A partir de 1973, con la conclusión de los “30 años gloriosos” de
la economía, empezó a evidenciarse una continua pero constante caída en la
capacidad adquisitiva de la población trabajadora. Lo que hasta entonces
constituía el “sueño español” (matrimonio con un mínimo de dos o tres hijos,
casa propia, segunda residencia y vehículo) y se satisfacía “firmando letras de
cambio”, empezó a ser cada vez más inaccesible. Los matrimonios, inicialmente,
redujeron aquello que estaba en su mano: disminuyeron el número de hijos. Luego
se hipotecaron, algunos para toda la vida. Finalmente, el precio de la vivienda
y distintos cambios sociales, hicieron que descendiera el número de matrimonios
y aumentara el de divorcios; en 1998, el índice de fecundidad alcanzó mínimos
históricos con 1,13 hijos (para que se garantizara la estabilidad de la
pirámide de población, debía alcanzar 2,1 hijos por mujer) cuando solo veinte
años antes, en plena transición era de 2,54. Fue en ese punto cuando Aznar
abrió las puertas a la inmigración, con la excusa de que “pagarían las
pensiones a los abuelos”.
Natalidad entre 1975 y 2022: En los años de la transición y del felipismo la natalidad en España cayó un 75%. A partir de 1998 se empezaron a notar los efectos de la llegada masiva de inmigrantes sobre los nacimientos. A pesar de no ser más del 5% de la población, en el año 2000 ya aportaban un 25% de los nacimientos. Tras la crisis de 2008-2011, las cifras cayeron a mínimos históricos.
A pesar de que con una simple campaña de natalidad, o bien
incentivando nacimientos mediante rebajas y exenciones fiscales, se hubiera
garantizado la “fecundidad de reemplazo”, Aznar optó por jugar la carta de la
inmigración, a despecho de lo que podría suponer para la identidad nacional y
la coherencia étnico-cultural del país. A partir de ese momento, todos los
subsidios y subvenciones -incluso a libros de texto en la escuela y a comedores
escolares- tuvieron en cuenta el número de hijos y los parados de cada unidad
familiar. Esto generó efectos previsibles: era frecuente que familias recién
llegadas tuvieran tres, cuatro y hasta seis e hijos y, dado que nunca
trabajaban los dos cónyuges, estas familias siempre quedaban por delante de las
nacionales en la obtención de cualquier beneficio social. Se formó así un grupo
social subsidiado, pagado con los impuestos de las clases medias españolas,
mientras aumentaba la franja de autóctonos situados en la pobreza o en el
umbral de la misma.
Gracias a la inmigración, la curva de la fecundidad se recuperó,
alcanzado su máximo en 2008, con 1,44… Esto fue posible porque el modelo
económico de Aznar facilitaba el acceso al crédito, hasta el punto de que los
bancos y las cajas de ahorro, concedían hipotecas por el 120% del valor de
inmuebles sobretasados, a inmigrantes que apenas podían mostrar como aval contratos
de trabajo de tres meses y hacía muy poco que habían llegado. Esto los animó a
seguir teniendo los mismos hijos que en su país de origen.
Pero, a partir de 2008, con el inicio de la crisis económica, la
curva de la natalidad volvió a descender y ahora se sitúa en 1,19, es decir,
apenas 0,06 puntos por encima del peor momento de la natalidad cuando no había
inmigración. Así que, el problema, lejos de haberse resuelto, se ha agravado
con la particularidad de que España es ahora una nación “multicultural” y
“multiétnica”, además de “plurinacional”… un mosaico cada vez más incoherente y
en el que ni siquiera queda el consuelo de que, al menos, la “selección
española de fútbol” concita patriotismo… De hecho, muchos de los hijos de los
inmigrantes, nacidos en España, se sienten más identificados con las
selecciones del Magreb y con los hábitos de vida de aquellos países.
Y este asunto es extremadamente importante porque los hijos de los
matrimonios de hoy, serán los que hereden el país. Si tenemos en cuenta que una
“patria” no es una fotografía puntual realizada a una sociedad en un momento
dado, si la “tierra de los padres”, esto es, el producto de un encadenamiento
de generaciones que no se extingue con la presente, sino que debe continuar con
la obligación moral de cada generación de tomar la antorcha del legado recibido
y engrandecerlo, veremos la importancia que tiene tanto la caída de la
natalidad, como la “multiculturalidad” y la pérdida de identidad nacional a la
que hemos aludido.
El precio de la vivienda, la elevación constante del coste de la
vida, el hecho de que ya ni siquiera dos salarios mínimos basten para pagar un
alquiler o comprar una vivienda, sino solo para compartir un piso con otros dos
o tres jóvenes, la caída en picado de la capacidad adquisitiva de los salarios,
el hecho de que la vida se encarezca a una velocidad mayor a los incrementos
salariales, todo eso, unido a la exaltación de lo LGTBIQ+, los problemas de
fecundidad de la población (provocados por la incorporación de pesticidas,
conservantes, aditivos químicos, perfectamente identificados -¡pero no prohibidos!- en los alimentos), la “popularización” del aborto y de cualquier otro método
contraceptivo, todo esto, ha contraído la natalidad, tanto del grupo autóctono
(que se sitúa hoy por bajo del 1 como tasa de fecundidad, especialmente en
zonas como Cataluña de alta inmigración y, desde hace décadas, de tasa de
fecundidad muy baja), como, incluso del grupo halógeno (que puede duplicar o
incluso triplicar la tasa de fecundidad de los autóctonos). No hay cifras en
esa dirección porque, elaborar estadísticas que indicen el origen étnico está
rigurosamente prohibido.
A esto se unen los “nuevos modelos familiares” promovidos desde el
período del zapaterismo. La falacia consistió en considerar que cualquier tipo
de unión podía ser considerada “igual” a una “familia”. Dejando aparte que
cualquier persona tiene el derecho a seguir el modelo de sexualidad que estime
oportuno, lo cierto es que el entorno más adecuado para criar hijos es el
formado por matrimonios heterosexuales. Lo enseña la historia y lo enseña la
biología. Se puede discutir y se puede elaborar cualquier teoría alternativa…
pero siempre, lo más seguro, es lo confirmado por la historia y por la
antropología.
Al considerar a la pareja homosexual como "matrimonio" (en lugar de como simple "unión" que podría estar regulada mediante una ley ad hoc), con la
posibilidad de adoptar hijos, se estaba solamente dando el primer paso para que
cualquier tipo de unión pudiera ser considerado con el mismo rango. Los “nuevos
modelos familiares”, de momento, lo único que han garantizado, es la
desvalorización de la familia tradicional. Y el resultado no ha sido que
alcanzáramos más altos niveles de bienestar social, sino que, desde 2004-5 han
ido aumentando las patologías sociales, y la insatisfacción sexual. Sabemos
que, en la actualidad, un matrimonio heterosexual dura un promedio de 9 años…
pero ignoramos el tiempo que se prolonga cualquiera de los “nuevos modelos
familiares”. Simplemente, no hay estadísticas. Lo cual, de por sí, ya es
significativo. No hay porque existe renuencia a elaborarlas, no sea que la
realidad desmienta las triunfalistas declaraciones “progresistas”.
El Informe sobre la situación de la salud mental en España,
elaborado por la Fundación Mutua Madrileña, reconoce que en el 47,6% de la
población ha experimentado ataques de ansiedad, el 42,1% han sufrido
depresiones, el 35,9% estados de ansiedad prolongados. Como tampoco existen
estadísticas oficiales al respecto, hay que fiarse de nuevo de la percepción de
la población, factor que queda recogido en este estudio: el 74,7% de la
población en España cree que “en los últimos años ha empeorado la salud mental
de los españoles” (se dan como causas, la pandemia, la incertidumbre ante el
futuro y la presión del día a día). El 14,5% de la población ha tenido “ideas
suicidas” (las noticias de suicidio se siguen ocultando, a pesar de que están
muy por encima de las víctimas de violencia doméstica – más de 4.000 al año,
frente a menos de 100 anuales- de las que cada día hay alguna noticia). Casi el
20% de la población consume psicofármacos, el 73% a diario (ansiolíticos el
61,9% y antidepresivos el 47,2%). De los ciudadanos que llegan a los centros de
asistencia primaria, el 20,8% de los pacientes es derivado a un psicólogo y el
17,6% a un psiquiatra. El 61’3% son mujeres y el 38,3% hombres. Estas cifras se
disparan cuando se refieren a jóvenes de entre 18 a 34 años: el 31,8% ha tenido
ideas suicidas y solamente un 30,8% considera que su salud mental es buena…
Estadística escalofriante sobre el aumento de fallecimientos por trastornos mentales y de la conducta en España, hasta 2019, es decir, hasta antes de la "pandemia". Hay que suponer que cuatro años después, se situarán en torno a los 25.000, de los que, entre 4.000 y 5.000 son suicidios. Sin embargo, no hemos visto -ni se le espera- ninguna inyección de presupuesto, ni ninguna campaña para evitar esta epidemia de muertes. En este momento solo interesa las 50 mujeres asesinadas en España (de las que ni siquiera se puede recordar que un porcentaje anormalmente alto, corresponde a víctimas de grupos étnicos no europeos). Comparen 25.000 muertos, con 50 asesinadas y que su lógica les dicte qué sector merecería mayor atención...
En otras palabras y sin enmascaramiento de cifras: a los
españoles, cada vez nos es más difícil unirnos para formar un matrimonio y
tener hijos, llevar una vida familiar y social feliz y enriquecedora, sin
miedos al futuro, en el ambiente cálido de una célula familiar tradicional.
El recurso suicida a la inmigración para compensar la baja
natalidad se ha revelado catastrófico: tienen más hijos que el grupo autóctono,
pero también son insuficientes para alcanzar la tasa de reposición. Y lo que es
peor: en toda Europa Occidental y en la Europa del Norte, se ha demostrado muy
claramente que estos hijos de inmigrantes, son reacios a la integración y no
han aceptado el sistema de vida y la cultura del país que acogió a sus padres,
configurándose como bolsas de conflictividad creciente.
El hecho de que los distintos gobiernos de izquierdas o de
derechas hayan seguido las mismas políticas de natalidad, implica que ambas
opciones han fracasado
La absoluta imposibilidad para resolver este problema por las vías
democráticas ensayadas hasta hoy, permite preguntar: ¿Qué preferís seguir con
el “invierno demográfico” y con la idea suicida -y fracasada allí donde se ha
intentado- de importar carne humana, en forma de inmigración para compensar la
natalidad autóctona, o coger el toro por los cuernos, realizar campañas de
natalidad, priorizar la reproducción entre el grupo autóctono mediante
incentivos fiscales y ayudas directas? ¿Preferís un país “democrático,
multicultural, multiétnico, plurirreligioso y mestizo” que no ha funcionado
nunca en ningún lugar allí donde se ha intentado (y retamos a que alguien nos
indique dónde ha funcionado algo parecido) o preferís un país con coherencia
cultural, étnica, antropológica y religiosa? Si preferís lo primero, está claro
que el Estado surgido de la constitución de la transición, nos lo ha ofrecido y
lo estamos apurando hasta las heces.
¿Habéis visto que en el programa de alguno de los partidos mayoritarios alguna declaración programática que contribuya a pensar que tiene voluntad de estimular la natalidad entre autóctonos, o que está dispuesto a estimular la formación de parejas jóvenes, o que se manifiesta a favor de que la sociedad española sea coherente, cohesionada y homogénea?
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