la población catalana que, más o menos, correspondía a los votos de un sector de CiU y de ERC. Poco más. Pero en 2010 CiU se había presentado a las elecciones con la propuesta estrella del “derecho a de decidir”. Obsérvese la ambigüedad: “derecho a decidir”… sobre el futuro de Cataluña; no “derecho a la independencia”. Se pedía “decidir”, pero no se explicitaba que esa decisión pudiera llevar a la independencia (entre otras cosas porque estaba claro que, en caso de referendo, con pregunta clara, la respuesta del electorado distaría mucho de ser favorable a la independencia).

En Madrid gobernaba todavía un Zapatero arrinconado por la crisis, empequeñecido, sitiado por sus propios barones, abandonado y abochornado de sí mismo; un espantajo político al que como al rey del cuento ya nadie vacilaba a la hora de denunciar su desnudez, esto es su estulticia pasada y presente. Estaba claro que al año siguiente ya no estaría sentado en La Moncloa. Parte de su deterioro había venido por su actuación durante la tramitación del “nuevo Estatuto” y sus ambigüedades en materia de vertebración del Estado de las que hizo gala en su primera legislatura. Cuando en 2011, llegó Mariano Rajoy al poder, Artur Mas, intentó la misma política que había tenido éxito durante el “pujolismo”: vender apoyo en Madrid a cambio de mayores techos autonómicos. Durante el período 2010-2012, CiU desvió entre cuatro y ocho millones de euros a los grupos independentistas con el fin de aumentar la presión de ese sector. Lo siguiente era algo que Pujol ya había hecho mucha ocasiones: “lo veis: o accedéis a mis peticiones u os las tendréis que ver con estos; yo soy el único muro contra los independentistas”…

El problema fue que en su primer viaje a Madrid, ya con Rajoy en el poder, las cosas habían cambiado, simplemente: ya no había dinero en las arcas del Estado para acallar el chantaje nacionalista; si Zapatero no le pudo dar nada al estar su gobierno aquejado de debilidad extrema, Rajoy tampoco pudo ceder en nada… porque en el período 2011-2013 se vivieron los peores años de la crisis de la deuda, España estaba al borde de la quiebra, con la prima de riesgo disparada y la economía, intervenida, en la práctica. Artur Mas volvió a Cataluña con las manos vacías encontrándose con que el monstruo que había creado, a efectos de presionar al Estado, tenía vida propia (a pesar de que las cifras de asistentes a las concentraciones del 11-S habían sido sistemáticamente hinchadas y los asistentes multiplicados por tres o por cuatro). Pero, hubiera bastado simplemente con cortar el grifo de subsidios a los sectores independentistas, limitar su influencia en TV3 y en los demás medios de comunicación catalanes, para que el fenómeno hubiera remitido permaneciendo en la cota del 19-25%, normal en la sociedad catalana…

Lo que, realmente, determinó el arranque del “proceso soberanista”, no fue nada de eso, ni siquiera el que la crisis económica se viviera en Cataluña con una intensidad particular (entre otras cosas porque la alta burguesía catalana que, hasta entonces lideraba el nacionalismo, se había preocupado de atraer inmigración marroquí o hubiera renunciado a invertir en Cataluña –salvo en el sector inmobiliario y especialmente en el hostelero- y porque allí en donde había más industria era donde el fenómeno de la deslocalización se experimentaría más brutalmente: Cataluña ha perdido casi la mitad de su potencial industrial entre 2000 y 2015). Lo que determinó el “procés” fue, ni más ni menos, que en 2012 empezaron a sistematizarse las investigaciones de la UDEF sobre las redes de corrupción en Cataluña.

Fue, a partir de ese momento, cuando la cúpula de CiU reaccionó con una fuga hacia adelante, a la vista de que no podía dar marcha atrás (el monstruo independentista que había subvencionado tenía vida propia), negociar con el gobierno de Madrid impunidad a cambio de apoyo hubiera supuesto reconocer que el “pujolato” fue el período más corrupto en la historia de Cataluña, una especie de “bandolerismo institucionalizado” (lo que hubiera entrañado el fin de CiU) y solamente quedaba la independencia: a partir de ahí, cualquier ofensiva jurídica contra Pujol, contra Mas, contra cualquier conseller de la Generalitat, podía decirse que era una “ofensiva contra Cataluña”.

De ahí la irracionalidad del “proceso soberanista” y el que durante cuatro años hayamos visto a un gobierno de la Generalitat dispuesto a seguir por el camino emprendido a pesar de que al final del camino estaba la imposibilidad práctica del independentismo por alcanzar sus fines. Puede entenderse el porqué en la CUP, cuando se inició el debate sobre si apoyar o no a Mas, para algunos de sus miembros, particularmente ingenuos, pero no excesivamente malintencionados, se les planteara el dilema moral: apoyar a Mas supone apoyar el “bandolerismo institucionalizado”… no apoyarlo supone el fin del “proceso soberanista”. Así pueden entenderse los tuits que colocó Xavier Monge antes de hacer mutis por el foro de las CUP: “Iría siendo hora de poner sobre la mesa la pura rea­lidad: el proceso es el mayor fraude de la política catalana”, “Un mandato inexistente, una hoja de ruta en blanco, una legislatura muerta, y aún hablamos de investir al mayor cadáver político del momento. Bravo”. Hubiera sido imposible resumir mejor las razones por las que el “proceso soberanista” ha muerto: irracionalidad, aventurerismo, negativa a reconocer la realidad social catalana (una sociedad, dos identidades), negativa a insertar la realidad catalana en la Unión Europea, etc, etc, etc.

El “proceso soberanista” impulsado de manera irracional por el terror a que las investigaciones policiales y los juzgados sentaran en el banquillo de los acusados a la flor y nada del nacionalismo, fue lo que hizo que Artur Mas, en un primer término, iniciara el proceso y en un segundo término, a pesar de ser evidente, que estaba siendo arrollado por los independentistas que él mismo había amamantado, estos tomaran el control de la situación.

PARTE IV
Crónica de la “Comedia de Falset”

Cuando Artur Mas compareció ante las cámaras en el Palau de la Generalitat en 2013 acompañado por un batasuno (CUP), por Junqueras secretario general de un partido cuyos caladeros de votos están en zonas rurales del interior (ERC) y una sandía (roja por centro, verde por fuera, ICV), ese día la alta burguesía catalana que, hasta entonces había CREADO y MANTENIDO el nacionalismo, entendió que el “proceso soberanista” se le había escapado de las manos. Pero no le importaba excesivamente: esos mismos burgueses que habían amasado inmensas fortunas en el siglo XIX, que siguieron amasándolas en el primer tercio del siglo XX (con el sobresalto de la Semana Trágica de 1909), que siguieron dirigiendo en la práctica Cataluña durante los 40 años de franquismo y que, finalmente, hicieron y deshicieron a su antojo durante el “pujolato” y los “tripartitos”, en los últimos 20 años habían ido desplazando sus inversiones hacia el capital especulativo, los paraísos fiscales y la industria hostelera del Caribe, cediendo el control de la Generalitat a sus “segundones”, a los funcionarios de CiU que les servían con fidelidad perruna o a sus hijos menos dotados… pero sus intereses económicos ya no estaban en Cataluña. Aquella foto de Mas con Junqueras (ERC), Herrera (ICV) y Fernández (CUP), aunque Mas no lo sabía, marcó el fin de una época: ahí, en ese momento, es cuando comenzó el entierro de CiU (el partido generado por la alta burguesía catalana durante la transición) y arrancó el “procés soberanista”.

CiU no pudo superar sus tensiones internas y el abandono por parte de la alta burguesía catalana (identificarse, a partir de ese momento con el “procés” implicaba ser considerado como “poco serio” por parte de sus interlocutores: hombres de negocios, gente de mundo, inversores de altos vuelos, etc). La” U” de CiU tardó poco en desprenderse para tratar de resucitar una especie de Lliga Regionalista que UDC había rechazado tantas veces constituir con la rama catalana del PP o de UCD en su tiempo y que ahora ya le cogía a contrapié y cuando no supone nada serio ser miembro de la “internacional democristiana”. En cuanto a CDC, anegada por procesos, con las sedes intervenidas judicialmente, con sus distintas cúpulas históricas preparando sus defensas y cuando la investigación no está ni siquiera en el 10% de lo que puede dar de sí, tardó poco en desaparecer e improvisar un nuevo partido llamado a la derrota.

Desde el mismo momento de su arranque, el “proceso soberanista” estaba en vía muerta. Ni Artur Mas, ni ERC, ni las “tietas” de la ANC y del Ómnium, ni por supuesto, las CUP tienen la más mínima idea de cómo pueden avanzar a favor de la independencia, porque todos ellos han olvidado –han querido olvidar durante años- lo esencial: que la Unión Europea es una “unión de Estados Nacionales” y que, precisamente por eso, están cortadas las vías que llevan, no a la incorporación de nuevos estados, sino a que esas incorporaciones se produzcan a partir de fragmentos de Estados ya miembros. Durante cuatro años, los promotores del “proceso soberanista” se han negado a reconocer esto y el propio Mas ha caído en interpretaciones absurdas como aquella en la que proponía que fuera el gobierno español el que avalara la candidatura del “nuevo Estado” a la UE, o aquella otra de negar que la ruptura supusiera “salir de la UE, porque Cataluña estaba en España y España en la UE”… argumentos que pueden convencer a un negado predispuesto a tener por cierto que Colón, Santa Teresa o Cervantes eran catalanes… pero nunca a alguien que tenga un mínimo de sentido común.

Cataluña entró con Maragall en algo parecido a la Comedia de Falset. Un popular refrán catalán dice (diu):  “Aixo es com la comèdia de Falset, que havia de començar a les vuit i va acabar a les set” (esto es como la comedia de Falset, que tenía que empezar a las ocho y acabo a las siete). El “proceso soberanista” estaba muerto antes de empezar. La frase deriva del hecho histórico de una obra de teatro de Pau Bunyegas, estrenada en el tradicional Teatro Romea barcelonés en 1869. La comedia era un absurdo. Terminaba pidiendo al espectador que pusiera su propio fin, el que más le gustara o le conviniera. Antes de este soliloquio final, el pueblo en el que se ubicaba la comedia, Falset del Priorato, todos acababan a palos… La frase catalana pasó a ser el equivalente a que algo acabe “como el rosario de la aurora”. De hecho, en la Montaña catalana y entre los círculos de comentaristas, se ha popularizado la frase sobre la “comedia de Falset” para caracterizar al “proceso soberanista”… pero, en realidad, vale la pena aplicarla desde el inicio del “maragallismo”.

Desde 2003 era evidente que un “nuevo Estatuto” nacido sin demanda social del cerebro averiado del pobre Maragall, especialmente deteriorado en donde anidó su “seny” y que dejó intacto solamente su particular “rauxa” (la compasión que puede suscitar –y de hecho suscita- su enfermedad no es óbice para recordar sus responsabilidades y especialmente la de sus compañeros del PSC que, sabiendo cuál era su estado, lo presentaron a las elecciones como cabeza de lista), desembocaría, siempre que hubiera alguien dispuesto a ir más lejos (aprovechándose de los inmensos recursos económicos puestos al servicio de la Generalitat), en la Comedia de Falset: con una Cataluña dividida, partida por gala en dos, con todas las fuerzas políticas dándose de palos entre sí, con familias divididas, grupos de amigos enfrentados entre sí por… un proyecto imposible de partida (que debía “empezar a las ocho (2014) y acabó a las siete (2003)”. No es raro que para salir del entuerto, ni exista hoja de ruta, ni proyecto más allá de la “ruptura unilateral”, ni interés en lo que ocurrirá “al día siguiente” de la independencia y que, como la frase final de la Comedia de Falset: “Ara perquè acabe bé, fassen vostès lo final” (ahora, para que acabe bien hagan ustedes el final) que es, como decir lo que ha dicho Artur Mas al conocer que las CUP no respaldarían su candidatura: nuevas elecciones. Las cuartas en cinco años…

PARTE V
Futuro: Agonía del nacionalismo catalán, éxtasis del soberanismo

Parece claro lo que ocurrirá en las próximas elecciones: de un lado exCDC entrará en la UVI política. Ahora yo no puede establecer una alianza con nadie salvo con grupúsculos, como hizo en las anteriores generales. Los procesos contra sus dirigentes harán el resto. Ahí muere una opción política y con ella el “nacionalismo moderado”. La otra parte, que se niega a morir, UDC ya es uno de los fantasmas de la política catalana, que deambulan pero no existen.

Solamente a un presidente como Artur Mas (cuya ambición y capacidad están muy por encima de sus cualidades reales, cuya astucia no es muy superior a la un de sirlero de las Ramblas y su capacidad estratégica propia de un cabo furriel) se le ocurre desencadenar un “proceso soberanista” que tenía todas las características de descarrilar desde el primer momento… y llegar hasta sus últimas consecuencias. El motivo puede intuirse y no hace falta ser Sherlock Holmes para deducirlo: Artur Mas sabe que también él terminará tiene muertos en el armario y sentado en el banquillo de los acusados con todo lo que implica (pena de telediario, vecinos insultándolo como a Pujol, los hijos abochornados y parte de sus finanzas intervenidas…).

Pero Artur Mas –y eso es lo terrible- no es el más tonto de toda esta Comedia de Falset rediviva. ¿Cómo hay que calificar a Oriol Junqueras? ¿Un pobre ingenuo o simplemente un idealista al que Mas logró colocarle el timo de la estampita? Vayamos a los matices: CiU se calificó siempre como “soberanista” (partidaria del derecho de autodeterminación), ERC, en cambio, como “independentista” (partidaria de la independencia). Ya desde los tiempos de Macià –el verdadero promotor del independentismo catalán- estaba claro que el día después de la independencia estaba sumido entre las negruras. Simplemente, ningún independentista habla fácilmente del “día después de la ruptura con España”, simplemente, porque no hay luces y todo lo que lo envuelve son sombras y amenazas. Los más listos entre los independentistas no dudan en decir que, los “ingleses nos apoyarán” o confían en venderse a bajo precio a la OTAN en 2016 como en 1934 confiaban en venderse al fascismo italiano… Para ellos lo importante es “romper con España”, considerada como fuente de todos los males de Cataluña.

Las declaraciones de Oriol Junqueras en la radio, llorando a lágrima viva, cuando otros refutaban sus tesis sobre la independencia de Cataluña me recordar a un abuelo muy simpático, Antonio Ribera, fundador de la “ufología catalana” quien en un programa de TV después de demostrarle imposibilidad de que llegaran a la tierra seres de otro mundo, acosado y derrotado, con lágrimas en los ojos se refugió en su último argumento: “¿Pero porqué no pueden existir extraterrestres?”… como Junqueras diciendo “¿Pero porque Cataluña no puede ser independiente?”. Triste, por una parte (las lágrimas siempre son una muestra de sentimentalismo, esto es, de debilidad) y grotesco por otra (los hombres sufren y aguantan, no lloran, tal como sabemos desde Esparta, aunque a veces nos cueste recordarlo).

Pero Junqueras ha hecho algo peor que llorar en público: se negó a liderar claramente el “proceso independentista” cuando aceptó unas elecciones “plebiscitarias” en la que su sigla se difuminaba en el conglomerado viscoso y caótico de Junts pel SI, cuando su partido, ERC, podía haber sido, en solitario, el partido mayoritario de Cataluña, cuando se podía haber consumado el “surpasso” histórico en el mundo nacionalista y una CDC en crisis hubiera cedido el primer puesto a una ERC en etapa ascendente. Ahora, tarde, muy tarde, Junqueras, tras conocer la decisión de CUP de no apoyar a Mas, se postula como candidato a la presidencia para “salvar el proceso soberanista”. Tarde y mal. Eso lo tenía que haber hecho antes de las elecciones: tenía que haber aprovechado la oportunidad histórica de que CDC se despeñaba por la pendiente y asumir el papel que Pujol había tenido en Madrid durante más de 20 años, incluso hubiera tenido la oportunidad de pasar a la historia manteniendo ese papel CON HONESTIDAD y sin necesidad de tener en el guardarropa la pata de palo, el sable de abordaje, el parche en el ojo y el loro (Artur Mas) en el hombro como tiene el clan Pujol.

En cuanto a las CUP importan poco. Frecuentemente se olvida que ese partido es como un Podemos pero en pequeñito y en independentista. Sus posiciones distan mucho de estar unificadas y no es que existan solamente un par de tendencias (contra Mas y con Mas) sino que existen una multiplicad de tendencias y de matices locales que hacen que sus siglas no pasen de ser un lugar de “refugio” provisional para votos de protesta.

En las próximas elecciones catalanas (¿febrero o marzo?) puede pasar cualquier cosa: pero lo que está claro es que la hora del independentismo ya ha pasado. Este ha sido su último tren histórico. La globalización es una apisonadora: lo aplasta todo, lo iguala todo y arrasa con todo. Los Estados-Nación ni siquiera pueden hacerle frente, mucho menos los micro-Estados surgidos de la fragmentación de los primeros. Por otra parte, los Estados-Nación, tienen todavía instrumentos jurídicos y coercitivos que pueden ser utilizados (si hay un partido con dignidad y patriotismo) como barricadas frente a la globalización… se trata, por tanto, de conservar estas estructuras nacionales antes de partirlas en mil pedazos. Hoy, la tendencia general es a la transformación de los “partidos nacionalistas” en “partidos soberanistas”, colocando el independentismo en barbecho y sustituyéndolo por un “derecho a decidir” que es más formal que otra cosa: todos saben que la independencia de los micro-Estados en inviable. No es raro que, salvo en la excepción española, en el resto de la Europa continental estos partidos hayan desaparecido… salvo en Flandes con el Vlaams Belang, claro está.

La hora de los micro-nacionalismos ha pasado. No eran, a fin de cuentas, nada más que expresiones de los intereses de las altas burguesías industriales locales, cuando estos intereses han sido superados por la financiarización de la economía y por la globalización, a estos micronacionalismos –por mucho que se hayan recubierto de perfiles “identitarios”-  sólo les quedaba morir. Y en eso están.

Ahora bien: muerto el nacionalismo independentista queda el mito soberanista. Este, tiene cierto atractivo y supone un “ejercicio democrático”: todos los pueblos, según esta teoría, tienen derecho en cualquier momento a “decidir” ¿el qué? Lo que sea. Una doctrina así solamente puede nacer en un erial cultural como el español en el que se olvida lo que es la historia, donde la capacidad crítica de las jóvenes generaciones está atrofiada por un sistema educativo quebrado, y donde ni siquiera se es capaz de dar a la palabra “democracia” algo que vaya más allá de “hacer lo que el pueblo diga”. Es la posición de Podemos y de su (más o menos) rama catalana dirigida por Ada Colau…

Ya en la pasada campaña electoral Podemos proclamó que aceptaba, no solamente para Cataluña, el derecho de autodeterminación, sino para las 17 autonomías…  luego, arreglaba el estropicio añadiendo que “os queremos con nosotros”. Tal es la posición de Ada Colau. Vale la pena recalcar lo que esto supone: si en Podemos existe algún “cerebro” medianamente amueblado, en su filial catalana estamos ante un verdadero erial intelectual. Progres de medio pelo, indigentes intelectuales y laborales en busca de un lugar bajo el sol institucional y el sueldo oficial, gente que llega con hambre atrasada y con escasas capacidades intelectuales, mínima preparación cultural e incluso profesional y bajo rodaje en el mundo laboral y, no digamos, en la dirección de otra cosa que no sea dinero públicos y ONGs subvencionadas por usted y por mí. No busquen porque no hay más: ¿”Derecho de autodeterminación”? Debe ser bueno como cualquier otra cosa a la que se anteponga la palabra “derecho de”: derecho a tirarse por un precipicio, si le gusta ¿Por qué no? Derecho al botellón, al porro o a la práctica del islamismo radical, por supuesto, no vamos a empezar prohibiendo. Ya saben: “prohibido prohibir”. ¿Independencia? ¿Autonomía? Bueno, si la gente lo vota… Lo peor es que esta posición ecléctica, enclenque, insostenible políticamente, ha sido defendida durante 25 años por ICV, sin llamar en absoluto la atención ni tomársela en serio nadie salvo sus propios militantes.

Lo peor no es que el nacionalismo moderado haya sido sustituido por el nacionalismo independentista, sino que, traspasado ese límite se entraba en vía muerta. No era malo, suponía que el péndulo regresaba a su punto de equilibrio… Pero, la mala noticia, es que después del fracaso independentista, lo que lo sustituye es la ambigüedad más absoluta, la ignorancia extrema (la falsificación de la historia catalana es sustituido por el “me la suda la historia ¿para qué nos vamos a pelear por la historia?”, propia de la mentalidad del porrero) y, finalmente, se penetra en un terreno, no ya de pobreza intelectual, sino de miseria e inanición cultural que no deja presagiar nada bueno.

En marzo, lo más probable es que se consoliden dos grandes fuerzas políticas: ERC y Podemos.cat. No es una buena noticia. Ambas, juntas, llegarán a la mayoría absoluta sin necesidad de más. Lo que les une es el “derecho de autodeterminación”, es decir, que volveremos a la Comedia de Falset, fatum inevitable de la política catalana. Todo ello, naturalmente, dentro de una Cataluña que, por entonces llevará medio año sin gobierno y doce años, perdida en la ensoñación independentista.

¿Y Ciudadanos? Paradójicamente, el abandono de su caladero catalán para intentar una “operación Roca” y la reconstrucción del centrismo, se ha saldado con un fracaso relativo (lo que se ha logrado es “reconstruir” el CDS de Suárez, no la UCD de la transición) y con un retroceso palpable en Cataluña. Albert Rivera cometió el inmenso error de dar el salto cuando le faltaban mimbres suficientes para ello e incluso cuando carecía de preparación, especialmente en economía. Tras haber realizado una de las peores campañas de la historia política de la democracia española, Ciudadanos bastante tendrá si logra salvar los muebles en Cataluña. Medios no le faltan. Ideas, en cambio, sí.

PARTE VI
El sainete catalán y la gran tragedia española

El drama de Ciudadanos, como el del PP, es seguir proponiendo “patriotismo constitucional” y “respeto a la inamovilidad de la constitución española”, eludiendo el hecho de que la constitución de 1978 está muerta y enterrada. Aquella constitución diseño un sistema de bipartidismo que, a diferencia del canovismo, era “imperfecto” en la medida en que dictaminaba que, cuando una de las dos fuerzas políticas no tenía mayoría absoluta, recurría a los nacionalismo periféricos para obtener mayoría. Pues bien, ese sistema está muerto y enterrado y pocos lo llorarán cuando lo adviertan.

En primer lugar, el nacionalismo ha dejado de ser “actor principal” en la historia de España. En las últimas elecciones generales, tanto nacionalistas vascos como catalanes como gallegos perdieron cientos de miles de votos.

En segundo lugar, aunque hubieran conseguido mantener su posición en el parlamento, de nada importaría porque la irrupción de Podemos y Ciudadanos los convierte casi en fuerzas residuales.

En tercer lugar, la derecha especialmente, pero también el grueso del PSOE y Ciudadanos, se configuran como “fuerzas antinacionalistas”. La experiencia del “proceso soberanista” ha servido para DESENGAÑAR al resto de fuerzas políticas sobre las intenciones del nacionalismo catalán: ahora está demasiado clara para toda la opinión pública, el carácter bandidesco y criminal de sus élites, su falta de lealtad a los pactos establecidos en la transición, sus oscilaciones que generan inquietud en Europa e inestabilidad en los mercados… ¿Quién, a partir de ahora, puede pactar con un nacionalista? ¿Quién incluso aceptar su apoyo? En adelante, el nacionalismo periférico es el “gran apestado” de la política española, si logra sobrevivir lo hará volviendo a pantallas anteriores de su particular videojuego y a costa de situar en primer lugar el “soberanismo” (derecho a decidir) antes que el “independentismo” (la centrifugación nacional). Sin olvidar el sentido que puede tener el “nacionalismo” cuando no existen posibilidades de constituir un micro-Estado.

El que, durante 40 años, el nacionalismo –y quienes lo apoyan- no haya dejado entrever que va contra la historia y que el transido de los condados medievales a los Estados-Nación es irreversible y puede dar un paso adelante (federaciones europeas o federaciones iberoamericanas), pero no hacia atrás (una Europa articulada en 144 pequeñas nacioncillas todas pequeñitas y redonditas, pero todas orgullosos de su independencia…), no quiere decir que a partir de ahora todo esto no haya quedado demasiado claro.

Ahora bien: el problema no es dejar atrás el nacionalismo independentista, sino las reencarnaciones en las alternativas de izquierda surgidas de la franquicia Podemos. Por ejemplo, en Valencia con Compromís o el tránsito de votos del BNG a las Mareas. O la ambigüedad de una parte del socialismo periférico (en Baleares, por ejemplo) o su debilidad en todo el Estado, que lo predispone a pactar con el diablo e incluso con los más “colgados” de la política. Su “proyecto federal” intenta operar un efecto embriagador en relación a la galaxia Podemos. Pero la historia nunca ha contemplado la experiencia de un Estado-Nación que se deshaga en distintas “naciones” para luego recomponerse en forma de “federación”…

En cuanto al neo-centrismo de Ciudadanos y a la derecha liberal de siempre, el PP, la pobreza de sus aspiraciones, su falta de imaginación para plantear alternativas y nuevas fórmulas y su empeño en seguir fórmulas ya fracasadas y que se niegan a aceptar como tales (desde la constitución, hasta las políticas económicas neo-liberales, desde la Unión Europea hasta la globalización), les sitúan en una posición meramente defensiva: obtendrán votos, claro, pero serán siempre votos del miedo, votos del rechazo a la otra alternativa, no votos surgidos de la convicción y de la confianza. Ese es el problema de la derecha y del centrismo: haber adoptado la moral del buey castrado y uncido con la yunta de la esclavitud.

El problema no es que el sainete catalán prosiga en aquella tierra como la Comedia de Falset, sino que el pescado siempre empieza a oler por la cabeza. Y Cataluña es esa cabeza, metafórica mucho más que real (la falta de lealtad evidente de la Generalitat ha hecho que Cataluña fuera perdiendo en estas décadas importancia estratégica en España, de un lado con el eje de comunicaciones Lisboa – Madrid – Valencia y de otro priorizando la conexión a Francia por los Pirineos centrales en lugar de por el “eje mediterráneo”, pasando por Barcelona. Todo se paga en este mundo, tanto el bien como el mal, incluso como la ceguera: la facilidad con la que el nacionalismo ha manejado los sentimientos catalanes y la impunidad como lo ha hecho, no la va a pagar solamente sus cúpulas en los banquillos (dado que cada vez tienen menos ases –ninguno, en realidad, en este momento- para negociar y para evitar la sentencia final), sino que lo está pagando el pueblo catalán: con 1.500.000 de inmigrantes inintegrables y absolutamente imposibles de acomodar en el mercado laboral, con uno de los paros juveniles más altos de España, con una sociedad completamente dividida y viviendo de la hostelería y del turismo, rezando para que en ningún momento se produzcan disturbios que puedan empañar el atractivo turístico de la Ciudad Condal…

El verdadero problema es que, no solamente la política catalana está en un callejón sin salida, sino que la política española también ha entrado en vía muerta. Y esto por tres motivos: en primer lugar porque un sistema diseñado para el bipartidismo difícilmente puede sobrevivir en medio de un parlamento progresivamente más fragmentado; en segundo lugar porque no hay vías de supervivencia para una nación periférica en la economía europea como España dentro del papel que se le ha asignado en la globalización y en la UE (nación periférica de servicios) y en tercer lugar porque al no poderse resolver la cuestión económica, la crisis social persistirá y el hecho de que cada vez más familias se encuentren próximas o bajo el umbral de la pobreza y que las clases medias se vayan viendo comprimidas o abocadas a la precariedad y al miedo a perder su situación, impedirán superar la crisis social.

En estas condiciones, con un régimen constitucional que no puede modificarse y que si se modifica no es hacia formas superiores, sino a formas de mayor inestabilidad, donde no existen consensos suficientes para elaborar proyectos constitucionales que resulten duraderos, justo es reconocer que no hay salida para nuestro país y que toda España va a recorrer el mismo camino que está recorriendo Cataluña para acabar “como el rosario de la aurora”…

Eso o reinventarse a sí mismo. Y esa es la cuestión: que España debe reinventarse a sí misma, o de lo contrario, el único camino que queda no es ya el de la Comedia de Falset, sino la del Drama de Talavera: “donde todo oscila entre un sainete y una calavera”…


© Ernesto Milà – http://info-krisis.blogspot.com – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.