Info|krisis.- Ha ganado François Hollande una
especie de Zapatero con las “erres” arrastradas… Nada nuevo bajo el sol. Es un
cambio de estilo más que un cambio de política. Los electores franceses se han
limitado a elegir entre la dureza tosca del judío húngaro, visiblemente
psicópata, y la blandura coriácea de un Hollande; una cuarta parte del
electorado ha optado por quedarse en casa, cuatro puntos más que en la anterior
convocatoria. La desconfianza hacia la clase política francesa crece.
Muy pocos creen que vaya a
existir un verdadero cambio de rumbo. No se tiene la seguridad de que Hollande
vaya a imprimir un nuevo rumbo a la UE y se vaya a enfrentar a la mala bestia
neoliberal de la Merkel, ni siquiera se cree que tenga carácter para discutir
sobre la conveniencia de variar las políticas de recorte por otras de
inversión. Pero algo tendrá que hacer si no quiere decepcionar al electorado en
las primeras semanas de mandato. Hasta ahora y en los últimos cuarenta años solamente
Georges Pompidou no había renovado un segundo mandato (y esto porque estaba
aquejado de una grave enfermedad que lo llevó a la tumba en apenas unos meses).
El resto (De Gaulle, Giscard, Mitterand y Chirac) habían gobernado en dos
mandatos. Esto da una idea de cómo el pueblo francés ha apreciado la gestión
del judío-húngaro (y si lo calificamos así es porque, efectivamente, lo es, de
la misma forma que el que fue su enemigo durante unos meses, Strauss-Khan era,
judío, socialista y millonario): ni el caso del “moro loco asesino solitario”
con el que se inició la campaña electoral, ni el jugar al pequeño Napoleón
impulsando la agresión a Libia (que la ha sumido en un verdadero caos y en una
guerra civil repleta de vendettas que todavía dura hoy), ni las declaraciones
contra “la racaille” (la “canalla” como calificó a la inmigración) seguida de
inhibiciones constantes sobre el tema, ni los llamamientos a restablecer el “orden
republicano” que no tuvieron traducción práctica, ni siquiera el ir colgado del
brazo de lo que en estas latitudes se conoce como “una tía buena”, nada,
absolutamente nada de todo esto, le ha servido para repetir mandato. Y en
cuanto a sus logros, simplemente no existían… en una república presidencial
como es Francia y en donde el electorado tiene más memoria que en España, esto
se paga con una llegada temprana al basurero de la historia. Esto es lo que le
ha pasado a Sarkozy… el judío húngaro. De todas formas, el dato más interesante
de estas elecciones no está ahí, sino en la tercera fuerza. Esto es, en Marine
Le Pen.
El papel de Marine Le Pen en la campaña electoral
No es la primera vez que una
campaña del Front National ha llamado la atención. Guillaume Faye ya recordaba
hace diez años que varios intelectuales franceses insistían en que
centro-derecha, centro-izquierda y centro-centro “venden imagen”, pero sólo el
Front National hace política. Y hace política porque presenta propuestas
concretas. Estas serán más o menos aceptables para el electorado, más o menos
discutibles, pero son, al fin y al cabo, propuestas inéditas que se salen del
encefalograma plano del resto de programas políticos.
Sarkozy basaba toda su campaña
electoral en la recuperación del voto que se inclinaba desde hace seis meses de
manera inequívoca hacia la derecha-nacional. En los sondeos la intención de
voto que recogía Marine Le Pen llegó a alcanzar el 35%, eso fue lo que decantó
a Sarkozy por cifrar el destino de su campaña en recuperar esa masa electoral.
De ello dependía su reelección. Lo único que consiguió fue no quedar en
ridículo recuperando buena parte de esos votos, pero no los suficientes, entre
otras cosas porque el electorado del Front National ha ido variando con el paso
de los años. Algo que los estrategas de Sarkozy no entendieron: pensaron que
bastaría una pequeña campaña “imperial” en Libia para recuperar a los amantes
de “la grandeur” que, por algún motivo, esperaba que fueran mayoritarios en el
Front; pensó que mediante una operación visiblemente montada por servicios de
inteligencia (públicos o privados) en el arranque de la campaña que generaron
por enésima vez el viejo truco del “loco asesino solitario”, en este caso
Mohamed Merah, que le sirviera como excusa para poder situarse en el centro de
la polémica anti-inmigracionista, los votos “islamófobos” le afluirían en
riada; y, entre la primera y la segunda vuelta, cuando percibió que solamente
el 18% de votantes que había entregado su confianza a Marine Le Pen, y acentuó
sus declaraciones antiinmigracionistas, lo que estaba haciendo era confesar que
su reelección dependía precisamente de los votos de la derecha nacional. O
mejor dicho, de los votos que el electorado había entrado a Marine Le Pen y al
Front National. Pero algo había cambiado en el interior de esta formación, algo
que Sarkozy no entendió y que François Hollande entendió pero no quiso creer. Si
Hollande se sentará en el Elíseo es gracias a que Marine Le Pen se negó a entregar
sus votos al judío húngaro y no gracias a sus propios méritos o al tirón que
pudiera tener en el electorado…
Algo ha cambiado en el Front National
Hace un año se produjo el relevo:
Le Pen sucedió a Le Pen, la hija tomó la llama del padre, pero los analistas no
percibieron que esto iba a ser algo más que un simple relevo generacional. La
hija ha hecho lo que el padre se negó a hacer a pesar de que todo le arrastraba
a hacerlo: la conversión del Front National de un partido de la derecha
nacional clásica a un partido transversal con una implantación preferencial
entre los jóvenes y los trabajadores. A partir de los años 90 era evidente, los
estudios sobre el origen de los votos del Front National así lo demostraban,
que papá Le Pen tenía tirón creciente entre los jóvenes y entre los trabajadores…
pero su política distaba mucho de estar orientada hacia esos sectores. De
hecho, las propuestas de aquel Front National y del propio Le Pen eran las de
un hombre de derecha nacional más o menos convencional y, si se nos apura, a la
antigua usanza, casi un petainista, o un antiguo lector de Maurras que parecía
de espaldas a la realidad de los años 90 acaso por la edad. Las ideas de Jean
Marie Le Pen no habían cambiado mucho desde que fue el diputado más joven de
Francia en la bancada del partido poujadista, ni cuando dimitió de su cargo
para presentarse voluntario para combatir en Argelia como teniente de
paracaidistas…
Si Jean Marie Le Pen logró
alcanzar la segunda vuelta en las elecciones de 2002 fue precisamente porque en
Francia el problema de la inmigración había ido demasiado lejos. El hecho de
que en aquel momento existieran varios cientos de barrios, verdaderos guetos,
en los que la legalidad republicana ya había dejado de existir y el hecho de
que la clase política se negara a reconocerlo o que la progresía pidiera más
inmigración, más multiculturalismo y más mestizaje, fue el causante de que unos
sectores crecientes del electorado popular votara a J.M. Le Pen no tanto por afinidad
hacia el programa del Front National como por rechazo a la inmigración masiva.
Bastaba entonces con que un candidato desaprensivo y psicópata como Sarkozy, a
última hora, el último día de campaña, hiciera un alegato desaforado contra la
inmigración masiva, para que ese electorado fuera recuperado por la derecha
liberal. Si entre las elecciones de 2002 y las de 2007, J.M. Le Pen perdiera la
mitad de sus votos en las presidenciales, eso se debió precisamente a que
Sarkozy los recuperó simplemente fotocopiando las propuestas del Front en
materia de inmigración repitiéndolas a través de sus altavoces mediáticos, de
bastante más volumen que los del lepenismo. Pero eso ya ha terminado.
Ahora hay otro Front National diferente
del de hace cinco años. El relevo ha sido mucho más profundo que si se tratase
de un mero relevo generacional. Marine Le Pen no se ha limitado a realizar las
mismas propuestas que su padre. Eso le ha llevado a un éxito sin precedentes:
su candidatura ha sido la más votada entre los jóvenes y entre los
trabajadores. La diferencia estriba en que ahora el programa del Front ya no es
fácilmente asumible a última hora por el candidato más desaprensivo, ya no se
puede copiar impunemente. Y esto por varios motivos.
En primer lugar, la campaña electoral
y los resultados de la primera vuelta han servido para transformar lo que hasta
ahora era una opción marginal (se puede obtener el 15% de los votos y ser
marginal en política, el Movimiento Social Italiano, se acercó a estos
resultados a principios de los 70 y en los años 80 y no pudo nunca ser
considerado como un partido más, sino que siempre siguió siendo una fuerza
marginal) en la tercera fuerza en discordia. Esta campaña ha llevado al Front
National de la periferia de la política, al pelotón de cabeza. El hecho de que
Marine Le Pen fuera capaz de debatir (y de qué manera y con qué combatividad y,
por supuesto con qué argumentos, demostrando que está al tanto del debate
político, económicos y cultural que está abierto en Francia en este momento) y
que en el curso de los debates, sus argumentaciones fueran sólidas, ha conseguido
que el Front National fuera “desdemonizado”… ahora les va a ser muy difícil a
los profesionales del antifascismo y del antirracismo, seguir presentándolo
como un peligro para la democracia; era evidente que nunca lo había sido y que
ni la hija ni el padre han albergado nunca la intención de derribar las
instituciones democráticas ni de abolir las libertades, ni realizar progroms ni
atentados a los derechos humanos fueran cuales fuesen…
Además Marine Le Pen es mujer.
Seguir presentando al Front National como una fuerza retrógrada, machista, dirigida
solamente por hombres acompañados de mujeres sumisas e invisibles, era un
arquetipo que solía esgrimir la derecha liberal, el centro y los socialistas y
que a partir de ahora ya no podrán utilizar nunca más. De hecho, ha sido la
única mujer que se ha presentado a la campaña electoral (a excepción de la
candidata ecologista que apenas recogió el 2,31% en la primera vuelta). Estamos
aquí muy alejados de otras mujeres que habituales en la derecha nacional. Se
nos ocurre, por ejemplo, la figura de Alessandra Mussolini, cuyas oscilaciones
políticas casi copernicanas, se unían a una falta de capacidad para enarbolar
un discurso coherente en los debates y todo se limitaba a utilizar las “artes
napolitanas” en los mismos (gesticulaciones, descalificaciones, excitación de
los bajos instintos de los presentes, etc.). Con Marine Le Pen estamos –afortunadamente-
ante otro estilo. Y ante otras ideas…
Hace unos meses se publicó el libro
Pour que vive la France escrito por
la candidata (asesorada por un equipo de intelectuales y técnicos) en el que se
recogían las ideas que iba a defender el Front National y su candidata en esta
campaña electoral. Hasta después de la segunda vuelta, la existencia de esta
obra apenas ha sido conocida fuera de Francia pero en el vecino país ha sido,
sin duda, la obra más comentada y, seguramente, la más leída.
¿Qué nos cuenta Marine Le Pen en
esta obra? Nos señala a un enemigo: la globalización y el mundialismo, el
neoliberalismo y los “señores del dinero”. A diferencia de su padre, que en las
últimas declaraciones todavía seguía considerando que uno de los enemigos era “el
comunismo” (que hoy ocupa un papel residual en la política francesa y que, en
ningún momento, ni siquiera “por tradición” puede ser considerado como “enemigo
principal”), su hija en cambio ha situado con mucha más precisión y actualidad
al enemigo. Y con mucho más realismo. Esa es la primera gran diferencia. El
discurso anticomunista clásico propio de los años de la guerra fría ha estado
completamente ausente. Es más, algunos “intelectuales de derechas”, los
equivalentes aquí a libertaddigital o a interecomonia, han acusado a Marine Le
Pen de “comunista”… Ahí está Yvan Blot, antiguo cuadro del Front, fugado durante
la escisión de Bruno Mégret y dirigente del Club de l’Horloge, un
nacional-liberal, que no dudó en calificar a Marine Le Pen como “la última marxista de Occidente” y la
ha llamado “Marine La Roja”. Como puede
verse, la estupidez de la derecha liberal no es privativa de este lado de los
Pirineos.
¿A qué se deben estos exabruptos
de la derecha liberal? Hay que leer las páginas de Pour que vive la France para entenderlo: Marine Le Pen establece
una relación casi gramsciana entre la superestructura cultural y la
infraestructura económica y, así por ejemplo, nos dice sobre la globalización: “Es una alianza entre el consumismo y el
materialismo para sacar al hombre de la Historia y precipitarlo hacia (…) la
era del vacío”. Si hasta ahora la única forma de oponerse a la
globalización era “desde la izquierda” (el movimiento de los indignados, por
ejemplo, en España debatió sobre quién podía indignarse y en su democratismo
ridículo resultó que la indignación era privativa… de la izquierda. No es de
extrañar que la indignación esté a un año de su irrupción en el baúl de los
recuerdos) ahora esto ha terminado… Quien intente aislar al Front National como
“fuerza del sistema, autoritaria y fascista” está llamado a caer en el ridículo
(notorias progresistas de izquierdas como Ignacio Ramonet tienen hoy las más
serias dificultades para explicar por qué las clases populares y los jóvenes
están siguiendo a una opción “fascista” y cómo es que esta llama a la lucha
contra la globalización y el mundialismo de manera mucho más creíble que
quienes, como el propio Ramonet, defienden –pobres diablos- “otra globalización”…).
Luego están las fuentes
argumentales. Jean Marie Le Pen, como hemos dicho antes era un hombre de
derecha nacional clásica. Sus fuentes eran Maurras especialmente y
especialmente Maurras, quizás algún otro intelectual contemporáneo (Jean Cau, y
algún otro) pero siempre vinculados a su área política. Esto suponía una
limitación, algo así como decir, lo único que nos interesa es lo que teorizamos
nosotros y nuestra gente, fuera de nuestros altos muros no hay nada que nos
atraiga. Y eso contribuyó durante treinta años (entre 1982 y 2012) al
aislamiento del Front National y a que sus intentos de participar en el “debate
nacional” que se estaba dando en esos momentos en Francia fuera marginal y se
permaneciera en el aislamiento. Pero esto ha cambiado. Hay toda una cohorte de
intelectuales que son interesantes para la teorización del Front National en
tanto que aportan nuevos puntos de vista susceptibles de ser integrados en su
discurso, sin duda mucho mejor que en el de cualquier otro partido político.
¿Qué valor pueden tener para el Front National los trabajos del sociólogo
Emmanuel Todd, o los de Philipe Azkenazy y sus “economistas aterrados” o los
trabajos de Jean Claude Michéa? Un partido que hasta hace poco se alimentaba
solamente de las lecturas de Rivarol,
Minute y Present, dignos medios
de expresión de la derecha nacional pero incapaces de “saltar al otro lado”, ha
pasado a incorporar un tipo de análisis nacido en escuelas de pensamiento que
quizás no tengan nada que ver con la derecha nacional, pero que sirven para la
construcción de un discurso antimundialista y anclan su crítica a la modernidad
sobre datos de aquí y de ahora. La palabra trasversalismo se ha convertido en
un tópico en el discurso políticamente correcto francés, pero si hay un partido
a la vez transversal en el análisis y defensor de los principios, ese es el
Front National.
Jean Claude Michéa realiza un
análisis extraordinario en el que demuestra en su obra sobre Adam Smith, por
qué el capitalismo no puede ser superado desde la izquierda y por qué el
fracaso de la izquierda se produjo desde el momento en el que dejó de
interesarte por la suerte de los trabajadores franceses y empezó su larga
marcha hacia “los excluidos”, los “indocumentados” y las minorías sexuales siguiendo
con fidelidad perruna las consignas de la UNESCO y del progresismo más acrisolado.
Y también, por supuesto, su propio oportunismo: cuando la clase obrera francesa
disminuía en número y se aburguesaba, los “pensadores” de la izquierda creyeron
ver en la inmigración a un “nuevo proletariado” que reemplazaría al proletaria
tradicional y en una primera fase se entregaron a él y a su defensa, para
luego, abandonados por el proletariado tradicional a lo largo del Ventennio 1985-2005,
entregarse en brazos de líneas parecidas al zapaterismo español. La propia
Segolene Royal, antigua candidata de la izquierda, ex compañera de Hollande,
defendía las mismas señas de identidad del socialismo francés, una especie de
zapaterismo con faldas. El drama para la izquierda ha sido que hoy sus votos ya
no proceden de las clases populares, sino de la progresía ilustrada, es un
electorado procedente de la burguesía “progre”, en absoluto un voto popular. A
la izquierda europea le toca expiar ahora su pecado contra la racionalidad: el
haber creído que una sustitución étnica de la población iba a ser irrelevante
para el futuro del país.
También ha sorprendido que Marine
Le Pen haya utilizado citas y frases de políticos que no pertenecían a la
tradición política de la derecha nacional. Ha llamado la atención que en su
libro se contuvieran referencias al antiguo dirigente comunista Georges
Marchais (que en 1981 ya aludió a las tensiones que iba a generar la
construcción de la gran mezquita de París) o de Pierre Mendes-France, dirigente
centrista (que en 1957 ya alertó sobre la necesidad de no abrir las fronteras a
no importa qué inmigrantes, sino que lo condicionaba a las necesidades del
mercado laboral y del país). ¿Por qué Marine Le Pen ha utilizado estas citas? ¿Por oportunismo?
¿Para sorprender y romper los esquemas derecha-izquierda? En absoluto, por algo
mucho más básico: estas citas son historia, pertenecen a personalidades de la
política francesa del pasado que son historia, nada más que historia y solo
historia y en la medida en que se trata de personalidades respetadas en su
tiempo y en la actualidad, vale la pena recordar lo que dijeron porque no
estaban diciendo nada distinto a lo que propone hoy el Front National.
Ha sorprendido, así mismo,
especialmente a los observadores poco avisados que creían que las razones del
antiinmigracionismo del Front National eran simplemente “xenófobas y racistas”.
Y resulta que no: que se está contra la llegada masiva de inmigración y contra
la alteración del sustrato étnico de Francia y de Europa también y sobre todo
por cuestiones sociales. Lo que Marine Le Pen ha pedido es que las entradas de
inmigrantes desciendan de las 200.000 anuales de hoy, a 10.000, es decir, que
los que lleguen sean los que la sociedad francesa necesita, ni uno más. Y no
solo en defensa de Francia, sino también en defensa de la propia inmigración:
esta es la novedad. La llegada masiva de mano de obra innecesaria, contribuye a
abaratar los salarios y a generar lo que Marine Le Pen ha llamado “la esclavitud moderna” y las “deslocalizaciones a domicilio”.
Finalmente hay algo más. El Front
National propone medidas económicas concretas y viables: pide la “política de
relocalizaciones e industrialización” (y es el único en hacerlo, porque todos
los demás partidos dan la globalización e incluso el altermundialismo como
irreversibles), pide “superar la división entre izquierdas y derechas” (en la
que solamente los hemipléjicos mentales pueden creer aquí y ahora), exige “la
supresión del derecho de suelo” y la “prioridad nacional” (que consiste en “reservar las diversas
ayudas sociales y sus asignaciones familiares únicamente a los franceses” tal
como había propuesto Jean Marie Le Pen definiendo la “preferencia nacional”, un
concepto rectificado en forma de dar preferencia “a iguales competencias, a
personas que tengan nacionalidad francesa”; en viviendas sociales se propone lo
mismo). Pero hay diferencias mucho más profundas entre el Front National de
Jean Marie Le Pen y el de Marine Le Pen.
En lo relativo a política
internacional, por ejemplo. Mientras el padre se había declarado siempre
admirador de Ronald Reagan (por su éxito en la lucha mundial contra el
comunismo especialmente), su hija es excepcionalmente crítica tanto con la
OTAN, como con el “atlantismo” y con el neoconservadurismo que arrancó en aquel
período de la historia norteamericana. Es más, si el padre hacía hincapié en la
“libre empresa” y denunciaba el “estatismo y el fiscalismo”, su hija –que irrumpe
en otro momento histórico y ha comprendido finalmente que las exigencias son
otras- dice alto y claro algo que buena sintoniza con buena parte de los
intereses de Francia y de los franceses: que hay que “reforzar el Estado y que éste
debe controlar la actividad financiera, que hay que poner coto a la
especulación y al poder de la banca” y que no hay que temer nacionalizar, antes
que recurrir a más y más privatizaciones, aquellos bancos que no funcionen. El
modelo económico no es ni remotamente el ultraliberal o neoliberal, sino el de
economía mixta, con un fuerte sector público, una legislación social
proteccionista y un salario mínimo interprofesional digno, un Estado capaz de
planificar a largo plazo y de mantener en propiedad “sectores estratégicos” de
la economía.
Una de las propuestas es
particularmente novedosa: aumentar el salario mínimo en 200 francos…
financiados no por las empresas sino por una tasa sobre las importaciones.
Porque, a fin de cuentas de lo que se trata es de que producir en Francia sea
tan rentable como importar y si los aranceles están prohibidos, habrá que
recurrir a otras fórmulas para desanimar a quienes pretenden que un tornillo o
una coliflor deban producirse allí en donde más barato sea…
Mientras el padre sostenía la
necesidad de elevar la edad de jubilación, la hija propone justo lo contrario y
lo argumenta: cuarenta años de trabajo son muchos años, no pueden ser más. La
jubilación que pueda realizarse a los 60 años, no debe realizarse a los 65. No
todo en la vida es trabajar y quien mucho ha trabajado también debe de vivir.
A lo largo de la campaña
electoral, el Front National ha logrado conectar por primera vez con los
intereses de algunos sectores profesionales, con los enseñantes, por ejemplo.
Antes, el Front consideraba que los maestros y profesores eran cómplices en el
hundimiento del sistema educativo. Ahora, en cambio, se les ve como víctimas de
un sistema perverso generado por unos gobiernos que han querido privar a los
jóvenes franceses de espíritu crítico. Y ese sector, que hasta hace poco estaba
controlado por la izquierda, a partir de ahora ha visto un camino abierto y
sincero en las tesis del Front National.
Podríamos seguir enumerando las
diferencias entre lo que hemos dado en llamar “el viejo Front National” y los
rasgos del “nuevo Front National”. Habrá otras ocasiones para hacerlo y, desde
luego lo que proponemos es una relectura del programa del Front para percibir
qué no solamente ha cambiado su imagen pública, sino sus contenidos y
orientaciones.
Profundizar en esa línea política, no abandonarla, no temerla
Por supuesto, cuando una nueva
línea política irrumpe, hace falta constatar en primer lugar si es coherente y
en segundo lugar si llega al electorado. La segunda cuestión la confirman los
mismos resultados electorales obtenidos en la primera vuelta y la derrota final
de Sarkozy que se ha debido especialmente a la negativa de Marine Le Pen de
apoyar al psicópata que durante sus cinco años de gobierno ha hecho de la
mentira y el desprecio al electorado su norma habitual de comportamiento. Sobre
la coherencia del programa, quedan por supuesto algunos elementos
problemáticos.
Cuando se aborda una nueva línea
política (y el Front National esto es lo que ha hecho) siempre subsiste la duda
de si logrará captar a nuevos electores y sobre si los electores tradicionales
no se sentirán decepcionados. Por otra parte, un partido no puede negar su
propia identidad en un momento dado de su trayectoria. El Front National nació
como partido de la derecha nacional y su actual trasversalismo no puede ignorar
ese origen. En los años 80, buena parte del apoyo del Front procedía del
electorado conservador. Ahora proceden más bien del electorado popular. En
temas como el aborto las posiciones entre ambos electorados pueden ser
contradictorias. Marine Le Pen propone en ese terreno la “libertad de la mujer
para no abortar”, que no es justamente lo que los sectores católicos del Front
proponen “¿aborto? En ningún caso”. Por otra parte, habría la línea divisoria
entre el “sector estratégico” de la economía y la “iniciativa privada” son muy
difusos y no siempre están claros.
Pero todas estas dudas son poco
comparadas con los que el nuevo Front National ha aportado a la política
francesa: nuevamente se vuelve a hablar de política, nuevamente hay debates en
los que alguno de los participantes disiente del pensamiento único y de lo
políticamente correcto, por primera vez en mucho tiempo, en décadas, no hay
solamente una “única política económica” sino que alguien está planteando otra
diferente y disonante. Lo “políticamente correcto” no es la ley ineluctable de
todo programa político. Y, finalmente, alguien llama a las cosas por su nombre:
la globalización ha fracasado, el mundialismo es una amenaza, la volatilidad de
la economía un riesgo, los EEUU y el “atlantismo” una ruina, la amistad con
Rusia un objetivo y el restablecimiento de un eje París-Berlín-Moscú, mucho más
importante que el mantenimiento de una Unión Europea, experiencia que hoy puede
darse también como próxima al fracaso de no tomarse medidas reformistas
urgentes tanto en la estructura política de Europa, como en la económica y
especialmente en el concepto de Euro y de Banco Central Europeo.
El tiempo juega a favor del Front
National y de Marine Le Pen. En primer lugar porque el grueso de su electorado
es joven y porque es la opción francesa más votada por los jóvenes. Lo que
implica que, de saber mantener a este sector social, en apenas 5 ó 10 años,
cuando el electorado de los partidos tradicionales vaya menguando y el del
Front ampliándose con nuevas promociones de jóvenes, el tránsito a la segunda
vuelta estará asegurado. Sea quien sea la mala bestia neoliberal que la derecha
francesa puede presentar dentro de cinco años contra Hollande, lo que parece
claro es que le resultará todavía más difícil evitar que Marine Le Pen pase a
la segunda vuelta. Y, a medida que el Front vaya normalizando su presencia en
la vida política francesa, las posibilidades de que en una confrontación en
segunda vuelta el electorado opte por las opciones nuevas en lugar de por los
dejà vû, cobra cada vez más cuerpo.
Quien ha vencido en estas
elecciones es, una vez más, un residuo del pasado, la vieja forma de hacer
política se resigna a morir, su última esperanza es un tipo parecido a Zapatero
que no irá mejor en Francia de lo que fue en España y que en poco tiempo
suscitará odios y protestas especialmente en un país mucho más dado a expresar
ruidosamente y en la calle sus filias y sus fobias. Sarkozy era el ayer,
Hollande (de quien dudamos que vaya mucho más allá de proponer calma y
tranquilidad a las fórmulas neoliberales y a las exigencias tiránicas de
destrucción del Estado del Bienestar emanadas por los mercados) es el fracaso
anunciado. Marine Le Pen, la tercera fuerza de peso creciente entre quienes
tienen un futuro por delante (los jóvenes) y, que, por tanto, también tiene
futuro.
Y lo importante es que un cambio
radical de política en Francia puede repercutir desdemonizando a opciones
similares en el resto de Europa. Nuestra generación (los que tenemos entre 55 y
60 años) vimos caer a la URSS, algo que en nuestra juventud nunca creímos
posible; ahora estamos asistiendo al derrumbe del imperio americano y a sus
ominosas retiradas de Afganistán e Irak; nos queda, sin duda, ver como los
regímenes políticos nacidos en la postguerra y llegados en el furgón de los
vencedores, se disuelven como un azucarillo. Sólo esperamos tiempo y salud
suficiente como para brindar en su entierro. Una nueva Europa puede nacer y
probablemente Francia sea una de sus cunas.
© Ernesto Milà – infokrisis@yahoo.es