Si alguien cree que un país puede soportar todas estas tensiones, se equivoca. Son demasiados frentes de crisis abiertos e iniciados muchos de ellas hace décadas, como para pensar que pueden ser superados. Podría pensarse que cada uno de estos problemas, aislados unos de los otros, podrían ser resueltos por algún gobierno que se empeñara en la tarea.
Pero, aquí y ahora, todos estos problemas se han acumulado en el tiempo:
problemas estructurales de carácter político (partidocracia, fallas de la
constitución del 78, vertebración del estado, formación de dos bloques de
intereses antagónicos separados por una brecha insalvable), hundimiento de
principios (corrupción, crisis de la enseñanza, empobrecimiento cultural),
problemas internacionales (conflicto ucraniano, presencia en la UE y en la
OTAN, Agenda 2030), crisis de identidad (inmigración masiva, multiculturalismo,
“diversidad”), crisis de la natalidad, crisis económicas (ausencia de modelo
económico, endeudamiento excesivo, gasto público insostenible), etc, etc, etc,
coinciden en el mismo momento, se superponen unos a otros, se retroalimentan.
Nuestro país -pero también, toda Europa Occidental- afronta una
“tormenta perfecta” en un momento de debilidad política y moral interior. Es
muy ingenuo quien piensa que gobiernos que, lejos de resolver, cuando podían
estos problemas, y que los han dejado fermentar, no se han preocupado por
ellos, o incluso los han generado, en los últimos 40 años, van a estar en
condiciones de hacer ahora, en una situación muchísimo más deteriorada, lo que
no resolvieron cuando tuvieron ocasión.
Es cierto que las “tormentas perfectas” pueden ser afrontadas por determinados modelos de embarcaciones que han sido diseñadas para eso, de la misma forma que hay sistemas políticos capaces de encarar situaciones como ésta. Pero no, desde luego, el régimen nacido en 1978. El drama que atraviesa España en estos momentos es que, el bloque de la derecha solamente es capaz de estructurar su programa basándose en la “defensa de la constitución” (que ha demostrado su ineficacia creciente), mientras que el bloque de la izquierda articula su discurso en la “profundización de la democracia” (que implica una rectificación de la constitución de 1978, pero no es una dirección razonable, sino avanzando posiciones en dirección a la decadencia, como si los tramos recorridos hacia el precipicio que ya hemos recorrido no fuera suficiente y hubiera que acelerar el paso).
Ninguna de las dos opciones es aceptable, lógica, ni razonable. La primera
supone solamente una ralentización de un proceso degenerativo inevitable que
empezó poco después de la aprobación de la constitución (cuando a principios de
los 80 se aumentó el volumen del Estado con la generalización de las
autonomías). La segundo no es más que una marcha hacia el abismo a paso ligero,
como si la inevitable caída supusiera “volar hacia un mundo ideal”. Esa es la
única diferencia entre “políticas de derechas” y “políticas de izquierda”.
Pero, los dos grandes bloques políticos están de acuerdo en una
sola cosa: que para modificar la constitución es preciso un consenso y una
amplia mayoría parlamentaria, que no dispone ninguno de los dos bloques… así
pues, salvo reformas constitucionales parciales impuestas desde las instancias
internacionales, no existe la más mínima posibilidad de que nuestro sistema
político pueda regenerarse desde el interior.
La lógica impone pensar que los “padres de la constitución” no
tuvieron en cuenta ni los resultados que ésta podía tener en su aplicación y
desarrollo, ni siquiera fueron capaces de prever que el paso del tiempo
generaría condiciones completamente diferentes a las que se daban en 1978. En
su infinito narcisismo, pensaron que habían hecho una constitución para “toda
la vida”, la vida de la generación de entonces y de las generaciones venideras.
Así que decidieron cerrar las puertas a una reforma sin consenso… pero ese
consenso es hoy imposible. Incluso, en el caso de que pudiera darse, sería
sospechoso dada la catadura moral y las motivaciones de las direcciones de los
dos grandes partidos y, por extensión, de la clase política española, producto
degenerado de décadas de impunidad, mal gobierno y prácticas corruptas.
No solamente España, sino en todo el mundo, se asiste al mismo
proceso: se están formando dos bloques a los que
van a parar todas las opciones políticas existentes, el bloque de la derecha
conservadora y el bloque de la izquierda progresista. En medio, una gigantesca,
profunda y amplia brecha insalvable. Ya no hay centrismos, ni posibilidades de
reconstruir consensos por grave que sea la crisis y por mucho que se presente
como la única posibilidad de salir del impasse en el que nos encontramos.
En España, los grupos mediáticos que facilitaron la transición
democrática, han desaparecido o han diluido su poder. La situación
internacional es completamente diferente. Incluso la sociedad ha cambiado
radicalmente, se han producido desde entonces la Tercera y la Cuarta Revolución
Industrial. Todo ha cambiado… todo, menos la constitución.
Si aceptamos que esta constitución no está a la altura -y es
difícil sostener lo contrario si nos asomamos sin prejuicios ni limitaciones a
la situación real del país que es lo que hemos hecho en esta serie de posts-, si
los dos grandes bloques políticos carecen de líderes que vayan más allá de ser meros
productos de marketing y publicidad, ignorando incluso lo que es el “sentido de
Estado”, verdaderos jefes de bandas de saqueadores que piensan más en su futuro
personal y de su camarilla, que en el de la Nación que deberían dirigir,
habituados al engaño, a la falsificación de datos, a las interpretaciones
beneficiosas para su lógica y sus intereses, pero alejados de la objetividad y
la verdad desnuda, si no hay posibilidades realmente aplicables de reformar
la constitución, parece imponerse la idea de abrirse a otras posibilidades que,
en condiciones normales, no podrían -ni siquiera, deberían- ser contempladas.
El verdadero Estado de la Nación (0): Abandonar la Unión Europea, una urgencia nacional
El verdadero Estado de la Nación (1): España [in]Defensa
El verdadero Estado de la Nación (2): Un sistema político elogiable en su insignificancia
El verdadero Estado de la Nación (3): Ni matrimonio, ni natalidad: animalismo
El verdadero Estado de la Nación (4): Una nación sin identidad y que ha renunciado a la suya propia
El verdadero Estado de la Nación (5): Sin modelo económico desde hace 15 años
El verdadero Estado de la Nación (6): La catástrofe lingüística de un pueblo
El verdadero Estado de la Nación (7): La inseguridad se ha convertido en el pan nuestro de cada día
El verdadero Estado de la Nación (8): El problema irresoluble de la deuda
El verdadero Estado de la Nación (9): El trabajo, un bien que se extingue
El verdadero Estado de la Nación (10): Las pretensiones del colectivo LGTBIQ+
El verdadero Estado de la Nación (11): Instituciones internacionales olvidables y responsables
El verdadero Estado de la Nacion (14): Las posibilidades de un “rearme moral”