Info-krisis.- ¿Qué locura colectiva se extendió por Cataluña entre
2011 y 2015 como para que alguien fuera capaz de creer que en las condiciones
en las que encuentra aquella autonomía, podría llegar a ser independiente a la
voz de “ya”? Este es el fondo de la cuestión de este dossier dedicado a esta
psicopatología política que apareció de la crisis y, a pesar iniciar lo que
promete ser un rápido repliegue, algunos siguen tomando en serio, como si en
los últimos años en Cataluña no hubiera pasado nada. Han pasado muchas cosas.
Como se sabe, el pescado empieza
a pudrirse por la cabeza. Y la cabeza de España, desde el siglo XIX, era
Cataluña, tal era el sueño de Cambó. Fue allí en donde la revolución industrial
cuajó con más fuerza y entronizó el poder de las “300 familias” que vienen
gobernando esa región desde entonces, al margen de quién y de cómo se gobierne
en Madrid. Dado que donde ha habido mucho siempre queda algo, lo que ocurre en
Cataluña debe seguirse con extrema atención en tanto que significativo e indica
los caminos por los que va a discurrir la política española. En estos apuntes
hemos intentado resumir algunas claves del problema.
I PARTE
Crisis encadenadas vs. Inestabilidad generalizada
Quien haya seguido nuestros
análisis en los últimos ocho años habrá advertido que, desde que empezó la gran
crisis de 2007, sostenemos, en primer lugar, que aquella no era una crisis generada por
la hipertrofia del sector inmobiliario y la frivolización en la concesión de
créditos, sino que se trataba de la primera crisis de la globalización,
después de la cual esperaba una rápida caída de la economía mundial seguida de
una lenta recuperación que sería interrumpida, luego, por otra crisis de
similares características que, desde un marco geográfico diferente (a la vista
de las interconexiones de las economías mundiales), repercutiera en todo el
mundo. Tras la crisis de las subprimes
en EEUU, la crisis se trasladó a Europa y seis años después empezó en Brasil. Tal crisis era el resultado de
un mundo demasiado diferente para ser “global”. El resultado de esta serie de
crisis encadenadas sería el aumento de la inestabilidad mundial y, finalmente,
la entrada en crisis del unilateralismo norteamericano (EEUU es la
capital económica del nuevo orden mundial, pero cada vez menos su capital
política). Es en este contexto internacional dentro del que hay que examinar el
“caso catalán”.
Cuando la crisis llegó a Europa, España fue la primera en
sentirla a causa del insensato y criminal modelo económico implementado por José María Aznar (hipertrofia de la construcción + inmigración masiva +
salarios bajos + acceso fácil al crédito). El hecho de que los efectos de la
crisis llegaran durante el período de gobierno de un presidente que jamás
entendió por qué crecía nuestra economía y por qué empezó a decrecer
(Zapatero), hizo que no se percibiera inicialmente la crisis (e incluso que se
negara su existencia) pensando que se trataba solo de “crisis coyuntural de la
construcción” y alardeando hasta 2009 “de la inmejorable salud de nuestro
sistema bancario”… que luego resultó completamente anémico y corrupto.
En realidad, la crisis mundial de 2007 repercutía en toda
Europa, pero si en unos países se experimentó mucho más tarde (en la
“locomotora” franco-alemana) fue precisamente porque los impulsores de la Unión
Europea habían constituido una estructura dotada de un “centro” (Francia y
Alemania) y de una “periferia” (en donde está situada España). La
periferia, como los primeros bastiones defensivos de cualquier fortaleza
medieval, caía pronto pero garantizaba que el “fortín central” podía defenderse
por más tiempo. En 2015, el inicio de la crisis en Brasil, tendió a ralentizar
de nuevo la economía mundial y particularmente las exportaciones. China debió
devaluar cuatro veces en una semana su moneda. El lanzamiento de cientos de
millones de barriles de petróleo realizado por Arabia Saudí, contribuyo a
hundir la nueva industria del fracking
en EEUU pero también a que los precios del carburante consiguieran mantenerse
bajos y no agravar la crisis (sin embargo, el aumento de la tensión entre
Arabia Saudí e Irán corre el riesgo de disparar de nuevo el precio del barril).
En estas circunstancias, fue
cuando Alemania admitió
900.000 refugiados sirios: simplemente para conseguir que las cifras
macroeconómicas le fueran favorables, maquillándolas (900.000
consumidores adultos hacen que, aun por miserables que sean, el PIB tienda a
subir) y su mismo peso muerto hace que el valor de los salarios (especialmente
de los más bajos) tienda a disminuir y, por tanto, a “ganar
competitividad”. El Euro, por su parte,
no ha dejado de ir rebajando su cotización en relación al dólar, es decir,
devaluándose discretamente… una medida que podía haber beneficiado
extraordinariamente la economía española
en el período 2009-2013, pero que solamente se adopta ahora cuando es la
economía del “centro” (esto es, la alemana) la que lo requiere.
Para los que no somos ni dogmáticos
ni devotos de la globalización, cuando se inició la crisis de 2007 estaban
claros los ciclos por los que íbamos a pasar (y así lo fuimos reflejando en Info-krisis):
1º crisis económica
irresoluble (en la medida en que la globalización es un modelo que se
adapta perfectamente para el tránsito de capitales… pero no para el tránsito de
bienes de consumo), 2º al
persistir la crisis económica y demostrarse que no era un simple problema
coyuntural, sino un grave problema estructurar (mucho más en España en donde
nadie fue capaz de plantearse un nuevo modelo económico que sustituyera al
paradigma creado por Aznar) que desembocaría en un aumento del paro y de la
población situada en las proximidades de la pobreza, generándose una crisis
social sin precedentes en la postguerra. 3º En el momento en que esa crisis social se hiciera
cada vez más evidente estallarían movimientos de protesta contra la
partidocracia que indicarían el inicio de una crisis política que correría el
riesgo de arrasar el sistema de equilibrios
políticos nacido en 2008. Esa última fase se inició tímidamente en 2009,
se agudizó en 2011 y alcanzó su nivel crítico en las elecciones europeas de
2014 que prefiguraron los resultados que se repetirían en las generales de
2015.
Pero a este panorama de tres
crisis sucesivas, unas producto de las otras pero todas superpuestas, había que añadir una última
crisis que aparece en España con el mismo régimen de 1978: la crisis cultural y
que supone el denominador común de todo este largo período de 40 años desde la
muerte de Franco (y ya iniciada a principios de los 70). A partir de
1978, incluso durante los períodos de gobiernos del centro y de la derecha, la izquierda socialista impuso
planes de enseñanza y proyectos de ingeniería social “avanzados” que repercutieron
negativamente en los niveles culturales de la sociedad española: la
despenalización de las drogas llevó a España a ser primer consumidor de drogas
de Europa, las cuatro reformas sucesivas de la enseñanza nos llevaron a la cola
de la educación en Europa, la liberalización del medio televisivo convirtió a
la pequeña pantalla en un ventilador de telebasura, los “nuevos modelos
familiares” y la permisividad en todos los terrenos no llevaron a modelos de
convivencia estables y viables, sino que la crisis de la familia burguesa, no
llevó a redescubrir la familia tradicional sino que fue sustituida por el vacío
más absoluto y una inorganicidad total; el garantismo judicial lo único que
garantizó fue la impunidad de delincuentes y corruptos, el Estado de las
Autonomías, caro y centrifugador, entrañó la muerte progresiva del Estado del
Bienestar; la sociedad civil se fue desintegrando y la cultura retrayéndose, el nivel de instrucción de
nuestro pueblo fue descendiendo hasta el punto de perderse completamente el
sentido crítico y la capacidad mínima de análisis; y, para colmo, el
triunfo de la ideología de la UNESCO dentro del PSOE (con la sustitución del
programa socialdemócrata de Bad Godesberg por la doctrina del “humanismo
universalista” de ZP), nos condujo directamente a la ausencia de cualquier
valor que no fuera estrictamente finalista (paz universal, antimilitarismo
pacifista, igualdad a ultranza, derechos humanos sui generis, justicia
universal…).
No es que la crisis cultural en España sea mayor a la que
se da en otros países europeos (que lo es), es que el sistema educativo no
puede resolverla, porque hace décadas que está desintegrado y sin posibilidades
de recomponerse. De ahí que la sociedad española haya sido la que ha
demostrado menos capacidad de resistencia a la crisis económica, a la crisis
social y a la crisis política, y donde menos esfuerzos se hayan hecho para
superar estas crisis. Es más, cuando en España han aparecido protestas y
resistencias, no ha sido para SUPERAR las consecuencias de la crisis, sino para
apoyar opciones que proponen “profundizar” más en las ideas y postulados que
nos han llevado a la crisis cultural; ejemplo: Podemos que no es más que el utopismo habitual en la izquierda
acompañado por el aroma a porro y dotado de una crítica infantil a la
globalización.
II PARTE
Cataluña, vanguardia de España en el proceso de desintegración
Hemos examinado la crisis de la
globalización y cómo afecta a España. Vale la pena ahora aludir a Cataluña. Sin
todo lo anterior sería imposible entender qué está pasando en Cataluña. Y es
muy simple. Europa pierde
peso específico en un mundo globalizado. España pierde peso específico en una
Europa mal definida pero sometida a la tiranía de los intereses alemanes. Y,
finalmente, Cataluña pierde peso en España a causa de la deslealtad de sus
gobiernos autonómicos, a causa de la pérdida de tejido industrial y a causa de
que la propia burguesía catalana va optando por otros escenarios menos
complicados para invertir el producto de los beneficios acumulados por el
trabajo industrial de seis generaciones anteriores y que ahora sale del terreno
productivo para zambullirse en el especulativo.
Entre la “obra del nacionalismo”
perpetrada entre 1989 y 2015, lo que más llama la atención es que, durante el franquismo,
era frecuente oír hablar catalán (y un catalán mucho más puro) en buena parte
del territorio. Hoy, en
algunas zonas de Cataluña, a pesar de 25 años de “inmersión lingüística”,
cuesta trabajo oír hablar catalán. Esto tiene muchas explicaciones, pero
quizás la más importante es que
el grupo originariamente catalán, con dos apellidos catalanes, sea uno de los
que tienen una natalidad más baja ¡en todo el mundo! (y, probablemente, sea
la más baja). El drama de
la natalidad catalana se ocultó, en un primer momento, con aportaciones de
españoles procedentes de otras regiones del Estado (durante el franquismo) y en
la actualidad (cuando ese flujo hace ya tiempo que se ha interrumpido), con
aportaciones de la inmigración. Desde el año 2000, invariablemente, cada
vez que llega el 2 de enero, nos enteramos de que los “primeros catalanes”
nacidos en las cuatro provincias el día anterior son… hijo de inmigrantes.
Hay que recordar la responsabilidad del gobierno
de la Generalitat desde finales de los años 80 en la desfiguración del perfil etno-cultural
de Cataluña. Y es muy importante: no es lo mismo integrar en la misma
generación a un inmigrante gallego, andaluz, aragonés o castellano, que hacerlo
con un inmigrante senegalés, marroquí o pakistaní. Las identidades regionales
procedentes de otras zonas del Estado son “contiguas” en relación a la
catalana: mismos grupos étnicos, mismos o muy parecidos valores, mismos
principios religiosos o éticos, mismas capacidades intelectuales. No ocurre lo
mismo con las aportaciones procedentes de grupos étnicos con los que existen
barreras antropológicas: no son “contiguos”, sino que entre ellos y el grupo
catalán hay “brechas” antropológicas y culturales.
En su infinita ignorancia de lo que es el mundo y de lo
que son otras culturas, los nacionalistas catalanes creen que simplemente
enseñándoles el idioma catalán –como se ha hecho con grupos procedentes del
Estado- ya se ha realizado el “proceso de integración”. Resultaba
bochornoso ver como Carod-Rovira, haciendo gala de esa ignorancia pueblerina
que acompaña a todos los nacionalismos, hablaba sobre el “Islam catalán” ante
una asamblea de asociaciones islámicas residentes en Cataluña que, obviamente,
no aspiraban a nada más que a mejorar sus posiciones y a obtener mayores subsidios
y facilidades para… proseguir su culto. Carod-Rovira, hombre formado a la luz
de las teorías lingüísticas de los Prats de la Riba y de los Pompeu Fabra,
ignoraba que para un musulmán hablar catalán es un hecho meramente práctico,
pero que jamás de los jamases, situará a la lengua catalana al mismo nivel que
la árabe que, a fin de cuentas, para él, es la “lengua sagrada” utilizada por
Mahoma para escribir el Corán. Sin olvidar, por otra parte, que el Islam ha
demostrado históricamente una facilidad sorprendente para deslizarse hacia las
interpretaciones más extremas de los contenidos del Corán, lo que lleva a
Cataluña a situarse como una de las regiones europeas con más riesgos de
contagio yihadista.
Pues bien, hace falta repetir y
bien alto, que si en
Cataluña la paz étnica se ha comprado en los últimos 15 años a base de
subsidios y subvenciones a los grupos islamistas que no han conseguido detener
la islamización creciente de la sociedad catalana y el hecho de que mientras el
grupo étnico catalán apenas llega a un hijo por pareja, el grupo étnico
islamista (compuesto por magrebíes, subsaharianos y pakistaníes) tiene una
media de ¡cuatro nacimientos por pareja!
La teoría defendida por algunos demógrafos progresistas, sobre que una
sociedad cuando alcanza determinado nivel de bienestar y cultura disminuye su
natalidad, no es más que un aspecto del florido panorama multicultural,
verdadero arsenal tranquilizador: pero, lamentablemente, tal teoría es falsa
cuando se aplica a Europa.
En efecto, hay que recordar que estos
grupos étnicos (magrebíes y subsaharianos) son los que en toda Europa (Cataluña
no es una excepción) se insertan muy mal en el sistema educativo y, a
pesar de que existen becas que les permitirían estudiar sin necesidad de
invertir un solo euro, en la práctica, son muy escasos (tanto en la segunda
como en la tercera generación) los que siguen la vía de estudios superiores e
incluso de estudios profesionales. Por otra parte, eso hace que sus niveles
salariales sean bajos y que los que están en paro o se resignen a vivir de las
ayudas sociales, del trabajo negro o se integren en los circuitos de la
delincuencia. En cualquier caso, siguen en los umbrales de la pobreza: ni
mejoran su nivel cultural y su preparación, ni mejoran su capacidad adquisitiva…
por lo tanto, mantienen sus niveles demográficos. Y esto permite plantearse: ¿cuánto tiempo tardarán los
grupos étnicos africanos en ser mayoritarios en una Cataluña que ha dejado de
tener hijos? ¡Y cuyos “hijos” no renuncian a su identidad de origen!
Lo podemos plantear de otra
manera: ¿qué ofrece Cataluña a un joven islamista? ¿Una lengua? La suya es
mejor, es simplemente “sagrada”. ¿Una cultura? Sardanas, castellers, grallers…
ellos tienen algo mejor ¡una religión que les da respuestas a todo e incluso
una concepción política: la umma, la comunidad de los creyentes! Y valores
mucho más simples: limosna, abluciones, no comer cerdo, no beber alcohol, ir
una vez a la Meca y creer que Ala es el único dios y Mahoma su profeta. Eso es
todo. Y si las cosas vienen mal dada y uno se harta de la miseria siempre tiene
el camino de la yihad que, después de un momento de pánico garantiza la vida
eterna en siete palacios de jade, con siete arenes, cada uno con setenta y
siete huríes y en estado de erección permanente con la vida detenida a los 33
años de edad…
Hay que maldecir una y mil veces a Jordi Pujol y su banda
de piratas el que a principio de los años 80 en un “lúcido” análisis
estratégico, optaran por derivar inmigración hacia Cataluña del Magreb y de África
(Marta Ferrusola ya empleaba masivamente a finales de los 8 a africanos en sus
plantaciones de flores en el Maresme, incluso a ilegales), antes que aceptar a
iberoamericanos (de la misma forma que hay que maldecir a Aznar y a Zapatero
por no SELECCIONAR el tipo de inmigración que hacía falta en España y
permanecer mirando a otra parte cuando proliferaban “bandas latinas” y
delincuencia organizada llegada de Iberoamérica (una vez más sigue siendo
cierto que la mayor parte inmigrantes no son delincuentes, pero que la mayor
parte de delincuentes proceden de la inmigración). La “teoría” era que los
inmigrantes iberoamericanos, al hablar castellano se cerrarían a aprender
catalán, las estadísticas de utilización descenderían (más aún de lo que están
descendiendo) y se desvelaría que el “proceso de catalanización” no era más que
la tapadera del saqueo de Cataluña.
Pujol envió a un individuo
catastrófico desde todos los puntos de vista, Ángel Colom, habituado a vivir de
ONGs y de cargos públicos, ex secretario de ERC que dejó al partido en el
límite de la bancarrota, como “embajador en Marruecos”. Como se sabe, es muy
habitual en los medios gays sentir una admiración rayana en la devoción hacia
la cultura árabe y, sin duda, Colom era la persona más adecuada para iniciar el
tránsito masivo desde los arrabales de Casablanca y de Tánger, desde el Rif
hasta el Atlas de un millón de marroquíes a Cataluña. De la obra de estos dos
“grandes nacionalistas” habrán quedado tres caños colaterales no precisamente
menores: 1) la
desfiguración creciente de la identidad catalana subsumida por la identidad
islámica cada vez más presente y que en 20 ó 30 años entrañará su asfixia, 2)
la traslación de un volumen de población que, en Cataluña, en España y en toda
Europa, subsiste mediante subvenciones públicas y supone una aspiradora de
recursos asistenciales y 3) la aparición de un riesgo yihadista como en ninguna otra región de España.
Tal ha sido la tarea por la que
se recordará al nacionalismo catalán en las próximas décadas, cuando veamos
hasta dónde puede mantenerse la “paz étnica”. Cataluña es vanguardia de España
en este problema. Pero también en otros.
La corrupción anidada en el
gobierno de la Generalitat es, quizás, lo más llamativo. En especial, porque
tal corrupción es prolongada, descarada y hasta hace poco rodeada de impunidad.
No es algo que proclamen los partidos estatalistas: es algo reconocido por el
estudio publicado en el arranque del “proceso soberanista” (2012) por la
Comisión Europea sobre corrupción política e institucional en los 27 países que
componen la UE, lo que se ha llamado el “índice de calidad regional”. Cataluña ocupa en Europa el
puesto 130 (sobre 172 regiones, que corresponde a los territorios más opacos y
corruptos del continente, a la altura de regiones de Bulgaria, Rumania y
Polonia. Y, entre todas las regiones (o “comunidades autónomas”) de España, se
sitúa en vanguardia del índice de corrupción y opacidad. Los casos Pallerols,
Palau, Pujol y un largo, larguísimo etcétera, no han sido meros accidentes en la historia de la
Generalitat restaurada en 1979, sino que recorren paralelamente su historia
desde el origen.
El hecho de que un organismo
imparcial de “mala nota” a Cataluña no implica solamente un desprestigio
absoluto del “proceso soberanista” (que pretendía ser reconocido y admitido en
la UE) sino que, además, afecta a la población catalana. En efecto, tal índice
mide la “calidad del gobierno” de las regiones en función de la seguridad
jurídica, la transparencia, los niveles de corrupción, la transparencia y la
eficacia en la gestión. Resulta evidente que en dicho ranking, cuanto más alto
está situado un gobierno regional, más eficiente es su gestión, mejor es el
nivel de vida de la población, más elevado su bienestar económico y la
eficiencia de sus sistemas sanitarios y educativos. La población, en definitiva, vive mejor, cuanto
más alto está situado un gobierno regional y peor si se sitúa en las partes más
bajas. Cataluña está en la cuarta parte más catastrófica de la tabla, lo
que no dice mucho ni del gobierno autonómico, ni de la población que lo ha
votado reiteradamente, ni de la legitimidad del “proceso soberanista”.
Y lo que es aún peor: el Estado
Español ocupa el lugar número 12 en la misma tabla. Es decir, ocupa un lugar
intermedio, por detrás de Malta, Bélgica o Francia, pero por delante de
Portugal, Chipre y Estonia, alejado de la “cola” (Rumanía, Bulgaria, Italia).
Así pues, la Comisión
Europea reconoce que Cataluña es la “peor” zona de España. Si ésta ocupa un
lugar intermedio (el 13 sobre 27 en el ranking nacional), Cataluña (en el
ranking regional) se sitúa muy por debajo: 130 sobre 172…
Al año siguiente, el mismo
estudio hizo descender a España del puesto 13 al 14… pero Cataluña descendió
del puesto 130 al 134...
Peor se situaba el rating de deuda pública de la
Generalitat. También aquí, Cataluña resultó desde 2012 (cuando Artur Mas inicio
el “proceso soberanista”) la región peor parada de todo el Estado (ex aequo
junto a la Comunidad Valenciana, gobernada por el PP). La deuda pública de
ambas autonomías estaba clasificada ¡por debajo del bono basura! Dada la
imposibilidad de afrontar los pagos mediante más y más emisiones de deuda
pública regional, la Generalitat optó por pedir préstamos al Estado para evitar
la quiebra (20.156 millones solamente entre 2012 y 2013). Estos préstamos, procedentes del
Fondo de Liquidez Autonómica y del Instituto de Crédito Oficial, han proseguido
en los dos últimos años llegando a un total, al final de la legislatura de
Artur Mas, de ¡40.000 millones!, hasta el punto de que en enero de 2015,
Standard&Poors afirmaba que “La caja de la Generalitat está prácticamente
vacía y la cubre el apoyo estatal”.
También en este terreno del endeudamiento la Generalitat
va en cabeza: lo recibido por Cataluña supone el 34% del total de la
financiación concedida a las comunidades autónomas, seguida a distancia por la
Comunidad Valenciana (que se ha llevado el 22%) y por la Junta de Andalucía
(con un 17,5% del total ). En otras palabras, estas tres comunidades han
absorbido tres cuartas partes del dinero prestado. En las tres, la corrupción,
la mala gestión, el saqueo de las arcas
públicas y el descenso en la calidad de los servicios públicos, es
superior a la del resto del Estado.
A la vista de estas cifras, lo que más sorprende del
“proceso soberanista” es que, en algún momento, algún catalán pudiera pensar
racionalmente que la Unión Europea admitiría a un micro-Estado en quiebra, con
niveles de corrupción más próximos a Kosovo (modelo para algunos
independentistas catalanes, verdadero Estado-pirata, vergüenza de Europa, de
mayoría islámica, por cierto), cuya deuda pública era invendible. Esto
se entiende mejor si tenemos en cuenta otro factor de la ecuación: los medios de comunicación
catalanes son, sin excepción, medios que viven de los subsidios públicos y que
hacen y dicen aquello que los “comisarios políticos” de la Generalitat dictan.
A pesar de casi treinta años de “inmersión lingüística”,
los diarios específicamente catalanes nunca han sido rentables y solamente han
podido mantenerse gracias a los subsidios de la Generalitat y a las
suscripciones masivas realizadas por las cajas catalanas y los organismos de la
Generalitat. Huérfanos de lectores han tenido que ir contrayendo tiradas
y cabeceras. Incluso las traducciones al catalán de El Periódico y La Vanguardia
solamente pudieron hacerse mediante el mismo régimen de subvenciones (y hoy es
frecuente que cada día, miles de excedentes de
La Vanguardia se abandones en los trenes de cercanías catalanes, pagados
por Rodalíes de Catalunya…). Otro
tanto cabe decir de la edición de libros en catalán cuyas tiradas rara vez
superan los 1.000 ejemplares una parte importante de las cuales es absorbida por
las bibliotecas quedando allí abandonados.
En lo que se refiere a TV3, salvo en Corea del Norte,
sería difícil encontrar un medio más ideologizado y puesto al servicio del
“proceso soberanista”, hasta el punto de que quienes no lo comparten,
simplemente han decidido marginar este canal en sus repertorios de zapping: en efecto, sea cual sea el
programa o la temática, los guionistas barren para el “proceso soberanista”. Un
estudio publicado por portal.mèdia.cat
demostró en septiembre y octubre de 2014 que el 63% de los tertulianos estaban a favor de la
independencia, el 30% en contra y el 7% se mostraban neutros… cifras que
no corresponden ni remotamente a la realidad política catalana y que evidencia
el nivel de manipulación. Otro tanto ocurre en la radio en donde hace veinte
años se (im)popularizaron los “correctores lingüísticos” que revisaban los
guiones e imponían cambios hasta convertirse en los personajes más odiados de
las emisoras.
En lo que se refiere al cine, la
cosa es todavía peor: los niveles de audiencia de las películas dobladas al
catalán han estado siempre a mínimos. El 2014, la cuota de espectadores al cine doblado en
catalán se situaba en el minúsculo 2,38% (2,22 en
2014, 2,60% en 2013, 3,88% en 2012, 2,16% en 2011, 2,86% en 2010)... lo
que no era obstáculo para que aumentaran las subvenciones para el doblaje de
películas al catalán en un 70%, justo en los momentos en los que la Generalitat
reconocía no poder pagar a las farmacias. No se trata de una
conspiración: simplemente, por los motivos que sean, el público prefiere
asistir a sesiones en castellano y, en segundo lugar, en el VOS. Ferrán
Mascarell, ex PSC, conseller de cultura, había prometido una cuota del 35% para
el cine en catalán en 2017…
¿Qué ocurre con el cine en
catalán y con la prensa escrita? Los cambios en los gustos del público y en los
medios, el rodillo de Internet, explican en cierta medida esta falta de
audiencia, pero no toda. Lo que demuestran demasiado a las claras son los
límites en la catalanización del país: parece bastante claro que los niveles de utilización del
catalán permanecen con cierta tendencia a la baja, desde hace 17 años, que el
hecho de que prácticamente la totalidad de la población catalana entienda la
lengua catalana (el gran fetiche del nacionalismo desde sus comienzos y su
único punto de apoyo como “factor diferencial”) no quiere decir que lo utilice.
Existen distintos estudios lingüísticos sobre los niveles de utilización del
catalán y del castellano en todos los ámbitos. En ninguno se sitúa a la lengua
catalana como de uso mayoritario… salvo en las relaciones con las instituciones
(Generalitat y Ayuntamientos…). En el ámbito interpersonal en 2013 el uso del
catalán estaba en torno al 27,8%, mientras que el castellano alcanzaba el 55,7%
y el uso indistinto de ambas el 7,3%. Es significativo que el uso del catalán,
además de en las instituciones, solamente sea mayoritario en el ámbito de la
enseñanza (42,9 utilizan en catalán en las aulas, el 30,8% el castellano y el
17,4% ambos). Es decir: se
utiliza el catalán allí donde, por ley, debe utilizarse (administración y
enseñanza). Donde más igualado está la utilización del catalán y del castellano
es el lugar de trabajo (45% catalán, frente al 42,4% castellano y 8,2% ambas)…
pero también aquí existen imposiciones legales que afectan incluso a la
rotulación.
En el consumo y en los servicios,
el catalán acaparaba el 33,6% de los usuarios, mientras que el 48,7% resolvían
sus compras en castellano y el 15,3% utilizaban indistintamente ambas lenguas.
En el ámbito del hogar, en la familia, es demoledor para la Generalitat
constatar que en 52,4 de la población catalana utiliza en castellano para
expresarse habitualmente, mientras que el uso del catalán alcanza el 29,4%.
Peor aún resulta constatar la evolución de la utilización del uso global del
catalán. En 2003 lo utilizaba solamente como lengua vehicular el 34% de la
población, pero en 2008 había descendido al 31,6% y en 2013, ya en pleno “proceso
soberanista”, al 26,7%. Si esto supone una caída notable de 8 puntos, en
algunos ámbitos es todavía más espectacular: en 2003 el 38,1% utilizaba el
catalán en las visitas al médico. En 2013 había descendido al 27,8, algo más de
10 puntos. En las conversaciones con los vecinos el catalán había pasado del
27,3 en 2003 al 17,3% en 2013. Y así sucesivamente. Obviamente, el número de catalanes que utilizaban
solamente la lengua castellana para expresarse habitualmente había aumentado:
en 2003 eran 36,5%, pasando en 2008 el 42,6%...
Ante estas cifras (publicadas por
La Vanguardia, diario próximo al “proceso
soberanista”) y dada la correlación entre la utilización de la lengua y el
nacionalismo, parece muy
claro que los esfuerzos de la Generalitat por catalanizar la región hace tiempo
que alcanzaron sus límites y desde principios del milenio no dejan de
retroceder en todos los órdenes, salvo en los que implican una relación de
autoridad (instituciones y escuela). La pregunta es: ¿y en estas condiciones lingüísticas,
Artur Mas creía que era posible llevar adelante el proceso soberanista?
Incluso con la presión mediática de TV3, resultaba demasiado evidente que se
enmascarase el proceso como “derecho a decidir”, sus promotores tenían todas
las de perder a poco que se planteara la cuestión de “decidir independencia SI
o independencia NO”.
A estas circunstancias culturales
se unen las específicamente políticas. La atomización política que vive Cataluña (no hay cuatro
sino ocho partidos en el mapa político catalán y no nos cabe la menor duda de
que otros más lograrán insertarse en las elecciones de marzo) es la que se ha
iniciado después en el parlamento español. En zonas en las que no existe
la cultura de la coalición, cualquier fórmula que se estrene, a partir de aquí,
promete ser inestable y, lo que es peor, corta. Es el famoso proceso de
“italianización” de la política catalana que se ha logrado extender a la
política española.
Así mismo, desde el punto de
vista institucional, el
“nuevo Estatuto” ha llevado a un callejón sin salida, inaplicable, con zonas de
oscuridad, y sin posibilidades de reforma… de la misma manera que, en la
actualidad, la constitución de 1978 no es más que letra muerta o, si se
prefiere el fuego fatuo de un cadáver. Como el “perro del hortelano, que
ni come ni deja comer”, el
Estatuto primero y la Constitución son las “leyes fundamentales” de Cataluña y
de España… pero ya son ¡inaplicables e inmodificables! ¡Ni responden a la
realidad, ni existen consensos suficientes para modificarlas! Y, rezad
para que no se modifiquen, porque de hacerlo siempre será hacia posiciones más
problemáticas.
Desde el punto de vista económico, en Cataluña la crisis
se nota más en la medida en que era la zona más industrializada del Estado.
Por tanto, la globalización con sus nuevas reglas de juego ha supuesto para
Cataluña un vendaval ígneo que ha arrasado con su industria, ha liquidado
completamente lo que fue hasta el último cuarto del siglo XX y desde principios
del XIX, las hilaturas y telares que constituían lo esencial del panorama
catalán. Era evidente que esa industria debía ser sustituida por otras más de
vanguardia… pero eso no ocurrió y lo que ha sustituido a esa industria son
simplemente empresas de servicios, especialmente de turismo y hostelería.
Cataluña que aspiró a ser la Manchester española, finalmente ha terminado
pareciéndose a la zona del Estado que más odió el nacionalismo catalán:
Andalucía, con la pequeña diferencia de que en Andalucía todavía existen
cultivos agrícolas rentables y zonas en donde se practica la agricultura
masivamente… mientras que en Cataluña, las tareas agrarias están en riesgo de
desaparición.
Socialmente, pocas clases medias han tenido que soportar
lo que han aguantado en Cataluña: sometidas a la presión fiscal de la
Generalitat y del Estado, con riesgo de proletarización y empobrecimiento
brusco, obligadas a enviar a sus hijos “suficientemente preparados” mediante
esfuerzos económicos ímprobos, a países extranjeros para evitar caer en el
mileurismo y en la precariedad. Desesperadas al ver que ni la
Generalitat ni el Estado hacen absolutamente nada para evitar el consumo de
drogas, el alcoholismo entre los jóvenes, viendo como tanto la enseñanza
pública como la privada muestran cada día su incapacidad para formar jóvenes
generaciones, con unos niveles de delincuencia y de corrupción difícilmente
asumibles en un Estado moderno y que solo denotan procesos avanzados de
desintegración social, con unos grupos étnico-sociales subvencionados ad-infinitum y que nadie entiende
exactamente ni qué hacen allí, ni de qué viven…
Eso es Cataluña. Por eso Cataluña es “muy española”:
porque esos mismos problemas, sin ninguna excepción, se repiten en toda España
con mayor o menor intensidad. Ahora quizás se entienda mejor que hayamos
empezado este texto con la frase: “el pescado empieza a oler por la cabeza”. Lo
que está pasando en Cataluña, agravado extraordinariamente dado que esta región
iba en cabeza del desarrollo español, no es muy diferente de que se avecina
para toda España, y que hoy ya se viene registrando con mayor o menor intensidad:
crisis económica, corrupción generalizada, inmigración masiva, compresión de
las clases medias.
En este contexto de crisis, el
nacionalismo, lo único que ha hecho, ha sido ha sido dar una respuesta simple a
un problema complejo: “Cataluña está en
crisis ¿Quién tiene la culpa? La culpa es de España. Nos independizamos y
entramos en el mejor de los mundos”. Cuando en realidad el planteamiento correcto era: “Cataluña es la vanguardia de la
desintegración de la sociedad y del Estado Español ¿quién tiene la culpa? Los
procesos de globalización, las ideas y las autoridades que lo han provocado
deben desaparecer. A partir de ese momento, los procesos de decadencia y
desintegración económica, social y política, pueden revertirse. No antes”.
PARTE III
El “proceso soberanista”, última trinchera de los bribones
¿Cómo empezó el “proceso
soberanista”? No hay que engañarse. Aunque la malhadada idea de Artur Mas (un
nombre que el nacionalismo aprenderá a maldecir en años sucesivos) arranca
oficialmente en 2012 y debería haberse concretado en 2014 (la fecha mítica: los
300 años de la caída de la Barcelona leal a la dinastía de los Habsburgo en
manos de las tropas borbónicas), es un proceso que, realmente se inicia en 2003 cuando llega al
poder el llamado “primer tripartito” compuesto por PSC, ERC y ICV. Los
socialistas fueron votados para acabar de una vez por todas con el pujolismo y
su obsesión nacionalista. Sin embargo, el elector medio olvidaba quién era
Pascual Maragall e ignoraba el estado de deterioro físico en el que se encontraba
(y que no era un secreto ni para la clase periodística, ni para sus compañeros
del PSC cuyo problema era que no habían formado todavía un sustituto… aun
cuando sí es cierto que era –y es- un tabú recordarlo). Cuando Maragall pactó
el primer tripartito, literalmente, su enfermedad empezaba a despuntar después
de años en los que, por unos motivos o por otros, ya había dado muestras de
incapacidad y desorden. En
aquel tripartito, quien gobernó realmente no fue ni Maragall ni el PSC sino ERC.
Fue en ese momento cuando Carod-Rovira impuso la fecha mítica de 2014 para una
Cataluña independiente.
En un momento en el que ni existía demanda social, ni
necesidad, de un “nuevo Estatuto”, los cuatro años en los que logró mantenerse
Maragall en el poder y los tres en los que su sustituto Montilla dio muestras
de ser una nulidad política, fueron perdidos por la clase política catalana
recreándose en declaraciones maximalistas sobre el “nuevo Estatuto”. Hay
que recordar que, inicialmente, nadie en Cataluña en 2002 creía en esta
fórmula, ni siquiera el PSC o ERC (a la vista de que el PP iba a conservar el
poder en las elecciones y ningún sondeo electoral lo daba como perdedor: la
polémica simplemente residía en si ganaría con mayoría absoluta o con mayoría
relativa). En los tres
primeros meses de 2003, el tripartito catalán proponía algo que sabía
perfectamente que Aznar no admitiría: para Carod era una forma de
acentuar el victimismo (y la reacción de la sociedad catalana, es decir, de
hacer nacionalismo), para el PSC la posibilidad de vencer a CiU en su terreno
–el patriotismo catalán- y erosionar a Aznar). El “Pacto del Tinell” (todos
contra el PP) se podía aplicar en Cataluña, pero no en España. Luego todo
cambió. Las bombas del
11-M y la campaña psicológica que siguió hicieron que entre tres y cuatro
millones de españoles cambiaran su voto entre el 12 y el 14 de marzo de 2003.
Con ZP en La Moncloa, sí era posible llevar adelante el “nuevo Estatuto”.
Además, ZP ya fue explícito: “aprobaré lo que apruebe el parlamento catalán”,
sin duda uno de sus patinazos y de sus tan habituales muestras de ignorancia más
garrafales.
El tripartito catalán contemplaba el “nuevo estatuto” de
manera muy diferente: para ERC era un paso intermedio entre el Estatuto de 1979
y la independencia, la siguiente rodaja del salchichón; para el PSC suponía una
“profundización” en la autonomía; para ICV una forma de hacer valer el “derecho
de autodeterminación”. Lo que salió fue un churro inaplicable a medio
camino entre la federación y la independencia que el Tribunal Constitucional
tiró en sus aspectos más extremos. Oficialmente, fue esa negativa del constitucional a dar la luz verde al
“nuevo estatuto”, lo que desencadenó el proceso soberanista. No es cierto.
Tal es la mayor mentira que se ha ido difundiendo como “excusa” para
desencadenar el “proceso soberanista”.
Desde 2009 se habían celebrado
seudo-referéndums en distintas localidades de Cataluña. Se trataba de
iniciativas de los partidos soberanistas que a veces contaban con el apoyo del
PSC local y otras no. Los resultados no eran significativos: como siempre
ocurre en estos seudo-referéndums votan solamente los concienciados por el tema
de la independencia. Se
vio perfectamente que se trataba de entre un 19% y un 25%, como máximo, de la
población catalana que, más o menos, correspondía a los votos de un sector de
CiU y de ERC. Poco más. Pero en 2010 CiU se había presentado a las
elecciones con la propuesta estrella del “derecho a de decidir”. Obsérvese la ambigüedad:
“derecho a decidir”… sobre el futuro de Cataluña; no “derecho a la
independencia”. Se pedía “decidir”, pero no se explicitaba que esa
decisión pudiera llevar a la independencia (entre otras cosas porque estaba
claro que, en caso de referendo, con pregunta clara, la respuesta del electorado
distaría mucho de ser favorable a la independencia).
En Madrid gobernaba todavía un
Zapatero arrinconado por la crisis, empequeñecido, sitiado por sus propios
barones, abandonado y abochornado de sí mismo; un espantajo político al que
como al rey del cuento ya nadie vacilaba a la hora de denunciar su desnudez,
esto es su estulticia pasada y presente. Estaba claro que al año siguiente ya
no estaría sentado en La Moncloa. Parte de su deterioro había venido por su
actuación durante la tramitación del “nuevo Estatuto” y sus ambigüedades en
materia de vertebración del Estado de las que hizo gala en su primera
legislatura. Cuando en
2011, llegó Mariano Rajoy al poder, Artur Mas, intentó la misma política que
había tenido éxito durante el “pujolismo”: vender apoyo en Madrid a cambio de
mayores techos autonómicos. Durante el período 2010-2012, CiU desvió entre
cuatro y ocho millones de euros a los grupos independentistas con el fin de
aumentar la presión de ese sector. Lo siguiente era algo que Pujol ya
había hecho mucha ocasiones: “lo veis: o
accedéis a mis peticiones u os las tendréis que ver con estos; yo soy el único
muro contra los independentistas”…
El problema fue que en su primer viaje a Madrid, ya con
Rajoy en el poder, las cosas habían cambiado, simplemente: ya no había dinero
en las arcas del Estado para acallar el chantaje nacionalista; si
Zapatero no le pudo dar nada al estar su gobierno aquejado de debilidad
extrema, Rajoy tampoco pudo ceder en nada… porque en el período 2011-2013 se
vivieron los peores años de la crisis de la deuda, España estaba al borde de la
quiebra, con la prima de riesgo disparada y la economía, intervenida, en la
práctica. Artur Mas volvió
a Cataluña con las manos vacías encontrándose con que el monstruo que había
creado, a efectos de presionar al Estado, tenía vida propia (a pesar de
que las cifras de asistentes a las concentraciones del 11-S habían sido
sistemáticamente hinchadas y los asistentes multiplicados por tres o por
cuatro). Pero, hubiera bastado simplemente con cortar el grifo de subsidios a
los sectores independentistas, limitar su influencia en TV3 y en los demás
medios de comunicación catalanes, para que el fenómeno hubiera remitido
permaneciendo en la cota del 19-25%, normal en la sociedad catalana…
Lo que, realmente, determinó el
arranque del “proceso soberanista”, no fue nada de eso, ni siquiera el que la
crisis económica se viviera en Cataluña con una intensidad particular (entre
otras cosas porque la alta burguesía catalana que, hasta entonces lideraba el nacionalismo,
se había preocupado de atraer inmigración marroquí o hubiera renunciado a
invertir en Cataluña –salvo en el sector inmobiliario y especialmente en el
hostelero- y porque allí en donde había más industria era donde el fenómeno de
la deslocalización se experimentaría más brutalmente: Cataluña ha perdido casi
la mitad de su potencial industrial entre 2000 y 2015). Lo que determinó el “procés” fue, ni más ni menos,
que en 2012 empezaron a sistematizarse las investigaciones de la UDEF sobre las
redes de corrupción en Cataluña.
Fue, a partir de ese momento, cuando la cúpula de CiU
reaccionó con una fuga hacia adelante, a la vista de que no podía dar marcha
atrás (el monstruo independentista que había subvencionado tenía vida propia),
negociar con el gobierno de Madrid impunidad a cambio de apoyo hubiera supuesto
reconocer que el “pujolato” fue el período más corrupto en la historia de
Cataluña, una especie de “bandolerismo institucionalizado” (lo que hubiera
entrañado el fin de CiU) y solamente quedaba la independencia: a partir de ahí,
cualquier ofensiva jurídica contra Pujol, contra Mas, contra cualquier
conseller de la Generalitat, podía decirse que era una “ofensiva contra
Cataluña”.
De ahí la irracionalidad del
“proceso soberanista” y el que durante cuatro años hayamos visto a un gobierno
de la Generalitat dispuesto a seguir por el camino emprendido a pesar de que al
final del camino estaba la imposibilidad práctica del independentismo por
alcanzar sus fines. Puede entenderse el porqué en la CUP, cuando se inició el
debate sobre si apoyar o no a Mas, para algunos de sus miembros,
particularmente ingenuos, pero no excesivamente malintencionados, se les
planteara el dilema moral: apoyar
a Mas supone apoyar el “bandolerismo institucionalizado”… no apoyarlo supone el
fin del “proceso soberanista”. Así pueden entenderse los tuits que
colocó Xavier Monge antes de hacer mutis por el foro de las CUP: “Iría
siendo hora de poner sobre la mesa la pura realidad: el proceso es el mayor
fraude de la política catalana”, “Un mandato inexistente, una hoja de ruta en
blanco, una legislatura muerta, y aún hablamos de investir al mayor cadáver
político del momento. Bravo”. Hubiera sido imposible resumir mejor las razones por las que el
“proceso soberanista” ha muerto: irracionalidad, aventurerismo, negativa a
reconocer la realidad social catalana (una sociedad, dos identidades), negativa
a insertar la realidad catalana en la Unión Europea, etc, etc, etc.
El “proceso soberanista” impulsado de manera irracional por
el terror a que las investigaciones policiales y los juzgados sentaran en el
banquillo de los acusados a la flor y nada del nacionalismo, fue lo que hizo
que Artur Mas, en un primer término, iniciara el proceso y en un segundo
término, a pesar de ser evidente, que estaba siendo arrollado por los
independentistas que él mismo había amamantado, estos tomaran el control de la
situación.
PARTE IV
Crónica de la “Comedia de Falset”
Cuando Artur Mas compareció ante las cámaras en el Palau de
la Generalitat en 2013 acompañado por un batasuno (CUP), por Junqueras
secretario general de un partido cuyos caladeros de votos están en zonas
rurales del interior (ERC) y una sandía (roja por centro, verde por fuera,
ICV), ese día la alta
burguesía catalana que, hasta entonces había CREADO y MANTENIDO el
nacionalismo, entendió que el “proceso soberanista” se le había escapado de las
manos. Pero no le
importaba excesivamente: esos mismos burgueses que habían amasado
inmensas fortunas en el siglo XIX, que siguieron amasándolas en el primer tercio
del siglo XX (con el sobresalto de la Semana Trágica de 1909), que siguieron
dirigiendo en la práctica Cataluña durante los 40 años de franquismo y que,
finalmente, hicieron y deshicieron a su antojo durante el “pujolato” y los
“tripartitos”, en los últimos 20 años habían ido desplazando sus inversiones
hacia el capital especulativo, los paraísos fiscales y la industria hostelera
del Caribe, cediendo el control de la Generalitat a sus “segundones”, a los
funcionarios de CiU que les servían con fidelidad perruna o a sus hijos menos
dotados… pero sus
intereses económicos ya no estaban en Cataluña. Aquella foto de Mas con
Junqueras (ERC), Herrera (ICV) y Fernández (CUP), aunque Mas no lo sabía, marcó
el fin de una época: ahí,
en ese momento, es cuando comenzó el entierro de CiU (el partido generado por
la alta burguesía catalana durante la transición) y arrancó el “procés
soberanista”.
CiU no pudo superar
sus tensiones internas y el abandono por parte de la alta burguesía catalana (identificarse, a partir de ese momento
con el “procés” implicaba ser considerado como “poco serio” por parte de sus
interlocutores: hombres de negocios, gente de mundo, inversores de altos
vuelos, etc). La” U” de CiU tardó poco en desprenderse para tratar de resucitar
una especie de Lliga Regionalista que UDC había rechazado tantas veces
constituir con la rama catalana del PP o de UCD en su tiempo y que ahora ya le
cogía a contrapié y cuando no supone nada serio ser miembro de la
“internacional democristiana”. En cuanto a CDC, anegada por procesos, con las
sedes intervenidas judicialmente, con sus distintas cúpulas históricas
preparando sus defensas y cuando la investigación no está ni siquiera en el 10%
de lo que puede dar de sí, tardó poco en desaparecer e improvisar un nuevo
partido llamado a la derrota.
Desde el mismo
momento de su arranque, el “proceso soberanista” estaba en vía muerta. Ni Artur
Mas, ni ERC, ni las “tietas” de la ANC y del Ómnium, ni por supuesto, las CUP
tienen la más mínima idea de cómo pueden avanzar a favor de la independencia,
porque todos ellos han olvidado –han querido olvidar durante años- lo esencial:
que la Unión Europea es una “unión de Estados Nacionales” y que, precisamente
por eso, están cortadas las vías que llevan, no a la incorporación de nuevos estados,
sino a que esas incorporaciones se produzcan a partir de fragmentos de Estados
ya miembros. Durante cuatro
años, los promotores del “proceso soberanista” se han negado a reconocer esto y
el propio Mas ha caído en interpretaciones absurdas como aquella en la que
proponía que fuera el gobierno español el que avalara la candidatura del “nuevo
Estado” a la UE, o aquella otra de negar que la ruptura supusiera “salir de la
UE, porque Cataluña estaba en España y España en la UE”… argumentos que pueden
convencer a un negado predispuesto a tener por cierto que Colón, Santa Teresa o
Cervantes eran catalanes… pero nunca a alguien que tenga un mínimo de sentido
común.
Cataluña entró con Maragall en algo parecido a la Comedia de
Falset. Un popular refrán catalán dice (diu): “Aixo es com la comèdia de
Falset, que havia de començar a les vuit i va acabar a les set” (esto es
como la comedia de Falset, que tenía que empezar a las ocho y acabo a las
siete). El “proceso soberanista” estaba muerto antes de empezar. La frase
deriva del hecho histórico de una obra de teatro de Pau Bunyegas, estrenada en
el tradicional Teatro Romea barcelonés en 1869. La comedia era un absurdo.
Terminaba pidiendo al espectador que pusiera su propio fin, el que más le
gustara o le conviniera. Antes de este soliloquio final, el pueblo en el que se
ubicaba la comedia, Falset del Priorato, todos acababan a palos… La frase
catalana pasó a ser el equivalente a que algo acabe “como el rosario de la
aurora”. De hecho, en la Montaña catalana y entre los círculos de
comentaristas, se ha popularizado la frase sobre la “comedia de Falset” para
caracterizar al “proceso soberanista”… pero, en realidad, vale la pena
aplicarla desde el inicio del “maragallismo”.
Desde 2003 era evidente que un “nuevo Estatuto” nacido sin
demanda social del cerebro averiado del pobre Maragall, especialmente deteriorado
en donde anidó su “seny” y que dejó intacto solamente su particular “rauxa” (la
compasión que puede suscitar –y de hecho suscita- su enfermedad no es óbice
para recordar sus responsabilidades y especialmente la de sus compañeros del
PSC que, sabiendo cuál era su estado, lo presentaron a las elecciones como
cabeza de lista), desembocaría, siempre que hubiera alguien dispuesto a ir más
lejos (aprovechándose de los inmensos recursos económicos puestos al servicio
de la Generalitat), en la Comedia de Falset: con una Cataluña dividida, partida
por gala en dos, con todas las fuerzas políticas dándose de palos entre sí, con
familias divididas, grupos de amigos enfrentados entre sí por… un proyecto
imposible de partida (que debía “empezar a las ocho (2014) y acabó a las siete
(2003)”. No es raro que para salir del entuerto, ni exista hoja de ruta, ni
proyecto más allá de la “ruptura unilateral”, ni interés en lo que ocurrirá “al
día siguiente” de la independencia y que, como la frase final de la Comedia de
Falset: “Ara perquè acabe bé, fassen vostès lo final” (ahora, para que acabe
bien hagan ustedes el final) que es, como decir lo que ha dicho Artur Mas al
conocer que las CUP no respaldarían su candidatura: nuevas elecciones. Las
cuartas en cinco años…
PARTE V
Futuro: Agonía del nacionalismo catalán, éxtasis del soberanismo
Parece claro lo que ocurrirá en
las próximas elecciones: de un lado exCDC entrará en la UVI política. Ahora yo no puede establecer
una alianza con nadie salvo con grupúsculos, como hizo en las anteriores
generales. Los procesos contra sus dirigentes harán el resto. Ahí muere una opción política
y con ella el “nacionalismo moderado”. La otra parte, que se niega a
morir, UDC ya es uno de los fantasmas de la política catalana, que deambulan
pero no existen.
Solamente a un presidente como
Artur Mas (cuya ambición y capacidad están muy por encima de sus cualidades
reales, cuya astucia no es muy superior a la un de sirlero de las Ramblas y su
capacidad estratégica propia de un cabo furriel) se le ocurre desencadenar un
“proceso soberanista” que tenía todas las características de descarrilar desde
el primer momento… y llegar hasta sus últimas consecuencias. El motivo puede intuirse y no
hace falta ser Sherlock Holmes para deducirlo: Artur Mas sabe que también él
terminará tiene muertos en el armario y sentado en el banquillo de los acusados
con todo lo que implica (pena de telediario, vecinos insultándolo como a Pujol,
los hijos abochornados y parte de sus finanzas intervenidas…).
Pero Artur Mas –y eso es lo
terrible- no es el más tonto de toda esta Comedia de Falset rediviva. ¿Cómo hay que calificar a Oriol
Junqueras? ¿Un pobre ingenuo o simplemente un idealista al que Mas logró colocarle
el timo de la estampita? Vayamos a los matices: CiU se calificó siempre
como “soberanista” (partidaria del derecho de autodeterminación), ERC, en
cambio, como “independentista” (partidaria de la independencia). Ya desde los
tiempos de Macià –el verdadero promotor del independentismo catalán- estaba
claro que el día después de la independencia estaba sumido entre las negruras.
Simplemente, ningún
independentista habla fácilmente del “día después de la ruptura con España”,
simplemente, porque no hay luces y todo lo que lo envuelve son sombras y
amenazas. Los más listos entre los independentistas no dudan en decir
que, los “ingleses nos apoyarán” o confían en venderse a bajo precio a la OTAN
en 2016 como en 1934 confiaban en venderse al fascismo italiano… Para ellos lo
importante es “romper con España”, considerada como fuente de todos los males
de Cataluña.
Las declaraciones de Oriol
Junqueras en la radio, llorando a lágrima viva, cuando otros refutaban sus
tesis sobre la independencia de Cataluña me recordar a un abuelo muy simpático,
Antonio Ribera, fundador de la “ufología catalana” quien en un programa de TV
después de demostrarle imposibilidad de que llegaran a la tierra seres de otro
mundo, acosado y derrotado, con lágrimas en los ojos se refugió en su último
argumento: “¿Pero porqué no pueden
existir extraterrestres?”… como Junqueras diciendo “¿Pero porque Cataluña no puede ser independiente?”. Triste, por
una parte (las lágrimas siempre son una muestra de sentimentalismo, esto es, de
debilidad) y grotesco por otra (los hombres sufren y aguantan, no lloran, tal
como sabemos desde Esparta, aunque a veces nos cueste recordarlo).
Pero Junqueras ha hecho algo peor que llorar en público:
se negó a liderar claramente el “proceso independentista” cuando aceptó unas
elecciones “plebiscitarias” en la que su sigla se difuminaba en el conglomerado
viscoso y caótico de Junts pel SI, cuando su partido, ERC, podía haber sido, en
solitario, el partido mayoritario de Cataluña, cuando se podía haber consumado
el “surpasso” histórico en el mundo
nacionalista y una CDC en crisis hubiera cedido el primer puesto a una ERC en
etapa ascendente. Ahora, tarde, muy tarde, Junqueras, tras conocer la
decisión de CUP de no apoyar a Mas, se postula como candidato a la presidencia
para “salvar el proceso soberanista”. Tarde y mal. Eso lo tenía que haber hecho
antes de las elecciones: tenía que haber aprovechado la oportunidad histórica
de que CDC se despeñaba por la pendiente y asumir el papel que Pujol había
tenido en Madrid durante más de 20 años, incluso hubiera tenido la oportunidad de pasar a la historia
manteniendo ese papel CON HONESTIDAD y sin necesidad de tener en el guardarropa
la pata de palo, el sable de abordaje, el parche en el ojo y el loro (Artur
Mas) en el hombro como tiene el clan Pujol.
En cuanto a las CUP importan
poco. Frecuentemente se olvida que ese partido es como un Podemos pero en pequeñito y en independentista. Sus posiciones
distan mucho de estar unificadas y no es que existan solamente un par de tendencias
(contra Mas y con Mas) sino que existen una multiplicad de tendencias y de
matices locales que hacen que sus siglas no pasen de ser un lugar de “refugio”
provisional para votos de protesta.
En las próximas elecciones catalanas (¿febrero o marzo?)
puede pasar cualquier cosa: pero lo que está claro es que la hora del
independentismo ya ha pasado. Este ha sido su último tren histórico. La
globalización es una apisonadora: lo aplasta todo, lo iguala todo y arrasa con
todo. Los Estados-Nación ni siquiera pueden hacerle frente, mucho menos los
micro-Estados surgidos de la fragmentación de los primeros. Por otra
parte, los Estados-Nación, tienen todavía instrumentos jurídicos y coercitivos
que pueden ser utilizados (si hay un partido con dignidad y patriotismo) como
barricadas frente a la globalización… se trata, por tanto, de conservar estas
estructuras nacionales antes de partirlas en mil pedazos. Hoy, la tendencia general es a la
transformación de los “partidos nacionalistas” en “partidos soberanistas”, colocando
el independentismo en barbecho y sustituyéndolo por un “derecho a decidir” que
es más formal que otra cosa: todos saben que la independencia de los
micro-Estados en inviable. No es raro que, salvo en la excepción española, en
el resto de la Europa continental estos partidos hayan desaparecido…
salvo en Flandes con el Vlaams Belang, claro está.
La hora de los micro-nacionalismos ha pasado. No eran, a
fin de cuentas, nada más que expresiones de los intereses de las altas burguesías industriales locales, cuando
estos intereses han sido superados por la financiarización de la economía y por
la globalización, a estos micronacionalismos –por mucho que se hayan recubierto
de perfiles “identitarios”- sólo les
quedaba morir. Y en eso están.
Ahora bien: muerto el nacionalismo
independentista queda el mito soberanista. Este, tiene cierto atractivo
y supone un “ejercicio democrático”: todos los pueblos, según esta teoría,
tienen derecho en cualquier momento a “decidir” ¿el qué? Lo que sea. Una doctrina así solamente puede
nacer en un erial cultural como el español en el que se olvida lo que es la
historia, donde la capacidad crítica de las jóvenes generaciones está atrofiada
por un sistema educativo quebrado, y donde ni siquiera se es capaz de dar a la
palabra “democracia” algo que vaya más allá de “hacer lo que el pueblo diga”.
Es la posición de Podemos y de su
(más o menos) rama catalana dirigida por Ada Colau…
Ya en la pasada campaña electoral
Podemos proclamó que aceptaba, no
solamente para Cataluña, el derecho de autodeterminación, sino para las 17
autonomías… luego, arreglaba el
estropicio añadiendo que “os queremos con
nosotros”. Tal es la posición de Ada Colau. Vale la pena recalcar lo que
esto supone: si en Podemos existe algún “cerebro”
medianamente amueblado, en su filial catalana estamos ante un verdadero erial
intelectual. Progres de medio pelo, indigentes intelectuales y laborales
en busca de un lugar bajo el sol institucional y el sueldo oficial, gente que
llega con hambre atrasada y con escasas capacidades intelectuales, mínima
preparación cultural e incluso profesional y bajo rodaje en el mundo laboral y,
no digamos, en la dirección de otra cosa que no sea dinero públicos y ONGs
subvencionadas por usted y por mí. No busquen porque no hay más: ¿”Derecho de autodeterminación”? Debe ser
bueno como cualquier otra cosa a la que se anteponga la palabra “derecho de”:
derecho a tirarse por un precipicio, si le gusta ¿Por qué no? Derecho al
botellón, al porro o a la práctica del islamismo radical, por supuesto, no
vamos a empezar prohibiendo. Ya saben: “prohibido prohibir”. ¿Independencia?
¿Autonomía? Bueno, si la gente lo vota… Lo peor es que esta posición
ecléctica, enclenque, insostenible políticamente, ha sido defendida durante 25
años por ICV, sin llamar en absoluto la atención ni tomársela en serio nadie
salvo sus propios militantes.
Lo peor no es que el nacionalismo moderado haya sido
sustituido por el nacionalismo independentista, sino que, traspasado ese límite
se entraba en vía muerta. No era malo, suponía que el péndulo regresaba a su
punto de equilibrio… Pero, la mala noticia, es que después del fracaso
independentista, lo que lo sustituye es la ambigüedad más absoluta, la
ignorancia extrema (la falsificación de la historia catalana es
sustituido por el “me la suda la historia ¿para qué nos vamos a pelear por la
historia?”, propia de la mentalidad del porrero) y, finalmente, se penetra en
un terreno, no ya de pobreza intelectual, sino de miseria e inanición cultural
que no deja presagiar nada bueno.
En marzo, lo más probable es que se consoliden dos
grandes fuerzas políticas: ERC y Podemos.cat. No es una buena noticia. Ambas,
juntas, llegarán a la mayoría absoluta sin necesidad de más. Lo que les une es
el “derecho de autodeterminación”, es decir, que volveremos a la Comedia de
Falset, fatum inevitable de la
política catalana. Todo ello, naturalmente, dentro de una Cataluña que, por
entonces llevará medio año sin gobierno y doce años, perdida en la ensoñación
independentista.
¿Y Ciudadanos? Paradójicamente, el abandono de su caladero catalán
para intentar una “operación Roca” y la reconstrucción del centrismo, se ha
saldado con un fracaso relativo (lo que se ha logrado es “reconstruir” el CDS
de Suárez, no la UCD de la transición) y con un retroceso palpable en Cataluña.
Albert Rivera cometió el inmenso error de dar el salto cuando le faltaban
mimbres suficientes para ello e incluso cuando carecía de preparación,
especialmente en economía. Tras haber realizado una de las peores campañas de
la historia política de la democracia española, Ciudadanos bastante tendrá si logra salvar los muebles en Cataluña.
Medios no le faltan. Ideas, en cambio, sí.
PARTE VI
El sainete catalán y la gran tragedia española
El drama de Ciudadanos,
como el del PP, es seguir proponiendo “patriotismo constitucional” y “respeto a
la inamovilidad de la constitución española”, eludiendo el hecho de que la
constitución de 1978 está muerta y enterrada. Aquella constitución
diseño un sistema de bipartidismo que, a diferencia del canovismo, era “imperfecto”
en la medida en que dictaminaba que, cuando una de las dos fuerzas políticas no
tenía mayoría absoluta, recurría a los nacionalismo periféricos para obtener
mayoría. Pues bien, ese sistema está muerto y enterrado y pocos lo llorarán
cuando lo adviertan.
En primer lugar, el nacionalismo ha dejado de ser
“actor principal” en la historia de España. En las últimas elecciones
generales, tanto nacionalistas vascos como catalanes como gallegos perdieron
cientos de miles de votos.
En segundo lugar, aunque hubieran conseguido
mantener su posición en el parlamento, de nada importaría porque la irrupción
de Podemos y Ciudadanos los convierte casi en fuerzas residuales.
En tercer lugar, la derecha especialmente, pero
también el grueso del PSOE y Ciudadanos,
se configuran como “fuerzas antinacionalistas”. La experiencia del “proceso
soberanista” ha servido para DESENGAÑAR al resto de fuerzas políticas sobre las
intenciones del nacionalismo catalán: ahora está demasiado clara para toda la
opinión pública, el carácter bandidesco y criminal de sus élites, su falta de
lealtad a los pactos establecidos en la transición, sus oscilaciones que
generan inquietud en Europa e inestabilidad en los mercados… ¿Quién, a partir
de ahora, puede pactar con un nacionalista? ¿Quién incluso aceptar su apoyo? En
adelante, el nacionalismo periférico es el “gran apestado” de la política
española, si logra sobrevivir lo hará volviendo a pantallas anteriores
de su particular videojuego y a costa de situar en primer lugar el
“soberanismo” (derecho a decidir) antes que el “independentismo” (la
centrifugación nacional). Sin olvidar el sentido que puede tener el
“nacionalismo” cuando no existen posibilidades de constituir un micro-Estado.
El que, durante 40 años, el nacionalismo –y quienes lo apoyan-
no haya dejado entrever que va contra la historia y que el transido de los
condados medievales a los Estados-Nación es irreversible y puede dar un paso
adelante (federaciones europeas o federaciones iberoamericanas), pero no hacia
atrás (una Europa articulada en 144 pequeñas nacioncillas todas pequeñitas y
redonditas, pero todas orgullosos de su independencia…), no quiere decir que a
partir de ahora todo esto no haya quedado demasiado claro.
Ahora bien: el problema no es dejar atrás el
nacionalismo independentista, sino las reencarnaciones en las alternativas de
izquierda surgidas de la franquicia Podemos.
Por ejemplo, en Valencia con Compromís o el tránsito de votos del BNG a las
Mareas. O la ambigüedad de una parte del socialismo periférico (en Baleares,
por ejemplo) o su debilidad en todo el Estado, que lo predispone a pactar con
el diablo e incluso con los más “colgados” de la política. Su “proyecto
federal” intenta operar un efecto embriagador en relación a la galaxia Podemos. Pero la historia nunca ha
contemplado la experiencia de un Estado-Nación que se deshaga en distintas
“naciones” para luego recomponerse en forma de “federación”…
En cuanto al neo-centrismo de Ciudadanos y a la derecha liberal de siempre, el PP, la pobreza de
sus aspiraciones, su falta de imaginación para plantear alternativas y nuevas
fórmulas y su empeño en seguir fórmulas ya fracasadas y que se niegan a aceptar
como tales (desde la constitución, hasta las políticas económicas
neo-liberales, desde la Unión Europea hasta la globalización), les sitúan en
una posición meramente defensiva: obtendrán votos, claro, pero serán
siempre votos del miedo, votos
del rechazo a la otra alternativa, no votos surgidos de la convicción y de la
confianza. Ese es el problema de la derecha y del centrismo: haber adoptado la
moral del buey castrado y uncido con la yunta de la esclavitud.
El problema no es que el sainete
catalán prosiga en aquella tierra como la Comedia
de Falset, sino que el pescado siempre empieza a oler por la cabeza. Y
Cataluña es esa cabeza, metafórica mucho más que real (la falta de lealtad
evidente de la Generalitat ha hecho que Cataluña fuera perdiendo en estas
décadas importancia estratégica en España, de un lado con el eje de
comunicaciones Lisboa – Madrid – Valencia y de otro priorizando la conexión a
Francia por los Pirineos centrales en lugar de por el “eje mediterráneo”,
pasando por Barcelona. Todo
se paga en este mundo, tanto el bien como el mal, incluso como la ceguera: la
facilidad con la que el nacionalismo ha manejado los sentimientos catalanes y
la impunidad como lo ha hecho, no la va a pagar solamente sus cúpulas en los
banquillos (dado que cada vez tienen menos ases –ninguno, en realidad, en este
momento- para negociar y para evitar la sentencia final), sino que lo está
pagando el pueblo catalán: con 1.500.000 de inmigrantes inintegrables y
absolutamente imposibles de acomodar en el mercado laboral, con uno de los
paros juveniles más altos de España, con una sociedad completamente dividida y
viviendo de la hostelería y del turismo, rezando para que en ningún momento se
produzcan disturbios que puedan empañar el atractivo turístico de la Ciudad
Condal…
El verdadero problema es que, no solamente la política
catalana está en un callejón sin salida, sino que la política española también
ha entrado en vía muerta. Y esto por tres motivos: en primer lugar
porque un sistema diseñado
para el bipartidismo difícilmente puede sobrevivir en medio de un parlamento
progresivamente más fragmentado; en segundo lugar porque no hay vías de supervivencia
para una nación periférica en la economía europea como España dentro del papel
que se le ha asignado en la globalización y en la UE (nación periférica
de servicios) y en tercer lugar porque al no poderse resolver la cuestión económica, la crisis
social persistirá y el hecho de que cada vez más familias se encuentren
próximas o bajo el umbral de la pobreza y que las clases medias se vayan viendo
comprimidas o abocadas a la precariedad y al miedo a perder su situación,
impedirán superar la crisis social.
En estas condiciones, con un
régimen constitucional que no puede modificarse y que si se modifica no es
hacia formas superiores, sino a formas de mayor inestabilidad, donde no existen
consensos suficientes para elaborar proyectos constitucionales que resulten
duraderos, justo es
reconocer que no hay salida para nuestro país y que toda España va a recorrer
el mismo camino que está recorriendo Cataluña para acabar “como el rosario de
la aurora”…
Eso o reinventarse a sí mismo. Y esa es la cuestión: que
España debe reinventarse a sí misma, o de lo contrario, el único camino que
queda no es ya el de la Comedia de Falset,
sino la del Drama de Talavera: “donde todo oscila entre un sainete y una
calavera”…
© Ernesto Milà –
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