El modelo económico del felipismo fue, en un primer momento:
“acondicionar la economía española a las exigencias de ingreso en la Unión
Europea”. Una vez dentro, el gobierno socialista español quedó maravillado por
las ofertas económicas de la UE: y entonces se trató de aplicar las políticas
de “reconversión industrial” que, básicamente, pueden resumirse así: liquidar
sectores enteros de la industria estratégica a cambio de cantidades económicas
para poner en marcha otros sectores de la economía. Se cerraron cientos de
grandes empresas y centros industriales y se convirtieron a los trabajadores en
prejubilados, propietarios de bares o de pequeños comercios... en una época de
crisis y recesión del pequeño comercio. Nunca como en la segunda mitad de los
años 80 se cerraron tantas grandes empresas y se abrieron tantos y tantos bares
en cada esquina con las indemnizaciones recibidas por los antiguos trabajadores
de astilleros, de siderurgia, de minería…
Este flujo económico permitió simular que se estaba produciendo
una “reconversión”: los sindicatos e infinidad de chiringuitos empezaron a
ofrecer “cursillos de formación”, subsidiados, por supuesto, de ínfima calidad.
Cuando subió al poder José María Aznar, el flujo de “fondos estructurales”
alcanzó su máximo y le permitió establecer un “modelo económico” (salarios
bajos, acceso fácil al crédito, inmigración masiva y turismo y construcción
como motores). El modelo tuvo un éxito momentáneo, pero nos situó en la
antesala de la gran crisis económica de 2008-2011, como uno de los países más
afectados. En ciencia se dice que más vale tener una mala teoría que no tener
teoría: otro tanto ocurre con los “modelos económicos”. El de Aznar era “malo”
y, de hecho, nos llevó a la catástrofe, pero lo que vino con Zapatero y con los
gobiernos posteriores, ha sido peor: simplemente, no ha existido modelo
económico alguno: ZP nunca fue consciente de por qué la economía crecía ni
llegó a entender porque, en un momento dado, todo se paralizó; habilitó dos
programas de ayuda a la construcción que quemaron literalmente en medio año
250.000 millones de euros, iniciándose la espiral de la deuda que todavía hoy
sigue creciendo. Rajoy, preocupado por evitar una intervención completa de la
economía española, se limitó a cumplir las exigencias europeas e, incluso, en
campaña electoral, volvió a proponer -eso sí, con la boca pequeña- el modelo
aznarista basado en la construcción… Y en cuanto a Sánchez, el tema ni siquiera
le ha preocupado, toda su filosofía económica se basa en mendigar fondos de la
UE y en retrasar las explicaciones sobre su empleo.
Pero la existencia de un “modelo económico” es vital para un país.
Establecerlo implica describir el cauce por el que va a transitar ese país: los
inversores saben a qué atenerse, los jóvenes qué estudiar y prepararse a la
vista de qué sectores estarán en auge. Incluso será posible saber si es
necesario atraer inmigración, que tipo de inmigración se requiere y qué
formación exigir a los recién llegados. La planificación económica es
importante para la programación de estudios universitarios, para cuantificar y
prever la evolución de los gastos y de la inversión, para establecer mecanismos
de financiación…
Ahora bien, cuando la planificación no existe, cuando el gobierno
de turno se ha mostrado incapaz de definir un modelo económico, consensuarlo
con la oposición y ponerlo en práctica, entonces la población debe fiarse de la
mentira, de la publicidad, de la difusión de noticias tan triunfalistas como
falsas sobre el estado de nuestra economía y el maquillaje de las cifras.
Nosotros estamos en la actualidad en ese momento: nadie es capaz de explicar
que la economía española se encuentra en un callejón sin salida y que la ruina
espera al final del camino hasta comprometer la existencia misma de nuestra
sociedad y su viabilidad.
No dramatizamos: a causa de los designios de la UE para España,
nuestro país se ha convertido en país de servicios. Ni turismo ni construcción
-considerados como los “motores de la economía española” por el aznarismo- son
sectores de “alto valor añadido”, sino más bien de todo lo contrario. Con un
sector primario cada vez más amargado por la legislación europea y sin
planificación, ni objetivos, ni horizontes, y con unas instituciones europeas
que lo desorientan tanto como las iniciativas del gobierno español del bloque
de izquierdas (veganismo y demás consejos dietéticos, amor a los animales,
cambios alimentarios, tanteo sobre la ingesta de proteínas y complementos
proteínicos procedentes de insectos, etc) que ha renunciado a defender las
posiciones del sector primario español en la UE, admitiendo el alud de normativas
legales a aplicar y la importación masiva de alimentos procedentes del Magreb
en donde tales normativas, ni se aplican, y apenas se controlan, se está
profundizando en el desguace también de ese sector.
Aznar olvidó que la construcción no puede prolongarse
indefinidamente, ni siquiera los economistas fueron capaces de explicar por qué
cuanto más se construía (más oferta, por tanto), y con una demanda constante,
los precios tendían a subir. Ni él ni los anteriores o posteriores gobiernos
españoles han entendido que convertir España en un país de camareros y
sirvientas de hotel, y apostar por un sector en el que las modas pueden cambiar
bruscamente de un año para otro (a causa del “cambio climático”, o de la
competencia ejercida especialmente por los países del Este de Europa y del
Adriático) puede resultar suicida. En cuanto al proyecto de Aznar de convertir
la Costa del Sur de España, Canarias y Baleares en paraísos para jubilados
europeos, se estrelló con la realidad: el país es cada vez más caro y lo que
hace veinte años era un destino ventajoso para jubilados ingleses, holandeses y
alemanes, hoy no lo es tanto; y, por otra parte, la mayoría de esos jubilados
huían de la delincuencia, la inseguridad ciudadana y han terminado encontrando
con que en España aumentaba cada día más.
Seamos claros, no hay modelo económico español, ni siquiera los
últimos gobiernos han experimentado la necesidad de elaborar uno. Se limitan a
ir, como los peces muertos, a favor de la corriente; tienden a pensar -en una
de sus fantasías liberales- que el “sector privado” marcará el paso y terminará
por generar automáticamente un modelo surgido de la “libre competencia”. Error,
porque, incluso en el caso de que la economía funcionara así -y ya no responde
en la Cuarta Revolución Industrial a los mismos cánones que en las dos
primeras- la empresa privada precisa del concurso del Estado para poder ampliar
sus objetivos y al Estado le corresponde también coordinar iniciativas, apoyar
financieramente a unos proyectos.
Nos encontramos actualmente ante una etapa de liquidación de
franjas enteras de oficios y profesiones (y no solo que ocupan a personal con
baja cualificación, sino incluso a licenciados universitarios). El Estado es el
único que tiene medios, autoridad y capacidad para prever estos reajustes en el
mercado laboral y operar en consecuencia. Y no basta -por un simple problema de
dignidad- que cuando los robots reemplacen a 300.000 reponedores y cajeras de
supers, cuando otros 300.000 taxistas y conductores de Uber, Cabify, etc,
queden en paro por los vehículos guiados por GPS, o cuando un número
indeterminado de transportistas y de servicios de mensajería queden sustituidos
por drones y vehículos dirigidos a distancia o con que los miles y miles de
alumnos que quedan fuera del sistema educativo a causa del fracaso y del
abandono escolar, baste con el “salario universal” para satisfacerlos.
Pero seamos claros: en el momento actual, desde el Foro de Davos,
hasta el último gobierno occidental tienden a apostar por este “salario
universal” (no vinculado a ningún tipo de prestación: ni a la realización de
servicios sociales, ni a la limpieza de bosques, ni al cuidado de ancianos),
olvidando que la falta de actividad, el levantarse cada día sin una misión
específica que realizar, sin un trabajo que seguir, en las actuales
circunstancias, no llevaría a la mayoría a seguir cursos de enriquecimiento cultural
o capacitación profesional, sino que sería un estímulo para sumergirse en los
mundos virtuales del metaverso que estará plenamente desarrollado entre 5 y 8
años, encerrarse en una habitación alternando videojuegos con pornografía on
line, alimentándose de comida-chatarra y al consumo de sustancias relajantes
legales e ilegales. Y de ahí al aumento de las psicopatías no hay más que un
paso. Por otra parte, la diferencia entre “salario social” y “salario mínimo”
será tan pequeña que no supondrá ningún estímulo para salir a buscar trabajo.
Si este es el futuro que queremos para nuestros hijos o para
nosotros mismos a la vuelta de, entre, cinco y diez años, no hay nada más que
seguir aceptan las políticas (o, más bien, la ausencia, de políticas económicas)
de los últimos gobiernos. Si alguien cree que una sociedad así planteaba es
viable y que podrá mantenerse en pie mucho tiempo, unida al problema,
prácticamente irresoluble en el actual marco político, de aumento de la deuda,
debería aceptar que confundir fantasías con realidad y creer los mundos de
fantasía en los que nos sumergen las “cifras macroeconómicas oficiales” son
dogmas intocables, es el mayor error que puede cometer una comunidad nacional
en este primer cuarto del siglo XXI.
Pero, reconozcamos, que ni el bloque de izquierdas, ni el bloque
de derechas, tiene una fórmula salir de este empantanamiento ni valor para
entrar en ruptura con los dogmas “económicamente correctos” (liberales y/o
neoliberales) hoy dominantes.
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